Capítulo 9

Despierto de mi profundo sueño al oír el crujir de la madera del suelo y lo primero que capta mi atención es Elián, quien está apoyado sobre la superficie de la puerta, con los brazos entrecruzados y con una mirada ausente que refleja que sus pensamientos van por otro lado. Me sobresalto ante su inesperada visita y me incorporo en el sofá. El vampiro cruza la estancia con dos zancadas y recoge la bandeja de plata del suelo, examinándola rápidamente.

-Parece que vas a seguir dando guerra.

Suelta la bandeja en una mesa y se pasea por delante de una estantería, deteniéndose de vez en cuando para ojear algún ejemplar que llama su atención. Aprovecho su entretenimiento con el libro "Cumbres Borrascosas" para emprender una sigilosa caminata hacia la salida de la habitación. Al alcanzarla, extiendo el brazo y me aferro con fuerza al picaporte. Antes de girarlo miro una última vez hacia atrás para comprobar si Elián está al tanto de mi plan.

-Yo que tú no lo haría. A menos que busques desesperadamente morir a manos de uno de los vampiros que se alojan aquí.

Ignoro su advertencia y cuando apenas he abierto un poco la puerta, este cruza la estancia con rapidez, situándose a mis espaldas, me hace girar y me apoya con fuerza sobre la superficie de madera, inmovilizándome con uno de sus brazos. La presión que ejerce en mi clavícula es tan grande que dificulta mi respiración y me veo en la obligación de abrir la boca para inspirar el aire.

-La próxima vez que se te ocurra hacer una tontería semejante, tu amigo se convertirá en el aperitivo de William.

-Pagarás por todo lo que estás haciendo.

-¿Me estás amenazando?

Aproxima su rostro tanto al mío que nuestras narices se cruzan. Hasta ahora no me había fijado en que tienes unos enormes ojos verdes claro poblados de pestañas.

-Te creía menos estúpida.

Se separa de mí y me aparta de la puerta con un rápido movimiento para salir por ella, concediéndome nuevamente el privilegio de disfrutar de la soledad que tan a menudo me visita. Cuando la entrada se sella una vez más, confío mi espalda en la superficie de madera y miro con desdén todo cuanto me rodea.

-Psicótico- digo en voz alta.

Entonces, agudizo el oído y escucho unos pasos que poco a poco se alejan de la puerta.

Al parecer ese vampiro se ha quedado para escuchar mis quejas y la verdad es que me hace sentir bien el hecho de que haya sido partícipe de cual es mi opinión con respecto a él. Quién sabe. Tal vez haya vivido con los ojos vendados demasiado tiempo. Si es así, ya va siendo hora de que alguien le advierta de la venda que lleva puesta.

Me acomodo nuevamente en el sofá y le permito a mis ojos el privilegio de recorrer cada centímetro de la habitación con tal de matar el tiempo mientras pienso en una forma de escapar. Entonces, mi mirar se detiene en el cristal de la ventana e inmediatamente se me ocurre una brillante idea.

Ruedo por el sofá y me lanzo al vacío sin ningún pudor. Arrastro mi cuerpo por la superficie de madera en dirección a la ventana y cuando me encuentro lo suficientemente cerca, extiendo ambas piernas y las agito en el aire, haciendo una prueba. Luego, me aferro con los pies a la cortina y tiro de ella, descolgándola.

Tomo asiento en el suelo y con dificultad, pues mis manos están atadas, cubro mis vans con la tela blanca que permaneció sujeta a la galería con anterioridad. Una vez me aseguro de que no cabe la posibilidad de que me abandone en pleno proceso, vuelvo a tumbarme boca arriba en el suelo, extiendo las piernas y doy con ella un fuerte golpe en el cristal, el cual no llama la atención. Cientos de fragmentos de vidrio se caen sobre mí, de manera que tengo que apartarlos uno a uno antes de llevar a cabo mi propósito.

Me hago con el trozo de cristal más afilado que encuentro y sitúo la punta de este sobre la gruesa cuerda. Muevo el fragmento de atrás hacia delante, realizando breves pausas de vez en cuando para recuperar fuerzas. En total tardo unos quince minutos en desatarme y en desvestir a mis vans. Me incorporo y abro las ventanas con tal de comprobar a cuantos metros estoy del suelo. Al parecer, hay una distancia considerable por lo que deduzco que debe haber dos plantas.

Acerco a mi posición una silla y con un ágil movimiento le desprendo de una pata. Luego, cojo un fragmeno de cristal y afilo el trozo de madera hasta dejar la punta punzante. Una vez me incorporo, echo a caminar hacia la puerta y tiro del picaporte pero desafortunadamente no ocurre nada. Tal vez la salida esté sellada con algún tipo de candado desde el otro lado.

Quizá sea arriesgado y me pueda llevar a la muerte pero no puedo quedarme de brazos cruzados mientras las personas que me importan sufren. Debo llevar a cabo la idea que se me acaba de ocurrir, es mi única alternativa. No puedo  abandonar ahora que he llegado tan lejos. Debo ser valiente y empezar a comportarme como una verdadera cazadora.

Grito con todas mis fuerzas y simulo estar sintiendo un dolor terrible. Me escondo tras la puerta. Escasos segundos bastan para que un vampiro libere a la puerta del candado y entre a comprobar qué está pasando. Es un hombre corpulento, de cabello castaño y expresión paranoica. Aunque, lo que más me asusta son sus ojos rojos. Cuando el vampiro se adentra y hace ademán de mirar tras la puerta, le clavo el trozo de madera en el corazón y soy partícipe de como su piel se torna de un tono grisáceo y sus ojos pierden todo indicio de brillo. Retiro el arma de su cuerpo inerte y este cae derrotado al suelo.

Le dedico una última mirada antes de incorporarme al pasillo en penumbra. Camino por él con pasos breves e indecisos, escondiéndome de vez en cuando tras los muros al oír los pasos o la voz de algún vampiro. Cuando hago ademán de salir de mi último escondite, un hombre de ojos dorados me descubre y cuando está a punto de alertar a los demás, le clavo la estaca en el corazón. Retiro nuevamente el arma de su cuerpo y este se deja caer al suelo. Como su figura sobresale en el pasillo, me aferro a sus brazos y lo conduzco hacia la habitación de la que acabo de escaparme. Luego, vuelvo a retomar mi marcha y no me detengo hasta alcanzar la cima de la escalera, lugar en el que me oculto tras los barrotes de madera. Desde mi posición puedo ver el piso inferior, donde localizo a Sam encadenado a la pared y a Elían conversando junto a una mesa con algunos de sus compañeros vampiros. Aprovecho la distracción de todos ellos para bajar los peldaños de la escalera, procurando hacer el menor ruido con tal de mantenerlos al margen.

Al llegar a la planta baja, cruzo hasta llegar a una puerta blanca y me oculto tras ella al oír a un vampiro. Este debe haber sospechado algo, pues se gira hacia el lugar en el que estoy escondida y me veo en la obligación de retroceder y taparme la boca y la nariz con una mano con tal de evitar que escuche mi agitada respiración. Finalmente decide abortar la misión y se marcha escaleras arriba con rapidez. Salgo de detrás de la puerta y me pego tanto a la pared que tengo la sensación de que formo parte de la decoración. Continúo desplazándome, deslizando mi espalda por la pared y deteniéndome antes de abandonar un muro para comprobar si hay acechantes cerca. Tan solo me separan unos metros de mi amigo, así que decido apresurar mi marcha y ayudarle.

-Sam, vamos a salir de aquí- digo arrodillándome junto a él y aferrándome a sus muñecas encadenadas.

-No, Ariana.

-¿De qué estás hablando?

-Vas a irte tú sola.

-No pienso dejarte aquí. O nos vamos lo dos o me quedo contigo.

Sam se palpa una de sus costillas y emite un grito de dolor. Me estremezco ante el quejido y siento compasión y culpabilidad por su deteriorado estado físico, pues sé que soy la culpable de que todo esto haya sucedido.

-¿No te das cuenta? Si me llevas contigo nos alcanzarán y moriremos pero, si me dejas aquí, tienes una posibilidad de sobrevivir.

-Quiero que se te grabe a fuego en la cabeza que sin ti no pienso irme. Voy a buscar algo con lo que desencadenarte.

Le doy un abrazo y siento como él se vuelve a quejar del dolor que siente en las costillas, de manera que me separo de su persona y evito mirarle con tal de no dejarme llevar por mi instinto de quedarme a su lado, pues lo primordial es salir de este refugio de vampiros con vida.

-Qué enternecedor- dice una voz a mis espaldas. Me doy media vuelta y mantengo la estaca en ristre, preparada para cualquier amenaza.

-No vas a hacerle daño.

Elían frunce el ceño y su mirada se endurece.

-Tus jueguecitos me están cansando.

El vampiro hace ademán de aproximarse a la persona de Sam para arrebatarle la vida pero entonces me interpongo en su camino y le amenazo con la estaca. Elían me empuja con todas sus fuerzas para defenderse y me hace volar por los aires durante unos segundos. Luego, impacto contra un espejo que hay en la pared y finalmente me desplomo en el suelo, sintiendo un punzante dolor en mi espalda y cientos de fragmentos de cristal caer sobre mi cuerpo. Me incorporo y soy consciente de que en mi brazo hay una profunda herida, de la que escapa un gran torrente de sangre.

Alzo la vista y me percato de la mirada de deseo de los vampiros que viven en el refugio. Todos ellos han abierto sus bocas, dejando al descubierto sus enormes y afilados colmillos. Me cubro la herida con una de mis manos en un intento de ocultársela a los seres que me rodean, con tal de calmar, en vano, su sed de sangre.

En ese instante, la puerta de la casa es derrumbada gracias a una explosión que trae consigo una nube de humo. Poco a poco esta va disipándose y va dejando paso a unas figuras humanas que llevan consigo armas. De repente, se escuchan disparos y algunos vampiros caen al suelo, mientras que otros se baten contra algunos de los cazadores. Entre ellos me llama la atención uno de ellos, el cual acaba de saltar sobre un vampiro y clavarle una estaca. En el salto se le ha echado hacia atrás la capucha, dejando al descubierto una hermosa cabellera rubia que hace juego con sus ojos azules.

Me acerco a cada una de las ventanas de la estancia y descorro las cortinas, permitiendo que los rayos de sol penetren a través de los cristales e incidan en el suelo. Una gran mayoría de vampiros caen al parqué y en todas las áreas de sus cuerpos aparecen quemaduras. Un sentimiento de compasión se apodera de mí en el momento en el que escucho sus gritos desgarradores provocados por el dolor que sienten.

Giro sobre mis talones y descubro a Elían recostado sobre la madera del suelo, retorciéndose por el suplicio que le causa los intensos rayos solares e intentando cubrir su rostro con ambas manos con tal de protegerse pero, lo único que consigue es dejar sus palmas en carne viva. Verle sufrir de esa manera no causa en mí ningún tipo de remordimiento pues está recibiendo todo el daño que ha hecho.

Una mano se aferra a mi antebrazo y tira de él hacia el vampiro de ojos verdes claro que está tirado en el suelo, con aspecto moribundo. Detengo mi marcha a escasos centímetros de él mientras que Jonathan continúa avanzando hacia el vampiro, portando en una de sus manos una estaca. Cuando se encuentra lo suficientemente cerca de él, se arrodilla, alza el brazo y cuando se dispone a bajarlo para acabar con su vida, le freno.

-¡No!- digo a voz en grito. El chico de cabellera rubia eleva la estaca y se gira para mirarme-. Le resultaría demasiado fácil. Su castigo es estar condenado a ser vampiro para toda la eternidad.

Elían aparta una de sus manos y me mira desconcertado.

-La próxima vez no te librarás- añade Jonathan antes de ponerse en pie y enfrentarse a mi mirada. Al pasar por mi lado, se detiene, me mira de soslayo y continúa con su marcha.

Le doy la espalda al vampiro y emprendo una carrera hacia el lugar en el que permanece encadenado Sam. Me arrodillo una vez me hallo a su vera y tomo su rostro entre mis manos para observar su aspecto. No responde ante el contacto ni cuando zarandeo sus hombros con fuerza, de manera que me incorporo y busco desesperadamente ayuda.

-Mi amigo no se mueve...- le digo a una chico moreno, de ojos color miel, quien lleva consigo una espada.

-Llévame hasta él.

Conduzco a Adrien hacia el lugar en el que se encuentra Sam y este corta las cadenas con un ágil movimiento, liberando a mi amigo. La facilidad con la que lo desencadena me deja fascinada durante unos segundos. Es como si para él hubiese supuesto hacerse con una pluma. Quizá me esté comiendo demasiado la cabeza. A fin de cuentas, hay muchas cosas que desconozco de este mundo sobrenatural. Así que apuesto a que muchas de estas que antes me parecían imposibles sean en realidad verídicas.

Paso el brazo de Sam por encima de mis hombros y rodeo su cintura con el mío. Ejerzo presión en su costado derecho, de manera que su cuerpo se aproxima más a mí. Su peso recae sobre mi persona y me supone todo un desafío caminar con él. Aún así no abandono, pues mis ganas de sacarle de allí con vida son mayores que mi agotamiento. Por suerte, Jonathan se compadece de mí y se coloca en el otro extremo, de forma que compensa el peso de mi amigo.

Al salir al exterior la luz solar me ciega momentáneamente, pues en este tiempo he estado acostumbrada a la más remota oscuridad. Supongo que es lo que tiene vivir con unos vampiros alérgicos a los rayos solares. Caminamos por un sendero de tierra hasta llegar a un coche que hay aparcado entre los árboles. Adrien ocupa el lugar del conductor al mismo tiempo que Jonathan acomoda a Sam en el asiento de atrás. Yo, que también me sitúo en la parte trasera, me dedico a limpiar las heridas del rostro de mi amigo con un pañuelo humedecido. La sangre deja de ensuciar sus mejillas, mejorando un poco su aspecto.

-Tenemos que llevarlo a un hospital- añado en el instante en el que Jonathan toma asiento en el lugar del acompañante.

Adrien intercambia una mirada con el chico rubio antes de tomar una decisión. Pone en funcionamiento el motor y se incorpora a una vía asfaltada.

-Iré contigo- anuncia Jonathan.

Asiento un par de veces y confío el pañuelo sobre mis piernas. Entrelazo una de mis manos con la de Sam y con la otra acaricio su cabellera color azabache.

-Te vas a poner bien- susurro en voz baja-. Aún tenemos que descubrir muchas cosas de este loco mundo en el que vivimos.

Alzo la vista y me percato de que Jonathan me está mirando desde la parte delantera del vehículo. Con tal de agradecerle todo lo que ha hecho por Sam, le dedico una media sonrisa y él me responde con un asentimiento.

Adrien detiene el coche frente a la entrada de un hospital de forma tan brusca que nuestros cuerpos se inclinan ligeramente hacia adelante. Me quito el cinturón y procedo a bajarme del auto lo antes posible para ofrecer mi ayuda. Pero cuando acudo para ofrecerme voluntaria, Jonathan ya sostiene el cuerpo de mi amigo y lo conduce hacia el interior del edificio. Emprendo una carrera hacia su persona con tal de adaptarme a su ritmo.

-¿Qué le ha sucedido?- pregunta una enfermera que nos atiende.

-Ha tenido un accidente con su coche. Iba justo delante nuestra, así que hemos sido partícipe del suceso- dice Jonathan, intentando sonar convincente.

La enfermera corta la camiseta de mi amigo con unas tijeras, descubriendo un torso hundido por algunas áreas y amoratonado.

-Tiene un par de costillas fracturadas y ha perdido mucha sangre. Será mejor que lo atendamos cuanto antes.

La mujer se aleja empujando una camilla, sobre la que va acostado Sam, insconciente y con un aspecto muy desfavorecido. La escena provoca que mis ojos se inunden y segundos después escapen por ellos una abundante cantidad de agua, la cual dota a mi rostro de un sabor a mar. Evito darme la vuelta, pues no quiero que Jonathan me veo en estas condiciones. Sin embargo, él se enfrenta a mí y me acoge entre sus brazos.

-Siento mucho lo que le ha pasado a tu amigo.

-Todo ha sido por mi culpa. Si no me hubiese empeñado en saber quien soy realmente, nunca habríamos emprendido este viaje y no hubiéramos tenido un encuentro con esos vampiros. Soy la única responsable de que esté en esas condiciones. Si muere, yo...

Jonathan acaricia mi cabello y aumenta la fuerza con la que me abraza, en un intento de hacerme saber que está ahí.

-Tú no tienes la culpa de lo que le ha pasado a Sam. Sólo intentabas conocerte a ti misma, no te culpes por ello.

-Lo que me atormenta es saber que esta va a ser mi vida a partir de ahora y que puede que tenga que enfrentarme a situaciones parecidas. Eso es lo que no quiero, ver como la gente a la que quiero sufre las consecuencias de mis actos.

-No puedes proteger a todo el mundo, Ariana.

Eso es precisamente lo que quiero, mantener a salvo a las personas a las que les tengo una alta estima. Estoy dispuesta a arriesgar mi propia vida si ello supone salvar la de mis seres queridos. Tengo claras mis prioridades, espero que ellos tengan claras las suyas.

-Te llevaré a casa.

Asiento y me marcho del hospital con el corazón en un puño.

Jonathan aparca su moto junto al arcén de la carretera y se baja justo después de que yo lo haga. Se incorpora a mi marcha y no dice nada hasta que nos situamos a mitad de camino. Probablemente estuviese esperando el momento perfecto para iniciar una conversación o quizá haya estado ocupado meditando como decir lo que ronda por su cabeza.

-¿Por qué lo hiciste?- su pregunta me desconcierta por completo, así que enarco una ceja instintivamente-. Salvar a ese vampiro.

Me encojo de hombros.

-Nuestros actos definen la persona que somos y yo no soy como él.

-Ha sido muy noble por tu parte pero al mismo tiempo poco sensato. Elián Vladimir no se caracteriza por ser precisamente un ser con corazón. Podría tomar represalias contra ti.

-No tengo miedo.

Jonathan suspira y mira de un lado hacia otro. En ese instante soy consciente de que quizá sea hora de despedirme y enfrentarme a la realidad. Así que le doy la espalda y cuando me propongo abrir la puerta de casa, mi acompañante se aferra a mi antebrazo. Ladeo el cuerpo en su dirección y le miro contrariada.

-Yo sí lo tengo.

Su confesión me deja sin aliento. Así que me limito a hacer frente a sus penetrantes e intensos ojos azules. Jonathan eleva una de sus manos y acaricia mi rostro con dulzura. Le respondo colocando mi mano sobre la suya y cerrando los ojos momentáneamente.

-Estaré bien.

Asiente lentamente y atisbo como una expresión de decepción asoma en su rostro. Me separo de él unos centímetros y abro la puerta que tengo por delante y me adentro en el interior.

-Hasta mañana.

-Que descanses, Ariana.

Cierro en el momento en el que veo a Jonathan dar media vuelta y emprender una marcha hacia su moto. Me apoyo en la superficie de la puerta y me dedico a contemplar cuanto me rodea. Todo parece permanecer exactamente igual que antes de marcharme salvo por un detalle, los sentimientos de mi padre han sido heridos.

Alzo la vista al oír unos pasos que se detienen en la entrada al salón. Cambio el rumbo de mi mirada hacia ese lugar y descubro a un hombre con barba poblada y con indicios de canas, de enormes ojos celestes que me observa con melancolía desde la lejanía. Abandono mi posición y acudo a la de mi padre. Cuando me sitúo a escasos centímetros de él, me detengo y me dedico a barajar cual es la mejor forma de empezar. Finalmente me decanto por  desobedecer a todos mis  pensamientos y hacer caso omiso a mi instinto, de manera que le abrazo con todas mis fuerzas.

-Lo siento mucho, papá. No debí haberte dicho esas cosas tan horribles. Créeme, no las sentía pero creí que si te las decía me dejarías marchar. Estoy cansada de poner en peligro a las personas que quiero y eso te incluía a ti.

-No vuelvas a hacerme una cosa semejante jamás.

-No, te lo prometo.

-Ya perdí a tu madre, no quiero perderte a ti también.

-Quiero que sepas que entiendo tu postura y que te perdono, papá.

Christopher deposita un beso en mi frente y se separa de mí.

-A veces tenemos que hacer sacrificios y ese era uno de ellos. Tu madre murió por salvarte, Ariana, y yo estaría dispuesto a entregar mi vida por ti si fuese necesario.

-Te pido que no haya más secretos.

-De acuerdo.

Retrocedo lentamente hacia las escaleras y antes de subir por ellas, le dedico una última mirada a mi padre, quien parece haber recuperado su característica sonrisa. Al llegar a la cima, giro hacia la izquierda y camino todo recto hasta llegar a una puerta, la cual se encuentra entreabierta. Ejerzo presión sobre la superficie y esta se aparta, descubriéndome una estancia iluminada por los rayos anaranjados que penetran a través de los cristales de la ventana.

Me sitúo frente al armario y de uno de los cajones extraigo un pijama morado y me lo coloco bajo el brazo. Emprendo una marcha hacia el servicio y una vez en su interior cierro la puerta detrás de mí. Dejo la ropa sobre una mesita y me dispongo a despojarme de las prendas que llevo puestas, parte de la cual está cubierta por la sangre de Sam.

El chorro de agua caliente impacta contra mi clavícula y las gotas comienzan un descenso hacia abajo, ansiosas por descubrir más mundo. Mantengo la cabeza agachada y esta vez el torrente de agua se dedica a humedecer mi cabello de la raíz a las puntas. Apoyo ambas manos en la pared de la ducha y abro los ojos y la boca, de manera que las gotas saltan desde mis pestañas hasta mis mejillas, por donde nadan unas milésimas de segundos. Finalmente, la mayoría de ellas mueren en mis labios mientras que una minoría lo hace en mi barbilla.

Aprovecho el momento para meditar acerca de las decisiones que he tomado a lo largo del día. Entre ellas destaca el haber logrado desatarme y haber tenido que armarme de valor para quitarle la vida a unos vampiros, acudir a ayudar a Sam a pesar de las adversidades que se me presentaban y ponían en peligro mi existencia, el haber librado de una muerte segura a ese vampiro. Quizá esta última decisión sea la que más me reconcome por dentro, pues no sé si he hecho bien al salvarle de su fatal destino, ya que no estoy segura de si va a tomar represalias contra mí o aún peor, contra las personas que me importan. Aún así, no puedo hacer nada por cambiar el pasado. Lo único que debo hacer es enfrentarme al presente y esperar a que las cosas no empeoren. Si algo bueno ha tenido este día es la reconciliación con mi padre. Estar mal con él no me dejaba vivir tranquila, es como si necesitase estar bien con él para ser yo. Me alegro de haber solucionado las cosas porque no me imagino un mundo en el que no esté Christopher.

Me acuesto sobre la cama y me dedico a contemplar el blanco del techo y a imaginar cientos de historias que me gustarían que sucediesen. Y, por extraño que parezca, en una de ellas aparece Jonathan a mi lado, esbozando una amplia sonrisa.

Sacudo la cabeza con tal de deshacerme de esa descabellada idea y me doy media vuelta en la cama, de manera que esta vez en mi campo de visión entra la ventana, a través de la cual se alza un manto azul marino adornado con cientos de estrellas. Una de ellas llama mi atención, pues adopta un tono rojizo y brilla con una gran intensidad. Tal vez sea absurdo pero por un momento pienso que se trata de mi madre, quien me arropa desde allí arriba.

Cambio el rumbo de mi mirada hacia la mesita de noche y descubro sobre ella un marco de fotografía en el que hay una imagen en la que salimos mi madre y yo sonriendo y una noria detrás. Me apodero del marco y me lo llevo al pecho, ejerciendo presión sobre la parte trasera de este para que se halle más próximo a mi corazón.

Pestañeo un par de veces y descubro que estoy sentada en la silla de la cocina, enfrente de mi padre, con una taza roja entre ambas manos, separada de mis labios por escasos centímetros. Christopher se entretiene leyendo las noticias de un periódico. A juzgar por su expresión desinteresada, deduzco que no hay nada que le llame la atención. En efecto, termina por doblar el periódico y dejarlo sobre la mesa.

-Me gustaría ir a ver a Sam ahora.

Mi padre toma una de mis manos y deposita sobre ella las llaves de su Todo Terreno.

-Ten cuidado.

-Siempre lo tengo.

Deposito un beso en su mejilla y le doy la espalda, dejándolo atrás tomándose su taza de café recién hecho. Me incorporo al pasillo y mientras camino por él compruebo si llevo conmigo el teléfono móvil y las llaves de casa. Al ser la respuesta afirmativa, no me veo en el deber de hacer una pausa antes de abandonar mi nuevo hogar.

Introduzco la llave en la ranura y con un rápido movimiento pongo en funcionamiento el motor del coche. Realizo el cambio de marcha y me incorporo a la carretera con una velocidad reducida, la cual aumento casi de inmediato para no obstaculizar a los vehículos que tengo detrás. De vez en cuando miro, tanto por el retrovisor central como por el izquierdo, para comprobar si tengo que hacer frente a algún tipo de amenaza. Debo admitir que desde que formo parte de este nuevo mundo sobrenatural, no doy nada por hecho y siento una inseguridad constante.

Aparco el coche en un hueco libre y lo abandono tras asegurarme de que está cerrado correctamente. Emprendo una carrera hacia el interior del hospital, la cual finaliza en la sala de espera que hay junto a la habitación en la que está mi amigo. Allí encuentro a Jonathan, quien está sentado en una de las sillas, con las manos entrelazadas y suspendidas en el vacío. Al percatarse de mi presencia, se pone en pie y se acerca a mí.

-¿Cómo está?

-Compruébalo tú misma.

Asiento y entro en la habitación sin pensármelo dos veces. Mi amigo está sentado en la cama, leyendo un libro de ficción al mismo tiempo que come una onza de chocolate. Mis pasos le alertan, pues alza la vista para averiguar quién es su nueva visita y al ser consciente de que soy yo, esboza una amplia sonrisa.

-¿Qué tal estás?

-Algo dolorido pero por lo demás, bien.

Tomo asiento en un hueco libre de la cama y me aferro a una de sus manos.

-Siento mucho lo que te ha pasado.

-No tienes que disculparte por nada, Ariana. Yo fui quien decidió acompañarte y siempre tuve presente que podría suceder algo así.

-Si hubieras muerto...

-Hey, estoy bien. Fuerte como un toro. Esos vampiros no van a acabar conmigo así porque sí.

Sonrío ante su comentario y me apresuro a abrazarle.

-Oye, fuistes muy valiente al arriesgar tu vida por mí. Te dije que te marcharas sin mí pero aún así te empeñaste en sacarme de allí. ¿Por qué lo hiciste?

-Porque me importas, Sam.

-Tú también me importas mucho, Ariana.

Me incorporo y le arrebato el libro de las manos. Camino hacia una de las mesitas más alejadas de la cama y lo deposito sobre ella a pesar de las múltiples quejas de mi amigo. Giro sobre mis talones y me enfrento a su fulminante mirada.

-Necesitas descansar.

-Ni que leyera corriendo- le miro ceñuda y él comprende a regañadientes que tengo razón-. Está bien. Pero que sepas que cuando esté recuperado voy a leerme toda la biblioteca y no vas a poder hacer nada para impedirlo.

-Vale.

-¿Vale?, ¿quién eres y que has hecho con Ariana?

-Si vas a formar parte de este mundo vas a necesitar estar documentado.

-Conque esas tenemos, ¿eh? Pues prepárate porque vas a conocer el humano mejor cualificado de la historia. Me van a temer todos esos seres sobrenaturales.

En ese instante un pájaro se choca contra la ventana y Sam da tal respingo que se cae de la cama. Segundos después asoma su cabeza por encima del colchón y se incorpora, aferrándose al mueble. Cuando vuelve a acostarse sobre la cama, me mira y me indica que no diga en voz alta lo que estoy pensando. Asiento ante su petición y me marcho de la habitación riéndome ante el comentario de Sam, quien aseguró ser temible y más tarde se asustó por la intrusión de un pájaro.

Cierro la puerta y al girarme me topo con el rostro de Jonathan a escasos centímetros del mío, hecho que me incomoda desde un principio, de manera que me separo de él disimuladamente.

-¿Cuándo has llegado?- inquiero saber.

-Esta mañana. Quería saber como estaba y pensaba hacerte una visita para informarte de su estado.

-Creo que he deshecho tus planes.

-No todos. Ven, demos una vuelta.

Me tiende la mano y yo se la acepto con mucho gusto. Tira de mí hacia la salida del hospital y me indica que le deje las llaves del coche de mi padre. Mientras él ocupa el puesto del conductor, yo tomo asiento en el del acompañante y me entretengo abrochándome el cinturón. Jonathan pone en funcionamiento el motor y se incorpora a la carretera con moderación.

-¿Adónde vamos?

-Ya lo verás.

Su comentario no logra convencerme del todo pero aún así no siento esa característica inseguridad que vive en mí desde que descubrí el mundo en el que habito. Con Jonathan es diferente, es como si estuviese protegida en todo momento y a pesar de conocerle de hace relativamente poco, algo en mi interior me pide a gritos que no me aparte de él.

Aparca junto a la entrada de un bosque y me devuelve las llaves del coche tras cerrarlo, las cuales guardo en el bolsillo trasero de mis vaqueros.

Emprendemos una marcha hacia el interior de la arboleda. Los árboles son altos y robustos, de hojas doradas y anaranjadas. Al hallarnos a finales de otoño, el suelo posee más cantidad de hojas que las copas de los árboles, así que de vez en cuando tenemos que esquivar algún que otro montón. Además, esta área del bosque posee una gran cantidad de rocas, algunas de ellas están apiladas unas sobre otras, mientras que unas cuantas prefieren la soledad. A lo que flores se refiere, la mayoría de ellas están inactivas con motivo de la proximidad del invierno, de manera que el paisaje que se presenta carece de belleza.

Ante nosotros se presenta una cueva, cuya entrada revela que el interior está sumido en una completa oscuridad. Las flores moradas que adornan la piedra no logran llamar la atención de aquel que las observa. Jonathan se aferra a mi mano y se introduce en la cueva, llevándome consigo. La oscuridad es tal que no logro distinguir otra cosa que no sea la luz del día que dejamos atrás, hecho que me da verdadero miedo, pues no sé por donde camino ni qué puedo encontrarme al final. Además, desconozco el camino de vuelta y con tanta oscuridad dudo que logre encontrarlo en un abrir y cerrar de ojos.

-Cuidado- Jonathan salta un pequeño muro y me ayuda a superarlo sin sufrir el menor incidente. Cuando vuelvo a tener los pies sobre tierra, siento la respiración de mi acompañante impactar contra mis labios, de manera que averiguo que se encuentra a escasos centímetros de mí. Continuamos caminando unos metros de más cuando de repente Jonathan se detiene en seco y yo, al no estar alertada, me choco con su espalda-. Ya hemos llegado.

-No veo nada.

Jonathan chasquea los dedos y entonces en el techo de la cueva aparecen luces de todos lo colores, las cuales, por un momento me recuerdan a las estrellas que yacen suspendidas en el cielo nocturno noche tras noche. Giro sobre mis talones y contemplo, fascinada, la decoración del lugar en el que me encuentro. Entonces, fijo mi mirar en el suelo y descubro que nos encontramos en un puente y que bajo este hay un pequeño río por el que navegan flores de un vivo color anaranjado.

-¿Qué son esas luces?

-Luciérnagas.

-Este lugar es increíble- confieso.

Jonathan camina hacia el final del puente mientras que yo permanezco unos segundos de más observando la belleza que entraña el interior de la cueva. Al fin, decido retomar la marcha con tal de incorporarme al ritmo de mi acompañante. Pero, al estar maravillada con el juego de luces que me rodea, no me percato de que una tabla del puente está mal colocada y tropiezo con ella. Mi cuerpo se inclina ligeramente hacia delante y cuando temo que voy a sufrir una fatal caída, Jonathan se aferra a mi cuerpo con fuerza, de manera que mis manos quedan apoyadas sobre su pecho y nuestros rostros separados por escasos centímetros. Busco con mi mirada sus ojos celestes y cuando doy con ellos miro alternativamente sus labios y sus pupilas. El chico acerca lentamente su rostro al mío y yo le correspondo. Nuestras bocas se encuentran y se funden sin apenas ser conscientes de ello. Jonathan me sujeta la cabeza con una mano y con la otra rodea mi cintura. Deslizo mi dedo índice por una de sus mejillas, trazando además los límites de su mandíbula. Nuestros labios se separan finalmente y la ausencia que siento al despegarme de ellos es tal que vuelvo a unirlos en un intento de tenerlos cerca nuevamente.

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