Capítulo 1
Deslizo mis dedos sobre el cristal de un marco de fotografía, el cual contiene una imagen de una mujer de cabello moreno junto a su hija. Ambas sonríen ampliamente. Son la viva imagen de la felicidad. Tras ellas se alza una imponente noria, cuyos compartimentos están siendo ocupados por los padres y sus respectivos hijos. A pesar de tratarse de un recuerdo algo antiguo, aún soy capaz de escuchar las risas de los niños que correteaban alegremente a los pies de la atracción.
A continuación deposito el marco sobre una prenda de color morada que hay perfectamente doblada en el interior de una maleta de color verde. Deslizo mis dedos por el lateral del equipaje hasta dar con una cremallera, a la cual me aferro y posteriormente devuelvo a su lugar de origen, llevando a cabo un recorrido uniforme. Una vez la termino de sellar por completo, la bajo de la cama en la que con anterioridad estaba depositada, de manera que las ruedan entran en contacto con las lozas del suelo que tiene bajo ellas. Envuelvo mi mano alrededor del mango, la inclino ligeramente hacia delante y comienzo a caminar en dirección hacia la salida de la habitación.
Detengo mi caminar una vez tengo un pie en el pasillo y el otro en mi dormitorio, dejando el equipaje a mis espaldas. Con el corazón latiéndome con fuerza y mis miedos a flor de piel le dedico una última mirada a la que ha sido mi habitación por el período de un año, descubriendo la capa de ropajes beige tostado, la cómoda enfrentada a ella y el espejo. La puerta en un lateral que conduce al servicio. El cajón del escritorio en el que una vez oculté las fotografías que me hice con Jonathan en aquel festival, la ventana a través de la cual se cuelan unos imponentes rayos solares que iluminan las lozas del suelo.
Cierro la puerta detrás de mí, tomándome la libertad de permanecer apoyada en la superficie de ella durante unos segundos, los necesarios para recomponerme y seguir adelante con lo acordado. Avanzo por el pasillo, llevando casi a rastras el equipaje debido a su elevado peso, con paso decidido, a pesar de estar temblando de pies a cabeza. En el instante en el que alcanzo la cima de la escalera aparece por mi izquierda mi padre, quien me dedica una sonrisa a modo de saludo, y procede a coger en peso la maleta y a bajar con ella todos los peldaños que se presentan ante nosotros.
Sigo a mi padre hasta los pies de la escalera, lugar en el que se detiene en seco y se da media vuelta, enfrentándose a mí. Alzo la vista y la deposito en sus ojos celestes, los cuales me sonríen con gran intensidad. Ante la intimidante mirada de mi progenitor no puedo evitar ruborizarme e incluso sentir como mis mejillas arden, como si se hubiese producido un incendio en ellas. Con ayuda de una de mis manos coloco un mechón libre de mi cabello tras mi oreja.
-¿Estás preparada?
-Más que preparada- miento.
Lo cierto es que estoy aterrada por el porvenir. Es la primera vez que voy a estar alejada de mi padre por tanto tiempo, no sé si voy a ser capaz de vivir mi día a día sin ver a Christopher tomándose su taza de café diaria, leyendo el periódico o haciendo crucigramas. Va a ser difícil no tener charlas motivacionales con él con frecuencia. Del mismo modo que va a ser duro no poder verle ni abrazarle tanto como me gustaría. Sí, hay muchas cosas que voy a echar de menos. Es la parte mala de empezar una etapa completamente nueva.
Sin embargo, no puedo negarme a vivir nuevas experiencias por miedo. Sé que podré superar este nuevo obstáculo, tal vez no con un sobresaliente pero me conformo con un aprobado. Independizarse nunca fue fácil, pues es sinónimo de ser capaces de valernos por nosotros mismos, sin el respaldo familiar. Pero a pesar de las adversidades, sé que todo va a salir bien. Tengo la inmensa suerte de tener a mi lado a personas maravillosas.
Pestañeo un par de veces, descubriendo que me encuentro acomodada en el lugar del acompañante, observando a través del cristal la casa que se alza al otro lado, la cual perteneció a mi abuelo Buster. Aún recuerdo con todo lujo de detalles el día en el que llegué aquí. Estaba asustada por los hechos que se desencadenaron en aquel entonces, los cuales me arrebataron a una persona muy importante en mi vida, mi madre. Lo primero que hice al llegar fue tomarme un tranquilizante acompañada de mi padre, con el fin de calmar mi ansiedad e intentar aclarar mis ideas. A partir de entonces se han ido creando una serie de recuerdos, entre los que destacan las charlas que he mantenido con mi progenitor, mis paseos por el jardín trasero, el recibimiento por parte de Jonathan y Christopher el día del baile formal, los momentos vividos junto a Samuel y su conversión a vampiro, las risas con tía Sarah, la inesperada visita de Elián Vladimir ofreciéndose como acompañante para el baile de primavera... he vivido tantas cosas en esta casa que, por primera vez, puedo considerarla hogar.
El Todo Terreno negro se pone en funcionamiento y las ruedas comienzan a deslizarse por el asfalto, cogiendo progresivamente velocidad. Me tomo la libertad de apreciar gracias al retrovisor todo cuanto dejo atrás. La casa va haciéndose más pequeña a medida que el vehículo avanza por la carretera, hasta llegar un punto en el que desaparece. Es entonces cuando un nudo de apodera de mi garganta, sinónimo de la tristeza que embriaga mi ser.
Encierro gran parte de la tela inferior de mi camiseta gris de mangas cortas en el interior de mi mano, sintiendo la suavidad del tejido. Mantengo la mano apretada con fuerza como consecuencia del esfuerzo que estoy haciendo por no derramar las decenas de lágrimas que tengo almacenadas. Además, mantengo la mirada fija en el paisaje que se presenta a través del cristal, el cual se compone en su mayoría de árboles de hojas verdes alternadas con amarillas.
-¿Has cogido el neceser con el cepillo de dientes y la pasta dental?
Asiento una sola vez.
-¿Y la manta térmica que te dejé sobre la cama?
-Está perfectamente doblada y guardada en la maleta.
Christopher, a pesar de tener la mirada fija en la carretera, aparenta tener la cabeza en otra parte, probablemente, a kilómetros de aquí. Aún así no se lo recrimino. No debe ser fácil dejar volar a una hija, aceptar que ha dejado de ser esa niña inocente que vivía bajo tu techo.
Cuando alcanzamos cierta edad de madurez, necesitamos desplegar las alas que tantos años han dedicado nuestros padres a componerlas. Es hora de emprender el vuelo y descubrir todo cuanto puede ofrecerme la vida, así sean un sin fin de hechos acompañados de un interminente sufrimiento o una poderosa y duradera felicidad.
-¿Sigues llevando contigo el spray de pimienta?
-A punto para ser utilizado en caso de necesidad.
Mi padre me mira por primera vez y gracias a ello soy capaz de descubrir sus pupilas contraídas por el efecto de la claridad y un característico brillo que cruza su iris celeste, distorsionándolo. Le dedico una media sonrisa y a continuación coloco mi mano sobre la suya.
-Todo va a salir bien.
-Se me va a hacer extraño no tenerte bajo mi techo. No poder verte todas las mañanas entrando en la cocina para desayunar haciéndome compañía, ni siquiera voy a poder abrazarte con frecuencia- su voz se quiebra tras decir aquello. Christopher aprieta con fuerza la mandíbula con el fin de impedir que las lágrimas escapen de sus ojos-. Aunque debo admitir que lo que más echaré de menos es proporcionarte mi protección a cada segundo. Antes no podía dormir porque me preocupaba la hora a la que llegaras a casa y ahora voy a estar en vela por el hecho de no saber si estarás bien.
-Para mí también va a ser difícil no poder verte a diario. Pero me reconforta saber que la distacia puede separarnos físicamente pero no emocionalmente. Siempres vas a estar en mis pensamientos, papá. Me preguntaré a cada momento qué estarás haciendo y tal vez imagine la respuesta, que será algo así como "haciendo crucigramas", "leyendo el periódico" o "tomándose un café".
Mi padre sonríe.
-Va a ser complicado pero lo sobrellevaremos de la mejor forma que sepamos.
-Claro que sí. Además, iré a verte siempre que tenga un hueco libre o vacaciones. Y espero que para entonces estés preparado para una dosis doble de abrazos.
-Ya estoy preparado y aún no te has ido.
-En ese caso, multiplicaré la dosis- añado, sonriéndole.
-Dios, ¿en qué momento te has hecho tan mayor?
-Cuando dices eso me haces sentir como si tuviese sesenta años. Además, ¿qué quieres decir con eso exactamente? ¿Que están comenzando a salirme canas o alguna marca por la edad?
Christopher ríe con ganas.
-En esa etapa me encuentro yo actualmente- confiesa con una sonrisa de oreja a oreja-. Lo que intento decir es que has madurado en lo que a personalidad se refiere. Te has convertido en una mujer fuerte, valiente, con gran corazón. No puedo explicar con palabras lo orgulloso que me siento de la joven en la que te has convertido. Lo único que pido es continuar acompañándote a cada paso que des en esta maravillosa y desastrosa experiencia a la que llamamos vida, ya sea tres meses o treinta años.
Presiono su mano con delicadeza, transmitiéndole mi amor incondicional. Mi padre deja de aferrarse con la mano izquierda al volante para propiciar sendas palmaditas en el dorso de la mía, en un intento de devolverme la muestra de afecto.
-Estaré encantada de tenerte a mi lado.
-¿Sabes? Cuando naciste no tenía ni la menor idea de cómo ejercer de padre. Me preocupaba el hecho de no estar a la altura, de no saber hacer lo correcto. Estaba aterrado. Ahora, sin embargo, estoy satisfecho por el resultado obtenido, porque sé que lo hice lo mejor que pude. Eres, Ariana, mucho más increíble de lo que jamás pude imaginar. Es un honor para mí ser tu padre.
-Soy afortunada por tener una familia tan maravillosa.
Me detengo unos segundos a pensar en mi propia respuesta. Lo cierto es que jamás me había referido a mi familia en presente, dadas las circunstancias, mas ahora lo he hecho, pues he comprendido que cuando alguien se va, se lleva un pedazo de nosotros y deja un poco de sí. Nadie se va por completo. Tal vez gran parte de mi familia ya no esté en el mundo de los vivos pero ello no significa que deje de sentir afecto hacia ella. La ausencia de mis seres queridos tan solo hace incrementar mi amor hacia ellos, alcanzando límites insospechados, capaces de vencer a la propia muerte.
Me bajo del vehículo en el instante en el que mi progenitor apaga el motor y me pongo rumbo hacia la parte trasera del Todo Terreno, hacia donde se dirije mi padre con el propósito de extraer mi equipaje del maletero. A medida que voy caminando hacia mi destino siento como mis miedos afloran y mis ganas de aferrarme a todo cuanto me ata a mi padre van en aumento. Nunca se me han dado bien las despedidas.
Me aferro al mango del equipaje en el instante en el que las ruedas de este entran en contacto con el asfalto de la carretera. Efectúo una media vuelta, girando sobre mis talones, y me pongo rumbo hacia la entrada a la universidad, acompañada de mi padre, la única familia que me queda. Christopher no pierde detalle de cada rincón que forma parte del imponente edifico que, a partir de hoy, va a convertirse en mi nuevo lugar de residencia y estudios.
Por su expresión deduzco que le gusta lo que ve, mas no lo que le hace sentir. Y lo cierto es que yo me encuentro en la misma situación que él. No me agrada sentir miedo, ni inseguridad y mucho menos tristeza. Sin embargo, las tres emociones vienen juntas en un mismo paquete y he de hacerles frente lo mejor que pueda.
Nos encontramos caminando por un extenso y amplio pasillo, adornado con una sucesión de ventanales a cada lado, a través de los cuales penetra la luz solar y se proyecta en el suelo. Los estudiantes, tanto los de primer año como el resto, comparten el mismo espacio. Los primeros parecen sentirse deshubicados, pues al hacer su primer año, desconocen adonde debem dirigirse. Los estudiantes de años posteriores charlan animadamente con los que deben ser sus compañeros de carrera, resaltando aspectos del horario asignado a medida que se dirijen sin ningún tipo de dificultad hacia sus respectivas residencias.
-¡Ariana!- dice una voz femenina a mis espaldas.
Me detengo en seco y a continuación giro sobre mis talones. Christopher también se da media vuelta con el fin de dar con la persona que solicita mi atención. A lo lejos, una chica de cabello dorado, que lleva puesto un vestido celeste de tirantes, sonríe desde la distancia. A su lado, una mujer de cabello rubio saluda animadamente con la mano. Ashley emprende una carrera en nuestra dirección, llevando casi a rastras su equipaje rosa. Salva la distancia que nos separa en escasos cinco segundos, tras los cuales se abalanza a mis brazos con una notable energía. Rodeo su torso con mis brazos y apoyo mi cabeza en su hombro, concediéndome el placer de inhalar el dulce aroma que desprende su cabello dorado.
-Te he echado tanto de menos- confiesa.
-Y yo a ti.
Ashley se retira y me dedica una sonrisa.
-¿Qué tal el verano?
Rememoro el día que fui a hacer senderismo a la montaña con mi padre, las tardes que pasé en casa de Abby comiendo helado y viendo series, el fin de semana que pasé con Jonathan en una casa que alquilamos cerca de la costa, las interminables llamadas de Cormac, quien aseguraba sentirse muy cómodo y feliz en Canadá, las guerras de globos de agua y los paseos con Samuel, los días de pesca que acompañé a mi padre y a Frederick, las videollamadas por Skype con Ashley...
-Genial. ¿Y el tuyo?
-Fantástico. Venecia es una ciudad que merece la pena visitar. Es digno de ver el contraste que existe entre el atardecer, las aguas de los canales y las casas- una sonrisa aparece en sus labios a medida que relata su experiencia. Ashley se acerca a mi oído y me susurra-. Lo mejor de todo es que he podido tomar el sol sin quemarme, gracias al filtro solar vampírico.
Sonrío.
-Bueno, ¿a qué estamos esperando? ¡es hora de conocer nuestra habitación!- exclama la vampira, quien se aferra a mi antebrazo y tira de mí en dirección a un pasillo que conduce al exterior. Mi padre se queda atrás con Claire, la madre de Ashley, y se encargan de devolver los equipajes a sus respectivas dueñas.
Cruzamos el césped con rapidez debido a la emoción. Ashley aprovecha la ocasión para dar girar sobre sí, manteniendo sus brazos en horizontal, cerrando los ojos y apreciando los rayos de sol que se proyectan en su rostro. Yo, mientras, me limito a mirarla con una notable emoción y a sonreír como si se me fuese la vida en ello.
Nos adentramos por una puerta que hay en un edifico próxima que resulta ser la residencia. Ashley sube emocionada las escaleras que conducen hacia las distintas habitaciones y se limita a leer los números que yacen en la superficie de la puerta con letras plateadas en un intento de dar con nuestro dormitorio compartido. Su tarea no le lleva mucho tiempo, ya que escasos minutos después comienza a dar saltitos de alegría y a aplaudir.
Me sitúo a su vera y me propongo abrir la puerta, incapaz de obviar la emoción que corre por mis venas. Tras escuchar un leve clic, ejerzo una leve presión en la superficie, provocando que esta se haga a un lado, dejándonos apreciar el interior. En el extremo izquierdo de la estancia se alzan tres camas de ropajes azules separadas las unas de las otras por una mesita de noche, sobre la que descansa una lamparita. En el lado opuesto de la sala yace una cómoda con seis cajones, dos para cada miembro de la habitación. A lo lejos hay una puerta marrón que desemboca al que debe ser el servicio.
Sin embargo, mi total atención recae en la chica de cabello moreno con reflejos rojos, que lleva puesta una camiseta morada de mangas semi largas que deja al descubiertos sus hombros, unos vaqueros cortos y unas botas negras, que corre hacia nosotras con el propósito de abalanzarse a nuestros brazos, dando lugar a un abrazo grupal.
-¡Hola!- dice con un notable entusiasmo en la voz.
-Hola- respondemos al unísono Ashley y yo, quienes nos hemos encargado de hacer prisionera a la chica morena, rodeándola con nuestros brazos y aproximando nuestros rostros al suyo.
-¿Soy la única que aún no acaba de creerse que estemos en la universidad?
Niego con la cabeza ante la pregunta de Abby.
-Es bueno saberlo.
-¿Soy la única que está tirándose de los pelos por la cantidad de cosas que hay por hacer?
-Perfeccionista e histérica- añade Abby con una sonrisa.
Intercambio una mirada con ella y a continuación asiento, bajo la penetrante mirada de la vampira.
-Y neurótica- aporto.
-¡Oye! Estoy aquí, por si lo habéis olvidado- Ashley nos propicia un leve codazo y a continiación nos mira de hito en hito. Una sonrisa no tarda en apoderarse de sus labios, teniendo como referente las nuestras-. Sois de lo peor.
-Pero nos quieres igualmente- confieso, encogiéndose de hombros y haciendo una mueca. Abby me rodea con uno de sus brazos el cuello y, posteriormente, realiza la misma acción con la chica rubia, de sonrisa inmaculada.
-Sí... pero eso no quita que seáis de lo peor.
-Hay cosas que nunca cambian- admite Abby.
Reímos al unísono.
Me sorprende cuanto he extrañado el sonido de nuestras risas conjuntas. Hasta ahora no he descubierto cuán importante es para mí ser partícipe de la felicidad que las envuelve. Sus dichas me dan vida cuando siento que no puedo continuar. Sin lugar a duda, ellas son dos soles en plena oscuridad, dos estrellas capaces de hacer desaparecer mis sombras y hacerme sentir el sol. Cuando las tengo delante soy consciente de cuán afortunada soy por tenerlas en mi vida.
En ese instante bajo el marco de la puerta aparece un hombre de cabello castaño, barba poblada con áreas con matices del color de la nieve, y enormes ojos celestes, acompañado de una mujer de cabello dorado, expresión dulce y sonrisa amable. Ante ellos hay un par de equipajes, uno de ellos verde y el otro rosa.
-Me alegro de veros- dice Claire, dirigiéndose a Abby y a mí. Ambas le dedicamos una amplia sonrisa.
-¿Qué tal el verano?- le pregunta Abby.
-No puedo quejarme. Venecia es una ciudad muy bonita. Merece la pena visitarla. Los rincoces tan remotos que entraña, sus habitantes, sus costumbres... es simplemente maravilloso.
-Suena muy bien.
-¿Qué tal el tuyo?
-Ha estado bien. Lo he vivido junto a mi familia, amigos. ¿Qué más puedo pedir?
Claire se acerca a la chica y deposita la mano en su hombro.
-No hay nada mejor que compartir nuestro tiempo con aquellos que nos importan.
La madre de Ashley coloca el equipaje de su hija a los pies de una de las camas, mas no se aparta inmediatamente de ella, sino que permanece inmóvil, con la mirada fija en la maleta y sus frágiles y delgados dedos trazando líneas imaginarias sobre la superficie. Su expresión parece ensombrecerse por unos instantes, reflejando un estado de ánimo que decae por momentos. Por suerte, su hija aparece a tiempo para evitar que la tristeza gane esta batalla, y salva la situación de la mejor forma que existe, abrazándola con fuerza.
-Todo va a salir bien, mamá.
-Lo sé- pestañea un par de veces con el fin de frenar las lágrimas que amenazan con escapar de sus ojos-. Los padres nunca estamos preparados para dejar volar a nuestros retoños. Nos negamos a aceptar que nuestros hijos han dejado de ser niños- esboza una sonrisa, aún sabiendo que su hija no puede verla-. Aunque a mis ojos siempre serás mi niña.
Claire deposita un beso en la mejilla de su hija, y a continuación se echa hacia atrás con el fin de apreciar el rostro de Ashley, y si cabe, de grabar cada una de sus facciones con el fin de recordarlas más tarde. Acoge la cara de la vampira entre sus manos y desliza sus dedos pulgares por la mejilla de la chica, dando a lugar a semicírculos.
-Prometo ir a verte siempre que pueda. Y llamarte todas las noches para contarte cómo ha ido mi día- asegura Ashley con una sonrisa-. Incluso manifestaré mis quejas con respecto de la cantidad de trabajo que tengo.
Claire ríe.
-Recibiré todo cuanti venga de ti con los brazos abiertos.
Ashley asiente y deja ver una sonrisa triste.
Cambio el rumbo de mi mirar hacia la cama más próxima al servicio, donde yace sentada una chica de cabello moreno, junto a una mujer de aspecto algo deteriorado por la edad, aún así viéndose hermosa. Su abuela, de melena corta de un color azabache que es prácticamente vencido por un tono blanco que gana terreno poco a poco, haciendo desaparecer todo indicio de juventud. La mujer, de expresión dulce, se aferra con fuerza a la mano de su nieta, transmitiéndole sus ánimos. Abby le dedica una amplia sonrisa a cambio.
-Tengo un regalo para ti, cielo- la mujer extrae del bolsillo de su chaqueta marrón una caja azul con un lazo negro a modo de adorno.
-No hacía falta, abuela.
-Me gustaría que tuvieras un detalle, algo que simbolizara nuestra unión.
Abby extrae del envoltorio un guardapelo dorado, en forma de corazón. La chica, abre con sus delicados dedos la joya, descubriendo en su interior una foto en miniatura de su abuela y ella. Las lágrimas no tardan en escapar de sus ojos y surcar sus sonrosadas mejillas. La mujer de su izquierda se encarga de hacer desaparecer las gotas con sabor a mar con sus manos.
-Me encanta. Significa mucho para mí. Gracias, abuela.
Abby se abalanza a los brazos de su pariente.
-No se dan, mi niña.
Sonrío al presencia la escena que está teniendo lugar en la estancia. Todo parece mágico, como si hubiese sido sacado de un cuento de hagas, de esos que tienen final feliz. No puedo expresar con palabras cuan dichosa me siento al estar formando parte de este momento. Todo vale la pena con tal de ver sonreír a aquellos que te importan.
Entonces, mi padre se acerca a mí con pasos indecisos, dedicándose a medir la escasa distancia que nos separa, en un intento de dar con la forma de despedirse. Mas por su ritmo, deduzco que está lejos de sentirse preparado para dar este importante paso. Aún así se arma del valor suficiente para situarse ante mí y sostenerme la mirada.
-Bueno, pues aquí estamos... en la que será tu nueva casa- le echa un vistazo a su alrededor, intentando aparentar un repentino interés por el mobiliario. Pero a mí no consigue engañarme. Sé que utiliza esta técnica como escapatoria a la situación tan conmovedora que se presenta.
Al no sentirme con la fuerza necesaria para responderle, decido abalanzarme a sus brazos, con el único fin de hacerle sentir que estoy ahí y que la distancia que se interponga entre nosotros no va a cambiar mis sentimientos afectivos hacia él. Aún teniéndole a kilómetros voy a sentirle a centímetros. Porque mi padre tiene esa habilidad, la de hacerme sentir protegida, acompañada y querida a cada momento.
-Te quiero mucho, papá.
-Y yo a ti, Ariana. Te quise, te quiero y te querré siempre.
Aumento la fuerza con la que le abrazo, del mismo modo, aprovecho la ocasión para enterrar mi cabeza en su pecho izquierdo, en un intento de sentir los latidos lentos y acompasados de su corazón por una últma vez. Christopher deposita un beso en mi coronilla y a continuación se entretiene acariciando mi melena castaña, enrendando algunos mechones libres en sus dedos.
-Sabes que mi hogar siempre será el tuyo, ¿verdad?
-Mi hogar eres tú, papá. Así que no te vayas nunca, porque me haces mucha falta.
-No voy a irme a ningún lado.
Asiento un par de veces.
-Cuídate mucho, Ariana.
-Lo haré.
Mi padre deposita un último beso en mi frente y a continuación se separa de mí. Realiza una detenida observación a mi rostro en un intento de transformar dicha imagen en un recuerdo. Sin decir nada más, se da media vuelta y se marcha. Observo como mi progenitor desaparecer tras cruzar la puerta, sumergiéndose en el pasillo. En el instante en el que dejo de verle siento como una profunda tristeza asola mi corazón y un nudo aparece en mi garganta, impidiéndome articular palabra. Por suerte, mis mejores amigas, se percatan de ello y deciden acudir en mi búsqueda. Ambas depositan una de sus manos en mis hombros y se limitan a acercar sus cabezas a la mía.
-¿Preparadas para la noche de novatadas?- cuestiona Ashley.
-Me da miedo solo de pensarlo- responde Abby-. No quiero ni imaginar las pruebas que han preparado para los de primer año.
-Tendremos que averiguarlo, ¿no?- añado.
-¡Qué ilusión!- exclama la vampira, dando saltitos de alegría y aplaudiendo como si se le fuese la vida en ello. Abby y yo no podemos evitar esbozar una amplia sonrisa al verla tan entusiasmada.
-¿Qué tenéis pensado poneros?
Me encojo de hombros.
-¡Será mejor que deshagamos nuestros equipajes o de lo contrario no nos va a dar tiempo a prepararnos!
-Vuelve la histérica de Ashley- dice Abby por lo bajo.
-Te he oído. Es lo que tiene tener un super capacidad auditiva.
-A veces das verdadero miedo, ¿lo sabías?
Ashley sonríe, mostrando sus afilados y amenazadores colmillos.
-¿Te da miedo mi histeria y no el hecho de dormir junto a un vampiro?
-Ahora que lo pienso. Debería reordear mis prioridades. O tal vez mudarme de habitación- la vampira le lanza un cojín y la chica morena lo esquiva agachándose.
-Voy a dar una vuelta por el campus- anuncio, elevando mi mano y señalando con el pulgar a mis espaldas, en dirección al pasillo.
-¡Si encuentras una apetitosa ardilla no dudes en traérmela!
Salgo de la habitación, cerrando la puerta detrás de mí. A continuación apoyo mi espalda sobre la superficie de esta y me tomo la libertad de sonreír ampliamente, recordando las palabras de la vampira. Elevo la vista y la centro en la puerta de enfrente, de la cual está saliendo en este preciso instante una chica pelirroja, con pecas en sus mejillas, y de enormes ojos azules. Le saludo con la mano y ella reacciona esbozando una media sonrisa.
Medito acerca de la situación que acabo de vivir y sin ser apenas consciente me planteo cómo podría evolucionar. Sin saber muy bien porqué, salvo la distancia que me separa de la chica pelirroja, situándome así a su vera. La estudiante me mira sorprendida e inmediatamente se sonroja.
-Me llamo Ariana.
-Yo soy Blair Wright.
Estrechamos nuestras manos amigablemente.
-¿También de primer año?
-Sí- contesta-. Al parecer, hoy es la noche de las novatadas. Nos toca ser el cebo por unas horas.
-Temo las pruebas a las que nos van a someter.
-Totalmente de acuerdo contigo- dice alegremente-. Espero que no suponga caminar sobre unas brasas ardientes o correr desnuda por todo el campus.
-Siempre podemos quedarnos escondida bajo la cama hasta que todo pase- bromeo.
La chica pelirroja sonríe y mueve su dedo índice en mi dirección, aprobando mi broma.
-Suena tentador. Será una de las opciones.
Bajamos los peldaños de la escalera, desembocando en la planta baja, lugar por el que continúan desplazándose estudiantes, algunos de primer año y otros de cursos más avanzados. Caminamos por el corredor, admirando la luz solar que se cuela a través del cristal e inciden sobre los cuerpos de las persona que transitan por el pasillo. Entre ellas llama mi atención una familia que acompaña a su hija en su primer día en la universidad. Son la viva imagen de la felicidad. Por un instante me atrevo a fantasear con la idea de que yo soy esa niña y las personas que me acompañan son mis padres. La imagen recreada en mi cabeza me aporta un sentimiento agridulce, dulce porque me transmite felicidad visualizar un futuro así, agrio porque sé que jamás va a suceder.
Cambio el rumbo de mi mirar hacia mi izquierda con el fin de dar con la chica de mi vera, pero esta ya no está junto a mí sino a unos metros, indicándole a una joven de primer año cómo ir hacia su habitación. La estudiante, de cabello castaño y ondulado, de ojos verdes, le da las gracias dándole sendas palmaditas en el hombro.
Blair vuelve conmigo y retoma la marcha.
-¿Problemas para llegar a la habitación?
-Sí. Me ha sorprendido su actitud calmada. No me explico cómo es posible que esté tran tranquila el primer día en la universidad. Yo estoy nerviosa por mi estancia aquí, los profesores y compañeros de clase nuevos, los horarios...
-Supongo que cada uno lo llevo lo mejor que puede.
Asiente.
A escasos metros de nosotras se encuentra un mostrador, donde se encuentra un chico de cabello moreno discutiendo con la recepcionista acerca del horario de clase. A sus pies se encuentra un equipaje de color negro, perfectamente sellado. El chico apoya ambos brazos en la superficie del mostrador y a continuación le pide a la mujer que hay tras él que vuelva a mirar en el ordenador. Tras el estudiante se concentra una cola de personas que esperan a ser atendidas por la recepcionista con el fin de resolver sus dudas.
-¿Vienes a dar una vuelta?
-Voy a saludar a un amigo. ¿Nos vemos luego?
-Claro.
Me despido con la mano de ella y emprendo una carrera hacia el mostrador. El chico al percibir el sonido que hacen mis deportes al entrar en contacto con las lozas del suelo, se da media vuelta, enfrentándose a mi persona. En ese instante una amplia sonrisa se apodera de su sonrisa, continuado por un brillo inusual que se apodera de sus pupilas.
Salvo la distancia que nos separa, y en cuanto me encuentro a escasos centímetros de él me abalanzo a sus brazos, recibiendo una calurosa recibida por su parte. Samuel se aferra con fuerza a mi cintura y se toma la libertad de provocar un ligero balanceo de nuestros cuerpos.
-¿Qué tal estás?
-Mucho mejor ahora que estás aquí- confieso.
-Tengo que admitir que yo estoy que hecho fumo. Sin embargo, tú has conseguido contrarestar mi malestar. En vez de hacerme parecer un enorme dragón furioso, parezco una llama apaciguada.
Sonrío ante su ocurrencia.
-¿Qué problema hay?
-He estado revisando mi horario y da la casualidad de que coincide una de mis clases con una actividad extraescolar.
-¿Te has apuntado a una actividad extraescolar?
-Sí, a unas clases de baile.
Me echo a reír.
-¿Qué te hace tanta gracia?
-¿Clases de baile?
-Hay que estar preparado- se defiende-. Nunca sabes cuando puede surgir un baile improvisado, como los de High School Musical o Camp Rock.
Aumento la intensidad de mi risa, provocando que mis mejillas se sonrosen y mis ojos se inuden de lágrimas.
-Sí, tú riéte, pero el día en el que se de la situación no vas a saber cómo reaccionar.
-Para entonces le pediré a un buen amigo que me de clases de baile- le doy un leve codazo y él sonríe ampliamente, dejando al descubierto sus colmillos.
-Serás de las peores compañeras de baile que pueda tener- bromea-. Creo que tendré que aumentar el presupuesto y la cantidad de clases prácticas.
-O tal vez puede que te sorprenda.
-Hay que estar muy mal de la azotea para retar a un vampiro.
-No sabes cuanto- añado, riéndome.
Samuel rodea mi cuello con su brazo y me aproxima a su persona, ejerciendo una leve presión en mis vértebras superiores. Deposito un beso casto en mi frente, el cual se me antoja una eternidad. Lentamente retrocede, liberándome de sus fuertes brazos, y se vuelve hacia el mostrador, lugar en el que se encuentra la recepcionista, mirando incrédula al vampiro.
-¿Sabe qué? Puede meterse el horario por donde le quepa.
Me llevo ambas manos a la boca, sorprendida por la valentía de mi amigo. Samuel coge en peso su maleta, bajo la penetrante mirada de los presentes, quienes, a estas alturas, deben estar cuiestionándose cómo es posible que pueda coger tanto peso.
-Nos vemos esta noche.
Me guiña un ojo. Le sonrío a cambio.
Giro sobre mis talones, poniéndome rumbo hacia la salida de la universidad, la cual desemboca en el aparcamiento que yace just enfrente. Samuel, en cambio, se dirije hacia su habitación con el fin de deshacer el equipaje y descubrir todo cuanto puede ofrecerle la universidad. Apuesto a que no tardará mucho en llevar a cabo ambas acciones. Cosas de vampiros.
Una vez salgo al exterior soy consciente de como la brisa cálida acaricia mis mejillas y alborota mi cabello a su merced. El cielo, despejado y azul, me regala una espéndida luz proveniente de nuestra estrella, la cual está situada en el punto más alto. Cierro los ojos momentáneamente,dejándome llevar por las sensaciones externas y por el agradable recuerdo que vive en mi mente; aquella tarde en el campo en compañía de mis mejores amigos y de Jonathan. Las palabras que escaparon de sus labios, las cuales hacían referencia a una promesa, que decía así: Yo, Jonathan Waymoore, prometo amarte, protegerte y acompañarte a cada paso que des hasta el fin de mis días.
Abro los ojos de par en par y entonces le veo a lo lejos, caminando en mi dirección, portando consigo un equipaje de color marrón. Su melena dorado ondea con la brisa cálida, la cual, además, ocasiona que la camiseta gris de mangascortas que lleva puesta se adhiere a su cuerpo, resaltando sus tonificados músculos. Alza la vista, centrando toda su atención en mi persona. Jonathan se detiene en seco, abandonando la maleta a su suerte. Sin tan siquiera hacer uso de la palabra, ambos tenemos la misma idea en mente, así que sin más dilación comenzamos a correr el uno hacia el otro, como si se nos fuese la vida en ello.
Cuando estoy lo suficientemente cerca salto en su dirección, siendo acogida en pleno vuelo por sus fuertes brazos, los cuales me mantienen elevada del suelo. Nuestros rostros se encuentran, del mismo modo que lo hacen nuestras frentes, ocasionando que nuestros labios se hallen a escasos centímetros, a punto de rozarse. Su respiración agitada provoca que el aire que con anterioridad vivía en sus pulmones escape con fuerza por sus fosas nasales, recorra la corta distancia que le separa de mí y termine por impactar contra mi boca.
Deslizo mi dedo índice por su mejilla. Él aprovecha mi detenida observación de cada una de sus facciones para escrutarme como si fuese su tesoro más preciado. Finjo no darme cuenta de su detenida examinación, aunque no me privo de sentirme maravillosamente bien. Aunque mis fuerzas flaquean, fracasando en mi propósito. De modo que le sostengo la mirada, aún sabiedo que sus ojos van a ser mi perdición.
Jonathan acaricia mi mejilla con el dorso de su mano y yo sigo el recorrido que lleva a cabo con la mirada. Incluso me concedo el placer de cerrar los ojos y dejarme llevar por el sentimiento tan agradable que despierta en mí la muestra de afecto. Me sorprendo a mí misma mordiéndome el labio inferior, un claro signo de ser incapaz de resistirme un segundo más a besarle.Así que me aferro a su rostro con ambas manos y le beso románticamente. Puedo sentir su corazón acelerado, y el mío, en su afán de imitar. El sudor recorrer sus manos desde la muñeca hasta las terminaciones de sus dedos, sudoración causada por los nervios que corren velozmente por su sangre, consiguiendo llegar a cada rincón de su ser. Percibo el calor originado por la aproximación de nuestros rostros por una duración prolongada, sus labios temblorosos y húmedos.
Cesamos de besarnos, mas no nos separamos sino que continuamos manteniendo nuestros rostros próximos el uno del otro, volviendo a dejar una escasa distancia entre nuestros labios. Los ojos de Jonathan buscan los míos desesperadamente, en su afán de contemplar el brillo que nace en mis pupilas cada vez que le veo. Yo también le miro. Aunque tengo una debilidad cuando lo hago; no puedo evitar esbozar una amplia sonrisa.
-Hola- confiesa, sonriéndome con los ojos.
-Hola.
-¿Qué tal estás?
-Genial- contesto, dejándome llevar por la felicidad que me embriaga en estos precisos instantes. Jonathan menea la cabeza, divertido.
-¿Puede saberse a qué se debe tu felicidad?
-Hoy es un buen día para ser feliz. Tengo a mis mejores amigos, a mi familia y a un increíble chico a mi lado, acompañándome a cada paso que doy, tanto en los bueno como en lo malo.
-¿Y ese chico es guapo?
Ejerce una mayor presión en mi cintura, en un intento de aproximarme un poco más a su persona.
-Es bastante guapo.
-¿Y te gusta mucho?
-No te haces una idea de cuánto. Sería capaz incluso de dar mi vida por él si fuese necesario.
Jonathan deposita un beso casto en mis labios.
-Daría todo cuanto tengo con tal de hacerte feliz.
-Lo sé. Esa es una de las razones por las que te quiero. A mis ojos, eres simplemente increíble. Nada ni nadie va a poder cambiar esa opinión que tengo de ti.
-Tú lo eres todo para mí- confiesa.
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