Capítulo 14
Camino por el bosque acompañada de aquellas personas a las que considero mi segunda familia, concretamente me encuentro unos metros por detrás del féretro en el que descansa mi padre, el cual es transportado por cuatro miembros; Jonathan y Adrien en la parte delantera, y Frederick y Gideon en la zona posterior, todos ellos con expresión consternada. Tengo mi brazo entrelazado con el de Samuel, con la cabeza apoyada en su hombro, sollozando cada pocos segundos. El vampiro me da sendas palmaditas en el dorso de la mano con la esperanza de animarme y deposita un beso tierno en mi coronilla.
—Aún no puedo creer que ya no esté...
—Sé que estabas muy unida a tu padre— confiesa Samuel, soltando un suspiro—. Siempre le he admirado, ¿sabes?, era como un héroe para mí. Tu padre fue un hombre muy valiente, capaz de luchar por sus creencias sin miedo, alguien que no se rindió jamás a pesar de las adversidades. Christopher era un gran referente, alguien digno de admirar. Su recuerdo que caerá en el olvido por mucho tiempo que transcurra. Siempre estará en nuestra memoria y sobre todo en nuestros corazones.
—¿Crees que ha desaparecido para siempre? ¿que jamás volveré a verle?
—Para serte sincero, Ariana, puedo asegurarte que tras saber de la existencia de todo un mundo sobrenatural, soy capaz de creer en la existencia de un lugar parecido al paraíso, donde no hay dolor, solo felicidad. Estoy seguro de que tu padre está allí. Y creo firmemente en que algún día volverás a verlo.
—¿Y si no es así? ¿y si está perdido entre el espacio tiempo? O peor aún, en el infierno.
—Tu padre no puede haber ido al infierno.
—¿Por qué?— inquiero saber.
Me mira directamente a los ojos cristalizados y enrojecidos por el llanto y frunce el ceño.
—Porque tu padre era una buena persona. Y aunque haya arrebatado vidas, siempre lo hizo por una buena razón, bien fuese por pura supervivencia, por mantenerte a salvo, o por el hecho de ofrecerles a futuras generaciones un buen lugar para vivir.
Nos detenemos a los pies de un hoyo, junto al que descansa el féretro de mi progenitor, cerrado y adornado con un crucifijo dorado. Los miembros que portaban el ataúd se hacen a un lado y se limitan a guardar silencio, llorando por dentro la pérdida de un amigo. Me acerco tímidamente al féretro, con el corazón encogido y los miedos a flor de piel, y me coloco junto a él. Acaricio la tapa con las yemas de mis dedos y dejo escapar un sollozo. A continuación me arrodillo ante el ataúd y lo abrazo con todas mis fuerzas, derramando todas las lágrimas que me quedan. Abby y Ashley acuden en mi búsqueda, situándose a cada una a un lado, arropándome con sus brazos. Entre las dos consiguen incorporarme y mantenerme en pie, ya que las fuerzas me flaquean. La vampira deposita un beso en mi mejilla, mientras que la banshee decide depositar su cabeza en mi hombro.
Jonathan y Frederick se hacen con unas cuerdas y poco a poco van bajando el ataúd hacia el interior del hoyo, haciéndolo desaparecer de nuestras vistas. Cuando lo consiguen ocultar por completo deciden cubrirlo de tierra con ayuda de unas palas, dejando únicamente a la vista la lápida que hay junto a la de mi madre, en la que puede leerse "aquí yace Christopher Greenberg, un marido espectacular, un amigo inigualable y un padre increíble. Ahora descansa en paz". Jonathan se acerca a la lápida y deposita sobre ella una flecha dorada, haciendo alusión a su pasado como cazador, Adrien le imita, cediéndole una bala plateada correspondiente a su pistola. Frederick se aproxima a la tumba y deja sobre la repisa una foto de ambos y dice en voz alta, mirando hacia el cielo "ahora tendré que buscarme otro colega de bar. Eso no se hace", riendo sin ganas, como si pretendiese volver a oír la risa de mi padre. Sonrío levemente al escucharle decir eso. Esta vez Kara camina hacia el frente, secándolas las lágrimas con un pañuelo blanco, y se detiene al hallarse ante la tumba. Acaricia con la yema de sus dedos la inscripción de la lápida y deja sobre la repisa una rosa acompañada de un par de papeles, haciendo referencia al día en el que se conocieron. Luego se incorpora y rompe a llorar desconsoladamente. Frederick le pasa el brazo por encima de los hombros en un intento de darle la fuerza que necesita para seguir adelante.
El resto avanza hacia el frente y va depositando pequeños detalles que guardan en sí recuerdos inolvidables vividos a la vera de Christopher. Y cuando terminan, se retiran y únicamente se limitan a seguirme con la mirada, preparados para actuar en caso de que mis fuerzas flaqueen. Me sitúo ante la lápida y deposito en ella un Cd con la canción Hard to say i'm sorry de Jerry Maguire, recordando aquel día en la cocina de casa, cuando se acercó a mí bailando, con la intención de sacarme a bailar a la pista imaginaria. Aún puedo recordar nuestras risas y nuestro baile improvisado. Es increíble como momentos tan simples como ese pueden llegar a ser los más valiosos.
Parece que ha pasado una eternidad desde entonces.
—No sé si puedes oírme pero no pienso correr el riesgo de perder la oportunidad, así que aprovecho este instante para decirte que te quiero mucho, papá, y me haces mucha falta.
Como puedo me pongo en pie y me doy media vuelta, aún con la cabeza agachada, intentando ocultar el sofocón que tengo encima. Aunque, a pesar de mis esfuerzos por mantener la vista fija en algún punto del terreno, hay algo que llama mi atención, de manera que enfoco hacia el frente, localizando al vampiro vestido con traje de chaqueta a lo lejos, aportando una rosa blanca entre sus manos, con la expresión rota al verme en ese estado. Sin pensármelo dos veces emprendo una carrera en su dirección y termino por darle un fuerte abrazo. Elián me recibe con unas ganas inmesas y besa mi frente. Entierro mi cabeza en su pecho y lloro, mostrándole mis puntos débiles, sin importarme nada de nada. Y él, a cambio, me cede un hueco eterno en su mundo, aún sabiendo que cuento de una existencia limitada, aunque mi recuerdo viva en él para siempre.
—Lo siento mucho— admite, con la voz quebrada, deslizando su barbilla por mi coronilla en un intento de propiciarme sendas caricias—. ¿Cómo estás?
—Destrozada, con el corazón roto y el alma deshilachada, pero teniéndote aquí la herida duele un poco menos.
—No pienso irme a ningún lado. Estaré a tu lado y te devolveré a la vida. Incluso si tengo que entregar mi inmortalidad a cambio.
—No digas eso.
—Es la verdad, Ariana. Daría mi vida por ti.
Niego con la cabeza.
—Todas aquellas personas que juraron protegerme han perdido la vida por mí. No estoy dispuesta a correr el riesgo de perderte a ti también. No lo soportaría.
Elián toma mi rostro entre sus manos y me mira directamente a los ojos, escrutándome como si fuese la cosa más maravillosa que le ha podido suceder en todo un siglo.
—Lo eres todo para mí. He arriesgado mi vida por ti en más de una ocasión y volvería a hacerlo sin dudarlo, porque se trata de ti. Jamás voy a permitir que te suceda nada. Prefiero mil veces antes arder por ti que perderte.
Deposito un beso en los labios del vampiro bajo la apagada mirada de Samuel y la entristecida de Jonathan, ambos hombres que han significado mucho para mí. Luego me refugio bajo el brazo de mi acompañante y camino junto a él de vuelta a casa. A nuestras espaldas la multitud se dispersa, tomando diferentes direcciones, con la espera de regresar a un lugar al que llamar hogar. Yo, por el contrario, simplemente tengo un refugio, porque mi hogar era mi padre y ya ha sido destruído. Una vez más me toca volver a empezar de cero. Algunas veces pienso que esto jamás va a acabar, que el mal no va a sucumbir y que nosotros seremos derrotados una y mil veces más, pero luego recuerdo todo aquello por lo que luchó mi padre y saco fuerzas de donde no las hay.
Me acuesto sobre la cama y miro al vampiro, quien se propone marcharse de la habitación para dejarme descansar cuando le freno, llamando su atención con la melodía de mi voz. Elián se detiene y se gira hacia mi persona, contrariado ante mi intervención. Me incorporo en la cama, flexionando una pierna, deposito mi brazo sobre este y paso mi mano por mi pelo.
—¿Puedes quedarte hasta que me quede dormida?— pregunta esperanzada—. Aunque, supongo que tendrás muchas cosas que hacer. Así que olvídalo. Es solo que tengo un miedo irracional a perderte.
—Todo lo demás se puede ir al garete. Tú eres lo único que ocupa mi mente. Y me encantaría hacerte compañía hasta que te quedaras dormida e incluso más.
Se aproxima a la cama y termina por recortarse a mi lado. Me echo hacia atrás y oriento mi cuerpo hacia la izquierda, enfrentándome al vampiro, quien ladea su cabeza en mi dirección y me escruta con sus enormes ojos verdes. Acerco mi cabeza un poco más a la suya hasta terminar por dejar mi rostro a escasos centímetros del suyo.
—Puedes dormir tranquila. Me encargaré personalmente de mantener alejados a los monstruos del armario— bromea.
Sonrío y cierro los ojos.
Elián toma la manta que cubre mi cuerpo desde cintura a pies y la alza un poco hasta lograr tapar mis hombros con ella. Luego se dedica a escrutarme con sus enormes ojos verdes, siendo partícipe de como poco a poco me voy quedando dormida, sucumbiendo a la más completa oscuridad, dejándome arrastrar al reino de los sueños, donde todo es posible, con la convicción de que estoy protegida de cualquier tipo de mal porque tener a Elián a mi lado es comparado a tenerlo todo.
—Que tengas dulces sueños.
Despierto a la mañana siguiente sobre la cama, cubierta con una manta de color marrón, y acompañada de la chaqueta de cuero de el vampiro. Aproximo la prenda a mi nariz e inspiro el aroma tan dulce que desprende, sintiendo a su dueño a escasos centímetros de mí a pesar de desconocer de su paradero. Dejo la chaqueta a un lado y me incorporo, tomando asiento al borde de la cama y observando una fotografía que hay en la mesita de noche, en la que se puede apreciar a mi padre en el altar con Kara, ambos vestidos elegantemente. Sonrío al recordar lo nervioso que estaba mi padre aquel día y lo feliz que se sentía por haber compartido una vida tan maravillosa junto a las personas que consideraba su segunda familia. E incluso logro memorizar las palabras que me dijo en el instante en el que iba a acompañarle al altar "algún día te llevaré al altar y será el día más maravilloso del mundo", que causan un sentimiento agridulce en mí.
Me pongo en pie y camino hacia la salida de la habitación, deteniéndome ante la puerta antes de salir para mirar una última vez la fotografía antes de abandonar la estancia, dejando grabado en mi memoria la amplia sonrisa y los ojos brillantes de mi padre. Me incorporo al extenso y solitario pasillo que conduce hacia una escalera. Bajo los peldaños de uno en uno, aferrándome a la baranda como si la vida se me fuese en ello, temerosa de perder las fuerzas que me quedan. Sin embargo logro superar esta prueba con éxito, así que me propongo con valentía ir hacia la cocina. Camino a buen ritmo hacia mi destino, dejándome guiar por la luz que escapa de una estancia y se proyecta en el suelo, revelando, además, la presencia de una persona.
Al situarme bajo el marco de la puerta miro al frente y descubro a Elián Vladimir con un trapo blanco echado al hombro, enfrentado a la vitrocerámica.
En cuanto se percata de mi presencia ladea la cabeza hacia mi dirección y me sonríe ampliamente. Le devuelvo el gesto sin pensármelo dos veces y me propongo tomar asiento en una de las sillas libres que hay alrededor de la mesa.
—Buenos días— añade sonriente—. ¿Qué tal has dormido?
—Bien. Las pesadillas han decidido darme una tregua.
—¿Eso significa que he hecho un buen trabajo manteniendo alejados a los monstruos del armario?
Asiento, esbozando una sonrisa.
—¿Te han herido?— pregunto, siguiéndole el juego.
—Algún que otro rasguño sin importancia. Pero sobreviviré.
Se acerca a la mesa y deposita ante mí un plato de tortitas que rocía con miel. Me permito el placer de humedecer mis dedos con el néctar y me los llevo a los labios para hacerlo desaparecer. Elián no puede evitar sonreír al verme hacer eso y procede a echar un poco de nata sobre la cima de mi desayuno, concediéndose más tarde el lujo de vertir la espesa sustancia en su boca directamente. Le arrebato el bote de nata y hago ademán de hacer lo mismo pero no funciona. Por más que aprieto el pulsador no sale nada, lo cual me lleva a agitar el bote durante varios segundos para luego volver a intentarlo, con la mala suerte de apuntar al vampiro, quien en un abrir y cerrar de ojos acaba con la camiseta lleva de nata.
—Lo siento.
Me quita el bote de las manos y me rocía con él. Esbozo una amplia sonrisa y me propongo humeceder mis dedos con la nata de mi ropa para luego arrojarla en dirección al vampiro, quien tiene las mejillas salpicadas de pequeñas gotitas blanquecinas. Elián se coloca justo detrás mía, me rodea la cintura con sus brazos y me da media vuelta, enfrentando su rostro al mío. Sonrío al verle con ese aspecto tan ridículo y él decide darme un beso en la punta de la nariz para eliminar el rastro de nata, continuando con el exterminio del resto de pequeñas gotitas que impregnan mi cara. Suelto una risita al ser partícipe de como reparte un sin fin de besos por mis mejillas.
—No me importaría volverme diabético de esta forma.
Sonrío ante su comentario y procedo a humeceder sus labios con un poco de miel, para luego besarlos con gran intensidad.
—¿Eres mielómana?
—Lo era hasta que te conocí. Eres mi nueva adicción.
—Consideraré la idea de embadurnarme en miel— dice en tono morboso, con una sonrisa pícara asomando en sus labios.
Le arrebato el trapo del hombro y le doy un pequeño azote con él en el brazo. Elián cierra los ojos y esboza una sonrisa capaz de iluminar con su luz hasta el lugar más oscuro de todos. Tomo asiento en una de las sillas y él se coloca justo enfrente. Con ayuda de un tenedor y un cuchillo segmento las tortitas en pequeño trocitos y me los llevo uno a uno a la boca, bajo la penetrante mirada del vampiro.
—¿Por qué me miras así?
—¿Por qué? ¿te pone nerviosa?
—Un poco.
Suelta una risita divertida.
—¿Vas a decirme por qué me miras así?
—Porque aún no entiendo cómo puedes sentarte ahí, sin hacer nada, y verte tan jodidamente increíble— me muerdo el labio inferior en un intento de reprimir una amplia sonrisa—. No me importaría entregar mi inmortalidad con tal de vivir una vida humana a tu lado.
—¿Harías eso por mí?
—Sin dudarlo.
—¿Aunque contases tan solo con sesenta años?— inquiero saber, sorprendida por el impacto emocional que han tenido sus palabras en mí.
—Sesenta años vividos a tu lado serían más valiosos que toda una eternidad sin ti. Y aún así sería un tiempo insuficiente para mí en comparación con el que quiero pasar contigo.
Coloco mi mano sobre la suya y le miro, sonriéndole.
—¿Te has propuesto hoy hacerme sonreír?
—Hoy y todos los días de mi vida.
—Así que tengo Elián para rato— bromeo sonriendo—. Me gusta.
Elián me coge en peso y opta por colocarme sobre su hombro. Luego me rodea la cintura a modo protector y da sucesivas vueltas conmigo, logrando arrebatarme más de una sonrisa. La cabeza me da vueltas, el corazón me late con violencia, pero aún así no tengo miedo. Es más, en ese preciso instante me siento más viva que nunca.
—Creo que voy a vomitar el desayuno— anuncio.
El vampiro se detiene y vuelve a poner mis pies sobre tierra. Permanezco inmóvil unos segundos, con las manos entrelazadas con las del vampiro, a la espera de recuperar el equilibrio. Una vez lo consigo me percato de que me encuentro junto a una ventana, por la que penetra la luz anaranjada del sol que se proyecta sobre nuestras personas. Miro los ojos verdes del vampiro que centellean con los rayos solares y decido perderme en ellos durante unos segundos. Nos limitamos a permanecer en silencio, mirándonos el uno al otro con avidez, salvando poco a poco la distancia que nos separa hasta que nuestros labios se encuentran y se funden en un cálido beso.
—Será mejor que vaya a cambiarme de camiseta— informo.
—Ten cuidado con el monstruo del armario.
Sonrío y me marcho de la cocina tras darle un beso en la mejilla.
Avanzo hacia las escaleras con una amplia sonrisa que se difumina al llegar al salón, donde localizo a Kara sentada en el sofá, con las lágrimas surcando sus mejillas, mirando en un albúm de fotografías instantáneas en las que aparece con su difunto marido. Desliza sus dedos sobre las imágenes en un intento de volver a revivir aquellos momentos tan felices. Cierra los ojos con fuerza y por ellos escapan unas gruesas gotas de agua con sabor a mar. Subo las escaleras con sigilo, evitando llamar su atención, y termino por encerrarme en la habitación tras cruzar el pasillo. Una vez en mi dormitorio camino hacia el armario, lo abro de par en par y extraigo una camiseta morada que sustituyo por la negra que tengo puesta. Luego abandono la habitación y me incorporo nuevamente al corredor con la esperanza de volver a la cocina, pero al pasar por la puerta que corresponde al cuarto de mi padre decido abandonar mi misión temporalmente, decidiéndome a entrar en esta estancia impregnada de recuerdos.
Camino hacia un armario, lo abro de par en par y extraigo una camisa blanca con el fin de apreciar el aroma a perfume de mi progenitor, con la esperanza de inmortalizarlo en mi memoria para siempre. Aproximo la prenda a mi pecho y ejerce una leve presión sobre ella. Por unos breves instantes siento que estoy abrazando a mi padre y me atrevo a fantasear con la idea de que aún está en este mundo. Ojalá lo que deseo pudiese hacerse realidad. Abro los ojos y me encuentro con la cruel verdad; en mis manos hay un vacío permanente, al igual que en mi corazón, y lo peor de todo es que mi padre se ha ido y no va a volver. Suspiro, frustrada, y en mi intento de volver a guardar la camisa blanca de mi progenitor en su lugar de origen descubro un sobre que sobresale bajo la prenda. Frunzo el ceño ante este hecho y procedo a hacerme con este. En cuanto lo tengo en mis manos miro la inscripción que pone en la parte posterior; para Ariana.
Tomo asiento en el borde de la cama, con la carta entre mis manos, dudando entre si abrirla o no, temerosa de volver a sentir esa presión en el pecho que me asfixia y consume por momentos. Finalmente opto por averiguar de qué se trata, descubrir qué es aquello que quería decirme mi padre en caso de que sucediese una tragedia. Recuerdo que mi madre también me dejó una carta cuando murió. Quizá era este sobre lo que pretendía salvar mi padre el día en el que ardió mi hogar, cuando le encontré entre las llamas buscando desesperadamente algo en una estantería.
Extraigo la carta y la desdoblo para poder leerla.
Querida Ariana, si estás leyendo esta carta es porque el peor de mis temores se ha hecho realidad, me he marchado de este mundo sin poder cumplir mi mayor deseo, verte crecer como mujer y envejecer. Aún así me he ido con la certeza de haber vivido a tu lado las mejores experiencias que podría regalarme la paternidad, orgulloso de la mujer en la que te has convertido. Tal vez mi existencia no haya sido extensa pero puedo asegurarte que ha valido la pena cada segundo, y a pesar de las adversidades a las que he tenido que hacer frente, doy fe de que ha sido una vida de ensueño. He descubierto que con el paso del tiempo me he ido rodeando de amistades que han terminado convirtiéndose en mi segunda familia, he tenido el inmenso honor de verte caer y levantarte una y otra vez, y he luchado por mis creencias, entre las que destacaba dejar como legado un mundo mejor en el que vivir. Mi mayor deseo era mantenerte alejada del mal pero lamentablemente no ha podido ser así, a pesar de todos mis esfuerzos por darte una vida feliz. Tal vez no podamos huir de nuestro destino, quizá estemos predestinados a enfrentarlo.
De la vida me llevo recuerdos inolvidables, así como un sin fin de experiencias que han surgido de mis errores y aciertos. Conmigo me llevo una sucesión de instantes que hacen vibrar mi corazón cada vez que los recuerdo. Algunos de ellos son tu nacimiento, los primeros pasos, tu primer día de colegio, aprender a montar en bicicleta, acompañarte cada mañana al instituto, nuestros bailes improvisados, cada abrazo recibido tanto en los buenos como malos momentos, tu graduación, el primer día de universidad, pintar la casa. Y un sin fin de recuerdos que no he nombrado pero que podría nombrar si me alcanzara toda una vida, porque cada uno de ellos ha sido maravilloso. Me encantaría poder vivir nuevas experiencias a tu lado pero va a ser imposible. Así que quiero que vivas por mí todas ellas y que luches hasta el último segundo de tu vida por ser feliz, porque no mereces menos.
Sé que mi pérdida te dolerá y te romperá el corazón en dos, del mismo modo que sé que dejaré un vacío que probablemente jamás llegue a llenarse. Pero sé que eres fuerte y podrás superar esto con el paso del tiempo. Las heridas cicatrizarán lentamente pero terminarán por cerrarse, hasta lograr manifestar un dolor apenas perceptible. Sin embargo, debes tener en cuenta que esto no es un adiós sino un hasta luego. Estoy seguro de que volveremos a vernos algún día. Hasta entonces, te deseo de todo corazón que tengas una vida larga y plena.
Te quiero, Ariana, y te querré siempre.
Papá
Vuelvo a doblar la carta y la guardo en el interior del sobre, con las lágrimas deslizándose apresuradamente por mis mejillas, el corazón acelerado y la respiración agitada. Me llevo la carta al pecho izquierdo y la aprieto contra él con fuerza, dejándome llevar por la sucesión de recuerdos que se manifiestan en mi cabeza, todos ellos compartidos con mi padre.
—Nos volveremos a ver. Estoy segura— digo en voz alta.
Guardo la carta bajo la camisa de mi padre y abandono la habitación con el corazón encogido. Recorro nuevamente el pasillo con el propósito de bajar a la planta baja y hacerle una visita a Kara, quien aún continúa sentada en el sofá martirizándose con los recuerdos. Al alcanzar su posición opto por tomar asiento a su vera y ofrecerle un pañuelo con el que enjugar sus lágrimas. Me agradece el gesto con una sonrisa.
—Papá me dijo que tenía que ver sus fotos en Hawaii.
—Estaba hecho todo un modelo posando— dice, sonrendo.
Me tiende el albúm de fotografías y me muestra unas instantáneas en las que aparece ella con mi padre bebiéndose unos cócteles, paseando abrazados por la orilla del mar, buceando bajo el agua. Una vez termino de ver las fotos compartidas decido pasar de páginas, descubriendo unas imágenes en las que aparece solamente mi padre. En una de ellas lleva una pamela en la cabeza y está posando junto a una palmera, flexionando ambos brazos, mostrando sus bíceps. En otra aparece enterrado en un hoyo en la playa, cubierto de arena, con gafas de sol puestas. Otra instantánea revela a mi progenitor bebiéndose una cerveza acostado sobre una colchoneta en una piscina, dedicada especialmente a Frederick.
Suelto una risita al ver esas fotografías y Kara me imita.
—¿Por qué está aquí con las manos sobre el abdomen?
—Porque se quedó dormido tomando el sol con un donut sobre la barriga y se le ha quedado grabada esa forma al quemarse.
Río a carcajadas, sintiendo como el estómago me duele debido a la contracción de mis músculos abdominales, así como las lágrimas de felicidad escapan de mis ojos a una velocidad sobrehumana. Kara une su cabeza a la mía y me muestra una imagen en la que aparece mi padre cayéndose de una pequeña barca, hundiéndose en las profundidades del mar momentáneamente. También me muestra una instantánea en la que aparece mi padre tirado boca arriba en la arena, con un enorme perro sobre él, lamiéndole la cara.
—Gracias por darle unos momentos tan especiales a mi padre.
—No hay nada que agradecer, Ariana. Fue un placer compartir mi tiempo con una persona tan maravillosa como era tu padre.
—Me alegro mucho de tenerte aquí.
Deposita un beso en mi frente y cuando procede a enseñarme otra fotografía suena el timbre de la puerta principal. Tanto ella como yo damos un respingo e intercambiamos una mirada antes de ponernos en pie e ir hacia la entrada, seguidas por la mirada del vampiro, quien acabe de abandonar la cocina y se aproxima hacia nosotras.
Abro la puertas tras acaricias el picaporte por unos segundos, descubriendo a Frederick Anderson tras ella, con el semblante serio, portando un equipaje de color marrón. Le miro sin comprender y él, ante mi confusión, decide explicarse para aclarar el motivo de su visita.
—Fred, ¿qué estás haciendo aquí?— pregunto.
—En el lecho de muerte de tu padre le prometí protegeros a toda costa, tanto como durase mi vida, así que tras su muerte asumí mi responsabilidad. Estoy aquí para cumplir la promesa que le hice a Christopher— explica con la voz quebrada por la tristeza—. No puedo protegeros estando a kilómetros, así que he pensado que lo mejor será que viva con vosotras aquí, si no os importa, así podré protegeros en todo momento, asegurándome de que no corréis peligro.
Sin decir nada me limito a abrazarle con fuerza. Kara también decide unirse al abrazo unos segundos más tarde, en un intento de agradecerle todo lo que está haciendo por nosotras y sobre todo por su mejor amigo, Christopher Greenberg. Fred nos arropa con sus enormes y fuertes brazos, haciéndonos sentir a salvo de cualquier amenaza. Y por primera vez desde la muerte de mi padre, teniendo a tres personas tan importantes para mí compartiendo techo en este preciso instante, me siento nuevamente en un hogar.
—Eso sí, tenemos que hablar sobre las noches de luna llena. En esas fechas marcadas suelo cogerme unas vacaciones. Ya sabéis, se me va un poco la pinza— bromea Frederick.
Elián, desde la lejanía, le dedica un asentimiento al licántropo, haciéndole saber que le agradece lo que está haciendo, y el señor Anderson le devuelve el gesto.
—Gracias— susurro cerca del cuello de Fred, quien al oírme decir eso sonríe y procede a ejercer una mayor fuerza abrazándonos.
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