Capítulo 25


Gotas de baba verde caían del tejado de las celdas.

Había oscuridad, suciedad y gelatina bañando las paredes. Ya había estado allí, por supuesto, pero fue como ver todo por primera vez. Las murallas que me rodeaban eran de piedra y metal. El duro suelo estaba manchado con aquella babaza musgosa que lo cubría todo, y olía a excremento mezclado con humedad. Las mazmorras de Abismo parecían haber sido cavadas en una piedra gigante. Todo era lúgubre y oscuro, vacío; un calabozo creado para opacar la luz y enloquecer a la gente.

Imaginé a cientos de personas atadas en mis mismas condiciones, con una cadena en los tobillos y dos grilletes en las muñecas, y me estremecí. Los imaginé siendo torturados hasta morir o pereciendo allí sólo por debilidad y hambre. Imaginé a los murk llevándose sus huesos y reemplazando sus cadáveres por otros, como si se trataran de cuadros de decoración. Imaginé sus gritos, sus súplicas y su dolor, e imaginé la locura que invadía sus mentes una vez que perdían la esperanza.

Y temí.

Temí por mí, enroscada en la esquina del fondo de la celda, y por Reece, sentado en una posición de indio en la celda frente a la mía. Sus ojos, lo único brillante en esas mazmorras de macilenta claridad, me observaban con tanta atención que había llegado a creer que habían dejado de verme. La lóbrega negrura era tan espesa que costaba darle forma al cuerpo de Reece. Me pregunté si a él le pasaba lo mismo, si estaba tratando de dibujarme con los ojos como yo estaba tratando de dibujarlo a él.

Me tanteé los cortes de mis manos con los dedos y comprendí que habían dejado de sangrar. Era un avance en aquel detenido submundo. Mis heridas allí dentro no sanaban como lo hacían en el exterior. Se mantenían intactas, ardientes, punzantes, como miles de agujas clavándose en mi piel. Eran un recordatorio constante de mis errores.

Miré a Reece, una vez más, y me pregunté si él estaba tan dolorido como yo. Parecía un pecado verlo dentro de esa prisión. Reece era luz y belleza, una caja de libertad en medio del océano. Verlo dentro de esa celda era como ver un pajarito encerrado en una jaula, sin contrastar sus coloridas plumas contra el luminoso cielo. Sufrí, más por él que por mí, y me cubrí el rostro con mis manos.

—Muñeca —me llamó—. Hey, muñeca.

Arrastré los dedos fuera de mis ojos y fijé la mirada en la sombra oscura y deforme que era Reece.

—Lo siento —susurré, sintiendo la necesidad de disculparme—. Yo no... tenía mis habilidades. No pude luchar. Lo siento tanto.

—No es tu culpa, muñeca.

Observé los grilletes que me encarcelaban.

—No deberíamos estar aquí —remarqué—. Tú no deberías estar aquí.

—Te amo.

—No... —negué—. No puedes, porque esto es lo que pasa. La Fuente se pone en nuestra contra y esto es lo que pasa. No puedes. No puedes. No puedes. Nunca podrás.

—Te amo —repitió Reece.

Alcé la cabeza, afligida, y traté de darle forma a su expresión. Fue una tarea difícil, pero lo logré. La luz que entraba por el pasillo, como un rayo de sol que atraviesa un espeso pantano, me dejó ver su sonrisa difusa en medio de las tinieblas que nos consumían. Me quedé en silencio, contemplando su boca con fascinación, hasta que sus labios volvieron a iniciar el movimiento.

—Siempre he oído que no hay felicidad donde hay oscuridad —dijo—. Nosotros estamos rodeados de sombras y demonios, en un infierno oscuro y tenebroso, pero aun así soy feliz a tu lado. De hecho, no creo que pueda ser feliz en ningún otro lugar. —Hizo una pausa—. Te amo, muñeca.

—Reece... —susurré—. Hay algo que tienes que saber...

Me puse de rodillas, a pesar del dolor, y gateé hasta los barrotes de la celda con un esfuerzo sobre humano. Cuando estuve cerca, y pude distinguir su cuerpo con mayor claridad, una puerta se abrió al fondo del pasillo. Retrocedí desesperada y regresé a la esquina en la que me había acurrucado como un animal herido.

Segundos después, un hombre apareció en las mazmorras y se detuvo frente a mi celda. Su ropa negra resaltaba la palidez de su piel inmaculada. Lucía limpio y sereno, como una persona nueva, sin ningún atisbo de sangre en el mentón. Yo, por el contrario, todavía podía sentir el sabor a óxido acariciando mi lengua.

—Gatito —habló Nate, entrecerrando los ojos—. Luces horrible.

Abracé mis rodillas y escondí mi rostro entre ellas; ya no había cabello que me cubriera la cara.

—Veo que te conseguiste una nueva lengua —contestó Reece, divertido—. ¿Cuánto dinero te costó? No he cotizado esas partes humanas.

—Gatito —me llamó Nate, algo tenso—. ¿Has comprendido el precio de tus equivocaciones? Me parece ridículo que de verdad hayas creído que podías escapar. ¿No te dejé claro que eso jamás sucedería?

Me mantuve intacta. Cerré los ojos y conté las bolitas de luz que veía en la oscuridad detrás de mis párpados. Eran una, dos, tres, cuatro, veinte, treinta...

—Te di la oportunidad de conservar tu memoria, pero me defraudaste —continuó diciendo Nate—. Es extraño. Siempre que logras sorprenderme, luego logras decepcionarme. ¿No es confusa esa conexión entre nosotros? —Se detuvo unos segundos—. Cuando vi que rechazaste al Cuervo y escapaste con Reece..., me sentí orgulloso de lo que había logrado. Incluso mientras te veía besarlo, me sentía feliz. Pero luego, cuando le dijiste que nosotros no éramos buenas personas..., no tengo palabras para describir la rabia que sentí.

Me clavé las uñas en las pantorrillas e inhalé profundo. Me obligué a mantenerme callada. Me forcé a silenciar el impulso por decirle todo lo que tenía guardado dentro de mi cuerpo. Sabía que lo empeoraría, y ya no quería empeorarlo. No por mí, sino por Reece.

—¿Quieres decirme cómo sabes acerca de Vashyah? —preguntó Nate, imperturbable—. Sería una buena manera de comenzar a enmendar tus errores. ¿Alguien de aquí te habló sobre ella?

Pensé en mi respuesta muchos segundos.

—Fue Zora.

Nate carraspeó.

—No, claro que no —contestó con seguridad—. Zora no me traicionaría. Está enamorado de mí, y uno no traiciona a las personas que ama. Es lamentable, pero así es el amor. Te convierte en alguien débil y vulnerable, por eso es un defecto.

Abrí los ojos de golpe. ¿Zora estaba enamorada de Nate? ¿No se suponía que amaba a Moe? ¿Me había mentido? Me clavé las uñas con más fuerza y traté de no pensar en lo que eso conllevaba.

—Fuiste muy ingenua al creer en él, gatito —siguió Nate—. Zora es un buen actor. Sabe manipular a las personas. Sabe lo que tiene que decirle a los demás. Analiza tu historia, tu personalidad, tus movimientos, y luego crea la mentira perfecta para hacerte caer. Así lo entrené, gatito.

Traté de digerir sus palabras, pero eran como ácido. No podían pasar a través de mí sin hacerme daño.

—¿Te defraudo? —interrogó Nate con diversión—. ¿Quieres estrangularlo? Podría traerlo hasta aquí y darte el placer..., si me lo pidieras.

Me mantuve en silencio hasta que las palabras brotaron de mi boca sin mi control:

—La Fuente no rechaza a Reece. Zora lo inventó, ¿verdad?

Nate sonrió.

—Lamento decirte que esa parte sí es cierta. Me gustaría que no te lo hubiera mencionado, y que lo hubieras descubierto por ti misma, pero no se puede obtener todo en la vida.

Alcé la mirada, sin ninguna expresión en concreto, y la posé sobre Nate.

—¿Qué vas a hacer con nosotros?

—Reece ingresará nuevamente al laboratorio —explicó, encogiéndose de hombros—. Tú te quedarás aquí por un tiempo más extenso. Ingresarás al laboratorio cuando no puedas usar ningún truco para fastidiarnos. No me arriesgaré una segunda vez.

Me puse de rodillas, tragándome el calvario en mis piernas, y miré a Nate con el ceño fruncido.

—Déjalo ir —pedí—. Deja que Reece vuelva con los humanos y yo haré todo lo que me pidas. Si quieres que cambie las reglas, lo haré. Si quieres que te traiga cien amuletos, lo haré. Lucharé por ti, pero déjalo ir. Él es inocente. No es un glimmer, no es un murk, no es culpable de nada.

Nate fingió sopesar la idea..., hasta que sonrió con diversión.

—¿De verdad crees que lo dejaría ir? —cuestionó—. ¿De verdad crees que dejaría que alguien se marchara? Nunca, escúchame bien, nunca los dejaría ir. Prefiero verlos muertos antes que darles la oportunidad de luchar en mi contra. No soy estúpido, mucho menos ingenuo.

Cerré mis manos en dos puños.

—¡Pelearé por ti!

—Sí, lo harás —confirmó con una sonrisa más amplia—. Cuando hayas pasado por el laboratorio y tu mente esté a mi favor.

Nate retrocedió y le hizo un gesto a alguien que estaba fuera de nuestro alcance. Un minuto después, un trío de murk apareció para abrir la celda de Reece y extraerlo de su prisión. Lo miré desesperada, estirando la cadena lo más posible, y abrí la boca para hablar, sin embargo, Reece me hizo un gesto para que guardara silencio y así me quedé.

Reece no puso oposición. Los murk lo sostuvieron de los brazos y se lo llevaron como si fuera parte de ellos. Lo observé aterrada, extendiendo mis brazos para rozar los barrotes con mis dedos, y contuve la respiración. Pensé en la primera vez que lo había visto luego de creer que estaba muerto. Recordé la indiferencia en sus ojos, sus golpes desenfrenados, su odio, su rencor..., y me estremecí.

Todo sucedería otra vez.

El daño en su mente ocurriría otra vez.

—Disfruta tu estadía, gatito —susurró Nate, antes de marcharse—. Me temo que será larga.

[...]

No sé cuánto tiempo transcurrió hasta que alguien volvió a ingresar a la prisión. Pudieron ser horas o días, ya no estaba segura de la rapidez del tiempo. La sustancia verduzca de las paredes cumplió su objetivo y mi mente se debilitó por completo. A instantes me mantenía despierta, contando las sombras de la celda como si se trataran de estrellas, y a momentos me mantenía dormida, soñando con cuerpos carbonizados que se alzaban de la tierra y me perseguían con sus espadas llenas de espinas.

Era difícil mantener la cordura en un lugar así.

Mientras me acurrucaba en la esquina de aquel compartimento sucio y mal oliente, pensaba en la luz del sol que había visto en la Amazonia y recordaba a las aves volar entre las ramas. Me imaginé siendo un ave, acariciando el viento con mis plumas y sintiendo la vibración acariciando mi piel, siendo libre por los kilómetros del cielo. Lo añoraba, como una hormiga añora el azúcar, y luego contaba las sombras oscuras de la celda como quien cuenta los segundos para que llegue el otro día.

Pero el otro día nunca llegaba. Siempre era de noche, siempre estaba oscuro, siempre hacía frío. Mi piel nunca estaba tibia. Mis dedos siempre buscaban una fuente de calor, pero no había nada ardiente en ese cuadrado que me encerraba. Sólo había soledad, silencio y negrura.

El no saber de Reece lo empeoraba todo. No sabía si estaba vivo, si estaba sano, si estaba sufriendo. No sabía nada de él y de su estado actual. La impotencia que me producía el pensar que los murk estaban jugando con su mente me destrozó por dentro, porque estaba consciente de que no podía hacer nada para ayudarlo.

A mi madre tampoco había podido ayudarla.

A esas dos chicas en los tubos, tampoco.

¿En qué estaba fallando?

Hacía todo mi esfuerzo para mantener a mi familia a salvo. Me había mantenido con Nate, sin enloquecer, para averiguar el paradero de mi madre. También había conseguido que Reece volviera a confiar en mí y en los humanos para que abandonara a los murk. Incluso había averiguado la manera de que el mundo de los glimmer y de los murk fuera más justo: cambiando las reglas. Sin embargo, las cosas seguían estando en mi contra.

Lo único que me quedaba era la esperanza de hallar una salida, pero incluso eso se estaba oxidando con la humedad de las lágrimas en mi interior.

Cuando Zora apareció frente a mi celda, con su silueta femenina envuelta en su chaqueta roja y su cabello rojizo atado en una coleta, lo primero que quise hacer fue gritarle lo mucho que lo detestaba. Pero fue eso, lo que me quedaba de esperanza, lo que me hizo actuar diferente.

Tenía que salir, para ayudar a mi madre y a los niños, y el método que utilizara ya no importaba.

—Señorita —dijo—. Señorita, respóndame. ¡Señorita!

Alcé la cabeza y posé mis ojos en la sombra de Zora. Su complexión delgada y diminuta tenía las manos aferradas a los barrotes de mi celda. Estaba pulcra, elegante, soberbia. Cuando nuestros ojos se encontraron, meneó la cabeza con desaprobación y tensó la mandíbula.

—Oh, ¿qué le han hecho a su cabello? —protestó—. ¿Qué le han hecho en el cuerpo?

Entrecerré los ojos y apoyé la barbilla sobre mis rodillas.

—Fue Nate... —susurré—. Él me lastimó.

Zora amplió la mirada con algo que se parecía a la frustración.

—Yo... lo lamento mucho, señorita.

—Tienes que decirle que me libere —farfullé—. Quiero volver a la habitación, quiero comer, quiero bañarme. No quiero estar aquí. Esta oscuro y hace frío. No me gusta... Zora, él te escucha, tienes que ayudarme.

Era mentira. Sabía que Zora jamás se opondría a una decisión de Nate. Su amor siempre estaría primero, ahora lo sabía. No obstante, que Zora creyera que todavía confiaba en ella debía tener algún beneficio a mi favor. Pensaba aprovecharme de eso.

—Él no la liberará todavía —respondió Zora—. Él... dice que usted lo traicionó. La llama traidora y mentirosa, dice que merece estar aquí encerrada. Está muy molesto.

—¿Y tú piensas lo mismo? —interrogué—. ¿Crees que merezco estar aquí?

—No —negó—. Usted no merece estar aquí. Él no debería haberla tratado así. Nadie debería tratarla así. Usted es una princesa, no puede estar encerrada en un calabozo.

Apreté mis brazos alrededor de mis rodillas con fuerza.

—¿Aún confías en mí? —le pregunté.

Zora pegó su rostro a la celda.

—Yo siempre he confiado en usted —susurró—. Sé que va a cambiar de opinión, pero esta no es la manera.

Sonreí, y mis ojos se volvieron más pequeños.

—Gracias, Zora. —Me incliné hacia adelante y gateé hasta tensar la cadena de mi tobillo al máximo. Cuando estuve cerca de la orilla, me senté en el piso y acaricié mis muslos con mis manos—. ¿Reece está... bien?

La pelirroja se arrodilló en el suelo y metió los brazos entre las rendijas de la celda para alcanzar mi cabeza con sus dedos. Me acarició las mejillas, el mentón y, por último, el espacio donde había estado mi cabello. Sus caricias eran como brasas, me hacían arder en ira.

—Él está empezando todo otra vez —me explicó—. Pero es un chico inteligente, no le costará adaptarse a su entorno. La que lo está pasando mal es usted. ¿Tiene hambre?

Reece está perdiendo su memoria.

—Sí, bastante —contesté—. También quiero ir al baño, llevo mucho tiempo aguantándome. ¿Puedes llevarme y luego traerme de vuelta?

Zora miró el piso con tristeza.

—No puedo, no tengo las llaves —dijo—. Nadie aparte de Nate tiene sus llaves. Aunque intentara sacárselas, no podría. Las lleva consigo todo el tiempo.

Tragué saliva y cogí las manos de Zora para apoyarlas sobre mi pecho. Me habría gustado morderle los dedos y arrancarle algún pedazo de carne, por mentirosa, pero no habría sido lo más sensato. Tenía que fingir si quería obtener algo de ella. Esa era mi mejor opción por el momento.

—¿Has hablado con Moe? —le pregunté—. ¿Le has dicho lo que sientes?

Zora sacudió la cabeza.

—No, no creo que sea capaz de hacerlo.

Le acaricié los nudillos con ternura.

—Si quieres, yo puedo hablar con él —propuse—. Sé que piensas que está molesto, pero yo creo que sólo está herido. Dile que venga a verme uno de estos días, antes de que ya no pueda abrir mis ojos, y hablaré con él.

—No creo que sea una buena idea —replicó—. Si Nate se entera...

—Él no se enterará —la interrumpí—. Es tu corazón, Zora. Déjame repararlo antes de que ya no pueda ayudarte.

Zora lo meditó por varios segundos.

Sabía lo que debía estar pensando. ¿Moe era una amenaza? Si ignoraba que Moe quería escapar de Abismo, entonces creería que no. Moe era un sujeto simple y común. No tenía las llaves, no tenía contactos, no tenía ninguna manera de liberarme por sí solo. ¿Por qué no dejarlo ir para acrecentar la mentira de la loca enamorada? Era una buena idea, sí, sin riesgos.

Zora asintió con la cabeza y en mi interior se deslizó una extensa sonrisa.

—Sí, inventaré alguna excusa para que venga a visitarla —susurró—. Gracias, señorita.

—Alguna de las dos tiene que terminar con un final feliz, Zora —contesté con un fingido pesar—. Alguna de las dos tiene que ser feliz.

[...]

El tiempo volvió a transcurrir a cámara lenta. Pensé que había estado meses allí dentro, mezclada con la oscuridad, pero las raciones de comida que un ser incógnito me llevaba indicaban que sólo habían sido seis días. Seis días comiendo la misma pasta verduzca, seis días orinándome en la misma esquina de la celda, seis días con los cortes de mi piel infectados, seis días sin cabello, seis días calva. Seis días preguntándome por mi madre, por mi padre y por Reece.

Estaba aburrida de mirar los rincones y esperar que Moe viniera a visitarme. Estaba cansada de soñar con que alguien vendría mágicamente a rescatarme, así que dejé de lado mi debilidad mental y comencé a sopesar mis opciones.

¿Podía romper las cadenas que me ataban? No, no podía. ¿Podía romper la cerradura de la celda? No, no podía. ¿Podía usar mis habilidades? No, no podía. ¿Qué podía hacer, entonces?

Miré mi tobillo y la cadena adherida a el. Si me rompía el pie, y quitada esa atadura, ¿tenía posibilidades? Observé los barrotes de la celda y sacudí la cabeza. No, aunque no tuviera la cadena en el tobillo, jamás habría podido sortear la celda. Sin embargo, ¿por qué atarme el tobillo si la celda era intraspasable?

Estaba haciendo eso, pensando, pensando, pensando, cuando los pasos de alguien me hicieron alzar la cabeza. Pensé que sería Zora o, incluso, Nate, pero me quedé estupefacta cuando distinguí los mechones rubios de Moe.

¿Zora había cumplido su palabra?

Sus ojos dorados me observaron con lastima, al mismo tiempo en que sus manos se aferraban a la celda. Tenía el cabello desordenado y la ropa sucia. Un buen modelo en un mal envoltorio.

—Oh, bastardos todos aquellos —habló en un susurro—. ¿Cómo han podido hacerte esto, my lady?

Me removí para ponerme de rodillas y gatear hasta la orilla. Me costaba mucho moverme. Cada vez que avanzaba sentía como si un poco de mi consciencia se estuviera quedando atrás. La sustancia se hacía cada vez más espesa sobre mi cuerpo, y eso me estaba matando.

—Moe. —Me senté y posé mis ojos sobre los suyos—. ¿Zora te dijo que vinieras?

—Sí, esa... cosa me dijo que querías hablar conmigo —respondió—. ¿Por qué te tienen aquí? ¿Qué hiciste, my lady?

Parpadeé con dificultad. Necesitaba mantenerme despierta, pero mis ojos insistían en quedarse cerrados. Eran malos aliados para los momentos importantes.

—¿Nate no se lo dijo a todos? —quise saber.

Moe negó con la cabeza y sus rizos dorados se sacudieron bajo la podredumbre.

—¿Decirnos qué? —preguntó.

—Que lo engañé todo este tiempo, Moe —expliqué con la voz cansada—. Bueno, él también me permitió que lo engañara, pero... eso no importa realmente. Te llamé por algo importante. ¿Todavía... —miré a mi alrededor y bajé la voz—... quieres unirte a los glimmer?

Los ojos del rubio se abrieron con sorpresa.

—¿Lo recuerdas? —interrogó—. ¿Cómo es posible? Te lo dije antes de que entraras al laboratorio, niña. Deberías haberlo olvidado. ¿Se lo has mencionado a otra persona?

Esbocé un intento de sonrisa.

—Por supuesto que no, Moe —contesté—. Yo también quiero regresar con los glimmer, por eso necesito que me ayudes. Si tú me ayudas a salir de esta celda, yo hablaré con los glimmer para que te perdonen. Eso es lo que querías, ¿no?

Moe apoyó el rostro contra los barrotes de la celda. Me observó con una expresión difícil de descifrar, era una mezcla de incredulidad y esperanza. Se relamió los labios, pensativo, y luego retrocedió para pasarse la mano entre los mechones de su cabello.

—¿Cómo se supone que lograré sacarte de aquí, my lady? —cuestionó—. Nadie sabe que estás aquí. No hay guardias en este pasillo de las mazmorras. No puedo robar las llaves, porque ni siquiera sé dónde están.

—Las tiene Nate.

Moe echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada amarga.

—Eso es peor todavía —aseguró.

Me retorcí los dedos de las manos.

—Puede que también las tenga Zora —propuse, pero sonó más a pregunta que a afirmación.

—¿Y si no las tiene? —interrogó—. Es demasiado riesgoso, my lady. Si Nate me descubre robando sus llaves, me matará. Ni siquiera me castigará. Él simplemente me eliminará para siempre. No puedo arriesgarme.

—Moe, por favor...

—No —me detuvo—. No me ruegues, my lady. Sigues siendo la elegida de la Fuente. Tu espíritu sigue teniendo un efecto atrayente sobre todos los glimmer. Si queda algo de glimmer dentro de mí, no quiero que sea manipulado por tu alma.

Fruncí el rostro, entero.

—¿De qué demonios estás hablando?

—Eres la princesa de Heavenly, los glimmer te deben lealtad y sumisión —informó—. Si quieres que se tiren por un barranco, ellos deben hacerlo. Es su deber.

Amplié mi mirada.

—No lo sabía.

Hizo un gesto de frustración.

—Por supuesto que no.

Me miré las manos, aturdida, y observé la sangre seca bajo mis uñas. ¿Era cierto? ¿Mi espíritu tenía... algo atrayente? ¿Tenía sentido? Me obligué a no pensar en ello por el momento y a concentrarme en lo importante: escapar de Abismo. Si había algo aún más extraño dentro de mí, no quería saberlo todavía. No me sentía preparada para tanta información.

Alcé la barbilla y me centré en Moe. Sabía que era un buen chico, sabía que podía hacerlo cambiar de opinión. Si no lo hacía por sí mismo, lo haría por Kum. Él ya lo había dicho una vez, quería un mundo mejor para su amigo. Yo podía dárselo.

—Moe, sé que tienes miedo —susurré—. Nate es un monstruo, un asesino, una bestia, un psicópata... y todo lo malo que existe en el universo. No quieres que tu vida esté en peligro, y lo entiendo. A mí también me daría miedo. —Alcé las manos y tragué saliva—. Pero... necesito que busques las llaves. Hazlo por Kum. Piensa en su futuro. Piensa en un mundo mejor para él. Piensa en una vida donde no tenga que matar a más personas. ¿No sería... hermoso?

Moe entrecerró los ojos y se acercó a la celda para agarrar los barrotes con sus manos. Me miró de cerca, con el ceño fruncido y una mueca de desilusión en la boca. La oscuridad le concedía un manto fúnebre a su mirada.

—¿Te das cuenta de lo que me estás pidiendo, my lady? —preguntó—. Me estás pidiendo que le robe al líder de los murk. ¿Tienes idea de lo jodidamente peligroso que es eso?

Me doblé los dedos con más fuerza.

—No quiero que le robes a él, Moe —repliqué—. Quiero que busques en las oficinas de los guardias, en la habitación de Zora o, en último caso, en la habitación de Nate. Pero no sobre él, no te pediría algo tan arriesgado.

—Ya me estás pidiendo algo arriesgado —refutó.

Me relamí los labios.

—Mira, sólo necesito que busques en las habitaciones —respondí—. Si no están allí, es porque Zora tiene razón y Nate las lleva consigo para todas partes. En ese caso, yo me encargaré de arrebatárselas. Tú te encargarás de otro asunto.

Moe entornó los ojos.

—¿Qué asuntó?

Extendí mi brazo y señalé la baba que goteaba de las paredes.

—Esa cosa me está robando la energía y la vitalidad, Moe —expuse—. Si esto sigue así, cuando salga de la celda no podré imitar la habilidad de Nate para ponernos a salvo. Estaré demasiado enfermiza.

—¿Entonces...?

—Necesito que convenzas a Agustín para que se una a nosotros —declaré—. Yo vi sus ojos, y sé que no quiere estar aquí. Si lo convences, nos ayudará.

—¿Y por qué lo querríamos en nuestro equipo? Es un humano.

—Él tiene acceso al laboratorio. En el laboratorio están las inyecciones que contienen el poder de Nate. Si conseguimos una de esas inyecciones, entonces podremos salir de aquí.

Moe me miró como si me hubiese convertido en una gallina con escudo y espada.

—¿Cuánto tiempo llevas planeando esto?

—He pensado en muchas cosas, Moe —dije—. Pero lo demás te lo explicaré la próxima vez que vengas a visitarme. Por ahora concéntrate en verificar la ubicación de las llaves y en convencer a Agustín de unirse a nosotros.

—¿Y qué harás si Nate tiene las llaves? —interrogó—. ¿Cómo se las quitarás? Estás encerrada en esta celda. No tienes ningún poder, my lady.

—Pensaré en algo, Moe —le aseguré—. Si hay algo bueno en este lugar, es que tienes mucho tiempo para pensar. Algo se me ocurrirá.

Moe se arrodilló en el empedrado y me apreció con aflicción. Sus ojos centelleaban en la nebulosidad de la prisión. Era un destello de lamento y pesadumbre. Cerró su mano izquierda en una barra, y se llevó la otra al corazón.

My lady, no pongas tu vida en peligro —clamó—. Eres nuestra princesa, y te necesitamos.

Me quedé atónita.

—Moe, no moriré. Te lo prometo. —Sonreí—. Nos sacaré de aquí.

—Te creo, por eso lucharé —declaró—. Y, si tengo que dar mi vida por ti, la daré.

Moe extendió el brazo por el hueco de la reja para alcanzar mi mano. En cuando nuestros dedos hicieron contacto, él sonrió. Una sonrisa sincera, noble, leal. Mi piel se erizó ante aquella caricia.

—Lo haremos, my lady —dijo—. Vamos a salir de aquí. 

*****

¡Muchísimas gracias por leer!

¿Qué crees que hará Celeste para obtener las llaves? ¡Te leo!

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