Capítulo 4

Me bajo del taxi y sostengo la puerta abierta. Ladeo la cabeza hacia la  derecha, de manera que en mi campo de visión entra un casa de aspecto acogedor, depositando toda mi atención en una de las ventanas, a través de cuyo cristal alcanzo a ver un hombre de cabello y barba castaños, quien camina de un lado a otro de la estancia, poniendo orden. No puedo evitar esbozar una amplia sonrisa al verle.

Hogar, dulce hogar.

Cierro la puerta del taxi y comienzo a caminar en dirección a la entrada a la casa, incorporándome a un camino de tierra rodeado de naturaleza. A medida que avanzo por él voy rememorando algunos momentos vividos en dicha área, como aquel que hace referencia a la ocasión en la que Jonathan me acompañó a casa, o aquel 21 de marzo, el día del baile de primavera, cuando hallé a Elián tras la puerta, ejerciendo de pareja de baile. Sí... he vivido muchas cosas en esta casa. Algunos recuerdos son mejores que otros pero, en definitiva, han formado parte de mi vida y por ello les tengo una alta estima. Me han convertido en la mujer que soy hoy.

Con ayuda de una pequeña llave que extraigo del bolsillo trasero de mis vaqueros consigo abrir la puerta principal. Doy un par de pasos hacia el frente, adentrándome en el interior de la casa, y cierro justo detrás de mí, alertando a un hombre de cabello castaño, quien sale de la cocina portando entre sus manos un trapo de color azul, con el cual se seca las manos. Susojos azules me escrutan desde la distancia, en sus labios aparece una sonrisa y en sus mejillas unas leves arrugas.

—Hola, papá.

—Hola, cielo. ¿Qué tal el viaje?

—Exceptuando que el taxista se haya perdido en más de una ocasión, bien.

—¿Puedes venir a la cocina?— dice mi padre, quien se adentra en dicha estancia, desapareciendo de mi campo de visión—. Me gustaría que me dieras tu opinión acerca del sabor.

Deposito mi chaqueta en uno de los soportes del perchero que hay junto a la puerta y me pongo rumbo hacia mi destino, dejándome guiar por el agradable aroma que penetra por mis fosas nasales y me abre el apetito.Recorro el pasillo lentamente, concediéndome la libertad de apreciar cada uno de los detalles del corredor. Al pasar junto a la puerta que conduce al salón, me detengo y le echo un vistazo a su interior. Sigue igual que antaño.

Mi marcha finaliza en el centro de la cocina. A partir de ese momento me concentro únicamente en observar a Christopher, quien tiene puesto un delantal blanco que oculta parte de su camiseta azul de mangas cortas. En una de sus manos porta una cuchara de madera, con la que remueve el contenido del interior de la olla.

—Acércate— hace una seña con la mano. Salvo la distancia que me separa de mi padre, colocándome a su vera. Le echo un vistazo al contenido de la olla, hay una cantidad considerable de espaguetis con tomates. Mi acompañante se hace con un poco y lentamenta aproxima el cubierto a mis labios—. Cuidado, quema un poco.

Degusto el alimento, dejándome llevar por la agradable sensación que produce en mí. El tomate, a pesar de quemar, tiene un sabor delicioso, muy natural. La combinación con los espaguetis mejora enormemente el plato. El perejil que hay esparcido por encima le da un toque original. Trago el bolo alimenticio, corriendo el riesgo de lastimar mi esófago.

—Está muy bueno.

—Te dije que había mejorado— me guiña un ojo.

—Deberías plantearte seriamente participar en algún concurso gastronómico.

—No es necesario. Tengo a la mejor catadora de este mundo. Además, el mayor regalo que me ha dado esta vida es tenerte como hija.

Sonrío ante su comentario.

—Espero que no estés intentando ganarte mi favor.

—Oh, no. No era mi intención. Mis más sinceras disculpas, señorita.

Le doy un codazo juguetón.

—Me muero de hambre.

—En ese caso, deberíamos calmar ese estómago.

Christopher se desplaza hacia la encimera opuesta, abre una de las puertas del mueble superior y extrae de su interior dos platos de cerámica. Estos contienen un adorno floral en sus extremos, formando un círculo. Apila ambos recipientes y procede a hacerse con dos servilletas que obtiene de uno de los cajones de la encimera.

—¿Podrías coger los cubiertos, Ariana?

—Sí, claro.

Me enfrento al cajón que yace junto a la vitrocerámica. Aferro mi mano al soporte y con delicadeza abro el compartimento. En su interior yacen cubiertos; cucharas en el lado de la izquierda, tenedores en el centro, tenedores y sacacorchos a la derecha. Mi atención, sin embargo, recae en una caja gris en forma rectangular que hay en un extremo. Me aferro a ella y con ayuda de mis dedos retiro la tapa, descubriendo en su interior la llave de un coche.

—¿Qué?— añado desconcertada.

Alzo la vista y la deposito en la persona de mi padre, quien está a mi vera, regalándome una de sus mejores sonrisas.

—Feliz cumpleaños, Ariana.

—¡Oh, Dios mío!— doy saltitos de alegría al mismo tiempo que esbozo una amplia sonrisa—. ¡Me has comprado un coche!

—Ya va siendo hora de que tengas el tuyo propio.

—P-pero te habrá costado bastante dinero— replico entrecortadamente por la emoción y los nervios del momento.

—¿Qué es el dinero comparado con tu felicidad?

Me abalanzo a los brazos de mi padre, quien me recibe emocionado. Deposita su barbilla en mi coronilla y se dedica a acariciar mi cabello. Entierro mi cabeza en su pecho, apreciando el aroma que desprende su camiseta, y aprovecho la ocasión para abrazarle con una mayor fuerza, con el propósito de demostrarle cuánto le agradezco todo lo que ha hecho por mí.

—Muchas gracias, papá. Me ha encantado.

—Me alegra que te haya gustado. ¿Qué te parece si damos una vuelta?

—¿Ahora?

—¿Por qué no?

Asiento, emocionada.

Salgo al exterior en compañía de mi padre, aún dando saltitos de alegría. Christopher me conduce hacia el garaje y con ayuda de un mando abre la puerta que conduce a él. A medida que esta se va abriendo consigo ver parte del interior, comenzando por unos neumáticos nuevos, continuando con una carrocería en perfecto estado y una pintura gris. Unos segundos más tarde se alza ante mí un nissan qashqai de color gris, en cuyo capó yace un lazo rojo a modo de adorno.

Salvo la distancia que me separa del vehículo. Deslizo mi dedo índice a lo largo del capó hasta desembocar cerca del parabrisas. Luego aproximo mi rostro a la ventana con el fin de ver el interior del coche, cuyos asientos adoptan un tono oscuro. Mi padre se encuentra al otro lado, junto a la ventana derecha, mirándome desde la lejanía.

Abro la puerta y me acomodo en el asiento. Christopher guarda el adorno rojo en los asientos traseros y luego procede a colocarse a mi vera. Mientras él se limita a ponerse el cinturón, yo pongo en funcionamiento el motor del automóvil y a abandonar el garaje.

—Es genial— confieso.

—Pues ya verás cuando coja velocidad.

Piso el acelerador progresivamente, ocasionando que los neumáticos se deslicen por el asfalto a una mayor velocidad, de forma que todo cuanto nos rodea se distorsiana como consecuencia de ello. El motor ruge con delicadeza, apoderándose de mí una sensación de euforia. Suena tremendamente bien. Así da gusto conducir. Resulta todo un placer. Reduzco la velocidad hasta terminar por detener el vehículo en un lado de la carretera.

—¿Y bien? ¿cuál es tu primera impresión?

—Este coche es increíble.

Christopher ríe.

—Lo tomaré como un "me estoy superando con los regalos cada cumpleaños".

—Es posible. Pero jamás habrá un regalo capaz de compararse con el de disfrutar de tu compañía en un día tan especial para mí como este.

—No hay nada que desee más que compartir decenas de cumpleaños a tu lado.

—Llegará el día en el que no sepas qué regalarme— bromeo.

—Subestimas mi capacidad creativa.

Suelto una risita y sacudo la cabeza, divertida.

—Tú, sin embargo, no vas a tener ese problema. Sabrás que regalarme. Por ejemplo, a los sesenta y cinco vendría bien un bastón, a los setenta unas gafas, a los ochenta una dentadura.

—¿Una dentadura?— carcajeo ante su ocurrencia—. ¿Quién regala por un cumpleaños una dentadura postiza?

—No tengo ni la menor idea. Pero, por si te sirve de consuelo, puedes ser la primera, si quieres.

Le doy un golpecito juguetón en el hombro y él se echa a reír.

—¿Sabes? Tal vez sí sepa que regalarte según los años que cumplas. En tu trigésimo cumpleaños te regalaré cremas antiarrugas. Y a los cuarenta y ocho unos tintes para el pelo, ya sabes, para camuflar las primeras canas.

—Eres de lo peor.

—No sabes cuánta razón tienes— bromea.

—¿Cuál es la siguiente parada?

—Casa, concretamente, la cocina. Mi estómago comienza a quejarse. Y nadie quiere que esto se convierta en una competición de canivalismo.

Por un instante por mi cabeza aparecen las absurdas palabras que me dijo Elián una vez; beber tu sangre sería como ingerir verbena. Meneo la cabeza con el fin de deshacerme de dicho pensamiento sin pies ni cabeza.

—Volvamos a casa.

Cambio el sentido de la marcha, asegurándome previamente de que no está prohibido y de que no entorpezco la circulación. Una vez efectuada la maniobra, sujeto el volante aferro mis manos al volante con fuerza y procedo a pisar el acelerador. Mi padre abre la ventana pulsando ligeramente un botón que se encuentra a su derecha. Pronto una brisa cálida penetra en el interior del vehículo, acariciando el rostro de mi padre y alborotando su cabello.

Enciendo la radio y comienza a sonar la canción She's like the wind.

—Esa canción es buena— confiesa mi padre—. Me trae tantos recuerdos. Tu madre veía esta película a diario, era su favorita. Se sabía todas las canciones de memoria. Era impresionante. Era consciente de lo feliz que le hacía, así que decidí llevarla al musical de Dirty Dancing. Deberías haber visto la amplia sonrisa que tenía, cómo le brillaban los ojos.

—Me hubiera gustado estar presente.

—En ese momento supe que era la mujer de mi vida.

Le miro embelesada.

—Supe que quería ver su sonrisa cada mañana al despertar— esboza una amplia sonrisa al rememorar aquel momento—. Ella me concedió el magnífico honor de ser su marido y yo, a cambio, le hice una promesa de amor eterno— Christopher cambia el rumbo de su mirar hacia mí y me escruta con sus enormes ojos azules—. Ariana, lo más importante para mí es tu felicidad. Siempre ha sido así.

—Lo sé.

—Así que no quiero que jamás te prives de ella. Siempre voy a querer la felicidad para ti— deposita su mano sobre la mía—. Sigue lo que dicta tu corazón a cada instante.

—Quizá mi vida esté llena de obstáculos por superar y de un sin fin de pérdidas pero, a pesar de todo, soy feliz, papá.

—Pues aférrate a esa felicidad y no la dejes escapar.

Asiento una sola vez y le dedico una sonrisa.

—Ahora vayamos a comernos esos espaguetis.

—Estaba deseando oírtelo decir— añado.

—El último en llegar tiene que poner la mesa.

Mi padre echa a correr en dirección a la entrada y yo le imito. Christopher introduce a las apuradas la llave en la cerradura y cuando consigue abrir un poco la puerta, me cuelo por el hueco existente y le saco ventaja, la necesaria para alcanzar el primer puesto en la competición. Mi acompañante se detiene bajo el marco de la puerta y coloca ambas manos en su costado. Está exhausto. Yo, en cambio, no presento signo de cansancio, así que me limito a hacer un gesto victorioso.

—He ganado.

—He estado a punto de ganar.

—Otra vez será— me encojo de hombros y le sonrío—. Voy a repartir la comida en los platos mientras tú te encargas de poner la mesa.

—A sus órdenes.

Hace el saludo militar y yo no puedo evitar echarme a reír.

Con ayuda de un cazo reparto la comida en dos platos hondos y los voy dejando en la encimera. Le doy la espalda a la olla y me encamino hacia el frigorífico, extraigo de él una bolsa de queso emmental y vierto parte de su contenido sobre los espaguetis. Mi padre, quien ya ha terminado de poner la mesa, calienta los platos en el microondas. Yo aprovecho los escasos sesenta segundos que son necesarios para calentar ambos platos para colocar la olla en el fregadero y llenarla de agua para eliminar todo rastro de tomate.

—Ya puedes sentarte a comer.

Dejo el trapo azul con el que me he secado las manos junto al fregadero y procedo a salvar la distancia que me separa de la mesa con el único propósito de acomodarme en una de las sillas. Apenas me aferro al tenedor mi padre se sitúa frente a mí, depositando su plato de espaguetis justo enfrente suya. Enredo los largos fideos en el tenedor, dándole sucesivas vueltas, y luego me lo llevo a la boca.

—¿Qué tal está Jonathan?

—Algo preocupado— deposito el tenedor en el borde del plato y procedo a limpiarme las comisuras con la servilleta—. En la noche de las novatadas ocurrió algo— mi padre deja de comer y adopta una posición erguida—. Estaba buscando el huevo dorado cuando tuve un encuentro con Elián.

—¿Te hice daño?

Niego con la cabeza.

—Al contrario, me salvó la vida— hago una pausa para tomar una bocanada de aire—. Unos vampiros pertenecientes al aquelarre de Kai nos tendieron una trampa. Pretendían acabar conmigo. Supongo que para hacerse con la reliquia que poseo. El caso es que Elián se encargó de eliminar la amenaza.

—Me cuesta creer que te salvara la vida.

—Lo sé. A mi también. Sé que lo ha hecho antes pero esta vez fue diferente.

—¿A qué te refieres?

Rememoro una vez más la rápida actuación de Elián.

—Era como si hubiese actuado por instinto. Ni siquiera se detuvo a pensarlo. Era como si tuviese muy claro lo que iba a hacer.

—Yo, en tu lugar, no me fiaría mucho de él. Es un vampiro sanguinario, egoísta y narcicista. Siempre se ha movido por su propio beneficio. Tal vez quiera obtener algo de ti.

Finjo que sus palabras no me removido por dentro. Lo cierto es que, por muy absurdo que suene, he pensado por un segundo que tal vez cabría la posibilidad de que hubiese dado el primer paso hacia una posible amistad. Aunque, analizando la situación, es muy complicado que se diese dicho caso. Ambos pertenecemos a realidad distintas. Somos muy diferentes. Si el dice sí, yo digo no. Si Elián dice blanco, yo digo negro. Una amistad entre él y yo jamás llegaría a buen puerto.

—Ariana, ahora, más que nunca, debes tener cuidado. Son tiempos difíciles, en los que abunda el miedo y la desesperación. No es una buena combinación.

—Soy consciente de ello.

Asiente.

—Jonathan es un buen chico. Tienes suerte de tener a alguien como él a tu lado. Estoy seguro de que hará hasta lo imposible por protegerte y darte la felicidad que mereces.

—Sí, es increíble. Soy muy afortunada.

Christopher deposita sendas palmaditas en el dorso de mi mano. Luego se pone en pie, recoje los platos y los deposita en el fregadero. A continuación abre el grifo de agua y sumerje los cubiertos y la vajilla bajo este con el fin de eliminar toda impureza.

—Voy a hacerle una visita a mi habitación.

—De acuerdo.

Abandono la cocina, incorporándome al corredor, y me marco como próximo destino las escaleras que descansan en un lateral, junto a la entrada. Una vez las alcanzo, deslizo mis dedos por el pasamanos de madera y comienzo a ascender uno a uno los peldaños. A medida que subo voy rememorando dos de las ocasiones especiales en las que bajé por ella. Una de ellas hace referencia al baile formal. Recuerdo que estaba bajando por la escalera con mi imponente vestido verde, alcé la vista y la fijé en los pies de la escalera, donde se encontraba Jonathan acompañado por mi padre. La otra es más reciente, concretamente hace referencia al 21 de marzo, día en el que comenzaba la primavera y se celebraba el baile de dicha estación. Me acuerdo que mientras bajaba por la escalera con el vestido rosa lamentaba no tener a nadie a los pies de la escalera, dispuesto a recibirme. Sin embargo, lo que no sabía es que iba a aparecer una pareja de baile inesperada. Quién iba a decir que el vampiro más egoísta que conozco estaría dispuesto a acompañarme a una celebración del instituto.

Pestañeo un par de veces, descubriendo que me hallo en mi habitación, sentada en el borde de la cama, mirando en dirección a la ventana, a través de la cual se divisa un cielo azul despejado, con un sol radiante dispuesto a bendecirnos con su luz y aportarnos su calidez. Un pequeño pájaro se deposita en el alféizar de la ventana y pía alegremente. Al observarle recuerdo aquel día en el que ayudé a una cría a aprender a volar.

Me pongo en pie y me pongo rumbo hacia el armario, cuyas puertas abro de par en par. Me valgo de mis manos para descartar las sudaderas que no llaman mi atención. La búsqueda de la prenda ideal se extiende por unos dos minutos, tras los cuales doy con una de color rojo que hace juego con la camiseta de tirantes blanca que llevo puesta, y con mis vaqueros azulados.

Abandono la habitación tras dedicarle una última mirada y cerrar la puerta. Luego,mientras emprendo una caminata en dirección a la escalera, me coloco la sudadera roja, subiendo la cremallera hasta la altura de mi diafragma.

Bajo los peldaños de la escalera ensimismada con la cremallera. Cuando estoy a punto de alcanzar la planta baja me percato de que hay una nueva voz masculina en la casa. Así que desciendo los peldaños que me restan y procedo a ponerme rumbo hacia la cocina cuando escucho unos pasos que se aproximan a mi posición. Rápidamente me oculto en el salón, adhiriéndome a la pared que hay junto a la puerta. Asomo ligeramente mi cabeza, logrando ver la cabellera morena y la espalda ancha de un chico cubierta por una chaqueta de cuero.

Salgo de mi escondite y lo primero que hago es mirar en dirección a la cocina con el fin de asegurarme de si mi padre está presente. Al no ser así, decido ponerme rumbo hacia el exterior con el fin de obtener respuestas. Así que abro la puerta haciendo el menor ruido posible y me marcho. Nada más salir al exterior enfoco la carretera, donde hay aparcado un Volkswagen Karmann de color verde claro. El vampiro rodea el vehículo por la parte delantera y se propone abrir la puerta superior izquierda para acomodarse en el asiento.

Entonces, emprendo una carrera en dirección al vehículo y justo en el momento en el que el motor comienza a cobrar vida tomo asiento a su vera. Elián ladea la cabeza hacia la derecha y me fulmina con la mirada. Sus ojos verdes logran intimidarme y hace sentir inexplicamente pequeña, además, de ocasionar que en mí viva la sensación de estar comportándome como una ingenua.

—¿Qué demonios estás haciendo?— abro la boca para responder pero al no dar con las palabras exactas, decido volver a cerrarla—. Estás muy equivocada si crees que voy a ser tu taxista.

—¿Por qué has venido a hablar con mi padre?

—¿Ahora eres su consejero particular o algo por el estilo?

—¿Podrías responder a mi pregunta?

Elián suelta un bufido.

—He venido a pedirle a tu padre que mantenga a los cazadores al margen de todos esos casos de desapariciones y asesinatos. ¡Anda! Eso te incluye a ti.

—¿Por qué has tomado esa decisión?

—Ya es bastante jodido el problema que se nos viene encima como para que también se involucren una pandilla de cazadores.

—Has dicho desapariciones y asesinatos, ¿qué está ocurriendo?

—¿Quieres saberlo? Bien. A lo largo de la costa se están produciendo misteriosas desapariciones de personas que, por alguna razón que desconozco, aparecen al tiempo asesinadas.

—¿Cuánto hace que está sucediendo esto?

—Hace cerca de una semana. Ya van noventa desapariciones y cincuenta cadáveres encontrados.

Me llevo la mano a la boca con tal de reprimir un pequeño grito.

—¿Crees que guarda relación con Kai y su aquelarre?

—Es posible.

—¿Cuál es tu plan?

—Hasta hace unos minutos mi plan era barrer toda la costa hasta dar con alguna pista que me condujese hacia el problema para eliminarlo de raíz.

Asiento.

—Voy contigo.

—¿Qué? Ni hablar. Vete a la universidad a hacer fiestas y emborracharos o a lo que sea que hagáis los universitarios.

—Por desgracia para ti no tengo nada que hacer.

—Creo que no has entendido el concepto de los cazadores deben mantenerse al margen.

—Y tú no has comprendido que es mi decisión y elijo ir.

—¿Qué pasa si no quiero que vengas?— me fulmina con su mirar con el fin de acobardarme pero no logra su propósito. A cambio le sostengo la mirada, valiente, y le transmito a través de ella la firmeza de mi postura.

Elián frunce el ceño ante mi silencio.

—Voy a ir con o sin ti.

—Está bien. Será divertido ver tu expresión de horror al ver la cantidad de sangre derramada y los cuerpos desgarrados.

Sacudo la cabeza con el fin de deshacerme de esa idea.

—No te he dado las gracias.

—¿Por qué?

—Por haberme conseguido el huevo dorado.

El vampiro me mira contrariado por unos segundos, luego vuelve a depositar su atención en la carretera que tiene por delante.

—Era eso o partirle el huevo en la cabeza a los idiotas a los que se les ocurrió esa novatada tan patética. Ya se habían producido muchas muertes, no podía llamar la atención.

—Eres un retorcido.

—Eres tú la que ha decidido acompañarme. No seremos tan diferentes.

Medito sus palabras por unos segundos.

—¿Cómo lo haces?— el vampiro me mira confundido, incapaz de encontrarle el sentido a mis palabras, así que decido expresarme— confundirme. Haces que me plantee la mínima posibilidad de ser como tú. Sé el tipo de persona a la que aspiro ser pero, ¿cómo es posible que dude por un segundo sobre quién soy?

—¿No te había comentado que en mis tiempos libres soy brujo?

Enarco una ceja, incrédula.

—En importante. Al menos, para mí.

—¿Qué es exactamente lo importante? ¿la respuesta o yo?

Siento como mis mejillas se sonrojan y arden con una gran intensidad. Rehuyo la mirada y la desplazo hacia mis manos, las cuales se aferran en ese momento a la parte inferior de la camiseta blanca, arrugándola y empapándola de sudor. Puedo sentir el corazón latir con fuerza contra mis costillas y la sangre golpear en mis oídos. Incluso percibo mi respiración agitada.

Ni siquiera sé porqué estoy actuando así ante su pregunta. No tienes ningún sentido. Elián no puede ser alguien esencial en mi vida. Es practicamente imposible. ¿Cómo voy a hacer capaz de entenderme con una persona tan egocéntrica y carente de sentimientos? Somos totalmente incompatibles, polos opuestos.

—¿Por qué dices eso?

—Intentaba ponerte a prueba.

—¿Has sacado alguna conclusión?— me atrevo a preguntar.

—Te has puesto nerviosa. Puedo sentir tu corazón acelerado.

Pestañeo un par de veces y deposito mi mirar en mi pecho, el cual se infla y desinfla con frecuencia, además de ser azotado por unas constantes vibraciones provocadas por mi desbocado corazón.

—Eso es porque tu pregunta me ha incomodado.

—¿Te ha incomodado o te ha hecho plantearte la mínima posibilidad de que llegue a importante?

Guardo silencio.

—Quien calla otorga.

—No necesariamente es así. A veces, guardar silencio es de sabios.

—No sé si es mi impresión o una simple equivocación pero me ha parecido que me estás llamando idiota.

—No he sido yo quien lo ha dicho— me defiendo.

Elián pone los ojos en blanco y se concentra en la conducción.

—Hoy es mi cumpleaños.

—De haberlo sabido habría traído globos rosas y tarta— ironiza—. O mejor aún, lo habría publicado en Facebook.

—Lo que intento decirte con ello es que quiero que tengas presente que tengo diecinueve años, soy lo suficientemente mayor como para tomar mis propias decisiones.

—Una cosa es ser mayor y otra muy distinta actuar usando la cabeza.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Lo que intento decir es que te ha subido a un coche con un vampiro psicótico, creyendo sus palabras sin tan siquiera tener evidencias de si son ciertas. ¿Qué pasa si te he engañado y todo esto forma parte de un plan? ¿qué si tú eres el cebo?

Le miro ceñuda y con los labios apretados.

Elián aparca el vehículo junto un puerto y se baja de él, efectuando un portazo al cerrar. Yo también me bajo del coche y me propongo alcanzarle, misión difícil, ya que camina a paso ligero. Además, debo luchar contra la brisa marina, la cual ondea mi cabello y lo hace recaer sobre mi rostro, enturbiando mi visión. Con ayuda de mis manos aparto los mechones libres y los acomodo tras mis orejas. Elián, en cambio, le concede el magnífico honor a la ventisca de alborotar su pelo, además de permitirle que adhiera la ropa a su piel.

—¿Por qué motivo has arriesgado tanto?— dice en voz alta—. Podría estar engañándote ahora mismo y ni siquiera serías consciente de ello.

Continúa caminando, ignorando el detalle de que me encuentro tras él, luchando por adaptarme a su ritmo y así, poder estar a su altura. Es desesperante.

—Mi padre dijo lo mismo.

—¿Y por qué no has seguido su consejo?

—Porque confío en ti— confieso a plena voz. Elián se detiene en seco con motivo del impacto que han tenido mis palabras en él. Lo cierto es que han salido de mi boca sin tan siquiera pensarlas.

El vampiro se da media vuelta y me escruta con la mirada desde la lejanía. Su expresión es una combinación entre desconcierto y sorpresa, y si cabe, emotiva. Percibo, incluso, como un brillo inusual se apodera de sus pupilas al mismo tiempo que sus músculos faciles se relajan.

—No deberías hacerlo. Soy el villano de la historia, ¿recuerdas? No soy una buena persona, no he nacido para ser un alma caritativa— fija su mirada en el suelo húmedo durante unos segundos, los cuales se me antojan eternos—. Los monstruos como yo arrasamos con toda esencia de felicidad, traemos el caos. No tenemos un final feliz.

—Sé que hay una razón por la cual cambiaste tu forma de ser. Compártela conmigo.Déjame entenderte.

—Créeme, no quieres saberlo.

—Dices considerarte un monstruo pero, a mis ojos, no lo eres. Solo eres una persona que ha sufrido por amor en su pasado, alguien a quien le han roto el corazón.

Elián me sostiene la mirada y aprieta la mandíbula.

—¿Cómo estás tan segura de que no soy un monstruo?

Avanzo hacia el frente, salvando los metros que separan nuestros cuerpos, midiendo uno a uno mis pasos. Su persona se alza ante mí, logrando intimidarme. Tiene la cabeza gacha, de manera que sus ojos se encuentran de inmediato con los míos. Atisbo a ver una profunda tristeza viviendo en el fondo de sus pupilas, luchando por ocultarse. En el negro de estas me veo reflejada.

—En dos ocasiones me salvaste la vida por pura conveniencia pero ayer, cuando estábamos rodeados por ese grupo de vampiros, actuastes sin pensarlo, por instinto. Algo ha cambiado. Y es justamente esa esencia la que me confirma que aún con el corazón roto eres capaz de sentir afecto. No tengas miedo de volver a sentir.

Acaricio con inseguridad y temor su mejilla con el dorso de mi mano, y soy consciente de como sigue con la mirada cada uno de los movimientos que efectúo. Mientras llevo a cabo esta acción me concentro en escrutar su rostro, redescubriendo la leve arruga que nace en su entrecejo cuando lo frunce, sus labios carmesís sellados, los hoyuelos que viven junto a sus comisuras, sus enormes ojos verdes ocultos tras sus pestañas color azabache, los mechones libres que recaen sobre su frente, sus pobladas cejas y su mandíbla definida.

En ese instante descubro una gran verdad. Elián me importa lo suficiente como para desear que deje atrás sus demonios y firme la tregua consigo mismo. Solo es una víctima más del amor, alguien a quien le destrozaron el corazón con tal crueldad que desde entonces es incapaz de sentir afecto hacia las personas que le rodean. Es un vampiro atormentado por su pasado, pasado que no puede dejar atrás por mucho que empeño que ponga.

—Tenemos un asunto del que ocuparnos— dice, enfrentándose a mi mirada, y aferrándose a la mano con la que se acaricio, apartándola de su rostro lentamente. Libera mi mano, abandonándola a su suerte en el pequeño espacio que hay entre nosotros.

Asiento.

Nos ponemos rumbo, en silencio, hacia una salina cercana, en cuya entrada yace un modelo de vehículo antiguo de color rojo, con el cristal frontal hecho añicos y parte de la pintura levantada como consecuencia de la fricción con otro coche. El vidrio de la ventana superior izquierda yace teñido de un tono rojo oscuro. Los neumáticos están desinflados, entrando en contacto con el suelo. El depósito de gasolina está destrozado, de manera que el carburante escapa por la abertura y cae sobre el húmedo asfalto.

Elián rompe el cristal de la ventana del conductor con un ágil puñetazo,dejando a la vista a un hombre decapitado, cuya cabeza está perfectamente colocada en su cuello. El vampiro le da un leve golpe en el hombro al cadáver, provocando que la parte superior de su cuerpo de precipite hacia delante, impactando contra el volante y terminando por depositarse entre las manos del muerto.

—Parece que tienen ganas de jugar.

Trago saliva y aparto la mirada con el fin de mantener mis náuseas bajo control. Ver tanta cantidad de sangre derramada y los cuerpos desgarrados me produce arcadas, además de una sensación desagradable que logra ponerme los pelos de punta.

El vampiro me hace una seña para que le siga. Me apresuro a situarme a su vera, pues no deseo estar un segundo más en presencia del cuerpo inerte de ese pobre hombre. Elián me mira, divertido por mi expresión de horror, y procede a abrir la puerta, arrancando el picaporte de cuajo. Ejerce una ligera presión sobre la superficie, permitiendo que el portón ceda y nos regale vistas del interior.

En el suelo hay un rastro de sangre que nos limitamos a seguir, el cual nos conduce hacia una estancia amplia, en cuyo centro yace una máquina de envasado, originando sacos de sal. Salvo por un pequeño detalle, las bolsas no contienen dicho mineral sino una sustancia acuosa teñida de rojo junto con componentes que no soy capaz de distinguir a simple vista. Por suerte, el vampiro logra hacerse con uno de los sacos, lo desgarra con ayuda de un cuchillo que localiza en una mesa, provocando que el contenido impacte contra el suelo. Unos intestinos acompañados de una cantidad considerable de sangre.

El vampiro vuelve a realizar la misma acción con otro saco, descubriendo esta vez un cerebro y unos globos oculares desinflados.

—¿Qué significa todo esto?

—Nada bueno. Créeme.

Elián se desplaza velozmente hacia una estancia, cuya puerta está atascada con algún mueble desde el otro lado, de manera que comienza a golpear con su hombro, y con todas sus fuerzas, la superficie, ocasionando la aparición de alguna que otra hendidura. El vampiro continúa con su propósito, cada vez más enérgico y si sabe, frustrado. Finalmente logra que la puerta se salga de sus goznes y caiga hacia delante, impactando contra el suelo.

Al ser consciente de que el vampiro está detenido en seco, observando en silencio la escena, decido acudir en su búsqueda con el fin de averiguar qué sucede. Así que me coloco a su vera y le escruto con la mirada con el fin de dar con alguna expresión que me confirme qué ocurre. Elián simplemente se limita a mirar hacia el frente, horrorizado, así que decido seguir el rumbo de su mirar, en un intento de obtener respuestas.

Se trata de una estancia de aspecto siniestro y apagado, carente de mobiliario y luminación. La única claridad existente es aquella que proviene de nuestras espaldas, la cual logra proyectarse sobre el suelo en mal estado, descubriendo una sustancia viscoza de color roja que se desplaza por lentitud por las lozas, marcando como destino nuestros pies.

A pesar del miedo que me invade decido alzar la mirada y mirar al frente. Un solo segundo basta para romper todos mis esquemas y dejarme con la mente en blanco, incapaz de formarme una opinión respecto a lo que estoy presenciando. No existen palabras para descibrir tal atrocidad. De por sí es difícil de imaginar que alguien haya podido hacer algo semejante. Cuesta creer que habiten en este mundo personas tan crueles.

Repartidos estratégicamente hay cadáveres desgarrados que penden del techo por medio de un gancho que les atraviesa el corazón. Algunos cuerpos tienen profundos cortes en las entrañas, permitiendo que los intentinos salgan al exterior y reluzcan bajo la escasa luz. Otros carecen de alguna parte de su organismo, ya pueden ser piernas, manos, algún brazo e incluso la propia cabeza. La sangre, que escapa a borbotones de los cadáveres, empapa la superficie metálica del suelo, área por la que además yacen esparcidos dedos cortados, pequeños fragmentos de sesos, cabezas. Las paredes también están salpicadas de sangre.

Siento como acuden a mí unas náuseas incontrolables, así que doy media vuelta y salgo corriendo hacia el exterior, bajo la contrariada mirada de Elián, quien a estas alturas debe estar preguntándose qué me ha llevado a huir tan a prisa. Sin embargo, no le doy mucha importancia a este hecho, ya que mi cabeza se centra únicamente en las ganas de vomitar que tengo, como consecuencia de haber presenciado la escena anterior.

Me detengo a unos metros del coche rojo, mantengo el cuerpo encorvado, con los brazos en forma de jarra y la mirada perdida en el asfalto. Puedo sentir como un desagradable ardor sube por mi esófago en dirección a mi cavidad bucal. Trago saliva y me concentro únicamente en mi respiración. Poco va a poco la fatiga va remitiendo, aunque aún continúa latente. Así que no me queda de otra que estar atenta a las indicaciones que me manda mi propio cuerpo.

Sin previo aviso, Elián aparece a mi lado y se aferra a mi antebrazo, en un intento de captar mi atención y proporcionarme apoyo. Alzo la vista y la traslado hacia su persona, sorprendiéndome por la intensidad con la que me mira e incluso, por la preocupación que refleja su rostro. Sé que es sí porque su ceño está fruncido, sus labios entreabiertos y sus ojos más abiertos de lo normal.

—¿Te encuentras bien?

Asiento.

—Necesitaba tomar el aire.

—Sí, yo también.

—Elián, ¿quién puede haber hecho algo tan terrible?

El vampiro clava su mirar en la mano con la que me sujeta el antebrazo y suelta un leve gruñido.

—Unos fantasmas del pasado.

—¿A qué te refieres?

—Reconocería esa forma de destrucción, de desprecio hacia la vida humana en cualquier lugar, sin titubear— eleva la vista y la clava en mis ojos castaños—. Pero es prácticamente imposible. No tiene el menor sentido.

—¿Quiénes son esos fantasmas del pasado que te atormentan, Elián?

Su mirada es sincera y está cargada de dolor. Sus pupilas están contraídas como consecuencia de la claridad del día, su iris verde está apagado. Entonces, caigo en la cuenta de un hecho importante, Elián, a pesar de aparentar ser de piedra, está asustado e inquieto. Le han hecho tanto daño que ha terminado por construir a su alrededor un muro que le protege de la tristeza, sin saber que también le impide alcanzar la felicidad,

—Mi propia familia.

Entreabro los labios y por ellos escapa un leve suspiro.

—Creía que tu familia había...

—¿Muerto?— termina la frase por mí. Me encojo de hombros y le miro, permaneciendo a la espera de recibir una respuesta por su parte—. Ojalá hubiese sido así.

—¿Por qué dices eso?

—Porque es el precio que merecían pagar.

—¿Qué fue esa cosa tan horrible que hicieron para que tengas esa opinión?

Elián cierra con fuerza los ojos, provocando que sus pestañas color azabache acaricien sus pómulos, y aprieta la mandíbula con fuerza.

—Hicieron lo peor que puedes hacerle a un ser querido.

Estoy a punto de articular palabra cuando el vampiro cambia el rumbo de su mirada hacia el vehículo rojo. Su acto es tan inesperado que me coge por sorpresa, ocasionando que mis sentidos de alerta se disparen. Imito su acción, depositando mi mirar en el modelo de coche antiguo. Soy consciente de como se produce una leve chispa que entra en contacto con el combustible que hay esparcido por el suelo. En ese instante todo sucede muy rápido. Soy consciente de como Elián me rodea el torso con uno de sus brazos al mismo tiempo que se produce una fuerte explosión, originando que cientos de piezas salgan disparadas por los aires, y una nube grisácea nazca sobre nuestras cabezas, además de desatar un incendio en el vehículo.

Pestañeo un par de veces y casi de inmediato siento un intermitente pitido en los oídos como consecuencia de la explosión. Me hallo recostada boca abajo en el suelo, con ambas manos cubriendo mi cabeza. A mi lado se encuentra el vampiro, quien está de rodillas, intentando, en vano, alcanzar con sus manos la parte superior de su espalda, donde, al parecer, tiene un pequeño fragmento de metal punzante hiriéndole.

Su cara está descompuesta como consecuencia de la molestia que siente. Incluso llega a palparse cierta irritabilidad, sentimiento que crece por momentos. Así que con el fin de evitar que su mal humor se manifieste, me incorporo y antes de ponerme en pie y ofrecerle mi ayuda, le miro, encontrándome con sus enormes y profundos ojos verdes de inmediato.

—Gracias por salvarme la vida.

Asiente una sola vez.

—¿Podrías echarme una mano?

—Nunca mejor dicho— contesto, esbozando una media sonrisa. Acto seguido lamento haber hecho el comentario, así que me muerdo la lengua.

Me sitúo a sus espaldas, arrodillándome ante él, y con ayudas de mis manos palpo la parte más externa del fragmento de metal.

—Eres pésima haciendo bromas, ¿lo sabías?

Muevo un poco el fragmento de metal, provocando que el vampiro suelte un gruñido y haga un movimiento instintivo con el fin de liberarse de tal dolor. Tal vez haya pasado un poco al causarle un mayor sufrimiento pero se lo tenía merecido.

—¿Podrías tener más cuidado?

—Es difícil cuando no dejas de moverte.

Gruñe de nuevo.

—Estoy comenzando a pensar que te entretienes tanto en sacarme el maldito trozo de metal porque te gusta tener tus manos sobre mí.

Se acabó.

Le extraigo de una sola vez el fragmento de metal ensangrentada, ocasionando que Elián aulle de dolor y contraiga los músculos de su espalda.

—Listo— contesto.

—Eres peor que un dolor de muelas.

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