Octavo
El sábado por la mañana Cecily despertó más temprano que de costumbre, se estiró en la cama tanto como las pesadas figuras inmóviles de sus padres descansaban a los lados; Shay incluso emitía un ligero ronquido, cosa que hizo reír a la pequeña, que acto seguido procedió a despertar a su padre moviéndolo suavemente, y cuando se dio por vencida intentó lo mismo con Arno, este, comenzó a protestar entre pequeños gruñidos, pero terminó abriendo los ojos de golpe y rodeando a la niña entre sus brazos sorpresivamente, tomando a Cecily completamente distraída, y tras el pequeño susto se echó a reír ante el ataque de besos y cosquillas que había comenzado a recibir de su padre.
Arno se detuvo unos instantes al ver el rostro de su pequeña y notó cierto sentimiento de nostalgia acumulándose, bajó la mirada a su mano izquierda, donde aún lucía el anillo que Shay le había entregado y llevó la mirada al hombre al otro lado de la cama. Todo era extrañamente perfecto, era algo que había planeado; una vida tranquila, junto a un buen hombre y su pequeña princesa, y aún así había algo fuera de lugar.
Shay.
Arno se había enamorado de él, y era imposible no hacerlo, el hombre era perfecto en todos los sentidos, lo había aceptado con una niña que ni siquiera era suya, lo había acompañado a sus últimas ecografías antes de tener a Cecily, y se había convertido en un padre devoto y la pareja ideal; pero en esos años, nunca había terminado de experimentar el mismo grado de felicidad que con Jacob; al principio lo quiso atribuir a que quizá aún estaba aferrado a Jacob, pero no era así.
—Papi... —Cecily interrumpió el hilo de pensamientos de su padre al tomar su cara entre sus cortas y regordetas manos, apretando un poco sus mejillas; aparentemente su hija le habría hablado un par de veces más antes de decidir hacer eso. —El desayuno...
Arno soltó una risita nostálgica; la niña era más parecida a Jacob de lo que le gustaba creer, con ese carácter insistente y el enorme apetito, y ni mencionar sus ojos, brillantes y expresivos, un poco más claros que los de Frye, pero no por ello menos encantadores.
Dejó a Cecily montar su espalda y juntos bajaron a la cocina; aún había unas cuantas cosas embaladas, pero de momento tenían lo necesario para cocinar algunos panqueques.
————
La tarde de ese mismo día pasó de forma muy diferente para Charles Dorian, el viejo se la pasó sentado en la cama, con las cortinas corridas, meditando en medio de la jaqueca por tanto licor y los vestigios de la resaca en que, deliberadamente había confesado sus sentimientos a Ethan luego de haber guardado las apariencias por tantos años.
Su relación con Ethan había sido una constante intermitente; habían forjado su amistad en la universidad, y de ahí unos cuantos años se mantuvieron en contacto, luego Ethan contrajo nupcias con una mujer tan encantadora que no hubo una sola objeción al enlace, y aunque Charles se sentía un poco herido por ser el último en enterarse, se presentó a la boda, y conoció ahí a Marie, huyendo con ella a Francia.
No había amor de por medio cuando decidió casarse, sólo era el deseo de guardar apariencias, pues había comenzado a notar que si bien, habían damas que le parecían hermosas o agraciadas, ninguna le llegaba a despertar un verdadero interés, pero prefería estar con Marie a quedarse solo del todo; y luego llegó Arno, quien pronto se convirtió en la nueva luz de sus ojos.
Tras la separación repentina con Marie, se llevó a su pequeño a viajar a algunas partes de Europa; perdiendo contacto con Ethan y todo cuanto se relacionaba a él, hasta que terminó por regresar, eso sí, años más tarde, cuando Arno ya había dejado de ser un niño, y luego se enteró que Ethan igualmente había tenido hijos, aunque menores a Arno.
El que Arno y Jacob iniciaran una relación, lo había vuelto a acercar a Ethan, y no estaba del todo seguro de que tan bueno era eso en realidad.
Ahora se lamentaba por haber regresado.
Sus lúgubres pensamientos y arrepentimientos fueron interrumpidos por unos golpes a su puerta; se demoró en ir a abrir; confundido de que Arno no hubiese avisado antes de presentarse a la casa; pero quien estaba ante él no era su muchacho, sino Ethan.
—¿Qué quieres? Deberías estar en cama reposando. —Ethan sonrió con cinismo, y luego se giró, dejando ver a Jacob a bordo del auto, quien asintió y puso en marcha el auto, dejando a los mayores a solas.
—Debería, pero quería verte, tenemos que hablar, Dorian.— Frye avanzó un paso para entrar, pero Charles se apresuró a entrecerrar la puerta.
—No hay nada que hablar. —Y sin darle la oportunidad de cerrar, Ethan puso el pie dentro de casa del francés, aún cuando la puerta logró lastimarlo por la fuerza con que Charles estaba por cerrar.
—No puedes ir a hacer una declaración de amor en mi lecho de muerte y luego esperar a que no haga nada, Charlie. —El inglés se asomó en el hueco entre la puerta y con un suave empujón terminó de abrirla para entrar, tosiendo un poco luego del esfuerzo implicado.
—Dije lo que tenía que decir, Ethan, y si mal recuerdo aclaré que ya no deseaba verte.
La mirada de Charles se centró en el piso breves instantes, hasta que Ethan sujetó su mentón, obligándolo así a verlo a los ojos.
—Charles, escúchame...— condujo al francés por los hombros hasta la sala, indicando que tomara asiento en el sofá con un movimiento de cabeza, después se acomodó en cuclillas frente a él y tomó sus manos entre las suyas, depositando un beso. Como el resto de los ingleses, Ethan era algo reservado, pero con ese pequeño gesto, estaba correspondiendo a los sentimientos de Charles.
Si, Ethan también había sucumbido, pero no era alguien expresivo, y no se sentía lo suficientemente digno de Charles, y por otro lado estaba Cecily, su primer amor; y aunque ya no podía hacer nada más con ella, aún tenía oportunidad junto a Charles.
Para su sorpresa, Dorian apartó las manos y se puso de pie en el acto.
—Ethan, por favor... retírate. —Se esforzó en mantener la voz firme cuando echó a Frye de su hogar. —Yo, te dije que no quería verte morir lentamente, y lo sostengo aún.
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