Capítulo 17
Ha transcurrido una semana desde lo sucedido en casa de Ashley. Siete días durante los cuales he estado manteniendo las distancias con Jonathan, tomándome mi tiempo para reflexionr sobre su actitud ante el indicente. He llegado a la conclusión de que Daniel merecía merecer la verdad, cuanto antes mejor, pero no estoy de acuerdo con la forma en la que la ha descubierto. Merecía una explicación detallada por parte de Abby o de sus amigos. Sin embargo, se enteró de la peor manera posible, descubriendo la traición en primera persona. El impacto que ha tenido todo lo presenciado en él ha sido tan fuerte que desde entonces nadie sabe nada acerca de su paradero. Preferimos pensar que se ha marchado un tiempo para poner orden en su cabeza y en su corazón, a pensar que algo ha podido sucederle. Esta última posibilidad queda prácticamente descartada, ya que hay ocasiones en las que nos ha cogido el teléfono, siempre guardando silencio, a la espera de escuchar lo que tiene que decirle la otra persona. La herida aún continúa latente, escociend, negándose a cicatrizar hasta pasado un largo período de tiempo.
Cormac terminó accediendo a obtener ayuda de la vampira para controlarse en luna llena. Ashley le enseñó a encadenarse de forma que no pueda liberarse, además de ayudarle a mantenerse sereno, con la mente despejada y el estómago calmado antes de dicha fase lunar. Ambos tienen la esperanza puesta en este método, del mismo modo que confían el uno en el otro ciegamente. El tiempo que pasan juntos se ha incrementado, y como consecuencia de ello pueden haber crecido sus sentimientos más ocultos. Aunque, siempre manteniéndolo en secreto. Ninguno de los dos ha hablado acerca del beso de aquella noche, aunque estoy segura de que ambos no pueden sacárselo de la cabeza.
Samuel se ha alejado un poco del grupo, pues está decaído por la pérdida de uno de sus amigos y la traición de alguien a quien comenzaba a apreciar. La pena por perder aquello que fue su motivación para salir adelante le ha llevado a caminar por la ciudad, sin sentido fijo, simplemente concentrándose en tomar el aire y en reflexionar acerca de lo sucedido. En ocasiones me ha llamado para preguntarme cómo estoy, y tras saberlo vuelve a desaparecer como si fuese un fantasma.
Abby, abatida por los sucesos recientes, aferrada a los recuerdos y sentimientos fantáticos del pasado, permanece encerrada en su casa, negándose en rotundo a salir a la calle y mucho menos a socializar con sus amigos. Aún necesita tiempo para recuperarse del duro golpe. Debe estar viviendo en un infierno. No debe ser fácil ver como todos tus planes futuros con un persona se desmoronan, así como los sentimientos más fuertes viven en tu interior y no puedes gritar para expulsarlos hacia el exterior. Solo le queda mitigar el dolor que le oprime el pecho, concienciándose de que todo va a ir bien, que va a salir adelante.
Cada uno sobrevive a la situación como puede.
Le dedico una última mirada a la chica que me observa e imita a través del cristal. Lleva puesto un vestido marrón de mangas de entretiempo, que no logra cubrir sus rodillas. Este hace juego con el tono de la sombra de sus ojos y con el color anaranjado de sus labios. El cabello, perfectamente liso, recae sobre su espalda con sutileza.
Abandono la habitación, incorporándome al pasillo, poniéndome rumbo hacia la habitación de mi progenitor, donde está vistiéndose para la gran noche. Ha invitado a Kara a cenar en casa con motivo de fin de año. Quiere empezar el primer de los trescientos sesenta y cinco días con la persona que ha conseguido hacerle creer una vez más en el amor verdadero, ese alguiene especial que ha reparado su corazón con paciencia y dedicación, devolviéndole la sonrisa, la ilusión y las ganas de vivir aprovechando cada segundo.
Le encuentro ante el espejo de pie que hay junto a la cómoda, ajustándose la chaqueta, eliminando cualquier arruga existente y observando a su vez su reflejo en el cristal, evalunando su aspecto. Doy sendos golpecitos en la puerta con el fin de alertarle de mi presencia y él mira en mi dirección. Me adentro en el interior del dormitorio, recojo las corbatas que hay esparcidas sobre la cama y las voy doblando para posteriormente guardarlas en el primer cajón de la cómoda.
—Estás muy guapo, papá.
—Espero que Kara comparta la misma opinión.
Sonrío.
—Claro que sí.
Termino de guardar las corbatas y me aproximo a mi padre. Coloco mi mano en su hombro y le arreglo el cuello de la camisa, además de apretar un poco más el nudo de la corbata roja que lleva puesta. Christopher se ajusta las mangas de la chaqueta, cubriendo el escaso trozo de tela que asoma a través de ellas.
—¿Has hablado con Jonathan?
Niego con la cabeza.
—Tendrás que enfrentarte a la situación en algún momento.
—Lo sé. Solo necesito tiempo. Aún tengo que pensar en qué decirle cuando le vea.
—Tómate el tiempo que necesites, cielo— deposita un beso casto en mi frente y yo sonrío—. Sea cual sea la decisión que tomes, te apoyaré.
—Gracias, papá.
Le doy un fuerte y cálido abrazo.
El timbre de la puerta principal hace uso de presencia. Mi padre se mira una última vez en el espejo y se pone rumbo hacia la escalera lateral. Le sigo a buen ritmo. Bajamos los peldaños y nos posicionamos detrás de la puerta, esbozando nuestra mejor sonrisa. Christopher recibe a nuestro invitado, un hombre de cabello castaño y mirada pofunda.
—¡Fred!— exclamo entusiasmada. Salvola distancia que nos separa y le abrazo calurosamente—. Me alegro tanto de verte.
—Y yo a ti, Ariana— me observa de pies a cabeza y sonríe—. Has crecido como dos centímetros.
—Puede ser— añado, encogiéndome de hombros.
—Esperemos que no sigas creciendo o tu padre tendrá un serio problema con la estatura. Se gastará un fortuna en comprar alzas para parecer más alto.
—Yo también me alegro de verte, Fred— mi padre le da un abrazo a su amigo, continuado de una palmadita en la espalda.
—He traído champán— muestra una botella de un tono verde, con el presinto dorado y un bonito lazo rojo adornando la parte superior.
Christopher le invita a entrar en su casa y Fred pasa, decidido.
—Qué bien huele— confiesa, inspirando el dulce aroma—.¿Has preparado tú la cena?
—Mi padre se está estrenando como cocinero.
—Así que eres un experto de los fogones en secreto. Creo que vendré por aquí más a menudo— bromea.
Suelto una risita y mi padre me imita.
—Bueno— comienza a decir, frotándose ambas manos para hacerlas entrar en calor—. ¿Dónde está la mujer que te ha robado el corazón?
—Debe estar al caer.
—En ese caso tenemos que activar el protocolo PCA.
—¿Qué signifcan esas siglas?— inquiero saber.
—Perfume, cumplido y apariencia. Tres aspectos muy importantes para conquistar a una mujer. Es fundamental desprender un aroma agradable, así le agradará estar cerca de ti. En segundo lugar, hay que tener en cuenta que la chica en cuestión se ha pasado horas arreglándose, y aunque ella sepa que está preciosa, nunca viene mal que alguien se lo recuerde. Y el último punto y no por ello menos esencial es la apariencia. Es crucial ir hecho un pincel, darás una buena impresión.
—Creo que ese protocolo no te está siendo de ayuda— confiesa mi padre, sirviéndose vino en una copa y sonriendo.
—Eh, eh. Eso es porque todavía no he dado con la indicada.
—O que el protocolo falla— bromeo.
—Oye, no te metas con mi protocolo. He medido a la perfección cada uno de los aspectos y estoy completamente seguro de que la probabilidad de éxito es de un novente y nueve coma nueve por ciento.
Me da un leve codazo y yo sonrío, meneando la cabeza.
—Voy a ir a ver qué tal va el pavo asado.
Mi padre se pierde en dirección a la cocina y tanto Frederick como yo nos encargamos de preparar la mesa del salón para la cena, ya que es más grande. Mientras él coloca las servilletas y los cubiertos, yo voy depositando los platos en sus respectivos sitios.
—Se le ve feliz.
Alzo la vista y le miro.
—Sí. Lo es.
—Ya era hora de que hubiese algo de estabilidad en su vida— le da un sorbo a su copa de vino—. Tu padre lo ha pasado muy mal, Ariana. Se aferraba a un pasado sin posibilidad de futuro. Estaba hundido, roto por dentro, era como si no fuese capaz de ver luz al final del túnel.
—Ha sido un año difícil.
—No te lo niego— deposita una cestita en el centro de la mesa con pan—. Por cierto, ¿crees que soy atractivo?
Le miro, sorprendida por su pregunta.
—¿Por qué preguntas eso?
—Intento dar con la razón por la que las mujeres huyen de mí— suelto una risita y meneo la cabeza, divertida—. Entonces, ¿cuál es tu respuesta? Necesito saberla o no dormiré esta noche.
—Eres atractivo.
—Gracias. Me he quitado un peso de encima.
—¿Por qué?
—Porque si me hubieras dicho que soy feo tendría que costearme una operación de estética, que por cierto no puedo permitirme. Saldría más económico ponerme una bolsa en la cabeza.
Río ante su comentario y le doy un golpecito juguetón con el hombro.
—¿Por qué crees que sigo soltero?
—Es obvio.
—¿Qué es tan obvio si puede saberse?
—Eres un profesor enamorado de la historia y casado con tu trabajo, sin dejar entrar a tu vida a otra persona que no sea Ana Bolena o Juana I de Castilla.
—¡Oye!— exclama, sonriente—. Será mejor que te calles o empezaré a deprimirme.
—Lo siento— le muestro las palmas en señal de defensa, aún con la sonrisa viviendo en mis labios.
Coloco una bandeja dorado con jamón y queso en el centro de la mesa y observo como Fred arrebata un poco de cada y luego intenta encubrir su hazaña.
El timbre de la puerta vuelve a sonar. Fred y yo nos miramos.
—Ya ha llegado la chica— hace énfasis en las dos últimas palabras.
Christopher sale de la cocina y se acerca a la puerta principal. Fred y yo nos pegamos hombro con hombro y observamos, en silencio, como mi padre abre la puerta, recibiendo a nuestra invitada con un beso y un cumplido acerca de su impresionante aspecto.
—Ya tiene el punto ganado por el detalle.
—Cállate— le digo, sonriendo.
—Ya viene. Prepárate para recibirla.
Esbozo una tierna sonrisa y Fred me imita.
A través de la puerta aparece una mujer de cabello dorado y ojos azules, portando un vestido celeste con una falda de volantes dorados que no alcanza a cubrir sus rodillas. Su cabello ondulado recae sobre sus hombros con la misma gracia con la que sonríe, dejando a la vista unos dientes perfectamente alineados e inmaculados.
—Ariana, Frederick, os presento a Kara.
—Chris nos ha hablado mucho de ti— interviene Fred—. Se podía pasar perfectamente todo el día diciendo; ¿la llamo ahora o espero a mañana? ¿la llevo a cenar un restaurante de comida italiana o tailandesa? Y suspirando ¡oh, qué enamorado estoy! ¡qué afortunado soy por haber encontrado a una persona tan maravillosa!
Kara suelta una risita y mira a Christopher con una amplia sonrisa.
—Tú debes ser el profesor de historia.
—Sí. El mismo que está casado con su trabajo y está enamorado de Ana Bolena.
—No te culpo. Yo estoy enamorada de las reacciones químicas— cambia el rumbo de su mirada hacia mí y sonríe ampliamente—. Ariana, una de mis mejores alumnas. Tu padre habla maravillas de ti. No pongo en duda que seas una hija increíble.
—Tengo suerte de tenerle como padre.
—Y yo soy muy afortunado de tener a dos mujeres tan maravillosas en mi vida— le da un abrazo a Kara y me invita a unirme a ellos.
Fred se aclara la garganta en voz alta.
—Tú también formas parte de esta familia ahora— dice Chris, haciéndole una seña a su amigo para que se acerque.
—Pues es una suerte porque no tenía otro sitio al que ir en nochevieja.
—Siempre te quedarán los libros históricos— bromeo.
—¿Tenéis hambre?— pregunta mi padre.
—Muchísima— contesta Kara—. Suelo picar entre horas barritas energéticas pero hoy he estado muy ocupada corrigiendo exámenes.
—Pues estás de suerte— añade Fred con una sonrisa—. Christopher ha cocinado para todos nosotros.
Mi progenitor se sonroja y coloca la mano en el hombro de su amigo.
—Vas a tener darme clases. Soy un desastre en la cocina— confiesa avergonzada la mujer rubia, colocando un mechón suelto de su cabello tras la oreja.
—Mis fogones son los tuyos— contesta.
Fred se acerca a mí y me susurra en el oído:
—¿Ha sido eso indirecta para que se mude con él?— me encojo de hombros ante su pregunta—. Ha empezado fuerte, ¿eh? Creo que voy a tener que añadir otra sigla más a mi protocolo.
—Sentaros. Voy a ir a por el pavo.
Tomo asiento junto a Fred, justo enfrente de mi profesora de química y del hueco libre en el que debe ir sentado mi progenitor. El señor Anderson abre una botella de vino con ayuda de un sacacorchos y hace ademán de vertir parte del contenido en la copa de Kara.
—¿Vino?
—No suelo beber con regularidad. Pero esta es una ocasión especial.
—¿Cuántas veces se cena en casa de tu pareja por nochevieja?— cuestiona, con la mirada fija en la copa de cristal de la joven—. Debe ser bonito. Yo nunca lo he hecho.
—¿Soltero?
Asiente.
—Es el problema que tenemos los que estamos casados con nuestro trabajo.
—A ti no te va nada mal— señala con la cabeza la cocina y ella sonríe—. Yo creo que nací con esta maldición. Es más, creo que cuando estaba en el vientre de mi madre ya fantaseaba con Isabel I de Castilla.
Kara sonríe.
—He tenido suerte de encontrar a ese alguien especial.
—Yo sigo buscando. Mi situación sentimental se asemeja a cuando compras un heladocon premio y te toca un presinto con la frase "otra vez será". Es frustrante.
La chica suelta una carcajada y procede a darle un sorbo a su copa.
—Voy a ir a ayudar a mi padre.
Me pongo en pie y me marcho en dirección a la cocina. Una vez allí localizo a mi padre vertiendo salsa en la bandeja donde descansa el pavo con patatas cocidas y cebolla, con ayuda de un cazo. Salvo la distancia que nos separa y termine por colocarme a su vera. Christopher me dedica una sonrisa al verme y me invita a probar la salsa. Está deliciosa.
—Es guapa— confieso—. Y muy simpática. Un buen partido.
—Sí. Es una mujer increíble... por cierto, ¿cómo he estado?
—Genial. Fred dice que has cumplido con uno de los dos aspectos del protocolo. Así que vas bien encaminado, según él.
—Me alegro. Quiero hacer las cosas bien con Kara.
—A propósito, ¿le has pedido indirectamente que se mude contigo?
Mi padre frunce el ceño y menea la cabeza, sonriendo.
—Así que vais en serio.
—Desde el primer momento. Esa mujer me ha cambiado la vida. Y quiero dar el siguiente paso con ella. Voy a pedirle que se venga a vivir conmigo, si le parece bien.
—Eso es increíble.
—Si. Cuando estoy cogido de su mano me siento invencible, como si pudiea enfrentarme al mundo. Y me siento acogido, seguro, querido. Es como si estuviera en casa. Estoy tan feliz que tengo ganas de gritarle al universo que quiero a Kara.
Le miro emocionada y con una sonrisa, feliz porque mi padre haya recuperado la ilusón y las ganas de vivir. Él merece más que nadie en este mundo ser feliz. No puedo explicar con palabras lo dichosa que me siento al verle tan animado, con tantas ganas de comerse el mundo, de enamorarse a cada segundo un poco más de la mujer que le ha robado el corazón. Habla de ella como si fuese su heroína y, en cierto modo, lo es, porque le salvó de sí mismo, le devolvió a la vida y le entregó una inmensa felicidad, además, de un amor incondicional. Hay héroes que no llevan capa.
La cena es agradable, abundante en risas y conversaciones interesantes. La comida está deliciosa, y por ello, le damos un fuerte aplauso a mi padre, quien se pone en pie y se inclina hacia delante, en señal de agradecimiento. Kara sonríe, feliz, y se atreve a darle un beso en la mejilla a mi progenitor, una vez vuelve a sentarse, quien suelta una risita y le mira ensimismado. Fred intercambia una mirada conmigo y me señala tres dedos, indicándome que ha cumplido con los tres requisitos de su protocolo. Le doy un golpecito con el hombro y apoyo mi mano en su hombro.
—Ya van a dar las campanadas— anuncia Frederick, poniendo la televisión y repartiendo latas con uvas—. Todo el mundo preparado que ya empieza la cuenta atrás.
Sostengo una uva entre mis dedos y espero a la primera campanada para ingerirla.
—Qué rápido va. No me da apenas tiempo de cogerla uva— se queja Frederick, quien tiene la boca con varias uvas acumuladas.
Río al pensar en lo mucho que se asemeja a un pez globo y la uva que tengo en la boca sale disparada y va a parar a la mesa.
—Ese deseo no se te cumplirá— advierte Fred—. Voy a pedir una compañera de vida, a ver si hay suerte.
—Si lo dices en voz alta no se cumple— añade Kara.
—Ahora entiendo porqué nunca se han cumplido mis deseos...
—¿Por qué campanada vamos ya?— inquiere saber Christopher, quien tiene la lata de uvas casi entera. Los presentadores de televisión anuncian el año nuevo y mi padre se queda perplejo mirando las uvas, sin saber muy bien qué hacer. Finalmente se las come todas—. Feliz año nuevo.
Nos abrazamos y besamos los unos a los otros para celebrar la llegada de un nuevo año cargada de nuevos propósito y muchos sueños por cumplir. Aprovecho la distracción de Fred para dar buscar la botella de champán y el beso entre mi padre y Kara, para enviarle mensajes a todos mis amigos, desenándoles un feliz año nuevo. Incluso me atrevo a mandarle uno a Elián, con el emoticono de un monito cubriéndose los ojos. Termino justo en el momento en el que Fred hace uso de presencia en el salón, portando una botella de champán que ha agitado. Se aferra a la boquilla tras quitarle el presinto y ejerciendo presión hace volar el corcho, el cual impacta contra el techo provocando que todos los presentes nos encorvemos, temerosos de sufrir un incidente.
La espuma escapa de la botella, inundando a todos los presentes con su contenido. Mi padre cubre a Kara con los brazos para protegerla y ella ríe con dulzura. Fred abre la boca e intenta ingerir parte de alcohol que yace en el aire. Yo le arrebato la botella de champán y lleno las copas con el escaso contenido, y las voy repartiendo.
—Brindemos por la llegada de un maravilloso año, cargada de nuevos recuerdos por archivar, errores por cometer y lecciones que aprender. Pero sobre todo brindemos por estar juntos, como la gran y maravillosa familia que somos— añado, mirando a cada una de las personas que se encuentran alrededor de la mesa—. Sois el mayor tesoro que tengo.
—No me cabe duda de que será un buen año— dice Christopher, mirando a Kara con una sonrisa en los labios—. Brindo por vosotros, por compartir muchos más momentos a vuestro lado.
—Brindo por estas maravillosas personas que me han acogido como si fuese uno más en la familia. Deseo salud y mucha felicidad para cada uno de sus miembros— Frederick alza la copa y la une con las de los demás, provocando un tintineo.
Bebemos al unísono, acabando el contenido de un solo trago.
Recibo una llamada, de manera que me marcho a la cocina para poder hablar tranquilamente con la persona que solicita mi atención. Le dedico una mirada a la pantalla iluminada del teléfono, viendo el nombre de Jonathan escrito en ella.
—¿Sí?
—No sabía si ibas a cogérmelo. Me alegro de que lo hayas hecho. Quisiera hablar contigo. Llevo siete días intentando hacerlo, luchando contra mis ganas de buscarte, porque sabía que necesitabas tiempo para reflexionar.
—Yo también quiero hablar contigo.
—Tú primero.
Asiento, aún sabiendo que no puede verme.
—Sé porqué lo hiciste. Creíste proteger a tu amigo de un futuro pero inevitable sufrimiento. Es cierto que Daniel merecía saber la verdad, pero no estoy de acuerdo en la forma en la que se enteró de ella. No fue justo. Abby llevana tiempo buscando la forma de hablar con él. Debió haber descubierto la verdad gracias a una charla detallada con sus amigos, no escuchando oculto tras un árbol.
—Sé que no lo hice bien. Tomé la decisión creyendo que sería lo mejor, sin preguntarme siquiera qué opinábais al respecto. Me arrepiento de la forma en la que hice las cosas. Lo siento.
—Somos humanos, cometemos errores. Nadie es perfecto. Por esa misma razón te perdono, Jonathan, porque sé que tu intención jamás fue hacer daño. Solo hiciste lo que creíste que era mejor para Daniel, y está bien, pensaste en la felicidad de tu amigo, la antepusiste a la tuya. No podemos juzgar a alguien que actúa por amor.
—Aún así tanto ellos como tú estáis en todo vuestro derecho de juzgarme, e incluso de mantener las distancias conmigo.
—Es imposible que me aleje de ti porque te quiero.
—Yo también te quiero, Ariana, más de lo que eres jamás de imaginar.
Sonrío ampliamente. Me siento aliviada por solucionar las cosas con Jonathan. Cuando he discutido con él es como si todos los días fuesen malos.
—¿Qué tal la noche?
—Mi madre me ha tenido casi toda la tarde de cocinero. He preparado una pastel de berenjenas delicioso. Te he guardado sobras, para que degustes mi obra maestra.
—Un experto de los fogones. Harías buen equipo con mi padre. Últimamente está aficionado a la cocina.
—¿Ha cenado con vosotros Kara?
—Si. Es una mujer maravillosa. Guapa, simpática, generosa. Es sencilla y aún así logra que cada instante sea increíble. Me alegra que mi padre haya conocido a una persona tan especial como ella. Está tan emocionado, debería ver cómo le mira. Es como si ella fuese su heroína.
—Espero que todo le vaya bien a Christopher. Merece ser feliz.
—Le ha pedido indirectamente a Kara que se mude a casa.
Doy un gritito de alegría.
—Eso es genial. A tu padre le vendrá bien tener compañía diaria en casa.
—Sí. Es increíble.
Escucho a Frederick decir desde la lejanía que van a abrir una caja de bombones. Sonrío y vuelvo a centrar mi atención en el teléfono.
—Tengo que colgar si no quiero quedarme sin bombones.
Le oigo reír al otro lado de la línea.
—Date prisa y coge todos los que puedas. Hasta mañana y feliz año.
—Feliz y próspero año nuevo.
Finalizo la llamada, dejo el teléfono sobre la encimera y vuelvo corriendo al salón, donde me espera mi familia para comer el postre. Al llegar, Fred me da una palmadita en el hombro y me muestra una caja de bombones roja que hay sobre la mesa. Christopher se hace con uno en forma de corazón y lo comparte con Kara, ambos mirándose acarameladamente.
—Van a quedarte sin bombones— Fred se hace con la caja y eleva el brazo, impidiendo que pueda llegar a ella. Doy sendos saltitos e intento arrebatársela, pero él me esquiva, riendo—. Vas a tener que crecer más para tener alguna posibilidad.
Le doy un codazo en las costillas y él baja el brazo. Aprovecho la ocasión para robar vezlomente un bombón de chocolate negro de la caja y llevármelo a la boca.
—¡Eh! Eso es trampa.
—Tengo mi propio protocolo, se llama APA.
—¿Y se puede saber qué significan las siglas?
—Analizar, planificar y actuar.
—No se te da mal. No cabe la menor duda de que has aprendido del mejor.
Asiento y le dedico una sonrisa.
—Es hora de la gran proposición— añade Fred, mirando a Chris.
Christopher se gira entorno a su chica y le coge de las manos.
—Es un hecho que estoy enamorado de ti, así como que deseo compartir el restos de los días de mi vida a tu lado, por ello quiero pedirte que demos el siguiente paso. Vente a vivir conmigo. Comencemos una nueva vida juntos.
—Está mucho mejor que lo de los fogones— me susurra al oído Fred.
—Por supuesto que sí. Vendré a vivir contigo.
Kara se abalanza a los brazos de mi padre y le besa románticamente. Frederick me indica que recojamos la mesa, a modo de excusa para dejarles un poco de intimidad. Apilo todos los platos y coloco sobre el último los cubiertos y servilletas usadas. Frederick coge las copas y la botella de vino y champán vacías. Abandonamos el salón, incorporándonos al pasillo que conduce hacia la cocina, interambiando miradas de complicidad.
—¿Te has dado cuenta de que ni siquiera se lo ha pensado? Quiero tener algo así en mi vida, ¿pido tanto?
—Ten paciencia, no fuerces las cosas. Llegará la chica adecuada en el momento idóneo.
—¿Y cómo sabré que es la indicada?
—Lo sentirás aquí— coloco mi mano en mi pecho izquierdo—. Será como si conocieses a esa persona de toda la vida, como si una explosión de sentimientos se originara en tu interior y tu mente se bloqueara al verla.
—Hablas como Pablo Neruda.
Le miro divertida y él ríe.
Deposito los platos en el fregadero y les voy dando con agua a cada uno de ellos, mientras Fred se encarga de enjabonarlos y sumergirlos nuevamente bajo el chorro de agua tibia. Al llevar a cabo la acción entre dos, terminamos mucho antes. Me encuentro secándome las manos con el trapo mientras observo a el señor Anderson extraer de un cubo una bolsa negra de basura.
—Yo me encargaré de sacar la basura.
—¿Estás segura? Puede que te hagan falta un par de centímetros más para llegar al cubo de basura.
Le lanzo el trapo y le hago una mueca.
—Que sepas que cuando vuelvas no van a quedar bombones.
—¿Vas a comértelo tú todos?
—Sí— admite, con superioridad.
—Si lo haces, mañana descubrirás que eres diabético— bromeo.
Cojo la bolsa de basura en peso, aferrándome a la parte superior y me incorporo al pasillo, en dirección a la salida del hogar, con paso ligero y decidido. Salgo al exterior, cerrando con delicadeza detrás de mí, siendo azotada por la brisa fresca que juguetea a su merced con mi cabello, ondeándolo al viento, masajeando mi nuca con su aliento helado. Salvo la distancia que me separa del cubo de basura, con la mirada perdida en el cielo estrellado y en la luna creciente que yace en un lateral, iluminando mi rostro con su luz blanca.
Deposito la bolsa en el interior del cubo y lo cierro con la tapa metálica.
Es entonces cuando percibo como una corriente de aire hace volar mi cabello depositado con anterioridad sobre mi pecho hacia mi espalda. Permanezco inmóvil, alerta a cualquier indicio que me confirme que hay alguien más en el jardín. Cierro la mano en forma de puño, en un intento de defenderme con la mano en caso de secuestro. Me armo del valor suficiente para enfrentarme a mi amenaza, dándome media vuelta y haciendo ademán de golpear a mi agresor, cuando una mano se aferra a mi muñeca, impidiendo mi propósito.
Un vampiro, de piel cetrina, cabello moreno y enormes ojos verdes mantiene su rostro separado del mío por escasos centímetros, intercambiando miradas entre mi puño y mi persona, con una sonrisa pícara en los labios.
—Me has asustado— confieso, soltando un suspiro.
—Sí, lo he hecho. Pero no puedes negar que te alegras de verme.
Me libero de la presión que ejerce su mano en mi muñeca y acaricio la zona con mis dedos. Elián me observa con ojos penetrantes, sin perder detalle alguno de mis movimientos.
—¿Has venido a desearme un feliz año nuevo en persona?— ironizo.
—En realidad, he venido porque quería verte— siento como mis mejillas se sonrojan al oírle decir eso. Soy consciente de como el vampiro se percata de mi rubor y sonríe— y pedirte una explicación.
Frunzo el ceño, confusa.
—¿Una explicación? ¿De qué?
—De esto— me muestra la pantalla de su teléfono móvil, donde hay una notificación de un mensaje mío, deseándole un feliz y próspero año, acompañado del emoticono de un monito cubriéndose los ojos con las manos—. ¿Qué demonios significa ese emoticono?
Suelto una risita.
—¿Has venido hasta aquí para preguntarme porqué he puesto ese emoticono?
—Sí— dice con firmeza, mirándome como si la respuesta fuese obvia—. Sé que ahora me saltarás con algo como "solo es un monito" o "le di sin querer"— abro la boca para replicar pero el vampiro me interrumpe—. No me lo creo. Debe haber una razón oculta. ¿Por qué has puesto ese emoticono en vez de el que está guiñando un ojo o lanzando un beso?
—Porque era la primera vez que te deseaba un feliz año y me daba vergüenza.
El vampiro me mira boquiabierto, esperando algo más.
—Así que estabas avergonzada— repite, sonriendo pícaramente—. ¿Te sentías igual cuando nos dimos el primer beso?
Meneo la cabeza y arrugo la nariz.
—¿Qué? ¡no!—exclamo, sin saber muy bien qué decir.
—Así que afirmes que te gustó.
—Ni siquiera lo recuerdo— me defiendo, mirándole directamente a sus ojos verdes ocultos tras sus pestañas azabaches.
—¿Intentas decirme indirectamente que lo volvamos a repetir?
Un momento de duda me asalta, de manera que no respondo inmediatamente. Lo cierto es que me gustaría comprobar de forma consciente cómo sería el beso, cuál sería la reacción del vampiro y los sentimientos que despertarían en mí. Finalmente meneo la cabeza, apartando ese pensamiento de mi cabeza y me enfrento a su mirada.
—No he dicho eso— digo al fin.
—Has dudado. Eso no es un no rotundo. Es la posibilidad de una puerta abierta.
Le doy la espalda y me pongo rumbo hacia el buzón. Lo abro bajo la intimidante mirada del vampiro y extraigo del interior un postal navideña de color rosa, en la que aparece una fotografía de Ashley y su madre con gorros rojos, acompañada de sus mejores deseos para mi familia.
—Qué cursilería— añade Elián.
—Al menos, han tenido ese detalle y lo valoro mucho.
—¿Por qué siento que me estás juzgando?— pregunta, frunciendo el ceño y mirándome confuso—. Yo también soy detallista. Te he enviado un mensaje deseándote un feliz año junto a un emoticono de vampiro.
Enarco una ceja.
—Por cierto, ¿dónde está Leslie?
—La he dejado en casa, acostada en el sofá, con un pedo encima— asiento ante su comentario—. ¿Qué tal tu noche? No te cortes, sé que el mejor momento ha sido cuando me has visto.
Pongo los ojos en blanco.
—He cenado con mi padre, su novia y Fred.
—Pues es una suerte que no haya hoy luna llena porque de lo contrario la cena se hubiera convertido en una cacería— bromea. Le miro seria, incapaz de reaccionar—. Había olvidado que tenías un sentido de humor de lo más oscuro.
—Culpa mía— añado, mostrando mis palmas.
Elián me observa detenidamente, con los ojos centelleándole bajo la influencia de la luna, captando cada detalle de mi rostro, desde la sombra marrón de mis ojos hasta mis labios anaranjados. Su mirar se fija en mi coronilla y a partir de ahí va descendiendo, contemplando como mi pelo recae aliasado sobre mi pecho.
—¿Por qué me miras así?
Sonríe, ocasionando que unos hoyuelos nazcan cerca de sus comisuras. Alza la vista, mostrando sus enormes ojos verdes, y centra su atención en mí.
—Porque estás impresionante esta noche.
—¿Es una broma?—pregunto, inquieta.
—En realidad, pretendía que fuera un halago.
Me muerdo el labio inferior con el fin de reprimir una amplia sonrisa. El vampiro se toma la libertad de colocar un mechón libre de mi cabello que acaricia mi mejilla tras mi oreja. Observo detenidamente cómo lleva a cabo este gesto, siguiendo todos y cada uno de los movimientos. Puedo sentir el calor emanar de su mano y llegar a mi piel, la cual anhela una caricia cálida.
—Baila conmigo— suelto una risita y le miro—. Prometo no hacerlo tan mal.
Coloco una de mis manos en su hombro y la otra la enlazo con la suya, en el aire. Desliza su brazo izquierdo por mi cintura, seguro de sí mismo, y ejerce presión en mi zona lumbar con el fin de aproximar mi cuerpo a su persona. Alza la vista y acerca su rostro al mío, espera a que le sostenga la mirada para comenzar a desplazarse con gracia y sincronización por el jardín. Me siento protegida y, en cierto modo, querida al percibir la mano del vampiro deslizarse por mi espalda, como motivo de los movimientos al bailar.
—¿Por qué lo hiciste?
Frunzo el ceño y le miro, sin comprender.
—Salvarme la vida aquel día. Después de todo lo que hice.
—Porque creo que todos merecemos una segunda oportunidad. Es cierto que te odiaba por todo el mal que hacías pero, en el fondo, sabía que era resultado de un corazón vacío.
—Si me llegaran a decir entonces que hoy día estaríamos aquí, bailando, no me lo había creído por nada de este mundo.
—Las cosas cambian— justifico, encogiéndome de hombros.
—Tú me has cambiado— afirma sin titubear—. En vez de darme una patada te has quedado a mi lado y te has propuesto conocer mi lado oscuro. Tras descubrirlo, no me juzgaste, sino que me ayudaste a superar a mis demonios y a darme una nueva oportunidad.
—Merecías ser salvado.
—No solo me salvaste de mí mismo, también me hiciste sentir vivo de nuevo. Hacía mucho que no me sentía así, tanto que ni siquiera recordaba cómo era.
Elián me hace girar una sola vez y luego me atrae de nuevo a su persona para inclinar mi cuerpo ligeramente hacia atrás, acercando paulatinamente su rostro al mío. Desvío mi mirar hacia sus labios entreabiertos e intento descifrar cómo se sintió rozar los míos con los suyos en una milésima de segundo, accidentalmente. Elián mira mi boca con avidez y, a pesar de no hacer uso de la palabra, sé que está pensando en nuestro primer beso. El vampiro se atreve a unir su frente con la mía, acortando la distancia que separa nuestros labios, de manera que nuestras respiraciones se perciben con nitidez.
Nuestros labios están a punto de rozarse cuando comienza a sonar el teléfono de Elián, quien suspira, molesto por la interrupción, y vuelve a incorporarme con sutileza. Me separo de él tras dedicarle una última mirada y él procede a contestar a la llamada entrante. Permanezco a la espera de que finalice para poder volver a retomar nuestra conversación. Intercambia un par de palabras y luego cuelga y guarda el móvil.
—Tenemos que irnos.
—¿Qué sucede?
—Es la madre de Ashley, ha desaparecido.
Siento como el miedo a que le haya sucedido algo me oprime el pecho. Me llevo una mano a la boca y niego con la cabeza, incapaz de aceptar que Claire Williams sea víctima de los planes atroces de Anabelle Baker. Elián se acerca tímidamente a mí, se aferra a mi rostro y tira de mi mentón, obligándome a mirarle directamente a los ojos.
—No. No puede haberle sucedido nada.
—Eh, eh, mírame— acaricia mi barbilla con ternura, en un intento de calmarme, y yo le miro, con el miedo reflejado en mis ojos—. Vamos a encontrarla.
Asiento y aprieto la mandíbula con el fin de frenar el llanto.
—Ashley no tiene a nadie más, Elián. Claire es todo lo que le queda. No puede perderla. No. Me niego a que sea así.
—Te tiene a ti, Ariana. Y eso es como tenerlo todo.
Le miro con los ojos anegados en lágrimas y las mejillas sonrojadas a causa del esfuerzo que debo hacer para impedir que mi llanto se manifieste. Sin pensármelo dos veces me abalanzo a los brazos de Elián, enterrando la cabeza en su pecho y rodeando su torso con mis manos, hasta terminar entrelazándolas a la altura de su zona lumbar. El vampiro, en un principio, se muestra sorprendido por mi inesperada muestra de cariño, mas luego me corresponde, haciéndome sentir protegida.
Y, sin decir una sola palabra, me hace sentir que todo va a salir bien.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top