Capítulo 11
Elián vuelve a incorporarme con delicadeza, dejando un poco de separación entre nosotros, adoptando una nueva postura de baile. Se enfrenta a mí y con el inicio de una nueva canción comienza a efectuar círculos, y yo le imito, sosteniéndole la mirada en todo momento y si cabe, concediéndome la libertad de recordar el baile de primavera. Rememoro como mi corazón se aceleró al aproximarme de forma inesperada hacia el vampiro, teniéndole a centímetros de mí. Recuerdos sus ojos verdes encontrarse con los míos, ansiosos por descubrir mis sentimientos más profundos asomándose en el fondo de mis pupilas. Tras nuestro baile salí corriendo, temerosa por los sentimientos y sensaciones que estaba despertando en mí, de las cuales, aún a día de hoy, me niego a aceptar.
—¿Vas a decirme porqué me miras así?
Sonríe pícaramente.
—Depende— enarco una ceja a modo de pregunta y él decide expresarse mejor—.¿Va a cambiar algo entre tú y yo?
—No sé a qué te refieres.
—¿Por qué te empeñas en negarlo?— el vampiro me hace girar sin soltarme de la mano, ruedo por su extremidad hasta acabar con la espalda pegada a su pecho. Aspira la dulce fragancia de mi cabello y con ayuda de sus dedos coloca un mechón libre de mi melena tras mi oreja. Acerca sus labios al lóbulo y me susurra—. Algo ha cambiado entre tú y yo.
Inspiro una gran bocanada de aire y la mantengo en mis pulmones.
—Es cierto. Algo ha cambiado— confieso de espaldas a él—. Te has convertido en una persona imprescindible en mi vida. Y tengo miedo. No se cuánto significas para mí.
—Debemos arriesgarnos a confesar nuestros sentimientos. Lo dijiste tú misma.
Le miro, desconcertada.
—Nunca he dicho eso.
El vampiro abre la boca para rebatir cuando, sin previo aviso, decide volver a cerrarla. Hay algo que me oculta y no sé cuán magnitud posee. Pero si de algo estoy segura es de que quiero saber qué esconde y porqué motivo lo hace. Elián retrocede un paso y me mira resentido. Es entonces cuando comprendo qué sucede. Me ha hecho olvidar algo en concreto. Tal vez una conversación o un hecho pasado.
—¿Me has obligado a olvidar?
—Tenía que hacerlo. Podría ponerte en peligro.
—No tenías ningún derecho a decidir por mí. Son mis recuerdos, yo decido.
—No es una opción a elegir cuando supone poner en juego tu vida. Hice lo que tenía que hacer. Ódiame, si quieres, pero gracias a ello estás a salvo.
—Creía que podía confiar en ti y me he dado cuenta de que no es así. Me has tracionado. Y duele, duele mucho, porque te consideraba mi amigo.
Hago ademán de marcharme cuando Elián se aferra a mi antebrazo, reteniéndome unos segundos de más en mi posición anterior.
—Soy un maldito egoísta y no puedo hacer nada por cambiarlo. Y sí, puede que haya decidido por ti y que te haya arrebatado un recuerdo, y sé que vas a odiarme por ello. Pero te aseguro que volvería a hacerlo, sin tan siquiera pestañear, si ello supusiera mantenerte con vida.
—¿Y qué hay de mí? ¿no te importa lo que yo quiera? ¿te has preguntado, al menos una vez, si quería mantener ese recuerdo?— no se atreve a sostener mi fulminante mirada, y muchos menos a hacer frente a la decepción reflejada en mi rostro—. Lo suponía.
—No voy a disculparme porque no lo siento.
—Pues yo sí lo siento. Por nosotros. Por esta inesperada amistad que estaba empezando a surgir entre nosotros— alza la vista y abre los ojos como platos, mostrándose sorprendido por mis palabras—. Se ha acabado para siempre.
Me libero de la mano con la que se aferra a mi antebrazo y emprendo una marcha en dirección a la enorme escalera por la que bajé hace escasos minutos, con las lágrimas abandonando mis ojos y deslizándose frenéticamente por mis mejillas. Me aferro con ambas manos a mi falda de volantes y subo uno a uno los peldaños de la escalera, aumentand considerablemente el ritmo de mi marcha con el fin de alcanzar la cima cuanto antes, y así, salir del campo de visión de los invitados elegantemente vestidos que aguardan en la planta inferior.
Camino a trompicones por el corredor de cristaleras y suelo dorado que conduce hacia una enorme puerta de color marrón que hay al final del pasillo, junto a la que descansan un par de hombres, cada uno situado a un lado del portón. Estos tienen la manga de la camisa recogida hasta la altura del codo, de manera que logro visualizar una marca en el antebrazo, reconociendo casi de inmediato el símbolo de Anabelle.
Detengo mi marcha junto a la puerta y me dirijo hacia uno de los hombres.
—He venido a hablar con Anabelle.
—Estaba esperando con ansias este momento— abre la puerta y la mantiene abierta con el fin de cederme el paso hacia el interior. Me adentro en la habitación con decisión, dejando atrás a los miembros del círculo, quienes nos conceden cierta intimidad.
La estancia es amplia y acogedora, con cierto toque exquisito. Las paredes están recubiertas por un papel dorado y el suelo por lozas de mármol blancas, que hace juego con el tono de las cortinas. Una mesa de madera de roble yace en el centro de la habitación, sobre la que se encuentran unos frascos con un polvo grisáceo con motas rojas. Un cómodo sillón se alza al otro lado, cubierto por una tela fina y suave. Me gustaría seguir apreciando uno a uno los detalles de la estancia en la que me encuentro pero, desafortunadamente, una mujer hace uso de presencia, captando mi atención por completo.
Lleva puesto un vestido morado ajustado, con un adorno de pedrería que se extiende desde el hombro derecho hasta el costado izquierdo. Su cabello azabache recae sobre sus hombros, haciendo juego con la sombra de sus párpados. En una de sus manos lleva una pulsera plateada que hace juego con el colgante con una perla verde que pende de su cuello. Aunque, lo que más llama mi atención es la vara que deposita en un pilar, junto a la puerta.
—Volvemos a esta cara a cara, Ariana Greenberg— dice, sirviéndose una sustancia de color ámbar en un vaso de cristal—. ¿Ha sido la gala de tu agrado?— guardo silencio—. Demasiado ostentoso para mi gusto pero, no lo pude remediar, era una ocasión especial. Además, hacía tanto que no asistía a una fiesta que pensé en celebrar una a lo grande.
—¿Qué es lo que quieres de mí?
—Veo que no te andas con rodeos— le da un sorbo a su bebida, e inclina ligeramente hacia atrás la cabeza con el fin de que el fluído pase mejor por su garganta—. Si es lo que deseas.
—Es lo que quiero.
—He llegado a la conclusión de que ambas deberíamos sentarnos a hablar de mujer a mujer y llegar a un acuerdo conjunto.
Frunzo el ceño y le miro.
—¿Qué clase de acuerdo?
—La cuestión es que necesito que exista un clima estable para poder alcanzar el poder, y vosotros necesitáis tener seguridad. Así que he pensado que podría dejaros en paz a cambio de que firmáseis una tregua conmigo y mis seguidores, haciéndonos entrega del Collar de Auriel.
Instintivamente me llevo la mano al colgante y lo oculto.
—No pienso dártelo.
—Yo que tú reconsideraría la respuesta final. Hay mucho en juego. Un número incontable de vidas importantes para ti, ¿de verdad vale la pena ponerlas a todas ellas en juego por un capricho de una niñita testaruda?
—¿Cómo puedes decir eso? No es un simple capricho. Es mi seguro de vida. No puedo entregarte el objeto que va a fortalecerte. Sería el fin. No hay nada que reconsiderar. Esa es mi respuesta final.
Hago ademán de marcharme cuando Anabelle se aferra a mi cabello y me coloca sobre la mesa, envolviendo mi cuello con su mano, ejerciendo una fuerte presión que dificulta mi respiración.
—Creo que no me has entendido. Voy a conseguir esa reliquia por las buenas o por las malas. He intentado ser una buena samaritana y no ha funcionado. Así que voy a tener que sacar la peor versión de mí, y te aseguro que no va a ser nada agradable.
—Vas a tener que matarme si quieres conseguir la reliquia porque no pienso dártela.
Anabelle me lanza contra uno de los muebles violentamente. Impacto con fuerza contra una estantería y termino por desplomarme en el suelo, sintiendo un profundo dolor en mi costado. Pestañeo un par de veces, descubriendo mi mano deposita sobre el suelo, junto a mi rostro, teñida de un tojo rojizo. Me incorporo como puedo, tomando asiento en las lozas de mármol, con las piernas estiradas, y me llevo los dedos índice y corazón a mi labio inferior, puesto que siento un fuerte escozor en dicha zona.
Me miro los dedos unos segundos más tarde, descubriendo una mancha de sangre sobe las yemas de estos. Tengo un corte en el labio, así que procedo a deslizar mi lengua sobre la herida con el fin de contribuir a su cicatrización mientras fulmino con la mirada a Anabelle, quien me observa con una ceja enarcada y expresión de aburrimiento.
—¿Sabes qué es triste?— me pregunta inesperadamente, aproximándose a mi persona, aferrándose a mi barbilla y tirando de ella hacia arriba, obligándome a mirarle directamente a los ojos—. Que ninguno de tus pretendientes haya sido lo suficientemente valiente como para acompañarte. Te han abandonado a una muerte segura sin pestañear. Caray. Qué rápido se pasa el efecto que provocas en ellos— fijo mi mirar en el suelo y muestro una expresión seria, firme—. A no ser que estés aplicando tu criterio de altruísta— cierro los ojos con fuerza y me concentro únicamente en controlar mi respiración—. Será esa actitud tu perdición.
—Prefiero morir con tal de salvar la vida de las personas que quiero que vivir a costa de ellas.
—Entonces, si mi razonamiento no falla, si mueres, vas a hacer muy felices a quienes se desviven por ti, ¿no es así?— evito su mirada, más ella se encarga de acercarse lo suficiente a mi rostro con el fin de llamar mi atención—. No te preocupes, estaré ahí para destrozar hasta el último ápice de felicidad.
Me enfrento con valentía a su rostro y suelto un bufido.
—Comprobemos cuánto dolor eres capaz de soportar por tus seres queridos— se aferra con una mano a mi cuello y tira de él en sentido ascendente, obligándome a ponerme en pie—. ¿No te parece increíble como el oxígeno te da vida y al mismo tiempo te la arrebata?— me mantiene separada del suelo por unos centímetros, aún rodeándome el cuello con la mano, propiciando que el proceso de asfixia se acelere. Llevo mis manos a mi garganta y procedo a colocarlas sobre los miembros de mi atacante con el fin de separarlos de mi cuello—. ¿Sientes como tus pulmones empiezan a arder? ¿cómo te exigen una bocanada de aire? ¿cómo tu visión se vuelve borrosa y tu mente se despeja?
Estoy a punto de dar por hecho que voy a asfixiarme cuando la puerta de la habitación se abre de par en par, descubriendo a una chica rubia, con los labios y la barbilla ensangrentados, con un par de cadáveres apilados detrás de sí. Bajo sus ojos yacen unas líneas grisáceas que junto a sus pupilas diltadas y sus enormes y afilados colmillos le hacen parecer un monstruo.
—¡Suéltala!— exige a plena voz—. ¡O juro que te desgarraré con mis propias manos!
—¿Alguna vez te han dicho lo inoportuna y metomentodo que eres?— cuestiona la mujer de cabello moreno, fulminándole con la mirada.
—No. Pero te aseguro que van a reconocerme como la mayor destripadora de la historia vampírica después de que acabe contigo.
—Solo eres una niña malcriada intentando obtener un poco de atención— suelta una risita—. Debe ser duro no poder pasar tanto tiempo como te gustaría con tu madre por culpa del trabajo, ¿verdad? Y tu padre, bueno, él no va a poder opinar al respecto— le hace una burla con la lengua, indicando que su progenitor está muerto.
Ashley le arrebata una pata a una silla y la lanza en dirección a la vampira de cabello azabache, quien recibe el impacto del trozo de madera en el hombro derecho. Anabelle se extrae la estaca sin ejercer un gran esfuerzo y la coloca sobre la mesa.
—¡Aléjate de ella!
—¿O qué? ¿vas a enfrentarte a una vampira más antigua que tú, y por lo tanto, más fuerte? ¿de verdad vas a ser tan ingenua?
—Voy a hacer algo mucho mejor. Acabaré con aquello que más valoras— se hace con la vara que yace en un pilar y sin ningún pudor la rompe por la mitad, empleando para ello su pierna.
Anabelle grita con todas sus fuerzas y a continuación me deja caer al suelo.
—Acabas de condenarte, maldita chupasangre.
Le lanza dos trozos de madera a Ashley, los cuales atraviesan su estómago y termina por adherirse a la pared que yace detrás de la vampira, de manera que queda unida a esta temporalmente. La chica rubia lucha con todas sus fuerzas por liberarse, pero por más que se esfuerzas, no consigue el tan esperado resultado. En cuanto a Anabelle, recoge los pedazos rotos de la vara y los deposita sobre la mesa. A continuación intenta con ayuda de la magia oscura recomponerla, pero no lo logra, lo cual hace que se frustre.
Me incorporo valiéndome de la mesa y asomo la cabeza a través del otro lado, mirando alternativamente la Vara del Mal y a la mujer que pretende ser la más poderosa de todos los tiempos. Anabelle se percata de mi detenida examinación y me devuelve una mirada cargada de odio y desesperación.
—Estaba dispuesta a llegar a un acuerdo pero visto lo visto, me temo que voy a tener que recurrir a la medida más extrema. Te arrepentirás de tu decisión, Ariana Greenberg. Hasta entonces, quiero mostrarte un pequeño adelanto de lo que te espera— vierte una pequeña cantidad del polvo grisáceo con motas rojas del frasco en su palma y con un leve soplo consigue que este viaje a través del aire y termine por impactar contra mi rostro.
El polvo penetra por mis fosas nasales y casi de inmediato siento como mis músculos se paralizan. Caigo rendida en el suelo, siendo consciente de todo cuanto ocurre a mi alrededor, pero incapaz de moverme para poder hacer algo al respecto. Observo con impotencia como Anabelle deja caer una vela encendida sobre el manto que cubre la mesa, apoderándose una llama de este un poco más tarde. La vampira morena se vale de la magia oscura para desaparecer, dejándonos a Ashley y a mí abandonadas a nuestra suerte en la habitación, luchando por sobrevivir contra el incendio que acaba de desatarse.
—Lo siento, Ariana— murmura Ashley entre lágrimas—. Lo he fastidiado todo. Nos he condenado a todos.
Deseo decirle que nada de lo sucedido es culpa suya, que no debe sentirse responsable de la maldad de Anabelle, pero la parálisis que se apodera de mi cuerpo me impide articular palabra, así que únicamente me limito a mirarla con ojos brillantes.
Observo como las cortinas se prenden y las estanterías se consumen a fuego lento adoptando un tono negruzco, a la vampira de cabello rubio llorando desesperadamente e intentando, en vano, extraer los trozos de madera de su estómago. Contemplo la frustración, la tristeza y la culpabilidad reflejadas en su rostro cetrino.
Desvío el rumbo de mi mirar en dirección a la puerta, a través de la cual acaba de aparecer un chico de cabello moreno, piel cetrina y enormes ojos verdes, vestido con un traje de chaqueta. Sus labios se entreabren y sus ojos se agrandan al verme envuelta en dicha situación. A pesar de estar paralizada, siento como un leve sentimiento de felicidad se apodera de mí al verle allí, dispuesto a salvar el día una vez más.
—Ariana— susurra.
Hace ademán de salvar la distancia que nos separa para salvarnos cuando aparece a su vera Jonathan, quien al localizarme con la mirada decide aproximarse a mí para ofrecerme su ayuda, no sin antes darle un golpe con el hombro al pasar junto a Elián, quien observa inmóvil como el chico de cabellera rubia corre hacia mi posición, se arrodilla ante mí, me incorpora, se apodera con una de sus manos a mi barbilla y tira de ella, obligándome a mirarle directamente a los ojos.
—¿Te encuentras bien?
Asiento.
Mira preocupado el corte de mi labio inferior y se limita a pasear un pañuelo blanco con delicadeza por mi boca, con el propósito de cortar la hemorragia y limpiar la herida. Mientras lleva a cabo esta acción no puedo evitar desviar mi mirada hacia la puerta, por la que acaban de aparecer Samuel y Abby, el primero se encarga de liberar a Ashley y la segunda de intentar frenar el incendio, y deposito mi atención en el vampiro de ojos verde que observa con todo lujo de detalles como Jonathan se preocupa por mi salud y sobre todo por mantenerme a salvo. Sus ojos parecen perder todo indicio de brillo y su expresión se muestra ensombrecida.
Recuerdo nuestra conversación anterior y, automáticamente, ignoro su mirada, centrando toda mi atención en el chico rubio que se encuentra arrodillado ante mí.
—Voy a ponerte a salvo— se pone en pie, sujetándome por debajo de los brazos, y una vez logra ponerme en pie, me coge en brazos, acomodando mi cabeza en su pecho, y procede a abandonar la habitación—. No hay nada qué temer. Estoy aquí contigo.
Al pasar conmigo el brazos junto a Elián soy consciente cómo el vampiro ladea su cuerpo entorno a nosotros y nos observa alejarnos poco a poco de él, sin poder hacer nada al respecto por cambiar el hecho de haber fallado en su intento de ser el héroe.
Me encuentro sentada a los pies de la cama de mi dormitorio de casa, con las manos entrelazadas y suspendidas al vacío, la mirada perdida en algún punto del suelo, y la mente empeñada recordando una y otra vez la conversación mantenida con Elián durante nuestro baile. Aún no acabo de creerme lo que ha hecho. No concibo la idea de que haya sido capaz de hacerme olvidar una parte tan importante de su pasado. Creía que empezaba a abrirse a mí, que comenzaba a verme como una persona de confianza, alguien a quien poder contar sus problemas y miedos. Pero no ha sido así. He sido lo suficientemente ingenua como para creer que comenzaba a verme como una amiga. Creía que algo había cambiado entre nosotros, pero al parecer, me he equivocado. Continúa siendo el vampiro carente de sentimientos y egoísta que conocí.
Jonathan aparece bajo el marco de la puerta, portando entre sus manos con un bote de agua oxigenada y una bolsa de algódón. Le recibo con una sonrisa.
—Tu padre me ha advertido que deje la puerta abierta— dice, señalándola con la mirada y se encoge de hombros—. ¿Qué tal te encuentras?— salva la distancia que nos separa, arrodillándose ante mí y escrutando mi rostro con sus ojos azules.
—Estoy un poco aturdida.
—Las hiervas que ha utilizado Anabelle para debilitarte deben haber dejado un rastro temporal— vierte unas gotas de agua oxigenada en un trozo de algodón, el cual posteriormente aproxima a la herida de mi labio, y con cuidado, lo pasea sobre el corte. Me estremezco ante el escozor existente y hago una mueca de desagrado—. Lo siento.
—No pasa nada.
—Debí haberte acompañado— lamenta, evitando mi mirada.
Niego con la cabeza.
—Si lo hubieras hecho, Anabelle jamás habría accedido a reunirse conmigo. Además, estaría tan ocupada estando pendiente de tu vida que ni siquiera me habría preocupado de salvar la mía.
—Lo sé. Pero el simple hecho de pensar que podría haber evitado que te hubiera hecho daño, es suficiente para lograr hacerme sentir arrepentido por mi decisión.
—Esa es una de las cosas que más me gustan de ti. Tienes fe en mí y eso significa mucho para mí. Y me dejas continuar con mis propósito, aún sabiendo que voy a equivocarte. Me permites errar y aprender de los errores por mí misma.
—Jamás voy a obligarte a hacer nada que no quieras. Tu opinión es muy importante para mí. Conmigo puedes ser libre. Nunca voy a cortarte las alas.
Alzo mi mano y acaricio su mejilla con ternura. Jonathan ladea la cabeza entorno a mis dedos y termina por depositar un beso sobre ellos.
—Deberías dormir un poco— confiesa.
—Aunque quisiera, no podría. Tengo muchas cosas en la cabeza.
—¿Qué es eso tan importante que te tiene en vilo?
—Me preocupa las represalias que pueda tomar Anabelle contra nosotros. No debí haberme negado a su propuesta. Todo hubiera sido más fácil si le hubiese dado la reliquia.
Jonathan toma mi rostro entre sus manos y yo bajo la mirada.
—Has hecho lo correcto. Si le hubieras dado el Collar de Auriel, solo habrías conseguido fortalecer su poder, además de desprotegerte a ti misma— explica con voz aterciopelada—. No puedo asegurarte que Anabelle no vaya a tomar represalias contra nosotros, pero puedo admitir con total seguridad que para cuando ocurra, estaré ahí para protegerte.
Sonrío y entrelazo los dedos de mis manos con los de la suya.
—Si quieres, puedo hacerte compañía hasta que te duermas.
—Me encantaría.
El chico de cabellera rubia echa hacia atrás la colcha y la sábana que visten la cama, se introduce en su interior y me recibe con los brazos abiertos. Me acomodo a su vera, con la cabeza apoyada en su pecho izquierdo y la mano depositada sobre su abdomen. Jonathan me da un tierno y breve beso en la coronilla y procede a rodear mi cuerpo con su brazo, aproximándome un poco más a mí.
Cierro los ojos y me concentro únicamente en los latidos acompasados de su corazón, su respiración normalizada y su dulce voz tarareando una melodía para ayudarme a conciliar el sueño.
—Que tengas dulces sueños, Ariana. No olvides por nada de este mundo que te quiero de aquí a las estrellas e incluso más.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top