Décimo sexto
El domingo por la mañana, Jacob recibió una llamada mientras cocina, dejó el teléfono sonar, pues estaba demasiado ocupado cortando algo de fruta para su pequeña, con unos cortadores de galletas con formas de estrellas que Ethan había comprado no mucho después de la noticia de que su nieta estaría con ellos los fines de semana.
La pequeña aún dormía, acomodada en una posición incómoda a los ojos de cualquiera, pero normal para ella, incluso dejando escapar un pequeño y suave ronquido, exhausta por todo lo que había jugado el día anterior en su fiesta.
El teléfono volvió a timbrar, esta vez Jacob logró responder.
—¿Jake? Yo... ¿podrías quedarte con Cecily hasta mañana?
Jacob estaba algo confundido, había algo raro en la voz de Arno.
—¿Pasa algo?— Aunque, de ser así, Shay se haría cargo ¿no? Después de todo, siempre parecía bastante reacio a dejar a Arno solo.
—Sí... no, no, yo, estoy bien. Creo. Pasaré por Cecily mañana por la tarde. —Sin dar más detalles la llamada finalizó; dejando a Jacob preocupado.
Arno se derrumbó de nuevo en el sofá y lanzó el celular hasta el otro extremo. La casa se miraba ahora mucho más grande de lo que realmente era, faltaban bastantes cosas, entre ellas, un barco dentro de una botella "El Morrigan" lo había llamado Shay, y había pasado un par de días intentando armarlo; también el carácteristico abrigo negro del joven, colgando de la percha tras la puerta. Bajó la mirada hacia el anillo que reposaba en la mesa; extrañamente, podía sentirse observado por la pieza de metal.
Aún seguía sin entender del todo lo que había sucedido. Es decir, el viernes por la noche aún parecía estar todo en orden con Shay, y el sábado por la tarde, después de que Cecily se fuera junto a Jacob, Shay se fue con otros dos sujetos que ni siquiera le dirigieron una sola mirada y sólo se limitaron a ayudar a Shay con el par de cajas donde se encontraban el resto de sus cosas.
Ahora, estaba solo, su mente le repetía las duras palabras de Shay. Duras, pero ninguna era una mentira.
Aún había una parte de él que adoraba a Jacob ¿qué podía hacer? Él había sido su primer amor y era el padre de su pequeña hija. Soltó un sollozo al recordar después los ojos cristalizados por el llanto del mayor mientras recogía una última cosa; un dibujo de la nevera que Cecily había hecho para él; dejó el anillo sobre la mesa y se marchó.
Arno se sentía miserable; el ser vivo más miserable que hubiera pisado la tierra ¿Qué tan evidentes eran sus sentimientos hacia Jacob como para que Shay se diera cuenta? ¿Cuánto había soportado la situación?
Intentó llamar a Shay por la madrugada, mientras que unos tragos de alcohol encima le daban el valor para hacerlo, pero la llamada ni siquiera entró. El número estaba deshabilitado, así como cualquier intento por localizarlo en redes sociales, todas estaban deshabilitadas. Así que eso dejaba más que claro el mensaje; era definitivo el que Shay lo hubiera dejado.
Se tumbó sobre el sofá y se quedó dormido, al menos su subconsciente le permitió algo de paz y no tuvo ningún tipo de sueño, ni sobre Shay o sobre nada en específico.
Por la noche despertó, desorientado y con la cabeza martillando; llevó la diestra a su sien y ejerció algo de presión, tratando de apaciguar el malestar. luego, como un balde de agua fría, le vinieron a la mente todos los eventos de las últimas 24 horas. Al menos se comunicó con Jacob, definitivamente no estaba en condiciones para cuidar de su niña o de sí mismo en ese momento.
Después de tomar una ducha fría fue a la habitación, tragando saliva con pesadez, no había entrado ahí desde que Shay había salido, y pudo notar el nudo en su garganta tras ver la mitad del armario vacía, igual que el cajón donde Cormac guardaba sus escasas pertenencias. Era como si simplemente no hubiera existido y el único rastro de él, que le recordaba a Dorian que, sí, ese hombre tan agradable había sido real, era el anillo. El par de anillos, pues en su mano izquierda aún se encontraba la pieza metálica que Cormac le había ofrecido.
Esa misma noche, en casa de los Frye, se encontraba Jacob sentado en las escaleras del pórtico con Cecily en su regazo. Y Maxwell a su lado. La pequeña había comenzado a perderle el miedo a la pareja de su padre, e incluso estaba riéndose de las bromas de este, además de poner una bandita sobre las cicatrices de este.
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