Capítulo 9
—Hoy estamos reunidos para darle el último adiós a Blair Wright— una voz masculina recorre cada rincón de la iglesia, llegando a nuestros oídos tras salvar una serie de obstáculos por el camino. Cambio el rumbo de mi mirar hacia mis manos temblorosas, entre las que sostengo una rosa radiante, y observo detenidamente los pétalos rosados. Jonathan, quien está situado a mi vera, coloca su mano sobre la mía y ejerce una leve presión con el fin de animarme—. Blair era una buena persona, con toda una prometedora vida por delante, que, por voluntad de Dios ha finalizado antes de lo previsto. Hoy el cielo ha ganado una nueva estrella y los presentes hemos perdido a una maravillosa persona— mis ojos se desbordan y las lágrimas surcan mis mejillas sonrosadas, dejando un rastro con sabor a mar. Alzo una de mis manos y con el dorso de esta las hago desaparecer—. Ahora ha alcanzado la paz, no siente dolor ni miedo, y si por algún casual se sintiese desorientada, Dios le guiará por el camino correcto.
El sacerdote nos concede a los familiares y amigos un tiempo a solas con el ataúd abierto en el que descansa el cuerpo sin vida de Blair. Me pongo en pie y dirijo mis pasos hacia la caja de madera que hay coloca sobre un tableado que se encuentra a distinto nivel del suelo. A medida que camino observo detenidamente como los padres de Blair se aferran a la mano de su hija y lloran su pérdida desconsoladamente. Su madre solloza y emite un grito que logra desgarrarle la garganta. Vuelvo la cabeza hacia un lado y aprieto la mandíbula con el fin de retener las lágrimas que se avecinan.
La mujer de cabello cobrizo se aproxima a mí, se apodera de una de mis manos, deposita sendas palmaditas sobre ella y a continuación me mira profundamente, agradeciéndome sin hacer uso de las palabras todo cuanto he hecho por ella. Asiento un par de veces y espero a que continúen con su marcha hacia el exterior de la iglesia para aproximarme al ataúd.
Su piel está pálido, sus ojos cerrados y sus labios sellados y carentes de color. Su cabello color zanahoria descansa perfectamente peinado sobre su pecho, cubriendo la parte superior del vestido celeste que lleva puesto, el cual logra cubrir sus rodillas. Sus manos frágiles y delgadas descansan sobre su vientre, la una sobre la otra. La sábana de color blanca que yace bajo su cuerpo contrasta con el tono pálido de su piel y el anaranjado de su cabello. Su pestañas pelirrojas rozan sus pómulos e impiden ver sus asombrosos ojos.
Coloco la rosa entre sus manos con cuidado y luego procedo a acariciar con mi dedo índice y corazón su cabello en sentido descendente.
—Lamentaré eternamente no haber llegado a tiempo.
Me aferro con fuerza a su mano y rememoro uno a uno todos los recuerdos compartidos con Blair desde que nos conocimos hasta la noche anterior, volviendo a sentir la calidez que aportaba su compañía y el ánimo que transmitían sus palabras, las cuales tenían el don de hacerte sentir bien, de devolverte la sonrisa perdida. Blair hacía que todo fuese más fácil, mejor. Y ahora que se ha ido no puedo expresar con palabras cuánto hecho en falta su presencia en mi vida. Ha dejado un vacío en mi corazón que jamás va a ser llenado.
—Gracias por haberte cruzado en mi camino, Blair— confieso entrecortadamente—. Ha sido un placer conocerte y crear recuerdos junto a ti. Suena a despedida pero no lo es. Sé que algún día, sin importar cuánto tiempo deba pasar, nos volveremos a ver. Porque las personas buenas no pueden desaparece de este mundo sin más, no, debe haber un lugar ideal en el más allá. Será allí donde nos encontremos de nuevo. Hasta entonces.
Teresa se coloca a mi derecha y me regala una sonrisa triste. Las lágrimas se deslizan por sus mejillas frenéticamente. La chica coloca una pequeña bola de cristal entre los dedos de Blair, en cuyo interior se distingue un cielo nocturno repleto de estrellas, las cuales son observadas por una pareja de chicas.
—Te voy a querer siempre, Blair— le paso el brazo por encima de los hombros y ella ladea la cabeza hacia mi clavícula y derrama las escasas lágrimas que le quedan—. La versión oficial dice que se suicidó pero yo no me lo creo. Blair quería vivir y cumplir todos sus sueños.
Trago saliva.
—Yo tampoco lo creo.
—Estoy convencida de que alguien le ha hecho esto— acaricia con ternura la mejilla de Blair y no puede evitar conmoverse—. Y estoy dispuesta a investigar hasta dar con la verdad. Necesito saber qué sucedió en realidad.
—Haz lo que creas conveniente pero ten cuidado, Teresa, no sabemos a qué nos estamos enfrentando.
Asiente.
—Tal vez no te lo dijera muy a menudo pero Blair te apreciaba mucho, Ariana. Y yo también te tengo una alta estima porque sé que la hiciste feliz el mayor tiempo posible.
—Fue un placer.
Teresa guarda silencio durante unos segundos y luego añade con la voz tomada:
—¿Crees que existe algo después de la muerte?
—Si, lo creo— contesto con firmeza—. Estoy segura de que Blair es feliz allá donde esté.
Esboza una media sonrisa.
—Yo también lo creo. No me cabe la menor duda de que la volveremos a ver, tal vez dentro de diez o cuarenta años, pero al fin, nos reencontraremos con ella.
—Claro que sí.
La chica castaña se despide de mí y se marcha con el corazón hecho añicos y el alma destrozada por la muerte de su amor. Su persona es sustituída por Ashley y Abby, quienes colocan una vela junto al ataúd y le dan el último adiós. Jonathan, Daniel y Samuel también se acercan y cada uno de ellos se despide de la joven de distinta forma, bien tomándola de la mano, haciéndole entrega de un pequeño frasco con pintura o un mapa de las instalaciones de la universidad.
Me doy media vuelta, enfrentándome a la sucesiónde bancos que se alzan a cada extremo de un pasillo que hay en el centro, el cual conduce hacia la salida de la iglesia, junto a la que se halla mi padre, observándome consternado y recibiéndome con los brazos abiertos. Salvo la distancia que me separa de mi progenitor emprendiendo una carrera y termino por enterrar mi rostro en su pecho y aferrarme a su camisa con ambas manos, encerrando parte de la tela en el interior de mis puños. Christopher enreda sus dedos en mi cabello y se limita a acariciarlo en sentido descendente. Con su mano libre propicia sendas palmaditas en la parte superior de mi espalda con el fin de animarme. Además, para calmar mi llanto se dedica a chistar en repetidas ocasiones y ello, en cierto modo, logra tranquilizarme un poco.
—Lo siento mucho, cielo.
—Estoy acostumbrada a vivir la muerte de mis seres queridos y, sin embargo, me duele igual e incluso más.
—Sé que duele, cariño. Perder a alguien a quien quieres deja un vacío insustituible en tu corazón, una herida que no cicatriza por mucho tiempo que transcurra. El dolor y la impotencia son la prueba de que todo lo vivido con ella fue real. Está bien sentir, Ariana.
Sus palabras me hacen recordar aquel día que acompañé a Elián a rastrear la costa con el fin de dar con los vampiros que estaban dejando un rastro de cadáveres a su paso. Concretamente rememoro un momento. Me enfrenté al vampiro con valentía, le acaricié temerosa la mejilla y le dije que no era malo sentir.
Miro por encima del hombro de mi padre y logro dar con una persona que consigue levantar mi estado de ánimo. Frederick Anderson, mi profesor de historia en el instituto, me saluda desde la lejanía con la mano y me dedica una leve sonrisa. Me deshago del abrazo y me aproximo a la persona del hombre castaño, quien me recibe con un fuerte abrazo.
—Frederick— añado en cuanto me hallo entre sus brazos—. Hacía tanto que no te veía, ¿qué tal estás?
—Excluyendo las noches de luna llena en las que, por cierto, pierdo la cabeza, genial. Y tú, ¿cómo estás después de lo sucedido?
Sonrío levemente.
—Estoy intentando asimilar lo ocurrido. No dejo de preguntarme qué hubiera sucedido si hubiera llegado antes o si la hubiera acompañado.
—No eres responsable de lo que le sucedió, Ariana, no te martirices.
—No puedo evitarlo. Siento que de alguna forma soy culpable.
Fred se aferra a mi mentón y tira de él, obligándome a mirarle.
—No fue tu culpa, ¿me oyes? Blair se encontraba en el momento y el lugar equivocados. Tú no podías saber qué le iba a suceder.
—Lo sé, pero...
—Quédate con su recuerdo y con todos los buenos momentos vividos a su lado.
Asiento y casi inmediatamente mis ojos se desbordan.
—Duele, Frederick, duele mucho.
—Lo sé— me estrecha con fuerza contra su pecho y deposita su mentón sobre mi coronilla. Christopher aparece por mi izquierda y coloca su mano en mi hombro, ejerciendo una leve presión.
—Te agradezco que hayas venido, Fred— le dice.
—No hay nada que agradecer. He hecho lo que tenía que hacer.
—Lo mejor será que pases la noche en casa— sugiere Christopher—. Te vendrá bien desconectar un poco de la rutina.
Muevo la cabeza de arriba a abajo y me abrazo a mi padre.
—¿Vienes, Fred?— inquiere saber mi padre.
—¿Por qué no?
Abandonamos la iglesia, incorporándonos a un campo repleto de césped de un verde vivo y árboles altos y robustos que nos proporcionan sombra con sus copas. Caminamos por el sendero de tierra en dirección al aparcamiento que yace al final del camino, donde destaca el Todo Terreno negro de mi padre. Christopher pasa su brazo por mi cintura y me ayuda a caminar, ya que mis fuerzas están flaqueando, y Frederick, quien se sitúa a mi izquierda, vigila mis pasos y mi expresión demacrada por el llanto.
Tomo asiento en la parte de atrás y me pongo el cinturón de seguridad. A continuación apoyo la cabeza en el cristal de la ventana y me limito a observar el paisaje que se abre paso al otro lado, permitiéndole a mi cabeza divagar. El vehículo se pone en movimiento y se incorpora a la carretera a una velocidad reducida que poco a poco va siendo aumentanda. Christopher, quien está al volante, reajusta el retrovisor central para poder tener una mejor panorámica de mí. Frederick, está ocupando el lugar del acompañante, y se entretiene frotándose los ojos con su dedo pulgar e índice de la mano derecha.
—¿Sabes?— dice mi padre, mirándome a través del retrovisor central—. Aquel día en el que conocí a tu profesora de química, volví a tener un segundo encuentro con ella.
Deposito mi atención en mi progenitor. La conversació logra despertar mi interés.
—Ah, ¿sí? ¿dónde?
—Volvía a casa después de haberme tomado unas cervezas con Frederick cuando me la encontré con el chaleco reflectante, junto a su coche averiado, maldeciendo en voz alta. Al parecer, el motor se le había estropeado, así que me ofrecí a llevarla a casa.
Esbozo una leve sonrisa al imaginar a Kara perdiendo los estribos.
—Fue una situación cómica. No podíamos parar de reírnos.
—Así que os encontrásteis dos veces en un mismo día— confieso.
—Así es.
—El destino se está empeñanado en que vuestros caminos se unan— bromea Frederick.
Christopher menea la cabeza, divertido.
—Solo le ayudé cuando estaba en apuros.
—¡Oh, mi héroe! ¡me has salvado de esperar media hora a la grúa!— dice Frederick en toni burlón, imitando la voz de Kara.
Esta vez soy yo quien ríe a carcajadas ante la imitación de Fred.
—¡Oh, gracias por traerme a casa, eres todo un caballero!
—Oh, vamos, cállate— bromea Christopher, riéndo.
—Está bien, no diré nada más, pero...— ladea su cabeza y me mira divertido—. ¡Eres mi héroe!
Reímos al unísono, contagiándonos la risa los unos a los otros.
Hasta ahora no he sido consciente de cuánto echaba de menos la risa.
Christopher aparca en el interior del garaje y luego abandona el vehículo, permanece a la espera de que le imitemos y más tarde se encarga de cerrar el coche. Abro la puerta con mis llaves y la sostengo abierta para cederles el paso a mis acompañantes, quienes me agradecen el gesto con una tímida sonrisa.
—¿Queréis algo de beber?— pregunta Christopher.
—Una cerveza estaría bien.
—Yo no quiero nada— notifico, dirigiéndome hacia la salida el pasillo que conduce a una escalera que descansa en un lateral—. Estaré en mi habitación.
Tanto Fred como mi padre me observan estupefactos.
—Claro. Estás en tu casa.
—Me ha alegrado volver a verte, Ariana.
—Igualmente.
Camino por el pasillo todo recto hasta desembocar en una escalera que hay junto a la entrada principal del hogar, y subo los peldaños de dos en dos, logrando alcanzar la cima en un tiempo récord. Es entonces cuando tuerzo hacia la derecha y continúo de frente hasta dar con una puerta que yace encajada, sobre la cual ejerzo una leve presión con mis manos para poder abrirla.
Todo sigue exactamente igual que la última vez que estuve en casa. Es como si no hubiese pasado el tiempo, como si no hubiese abandonado el hogar familiar. Mi padre se ha encargado de mantener todo tal cual lo dejé con el fin de sentir que aún hay una parte de mí aquí. Además, le gusta tener todo a punto por si decido volver en algún momento. En cierto modo, se lo agradezco. Me agrada saber que aquí todo sigue siendo igual, es como si nada hubiera cambiado. Me recuerda que un tiempo atrás este lugar formaba parte de mi día a día.
Tomo asiento en la cama, entrelazo mis manos y las dejo suspendidas en el vacío, con la mirada perdida en la ventana que hay en un lateral, a través de la cual se visualiza un conjunto de montañas a lo lejos, bajo la que descansan una ciudad. Observo como el sol se oculta en el horizonte, bendiciéndome con sus últimos rayos de luz. El cielo se va tornando de un tono anaranjado que sustituye progresivamente al celeste, y que más adelante desembocará en un azul marino. Sigo con la mirada el recorrido que realiza una bandada de aves que surca el cielo como si estuviesen mojando sus alas en el agua cristalina de un lago. La escena que presencio me recuerda a Blair y su sentimiento de libertad y a su pureza.
Me acuesto en la cama, aferrándome con fuerza a la almohada, y me entretengo contemplando los movimientos migratorios de las aves, y relacionándolo con la amiga a la que he perdido tan tempranamente. Todo cuando me rodea me recuerda a ella. El tono anaranjado del cielo lo relaciono con su cabello, las aves con la libertad y pureza propias de ella, el rayo verde que se da cuando el sol desaparece en el horizonte con el tono de sus ojos, y el sol, con su calidez y alegría.
Poco a poco el cansancio va acudiendo a mí y sin ser consciente siquiera me quedo dormida.
—Me llamo Ariana.
—Yo soy Blair Wright.
Estrechamos nuestras manos amigablemente.
—¿También de primer año?
—Sí— contesta—. Al parecer, hoy es la noche de las novatadas. Nos toca ser el cebo por unas horas.
—Temo las pruebas a las que nos van a someter.
—Totalmente de acuerdo contigo— dice alegremente—. Espero que no suponga caminar sobre unas brasas ardientes o correr desnuda por todo el campus.
—Siempre podemos quedarnos escondida bajo la cama hasta que todo pase— bromeo.
La chica pelirroja sonríe y mueve su dedo índice en mi dirección, aprobando mi broma.
—Suena tentador. Será una de las opciones.
Despierto sobresaltada como consecuencia del sueño que he tenido, inspirando una gran bocanada de aire y manteniéndola en mis pulmones. El corazón me late con violecia, amenazando con esparse de mi pecho en cualquier momento. Rápidamente coloco la mano sobre mi pecho izquierda, como si ello pudiese ralentizar mi acelerado corazón.
Me siento vacía, pues he soñado con alguien que ya no está en mi vida y no puedo hacer nada por retroceder en el tiempo ni por cambiar lo sucedido, despertar sabiendo que no volveré a verla es una de las peores sensanciones del mundo.
Pestañeo un par de veces y caigo en la cuenta de que estoy tapada con una manta morada, y que en la mesita de noche descansa una taza roja con chocolate. Tomo asiento en el borde de la cama y me hago con el vaso, el cual vacío lentamente, mientras observo detenidamente el cielo nocturno que se abre paso al otro lado del cristal. Nuevamente localizo la estrella rosada que me acompaña todas las noches, la cual relaciono con mi madre.
Dejo la taza sobre la mesita de noche y a continuación hago ademán de ponerme en pie cuando escucho el piar de un pájaro. Me sobresalto ante el inesperado sonido y decido ponerme en pie de inmediato para averiguar qué sucede. En el alféizar de la ventana hay un cuervo negro como el carbón, observándome con sus despiadados ojos. Localizo en su cuello una cinta de color roja que posee una medallón y una nota.
Abandono mi posición para aproximarme a la de la ventana, y abro el cristal, provocando que el cuervo se desplace hacia un lado. Extiendo el brazo y con ayuda de mis dedos me aferro a la cinta roja del ave, cuyo medallón que posee hace referencia a un símbolo concreto: se trata de dos serpienes enroscadas a lo largo de una vara, enfrentadas la una a la otra, con dos imponentes alas en la cima. Es la marca de Anabelle.
Extraigo el pequeño trozo de papel enrollado de una ranura y lo sostengo entre mis manos. Le doy la espalda a la ventana y decido tomar asiento a los pies de la cama para leer la nota. El cuervo emprende nuevamente el vuelo, perdiéndose en la negrura, dejándome a solas. Por el hueco de la ventana se cuela una brisa fresca que logra llegar a mí, acogiendo mi rostro y jugando con mi cabello castaño.
Con mis dedos temblorosos y huesudos consigo desdoblar el pequeño papel, descubriendo un mensaje escrito con letra parsimoniosa, y sellado en la parte de abajo con cera roja, dejando grabado el mismo símbolo que he visto con anterioridad en el medallón.
Es hora de que compartamos nuestros intereses y lleguemos a un acuerdo. Por ello, me complace invitarte al baile de gala que voy a celebrar en mi nuevo hogar. Espero con ansías nuestro encuentro.
Anabelle Baker
Me llevo ambas manos a la cabeza, enredando mis dedos en mi cabello, y mantengo la mirada fija en algún punto del suelo, rememorando una y otra vez el mensaje que contiene la nota e intento sacar conclusiones. No tiene el menor sentido. No es posible que Anabelle esté dispuesta a llegar a un acuerdo conmigo después de todo lo sucedido. Debe haber una razón detrás de su propuesta. Quizá se trate de una trampa, una forma de atraerme para engatuzarme y obligarme a darle aquello que tanto ansía, el Collar de Auriel. Del mismo modo exista una mínima posibilidad de que sus intenciones sean las declaradas en la nota. Tal vez le convenga por alguna razón que desconozco aliarse conmigo para conseguir un fin. Aunque, de ser así, no tiene ningún sentido que haya decidido tomar esta decisión a estas alturas. Si de algo estoy segura es de que con Anabelle nunca se
puede estar segura. Ella siempre va un paso por delante, ganando poco a poco terreno, apropiándose un poco más de nuestro mundo.
El mal nunca descansa.
Me hago con el teléfono móvil y sin ningún pudor marco el número de Elián. Permanezco a la espera de escuchar su voz al otro lado de la línea.hecho que sucede unos segundos más tarde.
—O bien me llamas porque te has metido en un buen lío o porque me echas de menos.
Pongo los ojos en blanco.
—Siento decepcionarte pero te llamo porque te necesito.
—Eso son palabras mayores. Tu novio se pondría celoso si te escuchara.
—Necesito que vayas al cuartel de cazadores cuanto antes.
—Por la forma en la que lo has dicho, el asunto no pinta nada mal.
Niego con la cabeza, aún sabiendo que no puede verme.
—Estaré allí en quince minutos.
Miro uno a uno a todos los presentes, entre los que destacan los cazadores entre los que destacan mi padre, Jonathan y Adrien, un brujo, Gideon Sallow, dos vampiros, Ashley y Samuel, un licántropo, Frederick Anderson y una banshee, Abby. Intercambiamos miradas entre nosotros, en silencio, confesando nuestros más profundos temores sin hacer uso de las palabras. El chico de cabello dorado se coloca a mi vera, se aferra a mi mano y me dedica una sonrisa.
—Todo va a ir bien.
Y yo confío en él sin tan siquiera pensarlo.
La puerta principal se cierra bruscamente y a continuación una corriente de aire se apodera de la amplia estancia en la que descansan mesas y mesas con ordenadores de último modelo, armario con armas y pantallas que ilustran el exterior y detectan las posibles amenazas. Un chico de cabello moreno, piel cetrina y ojos verdes se detiene junto a la vampira rubia. Ladea la cabeza en mi dirección y me mira con su penetrante mirada durante unos segundos.
—¿Alguien puede decirme qué demonios ocurre?
Doy un paso hacia el frente.
—Anabelle me ha invitado a una gala en su nuevo hogar. Asegura querer llegar a un acuerdo conmigo.
—¿Y qué problema hay?
—Ariana está planteándose asistir al evento— interviene Christopher.
Elián me mira como si fuera una psicópata.
—¿Has perdido completamente la cabeza? No puedes confiar en Anabelle. Es una trampa.
—No lo sabemos con certeza— añade Adrien.
—¿Pero en qué narices estáis pensando? Vais a enviarla a un refugio lleno de vampiros sin la certeza de que vaya a salir con vida— dice elevando el tono de voz.
—Quizá sea cierto lo que dice. Tal vez quiera llegar a una acuerdo— repongo.
—¿Cómo puedes ser tan ingenua? Esa gente no quiere llegar a un acuerdo, quieren verte muerta— Elián mira a Jonathan, quien guarda silencio, manteniendo el ceño fruncido—. ¿No piensas decir nada al respecto? ¿vas a quedarte de brazos cruzados mientras tu chica arriesga su vida?
—Ella ya sabe qué pienso al respecto.
Elián le mira ceñudo.
—¿Y aún así no vas a hacer nada?
—No es decisión de ninguno de los dos— me atrevo a decir—. Es mi elección y elijo asistir a ese evento. Puede que me esté condenando, pero también cabe la posibilidad de que sea cierto lo que especifica la nota.
—Así que tu plan es jugártela a cara o cruz.
Asiento.
—La decisión ya está tomada. Iré con o sin vosotros.
—Yo te acompañaré— dice Jonathan, depositando su mano en mi hombro.
—Qué gesto más noble de tu parte. Así podrás sacar su cadáver de allí.
—No pienso dejar que le suceda nada— asegura el chico de ojos azules, enfrentándose al vampiro, quien le desafía con la mirada.
—Entonces no permitas que vaya a esa celebración.
—Respeto las decisiones de Ariana— confiesa—.No voy a obligarla a hacer nada que ella no quiera.
Elián se acerca más a Jonathan y le apunta con su dedo índice.
—La estás condenando y lo sabes— le amenaza—. Tu criterio de buen samaritano no se aplica cuando la chica está en peligro.
—Entiendo que no quieras colaborar—comienzo a decir—. Por eso espero que comprendas que yo quiera ir a esa gala.
—¿Te das cuenta de lo que me estás pidiendo?
—Te estoy pidiendo que aceptes mi decisión, no que la compartas.
—¿No entiendes que no puedo aceptarla?
—Es lo que hay.
—¡Porque no me dejas elección!—contesta elevando el tono de voz. Jonathan se interpone entre el vampiro y yo, recibiendo un severo empujón por parte de Elián, quien enfrenta su rostro al del cazador—. Si de verdad la quieres, no dejes que lo haga.
—Ella es libre de tomar sus propias decisiones.
Samuel se coloca a mi vera y se aferra a mi antebrazo.
—Iré con vosotros— dice con firmeza.
—No— añado de inmediato—. Es muy peligroso. Podría pasarte algo. No quiero correr ese riesgo.
—Ya he hecho mi elección. Te elijo a ti, Ariana. No hay vuelta atrás.
Ashley, quien con anterioridad estaba sentada en una de las mesas, se pone rumbo hacia mí, abriéndose paso entre la multitud.
—Me encargaré de vigilar los alrededores desde el tejado. Si surje cualquier tipo de problema, solo tienes que llamarme e iré.
Asiento.
—Los cazadores estaremos haciendo guardia en las proximidades, listos para actuar si fuese necesario— comenta mi padre.
—Amigas en las buenas y en las malas— confiesa Abby, colocándose a mi vera—. Me limitaré a dejarme llevar por las sensaciones, a la espera de alguna señal que me informe que algo va a torcerse.
—Para mí eres como una hija— admite Frederick—. Así que haré lo que sea con tal de protegerte. Ayudaré a tu padre a vigilar los alrededores.
Christopher asiente en señal de agradecimiento y Fred le devuelve el gesto.
Cambio el rumbo de mi mirar hacia el vampiro de ojos verdes que yace en el centro de la estancia, con las manos cerradas en forma de puño, con expresión abatida y mirada suplicante. Elián alza poco a poco la cabeza y termina por depositar su atención en mi persona. Sus ojos escrutan mi rostro, sin perder ningún detalle, y continúan recorriendo mi cabello. Ante el silencio del vampiro decido tomar la iniciativa y hacerme con el control de la conversación.
—¿Vas a acompañarnos?— pregunto con un hilo de voz.
Ríe sin ganas.
—Necesitas un seguro de vida por si las cosas se tuercen en el último momento.
No puedo evitar esbozar una sonrisa al oírle decir eso.
—Averiguemos que quiere esa víbora.
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