Prólogo

Los rayos de sol se proyectan en mis manos, las cuales están depositadas sobre una superficie de mármol gris, cuyo extremo superior desemboca en una caída libre. Mis uñas, perfectamente cuidadas, adoptan un tono rojo que hace juego con el labial que tengo por costumbre usar. Flexiono un poco mis dedos, de manera que mis uñas yacen enfrentadas hacia la superficie, y a contiuación las deslizo hacia mí, dotando al mármol gris de unas líneas blancas.

Puedo sentir como mi furia interior crece por momentos, como la rabia me consume lentamente, convenciendo a cada rincón de mi ser que debo actuar, acabar con todo ápice de felicidad hasta que todo cuanto quede sea dolor y soledad. La idea de causar un sufrimiento inimaginable me puede, de manera que en mi cabeza imagina cientos de formas de destrucción, entre las que destacan matar una por una a las personas cercanas a los herederos de cada una de las reliquias, causar desastres naturales tales como un incendio que arrase con todo. O, mi favorita, tomar la ciudad de Glasgow y someterla.

Con tan solo cerrar los ojos e imaginar tal suceso puedo sentir el dolor ajeno, la rabia y desesperación por haber perdido tanto, la soledad, el pánico, el sonido que hacen los corazones al romperse. Me compadezco de aquellos que son aún capaces de amar, no saben cuán vulnerables son ni cuánto dolor pueden llegar a experimentar por la pura estupidez de enamorarse. A ese tipo de personas les tocará sentir un nudo en la garganta cuando estén tristes, ser decepcionados por quienes les importan, el incesante revoloteo de bichos asesinos que te perforan el estómago en un principio para terminar por morir escaso tiempo después. El miedo al rechazo y a hacer frente a la verdad. El dolor en el pecho izquierdo provocado por un corazón roto. No puedo imaginar algo más patético y miserable que el amor.

Apuesto que si ese grupo de idiotas enamorados supiesen de la existencia de un interruptor que anula todas las emociones darían incluso sus propias vidas humanas con tal de tenerlos a su merced y usarlos según su conveniencia.

La brisa cálida se enreda en mi cabello, jugando con las ondulaciones que nacen a lo largo de mis mechones azabaches. Algún que otro acaricia mi mejilla en un intento de permanecer un poco más próximo a la agradable calidez que desprende mi rostro. Mas no le concedo su capricho, simplemente me limito a echarlo hacia atrás, abandonándolo a su suerte.

Unos pasos comienzan en la entrada al balcón y continúan con su caminar hasta detenerse a pocos metros tras de mí. Esbozo una amplia sonrisa al reconocer inmediatamente a mi acompañante. Después de tantos años uno aprende a detectar a sus aliados y a grabar todas y cada unas de sus características.

—¿Lamentando tus decisiones?

—Más bien, buscando la forma de perfeccionarlas.

Kai se sitúa a mi vera, apoya un brazo en la superficie de mármol gris y ladea su cuerpo en mi dirección.

—¿Se puede saber cuáles son tus planes futuros?

Cambio el rumbo de mi mirada en torno a él y procedo a acariciarle la mejilla. El vampiro sigue con la mirada el recorrido de mi mano, el cual finaliza cerca de su barbilla, bajo su boca entreabierta.

—Deseo destruir hasta el último ápice de felicidad que exista en este mundo. Quiero ver a las personas llorar por la rabia de haber perdido todo, derramar la sangre de los traidores y reducir a la nada a nuestros enemigos. Quiero que el mal reine.

—Por cada segundo que transcurre eres más fuerte y por si fueses poco cuentas con una ventaja, tienes en tu poder la vara del mal y nada va a impedir que no hagas uso de ella— Kai hace una pausa para apreciar el radiante sol que va camino de ocultarse tras la montaña. Luego, sus ojos vuelven a enfocar mi rostro, deteniéndose más de lo debido en mis labios. El vampiro deposita su mano sobre la mía y me mira con sinceridad—. Me tienes a mí. El mayor destripador de la historia vampírica, capaz de arrasar con toda una ciudad en una sola noche. Tenemos todas las de ganar.

—Ya estoy comenzando a ganar y tan solo se trata del principio.

Le doy la espalda a Kai y me adentro en la estancia contigua. Contiene una mesa de madera alargada en el centro, alrededor de la cual yace una sucesión de sillas hechas del mismo material. Junto a cada una de ellas aparecen unas sombras que poco a poco van extinguiéndose, dando lugar a unos hombres de carne y hueso que van tomando asiento en las sillas que tienen ante ellos.
Me paseo por detrás de algunos de mis seguidores, admirando sus rostros con el fin de dar con alguna expresión que logre transmitirme una mala señal. Sin embargo, no logro dar con nada fuera de lo normal, así que decido tomar asiento en la silla plateada, adornada con el diseño de unas serpientes.

—¡¿Podéis explicarme cómo es posible que dos insensatos hayan dado con la forma de entrar en el castillo sin ser interceptados ni reducidos y haber huído con nuestro recién aliado?!

Mis seguidores deciden mantener la cabeza agachada con el fin de ocultar su vergüenza.

—Lamento mucho lo sucedido, mi señora— dice Matthew Williams cabizbajo—. No hemos estado a la altura, por ello aceptaremos vuestro castigo sea cual sea.

—Podría ocasionaros un sufrimiento inamaginable aquí y ahora. Sin embargo, hay que tener en cuenta los hechos recientes. La ciudad vive actualmente en paz y armonía. Así que, ¿por qué no le dejamos disfrutar un poco más de esa intermitente felicidad?

—¿Intenta decir que dejemos a esa escoria ser felices? ¿qué será lo siguiente? ¿contribuir a que el bien reine por los restos?— se atreve a cuestionar Charles De Gaulle.

—¿Te atreves a cuestionar mis métodos?

—Solo le doy mi más sincera opinión. Esto me parece un disparate.

Me pongo en pie con ímpetu y con ayuda de la vara del mal hechizo a Charles, quien se pone en pie por arte de magia y comienza a caminar en mi dirección, dejando ver una expresión de espanto. En el instante en el que se sitúa frente a mí, me aferro a su cuello con una de mis manos y le lanzo sobre la mesa alargada, siendo partícipe de como sus vértebras crujen y el mueble se hunde un poco. A continuación me apresuro a su persona y sin ningún pudor introduzco mi mano en su pecho izquierdo y le arranco el corazón.

Miro con repulsión el órgano que sostengo en mi mano ensangrentada al mismo tiempo que lo estrujo, provocando que la sangre resbale por mi palma y caiga a la superficie de madera, tiñiéndola de un tono rojo apagado.

—Todo aquel que me traicione tendrá su muerte asegurada— dejo caer el corazón sobre la mesa que ,al impactar contra ella, se desprende de varias gotas de sangre, las cuales van a parar a los rostros de mis seguidores—. Vamos a tomar la ciudad de Glasgow cueste lo que cueste.

A continuación me aproximo a las ventanas que yacen junto al balcón y las abro una por una, cediéndoles el paso a una bandada de cuervos hambrientos, quienes cruzan horizontalmente la estancia, dejando tras sí una cantidad considerable de plumas negras suspendidas en el ambiente. Las aves se depositan sobre el cadáver y sin la más mínima pizca de compasión comienzan a picotear el cuerpo inerte que yace sobre la mesa, reduciéndolo a un conjunto de huesos resistentes y pálidos. 

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