Primero


—Treinta... treinta y uno, treinta y dos...

Su cuerpo pedía un descanso mientras él continuaba con el ejercicio abdominal, mencionando un número cada vez que se incorporaba, sus piernas tironeaban un poco, sus músculos estaban adoloridos sin duda alguna, pero Maxwell siempre era muy claro "si no duele, no sirve"

—Cuarenta...

Se quedó recostado en el duro y delgado colchón, asqueado por la sensación del plástico adhiriéndose a la piel de su espalda, tampoco era grato en realidad su aroma propio, había perdido la cuenta de cuánto rato llevaba ahí, entrenando en soledad. Maxwell se había marchado una hora atrás, celoso de no ser su centro de atención; nunca lo era de todos modos, ni siquiera en las noches que compartían juntos.

La vieja y oxidada puerta de metal de aquel improvisado gimnasio, que realmente no era más allá que un un almacén abandonado se abrió con un pesado chirrido, llamando su atención. Dobló los brazos, dejando las palmas de sus manos a los lados de su cabeza, apoyándose en el colchón, y tomó el suficiente impulso como para ponerse de pie aunque ligeramente mareado por la velocidad, se dio la vuelta, observando con atención al hombre a la entrada, tenía sus dudas sobre la identidad del recién llegado, no se parecía a ningún compañero suyo, y no podía ver su rostro gracias a la capucha azul que le cubría; la luz del sol entraba de lleno por la puerta, y le daba un aspecto casi irreal al sujeto.

—¿Jake?

El aludido se quedó pasmado por unos segundos, reconocía la voz, desde luego, pero su mente se demoró en procesar quien era el dueño de esta. Su primer pensamiento fue echarse a correr a brazos del hombre, pero su poco desarrollado sentido común le obligó a mantenerse ahí, firme.

—Arno ¿a qué has venido?

No había rastro del tono de adoración con el que años atrás Jacob se refería a Arno, su mirada tampoco brillaba con ese anhelo y adoración que despertaba en él.

En realidad, no tenía idea de cómo catalogar el revoltijo de emociones que se suscitaban en él.

Dorian liberó un apesadumbrado suspiro, aquello resultaba más difícil de lo que hubiera deseado; en realidad, siquiera quería estar ahí, pero por alguna razón había decidido hacer caso a su padre y a su nueva pareja.

—Jake, yo... bueno, hay algo que hace tiempo debí decirte... y yo, bueno...

Arno bajó su capucha, su mentón se veía decorado por una ligera sombra de barba, en sus ojos se denotaba el cansancio, no del cuerpo, sino del alma, además de unas marcadas ojeras bajo sus ojos. Además, ahora había una cicatriz atravesando su rostro, a la altura de la nariz; el francés se vio interrumpido al momento en que otras pisadas se adentraron en el sitio.

—¡Papi!

Los pequeños pasos pertenecían a una pequeña niña, de cabello largo, castaño como el de Arno, pero los ojos y su expresión... Jacob pudo ver sus ojos en los de esa pequeña niña, al parecer hija de Arno. La niña alzó la mirada hacia Jacob, y rápidamente hizo una pequeña reverencia, sujetando los extremos de su vestido ornamentado con flores y después sonrió abiertamente, mostrando sus pequeños y blancos dientes. Arno se relajó e incluso soltó una risita, su hija tenía algo con las películas de princesas, y hacía cuanto podía por intentar imitar sus ademanes; Jacob parecía algo confuso, pero imitó a la menor e hizo una inclinación con la cabeza.

—¿Es él, papi?

La niña dirigió entonces sus expresivos ojos hacia Arno, quien se limitó a asentir, pero cuando la niña estuvo a punto de lanzarse hacia Jacob con la intención de abrazarlo, Dorian la detuvo.

—Sí, pero él y yo tenemos cosas de adultos que hablar primero, anda, vuelve al auto con Shay.

El francés ordenó, aunque en tono amable en realidad; la menor hizo un puchero.

—Pero papá está ocupado hablando por teléfono, y me aburro mucho.

La menor enfatizó la última palabra arrastrandola. Dorian negó y con toda la seriedad que implicaba ser el "papá malo" envió a la pequeña de regreso al auto.

—¿Quién es ella?

Jacob preguntó, alejándose a tomar una toalla que se encontraba en una banca y comenzó a secar su frente y cuello mientras esperaba una respuesta.

—Bueno, de eso quería hablarte, Jacob, ella es hija tuya también... su nombre es Cecily, espero que eso no te moleste, creí que sería un lindo nombre para ella.

La garganta de Jacob se secó, aunque no sabía cuál de las dos premisas le había puesto así, si el saberse padre, o el que su pequeña llevase el nombre de su madre.

—Yo... ¿podemos... hablar esto otro día? Tengo demasiadas preguntas y... creo que llevas algo de prisa, Dorian, y todo esto... es algo que me gustaría hablar detenidamente. 

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