Capítulo 6


—¡Despierta, dormilona!

Siento como dos cuerpos se echan sobre mí y unas manos zarandean mis hombros al mismo tiempo que una almohada impacta seguidas veces contra mi brazo. Percibo la risa de dos chicas, quienes proceden a quitarme la manta y comenzar a hacerme cosquillas. Como consecuencia de ello me espabilo de forma repentina, abriendo los ojos como platos y luchando por huir de las garras de Ashley y Abby, quienes escalan por la sábana en mi direccón.

Me hago con una almohada y le propicio un leve golpe con ella a Abby en el costado. Luego me propongo llevar a cabo la misma acción con Ashley pero ella, al ser más rápida, se rodea el torso con sus brazos y me acuesta nuevamente en la cama para darme una dosis doble de cosquillas. Las lágrimas escapan de mis ojos y se deslizan por mis mejillas al mismo tiempo que río entrecortadamente.

—¿Me estáis declarando la guerra?— pregunto.

—Sí.

—Y créeme que tenemos todas las de ganar— confiesa Abby, arrojándome una almohada a la cara con delicadeza.

—Así que esas tenemos, ¿eh? Muy bien, que gane la mejor.

Salto de la cama y corro a esconderme tras la puerta del servicio, desde donde lanzo mi almohada y toda toalla que encuentro. Abby está oculta tras su propia cama y se entretiene lanzando las ropas que halla esparcidas por el suelo. Ashley, sin embargo, decide enfrentarse a la amenaza sin miedo, y con dos almohadas dispuestas a dar guerra. La vampira le lanza una de ellas a la chica morena, quien se oculta a tiempo.

Salgo de mi escondite y emprendo una carrera en dirección a la salida de la habitación, pero mi propósito se ve truncado, ya que la vampira se vale de su velocidad para aferrarse a mi antebrazo y conducirme hacia la cama nuevamente, donde yace ya acostada Abby. En un principio espero ser atacada a base de cosquillas por ambas, sin embargo, terminamos las tres recostadas sobre el colchón, contemplando el blanco del techo, riéndonos.

—Estáis muy animadas, ¿puede saberse el porqué?

Abby y Ashley intercambian una mirada de complicidad.

—¡Ashley tiene una cita!

Cubro mi boca con ambas manos con tal de reprimir un grito.

—¿Con quién?

—Caleb me ha llamado esta mañana y me ha invitado a almorzar con él.

—¿Caleb? ¿el chico de la cafetería?

Asiente.

—Eso es genial, Ashley.

—Sí, lo es pero aún no tengo ni la menor idea de qué ponerme.

—Ariana y yo nos encargaremos de eso.

La vampira sonríe amablemente.

—Yo creo que va a declarársele. Le invitará a un batido de fresa.

—¡Abby! No me pongas más nerviosa de lo que ya estoy.

—Estoy segura de que vas a encantarle tal y como eres— confieso mirando a Ashley—. Solo sé tu misma.

Ashley se aferra con una de sus manos a la mía y con la otra a la de Abby.

—¿Qué ocurre si me quedo sin temas de conversación?

—Eso no va a pasar— dice Abby con firmeza.

—Bueno, ponte en el caso de que sucediese, ¿qué podría hacer?

—Siempre podrías sacar el tema del deporte o hablar del tiempo.

—Son temas muy monótonos. Necesito algo que le sorprenda.

—Háblale de tus sueños y aspiraciones y pídele que te cuente las suyas— propongo—. Es importante conocer a la otra persona.

—¡Qué buena idea!

Ashley se pone rápidamente en pie y se enfrenta al armario.

—Es hora de prepararme.

Abby y yo intercambiamos una mirada antes de bajarnos de la cama de un salto y aproximarnos a la cómoda, cuyos cajones abrimos, descubriendo una serie de prendas perfectamente dobladas. La vampira toma asiento a los pies de la cama y espera pacientemente a que mi ayudante y yo le mostremos aquellas prendas que creemos acertadas para tal ocasión. Ashley se limita a asentir o a negar con la cabeza.

Los minutos continúan transcurriendo, de manera que lo que empezaron siendo dos terminaron convirtiéndose en treinta. A pesar del paso del tiempo, la chica aún continúa indecisa, y si cabe, con los nervios a flor de piel. Sin embargo, Abby y yo no desistimos, continuamos buscando la prenda perfecta para lucir en su primera cita con Caleb. Aunque debo admitir que a pesar de ser enormes nuestras ganas de ayudarle, la cantidad de ropa que guardamos no es de la misma abundancia, de manera que lo último que mostramos es un mono corto de mangas de entretiempo, gris, y unas botas bajas negras.

Los ojos de la chica se iluminan casi de inmediato.

—Voy a probármelo.

Se hace con el modelo a una velocidad sobrehumana y se conduce hacia el servicio. Unos segundos más tarde sale de él, llevando puesto el mono gris y el calzado correspondiente. Sus mejillas están sonrosadas y sus labios pintados de un tono anaranjado. Su cabello dorado perfectamente peinado recae sobre sus hombros.

—¿Qué tal estoy?

—Estás muy guapa— admito.

—Vas a dejarle con la boca abierta— Abby le guiña un ojo, recibiendo una amplia sonrisa por parte de la vampira.

—Sois las mejores amigas que se puede tener.

Ashley nos abraza al mismo tiempo y nos da las gracias por nuestra ayuda.

—Es hora de irse. Deseadme suerte.

—Mucha suerte— decimos Abby y yo al unísono.

La vampira se da media vuelta y comienza a caminar hacia la puerta con paso ligero. La abre, sale al pasillo y antes de cerrar tras sí nos dedica la mejor de sus sonrisas.

—Yo también tengo algo que contar.

—¿Qué cosa?

—Hace un tiempo participé en un sorteo que regalaba un viaje para dos personas a Francia y me ha tocado.

—¡Qué suerte! Felicidades.

Sonríe.

—He pensado en darle la sorpresa a Daniel esta noche.

—Qué bien Francia.

—Francia— repite.

—Me alegro mucho por vosotros.

Le doy un abrazo y ella me corresponde apoyando su cabeza en mi hombro.

—Por cierto, ¿qué tal las cosas con Dan?

—Todo va bien hasta que tengo que desaparecer misteriosamente para ocuparme de algún asunto importante, como matar vampiros.

—¿Te has planteado contárselo?

—Sí, lo he pensado mucho. Por una parte me gustaría contárselo para poder deshacerme de una vez de esta culpabilidad con la que cargo. Pero, por otro lado, sé que le pondría en peligro si le hablase del mundo sobrenatural. No quiero correr ese riesgo, ¿sabes?

—Lo entiendo. Hagas lo que hagas, te apoyaré.

—Gracias por estar ahí siempre, Ariana.

Coloco un mechón de su cabello tras su oreja y ella me dedica una sonrisa.

—¿Se puede?— dice una voz masculina desde la puerta.

Cambio el rumbo de mi mirar hacia la entrada, donde se encuentra Jonathan, asomando levemente su cabeza a través del hueco que hay entre el marco y la puerta. Abby le indica con un asentimiento que puede pasar y a continuación me mira una última vez antes de dejarnos a solas. El chico rubio le sonríe a la joven al pasar por su lado y procede a entrar en la habitación y salvar la distancia que nos separa.

Toma mi rostro entre sus manos y me besa.

—Hola.

—Hola— contesto.

—Quiero que me acompañes a un sitio.

—¿Adónde?

Jonathan baja la mirada a nuestras manos entrelazadas y sonríe.

—Hay un asunto del que tengo que ocuparme. He sido injusto con una persona y por ello quiero disculparme.

—Cuenta conmigo.

Echa a correr en dirección a la salida del dormitorio, aún sujetándome de la mano, de manera que me veo en la obligación de reaccionar a tiempo si no quiero perder el equilibrio. Por suerte, mi velocidad está incrementada como consecuencia de los entrenamiento, de forma que no me es difícil colocarme a su misma altura. Corremos por toda la universidad, esquivando a los estudiantes que van de un lado a otro portando libros y a los profesores. En una ocasión nos vemos en el deber de alzar nuestras manos unidas y de dejar un poco de distancia entre nosotros, puesto que un chico está agachado anudándose los cordones.

Salimos al exterior, siendo recibimos por una brisa cálida y por los fulminantes rayos solares. El piar de los pájaros hace uso de presencia, del mismo modo que lo hace el crujir de los árboles próximos y el sonido que emiten los neumáticos al hacer fricción con el asfalto de la carretera. Continuamos cogidos de la mano hasta alcanzar una moto de color negra. Jonathan se coloca su casco en la cabeza y luego procede a ponérmelo a mí.

—Protegerte es la primera de mis prioridades, ¿recuerdas?

Sonrío.

Me sitúo justo detrás de él y rodeo su torso con mis manos, permitiéndome apoyar la cabeza en su espalda cubierta por una chaqueta de cuero marrón. Le da vida al motor y se incorpora a la carretera a una velocidad moderada, la cual va aumentando progresivamente. Puedo sentir como mi cabello ondea al viento y la brisa ocasione que la ropa se me adhiera a la piel.

Jonathan aparca la moto junto a la entrada de una casa de aspecto acogedor, a cuya entrada se accede gracias a una escalera de escasos peldaños que se inicia tras el final de un camino. Me bajo de un salto del asiento y me quito el casco de la cabeza, haciéndole entrega de este a mi acompañante, quien lo deposita junto al suyo en el suelo amarrada con una correa a la rueda. A continuación se propone ponerse rumbo hacia la entrada, tras dedicarme una mirada de complicidad y aferrarse a mi mano.

Detenemos nuestra marcha enfrente de la entrada. Jonathan alza su mano temblorosa y con lentitud la aproxima haciala superficie de la puerta, dudando en el trascurso en si llevar a cabo o no la acción. Decido intervenir, aferrándome a su mano y conduciéndola hacia la puerta, ayudándole a dar sendos golpecitos sobre ella. Luego permanecemos a la espera de ser recibidos.

Mi chico me mira y asiente en señal de agradecimiento.

Tras la puerta aparece una mujer de cabello dorado y ojos celestes, portando un vestido de color esmeralda que hace juego con el delantal blanco que lleva puesto. Su expresión afligida cambia a ser de sorpresa y felicidad. Alice abre la boca para articular palabra pero al no dar con qué decir decide volver a cerrarla.

Jonathan salva la distancia que los separa y la abraza con ternura. En el instante en el que su hijo apoya la cabeza en el hombro de su madre comienza a llorar desesperadamente. Su progenitora acarica la cabellera rubia del chico con una de sus manos, mientras con la que le propicia sendas palmaditas en la espalda con el fin de calmarle.

—Lo siento mucho— sollozo angustiosamente.

—Está bien, Jonathan. Está bien.

Los ojos celestes de Alice entran en contacto con los míos. La mujer me sonríe dulcemente y tan solo basta una mirada para agradecerme todo cuánto he hecho por su hijo. Asiento un par de veces y me limito a grabar aquel emotivo encuentro en mi cabeza para siempre.

El amor es el sentimiento más fuerte y poderoso de todos.

Una vez se ha calmado Jonathan, la mujer nos invita a pasar a su hogar, conduciéndonos al salón, donde nos sirve una taza de té junto a unas pastas. Alice ha reflexionado durante todo este tiempo, del mismo modo que lo ha hecho su hijo, y ha decidido contarle toda la verdad, de manera que le hace entrega de un libro en el que se recoge toda la información pertinente relacionada con la vida de Jonathan. Además, le cuenta todo lo sucedido desde su nacimiento hasta el momento actual con todo lujo de detalles.

Le doy un sorbo al té y deposito la taza sobre un reposavasos. A continuación me hago con una fotografía que hay sobre la mesa,en la cual aparece una chica de unos siecisiete años, de cabello azabache y ojos marrones, mirada penetrante y expresión serena. Aparenta ser muy fuerte. Lleva puesto un vestido blanco con un lazo sobre su abombada barriga. Junto a ella hay un hombre de cabello y barba doradas, ojos celestes y rostro rudo.

—Eran Anabelle y Nathaniel— explica Alice—. Ahí estaba embarazada de ocho meses. Tan solo restaban unas semanas para que se produjese un cambio importante en su vida.

—¿Podría contarnos más acerca de Nathaniel?

—Puedes tratarme de tú— asiento ante su respuesta—. Nathaniel era un buen hombre. Era honrado, leal, gentil, con sentido del humor, valiente. Su forma de ser cambió radicalmente cuando Anabelle huyó, abandonando a la suerte a su hijo. Se volvió un hombre tacaño, solitario, cobarde. Era como si hubiera perdido las ganas de vivir. Terminó por abandonarse a la bebida como único consuelo.

—¿Qué fue de él?— pregunta Jonathan.

—Nadie lo sabe. Simplemente desapareció. Probablemente el tiempo terminase de consumirlo.

—Jonathan y yo fuimos a visitar a la madre de Nathaniel y entre las muchas cosas que nos contó destacó una que nos llamó mucho la atención. Nos dio a entender que su hijo todavía estaba vivo.

—Creo que Nathaniel puede estar vivo. Pero desconozco de su paradero.

—¿Cómo es posible que aún continúen con vida?— interviene el chico—. ¿Ellos también tienen una conexión directa con Anabelle?

Alice niega con la cabeza.

—Ellos eran simples humanos. La razón por las que todavía continúan con vida es porque Anabelle les lanzó un hechizo que les volvió seres inmortales.

—¿Por qué querría hacer eso?— inquiero saber.

—Porque a pesar de la magnitud de su maldad, esas personas la acogieron en su casa, la alimentaron y cuidaron cuando a ella no le quedaba nada. Les debía mucho. Así que para agradecérselo los convirtió en inmortales. Puedo haber mucho odio en su corazón pero en el fondo hay una pizca de humanidad en ella que le recuerda su época pasada.

—¿Agradecérselo? Una vida eterna no es un regalo. Y apuesto a que Nathaniel ha querido poner punto y final a su interminable vida en más de una ocasión— añade Jonathan.

—¿Esa hechizo puede romperse en algún momento?— pregunto.

—Sí. La muerte de Anabelle le pondría fin.

—¿Y en el caso de Jonathan?

Alice mira a su hija con ojos vidriosos.

—Con él es diferente. Se trata de una conexión directa entre madre e hijo. Solo podría romperse si la propia Anabelle deshace ese vínculo.

—¿Por qué razón no lo ha hecho ya?— interroga el chico rubio, quien se hace con la taza de té y le da un sorbo.

—Porque tú, Jonathan, eres la razón de su felicidad. Pero al mismo tiempo, de su tristeza. Eres ese vínculo que le une a su vida humana. Esa mujer puede tener la sangre envenenada pero a fin de cuentas fue madre y como tal sintió amor hacia ti.

—No tiene ningún sentido. Ella me abandonó en la puerta de un orfanato. Ni siquiera tuvo la consideración de dejarme a cargo de mi padre biológico. Eso no es amor, Alice, es egoísmo.

—Te dejó atrás por falta de recursos. Es cierto que podría haberle cedido tu custodia a Nathaniel, sin embargo, no lo hizo. Tal vez por miedo a estar entregándote a una vida de humildad o quizá por desconocer cuán grande podría ser el vínculo que os unía y la fuerza que puede poseer este.

—Me niego a creer que alguna vez me quiso. Para ella solo he sido un medio para conseguir un fin.

—¿A qué te refieres?— me atrevo a cuestionar, pensando en que la posible respuesta a la pregunta formulada sea un prolongado silencio—. ¿Qué fue lo que ocurrió cuando te aliaste con ella?

Jonathan baja la cabeza y centra su atención en sus manos entrelazadas.

—Me hicieron jurar completa lealtad a Anabelle pero yo me negué, porque ello significaría renunciar a mis propios principios y sobre todo rehusar a ti, Ariana. El amor que siento hacia ti era el mayor inconveniente existente, así que intentaron eliminar el problema de raíz. Me encerraron en una celda sin ventanas ni luz durante semanas, sacándome únicamente de ella para torturarme física y psicológicamente. El tiempo seguía corriendo y yo me dejaba ir con él, aferrándome a tu recuerdo, Ariana. Eres la única esperanza a la que podía agarrarme para no caer en la locura.

Con tan solo imaginar a Jonathan encerrado en un pequeño cuarto sin luz ni ventanas, agonizando de dolor, siento como la tristeza se apodera de mi corazón y lo daña un poco. Durante el tiempo que estuvo encarcelado, yo estuve lamentando su marcha y mi ingenuidad a la hora de enamorarme perdidamente de él. Si hubiera tenido una mínima noción de lo que estaba sucediendo habría dado todo cuanto tenía con tal de salvarle, ¿qué no habría entregado por él? Hubiera arriesgado todo, inclusive mi vida si fuese necesario. Me habría lanzando al vacío sin dudarlo.

—Con el tiempo conseguí ocultar mis sentimientos y a negar lo evidente. Me transformé en un ser sin aparente humanidad durante el día, aunque durante la noche volviera a ser el chico atormentado por haber destrozado el corazón de la persona que más quería en este mundo.

Alice derrama un par de lágrimas ante el relato de las atrocidades que ha tenido que vivir su hijo durante su encarcelamiento.

—Lo importante es que estás aquí— confieso.

—Durante ese tiempo trabajé codo con codo con los miembros del círculo, complaciendo los caprichos de Anabelle.

—Sé quién eres, Jonathan. No va a cambiar mi opinión con respecto a ti por el simple hecho de haberte visto en la obligación de obrar mal.

—Aún así eso no cambia lo que hice.

—¿Cuáles fueron esos asuntos de los que tuviste que ocuparte?— interviene Alice, quien se aferra con sus manos temblorosas a la taza de té.

Jonathan se aclara la garganta y mira a su madre con ojos brillantes.

—Colaboré en un ritual para localizar a dos objetivos de Anabelle. Al parecer, llevaba bastante tiempo intentando dar con ellos. A estas alturas deben haber sido capturados y probablemente torturados— pasa la lengua por su labio inferior y a continuación lo encierra entre sus dientes—. También me obligaron a participar en el exterminio de todo un poblado. No podía negarme a acompañarles, así que tuve que ir. Pero cuando estuve allí y observé como los seguidores de Anabelle acababan con la vida de personas inocentes de la forma más atroz posible, decidí hacer lo correcto. Ayudé a escapar a un grupo numeroso de personas, entre los que destacaban niños. La faceta de héroe me duró poco puesto que uno de los miembros me descubrió y alertó a sus compañeros de mi hazaña—hace una pausa para humedecer sus labios carnosos—. Lo siguiente que recuerdo es haber despertado un par de días más tarde en la celda. Tenía heridas profundas y ematomas por todo el cuerpo. Estaba muy débil. Apenas podía moverme.

Alice coloca su mano sobre la de su hijo y ejerce una leve presión.

—No quiero ni pensar en el sufrimiento que te causaron los días posteriores.

—Por suerte mis temores desapareciendo en el instante en el que vi a Ariana aparecer por la puerta y correr hacia mí con ese precioso brillo en sus ojos y esa sonrisa naciendo en sus labios. Cuando la abracé, Dios, sentí que había estado toda mi vida con las manos vacías. Tenerla a mi lado fue semejante a visitar el paraíso por unos segundos.

Sonrío levemente.

—Destrocé su corazón al marcharme, del mismo modo que destruí uno a uno sus sueños, pero volvería a hacerlo si ello supusiera mantenerla a salvo. Porque la quiero con todas mis fuerzas y no puedo siquiera concibir la idea de vivir en un mundo en el que no esté.

Miro fijamente sus ojos celestes, los cuales me pertenecen en este preciso instante. Puedo sentir como mis mejillas se sonrojan y arden con la intensidad de un inmenso incendio viviendo en ellas. Deslizo mi brazo por encima de la mesa, cruzándola verticalmente, y termino por aferrarme a su mano abierta. Jonathan acaricia con sus dedos mis nudillos y me sonríe.

—El amor que sentís el uno por el otro es muy grande y poderoso. Es vuestra mejor arma y al mismo tiempo, vuestra salvación. Tenéis algo maravilloso y difícil de encontrar. No perdáis esa magia que nos une— añade Alice, envolviendo nuestras manos con las suyas.

Jonathan y yo intercambiamos una mirada de complicidad y sonreímos.


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