Capítulo 4
Recojo un par de libros que tomé prestados de la biblioteca del asiento del acompañante y abandono el vehículo, cerrando la puerta detrás de mí. A continuación aferro los libros a mi pecho, asegurándome de que estarán a salvo, anteponiendo, incluso, mi propia vida, y miro de un lado a otro de la calle con la esperanza de comprobar que no hay coches circulando que me impidan cruzar la calzada. Una vez descubro que estoy fuera de peligro, paso de un lado a otro de la calle con una carrerilla.
Suspiro aliviada una vez me hallo sobre la acera y sonrío.
Siguiendo con el plan fijado, doy media vuelta y me enfrento a la enorme estructura que se alza ante mí, de fachada de un tono grisáceo, con una enorme puerta que da la bienvenida, y con el nombre de la biblioteca que se halla sobre el marco del portón escrito en letras plateadas. Permanezco inmóvil unos segundos, fantaseando con la belleza que entraña el lugar, haciendo comparaciones con los edificios existentes en mi época pasada.
Haber permanecido tanto tiempo sumida en un profundo sueño ha posibilitado que me haya perdido la evolución de la sociedad y de las ciudades. Hay un sin fin de cosas increíbles que no he tenido el privilegio de vivir a lo largo de mi corta existencia. Todo mi tiempo lo ocupaban las clases para llegar a convertirme en una bruja muy poderosa. Aunque lo que mis maestras desconocían es que yo ya era lo suficientemente poderosa como para acabar con toda una ciudad en solitario. Mi abuela materna albergaba en su interior un gran poderío y al morir me hizo entrega de él. Si a ello le sumamos que soy hija de un matrimonio familiares de uno de los primeros aquelarres de brujas que existieron, da como resultado una niña prodigio que termina por convertirse en una joven muy poderosa, a pesar de contar con la corta edad de dieciocho años.
Me adentro en el interior de la biblioteca y camino todo recto, permitiéndome el placer de perderme en la belleza que esconde el lugar, yendo desde las paredes pintadas con el mínimo detalle, los cuadros depositados sobre ellas que muestran imágenes simbólicas que consiguen emocionarte, las ventanas con sus cristales impolutos que dejan entrever el paisaje de una ciudad que se alza al otro lado, y unas escaleras formadas a base de peldaños que simulan ser libros.
Aferro mis dedos al pasamanos y poco a poco voy subiendo, descubriendo progresivamente una parte nueva del segundo piso que se presenta ante mí. Todo cuanto puedo ver es una estancia compuesta a base de sofás rojos enfrentados a una pequeña mesa de madera donde descansan varias tazas de café, cuyas paredes están adornadas con estanterías. Algunas persona están sentadas en los sofás, bebiendo una buena taza de café recién hecho y leyendo un buen libro. El silencio se apodera del ambiente.
Mas yo no me detengo en dicho lugar sino que continúo avanzando por un corredor que conduce hacia una puerta de color caoba que hay al final del pasillo. Camino a buen ritmo, con los libros aferrados a mi pecho, la mirada perdida en la iluminación del techo y la boca entreabierta como motivo de la fascinación que siento en estos precisos instantes. Inevitablemente, mi detenida examinacón finaliza en el instante en el que me sitúo frente a la puerta. Extiendo uno de mis brazos y acaricio con mis dedos el picaporte, sintiendo una sensación gélida que me transporta al invierno. Antes de abrir la puerta, le dedico una última mirada a todo cuanto hay a mis espaldas, y luego procedo a adentrarme en la nueva estancia.
Entro en el interior a las apuradas con la mala suerte de impactar contra un chico que hace ademán de salir de la biblioteca. Nuestro encuentro provoca que se me caigan los libros y se esparzan por el suelo. Rápidamente me arrodillo para recogerlo y el joven hace ademán de ofrecerme su ayuda. Extiendo una de mis manos para hacerme con un ejemplar y él me imita, de manera que sin ser conscientes siquiera nos damos un leve golpe en la frente. Termino de apilar los libros y me pongo en pie al mismo tiempo que mi acompañante.
Alzo la vista y le miro con las mejillas encendidas debido a la vergüenza que siento en estos precisos instantes. Ante mí yace un chico de cabello castaño claro, de enormes ojos azules, con una tímida sonrisa asomando en sus labios.
-Lo siento, no te había visto- se disculpa.
-No te preocupes, no ha sido nada.
Sonríe de forma muy tierna y se lleva la mano a la nuca para acariciársela.
-No sé qué decirte, nos hemos dado un buen golpe- bromea el chico, escrutándome con sus penetrantes ojos oceánicos-. ¿Debería preocuparme por si decides ponerme una orden de alejamiento?
-Probablemente.
-Esta es una de esas situaciones incómodas que intento evitar a toda costa. Dios, nunca sé cómo se supone que debo reaccionar.
-Creo que es la situacón más incómoda que he vivido.
-¿Debería sentirme afortunado?
Muevo la cabeza, divertida. Ambos reímos al unísono.
-Por cierto, soy Ethan
-Yo soy Damonique.
-Encantado de conocerte, Damonique- me tiende la mano y yo se la estrecho a modo de presentación. Luego alzo la vista y le descubro mirándome con ojos iluminados-. Espero que la próxima vez que volvamos a vernos sea en otras circunstancias.
-Lo mismo digo.
El chico se da media vuelta y emprende una marcha hacia la puerta. Una vez se sitúa ante ella se gira y me dedica una última mirada acompañada de un comentario:
-Espero volver a verte pronto.
-Siempre nos quedará la biblioteca.
Suelta una risita y se marcha tras escrutarme una última vez. Permanezco inmóvil mirando la puerta aún después de ser consciente de como ya no queda ni rastro de su persona, fantaseando con nuestro reciente e inesperado encuentro. Sonrío al recordar el momento exacto en el que nos chocamos y se escaparon los libros de mis manos, así como cuando ambos nos arrodillamos para recogerlos, golpeándonos la cabeza al inclinarnos hacia adelante.
Me doy media vuelta y comienzo a caminar en dirección a una mesa lejana en la que se encuentran sentadas mis compañeras en esta delicada misión. Tomo asiento en una silla libre y suelto los ejemplares sobre la superficie de la mesa. Anya y Audrey me observan con expresión seria, recriminándome por mi comportamiento.
-Sabes cuáles son los reglas, Damonique- anuncia Audrey fulminándome con la mirada-. No podemos arriesgarnos a confiar en nadie.
-Si descubiera nuestros planes, podría ponerlos en peligro- continúa Anya.
-Conozco las normas- comienzo a decir, meneando la cabeza-. Sólo he intercambiado un par de palabras con ese chico. Nada importante.
-Espero que así sea- confía la mujer de penetrantes ojos verdes-. El amor, Damonique, nos vuelve vulnerables. Y tú, concentrando un poder de tales magnitudes en tu persona, no puedes permitirte que tu juicio sea nublado.
-Es una de las primeras reglas, no enamorarnos.
Asiente una sola vez, conforme con mi respuesta, y se propone a leer uno de los libros que he traído. Compruebo que están absortas entre las páginas del ejemplar antes de ladear la cabeza hacia la izquierda y mirar desde la lejanía la puerta a través de la cual acaba de marcharse Ethan. Su recuerdo aún permanece vivo y probablemente siga haciéndolo por mucho tiempo.
-Como sabéis, cada una de nosotras es muy poderosa con respecto a un determinado elemento de la naturaleza- comienza a decir Anya mirándonos de hito en hito-. Audrey representa el viento, Indara el agua, Damonique la tierra y yo el fuego. Cada una tenemos que centrarnos en desarrollar al máximo nuestros poderes con respecto a esos elementos, actuar conjuntamente, para que todo salga según lo previsto.
-Indara aún no ha despertado- anuncia Audrey.
-Lo hará dentro de poco- interviene Anya-.Debe haber surgido un contratiempo. Tal vez el alma de su salvadora aún no se haya instaurado en su interior. Sea como sea, Indara volverá mucho más poderosa que antaño.
-Y cuando lo haga, ¿qué sucederá?- pregunto.
Anya toma una hoja del final del libro y escibre con letra parsimoniosa "derrocaremos a Anabelle Baker y destruiremos la ciudad para restaurar el equilibrio entre la población sobrenatural". Alzo la vista y suelto un leve suspiro al leer la frase escrita en el papel. Nuestro cometido es hacerle creer a Anabelle Baker que somos sus aliadas para que pueda contar con nosotras a la hora de gobernar. Poco a poco iremos ganando poder y una vez lleguemos a tener el suficiente, le arrebataremos a Anabelle todo cuanto tiene, dejándole únicamente con el arma capaz de poner fin a su vida. Estará tan desprotegida para entonces que deseará morir. Y nosotras, al traicionar su lealtad, moriremos y nuestro poder volverá a la naturaleza. Esa es nuestra misión, morir con tal de garantizar la paz. Todas hemos accedido a aceptar ese trágico final.
Abro uno de los libros que llevaba conmigo por la mitad y para mi sorpresa descubro una palomita de papel con una frase. Rápidamente me hago con ella y la leo, colocando las manos bajo la mesa. "Esta noche, en el festival de verano. Traete esta palomita de papel. Ethan".
-Esta noche es el festival de verano y me gustaría asistir- confieso.
Las personas que me acompañan alzan la vista y me miran incrédulas.
-Es muy peligroso, Damonique- replica Audrey, negándose-. Somos brujas muy poderosas y por lo tanto bajo amenaza. Somos consideradas un peligro para el mundo sobrenatural.
-No va a suceder nada. Solo iré y daré una vuelta.
-No creo que sea lo más acertado- coincide Anya dejando a la vista una expresión seria-. Tu deber es permanecer en un lugar seguro hasta que todo esto termine. Hemos vuelto a la vida para llevar a cabo una misión, luego nos volveremos a ir. Quiero que tengas presente que no te conviene relacionarte con los humanos, porque tarde o temprano terminarás por marcharte.
Bajo la cabeza, indignada, y miro en otra dirección.
-Creo que se os ha olvidado que estamos vivas. Eso es un motivo de celebración. Entenderé vuestra postura, pero quiero que también comprendáis la mía. Me he pasado muchos años encerrada en un ataúd, sin ver mundo, sin sentir nada, y ahora que todo ello ha vuelto a mí, que he vuelto a sentirme más viva que nunca, no puedo mirar hacia otro lado.
Me incorporo con brusquedad y me marcho de la biblioteca portando el libro que contiene en su interior la palomita de papel.
Le dedico una última mirada a la chica que me observa e imita a través del cristal. Lleva puesto un vestido rojo de tirantes que no alcanza a cubrir sus rodillas, con un frunce en la zona de la cintura. Su cabello ondulado recae sobre su espalda con gracia, ocultando parte de su piel desnuda. Su rostro ha sido empolvodado, sus mejillas coloreadas de un tono rojizo y sus labios pintados con un labial del mismo tono que su vestido.
A pesar de haber sido negada mi petición de salir esta noche, he decidido saltarme las normas y comportarme por primera vez como una adolescente. Estoy cansada de estar al servicio de las brujas, de velar por el bien y acabar con el mal, lo único que quiero ahora es vivir, aunque sea por unos breves instantes. Quiero sentirme libre y eso nadie va a poder impedírmelo.
Salvo la distancia que me separa de la entrada principal del refugio en el que nos ocultamos, aprovechando que mis compañeras están durmiendo en sus habitaciones, y abandono la casa con cuidado de no hacer ningún tipo de ruido. Para ello camino descalza, con los zapatos de plataforma en las manos, y evito respirar agitadamente. Del mismo modo, al salir de casa tengo el suficiente cuidado para no armar mucho alboroto al cerrar la puerta.
Una vez en el exterior, me calzo y camino hacia la carretera, donde me espera un taxi. Subo a él, situándome en el lugar del acompañante y le indico al conductos adónde quiero ir. El coche se pone en funcionamiento y se incorpora nuevamente a la circulación. Observo a través de la ventana la casa de la que acabo de espacarme a hurtadillas, desobedeciendo todas las reglas y advertencias. Y, por extraño que parezca, no siento ni un ápice de arrepentimiento.
Bajo la mirada a mis manos y localizo una palomita de papel entre ellas. Sonrío al pensar en el chico que me la dio.
El taxi me deja justo en la entrada a un festival conformado por varios bares de ambiente en los que se venden diversos tipos de bebidas tropicales con alcohol, escenarios en los que dan conciertos distintos grupos de música y pistas en las que poder bailar toda la noche. Camino hacia el frente, adentrándome entre la multitud, quien baila, canta y ríe como si se les fuera la vida en ello. Lo cierto es que su entusiasmo me contagio con gran facilidad.
A lo lejos hallo una barra en la que hay sentado un chico de cabello castaño claro, quien lleva puesta una camisa azul marino y nos vaqueros negros que hacen juego con sus zapatos. Tiene la mirada perdida en una servilleta con forma de palomita que tiene entre ambas manos. Salvo la distancia que nos separa con sigilo y termino por tomar asiento a su vera. Ethan alza la vista y sonríe al encontrarme a su lado. Su expresión revela cierta fascinación al contemplar mi aspecto.
-¿Esperando a una chica?- pregunto.
-Sí. Había quedado aquí con ella. Le pedí que trajera una palomita de papel para poder identificarla- añade, siguiéndome el juego-. ¿Y tú? ¿esperas a alguien?
-Verás, un chico me dejó esta palomita de papel en el interior de un libro, pidiéndome que acudiera a una cita en este mismo festival.
Le muestro la palomita de papel.
-¿Así que tenéis una cita?
-Si él quiere que lo sea- añado, encogiéndome de hombros-. Oye, no serás por casualidad ese chico con el que he quedado, ¿verdad?
-¿Por qué lo piensas?
-Por la palomita de papel que tienes entre las manos.
Centra su atención en dicho objeto y sonríe.
-Lo siento, no te había reconocido- se apresura a decir, continuando con el juego-. Es que esperaba encontrarme de imprevisto contigo cuando saliera del servicio o de algún bar de ambiente.
-Y yo esperaba que me tiraras los libros.
Ambos permanecemos en silencio, sonriéndonos como si se nos fuera la vida en ello, manteniendo un prolongado contacto visual.
-¿Quieres bailar?
-Si, claro. Siempre y cuando no me pises.
-No prometo nada.
Se incorpora y me tiende su mano con el fin de sacarme a bailar. Alzo una de mis manos y la coloco sobre la suya, accediendo a su proposición. Me guía hacia una pista de baile que se halla rodeada por cortinas de un tono crema que son azotadas con delicadeza por la brisa fresca. Nos situamos en el centro y adoptamos una pose de baile tradicional. Ethan rodea mi cintura con uno de sus brazos, al mismo tiempo que yo deposito mi mano sobre uno de sus hombros. Luego fundimos nuestros miembros libres en el aire.
Comenzamos a efectuar giros a nuestros alrededor, dejándonos llevar por el ritmo de la música, manteniendo nuestro rostros a escasos centímetros el uno del otro. Ethan me escruta con sus penetrantes ojos oceánicos y esboza una sonrisa tierna en alguna ocasión. Yo, en cambio, intento evitar mantener el contacto visual con él por más de cinco segundos, ya que mis mejillas se sonrojan
-¿Por qué me miras así?
-¿Por qué? ¿te incomoda?
-Un poco- confieso, encogiéndome de hombros.
-Si no puedo dejar de mirarte es porque estás preciosa.
Suelto una risita y meneo la cabeza.
-¿Qué?- pregunta riendo-. ¿Qué tiene tanta gracia?
-¿Acabas de hacerme un halago?
-Eso parece- contesta mirándome directamente a los ojos-. Y eso que nunca se me han dado bien hacerlos. Soy un poco torpe en estos temas. Aunque supongo que eso ya lo habrás notado.
Niego con la cabeza.
-No sé si eres bueno o no en esos temas, pero de lo que estoy totalmente segura es de que el baile no es tu fuerte- añado sonriendo-. Me has pisado tres veces.
-¿De verdad? No me había dado cuenta. Lo siento.
Se lleva una manos a la boca para ocultar su amplia sonrisa.
-Dios, no un completo desastre- admite, sacudiendo la cabeza-. Lo único que hago bien es crear situaciones incómodas.
-No lo haces tan mal.
-Al menos he sacado algo bueno de mi torpeza y es haberte conocido.
La canción llega a su fin y ambos nos detenemos. Aún permanecemos mirándonos con gran intensidad, revelando los secretos mejor guardados de nuestros corazones a través de nuestros ojos. Ethan esboza una media sonrisa y centra su atención en nuestras manos entrelazadas. Acaricia el dorso de mi mano con su dedo pulgar en sucesivas ocasiones.
-¿Te gustaría dar una vuelta?
-Sí, claro.
-Acompáñame.
Me hace una seña para que le siga hacia un aparcamiento que hay a las afueras del festival de verano y me guía hacia un coche descapotable de color negro.
-¿Este coche es tuyo?
-En realidad perteneció a mi padre y tras morir lo heredé yo.
-Lo siento.
-No te preocupes, fue hace mucho. Ahora, olvidémosno de los sucesos pasados y vivamos este momentos presente. A fin de cuentas, es el tiempo en el que viviremos el resto de nuestras vidas, ¿cierto?
Asiento una sola vez y le dedico una sonrisa antes de acomodarme en el lugar del acompañante. Ethan se sitúa al volante, da vida al motor y se incorpora un camino arenoso. Pronto la brisa se apodero de nuestros cabellos, haciéndolos volar al viento. La temperetura de nuestro cuerpo desciende como consecuencia de la constante corriente que nos azota.
Alzo la vista al cielo y descubro que está adornado con un sin fin de estrellas que iluminan el manto azul marino en el que descansan. La luna llena se halla en el horizonte, alumbrándonos con su luz blanca, la misma que surca nuestras pupilas como si se tratara de un mar carente de luminosidad. Cambio el rumbo de mi mirar hacia mi izquierda, descubriendo a Ethan esbozando una sonrisa al verme tan feliz.
-¿Hacia dónde vamos?
-Hacia las estrellas.
Ethan sonríe ante mi respuesta y asiente.
-Muy bien. Pongámosno rumbo hacia ellas.
-Aunque me temo que tardaremos mucho en llegar.
-No importa. Tengo todo el tiempo del mundo- admite.
Continúa conduciendo hasta alcanzar el fin de la carretera arenosa que coincide con la llegada a un acantilado desde cuya cima se puede apreciar el agua que yace a sus pies, así como parte de la ciudad. Detiene el vehículo y apaga el motor y las luces con el fin de poder apreciar con mayor nitidez las estrellas que nos acompañan, así como las luces que asoman en la ciudad.
-Las vistas son increíbles- confieso.
-Sí, lo son- coincide Ethan, sin apreciar la ciudad que se alza a lo lejos. Sus ojos únicamente se pierden en la sonrisa de mis labios-. Cuéntame algo de ti.
Le miro y me encojo de hombros.
-No hay mucho que decir de mí.
-No te creo.
-¿Qué quieres saber?
-No sé. ¿Tienes mascota? ¿dónde vives? ¿qué estudias? ¿qué aspiras a ser en un futuro? ¿tocas algún instrumento?
Río ante la batería de preguntas que acaba de soltarme.
-No tengo ninguna mascota, aunque me gustan mucho los gatos. Vivo cerca del centro de la ciudad. Actualmente no estoy estudiando nada pero me gustaría hacerlo algún día. Me decantaría por el arte. Adoro dibujar- confieso, perdiendo mi vista en el horizonte-. Y no toco ningún instrumento.
-Así que te gusta dibujar. Podrías hacerme algún día un retrato.
Le doy un golpecito juguetón con la mano en el hombro y él ríe.
-Es tu turno. Cuéntame algo acerca de ti.
-Creo que la mayoría de cosas ya las conoces. Soy un desastre andante, provocador de situaciones incómodas, un halagador pésimo, un bailarín horrible y tal vez un romántico empedernido, ya sabes, por las palomitas de papel.
-Dime algo de ti que no sepa. Algún pasatiempo, por ejemplo.
-Uno de mis pasatiempos favoritos es venir aquí y sentarme a contemplar la ciudad. Considero este lugar un sitio muy especial. Observar la ciudad, cómo la vida sigue su curso, cómo el mundo no se detiene cuando estás perdido, te hace sentir capaz de salir de ese pozo en el que te encuentras e intentar seguir adelante mostrando tu mejor sonrisa- comienza a decir, mordiéndose el labio inferior-. Es un buen sitio al que acudir cuando te sientes solo, triste, enfadado e incluso perdido. Las increíbles vistas y el silencio te ayudan a encontrarte contigo mismo.
-Yo podría quedarme perfectamente a vivir aquí.
Me mira y me dedica una sonrisa.
-¿Sabes una cosa? Tengo un secreto inconfesable.
-¿Cuál?
-Le tengo pánico a las ranas- suelto una carcajada ante su comentario y él me observa reír con los ojos brillantes y una sonrisa asomando en sus labios-. Sí, lo sé, suena absurdo. Pero cuando veo una rana salgo por patas.
-Las ranas son inofensivas.
-O tal vez no. Podría dar un salto y sacarte un ojo.
Sin ser consciente siquiera acciona un pequeño botón que provoca que mi asiento se echa completamente hacia atrás, de manera que acabo recostado boca arriba. Río con gran intensidad, burlándome de mi torpeza, y Ethan imita mi acto, accionando el mismo botón para más tarde terminar recostado a mi vera, mirando el cielo. Ambos intercambiamos una mirada infinita y nos reímos del momento tan incómodo que acaba de producirse.
-Me gustas- dice sin previo aviso.
La sonrisa se va borrando progresivamente de mi cara.
-Acabo de crear una nueva situación incómoda, ¿verdad?- se lleva la mano a la nuca y pasa su mano por ella un par de veces, despinándose-. No sé por qué lo he dicho. Simplemente he sentido la necesidad de decirlo.
-No es eso, es sólo que yo no soy una chica que te convenga, Ethan- me incorporo y abandono el coche. A continuación avanzo hacia el borde del acantilado, seguida el chico-. Tú y yo pertenemos a mundos distintos. Además, ni siquiera sabes quién soy realmente.
-Quizás no te conozca desde primaria ni sepa cuáles son tus aficiones, pero estoy seguro de que llegar a conocer la persona que eres realmente no va a cambiar mi opinión hacia ti.
-Si me conocieras realmente saldrías corriendo.
-Creo que detrás de ese secreto hay más temor que decepción.
Ladeo mi cabeza en su dirección y le miro como si se me fuera la vida en ello.
-No conoces mi verdadera naturaleza y es mejor que siga siendo así.
-Damonique, no me importa cuál sea ese secreto tan oscuro que ocultas. A mí me gustas tal y como eres y eso nadie va a poder cambiarlo- susurra, aferrándose a mi mano-. Puedes confiar en mí.
Recuerdo las palabras de Audrey; no podemos arriesgarnos a confiar en nadie. Doy media vuelta y echo a caminar hacia el coche, liberándome de la presión que ejerce los dedos de mi acompañante sobre el dorso de mi mano.
-Lo mejor será que mantengamos las distancias, Ethan.
-¿Por qué? ¿a qué temes tanto, Damonique? Hace apenas unos minutos eras una chica aparentemente libre y ahora, sin embargo, te comportas como si fueras una prisionera.
-Hay cadenas que son invisibles- contesto con cierto nerviosismo en la voz-. No puedo dejar todo a un lado y hacer algo tan sencillo como vivir.
-No sé qué te ha llevado a ser una persona presa de tus miedos, pero quiero que sepas que yo puedo ayudarte a liberarte de ellos.
-No puedes.
-Déjame intentarlo.
-¡No!- digo a voz en grito-. Si lo intentas, acabarás cayendo conmigo, y yo no quiero eso. Así que, olvídate de mí y continúa con tu vida.
-Puede que te hayan hecho daño en el pasado, pero yo no voy a hacértelo- confiesa con cierta desesperación en la voz-. Dime, al menos, por qué te empeñas en alejarte de mí. ¿Tienes miedo de que pueda herir tus sentimientos? ¿de que descubra ese secreto que ocultas y te juzgue? ¿a qué tanto temes, Damonique?
En ese instante me doy media vuelta instintivamente y salvo la distancia que me separa del chico, dejando mi rostro a escasos centímetros del suyo. Ethan me escruta con sus penetrantes ojos oceánicos, deteniéndose más de lo debido en mis labios.
-Tengo miedo de enamorarme de ti- añado en un arrebato, soltando un suspiro tras decirlo-. Porque la verdad es que nunca he estado enamorada de nadie y temo que cuando llegue a hacerlo hieran mis sentimientos por esperar una historia de cuento de hadas.
Ethan entreabre los labios, sin saber muy bien qué decir, y se apodera a mi rostro con ambas manos. Alzo la vista y me encuentro con sus ojos azules, los causantes de que pierda el norte y esté a punto de dejarme vercen por la gravedad. El chico une su frente con la mía, cierra los ojos y susurra cerca de mi boca, alimentando las mariposas de mi estómago, con su cálido aliento:
-Yo no voy a hacerte daño, Damonique.
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