Capítulo 9


Cargando en la mochila con las cartas a Celestina respondidas con consejos, tanto para acercar a dos personas como para animar a ir por caminos distintos al acabarse el amor o no ser correspondido, emprendo la marcha hacia el instituto acompañada de mi mejor amigo.

Nate tiene mala cara.

—He estado toda la noche vomitando.

—¿Cómo llegaste a casa?

—Declan me acompañó y no se fue hasta asegurarse de que estaba bien. La verdad es que se ha portado genial conmigo—dice mientras bosteza y se palpa la cabeza—. ¿Qué hay de ti? Te perdí la pista ayer en pleno revuelo con los mamporros que se estaban dando en el bar. ¿Cómo volviste?

—Tuve que salir por patas subida en la moto de Sam.

—¿Te fuiste con Sam? ¿Y Gillian?

—No lo sé. Él insistió en que me fuese con su hermano para evitar verme en un marrón de los buenos y simplemente lo hice.

Nate tiene una ceja enarcada y me mira sin pestañear.

—Pero ¿Cómo acabó la noche con Sam?

—Tuvo que esconderse en mi casa un rato y después se fue.

—¿Pudiste sacarle el por qué le pegó a aquel tío?

—No soltó prenda. Solo sé que tiene que ver con una chica de su pasado. Pero pienso llegar al fondo del asunto.

—Inspectora Gadget en acción.

Sonrío y muevo mis manos de lado a lado.

La entrada al instituto está atestada. El tumulto de estudiantes se expande desde las afueras hasta los pasillos. Consigo abrirme paso entre la multitud y llegar hasta el muro de Celestina, donde hay nuevas cartas, siendo una de ellas la más llamativa por estar escrita con letras grandes y negras.

Miro el mensaje escrito con el corazón en un puño.

Carta 5

Deja de remover el pasado. Olvídalo. O tendrás serios problemas si decides seguir indagando.

Anónimo.

Es una advertencia.

—Hay que tener muy poca vergüenza para hacer eso—dice una voz desconocida de una chica a mis espaldas—. Celestina se ha pasado esta vez.

—¿A qué viene esa nota?

—Solo di respuesta a una carta que encontré de hace algún tiempo.

—Es un aviso para que te alejes, Celest—dice Nate con el ceño fruncido y algunas arruguillas formándose en su frente. Sus ojos marrones denotan miedo cada vez que se depositan en el papel—. Has entrado en terreno pantanoso. No sé quién será la persona a la que has respondido y tampoco qué relación tiene con este anónimo, pero hay un trasfondo muy oscuro.

Trago saliva y miro el resto de las cartas. No hay nada raro en ellas.

—Tengo que saber quién es Cathy.

—¿Cómo lo averiguarás?

—Miraré en los anuarios. Allí debe haber algún dato importante.

—Necesitarás camuflarte de nuevo.

Nate me hace una seña para que vayamos a por el disfraz que elegimos para mí para enmascarar mi aspecto. Debemos colarnos en el despacho del director y será mejor que lo haga sin mostrar mi verdadera identidad, así nadie podrá sospechar de mí. Mientras Nate vigila en la puerta, me cambio de ropa, dejando la mía oculta.

El timbre suena y los alumnos van a clase, así que el pasillo queda despejado. Salgo y voy hacia el muro de Celestina, donde ha aparecido una nueva carta con el mensaje compuesto gracias a pequeños recortes de letras de textos de revistas. Me acerco a ella y le echo un vistazo.

Carta 6

No sé por qué estoy escribiendo esto aquí si se supone que como Celestina unes a las personas para que tengan un final feliz. Yo no tengo a nadie a quién recuperar porque esa persona nunca me ha pertenecido. Pero estoy atada a ella de por vida y, aunque no me disgusta la idea, no es cómo quería que fuese.

Celestina, estoy embarazada. No sé qué hacer. ¿Podrías darme uno de tus consejos para saber qué debería hacer?

Guardo la nueva carta y las anteriores en la mochila.

Busco el despacho del director y pongo la oreja en la puerta para cerciorarme de que no hay nadie en su interior. Llamo igualmente y asomo la cabeza al no obtener respuesta. Efectivamente, no hay nadie. Pongo un pie dentro y echo la vista atrás para comprobar si mi mejor amigo está montando guardia en el pasillo.

Me enseña sus dedos pulgares ascendentes.

Cierro a mis espaldas. Busco en cada armario, abriendo y cerrando puertas, sin encontrar nada que pueda ayudarme. Sigo con la búsqueda. Centro mi pesquisa en unos archivadores y muevo los gruesos y pesados libros con ayuda de mis manos, fijándome en el año que tienen en el lomo.

1986 en letras doradas aparece en un tomo rojo. Lo extraigo del montón y lo abro de par en par en la mesa del director. Paso las páginas con cuidado de no dañarlas. Fotografías de alumnos se suceden, conformando clases, y no me suena ninguna cara. Así que miro en los nombres y me llama la atención uno de ellos: Sam Crawford.

Está más cambiado. El pelo un poco más corto, la cara despejada y un piercing en el labio inferior.

Un poco más abajo una cara desconocida acompañada de un nombre familiar: Cathy Müller. Una chica de cabello moreno y largo, ojos color miel y piel pálida, con una estupenda sonrisa que derrocha bondad y amabilidad.

Su apellido retumba en mi cabeza. La conversación mantenida con Silma en el bar acude a mi cabeza y no puedo dejar pasar sus ojos llorosos.

Un poco más allá de su foto aparece un chico que me resulta familiar. Tiene una cresta en color verde que mantiene oculto su color verdadero de cabello. Tiene cara de pocos amigos. No sonríe, simplemente sale serio y sin muchas ganas de posar. Es el chico de la guitarra hace dos años.

Cierro el tomo y lo guardo en su sitio al escuchar voces en el pasillo. Pongo las cosas tal y como estaban antes de que irrumpiera para romper esa armonía. Abro ligeramente la puerta y asomo mi cabeza. Nate está entreteniendo a un profesor con una duda acerca de educación física, llevándole en la dirección contraria.

Es una señal para que me escabulla. Salgo, cierro a mis espaldas y echo a correr por el otro lado del pasillo. Miro atrás y nadie está al tanto de mis movimientos y eso me tranquiliza. Sin embargo, al pasar junto a una esquina, una mano se aferra a mi antebrazo como si fuese el cuerpo de una serpiente cascabel y tira de mí.

No me da tiempo a poder ver de quién se trata, solo sé que pone su mano en mi boca y con una mano envuelve mi cintura.

—¿Quién eres? ¿Qué buscas conseguir?

Forcejeo al intentar zafarme de su agarre y salir corriendo. Piso con fuerza su pie y eso me da ventaja porque me suelta. Hago por escabullirme cuando nuevamente me agarra, esta vez por la muñeca y, con un ágil y rápido movimiento, me desprende de la máscara y el gorro que llevo puesto, dejando mi identidad al descubierto.

Alzo la mirada tras girarme hacia el desconocido y mis mejillas se encienden, mis ojos se agrandan más y más, y la vena de mi cuello bombea con más fuerza la sangre a causa del aumento de mi frecuencia cardíaca. No soy capaz de respirar. Es como si me hubiera echado algo muy pesado en el pecho.

—Celest.

Bajo la cabeza, avergonzada.

—¿Celestina eres tú?

—Creía que pasabas de venir al instituto.

—He cambiado de idea.

—Suerte con el curso.

Hago por irme, pero me frena.

—No vas a irte de aquí hasta que me digas por qué estás jugando a este absurdo juego de ser Celestina.

—No tengo por qué darte explicaciones.

—Yo creo que sí. Eres suspicaz. Sé que has sabido atar cabos y que has averiguado quién es la chica de la carta a la que respondiste.

—Y también empiezo a sospechar quién se oculta tras anónimo.

Sam da un paso hacia el frente hasta quedar junto a mí, intimidándome, pues me saca cerca de dos cabezas. Puedo sentir su respiración en mi frente. Cálida y enfurecida. Y sus músculos tensarse bajo su camiseta de color roja.

—Deja de jugar a los detectives.

—¿Es una amenaza?

—Por ahora, tan solo un consejo.

Pongo la mano en su pecho para echarle hacia atrás, arrebato de su mano mi máscara y mi sombrero y le esquivo, dándole un golpecito en el hombro al pasar. Voy al cuarto de baño después de hacerme con mi ropa anterior y me cambio allí, guardando mi disfraz.

Tomo asiento en la taza del váter y cojo un poco de papel para secarme las lágrimas que están liberando mis ojos por la impotencia. Si sigo adelante corro el riesgo de buscarme un problema con Sam, pero necesito saber la verdad para entender a los demás, a él y sobre todo qué debo hacer a partir de ahora.

Abro la papelera para tirar el papel y encuentro en el interior una prueba de embarazo positiva semi envuelta.

Busco en mi mochila la carta de la chica que ha confesado estar embarazada y escribo una respuesta para ella, aconsejándole hablar con el padre del bebé para que esté al tanto de la situación y ambos puedan afrontar mejor el desafío que tienen por delante de la forma que ellos acuerden.

También respondo las demás cartas,

Antes de volver a clase me aseguro de que no hay nadie en los alrededores para dejar la carta adherida a la pared junto al resto de respuestas. Vuelvo a clase. El profesor de educación física está informando acerca de una serie de pruebas físicas que tendremos que hacer a continuación para medir nuestras capacidades.

Tomo asiento junto a Nate.

El profesor anota mi asistencia y sigue dibujando en la pizarra. Pocos minutos más tarde alguien llama a la puerta y la clase, expectante, mira hacia allí y recibe con un silencio sepulcral al chico de cabello dorado, ojos verdes y mejilla izquierda cubierta por mechones rebeldes de su pelo, cargando con una mochila en un solo hombro y un bolígrafo entre sus dedos.

—Dichosos sean los ojos—dice el profesor al ver al alumno—. Sam Crawford nos honra con su presencia.

—No se acostumbre, señor Collins.

—No sé qué te ha traído a volver de nuevo a clase, pero me alegro de tu regreso. Por aquí ya echábamos de menos tus gamberradas.

—Alguien tiene que hacer menos aburridas las clases.

Miro a Sam, que está sentado en la última fila de la clase, en la mesa más alejada, haciendo rodar el bolígrafo sobre su dedo pulgar. Sus ojos realizar un escrutinio detenido y prolongado de mi cara y, como si fuesen pequeños alfileres que hieren mi piel, provocan el enrojecimiento de mis mejillas.

Decido no darle más protagonismo y devuelvo mi atención al frente. Silma está igual de asombrada que todos por la repentina aparición de Sam en clase y parece estar pensativa, como si algo rondara por su cabeza. Se gira hacia nosotros y juguetea con el estuche azul de Nate.

—Ayer estaba partiéndole la cara a uno y hoy está en el instituto. Puede engañaros a todos, pero a mí no. Le conozco lo suficientemente bien como para saber que va tras algo.

—Como mínimo, tras unas manos nuevas o unos guantes de boxeo.

—¿Qué crees que persigue? —le pregunto.

—Desenmascarar a Celestina.

Nate, que está bebiendo algo, lo escupe sobre la mesa y el profesor pone mala cara. Este se disculpa y se apresura a arreglar el estropicio con pañuelitos.

—¿Por la respuesta a la carta de Cathy?

—Ha sido una jugarreta de mal gusto.

—Quizás no lo hiciera con mala intención. Tal vez hablase desde el desconocimiento.

—Sea como sea, su carta ha abierto las heridas de más de un corazón. —La chica se gira hacia adelante, coge su libreta y me la tiende—. ¿Puedes decirme qué pone en la pizarra para ponerlo en este hueco? Con el reflejo de la ventana no lo veo.

—Claro.

Miro la pizarra y luego le doy la respuesta. Ella coge un bolígrafo de tinta rosa y lo anota donde corresponde, cuidando su letra y con los ojos fijos en la libreta. Dejo de prestar atención a su cabello moreno y sus ojos color miel, para observar su letra. A mi cabeza acuden unos fashes que no invoco, pero que irrumpen en mi mente como truenos.

Puedo ver la letra de la primera carta que leí con nitidez superpuesta sobre la caligrafía de las palabras que tiene escritas en la libreta y que se acoplan a la perfección. Escribe las "a" redonda y con colita, las "i" con un pequeño corazón sobre ellas y la "m" del revés.

Pestañeo un par de veces para volver a la realidad y contemplo su cara. Esboza una sonrisa de agradecimiento por haberle ayudado y, antes de volverse hacia adelante, lanza una mirada al chico del final de la clase, con la esperanza de que le sea devuelta. Con aire de tristeza, se gira y deja caer el peso de su cabeza en su mano cerrada en puño.

—Muy bien. Teoría acabada. Pasemos a la práctica.

Da un par de palmadas y todos nos ponemos en pie a nuestro ritmo. Vamos saliendo de clase siguiendo un orden y encaminando nuestros pasos hacia el gimnasio. Nate aprieta el paso para situarse a mi altura cuando antes y me lanza una mirada envenenada por haberle hecho darse tanta prisa con la resaca que lleva encima.

—Sé quién escribió la primera carta.

—¿Quién?

—Silma. Hoy he visto su letra en el cuaderno y coincide.

—¿Cómo vas a ayudarla? No es cosa de un solo día.

—No puedo actuar detrás de un disfraz. Nunca me ganaré su confianza así. Tengo que hacerlo a cara descubierta.

—¿El chico al que se refería en la carta es Sam? —Asiento un par de veces y suelto un suspiro de fastidio—. Vas a necesitar armarte de mucha paciencia para tragar a ese capullo.

—Creo que podré con él—respondo confiada y lanzando una mirada al chico de cabello dorado que está bebiendo agua del grifo del cuarto de baño de chicos, el cual no tiene puerta, sino tan solo el marco. Sam mira hacia nosotros y sale, pasándose la mano por la boca para secarla—. Además, podré saber más acerca del secreto que se esfuerza en mantener oculto Sam.

—Ve a por todas.

Me guiña un ojo y va hacia una colchoneta para acostarse boca arriba. Inmovilizo sus pies con mis rodillas y agarro sus piernas para mantenerlas juntas mientras él da lo mejor de sí mismo, con los brazos en "X" sobre su pecho para realizar abdominales completas. Le apremio con la mirada.

—No me des tanta caña. Soy un blandengue.

—Eso será hoy porque ayer te bebías hasta el agua de los floreros.

—No me lo recuerdes. Creo que vomitaré si vuelvo a escuchar la palabra ginebra.

—Ginebra. —Él palidece y aguanta una arcada—. Ginebra, ginebra.

—Te odio.

Se pone en pie y va al cuarto de baño corriendo. Me dejo caer sobre la colchoneta y hago tiempo hasta que mi mejor amigo vuelva cuando aparece un chico y sujeta mis piernas con firmeza, levantándola, juntándolas y agarrándolas con sus manos. Ese gesto hace que mi estómago se haga pequeño.

Su mirada es ligeramente dura y fría.

—He visto que has vuelto a contestar cartas, sin intención de dejar este juego. —Hago una abdominal y el sudor resbala por mi frente y cae por mis párpados. Hiperventilo por la combinación entre el deporte y los nervios de estar siendo sometida a una especie de interrogatorio—. Creo haber sido bastante claro contigo. ¿Qué parte no has entendido?

—¿Qué parte no has entendido tú de que las cosas no se hacen como tú quieres?

—Intentaba evitar una guerra, pero veo que tú la estás buscando. Te la serviré en bandeja. A partir de este momento puedes considerarme tu enemigo. Suerte intentando sacar algún tipo de provecho.

—La necesitarás tú si quieres frenarme los pies.

Me incorporo y él también lo hace. Cada uno va en una dirección distinta. El siguiente juego consiste en saltar el potro y hacer una voltereta en una colchoneta. Todos los alumnos van superando las pruebas sin problemas y, cuando me toca a mí saltar, siento un nudo en el estómago.

Mis kilos de más hacen que sienta verdadero terror. Sé que debo hacerlo. Así que trato de mantener la mente despejada y armarme de la fuerza y destreza necesaria para coger carrerilla, colocar mis manos en el potro, abrir mis piernas y saltar el obstáculo. Los músculos de los brazos se me agarrotan cuando estoy saltando y pierdo el equilibrio.

Sam, que está al otro lado, ve el peligro y adelante una pierna, abriendo sus brazos, y me atrapa entre ellos. Caemos al suelo y rodamos unos segundos antes de quedar inmóvil arriba de mi salvador, con mi cabello enturbiando su rostro y mis labios a ras de los suyos y a una respiración de tocarse.

Tiene sus manos alrededor de mi cuerpo. Va liberándome poco a poco, ejerciendo cada vez menos presión sobre mi piel, y alza una de sus manos para recoger mis mechones sueltos.

Miro sus ojos verdes que están ablandados y perdidos en mi rostro. Sacudo la cabeza y pongo de mi parte para apartarme cuanto antes. Él también se incorpora poco después y recupera la compostura perdida, adoptando nuevamente su apariencia pétrea. El profesor nos indica que salgamos a correr.

Caliento ligeramente antes de poner en funcionamiento mis piernas. Silma está a mi lado atándose los cordones de sus zapatos. Nate mueve sus brazos de delante hacia atrás y hace lo mismo con el cuello. Sam Crawford hace una de sus gamberradas, atándole los cordones a un chico por detrás de sus tobillos para que, cuando empiece a correr, caiga de boca al suelo.

Emprendo una marcha suave, cuyo ritmo voy aumentando lentamente. Silma se ajusta la gomilla de su cola de caballo con las manos y me mira.

—He visto que has podido hablar con Sam.

—Sí. Y, con respecto a eso, me ha dicho que le encantaría que te pasases por su casa para echar la tarde en la piscina como en los viejos tiempos.

—Tienes que estar de coña.

—Me ha dicho eso.

—Es un poco raro. Hasta ayer no quería saber nada de mí y hoy quiere que vaya a su casa a darme un chapuzón.

—Bueno, tú misma has admitido que algo ha cambiado a raíz de haber vuelto de nuevo al instituto.

—Tienes razón. No tengo muchas expectativas, pero supongo que no pierdo nada por ir a ver qué se cuece.

Sonrío y le enseño el dedo pulgar.

Aprieto la marcha, mirando hacia atrás, reparando en la cara algo más animada de la chica que dejo a mis espaldas. Consigo llegar, no sin trabajo, sudor, alguna lágrima, cara enrojecida y algún que otro calambre, a la altura del chico de cabello dorado. Él, al verme aparecer, rueda sus ojos.

—Hoy iré a ver a Gillian y he invitado a Silma a venir conmigo. Espero que sepas comportarte con ella.

—Estaré en mi habitación.

—No lo estarás, porque le he dicho que tú la has invitado.

—Ya veo. Has lanzado el primer ataque. Muy bien. Pienso cobrármelo.

—Lo esperaré. Mientras estaré muy tranquila.

—Pues yo no lo estaría tanto.

—A las cuatro. Ah, y sonríe.

Sigue corriendo, pero yo ya no me esfuerzo más. Estoy tan exhausta y respiro tan mal que siento que todo a mi alrededor se mueve, los colores se mezclan y van perdiendo vivacidad a la misma vez que todo mi cuerpo fatigado continúa con calambres que me tiran hacia el suelo. Todo se nubla, caigo inevitablemente y siento un ligero golpe en la cabeza antes de perder el conocimiento.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top