Capítulo 13
Vuelvo a la realidad pasados unos minutos.
Ante mí se encuentra el vampiro, aún con los ojos cerrados y los labios entreabiertos, con el ceño fruncido y sus pestañas acariciando sus pómulos. Me tomo la libertad de observar detenidamente su aspecto e intento hacerme una idea de cómo se siente en estos precisos momentos. Elián tenía razón, no podía saber cómo se sentía únicamente con palabras, necesitaba verlo. Su recuerdo no solo ha conseguido conmoverme sino además mostrarme parte de su pasado, ese que le tiene atrapado. Ahora, cuando le miro, revivo en mi mente uno a uno todos los sucesos ocurridos aquel día, esos que le empujaron a anular su humanidad.
Hay algo que ha cambiado en mí tras ver su recuerdo. Es como si hubiera un antes y un después en mi vida.Siento como si en mi interior se hubiese producido una explosión de sentimientos hacia Elián, entre los que destaca la impotencia por no haber podido ayudarle, la rabia por el trato que le daba su padre, la tristeza por haber sido partícipe de cómo se rompía un corazón, orgullo hacia su fuerza de voluntad. Ahora logro comprender su forma de ser. Está dolido y y teme volver a estarlo, porque algo en su interior le dice que no va a poder escapar de aquello lo que tanto le costó salir.
Y, me atrevo a confesar, que ha nacido en mí cierto amor hacia su persona. Un amor real, puro, capaz de curar hasta al más roto de los corazones. Tal vez no parezca mucho pero un poco de cariño puede hacer milagros. Y estoy dispuesta a darle a Elián aquello que tanto anhela, afecto y un hogar al que acudir cuando tu mundo se derrumba. Quiero convertirme en esa persona que le ayude a deshacerse de sus demonios, a soñar con un futuro en el que todo es posible. Deseo salvarle de sí mismo y de su pasado.
Elián abre los ojos al mundo y lo primero que hace es mirarme, cohibido y con cierto temor por la opinión que puede haberme formado acerca de lo sucedido. Es la primera vez que le veo así, tan indefenso y con aspecto tan frágil, es como si se fuese a derrumbar de un momento a otro. Sus ojos están brillantes, anunciando que se avecinan lágrimas. Rememorar aquel día una vez más debe haber hecho mella en su estado anímico. Aún, después de sesenta y tres años, la herida continúa latente.
—Siento que hayas tenido que ver eso— dice, haciendo referencia al trato que su padre le daba en aquel entonces. Parece avergonzado. Y yo también lo estoy, por la actitud tan injusta e inapropiada que tenía Ernesto con Elián.
Mantiene la cabeza gacha y la mirada perdida en algún punto del suelo. Instintivamente me aferro a su rostro y lo alzo de nuevo, obligándole a mirarme directamente a los ojos.
—Pues yo no lo siento— una leve sonrisa se apodera de sus labios carnosos y carmesís—. Ese recuerdo me ha servido para comprender mejor tu pasado y tus sentimientos.
—Ahora ya lo sabes. Vivo atrapado en ese pasado.
—No puedes sentirte culpable por aquello que no hiciste. El pasado no es un buen lugar en el que quedarse a vivir. Tienes que aprender de lo sucedido y continuar con tu vida.
—Es fácil decirlo.
—Voy a ayudarte a deshacerte de tus demonios. Solo tienes que confiar en mí. Te salvaré de ti mismo y te mostraré las diversas formas que existen de ser feliz.
Elián escruta mi rostro, deteniéndome más de lo debido en mis labios.
—¿Cómo lo harás?
—Con aquello que tanto anhelas y mereces tener. Amor.
Sin confesarlo me prometo reparar su corazón con los trozos rotos que se desprendieron del mío, y él, ansioso por saber qué es el amor, confía en mí con los ojos cerrados.
El sol está cayendo progresivamente, ocultándose un poco más detrás de las montañas, y como consecuencia de ello el cielo adopta un tono anaranjado que se tiñe lentamente a púrpura. El agua fría del lago está en calma, centelleando por los escasos rayos de luz solar que llega a ella. La brisa fresca provoca pequeñas ondulaciones que obligan al agua a desplazarse hacia la orilla, formando pequeñas olas que rompen al entrar en contacto con la superficie pétrea. Los pájaros surcan el cielo, despidiéndose del sol hasta el próximo día, y luego acuden a sus nidos para pasar la noche, emitiendo su característico piar.
A mi lado se encuentra Elián Vladimir, quien lanza de vez en cuando pequeñas piedrecitas al lago con el fin de conseguir que reboten varias veces sobre la superfice. Yo, en cambio, me limito a observar cómo su rostro cetrino es iluminado por la escasa luz, proporcionándole cierta calidez a sus vivaces ojos verdes.
—¿Por qué no pruebas a lanzar una?
Niego con la cabeza.
—No se me da bien.
—Por probar no pierdes nada— me guiña un ojo.
Me agacho, recojo un pequeña y uniforme piedra del suelo y me aproximo a la orilla del lago, jugueteando con la masa pétrea. El vampiro observa cómo me sitúo a su vera, inclino el brazo de atrás hacia delante y finalmente lanzo la piedra, vuela por los aire durante unos escasos segundos, tras los cuales se hunde en el fondo del lago, sin rebotar una sola vez ni proyectar surcos.
—Te lo advertí. No es lo mío.
—No lo estás haciendo bien. Déjame enseñarte cómo se hace— rodea con sus manos mi cintura y ladea mi cuerpo con delicadeza. Aproxima su rostro a mi oreja y me susurra—. Así te resultará más fácil realizar el lanzamiento— siento como mi piel se eriza al sentir como su aliento cálido y mentolado entra en contacto con mi cuello. Intento con todas mis fuerzas dejar de pensar en las manos del vampiro, que viajan por mi cintura seductoramente, y en sus labios próximos al lóbula de mi oreja, con el fin de centrarme—. Haces un movimiento peligroso con la muñeca que podría costarte una lesión— desliza sus dedos por el dorso de mi mano, propiciándole sendas y cálidas caricias, que logran volver a producir un caos en mi mente. Gira con cuidado mi muñeca y se toma la libertad de deslizar provocativamente su dedo pulgar por la palma de mi mano, además de ejercer una mayor presión en mi cintura, aproximándome a su pecho tonificado—. Encierra la pieda en tu mano y balancea el brazo de atrás hacia delante, manteniendo la postura— ejerzo cada una de las acciones que me pide, siguiendo las indicaciones de sus manos, y termino por lanzar la piedra en dirección al lago, la cual rebota varias veces sobre la superficie antes de desaparecer en las profundidades—. Ya lo tienes.
—¡Lo conseguí!— me doy media vuelta con energía, esbozando una sonrisa de oreja a oreja, y me enfrento a la mirada penetrante del vampiro. Sin pensármelo dos veces me lanzo a sus brazos, dando un pequeño saltito, aferrándome a su cuello con mis manos. Elián me coge en pleno vuelo y rodea mi cintura con sus fuertes brazos.
—Hacemos un buen equipo, ¿no crees?
Me separo de él y permanezco inmóvil, observándole.
—Sí, claro. Somos como el poli bueno y el poli malo.
—¿Quién es quién?— pregunta con una sonrisa pícara en los labios—. Yo puedo llegar a ser un amor si me lo propongo. Y tú, bueno, eres peor que un dolor de muelas.
—O tal vez sea al revés. Tú eres el poli malo, y yo la buena samaritana.
—¿Bromeas? ¿has visto esta cara?— se señala su rostro con el dedo índice.
—¿De psicótico?— digo en tono burlón.
—Así que crees que estoy mal de la cabeza— asiento, siguiéndole el juego—. Pues tienes razón, estoy loco y no me importa lo más mínimo, ¿sabes qué? Para demostrártelo voy a tirarme de ese acantilado— señala un saliente de piedra que se encuentra a gran altura del lago—. No te preocupes por mí, saldré ileso.
Suelto una risita y le doy vía libre para llevar a cabo su plan.
—No prometo no llamar a un centro de salud mental— grito.
—Asegúrate de que sean lo suficientemente rápidos como para atraparme— contesta elevando el tono de voz, a medida que se aleja en dirección al acantilado.
Observo como el vampiro se sitúa al borde del acantilado, observa con una sonrisa la distancia que le separa del agua, me dedica una última mirada acompañado de una mueca divertida, y se lanza con total seguridad al lago. Su cuerpo es semejante a una sombra iluminada por los últimos rayos anaranjados del sol. Impacta contra el agua con una fuerza descomunal y desaparece en las profundidades, dejando tras sí una sucesión de olas que se desplazan hacia la orilla, rompiendo con fuerza contra las rocas.
Permanezco a la espera de ver su cabeza asomar a través del agua, con una sonrisa divertida en los labios, pero los segundos continúan transcurriendo, convirtiéndose en minutos. El vampiro siguie sin hacer uso de presencia, lo cual comienza a impacientarme y a preocuparme en cierto modo. Me aproximo velozmente a la zona más próxima al lugar del incidente y comienzo a examinar el agua, en un intento de localizar las prendas oscuras de Elián, pero todo intento es en vano.
—Elián, no tiene gracia, sal ya, por favor— digo a plena voz con el propósito de ser oída por el vampiro en cuestión. Obtengo como respuesta un prolongado silencio que consigue ponerme los pelos de punta e imaginar lo peor—. ¡Elián! ¿dónde estás?
Nadie responde. Así que decido emprender una carrera en dirección a la montaña que conduce al acantilado desde el que se arrojó el vampiro. Gracias a mi experiencia pasada con Jonathan sé escalar superficia pétreas, así que no me supone un gran esfuerzo avanzar en sentido ascendente por la pared de la montaña. Me aferro a las rocas salientes con ayuda de mis manos y voy colocando los pies en piedras disponibles que voy encontrando por el camino. Subo con precaución, puesto que no llevo ningún tipo de protección en caso de caída, de manera que si resbalara podría ser mi fin.
Una vez alcanzo la cima observo detenidamente mis manos, las cuales están raspadas y poseen un leve rastro de tierra. Me deshago de la arena frotando mis palmas y luego procedo a sacudir mi ropa, con el propósito de eliminar las impurezas.
Alzo la vista y centro mi atención en el frente, donde yacen unas montañas, tras las cuales se esconde progresivamente el sol. Un extenso camino irregular conduce hacia un acantilado que desemboca en un lago de aguas frías y sumidas en la oscuridad. Avanzo a buen ritmo por el sendero, observando mi alrededor con el fin de dar con algún indicio que me confirme que Elián se halla en las proximidades. Agudizo mis oídos, mantengo los ojos bien abiertos y calculo cada paso que doy, a la espera de dar con algún estímula que me confirme la presencia del vampiro. Pero todos mis intentos son en vano. En cuanto alcanzo el saliente, lo único que me queda es observar desde esa altura el agua que hay a varios metros por debajo.
Me llevo ambas manos a la cabeza al no ver por ningún lado al vampiro, y procedo a caminar de un lado a otro con el fin de pensar en el lugar en el que podría encontrarse en estos precisos momentos. No quiero siquiera imaginar que haya podido pasarle algo. Es imposible. Él es resistente, puede sobrevivir a una caída desde un acantilado. Debe haber salido e ido a dar una vuelta por los alrededores, sí, debe haber hecho eso. Pero, si fuese así, ¿por qué no me ha avisado? ¿querría mantener las distancias? ¿he dicho algo que le he molestado? Son demasiadas preguntas sin respuesta. No puedo dar nada por hecho.
Me coloco al borde del acantilado y me planteo la posibilidad de arrojarme al vacío para poder examinar las profundidas y hallar al vampiro. Cada rincón de mi ser me pide a gritos que de el paso pero mi cerebro se empeña en recordarme que es peligroso, que puedo morir en el intento, que lo mejor es buscar otra manera de hacer las cosas. Doy un paso hacia atrás y me llevo la mano a la frente, agobiada.
Siento como una fuerza me empuja hacia el acantilado sin mi permiso. Caigo velozmente desde una altura considerable, sin poder hacer nada por salvarme, e intento en vano aferrarme a todo cuando localizo a mi paso con un intento de evitar el impacto, pero es en vano, continúo cayendo. Puedo sentir como el viento juega con mi cabello y palidece mi rostro, del mismo modo contemplo como los últimos rayos de sol se proyectan en mi figura antes de desaparecer nuestra estrella tras las montañas.
Impacto con fuerza contra el agua y me hundo en dirección a las profundidades, algo aturdida por la inesperada caída. A medida que avanzo en sentido descendente contemplo como mi visión de vuelve borrosa como consecuencia de la acción del agua, así como todo a mi alrededor se oscurece como consecuencia de la llegada de la noche. Me armo del valor necesario para escapar de las profundidades, mvaliéndome del esfuerzo de mis brazos y piernas, quienes se encargan de hacerme escapar del fondo del lago y aproximarme a la superficie. Subo con mayor rapidez en cuanto siento que el aire es insuficiente en mis pulmones, logrando alcanzar antes mi destino.
Asomo la cabeza a través del agua e inspiro una gran bocanada de aire. A continuación enfoco mi mirada hacia la orilla, donde se encuentra Elián Vladimir, con una sonrisa pícara en los labios, y la ropa húmeda adherida a su cetrina y resistente piel. Su cabello también está mojado y algunos pelos sueltos recaen sobre su frente cubierta de pequeñas gotitas que centellean con la luz blanca de la luna.
—¿Crees que son horas de darse un baño?
Le fulmino con la mirada y procedo a colocar los mechones libres de mi cabello tras mis orejas, con el fin de despejar mi rostro.
—¿Se puede saber dónde te has metido?
—¿Por qué? ¿estabas preocupada por mí?— dice, mordiéndose el labio inferior.
Elián se adenta en el agua nuevamente, salvando la distancia que nos separa poco a poco, humedeciendo su ropa un poco más. Doy un paso atrás, con la malo suerte de pisar una roca incrustada en el fondo, de manera que resbalo y caigo de espaldas al suelo. Al tener la boca abierta me entra el agua en el interior de mi organismo, provocando que me den ganas de toser. El vampiro se aferra a mi antebrazo y me saca del agua, haciémdome sentr patética. Comienzo a toser sin cesar, colocando mi mano en forma de puño próxima a mis labios.
—Oye, sé que te gusta mucho el agua, pero no es momento para ponerse a jugar a la sirenita.
—Todo esto te resulta gracioso, ¿verdad?
—En realidad, es bastante sexy verte con la ropa pegada a tu cuerpo.
Me aferro a su cuello y hago ademán de hundirlo, pero todo intento es en vano, por mucho empeño y fuerza que ponga. Así que procedo a salpicarle la cara de agua con ayuda de mis manos. Elián cierra los ojos momentáneamente y luego los abre y sigue con la mirada mi caminata hacia la orilla. Salgo del agua y camino molesta por mi aspecto en dirección al bosque. El vampiro se incorpora a mí unos segundos más tarde.
—Oh, vamos, no me diga que te has enfadado— continúo caminando, haciendo caso omiso a sus intentos por llamar mi atención—. Ven a mi casa. Te dejaré ropa limpia.
Salgo del cuarto de baño tras darme una ducha, portando una toalla blanca alrededor de mi cuerpo. El cabello húmedo recae sobre mis hombros y alcanza mi pecho. Abandono el servicio, incorporándome a la habitación contigua, donde localizo a Elián Vladimir sentado en la cama, recibiéndome con una amplia sonrisa. Me aferro a la toalla con el fin de impedir que por algún imprevisto esta caiga, dejándome indefensa.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Es mi habitación, ¿recuerdas?
Asiento.
—Te he traído algo de ropa— me señala un montón de prendas perfectamente dobladas, entre las que destacan un pantalón vaquero negro y una sudadera roja.
—¿Qué has hecho con mi ropa?
—La he tirado. Ni siquiera sé cómo podías ponerte eso.
—¡¿Qué?!— grito con todas mis fuerzas.
—Es broma. Está en la secadora.
Le indico con la mirada la puerta con el fin de darle a entender que quiero un poco de privacidad para vestirme. El vampiro se pone en pie y se pone rumbo hacia la salida de la habitación, y yo aprovecho para darme media vuelta, deshacerme de la toalla que cubre mi cuerpo una vez noto como la puerta es encajada, dejando al descubierto mi espalda desnuda. Me pongo la ropa interior y a continuación me pongo la sudadera y, posteriormente los pantalones.
Me aproximo a un espejo, recojo un peine y un secador que hay sobre una mesa y comienzo a desenredar mi cabello hasta dejarlo alisado, para más tarde secarlo como es debido.
Una vez acabo abandono la habitación, incorporándome a un extenso pasillo, y camino por él hasta dar con una escalera lateral, aquella que bajé en una ocasión cuando estuve secustrada junto a mi mejor amigo, Samuel. Me aferro al pasamanos y desciendo uno a uno los peldaños, observando a su vez la planta baja, en un intento de descubrir qué me espera. La estancia inferior parece encontrarse en solitario, de manera que avanzo con mayor rapidez hacia mi destino.
Dirijo mis pasos, esta vez, hacia una chimenea que hay colocado en un lateral, a los pies de la que descansa una bonita alfombra que se extiende hacia un sofá. Tomo asiento en el trozo de tela, cruzando mis piernas y aproximando mis manos al fuego para poder entrar en calor. A los escasos segundos siento unos pasos que se ponen rumbo desde la cocina hasta el sofá.
Ladeo la cabeza, descubriendo a Elián Vladimir con una bandeja entre sus manos, colocándola sobre una mesa que hay junto al sofá.
Me incorporo nuevamente y me pongo rumbo hacia su posición.
—Te he hecho algo de cenar.
—Espero que no tenga que ver con esas bolsas de plasma que guardas en el frigorífico.
—Solo un poco— bromea.
Tomo asiento en el sofá, junto a él, y me hago con un plato, en el que descansa un sándwich de jamón de york y queso fundido, con muy buena pinta. Sin pensármelo dos veces me lo llevo a la boca, ansiosa por degustarlo y calmar los rugidos de mi estómago.
—Está delicioso— confieso.
—No eres tú quien habla, sino tu estómago.
—Oye, no te metas con mi estómago— le doy un golpecito juguetón con el hombro y él sonrie ampliamente—. ¿Tú no comes?
—Estoy alimentando a mi próxima víctima para que sea más apetitosa.
Trago el bolo alimenticio y procedo a dejar el sándwich en el plato.
—Deberías haber visto la cara que has puesto.
—Eres como una caja de sorpresas, nunca sabes qué te va a tocar.
Suelta una risita.
—Tu imaginación no tiene límites.
—No lo sabes bien— esta vez soy yo quien ríe—. Se me acaba de ocurir una idea, ¿jugamos a algo?
—Sorpréndeme.
—Revelemos nuestros secretos inconfesables, esos que tenemos miedo de admitir por la situación tan patética en la que ocurrieron.
—Está bien. Pero para hacerlo más interesante, aquel que confiese el secreto más patético de todos debe beber un chupito de Jack Daniels.
Asiento una sola vez y espero a que le vampiro prepara los vasitos con una cantidad considerable de whisky junto a la chimenea. Ambos tomamos asiento en la alfombra, junto al fuego, y realizamos una cuenta atrás para comenzar el juego.
—Empiezo yo— propongo. El vampiro asiente, de acuerdo con mi propisición—. Cuando era pequeña iba a casa de la abuela de Abby. Recuerdo que en una ocasión me bebí el vaso de agua en el que conservaba su abuela la dentadura.
Elián hace una mueca de desagrado.
—¿No viste la dentadura?
—Tenía mucha sed. No me fijé en eso.
—Vale, tú ganas, bebe.
Me bebo el contenido del vasito de un solo trago, inclinando hacia atrás ligeramente la cabeza para que el fluído pueda avanzar mejor por mi garganta. Una vez termino, hago una mueca de desagrado y dejo el vaso sobre la alfombra.Elián vuelve a rellenármelo.
—Cuando tenía catorce años fui a jugar a las cartas con uno amigos. Recuerdo que gané y me puse tan contento que me subí en la mesa y empecé a dar saltos. La mesa se rompió y yo me caí, tuvieron que cogerme diez puntos.
Suelto una carcajada y me cubro la boca con ambas manos.
—Sí, ríete, pero no te haces una idea de lo que me dolió.
—Siempre puedes mostrarme el recuerdo— digo, encogiéndome de hombros.
—Ni hablar. Ya es lo bastante vergonzoso como para enseñártelo.
Hago una mueca y él sonríe.
—Te toca beber— el vampiro se hace con el vasito y lo vacía de un trago, sin tan siquiera inmutarse.
—Recuerdo que de niña fui a casa de mi tía Sarah. Ella acababa de venir de un viaje al Caribe y quería ir a verla. El caso es que terminé quedándome a almorzar allí. Para mi sorpresa, me puso de comer un cuenco con puerros, zanahorias, cebolla, ajo. No me apetecía comérmelo, pero tampoco quería hacerle el feo, así que me lo terminé comiendo. Recuerdo que la cara de mi tía al ver el cuenco vacío. No me había comido el almuerzo sino el florero. Al parecer, en el lugar donde estuvo de viaje tenían la costumbre de poner hortalizas para adornar la mesa.
Elián empieza a reírse a carcajadas.
—Eso solo te puede pasar a ti.
—¿Qué iba a saber yo que era el florero?
—Ya, bueno, teniendo en cuenta que no viste la dentadura en el vaso, sería muy extraño que te hubieras dado cuenta de que era un florero. Por cierto, ¿no has pensado nunca en ir al oftalmologo?
Le doy un codazo y el sonríe.
Me hago con el vaso y me bebo la cantidad correspondiente.
—Me toca— dice, echando el cuerpo hacia delante—. Cuando Leslie tenía once años le bajó el período, y claro, como yo era el único que estaba en casa y no tenía ni la menor idea de qué era una compresa, le di el recambio de la mopa con la que limpiábamos el suelo.
—Madre mía— cubro mi cara con ambas manos y sonrío ampliamente—.Me sorprende tu gran conocimiento acerca del cuerpo de la mujer.
—¡Eh! No te metas conmigo. Era un crío.
—Debo admitir que fue creativo.
—Sí, lo fue. Pero la creatividad no fue muy bien recibida por Leslie. Me dejó de hablar por una semana.
—No me sorprende. Estaba en un momento incómodo y en vez de ayudarla le diste un recambio de mopa.
Me da un leve golpecito en el hombro y yo sonrío.
Elián se hace con la botella de whisky y le un largo trago, vaciándola hasta la mitad. Luego me la tiende y yo hago ademán de lograr la misma hazaña, aunque necesito de un par de minutos para conseguirlo, puesto que yo, a diferencia de Elián, no estoy acostumbrada a beber grandes cantidades de alcohol.
Seguimos jugando, confesándonos nuestros secretos, y bebiendo whisky cada vez que contamos un suceso muy vergonzoso. Nos reímos, charlamos, bromeamos acerca de lo patéticos que fuimos en el pasado, imaginamos cómo podríamos haber evitado ese momento tan ridículo, e incluso nos tomamos la libertad de fantasear acerca del futuro. Ambos terminamos acostados en la alfombra, mirando el techo y riéndonos a carcajadas, ebrios.
—Me alegra que estés aquí— confiesa Elián.
Le miro y no puedo evitar soltar una risita.
—Alguien tiene que controlar a tus demonios.
—¿Demonios? Por favor, soy un ángel caído del mismísimo cielo.
—Entonces, tendré que ocuparme de ser tu ángel de la guardia.
—¿Guardia?— pregunta en tono burlón.
—¿He dicho guardia? Quería decir guardia— vuelvo a equivocarme. Estoy tan ebria que ni siquiera soy capaz de pensar con claridad.
—Vale. Se acabó la fiesta por hoy. Hora de dormir la mona.
Hago pucheros con el fin de convencerle pero no surte el efecto esperado. El vampiro se pone en pie y espera a que me incorpore. Suelto un bufido y hago ademán de levantarme.
—Aguafiestas.
Una vez estoy de pie le miro con autosuficiencia, como si hubiese logrado una gran hazaña, y a continuación pierdo el equilibrio y estoy a punto de desplomarme en el suelo cuando el vampiro me coge en brazos, acomodando mi cabeza en su pecho. Se da media vuelta y camina conmigo en dirección a las escaleras que conduce a las habitaciones.
—Has bebido demasiado.
—Solo he bebido un poquito— señalo con mis dedos una gran cantidad. Miro desconcertada mis manos durante unos segundos y luego suelto una risita—. Me encuentro fatal.
—Eso es porque estás oficialmente borracha.
—Será eso.
—¿Sabes? Ni estando ebria consigues tener buen sentido del humor.
—Es que mi sentido del humor es muy oscuro— confieso, riendo.
—Si, tan oscuro que no se ve.
Elián sube uno a uno los peldaños de la escalera. Puede sentir como su corazón se acelera por el esfuerzo y su aliento cálido impacta contra mi coronilla, logrando erizar mi piel. Mi cabeza se balancea de un lado a otro de su pecho, con movimiento suaves y rítmicos. Sus brazos fuertes me sujetan con firmeza, como si fuese frágil y pudiese romper con el mínimo incidente.
—Eres mi villano favorito.
—¿No te había dicho que mi segundo nombre es Gru?
El vampiro se adentra en su habitación conmigo en brazos y salva con pasos lentos la distancia que le separa de la cama, como si pretendiese mantenerme en sus brazos por el mayor tiempo posible. Sin embargo, llega a su destino y no le queda más remedio que recostarme sobre el colchón de su cama de matrimonio y cubrirme el cuerpo con la sábana. Coloco una de mis manos bajo la almohada y otra sobre ella y a continuación me pongo de lado.
Elián se inclina ligeramente hacia delante con el fin de depositar un beso en mi mejilla, y yo, confundida y embriagada de alcohol, ladeo la cabeza hacia arriba, provocando que nuestros labios se encuentren en una milésima de segundo. El vampiro abre los ojos, sorprendido, y se limita a escrutar mi rostro. Intento devolverle la mirada pero estoy tan aturdida que me quedo dormida sin tan siquiera darme cuenta de ello.
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