Capítulo 12
Ante nosotros se alza una pequeña casa de aspecto siniestro, en cuyo tejado grisáceo hay toda una bandada de cuervos observándonos con sus ojos inquietantes y sus picos afilados. En los marcos de las ventanas hay telarañas, con algún que otro arácnido trepando por ella, atento a cualquier tipo de amenaza. En la parte delantera de la casa hay varias macetas con flores marchitadas por el escaso cuidado que reciben, conformando un pequeño sendero que conduce hay la entrada de la casa.
Intercambio una mirada con Elián, quien asiente, indicándome que continuemos.
Avanzamos hacia el frente, dejándonos llevar por la brisa con aroma a naturaleza, la tierra húmeda como consecuencia de la presencia de algunos copos de nieve, y el entorno tan solitario y siniestro en el que nos encontramos envueltos. Esquivo algún que otro charco con cierta agilidad, resbalando en alguna que otra ocasión con la tierra húmeda, por suerte, recuperando el equilibrio a tiempo. En cuanto nos hallamos ante la entrada no dudo en propiciar sendos golpecitos sobre la puerta. Retrocedo un paso y miro al vampiro, quien me dedica una sonrisa a cambio y se toma la libertad de coger mi mano y sostenerla con fuerza, aportándome el ánimo que necesito para seguir adelante.
Tras la puerta aparece una mujer de tez morena, cabello color azabache y enmarañado, con notables ojeras bajo sus ojos y leves arrugas a lo largo de sus mejillas. La mujer nos observa de arriba a abajo con cierta inquietud, dudando entre si cederno o no el paso hacia su hogar. Ante su actitud desconfiada decido intervenir para poder dar con un remedio.
—Soy Ariana Greenberg y él es Elián Vladimir— añado, haciendo una breve presentación—. Estamos buscando a Dalia Holt.
—El apellido Vladimir es bastante reconocido, sobre todo por los crímenes que recaen sobre la familia que lleva ese apellido— replica.
Elián fuerza una sonrisa.
—Nos gusta ser el centro de atención, no podemos remediarlo— bromea el vampiro, examinando el hogar de la mujer, mirando por encima de su hombro—. Pero no estamos aquí para hablar de mí. ¿Dónde está la bruja piruja?
—Delante de ti.
—Genial. No tenía ganas de ponerme a jugar al escondite.
—¿Qué queréis?
La bruja mira por encima de nuestros hombros, centrando toda su atención en un cuervo que acaba de depositarse sobre la rama de un árbol lejano. Dalia nos hace una seña con la mano para que entremos en su hogar. Me adentro en la casa en primer lugar, seguida por el vampiro y en último lugar por la bruja. Una vez alcanzo una mesa de madera redonda que hay en el centro de la pequeña casa decido darme media vuelta y enfrentarme a la mujer. Elián, en cambio, se pasea junto a las estanterías, observando los tarros de cristal con contenidos extraños, quitándole alguna mota de polvo con su dedo índice.
Dalia se sienta en la mesa y yo la imito.
—¿Qué os ha traído de tierras tan lejanas?
—Los Lux— contesto.
Abre los ojos como platos y se remueve nerviosa en la silla, mirando a través de la ventana para comprobar si hay alguien en las proximidades.
—Ahórrate la parte en la que mientes acerca del vínculo que te une a esas criaturas— pide el vampiro, palpando la mesa con ambas manos e inclinando su cuerpo ligeramente hacia delante.
—Parece que habéis estado investigando sobre mí.
—En este preciso momento eres nuestra única esperanza. Deberías sentirte afortunado— anuncia Elián, tomando asiento en una silla—. Podías empezar contándonos acerca de ese vínculo que te une a los Lux.
—Está bien, pero antes necesito asegurarme de que nadie está escuchándonos— la bruja se pone en pie, baja las persinas y procede a insonorizar su hogar con ayuda de un hechizo, evitando así que nuestra conversación llegue a oídos de las personas equivocadas—. Mucho mejor.
Coge una vela morada con olor a Lavanda y la coloca en el centro de la mesa. Luego procede a tomar asiento en el lugar de antaño, encendiendo, esta vez, la mecha con ayuda de magia. La habitación únicamente queda iluminada por la llama cálida de la vela, la cual ilumina nuestros rostros, haciendo juegos de luces y sombras.
—Soy descendiente de una familia de Lux. Estaba predestinada a convertirme en uno de ellos en cuanto cumpliera la edad de dieciocho años, mediante un ritual llevado a cabo por brujas. Este consistía en hacerme ingerir un brevaje a base de hierbas, prometerme en voz alta a cumplir con mi destino y morir como consecuencia de una descarga eléctrica producida por un rayo, dirigida directamente al corazón— narra, con la mirada perdida en sus manos arrugadas por el paso del tiempo, sonriendo levemente—. Estaba decidida a aceptar mi destino hasta que conocí a Dominic, un simple humano que se ganó mi corazón con cada acción, palabra, gesto. Nos enamoramos perdidamente e incluso nos atrevimos a fantasear con un futuro, a pesar de los tiempos oscuros que corrían y de las diferencias existente entre nosotros. Fue entonces cuando decidí rehusar a mi destino y huir con él lejos de todo cuanto nos rodeaba.
—¿Conseguiste desprenderte de tu destino?— inquiero saber.
Niega con la cabeza.
—No importa cuánto intentes huir del mundo sobrenatural, siempre logra alcanzarte. Dominic murió a manos de un Lux poco tiempo después de ser atacado. Al principio me negué a dejarle marchar sin más, sin intentar salvarle, así que me embarqué en un viaje que me llevó por diversos condados. Iba a contrarreloj, pero aún así quise intentarlo. Sin embargo, el tiempo se agotó inevitablemente. Cuando volví a casa vi morir al amor de mi vida y te aseguro que no se lo deseo a nadie. Me sentí tan impotente y destrozada. Fue ahí cuando comprendí que no debería haber malgastado todo mi tiempo en buscar una cura sino en compartirlo con Dominic.A partir de ese momento quise desvincularme por completo del destino que me esperaba y sobre todo de mi familia.
—Lo siento— añado, bajando la cabeza.
—Fue hace mucho tiempo, aunque la herida aún es incapaz de cicatrizar— toma mi mano y propicia sendas palmaditas sobre el dorso de esta—. No hay día en el que no le recuerde. Me hizo sentir eterna en una existencia limitada.
—Eso no explica cómo te convertiste en bruja— apunta Elián, escrutándole con sus enormes y penetrantes ojos verdes—. Apuesto a que fue por arte de magia.
—Tras la muerte de Dominic decidí, como última opción, acudir a las brujas para suplicarles mi conversión. Al principio se negaron por mi vinculación con los Lux, aunque terminaron haciendo realidad mi deseo, a cambio de pagar un alto precio.
—¿Qué precio?— pregunto.
—Les hice entrega de mi sobrina, quien tenía sangre mestiza, ya que mi hermana era una Lux pero su marido era un brujo. Estaba destinada a ser una gran bruja. Su sangre mestiza sería su fuerte.
—¿Supiste algo más de ella desde entonces?
Niega con la cabeza.
—Mi sobrina, Audrey, se limitó a mantener su paradero en secreto gracias a un hechizo de encubrimiento. Su poder era tan poderoso que nadie fue capaz de localizarla, ni siquiera los brujos más reconocidos de aquel entonces. Nunca más supe nada de ella. Y lo cierto es que me arrepiento de haberla entregado a las brujas. Ella no tenía porqué pagar las consecuencias de un corazón roto.
Elián se pone tenso, lo sé por la postura tan rígida que acaba de adoptar y por la línea que forman sus hombros. Su expresión pasa de ser incrédula a contrariada. Incluso podría afirmar que está inquieto por el comentario que acaba de hacer la bruja. El vampiro intercambia una mirada cómplice conmigo, haciéndome recordar acerca de aquel motivo que le llevó a convertirse en vampiro. Se enamoró de una chica llamada Audrey, quien le engatuzó, atrayéndolo a la trampa preparada por su propia familia.
—¿Por qué estás aquí?— me pregunta.
Vuelvo a mirar a Dalia Holt y suelto un suspiro.
—Mi padre ha sido atacado por un Lux, recibiendo la característica marca letal. Me preguntaba si habría algún tipo de cura que pudiera salvarle.
—No la hay. Lo siento.
—Tiene que haberla— le contradigo, elevando el tono de voz—. No puedo permitirme perder a mi padre. Me he tenido que desprender de muchas personas con muy poco margen, no creo que pudiera superar su pérdida. No estoy preparada para dejarle marchar. Si muriera jamás me lo perdonaría, la culpabilidad por haber sido salvada me consumiría por completo.
—Sé cómo te sientes. Yo también me sentí así. Pero lamentablemente no hay nada que puedas hacer. La cura de la marca letal de los Lux está aún por descubrir. Ni siquiera la brujería es capaz de salvar a una persona de esa maldición. Te aconsejo que aproveches al máximo el escaso tiempo que le queda a tu padre, haciendo actividades juntos, rememorando los mejores recuerdos. O de lo contrario vas a arrepentirte toda la vida.
—No puedo volver con las manos vacías.
Dalia me acaricia la mejilla con ternura y me mira con sus ojos verdes cristalizados.
—Nunca estamos preparados para decir adiós, pero todos tenemos que enfrentarnos a ese momento en algún momento de nuestras vidas.
—Aún es demasiado pronto.
—El destino tiene otros planes para nosotros. Tal vez ahora creas que es lo peor que podría pasarte pero, tal vez, dentro de un tiempo tu forma de pensar cambie y sea entonces cuando descubras que valió la pena asumir tanto dolor para conseguir a largo plazo un período de felicidad que dure como mínimo toda una vida.
—Jamás podría sentirme orgullosa de obtener el futuro con el que tanto ansío a costa de la muerte de las personas que me importan.
—La vida es así. Está compuesta de subidas y bajadas, obstáculos que superar y caminos que parecen no llevar a ninguna parte. A lo largo de ella hay felicidad, pero también dolor. Debemos sufrir de este último para valorar los períodos de dicha. Recuerda, no podemos obtener un arcoiris sin un poco de lluvia.
Aprieto la mandíbula con fuerza con el fin de evitar que las lágrimas escapen de mis ojos y se deslicen por mis mejillas. No quiero quebrarme delante de Dalia. No puedo permitirme a mí misma derrumbarme y mucho menos ahora que necesito mantenerme más fuerte que nunca para seguir luchando hasta que el tiempo me lo permita.
—¿Cómo es posible que los Lux hayan resugirdo? Llevan todo un siglo extintos— interviene Elián, poniéndose en pie y situándose justo detrás de mí.
—Me sorprende que me hagas esa pregunta cuando eres precisamente tú la persona que se crió prácticamente desde la cuna con ese alguien. Un hombre manipulador, carente de sentimientos, psicótico, egoísta, solitario, desconfiado.
—Kai.
Elián me hace una seña para que me ponga en pie y nor marchemos. Dalia también se incorpora, imitándonos, y nos acompaña hasta la salida de su pequeña casa. El vampiro se aferra al picaporte y sale al exterior, examinando el perímetro con una mirada rápida. Yo, en cambio, oriento mi cuerpo hacia la persona de la bruja y termino dándole un abrazo, en agradecimiento a todo cuánto ha hecho por mí. Dalia deposita sendas palmaditas en mi espalda.
—Te deseo toda la suerte del mundo, Ariana Greenberg.
Asiento una sola vez y me marcho en dirección al vehículo verde, situándome a la vera del vampiro, quien me mira de soslayo cada pocos segundos, comprobando mi estado emocional para, en caso de caer en picado, actuar de inmediato.
Tomo asiento en el lugar del acompañante, mientras Elián se sitúa al volante, dándole vida al motor e incorporándose a la carretera dando marcha atrás, poniendo cada vez más distancia entre la casa de la bruja y nosotros. Cuando finalmente logra su objetivo acelera progresivamente, centrando toda su atención en la carretera, mientras la mía queda depositada en la persona de Dalia Holt, quien se despide tímidamente con la mano, dedicándome una de sus sonrisas.
—Audrey fue tu primer amor, ¿cierto?
—En realidad fue, más bien, una gran decepción disfrazada de mentiras.
—Aún así la qusiste y el recordarla puede haberte afectado emocionalmente— explico.
—Por ella no siento otra cosa que un odio profundo. Me empujó a convertirme en aquello que tanto temía ser, un monstruo. Atrajo el vampirismo a mí como si fuese una golosina para un crío, transformándome en aquello que nunca quise ser, ni en la realidad ni en mis pesadillas. Un vampiro.
Ladeo la cabeza en su dirección y le miro con el ceño fruncido.
—Una vez me dijisite que ser un vampiro fue lo mejor que te había podido suceder y que no conocías algo más miserable que ser un humano, débil y vulnerable.
—Mentí— confiesa con total firmeza—. La realidad es que no soporto la idea de estar condenado a ser un vampiro para toda la eternidad.
—Recuerdo aquellas palabras que te dije una vez; su castigo es estar condenado a ser un vampiro para toda la eternidad. Si hubiera puesto fin a tu vida en aquel entonces, habría cometido el mayor error de mi vida.
Me mira con ojos brillantes y esboza una sonrisa.
—Habrías estado en todo tu derecho. Me comporté como un completo idiota contigo. Mi obsesión por dar con mi hermana me cegó por completo, llevándome a ignorar el hecho de que tenía delante de mis narices a lo mejor que me podría haber sucedido jamás.
—El destino es caprichoso.
—Me pregunto qué nos tendrá preparado para el día de mañana. Espero que, por los que están tardando en llegar, sea algo gordo.
Continúa conduciendo hasta pasadas un par de horas, cuando decide desviarse hacia una taberna de carretera con el fin de pedir algo para llevar, estancionando en un aparcamiento cercano a la entrada. Abandono el vehículo, siendo bendecida por la brisa gélida y las copos de nieve que recién empiezan a caer de nuevo, depositándose sobre mi cabello, humedeciéndolo temporalmente e incluso dotándolo de una tonalidad apagada. Elián, sin embargo, parece no sentirse afectado por este hecho, es como si su temperatura corporal ya estuviese adaptada a la exterior. Supongo que serán cosas de ser un vampiro.
Entramos en el establecimiento y caminamos hacia la barra con el fin de hacer nuestro pedido. La mujer que atiende nos hace entrega de una carta en la que se pueden apreciar todos los platos y sus respectivos precios. Elián pide en primer lugar y luego me pasa el trozo de papel plastificado para que elija mi almuerzo. Releo rápidamente los platos que se me ofrecen y termino por dedicirme por una enchilada.
—Voy a hacer una llamada.
Me marcho hacia el teléfono de pared que hay en el otro extremo del local, situándome ante él e introduciendo un par de monedas en la ranura para poder marcas el número deseado.Sin pensármelo dos veces llamo a Frederick, quien tarda unos segundos en responder.
—¿Sí?
—Fred, soy yo, Ariana.
—Ariana, ¿qué tal estás?
—Voy sobrellevando la situación, aunque debo admitir que se me hace muy cuesta arriba.
—A mí tampoco me está resultando fácil ver a mi mejor amigo apagándose.
Suspira y guarda silencio unos segundos.
—¿Qué tal va la búsqueda?
—No podría ir peor. Hemos ido a hacerle una visita a una bruja que está, en cierto modo, vinculada con los Lux con el fin de saber algo más acerca de la marca letal, y todo cuanto hemos averiguado es que no hay cura y que Kai está detrás del resurgir de estas criaturas.
—Lamento oír eso. Tenía la esperanza de que hubiera algo que pudiera ayudarle. Me bastaba incluso la idea de que algún tipo de remedio pudiera paliar los efectos de la maldición. Se me rompe el corazón cada vez que miro a tu padre, Ariana. Aún así intento serenarme y quedarme con la mejor versión de él. Y aunque he estado a punto de derrumbarme ante él en más de una ocasión, no me lo he permitido. Siempre he esperado a estar a solas para dejar salir todo el dolor que llevo dentro. Esta mañana Kara me descubrió en la biblioteca, sentado en el suelo, con la espalda apoyada en una estantería, llorando desconsoladamente. No me pidió explicaciones. Simplemente se sentó a mi lado y compartió su dolor conmigo. Todos estamos muy afectados con lo sucedido.
—Ojalá pudiera hacer algo más...
—Lo estás intentando, Ariana, y eso es más de lo que podrían decir muchas personas.
Me muerdo el labio con fuerza con el fin de reprimir un sollozo.
—¿Puedes pasarme con mi padre?
—Sí, claro.
Se escucha cierto alboroto, el cual me confirma que Fred se está desplazando de habitación con el fin de hacerle entrega a mi padre del teléfono. Espero pacientemente a que mi progenitor esté preparado para atender la llamada, aprovechando esos breves segundos para mantener mi malestar a raya por unos instantes.
—¿Ariana?
—Papá, ¿qué tal estás?
—Estoy bien.
Cierro los ojos con fuerza e intento con todas mis fuerzas que las lágrimas no escapen de mis ojos, pero estas, indomables, deciden hacer todo lo contrario.
—Me alegra oír eso. Por aquí hace tanto frío que apenas noto los músculos.
Suelta una risita.
—Me encantaría estar ahora mismo en Hawaii, con el sol, sus playas, su naturaleza exótica, y sobre todo mis cócteles.
—No sabes cuánto te envidio por haber visitado el paraíso.
—Vas a envidiarme el doble en cuanto veas las fotografías y los videos que hicimos.
—¡Qué morro tienes!
Ríe ampliamente y al hacerlo tose varias veces-
—¿Qué tal estáis todos por allí?
—Bueno, Frederick está haciendo un papel ideal como niñero. Aunque no sé si es el más indicado para asumir esta responsabilidad teniendo en cuenta que es un hombre lobo que en su juventud decidió teñirse el pelo de rubio platino.
—¡Oye!— se queja Fred de fondo.
—Kara está aficionándose a hacer tartas. Deberías probarlas, están deliciosas. Creo que por esa razón se han quedado los cazadores, Gideon y el resto haciéndome compañía— bromea.
—¿Debería preocuparme por la gran cantidad de azúcar que estáis consumiendo?
—Probablemente.
Esta vez soy yo quien ríe. Por contradictorio que suene estoy sonriendo al mismo tiempo que derramando lágrimas.
—Guardarme algún trocito de tarta.
—Lo intentaremos, aunque no te prometo nada. Desaparecen por arte de magia. Un momento, ¡Gideon!
Sonrío.
—Me alegro de oír tu voz, papá.
—Y yo de oír la tuya, Ariana. Eres la mejor de las medicinas para el mal que padezco.
—Hasta pronto, papá. Cuídate mucho. Te quiero.
—Yo también te quiero, cielo.
Frederick se hace con el teléfono de nuevo y añade en voz alta:
—No pienso ser yo quien pague las facturas de la electricidad.
Las risas abundan la estancia, escuchándose con gran intensidad. A medida que Frederick se aleja de dicho lugar estas van disminuyendo hasta quedar en un pequeño susurro, hecho que indica que el señor Anderson se encuentra alejado de la posición del resto de miembros. Fred se aclara la garganta antes de hablar y cierra una puerta tras si.
—Ariana, vuelve a casa.
Sus palabrasme confirman aquello que tanto temo, el tiempo con el que cuenta mi padre se está agotando, y por ello es la hora de despedirse. Aprieto los ojos con fuerza y dejo salir todas las lágrimas que viven en ellos, así como algún que otro sollozo. Tapo mi boca con una de mis manos con el fin de reprimirlos y me limito a finalizar la llamada, permaneciendo en silencio ante el teléfono, observándolo con el corazón en un puño.
Me doy media vuelta, con el rostro demacrado por el llanto, y observo desde la lejanía al vampiro, quien me pide una explicación con la mirada. Yo simplemente me limito a encogerme de hombros y dedicarle una sonrisa triste, haciéndole saber gracias a mis gestos que el peor de mis miedos está a punto de manifestarse.
Elián salva la distancia que nos separa y yo le imito. Ambos aumentamos el ritmo de nuestra marcha con el de fin acelerar el abrazo con el que tanto fantaseamos, de manera que este se produe mucho antes de que lo preevemos, aunque manifestándose de forma totalmente diferente a la imaginada. Las ganas que nos consumían por encontrarnos han aumentando, de forma que cuando nuestros cuerpos se han adheridos, la intensidad ha crecido, así como la fuerza del agarre. El vampiro acuna mi cabeza en su pecho izquierdo con ternura y me envuelve con sus brazos con ternura, haciéndome entrega de un lugar en su mundo, y yo, con el corazón desgarrado y consumida por el miedo me lanzo, sin pensarlo, a sus brazos, con la esperanza de ser salvada.
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