Capítulo 21
Me he pasado el resto de la noche despierta, rememorando mi conversación con Elián, recordando una y otra vez sus enormes ojos verdes cristalizados, el dolor grabado en sus pupilas. Por más que he intentado olvidar lo sucedido me es imposible. Siento que debo mantener vivo ese recuerdo en mi memoria por muy doloroso que me resulte. Y, en cierto modo, prefiero que sea así. Quiero que el dolor que me oprime el pecho sea la prueba que me confirme que fue real. No deseo que el amor tan puro que siente el vampiro caiga en el olvido.
Elián tiene razón, soy una egoísta, no quiero iniciar una relación con él pero tampoco quiero perderle como amigo. No quiero ni una cosa ni la otra. Lo quiero todo. Y es egoísta, sí, pero me nace así. Jonathan para mí es una persona muy importante, es el chico al que quiero, quien me devolvió a la vida cuando pensé que estaba acabada. Elián, en cambio, me demostró que podía hallar luz en la oscuridad más remota. Es ese tipo de persona que te hace plantearte las cosas que das por sentadas una y otra vez, sacando conclusiones diferentes. Para él cada día es un reto y lo vive cómo quiere, ignorando el hecho de que está condenado a ir al infierno algún día. Y es precisamente eso lo que me atrae de él, su libertad de ser sin importar el qué dirán. Desearía que mi día a día fuese una nueva aventura, una locura por cometer en cada esquina, sentir que estoy viviendo en un sueño. Pero mis deseos están lejo de ser realidad.
Ante nosotros se alza un río de aguas negras como el carbón, danzando con la brisa gélida que juega con ellas, en el que se proyectan las copas de los árboles. Una niebla espera se apodera del ambiente, de manera que soy incapaz de ver más allá. No sabemos con certeza qué nos espera al otro lado del lago pero debemos correr ese riesgo, es nuestra única opción.
—Muy bien— añade Samuel, girándose hacia nosotros—. ¿Qué hacemos ahora?
—¿Es que no tienes ojos en la cara?— le pregunta Elián, quien mantiene una ceja enarcada, los brazos cruzados y la mirada perdida en la orilla del lago.
Sam desvía su mirar hacia dicho lugar, descubriendo unas barcas de madera. Hace una mueca de desaprobación y a continuación me mira para armarse de valor.
—Iremos por grupos en las barcas— comienza a decir—. No sabemos qué habrá al otro lado del lago, así que conviene ir con precaución. Dicho esto, embarquémosno en esta aventura.
A un lado Jonathan ayuda a Kara a subir a una barca. Mi padre está en la orilla, sujetando con fuerza el brazo de la mujer a la que ama, preparado para socorrerla en el caso de que sufra una caída. Frederick Anderson le ofrece su ayuda a Abby y a Ashley, quienes se acomodan indecisas en los banquitos de la barca, contemplando con desconfianza el agua.
Elián se sube a una barca en solitario. Samuel hace ademán de subirse en esta, pero el vampiro fuerza una sonrisa y le hace un gesto con la mano para que se detenga.
—Está ocupado— miente.
—Oye, tío, hay un número limitado de barcas— comienza a decir el vampiro de ojos marrones, quien va reduciendo su tono de voz a medida que Elián le fulmina con la mirada—. Aunque podría buscar otra barca.
—Buena idea.
Samuel, al pasar por mi lado, me indica que el vampiro que acaba de dejar atrás tiene los humos subidos y que conviene mantener las distancias. Me encojo de hombros, sin saber muy bien porqué y sigo con la mirada cada uno de los movimientos que hace el chico de ojos verdes, quien está empezando a remar, alejándose de la orilla. Entonces, de un instante a otro, decido emprender una carrera que me lleva a salvar la distancia que me separa de la barca, mojándome la parte baja de los vaqueros, levantando una oleada de agua a mi alrededor, y subiéndome en ella como si nada hubiese sucedido.
—¿Qué estás haciendo?
—No lo sé— confieso entrecortadamente—. He sentido que debía hacerlo.
—Mira por dónde, yo siento que debería tirarte de esta barca.
Frunzo el ceño y le miro asustada.
—No puedo estar enfadada contigo— admito, meneando la cabeza, sintiendo como mis mejillas se sonrosan casi de inmediato—. ¿De verdad que no hay una solución?
—¿Quieres solucionarlo? Bien. Es fácil. Sólo tienes que admitir que te gusto.
—Sabes que no puedo hacer eso.
—No maquilles la verdad, ¿por qué no dices las cosas como son? Admite que puedes hacerlo pero no quieres. Ese es el problema.
—No tendría que hacerlo si no fuese porque me quieres— digo sin pensar. Rápidamente me muerdo la lengua con fuerza y maldigo una y otra vez en mi cabeza el error que acabo de cometer al decir eso en su presencia. ¿En qué demonios estaba pensando?—. Lo siento. No quería decir eso.
El vampiro me observa dolido, es como si acabaran de darle una patada en el estómago.
—Has dicho exactamente lo que piensas.
—No— niego con la cabeza y me concentro en mirar las aguas negras—. Yo no pretendía hacerte daño. Soy una persona horrible. Madre mía, qué vergüenza— añado, llevándome la mano a la frente y paseándola por ella durante unos segundos—. Estás en todo tu derecho de tirarme de esta barca— me pongo en pie y camino de un lado a otro de la embarcación, maldiciendo en silencio mi poco tacto con el vampiro—. Ódiame. Te exijo que me odies.
Ríe sin ganas.
—No podría odiarte por mucho que quisiera.
—¿Por qué? Soy una persona detestable. Alguien que no merece ser perdonada— cubro mi rostro con ambas manos y retengo el aire en mis pulmones—. Todo sería más sencillo si no existiese.
Elián deja de remar y se pone de pie, enfrentándose a mi persona. Toma mi rostro entre sus manos con ternura y me obliga a mirarle directamente a los ojos.
—No digas eso ni por asomo.
Asiento, con los ojos cristalizados.
Elián se separa de mí y hace ademán de tomar asiento en el banquillo. Yo le imito, pero en el desarrollo de mi acción pasa por alto un detalle pequeño pero importante; el suelo de la barca está mojada como consecuencia de mi ropa húmeda, de manera que cuando procedo a tomar asiento a buen ritmo, resbalo con el agua y pierdo el equilibrio, precipitándome al lago. Me sumerjo bajo las aguas negras y gélidas, y lucho con todas mis fuerzas por volver cuanta antes a la superficie. Cuando por fin asomo la cabeza lo primero que veo es la mano de Elián, dispuesta a ofrecerme ayuda para subir a bordo de nuevo.
—Me he resbalado— confieso avergonzada. Me aferro a su mano y me dejo subir a la barca. En ello estamos cuando siento como una fuerza descomunal se apodera de mi cintura y tira de mí hacia las profundidades. Todo sucede tan rápido que no me da tiempo a pedir ayuda. Me sumerjo nuevamente en el lago, dirigiéndome a una velocidad de vértigo hacia el fondo.
Abro los ojos como platos, luchando contra el escozor que se apodera de mis ojos al entrar en contacto contra el agua oscura. Por mucho que me esfuerce, no logro ver más allá de una sustancia color carbón que me envuelve, haciéndome sentir desorientada y aterrada. La fuerza que me envuelve resulta ser una especie de tentáculo gigante, áspero al tacto, de piel resistente. Golpeo con todas mis fuerzas el enorme brazo monstruoso que me aprisiona, sin obtener resultado, así que opto por extraer el cuchillo de mi cinturilla y hacer un profundo corte en el tentáculo. El monstruo marino me libera y aulla de dolor. Aprovecho la ocasión para nadar en sentido ascendente. Cuento con tan poca ventaja que decido ir lo más rápido que puedo, ignorando el hecho de que a mayor esfuerzo, mayor aporte de oxígeno necesitaré.
La verdad no puedo ocultarse por mucho tiempo. Así, pronto siento como mis pulmones arden como consecuencia de la falta de oxígeno y mi visión se vuelve borrosa. Puedo percibir como poco a poco mi cuerpo se retuerce debido a la ausencia de aire en mi organismo. Dejo de moverme, únicamente me limito a mirar hacia la superficie. Estoy a punto de rendirme cuando me percato de la presencia de un chico de camiseta blanca de mangas corta adherida a su cuerpo, pantalones vaqueros y cabello moreno. Rodea con sus fuertes brazos mi torso y con una velocidad sobrehumana consigue ascender conmigo a la superficie.
Tose con fuerza en cuanto me encuentro boca arriba en el suelo de la barca, aún con la visión borrosa. Hago entrar el aire en mis pulmones, haciéndole frente al dolor que me invade por cada bocanada que tomo. Resulta increíble como algo tan simple como respirar pueda hacer que tengas el pie en el mundo de los vivos o, por el contrario, en el de los muertos. El aire nos da vida pero al mismo tiempo nos la arrebata. Hay que pagar un precio muy alto por vivir.
En cuanto mi visión se aclara, a la primera persona que veo es a Elián Vladimir, quien me escruta con sus enormes ojos verdes, dejando a la vista unas arrugas que se forman en su frente que manifiestan su preocupación. Me ayuda a tomar asiento en un banquillo y luego me envuelve en una manta de color verde.
—¿Estás bien?
Sin decir nada le doy un fuerte abrazo y le susurro un "gracias" cerca de su oído. El vampiro se limita a rodear mi cuerpo con sus fuertes brazos y a apartar mi cabello mojada de encima de mi hombro, transportándolo con dulzura hacia mi espalda, dejándolo caer a lo largo de esta con gracia.
—¿Qué era eso, Elián?
—No tengo ni la menor idea.
Miro a mi alrededor. La niebla se ha apoderado de todo el algo, de manera que es prácticamente imposible distinguir las barcas de nuestros compañeros de aventura.
—¿Dónde están los demás?
—Sinceramente, no lo sé. Aunque tampoco me importa.
Le fulmino con la mirada.
—Tendremos que jugar a la gallinita ciega.
—Así que tu plan es que nos quedemos de brazos cruzados, confiando en que todo irá bien.
—No lo habría dicho mejor.
—¿Qué si están en peligro? ¿si ese monstruo marino les ha atacado?
Aproximo mis piernas a mi pecho y las rodeo con mis brazos. Coloco mi barbilla sobre mi antebrazo y cierro momentáneamente los ojos.
—¿Y qué propones? ¿enfrentarte al monstruo del lago Ness?
—Lo haré si es necesario.
—Respuesta errónea. Prueba de nuevo.
—Sabes que lo haré.
Elián esboza una sonrisa y a continuación rema con fuerza.
—Y tú sabes que te amarraré las manos si es necesario.
—Te odio— gruño.
—Mejor. Así no tendré que preocuparme por si te enamoras de mí.
Intento mantenerme seria pero todo intento es en vano. Inevitablemente una sonrisa se apodera de mis labios, la cual va creciendo por momento, de manera que decido cubrir mi boca con parte de la manta, en un intento de ocultársela al vampiro.
Comienzo a pensar que el efecto Elián está apoderándose de mi ser sin mi permiso y ello, en cierto modo, me asusta. No sé qué se supone que debo sentir hacia el vampiro. ¿Debería enterrar los sentimientos que comienzan a florecer en mí hacia él? ¿o debería darles rienda suelta? La realidad es que me niego a admitir lo evidente por miedo a perder a Jonathan. Le quiero y no puedo imaginar la simple idea de tenerlo lejos. Pero, por otro lado, si este sentimiento continúa creciendo, no solo le estaré engañando a él sino también a mí misma.
Sea como sea, la verdad es una cosa maravillosa y al mismo tiempo peligrosa. Es ese secreto inconfesable que no puede ocultarse eternamente. Tarde o temprano saldrá a la luz.
La barca entra en contacto contra la arena de la orilla, frenándose progresivamente, hasta terminar por quedarse detenida. Me bajo de la embarcación de un salto y camino en dirección a un hombre de cabello castaño con los primeros indicios de canas que se dirige hacia mí. Le envuelvo con mis brazos tan pronto le tengo a mi lado y él me corresponde.
—Han sido los peores minutos de mi vida— confiesa entrecortadamente—. Te escuché caer al lago y luego se produjo un silencio que se me antojó eterno.
—Estoy bien. Me resbalé. Eso es todo.
—¿De verdad?
Asiento.
—Elián me salvó justo a tiempo.
Miro al vampiro, quien está justo detrás mía, asegurando la supervivencia de la embarcación. Luego vuelvo a mirar hacia el frente, aunque mi atención supera la barrera de los hombros de mi padre y se centran en un chico de cabellera rubia que hay unos metros más allá, observando con el ceño fruncido y los labios apretados la situación que se presenta ante él. Las palabras que han escapado por mi boca deben haber hecho mella en su estado anímico.
Hago ademán de ir hacia él cuando el chico se une a la marcha de Adrien. Me detengo en seco y observo consternada como Jonathan se aleja, sin esperar a recibir una explicación por mi parte. Apuesto a que todo está bastante claro. Suelto un suspiro que sale por mis labios en forma de vapor de agua, desapareciendo al entrar en contacto con la niebla.
—¿Cómo está Kara?
—Está bien. Algo asustada. Aunque supongo que cualquier lo estaría en estas condiciones.
—Ha decidido conocer nuestro mundo, papá, porque te quiere y eso es algo maravilloso. Esa esencia mágica que hay entre vosotros no debería perderse por nada de este mundo.
Mi padre acaricia con ternura mi mejilla.
—Y tú deberías hablar seriamente con tu corazón.
Frunzo el ceño ante su confesión y le miro, confusa, sin saber muy bien qué ha querido decir con eso. Christopher mira por encima de mis hombros, depositando su mirar en el vampiro que se está poniendo la chaqueta de cuero negra a pocos pasos por detrás de mí. Sigo el rumbo de su mirada, descubriendo así quién es el sujeto que llama su atención y comprediendo casi al instante que quiere decir con su afirmación.
—Papá, yo no...
Deposita sus manos en mis hombros.
—No es necesario que me des una explicación. Lo único que debes hacer es sincerarte contigo misma, descubrir qué es lo quieres realmente e ir a por ello.
—Es difícil hacerlo cuando hay en juego sentimientos.
—La cuestión es qué es lo que quieres tú.
—Ese es el problema. No lo sé y eso me frustra. Me hace sentir insegura.
—Tienes todo el tiempo del mundo para averiguarlo. No te presiones. Sólo déjate guiar por tus sentimientos. Llegará un día en el que sabrás qué es exactamente lo que quieres y para entonces lucharás por conseguirlo. Eres una Greenberg, la fuerza y el coraje forman parte de ti.
Asiento y sin pensármelo dos veces me abalanzo a sus brazos, refugiando mi cabeza en su hombro, con el rostro enterrado en su cuello. Cierro los ojos y me limito a inspirar el dulce aroma que desprende su piel. Finalmente me armo de valor y miro hacia el frente, donde localizo a Jonathan junto a Elián Vladimir, ambos mirándonos absortos desde la lejanía.
—¿Soy el único al que no le da muy buena espina este sitio?— inquiere saber Sam.
—No eres el único— admite Abby, estremeciéndose.
—Los cobardes podéis quedaros afuera, esperando a que los valientes hagan el trabajo— dice Elián, fulminando con la mirada a Samuel.
—¿Y quedarme de brazos cruzados, rezando porque no te de por traicionarnos? Oh, sí, parece un buen plan. ¿Dónde hay que apuntarse?— ironiza el aludido.
Elián pone los ojos en blanco.
—Oh, vamos, chicos, dejad de lado vuestras diferencias— murmura Fred, colocándose entre ambos chicos, quienes están enfrentados—. Tenemos que trabajar unidos. Juntos somos más fuertes.
—Fred tiene razón— coincido, evitando mirar a ambos chicos—. Lo mejor será que nos protejamos los unos a los otros y que tengamos las mentes despejadas— al decir la última parte de la frase no puedo evitar mirar al vampiro de ojos verdes, quien me sostiene la mirada. Rápidamente desvío mi atención hacia la vampira rubia, quien mira consternada el gran edifico que se alza ante nosotros—. Ashley nos necesita ahora más que nunca.
La vampira me dedica una sonrisa cerrada.
—Entenderé que no queráis correr el riesgo de perder la vida, así que os confieso que no voy a juzgaros si decidís quedaos atrás. Yo voy a seguir buscando a mi madre y no voy a parar hasta encontrarla. Así que el que quiere unirse a mí, será bienvenido.
Todos los presentes van desplazándose poco a poco hacia la vampira, demostrándole así que van a acompañarte en esta aventura hasta el final. Yo también me uno a ella, situándome a su vera y apoyando mi mano sobre su hombro con el fin de transmitirle ánimos. La vampira me sonríe, agradecida por el gesto.
—Hasta el final— admito.
Abby coloca su mano en el otro hombro de la vampira.
—Siempre juntas, tanto en las buenas como en las malas— coincide la morena.
—Amigas, hoy, mañana y siempre— finaliza Ashley, envolviéndonos en un cálido abrazo que nos hace sentir que todo saldrá bien mientres estemos unidas.
—¿Qué hay de mí?— pregunta Samuel, señalándose con sus dedos índices. Nos echamos a reír ante su intervención y procedemos a envolverle con nuestros brazos—. Soy un buen partido. Sé bailar, defenderme ante cualquier amenaza, aprobar sin estudiar...
—Eso es porque hiciste trampa— le recrimina Ashley—. Si no hubiese sido por el control mental ni siquiera serías capaz de encontrar la pareja de los calcetines.
—¡Oye! No te metas conmigo.
Reímos al unísono.
—¿Preparados?— pregunta Christopher, mirándonos uno por uno. La multitud asiente en señal de aprobación y mi padre sonríe, satisfecho—. Armas en ristre, mente despejada y mucho ojo. Pero, sobre todo, tened mucho cuidado.
Caminamos hasta la entrada al enorme y siniestro edificio de piedra, en cuyo lateral derecho yace una torre de aspecto antiguo, desgastada por el paso del tiempo. En el suelo hay una inscripción en un idioma que no logro destinguir.
—Es latín— aventura Frederick, arrodillándose ante el escrito y deslizando sus dedos sobre la loza de piedra en la que yace el conjunto de letras—. Dice; si la entrada queréis liberar, un acertijo deberéis de solucionar. Si fracasáis en el intento, abteneos a las consecuencias, pues es bien sabido que con el canto de los grillos vuestros cadáveres caerán en el olvido.
—¿Qué significa eso?— se atreve a preguntar Kara.
—Significa que tenemos poco más de media hora para descifrar un acertijo antes de que nos convirtamos en el alimento de algún ser sobrenatural.
Kara se lleva ambas manos a la boca para reprimir un gritito. Christopher le pasa el brazo por encima de los hombros y la atrae hacia su pecho con dulzura. Jonathan se atreve a salvar la distancia que nos separa con el propçosito de cubrir mi cuerpo con una manta grisácea. Le agradezco el gesto con una sonrisa, la cual no pasa desapercibida por el vampiro de ojos verdes.
Camino hacia el frente, seguida de las personas que me acompañan en esta aventura, a buen ritmo, salvando los obstáculos que se cruzan en mi camino, tales como rocas que sobresalen del terreno, plantas venenosas que luchan por herir mi piel, barro que provoca en alguna que otra ocasión que peirda momentáneamente el equilibrio. Una vez alcanzo la entrada a la estructura me detengo a contemplar detenidamente la majestuosidad que envuelve al edificio, la presición con la que está hecho cada detalle de la fachada, y a dejarme llevar por los sentimientos que despierta en mí. Pánico, soledad, incertidumbre e incluso lástima. Los colores que predominan son apagados, transmitiendo sentimientos negativos a aquel que observa la estructura.
Un cazador se adelanta y palpa la entrada.
—¡No!— grito con todas mis fuerzas.
El osado sale volando por los aires, para terminar por impactar violentamente contra una gran roca que yace junto a al orilla del lago, lugar en el que descansan nuestras barcas de madera. Christopher abandona su posición con el fin de ofrecerle ayuda a su compañero, quien se queja de un fuerte dolor en el brazo derecho.
Samuel se aproxima a una especie de panel informativo sumido bajo una capa de polvo. Desliza su mano cetrina sobre la superficie, eliminando la suciedad acumulada y descubriendo a su vez una inscripción escrita en mayúsculas, con letra parsimoniosa e iluminada por la luz blanca de la luna.
—Eh, creo que deberíais ver esto— advierte.
Los presentes se aproximan a nuestra posición, manteniendo cierta distancia de seguridad, temerosos de salir volando por los aires como le sucedió con antaño a uno de nosotros. Christopher y Frederick se arman de valor, al igual que Elián, Jonathan y Adrien, para colocarle en primera fila, junta a Samuel y a mí.
—¿Latín?— interviene Sam.
Fred niega con la cabeza.
—Es una lengua indoeuropea, de la rama celta, probablemente procedente de las lenguas goidélicas. Tengo que admitir que es muy antigua. Data del siglo V.
—Genial. Hay unos escritores prehistóricos sueltos por ahí— se queja Samuel.
—No tiene porqué ser necesariamente así— contradice el profesor, mirando a Christopher—. Hay seres sobrenaturales que habitan este mundo desde el inico de los tiempos. Esto podría ser perfectamente obra de un vampiro.
—Con un vampiro te refieres a Kai— apunta Abby, apretando los labios y manteniendo la cabeza agachada..
Samuel mira boquiabierto al señor Anderson.
—No necesariamente. Desde entonces han habido muchos vampiros el planeta. Cualquier podría haber hecho esto.
—Tenemos que centrarnos en el mensaje— intervengo por primera vez, captando la atención de los presentes, quienes asienten—. Si es cierta la advertencia, tenemos poco tiempo.
—Me apunto— coincide Elián, sonriendo.
—¿Podrías traducir la inscripción, Fred?— inquiere saber Jonathan.
Asiente.
Fred se aferra con una de sus manos a un lateral del panel y apoya la otra sobre las letras. De vez en cuando sopla levemente para eliminar el polvo y aproxima un poco su rostro a las letras para poderlas ver con mayor exactitud. Además, va cogiendo apuntes y haciendo bocetos en una hoja vacía de su libreta.
—Lo tengo.
—¿Y bien?— se atreve a preguntar Adrien.
—Su silencio trae consigo numerosos enemigos, además de la propia destrucción, pero su confesión es capaz de provocar el fin de todo cuanto dabas por sentado.
—¿Ya está?— pregunta Elián, enarcando una ceja—. ¿Qué clase de pista es esa?
—El amor— responde Samuel—. Tiene que serlo.
Guardamos silencio. De repente el suelo empieza a temblar y a agrietarse como consecuencia de la respuesta errónea. Caigo al terreno junto a mis compañeros, poniéndome en un lugar seguro.
—Muy bien, Dornan— ironiza el vampiro de ojos verdes—. Sigue así y nos condenarás a todos.
Samuel le fulmina con la mirada.
—Yo, por lo menos, he sido lo suficientemente valiente como para aportar una solución.
—¿Ese es tu problema? ¿estás esperando a que busque una solución? Siento decirte que no tengo todas las respuestas. Maldita sea.
Me pongo en pie como puedo, manteniendo el equilibrio, y me pongo rumbo hacia ambos chicos, interponiéndome entre ellos y colocando en horizontal mis brazos, mostrando mis palmas en señal de defensa, las cuales están enfrentadas a los torsos de los vampiros.
—Parad— suplico con un hilo de voz—. Ahora es momento de trabajar junto, de buscar una solución conjunta. No podremos hacerlo si anteponéis vuestras diferencias.
—Díselo a tu amiguito. Sería mucho más provechoso que utilizase esa cabecita a esperar pacientemente a que salve el día.
Le fulmino con la mirada.
—No me mires así— confiesa, contrayendo el gesto—. No vas a conseguir que me sienta peor de lo que me siento ya— inmediatamente rememoro nuestra conversación de antaño, en la que estuve a punto de confesarle que estoy comenzando a sentir cosas por él, pero que fui lo suficientemente cobarde como para guardar silencio por miedo a los cambios que puedan producirse—. Así que, si estás esperando un perdón por mi parte, friki de la ficción, te aconsejo que esperes sentado.
Elián se pone rumbo hacia Frederick Anderson, quien intenta averiguar la respuesta.
—No le hagas caso— añado.
Coloco mi mano en su hombro y él sonríe levemente.
—En el fondo, tanto tú como yo, sabemos que tiene razón. Mi fuerte nunca ha sido ser valiente. Es una asignatura que tengo pendiente de recuperar— bromea, arrugando la nariz. Suelto una risita a cambio, gesto que logra animarle—. Será mejor que averigüemos la solución del acertijo antes de que a Ashley le de un ataque de histeria.
—Sí.
Miro a la vampira rubia, quien se está abrazando a sí misma para protegerse del frío, observando afligida la altitud de la estructura, preguntándose, probablemente, qué será de su madre, si estará bien o por el contrario viviendo un calvario. Abby le pasa el brazo por encima de los hombros a su amiga, quien respondo esbozando una sonrisa triste y uniendo su cabeza con la de la chica morena.
En ese instante se manifiestan los grillos, sonido que logra sobresaltarnos a todos los presentes y provocar que un sentimiento de pánico corra por nuestras venas. En las aguas negras del lago comienzan a formarse unos surcos cada vez más pronunciados. La niebla se vuelve más densa, tanto que cuesta distinguir a la persona que se encuentra a dos metros de nosotros.
—¿Qué diablos es eso?— pregunta Fred.
—No puedo ver nada con esta niebla— confiesa mi padre.
Percibo como parte del agua sale disparada, cayendo sobre nuestras cabezas, provocando un oleaje que viaja hacia la orilla, donde rompe con fuerza, provocando grandes olas que cubren el terreno y, en parte, nos arrastra con ella. Lucho contra la corriente de agua que me arrastra hacia la estructura de piedra, intentando aferrarse a algo a mi paso. Por suerte, doy con ese salvavidas que resulta ser la mano de Elián Vladimir, la cual se aferra a la mía con fuerza, atrayéndome a su persona.
—Has vuelto a salvarme la vida.
—Sí. Aunque seas una pesadilla— bromea.
Esbozo una leve sonrisa, la cual desaparece de mis labios en el instante en el que veo con total claridad como una bestia marina asoma por la superficie del lago, dejando a la vista su enorme cabeza repleta de formaciones punzantes, cubierta por una piel áspera al tacto y brillante, de color negra, al igual que las aguas del lago. Sus ojos son rojos, aunque parecen mirar sin ver, es como si estuviese ciego. Tiene su enorme boca abierta, dejando a la vista sus numerosos, afilados y grandes dientes, amarillentos. Extrae parte de su extenso cuerpo del agua y se desliza en nuestra dirección, dejando a la vista una serie de tentáculos amenazadores. Hace ademán de atacar a Kara, pero tanto Christopher como Frederick se colocan ante ella, y con valentía, portan sus armas y sin dudar disparan hacia el monstruo marino, el cual ruge ante los leves rasguños que le causan las balas en su resistente piel, y responde agitando uno de sus tentáculos, ocasionando que Adrien, al estar distraído, caiga de espaldas al agua.
—¡Tenemos que dar con la solución y rápido!— exclama mi padre.
—¡Y también conviene no cometer muchos fallos o provocaremos el fin del mundo!— coincide Frederick.
—Ahora todo vale— añade Elián.
Me pongo en pie, siendo consciente de como el agua cubre hasta mi cintura, y camino de un lado a otro, pensando detenidamente en el asertijo.
—¡No quiero presionaros!— admite Fred—. ¿Pero podríais daros un poco de prisa?
—Su silencio trae consigo numerosos enemigos, además de la propia destrucción, pero su confesión es capaz de provocar el fin de todo cuanto dabas por sentado— golpeo mis sienes con mis dedos índice y corazón de ambas manos sucesivas veces, con los ojos cerrados y los labios entreabiertos.
—Oye, Bella Durmiente, ¿podrías meter un poco el turbo?
—¡Estoy intentando pensar! ¿qué problema tienes ahora?
—Yo, ninguno. Pero apuesto a que él sí que tiene uno— señala con su dedo índice hacia el frente, donde yace el enorme monstruo marino, mostrando sus dientes.
El ser marino hace ademán de golpearme con su tentáculo cuando el vampiro me aparta de un empujón, provocando que me sumerja en el agua, con los miedos a flor de piel. Vuelvo a la superficie todo lo rápido que soy capaz y giro a mi alrededor, intentando dar con el vampiro, a quien localiza a los pies de la puerta del edificio, aparentemente inconsciente.
—La verdad— repito una y otra vez, aumentando el tono de voz—. La solución es la verdad.
De repente un mecanismo comienza a activarse, comenzando con la liberación de la entrada, cuyas cadenas caen al terreno al mismo tiempo que el agua retrocede, volviendo al lago al que pertenece. El monstruo marino, sin embargo, continúa intentando alimentarse de carne humana, así que no nos queda de otra que agruparnos y caminar lentamente hacia la entrada. La mayoría se limita a intentar contener al ser con las armas, mientras que yo decido acudir a ayudar a Elián, quien se recupera progresivamente acostado boca arriba en el suelo.
—¿Estás bien?— le pregunto.
Abre un ojo y me mira.
—¿Estoy en el infierno?
—¿Qué?— miro a mi alrededor, sin comprender—. No. ¿Por qué piensas eso?
—Porque estás tú, que eres peor que un dolor de muelas.
Sonrío forzadamente y hago ademán de ponerme en pie, cuando el vampiro se apodera de mi mano, reteniéndome en el sitio.
—¿Por qué lo has hecho?— inquiero saber, mirándole directamente a los ojos—. Podía enfrentarme yo sola a esa cosa. Lo tenía todo bajo control.
—¿No puedes darme las gracias y ya está?
—¿Por qué? ¿por aparentar ser valiente?— Elián frunce el ceño, confuso por mi inespero cambio de humor. Debo ser como una caja de sorpresas para él—. ¿Tengo que aplaudir tu extraña obsesión por arriesgar tu propia vida? Pues lo siento pero no pienso hacerlo. Porque para mí no ha sido un gesto de valentía sino absurdo e infantil.
Pone los ojos en blanco.
—Eres un idiota por arriesgar tu vida por mí. No vuelvas a hacerlo.
—Alguien tiene que ser tu ángel de la guardia— hace énfasis en la última palabra, intentando despertar en mí una sonrisa.
—Prefiero mil veces a que seas un demonio egoísta a un ángel altruísta.
—Vas a volverme loco. Creía que querías que fuese el héroe de la historia en vez de el villano y cuando empiezo a modificar mi personalidad me vienes con estas. ¿Qué demonios es lo que quieres de mí, Ariana Greenberg? Dímelo o voy a volverme loco.
—Qué importa eso...
Elián se aferra a mi mano y acaricia el dorso de esta con su dedo pulgar. Le dedico una sonrisa a cambio al mismo tiempo que entrelazo mi mirada con la suya, sucumbiendo por completo a su encanto. Temiendo no volver a dar con el camino de vuelta.
—Para mí, al menos, es importante.
Bajo la mirada a nuestras manos, en un intento de ocultar el rubor que se apodera de mis mejillas como consecuencia de la detenida examinación del vampiro
—Yo ni siquiera sé que es lo que quiero.
—Tienes toda la vida para averiguarlo. No te presiones. A veces, la verdad se muestra ante nuestros ojos en los momentos menos esperados.
Asiento.
—Manteneos unidos y protegeos los unos a los otros— advierte Christopher.
Nos adentramos en el interior de la gran estructura, incorporándonos a un extenso pasillo sumido en una completa oscuridad. Dos filas de celdas conviven en el corredor, una de ellas situada a la izquierda mientras la otra a la derecha. Todas las puertas metálicas están cerradas, dejando únicamente al descubierto un pequeño cuadradito por el que se puede observar el interior de la celda.
Avanzamos, en silencio, atentos a cualquier movimiento sospechoso. De momento, los únicos sonidos perceptibles son el de unas cadenas agitarse sin cesar, unos sollozos y unos golpes sordos. Mi padre, que mantiene la pistola en ristre, se adhiere a la pared al llegar al final del pasillo y echa un vistazo hacia el corredor situada más a la izquierda antes de unirse a él. Sin embargo, Ashley decide dejarse llevar por su super audición. Se incorpora así al nuevo pasillo, recorre varios metros hacia el frente y termina por enfrentarse a una puerta metálica, de las que escapan unos sollozos.
—¡Ashley! ¡no!— exclama Fred.
Pero la vampira ya ha abierto la puerta y procede a asomarse al interior con temor. En un lateral de la celda se encuentra una mujer de cabello moreno que alcanza a cubrir la mitad de su espalda, de piel aceitunada y enormes ojos verdes. La prisionera se pone en pie y hace ademán de acercarse a la vampira, pero las cadenas que aprisionan sus manos se lo impiden. Intenta luchar contra esta presión una y otra vez, aunque no consigue otra cosa que lastimar sus muñecas.
—¿Dónde está mi madre?
La chica se echa a reír, reacción que no le hace ninguna gracia a la vampira, quien le da, sin ningún pudor, una bofetada.
Los ojos de la prisionera se vuelven de un verde fluorecente y sus uñas son sustituídas por unas garras negras que le hacen un pequeño rasguño en la mejilla a la vampira.
—Clávate esa antorcha de madera en el corazón— le incita.
Ashley se pierde en los ojos fluorescentes de la mujer durante unos segundos. Luego asiente, se da media vuelta y se pone rumbo hacia el lugar donde descansa la antorcha.
—¿Qué estás haciendo?— inquiero saber—. No lo hagas, Ashley.
—No te escucha. Ni a ti ni a ninguno de nosotros— confiesa Jonathan—. Está siendo poseída mentalmente. No tiene juicio propio. Están jugando con su mente, controlándola por completo.
—Pues pongámosle remedio— Elián extrae una navaja del bolsillo interior de su chaqueta y sin ningún pudor lo lanza en horizontal, logrando cortarle de cuajo el cuello a la mujer—. Mucho mejor.
Ashley deja caer la antorcha de madera en el instante en el que está a punto de perforar su pecho y lo primero que hace es inspirar y espirar profundamente. Luego mirar a su alrededor.
—¿Qué ha pasado?
—Acabo de averiguar cómo murió Blair— confieso, con los ojos cristsalizados—. Fue una víctima más de la maldad de Anabelle.
Abby se acerca a mí y me envuelve con sus brazos. Ashley también lo hace. Ambas me aportan las fuerzas que necesito para seguir adelante.
—Vengaremos su muerte, Ariana, te lo prometo— dice la vampira.
—Claro que sí. No permitiremos que haya muerto en vano— coincide Abby.
Alzo una de mis manos y enjuga las lágrimas que se deslizan por mis mejillas apresuradamente. Luego tomo un par de bocanadas de aire, recomponiéndome, armándome del valor necesario para coger mi corazón hecho pedazos y seguir adelante. Por suerte, mis amigas, quienes siempre han estado ahí, acompañándome tanto en las buenas como en las malas, me hacen compañía. Y es entonces cuando puedo jurar que me siento la persona más valiente y afortunada del mundo por tenerlas a mi lado.
—¿Te encuentras bien, rubita?
Ashley mira a Elián, quien le dedica una mirada y sigue adelante.
—No hay quien entienda a las mujeres.
—Bienvenido a mi mundo. Te aconsejo que te traigas cerveza, va a pasar un buen tiempo hasta que des con la respuesta— explica Fred, sonriendo.
Continuamos caminando hasta llegar a una puerta cerrada. Jonathan y Adrien colocan su espalda en la superficie y ejercen presión con el fin de abrirla, pero todo intento es en vano. Así que optan por forzar la cerradura con un pequeño alambre. El resto nos mantenemos en un constante estado de alerta, con el fin de localizar una posible amenaza y poder actuar a tiempo.
—Si contase todo esto, me encerrarían en un centro de salud mental— confiesa Kara. Suelto una risita al oír su comentario—. Vampiros, licántropos, brujos, cazadores, banshees... y tropecientos mil seres sobrenaturales más que están viviendo en alguna parte del planeta. Da para escribir una historia.
—Deberías probar a escribir nuestra historia.
—Es una buena— dice, moviendo levemente su dedo índice en mi dirección—. El mundo merece saber los secretos del planeta Tierra.
—Más de uno se mudaría de planeta o de sistema.
Kara sonríe ampliamente.
—Tienes razón. Estaríamos haciendo de un grano de arena una montaña. Pero, ¿y la calma que habría? ¿no sería fantástico ir a la playa a tomarte un mojito sin que un monstruo marino te ataque? ¿o caerte y hacerte una herida en la rodilla sin atraer a un vampiro hambriento? Molaría. Eso no me lo puede negar— me da un golpecito juguetón con el hombro.
—Sí. Estaría bien un poco de paz.
—¿Un poco?— pregunta, enarcando una ceja.
—Mucho. Muchísimo— corrijo.
Kara sacude la cabeza, divertida, y me pasa el brazo por encima de los hombros, atrayéndome hacia su persona con dulzura. Al estar allí, entre sus brazos, me siento como en casa. Tengo la sensación de que nada malo va a suceder. Es como si estuviese a salvo de todos los males que acechan al mundo. Me siento como si volviese a tener a mi lado una figura materna. Y eso me reconforta. Hacía mucho que no me sentía completa en este sentido. Siempre voy a echar en falta a mi madre. Tengo que vivir el resto de mi vida sin ella. Pero también es cierto que la llegada de Kara ha causado que una nueva esperanza nazca en mi interior. Ella es lo más cercano que he sentido a una madre desde hace poco más de un año.
—¿Cómo era ella?— inquiere saber. Frunzo el ceño, sin comprender muy bien a qué se refiere con esa pregunta. Ella se da cuenta de su error e intenta ponerle remedio—. Tu madre.
—Oh— exclamo, colocando un mechón suelto demi cabell tras mi oreja—. Ella era la viva imagen de la alegría. Verla sonreír ocasionaba un extraño bienestar en todos aquellos que la observabamos. Tenerla a mi lado era como tener el maldito universo. Y ahora que no está siento que estoy a años luz de rozar la felicidad.
Kara me dedica una media sonrisa y a continuación se apodera de una de mis manos.
—Estoy segura de que era una mujer increíble. Me hubiera gustado conocerla.
—Si la hubieses conocido sabrías exactamente de qué te hablo.
—No tuve ese placer, pero he tenido la enorme suerte de conocer a su hija que es tan maravillosa como su madre.
Siento como mis mejillas se sonrojan casi al mismo tiempo que una sonrisa tímida asoma en mis labios carmesís. Mi padre, quien se encuentra a escasos metros de nosotras, nos observa consternado. Sus ojos reflejan melancolía por aquellos tiempos tan felices que vivió en el pasado. Aún la herida parece estar abierta, desprotegida ante los recuerdos dolorosos. Kara, quien se percata del inminente malestar de su chico, salva la distancia que les separa y le da un fuerte abrazo.
Y de eso se trata el amor, de salvar al otro cuando no puede hacerlo por sus propios medios, ayudarle a resistir la tormenta y a bailar bajo el arcoiris que llegue después.
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