Capítulo 4


Dejo el coche en la cochera y entro por la puerta principal de casa. Pongo un pie dentro y espero algún tipo de reprimenda que no llega.

—¿Hola? —Nadie responde a mi saludo. Estoy sola y, como no sé por cuánto tiempo, decido darme bastante prisa. Voy a por trapos y a por un secador para dejar el coche tal y como estaba antes subirme a este empapada de pies a cabeza.

Pulo incluso los cristales a sabiendas de que no han resultado salpicados. Seco el volante con ayuda de un paño y repito la misma acción con la palanca de cambios. Con un secador conectado a una regleta voy secando mi asiento y la alfombrilla hasta que no queda una sola gota.

Deslizo el dorso de mi mano por la frente y suelto un suspiro tras acabar. Cierro el coche, dejo las llaves en el cuenco y subo a mi dormitorio para elegir lo que voy a ponerme para la fiesta y darme una merecida ducha para quitarme de encima el olor a cloro de la piscina. En el armario encuentro una camiseta de tirantes negra y una falda de volantes del mismo tono, pero con lunares blancos.

Dejo la ropa dispuesta sobre la cama y voy al baño para darme una ducha.

Maniobro con el grifo hasta que el agua está a la temperatura que deseo y dejo que esta recorra todo mi cuerpo, comenzando desde mi coronilla, deslizándose por mi frente, sorteando mis labios, saltando en mi barbilla, dibujando lágrimas en mi espalda y clavícula, chapoteando junto a mis pies.

Sonrío al recordar cómo Gillian sostuvo mi cara entre sus manos. Empleó tanta delicadeza y cariño que es difícil de olvidar. Nunca un chico había sido tan cercano conmigo. Nadie me había mirado de la forma en la que él lo hizo y tampoco preocupado tan seriamente por mi bienestar.

Enrollo una toalla en mi cuerpo tras asearme y dejo que mi cabello suelte algunas gotas sobre mi espalda. Salgo del servicio y me siento en la cama, cojo un pequeño espejo de mano y admiro mi rostro. Hoy haré la excepción de maquillarme un poco. Así que tendré que echar mano de los productos de mamá.

Busco todo lo que necesitaré en el cuarto de mis padres y luego me visto con la ropa elegida, seco mi cabello, lo aliso ligeramente y me maquillo muy natural, resaltando mis labios en un color rojo pasión.

Antes de que vuelvan papá y mamá me marcho, dejando una nota en el frigorífico donde anuncio que voy a quedar con Nate y que dormiré en su casa. Tomo de nuevo el coche para ir a por mi mejor amigo y, de ahí, al fiestón de esta noche. Silma le dio la dirección a Nate en un pequeño trozo de papel.

El hijo de los Fisher vive al final de mi calle. Su casa es como la mía, pequeña y acogedora, nada del otro mundo. Su verdadera esencia radica en las personas que la habitan, todas con un enorme corazón, amables y siempre dispuestas a recibirte con los brazos abiertos, como a alguien más de la familia.

Nate está esperándome en la acera. Al ver aparecer el coche de mi padre abre tanto la boca que temo que su mandíbula se desencaje. Corre a acercarse al automóvil. Le saludo con la mano y espero a que se acomode en el asiento para dar las explicaciones pertinentes.

—¿Tus padres te han dejado el coche? —Río con ganas y él se da cuenta de lo que está pasando realmente—. Ya veo. Lo has cogido sin que ellos lo sepan.

—Lo he tomado prestado.

—Así que este era tu atajo.

—He llegado justo a tiempo.

—¿Qué tal te ha ido con el trabajo de esta tarde?

—Ha sido horrible.

Él se gira hacia mí para darme toda su atención. Me incorporo a la carretera y eso hace que no le pueda contar las nuevas mirándole directamente a los ojos.

—¿Recuerdas al chico que se dio a la fuga en plena cita?

—Sí. El amigo que Xavier. A quien, por cierto, ya le recriminado lo maleducado que ha sido su amigote.

—Yendo a la casa en cuestión vi a un chico haciendo autostop. Decidí ayudarle llevándole a donde desease. —Humedezco mi labio inferior y le miro de soslayo—. ¿Sabes quién era el pasajero?

—¿Quién?

—El amigo de Xavier.

—¿Tu cita?

Asiento y miro hacia el frente.

—No me lo puedo creer.

—Imagínate como me quedé yo al verle. Figúrame llevando en el coche, en el más completo silencio, al chico que se fue de la cita sin explicación.

—¿Te dijo algo antes de bajarse?

—Quiso que le dejase antes de llegar a su destino. Iba a darme dinero, pero le dije que yo le invitaba a esta.

—¡Toma ya! —Hace un gesto triunfal con el brazo—. Chúpate esa, idiota. Estoy orgulloso de ti. Estoy seguro de que heriste su ego.

Sonrío y muerdo mi labio inferior.

—¿Sabes qué más ocurrió? La casa que me tocó limpiar resultó ser el lugar de residencia de Sam. Hasta ahí demasiado terrible. Parecía que la situación no podía empeorar, pero sí lo hizo. Tiene un hermano gemelo. O sea, hay dos personas iguales en este mundo que me recuerdan a aquella desastrosa noche.

—¿Cuántas probabilidades hay de que todo eso suceda?

—Estoy segura de que menos del 1%.

—Pues tienes muy mala suerte, porque te ha tocado ese 1%.

Enarco mis cejas y suspiro. Miro a Nate, está fijándose en los carteles para indicarme cómo llegar hasta el lugar donde va a darse un fiestón esta noche. Va dándome las indicaciones con las manos y con ayuda de su voz.

—¿Y cómo es su hermano?

—Se llama Gillian y es encantador.

—Quizás debas plantearte hacer un cambio de hermano. Xavier se equivocó de gemelo.

—No sé cómo hubiera sido de haber ido Gillian. No quiero preocuparme de eso ahora. Lo importante es lo que está sucediendo.

Aparco el coche detrás de un vehículo y bajo a la misma vez que Nate. Al tenerle a mi lado puedo apreciar la ropa que ha elegido para esta noche: una camisa lisa con un pantalón de cuadros rojo y blanco. Se ha engominado un poco el pelo hacia arriba, dejándose un tupé.

—Esta fiesta va a ser la caña. ¿Te has fijado en la cantidad de coches que hay aparcados fuera?

Es cierto. Hay muchos vehículos aparcados en la urbanización. Los conductores y sus pasajeros pasean sus mejores estilismos de camino a la casa.

—Es justo allí.

—Un momento. —Miro a mi alrededor, escaneando cada detalle de la zona, y un recuerdo viene a mi cabeza como un relámpago. Agarro a Nate por los hombros—. He estado aquí antes. Concretamente, esta misma tarde. Es la casa de Gillian y Sam.

—¿Casa? Querrás decir casoplón—dice, con los ojos desorbitados—. Mira por dónde, podré ver personalmente a ese tal Sam y decirle cuatro cosas.

Estoy a punto de dar marcha atrás cuando alguien nos pasa sus brazos por encima y nos arrastra hacia el interior de la casa.

—¿Qué hacíais ahí fuera? —saluda Silma. Lleva un vestido de flores ceñido y muy colorido, de mangas largas, junto a unas botas altas blancas y una diadema que hace juego con el diseño de su prenda—. Vais a perderos el fiestón.

Hay gente por toda la casa, aunque la mayoría se concentra en el jardín. Han contratado a unos camareros que se encargan de servir bebidas a los invitados y a unos bármanes que han puesto una barra improvisada en la zona de la piscina. Todo el mundo está bebiendo algo, charlando animadamente y marcándose algún que otro paso de baile al son de la música que suena de la radio. Silma nos lleva hacia la barra y pide algo que después nos entrega.

—Bebed algo.

Le doy un sorbo a mi copa y contraigo la cara. Está demasiado fuerte. Así que decido ir poco a poco.

—¿Quién es tu amigo, Silma?

—Dudo que vayamos a verle. Él rara vez sale de su habitación. Esta fiesta es una forma que tiene su hermano de hacerle romper con la rutina y ayudarle a relacionarse con los demás.

—¿No será, por casualidad, Sam?

Ella mira a Nate con asombro.

—Sí. Así se llama. ¿Lo conoces?

—Lo suficiente para afirmar que tu amigo es un idiota maleducado.

—En eso no te quito razón. —Se pone de puntillas y mira por encima de las oleadas de cabezas para localizar a alguien. Sonríe al encontrarle y nos agarra de las manos—. Venid conmigo. Voy a presentaros al anfitrión.

Miro aterrada a Nate y este encoge sus hombros.

Junto a la piscina, rodeado de un grupo de gente, charla alegremente un chico con camisa de cuadros verdes y pantalón vaquero negro. Tiene una copa en la mano. Silma le cubre los ojos con las manos y él pone sus dedos sobre los de ella.

—Adivina quién soy.

—Silma.

—Qué bien me conoces. Mira, no vengo sola. Hay dos personas que me caen muy bien y que me gustaría presentarte. —Gillian se gira hacia nosotros y sigue el dedo índice de la chica morena, que le sirve como puntero para señalar—. Él es Nate.

—Hola, ¿qué tal?

—Encantado.

—Y ella es Celest.

Me apunta con su dedo y baja el brazo poco después. Los ojos verdes de Gillian se iluminan al encontrar mi cara y una sonrisa se extiende por sus labios. Mis mejillas empiezan a sonrojarse y no puedo evitar apartar un poco la mirada.

—Un placer conocerte, Celest.

Tengo demasiado calor y me abanico con la mano.

—¿Os conocías ya?

—Todavía no, pero la oportunidad de hacerlo parece haberme caído del cielo—dice él haciendo alusión a nuestro primer encuentro. No puedo evitar soltar una risita al recordarlo.

—¿Podemos hablar un momento?

Él asiente y se aleja un poco conmigo.

—Quiero disculparme por haber tirado, accidentalmente, las cenizas.

—¿Quieres saber un secreto? —Me inclino hacia adelante con una sonrisita—. Era arena. Hace años que yo protagonicé un incidente muy parecido. No quise decir nada y me encargué de ponerle remedio.

—No sabes cuánto me alegra oír eso. Creía que vuestra tía abuela Messy iba a perseguirme por el resto de mis días por haber arrojado sus cenizas.

—En caso de perseguirte, no hubiese sido por eso, sino en el vano intento de pedirte que no permitas que este chico vuelva a dejarte ir sin saber dónde encontrarte—murmura, señalándose a sí mismo.

—¿Quieres volver a verme?

Ladea la cabeza y se acaricia la nuca.

—No quiero sonar ansioso, pero tengo ganas de verte desde que te fuiste esta tarde.

—Estás de suerte. He ido a parar aquí.

—¿Sabes? Creo que te he visto antes en algún sitio.

—En el instituto Marino.

—Creo haberme fijado en ti cuando estabas mirando el que se ha convertido en el muro de Celestina.

Carraspeo y sonrío.

—Yo creo haberte visto jugando fuera con una pelota.

—Estamos en racha esta temporada. Hay que seguir entrenando en las horas muertas.

—Mañana tendrás que entrenar el doble—añado riendo, fijando mis ojos en la copa que tiene en la mano.

—Sí, pero lo haré más feliz. Sabes, incluso puede que sea buena idea empezar desde este preciso momento a quemar calorías. —Se aleja un poco de mí y empieza a marcarse un baile divertido con los brazos y las piernas, sin importarle hacer el ridículo delante de tanta gente. Río a carcajadas por su forma de moverse y eso le anima a seguir. Aunque llega un momento en el que me tiende la mano—. ¿Quieres bailar conmigo?

Y a su sonrisa no puedo negarme.

Le doy un gran buche a mi copa y cojo su mano.

Me hace girar una sola vez y después empezamos a hacer los típicos bailes ochenteros, sacudiendo nuestros hombros hacia adelante, dando saltos de atrás hacia adelante, girando nuestras muñecas como si estuviéramos sosteniendo una cuerda por encima de nuestras cabezas a la par que seguimos el movimiento con las caderas.

Él me sigue el ritmo yendo hacia la derecha, imitando mis pasos, y luego yo hago lo mismo con él, pero en el sentido contrario. La multitud, entusiasmada, se une a este baile que hemos comenzado y la fiesta se va animando mucho más. Río a carcajadas cuando el chico une su brazo con el mío y damos vueltas sin cesar, con las caras cerca.

Para cuando acaba la canción, su rostro y el mío están muy próximos. Puedo sentir su aliento con olor a Jack Daniels impactando contra mis labios, cálido y con fuerza. Miro sus ojos verdes que están escrutando mi boca entreabierta y siento un pinchazo en el estómago.

Va a besarme. Yo estoy dispuesta a concederle el beso, pero termino estropeando el momento al desprenderse el tacón de mi zapato y caer a la piscina.

El vestido se pega a mi cuerpo y mi pelo liso luce ahora desaliñado. Mi maquillaje se ha emborronado un poco. Gillian, consciente de lo que ha ocurrido, se ofrece rápidamente a tenderme su ayuda para salir del agua. Hago por agarrar la mano que me tiende, cuando, mi lado malicioso gana la victoria y logro tirarle a la piscina de un tirón.

Gillian se zambulle de lleno y se pierde en las profundidades por unos segundos. Asciende poco después, sacude su cabeza y su pelo libera gotas de agua en todas direcciones. Con ayuda de una mano se recoge su cabellera dorada hacia atrás y pasa el dorso de su mano por sus labios húmedos.

—Admito que eso no me lo esperaba.

—Soy Celest Saywell, una completa caja de sorpresas.

—Me gustan las sorpresas.

—Pues espero que también te guste tragar agua. —Le envío una ola y esta impacta de lleno en su rostro. Él se limita a reír con ganas. Me devuelve la oleada e intento escapar nadando.

—Ven aquí, pececillo.

Nada detrás de mí y atrapa uno de mis pies. Hago por zafarme, pero me entra la risa y mi cuerpo afloja. El depredador atrapa a su presa entre sus garras. Se asegura de que estoy bien agarrada antes de girar, conmigo en brazos como una princesa, en el agua y hundirse hacia el fondo de la piscina.

Las luces de colores atraviesan el agua e iluminan nuestros cuerpos y las burbujas aparecen a nuestro alrededor y dificultan que el cruce de miradas sea nítido. Él sonríe bajo el agua y me libera, quedándonos cogidos de las manos. Juntos nos impulsamos en el suelo para ascender.

Vamos hacia el bordillo, donde un camarero nos sirve unos chupitos de tequila con los que brindamos antes de beberlo, sin apartar la mirada.

—Por las sorpresas que, doy por sentado, vas a traer a mi vida, Celest Saywell.

Levanto mi chupito con la mano que tengo libre, pues mi brazo opuesto está en ángulo recto sobre el bordillo. Las luces iluminan las gotas de agua que viven en la cara del chico de cabello dorado y tiernos ojos verdes que se arrugan de felicidad cuando me ven. Une su chupito con el mío y lo bebemos a la vez.

Frunzo la cara y sacudo la cabeza. Una fuerte quemazón me recorre toda la garganta, arrasa con mi esófago y cae en mi estómago resentido, revolviéndolo un poco.

—Tus lupas vuelven a estar mojadas.

—Son una verdadera pesadilla. Estaría mejor sin ellas.

—Con o sin ellas, estás preciosa.

—Creo que ese último chupito de tequila no te ha sentado bien.

—Nunca me he sentido tan seguro de algo como ahora. Y creo que, en un mundo sin mucho sentido, decir la verdad da coherencia, y esta es una certeza que no podía guardarme solo para mí.

Sonrío, hundo su cabeza en el agua y nado hacia los escalones.

—¿Planeando la huida?

—Tendrás que esperar para la próxima sorpresa que tenga preparada para ti.

—Estaré deseando que me sorprendas.

Me mira desde el interior de la piscina con los ojos iluminados y el agua chapoteando en su cara a causa del movimiento que las personas que están tirándose al agua están despertando con sus saltos en bomba.

Voy hacia la barra donde está Nate con la copa que le dio Silma todavía entera. Hay un chico detrás ejerciendo de barman que prepara unos cócteles con gran maestría, picando el hielo en pequeños trocitos y sacudiendo enérgicamente el vaso mezclador entre sus manos. Sus brazos musculados resaltan más allá de las mangas cortas de su camiseta negra.

Nate le mira anonadado.

—Perdona, ¿no tendrás algo más suave para beber?

—Puedo servirte un cóctel.

—¿Qué cóctel me recomendarías?

—Un sex on the beach. ¿Qué te parece?

Mi mejor amigo se sonroja un poco.

—A mí me parece muy bien. No sé si a ti te parecerá tan bien como a mí.

El barman enarca una ceja, sin entender muy bien a mi amigo, y le muestra el dedo para pedirle que le dé un segundo.

—Creo que estaba ligando conmigo.

Nate tiene los ojos puestos sobre el chico de cabello moreno, con flequillo y reflejos azules que va hacia un grupo de chicas que bailan animadamente junto a la piscina. Hace entrega de unos cócteles que ha preparado y la única mujer de cabello rubio que hay en el grupo le da un beso en los labios que él recibe con los brazos abiertos.

—En mi imaginación.

—No te desanimes. Conocerás a alguien.

—Lo sé. Soy un partidazo. Alguien acabará cayendo en mis redes—dice con una sonrisa y le da un sorbo a su cubata anterior. Le entra una arcada y traga saliva para aliviar la sensación desagradable de su garganta—. ¿Y tú qué te cuentas? Te he visto muy acaramelada con Gillian en la piscina.

—Nos caemos bien.

—¿Es mi imaginación o es el principio de algo?

Encojo mis hombros.

—¿Dónde está Silma?

—Dijo que se pasaría a saludar a Sam.

—Iré a buscarla.

Voy hacia el interior de la casa, abriéndome paso entre la multitud como puedo, empezando a sentir los efectos del alcohol que he tomado. Todo me da vueltas y me cuesta pensar con claridad. La casa sigue siendo como la recordaba, pero me resulta más difícil moverme de un lado a otro.

Tropiezo con el primer peldaño de la escalera y me agarro a la baranda para evitar caer de boca y hacerme daño. Inspiro una gran bocanada de aire y siento cómo mi estómago se agita y las náuseas llaman a mi garganta para pedir permiso para pasar. Subo todo lo rápido que puedo y, tambaleándome, me asomo en la habitación del matrimonio y, más tarde en la de Gillian.

Es a la tercera cuando doy con el cuarto de baño. Entro y busco el retrete. Me arrodillo en el suelo y meto la cabeza en el váter para vomitar. Vuelve el ardor a mi garganta. Mi boca está seca y algo pegajosa. Recojo mi cabello con las manos hacia atrás y siento el sudor empapando mi frente.

Encuentro fuerzas para levantarme, ir al lavabo, enjuagarme la boca, arreglarme un poco el maquillaje y salir del cuarto de baño.

Escucho una voz femenina venir desde arriba.

—Empiezo a cansarme de que no quieras hablar conmigo. Estoy intentando salvar esta amistad, pero ya estoy cansada. Acabaré yéndome si no haces por solucionar las cosas.

Me escondo en la habitación de los padres de Gillian y Sam, y miro a través del marco como la chica de cabello moreno con diadema floral baja los peldaños de la escalera, con lágrimas en sus ojos— que enjuga con sus manos— y respiración acelerada, se pierde en la planta de abajo.

Miro hacia el tercer piso y, sin saber muy bien por qué, decido subir los peldaños y presentarme en la habitación de Sam para pedir algún tipo de explicación por el comportamiento que ha tenido con Silma para provocar que ella acabase llorando. Sin embargo, la estancia está sumida en el más profundo silencio y no hay rastro del gemelo de Gillian.

A través del ventanal que da a la piscina se puede observar todo lo que ocurre en la zona del jardín con todo lujo de detalles. Quizás Sam haya podido ser testigo de cómo su hermano ha conseguido hacer buenas migas conmigo, algo de lo que él ha sido completamente incapaz.

Retrocedo hasta ir a donde está el póster de Metallica. Me entra un fuerte mareo y me adhiero a la pared, aferrándome al ropero que hay justo al lado. De repente, la fuerza de gravedad me atrae y arrastra hacia atrás. En un intento de buscar apoyo con mis pies, estos tropiezan con algo y sigo en caída libre.

Unos brazos me atrapan y sostienen con firmeza. Esas manos acarician mis hombros y se deslizan hacia mis antebrazos. Levanto un poco la cabeza y la inclino hacia un lado, descubriendo la mandíbula cuadrada de un chico. Unas luces de un azul pálido iluminan sus ojos verdes que parecen sorprendidos.

Doy media vuelta más rápido de lo que me gustaría y eso hace que mi equilibrio se vea perjudicado y acabe acercándome más de lo que quisiese a Sam. Su rostro permanece a pocos centímetros del mío y el aire que suelta impacta contra mis mejillas. Deja de agarrarme y me mira directamente a los ojos.

—No deberías estar aquí.

—Podría decir lo mismo.

—Márchate. Me gustaría estar solo.

—Entonces te recomiendo irte a vivir a una isla desierta o, quizás, a otro planeta.

—Lo haría si pudiera. Así no tendría que soportar las impertinencias de personas tan molestas como tú.

Siento ese dardo atravesar mi estómago.

Antes de irme me fijo en el interior de esa guarida secreta. Hay escritos pegados a la pared con ayuda de unas chinchetas y fotografías que no alcanzo a ver bien. Salgo por la puerta secreta que se ha abierto en la pared y me marcho tras dedicarla una mirada envenenada al chico de mis espaldas.

Bajo por las escaleras con las palabras de Sam martilleando en mi cabeza. Quizá eso fuese lo que estaba pensando aquella noche durante la cita, mientras me tenía delante, y yo, como una tonta, le sacaba temas de conversación y me abría con él, fruto de la ilusión que me abordaba.

Silma está sentada en un taburete mientras juega con una bola de cristal entre sus manos y la mirada perdida.

—¿Estás bien?

—No mucho—confiesa con aire de tristeza—. ¿Conoces esa sensación de querer hacer todo lo posible con tal de demostrarle a alguien lo mucho que quieres que siga en tu vida y que esa persona no mueva un solo dedo por ti?

—¿Es por Sam?

—Nuestra amistad se ha resentido por algo que pasó hace tiempo y no se había recuperado hasta que, hace poco, nuevamente algo ha vuelto a empeorar nuestra relación. Es un bucle que parece no tener fin.

—Quizás debas darle tiempo.

Ella esboza una sonrisa triste.

—Eso intento, pero hay preguntas que, si no obtienen una respuesta pronto, acaban perdiendo importancia y convertidas en dudas sin resolver. —Silma alza una de sus manos y la deposita sobre la mía, apretándola ligeramente a modo de agradecimiento—. Te agradezco mucho que quieras ayudar. Ojalá hubiera más personas como tú en el mundo, dispuestas a asistir a quien lo necesita.

Con el pijama ya puesto y sentada sobre la cama de mi mejor amigo, contemplo mi mochila del instituto— que pasamos a recoger después de la fiesta tras haber reflexionado acerca del mensaje de agradecimiento que Silma me transmitió— y me inclino para recogerla y abrirla. Nate se acomoda a mi lado y me anima con un gesto con la cabeza.

Abro la cremallera, voy sacando las cartas de los estudiantes que escribieron a Celestina en búsqueda de ayuda para sus problemas, leyéndolas una por una, pasándoselas a Nate para que él también las ojee, y contestándolas con el mismo amor y dedicación con la que esas personas decidieron escribirme con la esperanza de que iluminase sus caminos. 

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