Capítulo 16
Me sitúo al volante, mas no pongo en funcionamiento el motor desde un principio sino que me limito a aferrar mis manos al volante y a contemplar con temor las armas que descansan en el asiento del acompañante, al mismo tiempo que intento hacer cálculos de cuantas posibilidades de sobrevivir y alcanzar mi objetivo tengo con tan pocos objetos defensivos.
Las cuentas no me salen y ello, en cierto modo, me aterroriza. Aún así no pienso permitir que el miedo me ciegue.
Sé lo que debo hacer, sé que estoy haciendo lo correcto. Si muero en el intento, lo haré sabiendo que lo intenté, que luche por conseguir aquello en lo que creía fielmente, que jamás me rendí a pesar de las adversidades.
A mis ojos, es una buena forma de acabar.
Cierro los ojos y suelto un largo suspiro cargado de temor.
A continuación me concentro únicamente en mi respiración, en un intento de estabilizarla.
Puedo sentir un nudo en el estómago imposible de ignorar, mi corazón latir con fuerza, sintiendo así el bombeo de la sangre en mis oídos, la adrenalina correr por mis venas.
Sacudo la cabeza con tal de deshacerme de todo pensamiento negativo y procedo a darle vida al motor, acción continuada por la observación de todo cuanto me rodea gracias a los espejos retrovisores, pendiente de cualquier posible peligro.
Las ruedas se deslizan por el asfalto, adhiriéndose con fuerza al terreno, avanzando con incertidumbre, ya que la carretera se encuentra sumida en la penumbra.
Las sombras de los edificios y las farolas se proyectan en el capó del vehículo que perteneció al anciano al que Elián asesinó a sangre fría.
Enciendo la radio con tal de alejar los pensamientos de mi mente, pues de lo contrario dejaré de prestar atención a la carretera y ello puede acarrear un fatal final.
Lo último que necesito ahora es abortar la misión. No puedo permitir que ello suceda. Debo tener la mente despejada, así podré mantenerme serena cuando llegue la hora de enfrentarme a un ejército de vampiros y miembros del círculo.
De los altavoces brota la misma melodía que sonó en el baile de primavera, la cual bailé con el vampiro, quien se propuso ser mi acompañante por una noche con tal de mantenerme a salvo y evitar que cometiera una locura.
Los recuerdos vividos con él aquel dia acuden a mi mente, presentándose más nítidos que nunca.
Recuerdo nuestro baile, ese que acepté a regañadientes y comencé desinteresadamente, pues mi corazón se encontraba en otro lugar, muy lejos de allí.
Elián me hizo girar y me aproximó repentinamente a su persona, provocando que nuestros cuerpos estuviesen separados por escasos centímetros, de manera que nuestros rostros estaban enfrentados y nuestras miradas se entrelazaran.
Sus ojos verdes claro me hipnotizaron, incluso me dejaron sin habla.
Me sentí extraña. No sabría explicarlo. Lo único que sé es que salí corriendo en cuando finalizó la canción, pues cada parte de mi ser me pedía huír.
Pestañeo un par de veces, volviendo a la realidad.
Rápidamene extiendo el brazo en dirección a la radio y con ayuda de mi dedo índice cambio de emisora, pero al no dar con ninguna canción que llame mi atención, decido apagarla.
No sé porqué Elián aparece con tanta frecuencia en mis pensamientos. Pero estoy totalmente segura de que no quiero tenerle en ella, no deseo rememorar las consecuencias catastróficas que han traído consigo sus acciones.
No me apetece recordar las dos ocasiones en las que me secuestró, ni el hecho de haberle arrebatado a Sam su vida humana, ni el haberse negado a salvar a Abby cuando fue el señuelo en un ritual, ni el asesinato del anciano.
No quiero recordarlo porque si lo hago sé que le odiaré y ello implicará tenerle nuevamente en mis pensamientos. Es un como un círculo vicioso. Resulta agotador.
Detengo el vehículo junto al inicio de un sendero que conduce hacia un imponente castillo.
Apago el motor, guardo el cuchillo en la cinturilla de mi pantalón y las estacas bajo mi sudadera y me bajo del autor, cerrando la puerta justo detrás de mí.
A continuación me tomo la libertad de apreciar la majestuosidad del refugio de Anabelle.
Por su tamaño deduzco que debe poseer más de una habitación, un par de salas amplias, un enorme comedor, corredores largos y laberínticos.
Encontrar a Jonathan y a Leslie va a ser más difícil de lo que pensaba. No solo tendré que enfrentarme a las amenazas que custodian el castillo sino también al hecho de desconocer su plano. Debería haber pensado en este aspecto, pero ahora es tarde para echarse atrás.
Maldigo una y otra vez mi escasa planificación.
Me pongo rumbo hacia el castillo, caminando con sigilo y ocultándome entre la naturaleza con tal de evitar ser descubierta antes de tiempo.
La brisa fresca ondea mi cabello y azota con violencia mis mejillas, tornándolas de un tono pálido. Además, provoca que la sudadera se adhiera a mi cuerpo, descubriendo los objetos que oculto bajo ella.
En cuanto me hallo a mitad de camino, me arrodillo y me hago con un pequeña piedra uniforme, la cual lanzo hacia el frente en un intento de dar con posibles hechizos o trampas. Sin embargo, no hay nada que me impida seguir avanzando, así que continúo con mi marcha, apretando el paso.
Al alcanzar los muros decido adherirme a ellos y avanzar deslizando mi espalda por ellos. Rodeo la estructura con el fin de dar con una puerta por la que adentrarme.
A los pocos minutos doy con una de ellas pero, desafortunadamente, está cerrada. Así que me veo en la obligación se seguir buscando una entrada.
Avanzo por el césped, observando, absorta, las nubes que se apoderan del cielo nocturno, las ventanas, en las que descansan cuervos, quienes observan los alrededores como si se les fuera la vida en ello. Sus ojos negros demuestran que no son amigables, así que debo andarme con cuidado si no quiero tener un encuentro desagradable con ellos.
Finalmente doy con una puerta abierta y hago ademán de entrar por ella cuando un hombre se propone salir hacia el exterior, así que me adhiero nuevamente a la pared, extraigo la estaca de debajo de mi sudadera y espero a que haga uso de presencia para asaltarle.
Un vampiro de cabello cobrizo abre como platos sus ojos marrones al verme y cuando hace ademán de anunciar mi presencia, le clavo la estaca en el corazón con fiereza.
Soy consciente de como sus manos se aferran a la mía y su mirar se fija en la herida mortal de su pecho izquierdo. Pronto su piel de torna de un tono grisáceo y sus ojos pierden todo indicio de brillo al mismo tiempo que sus párpados se van cerrando progresivamente.
Sostengo el cadáver del vampiro y atravieso la puerta, desembocando en una estancia pequeña, en cuyo centro hay una escalera que desciende al piso inferior.
Dejo el cuerpo sin vida del hombre de cabello cobrizo en una esquina y antes de ponerme rumbo hacia las escaleras, registro su cuerpo, localizando una pistola cargada.
Guardo el revólver en el bolsillo trasero de mis pantalones vaqueros y me apresuro a bajar los peldaños de la escalera, intentando hacer el menor ruido.
Cuando me encuentro por la mitad de esta, alguien se aferra a mi tobillo cuando hago ademán de bajar el siguiente escalóm, provocando que baje el resto de peldaños rodando.
Al llegar abajo impacto contra un muro en el que hay colgado una antorcha, haciéndome un leve corte en la mejilla.
Un cuerpo resistente y fuerte me inmoviliza.
Un hombre con aspecto paranoico me mira con sus penetrantes ojos inyectados en sangre y entreabre sus labios al ver la sangre que impregna mi mejilla.
Con ayuda de su dedo índice se hace con un poco de ella y a continuación la saborea. En el instante en el que la sustancia roja entra en contacto con sus papilas gustativas, sus pupilas se dilatan, hasta ocupar casi todo su iris, unas líneas negras aparecen bajo sus ojos y unos imponentes colmillos asoman a través de su labio superior.
El vampiro retira mi cabello, liberando mi cuello y acerca sus colmillos a mi piel, rozándome levemente con ellos.
En el momento en el que hace ademán de morderme, extraigo la estaca que oculto bajo la sudadera y se la clavo en el corazón.
El hombre comienza a escupir sangre, la cual salpica mi cuello. Ladeo la cabeza hacia un lado con tal de evitar presenciar la escena.
La piel de mi acechante se vuelve grisácea, sus ojos se apagan y cierran y su rostro pierde toda expresión. Empleo todas mis fuerzas en echar hacia un lado su cuerpo con el fin de incorporarme.
Una vez estoy de pie, me sacudo la ropa con ayuda de mis manos y procedo a hacer desaparecer la sangre salpicada con ayuda de la manga de mi sudadera, pero lo único que consigo es restregarla por mi piel intacta.
Me arrodillo ante el cuerpo inerte del vampiro y le extraigo la estaca, la cual está rota por la mitad, hecho que impide que pueda ser utilizada con eficacia, así que decido dejarla en el suelo.
Cuento con dos armas, una pistola y un cuchillo, ambas incapaces de acabar con los vampiros.
La única posibilidad que tengo de seguir adelante es encontrarme con seres sin ningún tipo de magia oscura o maldición como el vampirismo. Nuevamente las cuentas no salen.
Me incorporo una vez más y echo a andar por el pasillo de muros de piedra, adornados con antorchas que iluminan pobremente el corredor.
A medida ue avanzo por él voy descubriendo calabozos que se abren paso a cada lado, todos ellos vacíos.
La mayoría presentan un estado lamentable, es como si se hubiese producido una explosión allí y todos los presos hubiesen escapado.
Sea como fuere, este lugar no me transmite confianza. Es más, siento como si en él abundasen sentimientos tales como la tristeza, el dolor, la desesperación.
Al llegar al final del pasillo tuerzo hacia la izquierda, incorporándome a un nuevo corredor, el cual está menos iluminado que el anterior, así que caminar sin tropezar supone todo un desafío. Por suerte, una luz de un tono azul claro escapa de una estancia, cuya puerta está abierta.
Me adhiero a la pared, mantengo la pistola en ristre y me voy desplazando horizontalmente con sigilo.
En cuanto alcanzo la entrada asomo la cabeza para mirar el interior. No hay nadie, así que entro en la habitación, la cual parece ser un laboratorio.
Las paredes son blancas y las lozas del suelo grises. Una luz azulada se proyecta sobre una camilla que hay en el centro de la sala con correas para las inmovilizar las manos a cada lado, junto a la que hay un monitor que mide las pulsaciones, un par de bolsas de suero y un carrito de metal con diversos tipos de agujas, bisturís, tijeras, grapadora.
En un extremo de la estancia hay un aparador sobre el que descansa un refrigerador, en el que se guardan bolsas de sangre, una serie de tubos de ensayos que contienen sustancias de distintas tonalidades.
Cambio el rumbo de mi mirar hacia las correas, las cuales están algo desgastadas.
Continúo descendiendo la mirada, examinando a su vez los soportes de metal de la camilla, estos poseen marcas verticales y profundas, hechas gracias al empleo de las uñas.
En el suelo hay una jeringuilla y una pequeña mancha de sangre.
Suelto un gritito y rápidamente me doy media vuelta.
Ante mí se alza un vampiro que me observa con desconcierto.
Hago ademán de escapar por el hueco libre que hay entre él y la puerta, pero este se desplaza hacia un lado, dejándome sin salida.
A continuación niega mi idea chasqueando la lengua al mismo tiempo que mueve su dedo índice en señal de negenación.
—Eres el nuevo sujeto de experimento— dice.
Niego con la cabeza y retrocedo un par de pasos.
El vampiro se vale de su velocidad vampírica para acostarme en la camilla, amarrar mis manos con las correas desgastadas y atar mis pies.
A continuación se dirije hacia el refrigerador, busca un tubo de ensayo y finalmente vuelve conmigo.
Toma asiento en una silla que hay junto al monitor que mide las pulsaciones y se entretiene llenando la jeringuilla con una sustancia incolora.
—¿Qué es eso?— inquiero saber.
—Esto es tu perdición. Con tan solo inyecarte esta sustancia te convertirás en una destripadora humana. ¿Hasta qué limite serás capaz de llegar?
—No...— digo débilmente al mismo tiempo que niego con la cabeza.
—La ciencia tiene que progresar y, ¿qué mejor forma de conseguirlo que esta?
El vampiro se pone en pie y acerca lentamente la aguja a mi antebrazo.
Forcejeo con todas mis fuerzas con tal de liberarme pero no lo consigo. Aún así no dejo de luchar.
Muevo la cabeza de un lado a otro e intento ver más allá de la cegadora luz azul, con tal de dar con algo con lo que defenderme. Sin embargo, aunque diera con dicha arma, no podría emplearla, pues estoy totalmente inmovilizada.
La aguja roza mi piel, transmitiéndome una sensación gélida y en cuanto está a punto de perforar mi piel, percibo un crujido.
Soy consciente de como el rostro del vampiro no nuestra ningún tipo de expresión y su piel se torna grisácea. El cuerpo del hombre se desploma en el suelo, descubriendo así a un chico de cabello moreno y enormes ojos verdes claro que mira ceñudo el corazón que sostiene en su mano.
La sangre se desliza por la manga de la chaqueta de cuero del vampiro y las pequeñas gotas saltan, cayendo al vacío para más tarde impactar contra el suelo.
Elián deja caer el músculo cardíaco, alza la vista y me mira. Le sostengo la mirada. Por primera vez, me alegro de verle.
Elián se aproxima a la camilla y comienza a quitarme las correas que aprisionan mis muñecas, las cuales están amoratonadas debido a la presión que ejercían.
Me incorporo y me deshago de la cuerda que inmoviliza mis pies.
Tomo asiento en el borde de la camilla y me paso una mano por la frente.
El vampiro se aferra a mi mentón y tira de él, obligándome a mirarle. La luz azul se proyecta en sus ojos verdes, resaltándolos.
—Me voy unas horas y mira en qué líos te metes— dice mientras me escruta con su mirada. Aparta mi cabello, descubriendo mi cuello impregnado de sangre—. ¿Estás herida?
Niego con la cabeza.
—No es mi sangre— explico.
—Es una suerte porque no tenía ganas de jugar a los médicos— fuerza una sonrisa y me da la espalda, encaminándose hacia la salida—. Vamos, tenemos cosas que hacer.
Me bajo de la camilla de un salto, mas no me apresuro a unirme a su marcha sino que me limito a permanecer inmóvil, repasando lo ocurrido hace escasos minutos.
Del mismo modo intento dar con la razón por la que el vampiro ha decidido volver a embarcarse conmigo en esta misión suicida. Por más que me esfuerzo por buscar una respuesta a la pregunta que se formula en mi cabeza, no logro dar con ella, así que decido hacer uso de la palabra para obtener la información que necesito.
—Te fuiste— comienzo a decir con un hilo de voz. Elián se detiene al situarse bajo el marco de la puerta y ladea su cabeza hacia la derecha, mirándome de soslayo. Camino un par de pasos hacia el frente, apretando los labios, meneando levemente la cabeza y encogiéndome de hombros—. Dijiste que no querías estar donde no eras bienvenido. Parecías muy seguro de tu decisión, como si no existiese nada que pudiese hacerte cambiar de parecer. ¿Por qué? ¿Por qué has vuelto?
Elián se da media vuelta, enfrentándose a mi mirada. A juzgar por la expresión que muestra deduzco que mi pregunta le ha cogido por sorpresa. Es como si no supiese qué responder.
Sus ojos verdes se detienen en el mostrador que hay en un extremo de la estancia. Parecen estar midiendo una a una las palabras que va a decir.
Su silencio comienza a impacientarme, así que me cruzo de brazos y le miro ceñuda.
El vampiro mantiene su cabeza agachada durante unos segundos y luego alza la vista, fijando su mirar en mi rostro, lo cual provoca que deje de respirar por el impacto que su detenida observación tiene en mí y mis mejillas se sonrojen como consecuencia de la vergüenza que siento por haber actuado así.
—Cometí un error y estoy aquí para enmendarlo.
—Tus palabras parecían expresar lo contrario— replico—. No te juzgo Cada uno es libre de tomar sus propias decisiones.
—Me equivoqué.
—Así que has vuelto para solucionar las cosas.
—He vuelto para salvarte de una muerte segura. Sabía que no podrías manejar la situación sola.
Abro los ojos como platos y enarco las cejas.
—Puedo hacerlo sola, no te necesito ni a ti ni a nadie.
—¿Estás segura? Porque si no hubiese sido por mi intervención ahora mismo estarías destripando a personas inocentes.
Trago saliva.
—Así que se supone que debo darte las gracias.
El vampiro abre sus ojos, fuerza una sonrisa y asiente un par de veces. Suelto un suspiro y cambio el rumbo de mi mirada hacia la camilla, incrédula.
—Tú nunca das las gracias ni te disculpas por tus actos, así que creo que estoy en todo mi derecho de adoptar la misma actitud.
Camino hacia el frente, esquivando su persona al pasar por al lado, y me incorporo al corredor pobremente iluminado.
El vampiro permanece unos segundos de más en su posición, imagino que procesando la información y poniendo los ojos en blanco, luego se sitúa a mi altura y emprende una marcha hacia la izquierda.
—Vale, lo entiendo. Me he comportado como un completo imbécil contigo e intentas pagarme con la misma moneda.
—Empiezas a acercarte.
—Hay algo que no entiendo. ¿Por qué te empeñas en buscarme aún sabiendo que te he hecho daño? Es como si tuvieses cierto complejo de masoquista.
Pongo los ojos en blanco y suelto un bufido.
—¿Qué he hecho mal ahora?
Me doy media vuelta, enfrentándome a su persona. Le señalo con mi dedo índice y sus ojos verdes van a parar a él.
—Sí, puede que tenga cierto complejo de masoquista y sí, puede que sea una idiota por acudir a pedirte ayuda. Pero lo he hecho por una buena razón. Eras la única persona que podía ayudarme.
—Debiste asumir, antes de pedirme ayuda, que mis métodos no eran pacifistas.
—Lo hice. Pero aún así me atreví a intentarlo.
—No puedes entrar en la vida de una persona y pretender cambiar su forma de ser sin conocer las circunstancias que le han llevado a ser como es. Y eso eso precisamente lo que intentas una y otra vez. Quieres convertirme en el héroe. Y yo no estoy dispuesto a ser uno de ellos.
—Se llama tener esperanza.
Niega con la cabeza.
—No es tener fe, es ser egoísta.
Sus ojos verdes se clavan en los míos como si pretendiese traspasarme con ellos.
Durante unos segundos tan solo se escuchan nuestras respiraciones agitadas, mas después de estos se percibe unos sollozos femeninos provenientes del final del corredor. Ambos miramos en dicha dirección y luego entrelazamos nuestras miradas.
—¿Qué ha sido eso?— pregunto nerviosa.
—No lo sé, pero vamos a saberlo en breve.
Camina apresuradamente hacia el final del pasillo y yo, a duras penas, intento adaptarme a su ritmo, lo cual me resulta prácticamente imposible, aún así no desisto.
Por suerte, el vampiro se detiene junto a una puerta de metal y yo consigo situarme a su vera.
Elián palpa la superficie y acerca su oreja a esta con tal de oír. Yo, por el contrario, me limito a mirar a nuestro alrededor con tal de comprobar que no hay ninguna amenaza próxima.
—Voy a echar la puerta abajo— anuncia.
Asiento y me hago a un lado.
El vampiro se vale de su fuerza vampírica para ejercer presión sobre la superficie de metal hasta tal punto de conseguir que la puerta se salga de los goznes, de manera que coge esta en peso, se adentra en el interior del calabozo y la deposita contra la pared.
Entro en la nueva estancia con olor a humedad y a cerrado, iluminada con una pequeña ventana con dos barrotes.
En la pared más alejada hay unas cadenas que se abre paso en dirección descendente hasta quedar a la altura de una cama de colchón fino y sábanas deshilachadas.
Sobre este mueble hay una chica, con las piernas flexionadas, abrazándose a sí misma y con la mirada perdida en el suelo. Está temblando como consecuencia del miedo que siente ante la nueva presencia.
Elián se da media vuelta y en el momento en el que su mirar se deposita en la chica que yace sobre la cama, se mantiene inmóvil. Sus ojos verdes adoptan un brillo inusual y sus pupilas se dilatan.
—Leslie.
La chica alza la vista por primera vez y la fija en el vampiro. Al hacerlo, visualizo un corte en su mejilla y un hematoma en su cuello, heridas que están curándose a una velocidad de vértigo.
El vampiro salva la distancia que le separa de la chica, se aferra a los soportes de las cadenas y las rompe con un ligero tirón.
Luego, se aferra a las manos de la joven y libera a sus muñecas amoratonadas de las cadenas que la aprisionan. Una vez está sin ataduras, Leslie se pone en pie y Elián la abraza con fuerza, levantándola ligeramente del suelo.
La chica rubia apoya la cabeza en el hombro del vampiro y derrama lágrimas de dicha. Él, en cambio, no llora, a pesar de que sus ojos están inundados y amenazan con desbordarse.
—Creí que no volvería a verte— confiesa el vampiro.
La chica esboza una leve sonrisa. A pesar de tener un aspecto tan desfavorecido logra verse bonita cuando sonríe.
—¿Tantas ganas tenías de perderme de vista?— dice con una voz débil. Elián deja de abrazarla y acoge su rostro entre ambas manos.
—Siento haber tardado tanto tiempo en salvarte.
—Está bien, Elián. De todos modos, lo tuyo nunca ha sido ser un héroe.
—Claro que no está bien. Tuve que dejarte atrás. Me rendí porque no tuve el valor suficiente para buscar y posteriormente enfrentarme a Kai.
Leslie acaricia la mejilla de su hermano.
—Lo importante es que estás aquí. Ahora.
—Ojalá fuese suficiente.
—Para mí lo es— admite sin ningún pudor. Los ojos del vampiro centellean y por primera vez una lágrima escapa por su rabillo y se desliza por su mejilla. Esta vez, la mirada de la chica se deposita en mí—. ¿Quién es?
Elián cambia el rumbo de su mirada hacia mí y duda antes de responder.
—Es la razón por la que estoy aquí.
—Mi nombre es Ariana Greenberg— me presento—. Y tú debes ser Leslie, la hermana de Elián.
Asiente y sonríe.
—Gracias por salvarme.
—No es nada— digo haciendo un gesto con la mano, quitándole importancia.
—Claro que sí. No es fácil colarse en este castillo sin ser vista y mucho menos llegar hasta mí con ese ejército de vampiros patrullando los corredores.
—En realidad, la han interceptado y han estado a punto de experimentar con ella. Si no hubiera sido por mi intervención, estaría ahora mismo comportándose como una verdadera destripadora.
Leslie mira a su hermano y luego a mí.
—Si habéis venido juntos, ¿cómo es que no actuaste antes de que la capturasen?— el vampiro abre la boca para contestar pero por ella no sale una mísera palabra.
—Elián estaba ocupado enfrentándose a un par de vampiros— miento.
Lo último que deseo es arruinar este momento familiar argumentando que el vampiro se negó a continuar con esta misión, volviendo a dejar a su hermana atrás.
Elián me mira y, a pesar de no emplear la palabra, sé con tan solo una mirada que agradece mi comentario.
—Deberíamos irnos ya— dice Leslie.
El vampiro mantiene agachada la cabeza, meditando las palabras de su hermana y luego alza la vista, mirándome con su penetrante mirada.
—Hay un asunto del que tenemos que ocuparnos.
Salimos del calabozo, incorporándonos al corredor y caminamos por él, retrocediéndo sobre nuestros pasos hasta alcanzar la escalera. Subo en primer lugar, seguida de Leslie y del vampiro.
Un cuerpo inerte nos da la bienvenida, el cual posee una estaca clavada en el corazón.
Un rastro de sangre se dirije hacia la cima de la escalera con lentitud, arrasando con todo cuanto hay a su paso.
—Por aquí— dice Elián.
Esta vez el vampiro va en cabeza, pues parece conocer el castillo, así pues nos dejamos llevar por su sentido de la orientación.
Elián se detiene junto a la pared, apoya su espalda sobre la superficie y ejerce presión sobre un extremo, ocasionando que esta se incline ligeramente, dando lugar a un pasadizo secreto.
Leslie se adentra en él y yo le sigo pisándole los talones.
Un pasillo sumido en la más completa oscuridad se abre paso ante nosotros. Por suerte, Elián enciende un mechero que lleva encima, iluminando parte del camino.
La llama aporta cierta calidez que agradezco, pues en este pasillo la temperatura ha caído en picado. Tal es así que tengo las manos heladas y siento una leve molestia en las uñas.
El corredor desemboca en una escalera que conduce hacia una nueva pared.
Elián vuelve a apoyarse sobre la superficie de esta, ejerciendo nuevamente presión en un extremo.
La puerta oculta hace uso de presencia, dejando al descubierto un hueco para pasar. Una intensa luz blanca nos ciega momentáneamente pues hemos estado demasiado tiempo viviendo en la oscuridad.
El vampiro es el primero en salir, seguido por mí y por Leslie.
Elián nos pide que nos detengamos y se aproxima a la entrada a una estancia, cuya puerta está abierta. Asoma la cabeza con cuidado de no ser descubierto y analiza la situación que se presenta en su interior. Luego, retrocede sigilosamente hasta quedar a la altura de una habitación de puertas cerradas, rompiendo el pomo.
El vampiro nos indica con la mano que nos adentremos en el interior con rapidez, acción que llevamos a cabo sin la más mínima demora. Una vez en la sala, Elián coloca el picaporte roto y cierra la puerta detrás de él.
—La estancia de al lado está plagada de vampiros y miembros del círculo. Además, cabe destacar la presencia del destripador y la mayor víbora de todas.
Por mi cabeza pasan dos nombres: Kai Spinnet y Anabelle Baker.
—¿Qué vamos a hacer?— inquiero saber.
—Tenemos que mantenerlos alejados de la sala el tiempo suficiente para salvar a tu chico.
—Llamaré a los cazadores y les pediré que provoquen algún tipo de explosión.
Hago ademán de marcar el número telefónico de mi padre cuando el vampiro coloca la mano sobre la pantalla del celular y niega con la cabeza.
—Tardarían demasiado en venir. Para cuando llegasen podríamos haber sido descubiertos. Necesitamos la ayuda de alguien que pueda llegar aquí en cuestión de segundos y pueda desatar el caos con tan solo chasquear los dedos.
—Un brujo— apunta Leslie.
—No cualquier brujo— añado sin apartar los ojos de la persona de Elián—. Necesitamos a Gideon Sallow.
—Bingo— dice con una fingida emoción—. Así que hazle una llamada y pídele que venga cagando leches.
—Le pediré por favor que nos preste su ayuda.
Elián pone los ojos en blanco y Leslie suelta una risita.
—Mi hermano no es muy sutil.
—Créeme, hace bastante que lo sé.
—No es momento de ponerse de acuerdo para echar pestes del otro.
Marco el número de Gideon Sallow y permanezco a la espera de oír su voz al otro lado de la línea, lo cual me lleva tres segundos.
—Ariana, ¿ha ocurrido algo?
—Estamos en un aprieto y necesitamos ayuda para salir de él.
—¿Qué necesitas exactamente?
—Que vengas cagando leches hasta aquí— dice Elián elevando el tono de voz.
Le fulmino con la mirada y meneo la cabeza. A continuación procedo a acercarme a una de las ventanas con tal de alejarme de el vampiro.
—Ignórale. Yo suelo hacerlo con frecuencia.
Leslie se muerde el labio para reprimir una risita y su hermano mayor le lanzo una mirada envenenada.
—Lo único que debes hacer es ocasionar una explosión cercana al castillo. Ello distraerá a los vampiros y a los miembros del círculo el tiempo necesario para salvar a Jonathan.
—Está bien. Intentaré hacer lo que pueda.
—Gracias.
—No hay de qué.
Finalizo la llamada y guardo el teléfono en el bolsillo trasero de mis pantalones.
A continuación me entretengo mirando a través del cristal de la ventana, apreciando el inmenso jardín que pertenece al castillo e imaginándolo en una época pasada.
Puedo visualizar a criadas caminando sobre el césped portando cestas con sábanas blancas, dirigiéndose a la estructura. Incluso puedo imaginar carruajes elegantes y caballeros subidos a horcajadas en sus caballos. Por un instante fantaseo con la idea de un romance secreto entre una sirvienta y un miembro de la realeza. Un amor imposible pero igualmente real.
Un cuervo se deposita en el alféizar de la ventana y me mira con sus penetrantes ojos negros.
Retrocedo un par de pasos y corro las cortinas en un intento de desaparecer del campo de visión del ave, pues su mirar me está poniendo los pelos de punta.
Los cuervos nunca me han transmitido mucha confianza. Tal vez este hecho se deba a que mayoriamente se les relaciona con al muerte y los cementerios o quizá porque son la prueba de que Anabelle sigue vivita y coleando.
Permanezco inmóvil, meditando la última expresión.
No puedo creerme que dicha frase se haya apoderado de mi cabeza. Aunque supongo que es un efecto secundario de estar en compañía de Elián tanto tiempo.
Al final, mi cerebro termina grabando cada una de las palabras del vampiro y las mantiene a salvo en un rincón de mi mente, listas para ser usadas y recordadas con frecuencia.
Comienzo a pensar que pasar tanto tiempo con el vampiro no es sano.
Se produce una fuerte explosión que provoca que los cimientos del castillos vibren como consecuencia de su magnitud.
Elián nos indica que nos escondamos y es eso precisamente lo que hacemos. Leslie se oculta tras un escritorio de madera, Elián se adhiere a la pared que hay junto a la puerta y yo opto por esconderme tras un armario.
El vampiro se lleva el dedo índice a los labios, pidiéndonos que guardemos silencio.
Se escuchan cientos de pisadas yendo de un lado a otro del castillo, bajando peldaños de las escaleras, cerrando puertas, lanzando objetos metálicos, voces, órdenes.
Durante unos minutos lo único que se perciben son las suelas de los zapatos impactar contra las lozas del suelo y las corrientes de aire que se cuelan a través de los huecos que hay bajo las puertas.
Permanecemos en silencio e inmóviles por más de cinco minutos, tras los cuales se dejan de oír murmullos y pisadas, señal que nos indica que la habitación contigua se ha quedado vacía.
—Es la hora— anuncia Elián, quien abre la puerta y asoma la cabeza con tal de comprobar que no hay ninguna amenaza próxima.
Se incorpora al corredor y nosotras hacemos lo mismo un par de segundos después. Nos encontramos caminando por el pasillo cuando Leslie tropieza con un arma que hay en el suelo y está a punto de caer cuando me aferro a su cintura y a su brazo, impidiendo tal fatal final.
La vampira me dedica una sonrisa a cambio y yo se la devuelvo.
Elián se detiene junto a la entrada a la sala y yo, al estar absorta en mis pensamientos, no me percato de ello e impacto contra su espalda.
Mis mejillas se sonrojan inevitablemente y yo me veo en la obligación de mantener agachada la cabeza y permitirle a algunos mechones libres de mi cabello ocultar mi rostro.
Rodeo a Elián y me adentro en el interior, dejándole atrás con su hermana.
Las paredes son blancas y poseen una cinta rosada que se abre paso horizontalmente sobre los muros. Las lozas del suelo adoptan un tono blanquecino, el cual resalta con la luz blanca proveniente de la luna que se cuela a través de los ventanales que hay en los laterales.
En un extremo de la estancia hay un conjuntos de sofás de un rosa pálido enfrentados entre sí junto a una chimenea apagada.
En la pared contraria se abre paso una mesa de madera extensa, alrededor de las que hay sillas del mismo material y que a simple vista parecen ser cómodas. En el techo descansa una lámpara de cristal, cuya luz amarilla iluminada cada rincón de la estancia, evitando así que la oscuridad se apodere de ella.
Mas mi atención recae en un chico que hay de espaldas, ensimismado contemplando desde la distancia las vistas que se abren paso a través de un ventanal.
Su cabellera rubia reluce bajo la luz amarilla de la lámpara de techo que, además, se encarga de resaltar su ropa compuesta por una camiseta negra de mangas largas y unos vaqueros ajustados del mismo tono.
—Jonathan— susurro.
El chico se da media vuelta, intrigado por la presencia de una voz femenina.
Sus ojos azules se encuentran con los míos y sus labios se entreabren debido a la sorpresa.
Sus hombros, antes formando una línea recta, decaen. Del mismo modo, su expresión se relaja y una sonrisa imposible de controlar se apodera de sus labios y un brillo inusual de sus penetrantes ojos.
Mi corazón da un vuelco al verle allí, de pie, recibiéndome con una sonrisa.
Cada recuerdo vivido con él asalta mi mente, del mismo modo que se manifiestan estos meses cargados de dolor y miedo por el porvenir.
Sin duda, había fantaseado cientos de veces con un encuentro con él, pero jamás pensé que sería como este.
No importa cuánto me haya estado preparando para saber qué decir, pues ahora mismo toda información acaba de borrarse de mi mente. Y sin embargo sé exactamente qué paso he de dar. Pues en este momento en concreto me guía mi corazón, cada latido de este me da la fuerza y el valor necesario para seguir adelante con mi propósito.
—Ariana, no deberías estar aquí. Si te vieran podrían hacerte daño— dice con una voz entrecortada.
Su tono denota cierto nerviosismo. No le juzgo, yo también estoy de los nervios.
Me detengo justo enfrente de él y me encargo de escanear cada una de sus facciones y de contemplar atentamente sus ojos azules, los cuales he extrañado durante estos meses.
—Ya nos hemos ocupado de ese asunto. Estamos a salvo de cualquier amenaza.
Jonathan mira por encima de mi hombro y observa a mis acompañantes, quienes continúan en la entrada, observando la escena.
—Te dije que iba a salvarte y aquí estoy, cumpliendo mi palabra.
—No deberías haberlo hecho. Has corrido un gran peligro.
—Se trataba de ti— susurro sin ser consciente siquiera—. No podía permitir que corrompiesen tu alma y mucho menos perderte para siempre. Porque la idea de vivir en el mundo en el que no estés, me aterra.
—Todo cuando he hecho ha sido para mantenerte a salvo. Yo no deseaba dejarte atrás, pero tuve que hacerlo con tal de protegerte. Porque la simple idea de imaginarte herida me rompe el corazón en cientos de pedazos. Siempre voy a velar por ti, Ariana.
—Lo sé.
Jonathan coloca un mechón libre de mi cabello tras mi oreja y yo permanezco inmóvil, observando como lleva a cabo esta acción, mirando su mano con extrañeza y a la vez con amor.
—Siento haberte hecho daño. Nunca fue mi intención y, ahora, no puedo parar de hacértelo y me odio por eso.
—Me has salvado la vida, jamás podría odiarte por eso. Admiro tu coraje. No debe ser fácil tomar una decisión como tal.
—Alejarme de ti ha sido como visitar el infierno día tras día— mantiene la cabeza baja, se aferra a una de mis manos y con su dedo pulgar propicia sendas caricias a mis nudillos—. Jamás podré perdonarme el haberte hecho daño.
—Pues yo si te perdono— alza la vista y clava sus ojos azules en los míos— porque te quiero y no soy capaz de concibir la idea de volver a perderte— aproximo mi rostro al suyo lentamente. Mantengo mis labios separados de los suyos por escasos centímetros y me limito a encontrarme con su mirada afligida. —. Me subí a un tren cuando te conocí y no tengo pensado bajarme de él. Necesito saber si aún me acompañas en esta aventura o por el contrario esperas apearte en la próxima estación.
—Continúo subido al tren y no está entre mis planes abandonarlo.
Sonrío ampliamente y sin pensármelo dos veces uno mis labios con los suyos.
Jonathan acaricia mi mejilla con ternura y me corresponde.
Nos besamos apasionadamente, demostrándonos cuanto nos hemos echado de menos.
En mi mente se presenta una película que hace un recorrido de todo lo vivido junto a Jonathan, comenzando por aquel día en el instituto en el que me encontraba en el pasillo y le vi al final del corredor, con una capucha y los brazos cruzados, y terminando con este maravilloso beso.
Separo mis labios de los suyos y busco sus ojos azules. A continuación alzo mi mano y trazo con mi dedo índice el contorno de su mandíbula y los hoyuelos que nacen junto a sus comisuras cuando sonríe.
Mis labios se expanden, dando lugar a una sonrisa.
Es inevitable ocultar mi felicidad, pues esta se escapa por cada poro de mi piel.
Me cuesta creer que este momento esté ocurriendo. Incluso tengo mis dudas todavía. Pero mis sentimientos se presentan tan reales que doy por hecho que se trata de la realidad. Ni en mis mejores sueños sería capaz de sentir lo que estoy sintiendo ahora.
Jonathan me da un beso casto y a continuación rodea mi cintura con sus manos, me levanta del suelo y gira conmigo en brazos.
Mientras lleva a cabo está acción sonrío como si se me fuese la vida en ello y me concienzo de lo afortunada que soy por estar viviendo este momento tan esperado y deseado.
Es todo cuanto siempre he querido. Estar con Jonathan.
El chico de cabellera rubia se detiene y me baja lentamente.
Una vez vuelvo a tener los pies en tierra nos miramos con avidez y, sin pensarlo dos veces, le abrazo con todas mis fuerzas, apoyando mi cabeza en su hombro y apreciando el dulce perfume que emana de su cuello.
Jonathan apoya su barbilla en mi coronilla y ejerce mayor presión en mi cintura, en un intento de mantenerme próxima a su persona.
Tenerle cerca me hace sentir viva. Es como si tras su marcha hubiese muerto una parte de mí y, ahora con su regreso, hubiese renacido.
No soy capaz de explicar con palabras lo dichosa que soy y el amor tan inmenso que siento hacia él.
Lo único que sé es que es de esa clase de amores que te dejan sin respiración, de esos que deseas tener a tu lado toda la vida. Un amor real, con el que aprendes a valorar la felicidad y a sentir la ausencia.
Nuestra historia no ha estado exenta de altibajos y dudo que llegue a estarlo algún día. Pero, a pesar de todo, nos hemos mantenido fuertes, luchando contra todo pronóstico, regando el amor que sentimos el uno por el otro, hasta lograr que crezca siendo fuerte y sano, capaz de combatir todo mal.
Asomo mi cabeza por encima del hombro de Jonathan y miro a lo lejos, concretamente hacia la entrada a la estancia, donde descansa un chico de cabello moreno, enormes ojos verdes claro y piel cetrina, ensimismado mirando en nuestra dirección y esbozando una sonrisa.
Su hermana, Leslie, una chica rubia, rodea el torso de su hermano desde atrás y mantiene apoyada su barbilla en el hombro derecho de Elián. Su expresión es tierna. Sus ojos centellean ante el momento que está contemplando y en sus labios asoma una tímida sonrisa.
Le doy las gracias a Elián moviendo los labios, sin articular el menor sonido y él responde asintiendo una vez y regalándome una sonrisa ladeada.
La chica que se sitúa a sus espaldas le susurra algo que no alcanzo a oír pero por la expresión que deja ver el vampiro deduzco que no puede estar más en desacuerdo.
Me concentro en leer sus labios con tal de descubrir que está diciendo pero tan solo logro captar el mensaje; es peor que un dolor de muelas.
A continuación el vampiro me mira y deja ver una sonrisa pícara. Con ese comentario pretendía referirse a mí.
Pongo los ojos en blanco y meneo la cabeza, incrédula.
Apoyo la cabeza en el hombro de Jonathan nuevamente y me dejo llevar por el dulce aroma que desprende su cuello y por los latidos acompasados de nuestros corazones. Este momento me pertenece y no pienso permitir que un vampiro narcisista y carente de empatía me impida disfrutar de este instante.
Y, en definitiva, los mejores momentos surjen de improvisaciones y son estos mismos los que dejan una huella imborrable en nuestra memoria y una melodía eterna en nuestro corazón.
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