Capítulo 12
Los rayos de sol se cuelan a través del cristal de la ventana e inciden directamente en los pies de la cama. A medida que la estrella va ganando una porción de cielo, la luz amarillenta va en ascenso, ganando una mayor extensión de colcha, salvando la distancia que le separa de mi rostro paultinamente. Pronto siento la calidez que transmite la luz solar proyectada en mi mejilla derecha, iluminando mi piel y descubriendo cada facción de mi rostro. Y sin previo aviso alcanza mis pestañas, las cuales esconden tras sí unos ojos castaños, abiertos al mundo desde hace un par de horas. Lo cierto es que tras la marcha de Jonathan no he podido pegar ojo por más empeño que ponía en conciliar el sueño. Había muchas cosas rondando por mi cabeza. Casualmente, la mayoría de ellas relacionadas con una persona en concreto, Elián Vladimir, ese alguien que es al mismo tiempo la cura y la enfermedad. El mal y el bien.
Me bajo de la cama de un salto y camino descalza hacia la ventana. Detengo mi marcha al situarme justo enfrente de esta y procedo a apartar la cortina con ayuda de una de mis manos, descubriendo la naturaleza que se abre paso al otro lado, donde se alza un banco de madera y a unos pocos metros la entrada a un bosque. Y, a pesar de mis esfuerzos por evitarlo, pienso en el vampiro de ojos verdes y en su actitud conmigo.
El sonido de unos nudillos golpear levemente la puerta me devuelven a la realidad de golpe. Me doy media vuelta, centrando toda mi atención en la persona que se encuentra junto a la entrada a la habitación. Es mi padre y tiene su cuerpo inclinada sobre el marco de la puerta, con los brazos cruzados y la mirada fija en mí.
—¿Qué tal estás?
—Estoy bien— contesto, colocando un mechón libre de mi cabello tras de mi oreja. Christopher asiente un par de veces y mete las manos en los bolsillos de sus vaqueros.
—Me alegro de que estés bien.
Salvo la distancia que nos separa y termino por darle un fuerte abrazo. Mi progenitor desliza sus manos por mi cintura y acomoda su mentón en mi coronilla tras depositar un beso sobre esta. Mientras él se entretiene acariciando mi melena castaña, yo me limito a escuchar los latidos lentos y acompasados de su corazón, y rezando porque jamás deje de oír esa melodía tan agradable para mis oídos.
—He quedado con Kara, tu profesora de química, para tomar un café. Quiere agradecerme todo lo que he hecho por ella.
—Creo que le gustas.
Christopher frunce el ceño y a continuación suelta una risita.
—Intenta ser amable.
—O tal vez pretenda tener más que una amistad contigo— me alborota el cabello con la mano y yo sonrío—. Diviértete en tu cita.
—Nos vemos luego— dice sonriendo. Hace ademán de marcharse cuando vuelve sobre sus pasos, enfrentándose de nuevo a mí—. Por cierto, te he preparado el desayuno.
—Gracias, chef.
Observo detenidamente como mi padre se aleja caminando por el pasillo, con el objetivo de alcanzar la escalera que se haya en un lateral a pocos metros de su persona, para poder acceder a la planta inferior. Desciende con energía y decisión los peldaños de la escalera. Dejo de ver su figura a partir del tercer escalón, de manera que tengo que hacer uso de mi audición para averiguar cuáles son sus próximos pasos a dar. Por su recorrido deduzco que se detiene junto al perchero que hay a la vera de la entrada para descolgar una chaqueta de cuero, y más tarde abre la puerta y se incorpora al exterior, absorbiendo la vitamina D que aportan los rayos solares durantes unos largos segundos, tras los que cierra la puerta.
No me decido a reaccionar hasta que escucho el motor de su coche apaciguarse a medida que avanza por la carretera. Me encamino hacia la escalera que yace en un lateral, atravesando el corredor trotando, dejando mis huellas grabadas en el suelo por unos segundos. Desciendo uno a uno los peldaños que se alzan ante mí, sin aferrarme al pasamanos, retando a la gravedad y a mi propio equilibrio. Cuando me sitúo en el penúltimo, doy un salto y caigo de pie junto a la entrada. Tuerzo hacia la derecha, incorporándome a un nuevo pasillo, el cual recorro dando pequeñas zancadas y meneando la cabeza, provocando que mi cabello ondea de un lado hacia otro con sutileza y encanto.
Me adentro en la cocina y camino hacia la mesa que hay junto a una ventana, sobre la que descansa un vaso con zumo de naranja y un plato con una tostada huntada con mermelada de fresa. Sobre la servilleta descansa una galleta de chocolate con un par de ojos y una sonrisa dibujadas. Sonrío al verlo y me propongo devorarla.
Tomo asiento en la silla y me acerco a la mesa, aún terminándome de comer la galleta, y sostengo con una de mis manos el zumo de naranja. Una vez termino de engullir el alimento le doy un largo sorbo al contenido del vaso y vuelvo a depositarlo en su lugar de origen.
—Qué buena pinta— admito en voz alta al observar la tostada, deslizando mis manos unidas en sentido ascendente y descendente alternativamente. Me hago con el trozo de pan y me lo llevo a los labios, saboreando la mermelada con sabor a fresa—. Hmm...—cierro los ojos y paseo la lengua por mi boca con el fin de eliminar toda impureza de mis comisuras. De repente, sin previo aviso, suena el timbre de la puerta, el cual logra sobresaltarme y preguntarme quién será. Dejo la tostada en su el plato y me pongo en pie, poniéndome rumbo hacia el pasillo que conduce a la salida del hogar.
Camino lentamente hacia mi destino, atenta a cualquier sonido sospechoso que me indique que alguien intenta atentar contra mi vida, revisando a su vez la sombra que se alza al otro lado de la puerta gracias al pequeño hueco que hay bajo la puerta. Me detengo detrás de esta y acerco la oreja a la superficie, permaneciéndo a la espera unos segundos, con el fin de oír algo sospechoso. Nada. Tan solo hay un prolongado silencio que logra inquietarme. Así que extiendo el brazo y con ayuda de mis dedos temblorosos acaricio el picaporte, dudando unos segundos entre si abrir o no. Finalmente me decanto por la primera opción.
Un chico de cabello moreno y enormes ojos verdes, con expresión arrepentida y abatida se alza al otro lado de la puerta, sosteniendo entre sus manos un ramo de flores.
—¿Podemos hablar?
—No hay nada de que hablar.
Le cierro la puerta ante sus propias narices, me apoyo en la superficie de esta y me deslizo lentamente en sentido descendente hasta terminar con sentada en el suelo, con las piernas flexioandas y próximas a mi pecho, y una de mis brazos apoyado sobre estas en sentido horizontal, mientras el otro se halla en posición vertical, sosteniendo mi cabeza.
Elián apoya la mano en la superficie de la puerta y aproxima su rostro a esta.
—Sé que estás enfadada conmigo por lo que hice y estás en todo tu derecho de estarlo. No suelo hacer lo correcto precisamente— confiesa, propiciando una leve palmadita en la superficie de la puerta—. No puedes pedirme que pida perdón por lo que hice porque no lo siento. Jamás voy a arrepentirme de haberte salvado la vida. Por esa misma razón quiero que sepas que entenderé si decides mantener las distancias conmigo o guardar silencio. La he fastidiado contigo una vez más para variar. Intento ser la mejor versión de mí cuando estoy contigo, pero sigue sin ser suficiente. He estado tanto tiempo con la humanidad apagada que he olvidado cómo sentir...
Las lágrimas ruedan por mis mejillas apresuradamente. Con ayuda de la manga de mi camiseta las emjugo una a una.
—Lo único que sé es que algo ha cambiado entre tú y yo. No tengo la más mínima idea de qué hay entre nosotros pero no quiero perderlo por nada de este mundo.
Me incorporo, enfrentándome a la puerta, rodeo el picaporte con mis dedos y lo hago girar, abriendo lentamente la puerta, descubriendo progresivamente parte del chico que se encuentra al otro lado. El vampiro tiene la mano apoyada en el marco de la puerta y el cuerpo echado hacia delante. Su mirada es profunda y transmite dolor. Mantiene la mandíbula apretada, los labios entreabiertos y los ojos abiertos como platos. Verme en ese estado logra conmoverle y, me atrevería a decir, a encoger su congelado corazón.
Le miro directamente a los ojos y él me sostiene la mirada, a pesar de sentirse tremendamente mal al ser consciente de que la causa de mi malestar es él. Elián salva la distancia que nos separa con lentitud, midiendo cada paso que da y pendiente de mi reacción. El vampiro suelta un suspiro al situarse a escasos centímetros de mí y se limita a escrutar mi rostro con sus enormes ojos verdes. Mantengo la cabeza gacha, con la mirada fija en mis manos temblorosas, pendiente de cada movimiento del vampiro que tengo ante mí. Elián me rodea con sus brazos, con cuidado, tratándome como si fuese frágil, y termina por aproximar mi rostro a su pecho. Deposita su mentón sobre mi coronilla y procede a aumentar la fuerza con la que me abraza, en un intento de recomponer mi corazón roto.
En un principio permanezco inmóvil, sorprendida por su inesperada muestra de cariño, preguntándome el porqué lo ha hecho, qué le ha impulsado a dejarse llevar por sus sentimientos. Sin embargo, termino por despejar mi mente y concederle a mis ojos el honor de derramar todas las lágrimas que no lloré en su momento. Así pues, nerviosa, temerosa y dudosa, rodeo con mis brazos el torso tonificado del vampiro, y acabo depositando mis manos en su espalda.
—¿Qué puedo hacer para hacerte sentir mejor?
—Devuélveme mis recuerdos.
—Ariana, no puedes pedirme eso, sería como autodestruírme.
—Es lo que quiero. Por favor, devuélvemelos. Necesito saber qué sucedió. Por favor.
Elián me mira con sus penetrantes y brillantes ojos verdes, y finalmente asiente.
—Está bien. Lo haré. Pero tienes que prometerme que tu opinión con respecto a mí no va a cambiar después de recordar.
—No influirá en mi forma de verte. Aunque debo admitir que me ayudará a entender muchas cosas que ahora mismo no soy capaz de comprender.
—Si estás tan segura, sígueme.
El vampiro sube escaleras arriba, en dirección a mi dormitorio, y yo le sigo pisándole los talones. Una vez nos encontramos en la habitación tomamos asiento a los pies de la cama, el uno al lado del otro, con los hombros unidos y nuestros corazones sincronizados. Elián ladea la cabeza en mi dirección y me escruta con la mirada antes de articular nuevamente palabra.
—¿Estás preparada?
Asiento.
—Recuerda todo cuanto te hice olvidar. Tanto cada una de las palabras, como la situación y los sentimientos que despertaron en ti— pronuncia en voz alta, hipnotizándome con la mirada durante unos segundos, en los que no logro ver más allá de sus dilatadas pupilas.
Recuerdo a la perfección la situación en la que me encontraba cuando localicé a Elián junto a la ventana de la habitación de mi dormitorio en la residencia, contemplando la luna y las estrellas, confesándome su miedo a sentir. Soy capaz de rememorar la conversación que mantuvimos, palabra por palabra, además de los gestos de afecto de ambas partes. Del mismo modo siento un cosquilleo en mi estómago, así como mi corazón acelerado, mi respiración agitada y mi mente confusa, ¿qué significa realmente Elián para mí? ¿por qué están naciendo en mí estos sentimientos hacia él? ¿por qué razón me siento tan atraída hacia su persona?
Suelto un suspiro al volver a la realidad y le miro perpleja.
—Te mentí— dice con firmeza—. Había dos razones por las que te hice olvidar, pero solo te di a conocer una.
—¿Cuál es el otro motivo?
—Tenía miedo de que sintieras lástima hacia mí. Eso es lo último que quiero. Que sientas pena por mí, porque yo no lo siento, créeme.
—No siento compasión sino impotencia.
Frunce el ceño, contrariado, y entreabre los labios.
—Me han dicho muchas cosas pero admito que esa es nueva— coloco mi mano sobre la suya y el vampiro baja la mirada, centrando su atención en la proximidad de nuestros dedos—. ¿Vas a decirme porqué sientes impotencia?
—Siento impotencia hacia el trato que te dio tu propia familia. No quiero hacerme una idea de cuánto has sufrido a lo largo de todo este tiempo. Ojalá alguien hubiera estado ahí para decirte que todo iba a salir bien, que debías ser fuerte y resistir a la tormenta— el vampiro sonríe levemente, y al hacerlo, unas arrugas se apoderan de sus comisuras.
—Ese alguien ha tardado ciento cuarenta y nueve años en llegar, pero ha valido la pena la espera.
Sus ojos centellean y en sus labios aparece una sonrisa.
—Por cierto, ¿quién es ella? Esa chica que ha conseguido volver a hacerte sentir.
—Es ese tipo de persona que jamás se fijaría en alguien como yo— lamenta, manteniendo gacha la cabeza y la mirada apagada—. Ella merece algo mejor— continúa diciendo, con la voz quebrada por el dolor y la rabia que le supone escupir cada palabra—. Es feliz junto a la persona que quiere, y a mí, me basta con eso.
—No eres tan horrible como crees.
—Eso lo dices porque te he salvado la vida en más de una ocasión.
—No. Lo digo porque es lo que pienso y siento— hago énfasis en la última palabra, intentando llamar su atención—. Estoy segura de que cualquier chica querría estar contigo.
—Yo no quiero a cualquier chica, la quiero a ella.
El corazón me late con fuerza contra las costillas sin causa justificada. Además, siento un ligero malestar y decepción al pensar en el amor tan profundo que siente Elián hacia una chica. Y no logro saber porqué razón me siento frustrada y celosa. No tiene ningún sentido que me sienta así, ¿qué demonios me ocurre cuando estoy cerca del vampiro? Es como si mi mente se bloqueara, mis músculos se paralizaran, mis sentimientos se magnificaran y mi corazón amenazase con escapar de mi caja torácica de un momento a otro.
—Si realmente la quieres, lucha por ella.
—Lo hago a cada segundo. Libro una batalla en mi interior desde hace tiempo. Y créeme que quiero seguir intentándolo, aunque me duela a cada instante, porque no hay nadie en este jodido mundo que me haga sentir mejor que ella. Ha visto mi lado malo y en vez de salir corriendo, se ha quedado junto a mí y me ha aceptado tal y como soy. Por eso sigo luchando. Porque sé que va a valer la pena todo esfuerzo con tal de vivir un futuro a su lado— confiesa con voz entrecortada—. Hay veces en las que pienso que estoy perdiendo el tiempo, que ella merece a alguien mejor que yo, y estoy a punto de abandonar pero, entonces, llega ella con su asombrosa sonrisa, su generosidad y empatía, su misterioso estado de humor, y su amor incondicional, y vuelve a darme motivos y fuerzas para continuar luchando.
—Te has enamorado.
—Y eso es lo que más me asusta.
—¿Por qué?— me atrevo a preguntar.
Suspira.
—Porque sé cuánto duele un corazón roto.
—El amor consiste en eso. Arriesgar constantemente el corazón, aún sabiendo que podemos salir heridos en el intento.
Nos quedamos en silencio, mirándonos, con las manos entrelazadas y el corazón latiéndonos con fuerza y amenazando con escapar de nuestros pechos. Los ojos verdes del vampiro se proponen ver más allá del fondo de mis pupilas con el fin de dar con mis sentimientos más profundos, aunque lo único que comsigue es verse reflejado en ellas. Yo le imito, encontrando mi figura grabada en sus ojos brillantes e hipnotizantes.
Elián fija su mirar en la herida de mi labio inferior e instintivamente alza una de sus manos y con ayuda de su dedo índice sostiene mi barbilla y con el pulgar ejerce una leve presión en mi boca, propiciándole una breve y cálida caricia a mi labio. Mientras lleva a cabo esta acción no puede evitar entreabrir la boca y observarle como nunca antes lo he hecho, con ojos de amor. Me agrada verle sentado junto a mí, confesándome sus sentimientos más profundos, aprendiendo a amar de nuevo con los pedazos rotos de su corazón. Por primera vez no le veo como un vampiro sanguinario, egoísa y narcicista sino como un ser humano.
—Podría darte mi sangre para que cicatrizase.
Me aferro a su mano con delicadeza y el vampiro observa mi gesto ensimismado.
—No. Nada de eso— añado negando con la cabeza, segura de mi decisión—. Quiero experimentar algo tan común y humano como la cicatrización de una herida. Estoy cansada de vivir rodeada de objetos que aportan un poder inimaginable, de furiosos y neuróticos hombres lobos que enloquecen con la luna llena y de miembros del círculo.
—¿Y de vampiros tremendamente irresistibles?— dice, esbozando una sonrisa pícara. Abro la boca y los ojos como platos y suelto una risita vacilante—. ¿No estás de acuerdo?
Le lanzo un cojín que encuentro a mano a la cara, el cual tras el impacto cae sobre sus manos cetrinas, depositadas sobre su regazo.
—El ego te tiene cegado.
—¿De verdad lo crees?— preginta. Aproximando su rostro al mío provocativamente. Aún así intento mantenerme firme, sin mostrar ningún tipo de expresión, ignorando el hecho de que sus enormes ojos verdes me escrutan en este preciso momento, y su sonrisa pícara me atrapa.
—Ajá— emito con las pocas fuerzas que me quedan antes de sucumbir por completo a su encanto, a mi perdición.
—Eso no explica porqué te has puesto roja.
Me sonrojo más de la cuenta al oírle decir eso. Aprieto la mandíbula e intento pensar en un buen argumento para defender mi postura. Cuando doy con él me propongo abrir la boca para rebatir cuando el vampiro me chista, pidiéndome así guardar silencio.
—No hace falta que te justifiques. Lo entiendo. No puedes resistirte a mi encanto— me guiña un ojo y esboza una amplia sonrisa que contribuye a que se le marquen las arrugas de las comisuras—. Acéptalo, te gusto. No pasa nada.
—Esto es absurdo.
Bajo de la cama de un salto y me propongo ir hacia la salida de la habitación cuando el vampiro se aferra a mi antebrazo con fuerza y tira de él, ocasionando que efectúe un giro hasta de acabar con las manos apoyadas en su pecho tonificado, y el rostro a escasos centímetros del suyo, con la mirada perdida en sus enormes ojos verdes.
—Lo tomaré como un sí.
—Entonces has perdido completamente la cabeza.
—La perdí hace tiempo— susurra. Su aliento mentolado y cálido atraviesa la escasa distancia que separa nuestros rostros y termina por impactar en mis labios, invitándoles a entreabrirlos— pero supongo que no me importa.
—Debería importarte. Podrías hacer una locura.
—Créeme, estoy pensando en hacer una en este preciso momento. Estoy luchando contra cada impulso de mi cuerpo por mantener las formas.
—¿Qué te retiene?— me atrevo a preguntar.
—Saber que mis sentimientos no son correspondidos— libera mi antebrazo de la presión que ejerce su mano y a continuación da un paso hacia atrás para poder tener mejor panorámica de mi rostro—. Hay algo que quiero enseñarte.
Enarco una ceja y hago una mueca.
—¿Qué es?
—No deseas impaciente, pajarillo— se pone rumbo hacia la puerta, pero yo permanezco en mi sitio, aún reponiéndome a nuestro cercano encuentro. No logro entender a qué locura se refería y mucho menos su certeza acerca de los sentimientos de la otra persona. Aunque, no es de extrañar, Elián es una caja de sorpresas, nunca sabes qué te va a tocar—. ¿Vienes?
Vuelvo a la realidad al oír su voz. Asiento una sola vez y me doy media vuelta, encaminándome hacia la salida de la habitación.
Avanzo por el pasillo, con Elián a mis espaldas, a paso rápido, en dirección a la escalera que yace en un lateral, a cuyo pasamanos me aferro. Bajo de dos en dos los peldaños, deteniéndome en alguna ocasón para comprobar que no hay nadie en casa. No quiero ni imaginar cuál sería la reacción de mi padre al ver a un vampiro en casa. Mejor no comprobarlo.
Salgo al exterior tras hacerme con una chaqueta del perchero y ponérmela. Elián se encarga de cerrar la puerta a sus espaldas con un leve portazo. Camino con paso firme hacia el vehículo antiguo de color verde que hay aparcado junto al borde de la acera. El vampiro se vale de su velocidad extra para alcanzar el lugar del conductor mucho antes que yo, de manera que cuando consigo acomodarme en el asiento, él ya lleva varios segundos esperándome, con el motor del coche encendido y las luces iluminando parte de la carretera.
—¿Vas a decirme adónde vamos?
—Mira que eres curiosa— bromea—. ¿Tampoco te fías de mí?— frunzo el ceño y cambio el rumbo de mi mirar hacia la ventanilla.
—No se trata de confianza sino de mi estado anímico. Nunca se me ha dado bien sentir incertidumbre.
—Si lo que te preocupa es si voy a alimentarme de ti, tranquila, eso no pasará. Cualquier vampiro con dos dedos de frente sabría que beber tu sangre sería como ingerir verbena.
Me mira y me dedica una sonrisa. Le devuelve exactamente el mismo gesto, a pesar de luchar contra todos mis impulsos de mostrar cuánto me ha divertido su comentario.
—Así que soy el veneno.
—Oh, vamos, no pongas esa cara. Sabes que eres peor que un dolor de muelas.
Me cruzo de brazos y pongo los pies sobre el salpicadero. Los ojos de Elián se desvían inmediatamente hacia dicho lugar. Gruñe por lo bajo.
—¿Te importaría quitar los pies del salpicadero? No es nada personal. Es solo que le tengo una alta estima a este coche y no me gustaría que le pasara nada.
—Lo peor que pudo pasarle es que fueses tú su dueño.
—Eso ha dolido.
Fuerza una sonrisa y a continuación me hace bajar los pies del salpicadero con un manotazo. Me acomodo nuevamente en el asiento y centro mi atención en los botones de la radio. Pulso uno de ellos y casi al instante brota de los altavoces una melodía que se propaga por el interior del coche. Sin ser consciente siquiera me pongo a cantar en voz baja la letra de la canción, con el brazo apoyado en la ventanilla y la mirada perdida en el paisaje que se abre paso al otro lado del cristal. Disimuladamente el vampiro cambia el rumbo de su mirada entorno a mí y me escruta detenidamente, sin perder detalle de cada uno de mis gestos. A pesar de ser consciente de su detenida observación, no le miro sino que permanezco inmóvil, fingiendo no darme cuenta.
Paseo mi dedo índice sobre mi labio inferior repetidas veces, aún con la mirada perdida en el paisaje que se abre paso al otro lado, entreteniéndome intentando averiguar adónde me lleva el vampiro.
Detiene el vehículo en medio de un bosque de árboles con ramas desnudas, tierra húmeda y cubierta de hojas anaranjadas y piedras de pequeño y mediano tamaño repartidas por los alrededores. El sol logra abrirse paso entre las copas de los árboles e indicir directamente sobre el vehículo, resaltando su pintura. Elián se baja del coche y yo le imito unos segundos más tarde. Ambos nos situamos en la parte delantera del vehículo y miramos hacia el frente.
—Cuando dijiste que querías enseñarme algo no pensé que te referías a hacer una excursión por el bosque— confieso.
—No te he traído aquí para dar una vuelta.
El vampiro camina hacia el frente y me hace una seña para que le siga.
—¿Me has traído para hacer senderismo?— niega con la cabeza y yo suelto un suspiro—. ¿Vas a enseñarme a cazar animales?
—¿Tengo pinta de profesor de caza?
Aprieto los labios y me encojo de hombros.
—¿Te impotaría decirme qué hacemos aquí?
—Compruébalo tú misma.
Cambio el rumbo de mi mirada hacia el frente, lugar en el que yacen las ruinas de la que fue en su día una casa. Toda la naturaleza de su alrededor está dotada de una capa negruzca, consecuencia de un gran incendio. Las pequeñas flores que adornan los pilares de la casa poseen un tono apagado que les hace perder toda belleza. Un par de pájaros se depositan sobre un fragmento de piedra y se inclinan hacia un pequeño hueco en el que hay agua acumulada. Las ruinas están, en su mayoría, cubiertas por hojas de color cobrizo, caídas de los árboles.
—¿Qué son esas ruinas?
—Esas ruinas eran mi casa hace sesenta y tres años.
Siento como se me encoge el corazón y un nudo aparece en mi garganta, provocado por la presencia de una inminente tristeza, que surge como consecuencia de las palabras pronunciadas por el vampiro.
—¿Por qué me has traído aquí?
—Quiero mostrarte todo cuánto perdí aquel día. No solo perdí a mi familia y a uno de mis mejores amigos, sino que además tuve que desprenderme de mi hogar.
—Sé que fue injusto lo que sucedió, del mismo modo que entiendo cómo te sentiste.
—Nadie es capaz de imaginar cómo me sentí en aquel entonces. Solo yo soy capaz de revivir lo sucedido en mi cabeza una y otra vez. Es mi infierno. Estar condenado a repetir la historia en mi mente como si se tratase de una película.
—Quiero comprenderte, Elián. Muéstrame cómo fue.
—No es buena idea— dice con frialdad.
—Comparte ese recuerdo conmigo, te ayudaré a enfrentar al dolor.
El vampiro se gira hacia mí y salva la distancia que nos separa con dos zancadas. Coloca ambas manos en mi rostro y a continuación cierra los ojos. Yo también lo hago y permanezco a la espera de ser absorbida por su recuerdo. Siento como mis pies dejan de tocar suelo y mi cuerpo se tambalease durante unos segundos, los cuales se me antojan eternos. Tras estos viene una ráfaga de viento que alborota mi cabello y azota mis mejillas.
Pestañeo un par de veces y centro mi atención en el lugar donde yacían las ruinas. Estas han sido sustituídas por una casa de fachada blanca y tejado grisáceo. Junto a la entrada hay un banco de madera que se orienta entorno a nosotros. La puerta está abierta de par en par, dejando al descubierto un interior desordenado, con los muebles recostado sobre el suelo, los cajones de un escritorio abiertos, las cortinas desgarradas, la ropa esparcida por el suelo...
Entonces aparece un doble de Elián, quien tiene un aspecto diferente al actual, pues viste con prendas de otra época y tiene el pelo más largo. Está detenido a una distancia considerable de la cama, observando lo sucedido con el miedo reflejado en su rostro. Sale corriendo en dirección al interior, lugar en el que busca desesperadamente a su familia, apartando muebles, mirando en los posibles escondites del hogar, revisando el sótano, en busca de alguna prueba que le indique qué ha sucedido allí y porqué. El vampiro abandona el hogar y toma asiento en el último peldaño de la escalera, flexiona las piernas, aproximándolas a su pecho, coloca los brazos sobre sus rodillas y enconde su rostro en ellos, desatando su llanto.
—¡Elián! ¡Elián!— grita un hombre de cabello moreno y aspecto imponente. Su piel es cetrina, hecho que me confirma que se trata de un vampiro. Al mirarle directamente a los ojos, le reconozco. Es John Spinnet, el hermano del mayor destripador de la historia vampírica.
El Elián de hace sesenta y tres años se pone en pie y emprende una carrera en dirección al hombre que acaba de hacer uso de presencia en el bosque. Al situarse a su vera se aferra a los hombros de John y le mira a los ojos, suplicante.
—¿Qué ha ocurrido, John?
—Mi hermano Kai ha elegido a tu familia como próximo sujeto de experimentos. He venido antes a avisarte pero no te he encontrado.
—¿Por qué me estás ayudando?
—Porque no apruebo los experimentos que está llevando a cabo mi hermano. Le están haciendo perder la cabeza— esta vez es John quien coloca una mano en el hombro del chico—. Elián, quiero pedirte un favor. Intenta hacer cambiar de opinión a Kai con respecto a esos experimentos.
—¿Por qué piensas que va a escucharme?
—Porque eres su amigo y te tiene una alta estima. He intentado hacerle cambiar de parecer pero no ha sido en vano. Sigue empeñado en crear al vampiro más destructivo. Te pido que hagas todo cuanto esté en tu mano por ayudar a mi hermano.
—Lo intentaré, pero no puedo prometerte nada.
—Te lo agradezco.
Ante nosotros se presenta una nueva escena. Esta vez se desarrolla en una amplia estancia, de aspecto acogedor, con una chimenea encendida en un lateral y dos sofaces marrones enfrentados entre sí junto a esta. Una alfombra de color roja salva la distancia que separa a uno de otro y se extiende hacia una mesa alargada en forma rectangular, en cuyo centro hay un jarrón con flores. Un chico de cabello castaño y expresión pícara está tomando una copa de whisky junto a un mueblebar.
—Me preguntaba cuándo vendrías, viejo amigo— dice en voz alta, al sentir la presencia de Elián unos metros más atrás.
—¿Qué pretendes? ¿por qué motivo has encarcelado a mi familia?
—Verás, no es nada personal. La ciencia debe seguir avanzando, y para eso estoy aquí. Tengo pensado crear al vampiro más destructivo de la historia. Tan solo necesito perfeccionar las técnicas, hacer una serie de repeticiones y comprobaciones.
—¿No ves que tu obsesión por esos experimentos te están haciendo perder la cabeza?
—Te sugiero, viejo amigo, que a menos que tengas alguna propuesta de importancia, te marches. No me gusta que me juzguen en mi propia casa y mucho menos que me prohiban llevar a cabo mis planes futuros.
Elián se acerca a Kai y le coloca la mano en el hombro.
—Por favor, no sigas con esto— los ojos del mayor destripador de la historia centellean y su expresión se ablanda por unos segundos. Parece a punto de sucumbir a las palabras de su amigo—. Olvídate de esos experimentos enfermizos y del ideal de vampiro destructivo. Vuelve en sí. Todo va a salir bien. Yo te ayudaré a salir de esta.
—Ese es el problema. No quiero abandonar mis creencias. No espero que comprendas mi decisión, amigo, solo que la aceptes.
—¡No puedo aceptarla!— dice elevando el tono de voz—. Me has arrebatado a mi familia, has puesto patas arriba mi hogar y pretendes que me haga a un lado, ¿te haces una idea de lo que me estás pidiendo?
—Las situaciones difíciles requieres medidas drásticas.
—¿Y entre ellas se incluye arrebatarme a mi propia familia? Kai, nos conocemos desde hace años, nos consideramos prácticamente hermanos, no puedes hacerme esto, no después de todo lo que he hecho por ti.
—Créeme que lo siento, pero ya no hay marcha atrás.
—Kai, Kai— repite una y otra vez, a medida que el vampiro avanza haciala salida de la habitación, dejando atrás al que fue su mejor amigo—. Si te marchas, da por finalizada nuesta amistad.
El vampiro castaño se detiene a mitad de camino, ladea la cabeza hacia un lado, mira de soslayo a Elián durante unos segundos, durante los cuales la esperanza vive en los ojos verdes de este. Camino hacia Kai, hasta terminar por situarme a su vera. Observo detenidamente como una lágrima escapa de su ojo izquierdo y se desliza apresuradamente por su mejilla. Da media vuelta, enfrentándose de nuevo a la salida y avanza hacia ella sin detenerse ni mirar atrás una sola vez.
—¡Kai!— ruge Elián, quien se propone seguir al vampiro, pero todo intento es en vano. Un par de aliados del vampiro castaño se aferran a sus antebrazos y lo sacan de allí, conduciéndolo por un pasillo estrecho, sombrío y frío, en dirección al sótano, donde hay una serie de celdas la una junto a la otra—. ¡Soltadme! ¡estáis cometiendo un grave error!
—Cállate— le ordena uno de los vampiros.
Encierran a Elián en una celda insuficientemente iluminada, dotada con una cama de aspecto incómodo, compartiendo celda con otra persona que yace oculta entre las sombras. El vampiro de ojos verdes se aferra a los barrotes metálicos, aproxima su rostro a estos e intenta abrir una abertura por la que escapar, pero todo intento es en vano.
—¿Elián?— dice una voz débil.
—¿Leslie?— se arrodilla junto a la chica rubia, quien parece estar muy débil. Se desgarra parte del tejido de su muñeca, provocando que la sangre brote a borbotones. A continuación aproxima su mano a la boca de la joven y vierte la sangre en su interior—. ¿Cómo te encuentras?
—Tengo miedo, hermano.
—No te preocupes, encontraré el modo de salir. Te lo prometo.
Los ojos se Elián se pierden en la celda de enfrente, donde una mujer de cabello moreno y ojos verdes, vestida con una blusa blanca y una falda larga rosa, descansa la cabeza sobre el hombro de un hombre de facciones muy varoniles, cabellera castaña y ojos marrones, quien acaricia con ternura la melena de su mujer.
—¿Padre? ¿madre?— Elián se pone en pie y camina hacia la puerta de la celda para poder enfocar mejor los rostros de los presos de la sala de enfrente—. ¿Cómo os encontráis?
—Estoy bien, dentro de lo que cabe— contesta la mujer.
—¿Bien?— gruñe el hombre—. Esto no es vida, Helena. Todo lo que está suciendo es por culpa de tu hijo— mira con desagrado a Elián, cuyos ojos centellean ante la actitud que tiene su padre con respecto a él—. Si no se hubiese relacionado con esa familia de vampiros originales, jamás nos hubiésemos vistos envueltos en esta situación— se dirige esta vez al vampiro de ojos verdes—. Eres una decepción para la familia. Me avergüenza que lleves mi apellido.
—Haré todo cuanto esté en mi mano para sacaros de aquí. Esto solo es temporal.
—¡Nunca vas a ser capaz de hacer nada bien! ¡si te tuviera ahora mismo a mi vera te daría unos cuantos azotes con el cinturón! Oh, no sabes cuánto disfrutaría marcándote la piel.
—Ernesto, por favor— suplica la mujer.
El hombre se pone en pie y con ayuda de una pinza de pelo de su esposa logra forzar la cerradura de la puerta, abriéndola así. Sale de la celda y se aproxima a la que se encuentra justo enfrente. Aproxima su rostro al de su hijo, y sin ningún pudor, le da una bofetada tan fuerte que logra que Elián pierda el equilibrio y caiga al suelo. Luego, le escupe y retrocede, hasta situarse a la vera de su mujer.
—Vayámonos antes de que alerten de nuestra fuga.
—Madre— musita con voz entrecortada un chico de ojos verdes que intenta reponerse del golpe—. Ayúdenos a salir. Helena cierra los ojos con fuerza y ladea la cabeza en otra dirección—.¡No!¡madre! ¡no nos deje aquí! ¡moriremos! ¡ayúdenos! ¡por favor!
El hombre se aferra a la cintura de su mujer y ambos desaparecer a gran velocidad, dejando tras sí una corriente de aire que juguetea con el cabello de los presos. Elián se pone en pie, se aferra a los barrotes de metal y grita con todas sus fuerzas hasta desgarrarse la garganta. Leslie se pone en pie, le pasa el brazo por encima de los hombros a su hermano y propicia sendas palmaditas en su espalda.
—Se acabó— añade.
—No pienso rendirme. Voy a sacarte de aquí. La ida de padre y madre no es justificación para tirar la toalla. Te hice una promesa y pienso cumplir con ella.
Elián saca fuerza de donde no las hay y con paciencia y dedicación consigue derrumbar la puerta de la celda, obteniendo la libertad. Se aferra a la mano de su hermana y ambos huyen apresuradamente, dejando atrás una celda cargada de recuerdos, entre los que destaca el más triste, aquel que hace referencia al abandono por parte de la familia. Aún así, este no es motivo suficiente para frenar su marcha, de manera que continúan avanzando velozmente, ya desplazándose por el bosque, esquivando los cientos de árboles que se presentan ante ellos. Se dirigen hacia su hogar, en un intento de ponerse a salvo pero, para su sorpresa, cuando llegan a él se encuentran con algo muy distinto. La casa en la que se han criado está en llamas, completamente destruída.
El vampiro observa entristecido este hecho.
De repente aparece Kai junto a sus aliados, quienes apresan a la chica rubia, inyectándole verbena. Dos hombres corpulentos se aferran a los brazos de Elián, quien forcejea con todas sus fuerzas con el fin de liberarse, aunque todo esfuerzo es en vano. El mayor destripador de la historia vampírica se aproxima al vampiro se ojos verdes, escruta su rostro durante unos segundos y luego le clava sin ningún pudor la estaca infernal en el corazón.
—Que tengas dulces sueños, amigo.
El dolor, la decepción, la soledad, la traicón se reflejan en el rostro del vampiro, mientras que en sus ojos queda grabada como última imagen el rostro de su mejor amigo, el cual en estos precisos momentos muestra sufrimiento. Nuevamente sus ojos se anegan en lágrimas pero, esta vez, no se permite derramarlas. El dolor que siente es tan grande que decide apagar su humanidad.
Capítulo dedicado a Damnatiomemoriae09
Para compensar toda la tensión amorosa que has tenido que sufrir <3
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