Capítulo 3

Mi padre me acomoda sobre el asiento y me coloca el cinturón. Al cerrar la puerta tras sí descubre una ventana de cristal y yo me dedico a contemplar el paisaje que se alza tras esta. Unas llamas consumen poco a poco el hogar en el que he crecido, en el que he descubierto el verdadero significado del amor. Cientos de recuerdos se desvanecen con rapidez, a pesar de que muchos de estos han sobrevivido al paso del tiempo, manteniéndose más vivos que nunca. Aunque, el hecho que resulta más difícil de aceptar es que el cuerpo inerte de mi madre se encuentra en el interior de la casa, fundiéndose a fuego lento. Me siento impotente por no poder hacer nada para cambiar el rumbo de las cosas.

Paseo la mirada por el jardín y localizo a Jonathan de brazos cruzados, que saluda con un asentimiento a mi padre y luego cruza una mirada conmigo.

Flexiono las piernas, de manera que las coloco sobre el asiento, y las rodeo con mis brazos. De esta forma, estas se encuentran próximas a mi pecho y me aportan cierto consuelo.

Christopher ocupa el lugar del conductor y pone en funcionamiento el motor de su Todo Terreno. El coche se incorpora a la carretera y se desplaza por ella con rapidez. No me sorprende percatarme de que mi padre haga caso omiso a las señales de tráfico y se salte algún que otro semáforo en rojo, pues está igual o más nervioso que yo. La situación en la que nos vemos envueltos nos perjudica a ambos. Los dos sentimos el mismo miedo y el mismo dolor. Yo he perdido a una madre pero él ha perdido al amor de su vida. Aunque no lo aparente, todo esto supone un calvario para él. Sin embargo, Christopher siempre se muestra fuerte a pesar de estar roto por dentro.

El coche se detiene en una plaza de aparcamiento de un hostal.

-Pasaremos aquí la noche- anuncia.

Al volver a poner los pies en tierra emprendo una marcha hacia el interior del edificio. Mi padre, que camina a mi vera y lleva una bolsa negra, me pasa un brazo por los hombros y me acerca más a su persona. Finalmente deposita un beso en mi coronilla y me suelta.

-Buenas noches. Mi mujer hizo una reserva a nombre de Christopher.

El hombre comprueba en el ordenador que la información que le acaba de aportar mi padre es correcta.

-Una noche, ¿no es así?

-Sí.

-Tome- le hace entrega de una llave-. Es la habitación 32. Sólo debe subir las escaleras, girar a la izquierda y recorrer el pasillo.

-Muchas gracias.

Christopher abre la puerta de la habitación y la mantiene abierta con tal de cederme el paso. El interior posee una escasa iluminación y los muebles son viejos. En el centro hay una cama cubierta por una colcha de color azul marino. En la pared en la que está colocado el cabecero, hay un cuadro de un jarrón con rosas rojas. En un extremo de la estancia hay una puerta blanca que desemboca en el baño, dotado del mobiliario necesario para el aseo personal. Aunque, el espejo cubierto de polvo que hay sobre el lavabo parece indicar todo lo contrario.

Mi padre deja la bolsa en el suelo y procede a levantar el colchón y dejarlo de pie, apoyado sobre la pared, ocultando el cuadro. En el somier descansan diferentes tipos de armas, algunas de ellas son puñales de diferentes tamaños y hojas, otras son pistolas de distintos modelos. Hay una abundante cantidad de pequeñas cajas de balas de plata.

-¿Qué son todas esas armas?

Christopher las coge de dos en dos y las va guardando en la bolsa negra que trae consigo.

-Papá-mi padre hace como si no me hubiera escuchado y continúa yendo de un lado a otro de la habitación. Ante la negativa decido forzar el tono de voz-. ¡Papá!

Se detiene en el centro de la habitación y me mira.

-¿Quieres decirme qué está pasando?

-Te lo explicaré en otro momento.

-Estoy confusa. No entiendo porqué nuestra casa ha volado en pedazos ni porqué hemos huído y nos estamos alojando en un hostal. No logro comprender para qué son esas armas.

-Ariana- guarda la última pistola en la bolsa, la cierra y se aproxima a mí-. Esas personas que han entrado en casa eran asesinos. No sabemos si van a intentar dar con nosotros de nuevo, así que tenemos que estar preparados.

-No tiene el menor sentido, ¿por qué querrían asesinarnos?

-Desconozco el motivo.

Los ojos azules de mi padre se fijan en la bolsa negra que descansa sobre el suelo en un extremo de la habitación.

Mi padre me deja en la puerta del instituto a regañadientes ya que, según él, después de lo sucedido no debería ir a clase, al menos, en unos días. No sólo tengo que lidiar con la muerte de mi madre sino además con el hecho de que unos asesinos quieran
eliminar a mi familia por alguna razón que desconozco. También tengo que intentar hacerme al instinto protector de mi padre, quien me ha dado esta mañana un spray de pimienta para que lo guarde en la mochila. Me dijo que así se quedaría mucho más tranquilo y yo, al ver el miedo reflejado en sus ojos, no me atreví a rechazarle.

-Ariana, me tenías muy preocupada-confiesa Abby-. Ha salido en las noticias que anoche se produjo una explosión de grandes magnitudes en tu casa. ¿Estáis todos bien?

Mantengo la cabeza agachada y un par de lágrimas se deslizan por mis mejillas.

-Mi madre ha muerto.

-Lo siento mucho...

Abby me acoge entre sus brazos y me da unas suaves palmaditas en la espalda. Luego, se separa de mí, toma mi rostro entre sus manos y me mira.

-Cuenta conmigo para lo que sea.

Asiento y le regalo una sonrisa cerrada.

Entramos en el laboratorio y tomamos asiento en la misma mesa que de costumbre. En ella están sentados Samuel y Daniel, ya que Cormac, al parecer, ha decidido hacer pellas. El chico de gafas de pasta negra quita la mochila de la silla para que me siente en ella.

-El profesor Anderson me ha dicho que te felicite. Al parecer, la redacción que escribiste le llamó mucho la atención-me dice Samuel.

-Se decepcionaría bastante si se enterara de que la copié de un libro de la biblioteca- añado y me pongo a juguetear con el bolígrafo.

-Ya sabes lo que dicen, los magos nunca revelan sus trucos.

La profesora entra en el aula y se sitúa frente a la pizarra. Al parecer, se ha cortado el pelo y ahora le llega por los hombros. Sin embargo, sigue usando las gafas de antaño, esas que tienen tanto aumento que los ojos se le ven minúsculos. Por lo demás, sigue siendo la misma mujer que viste de forma extravagante.

-Antes de empezar la clase me gustaría presentaros a un nuevo alumno-la mujer señala con su delgado dedo índice hacia una de las mesas del final de la clase-. Su nombre es Jonathan Waymoore.

Me giro y busco con la mirada a mi objetivo. Le encuentro al final de la clase, compartiendo mesa con Alarick Miller, Susan Evans y Megan Taylor. Como de costumbre, tiene sus brazos cruzados sobre el pecho y su expresión es fría. Debe haberse percatado de mi detenida observación pues acaba de alzar la vista. Pasea su mirada por la aula en un intento de dar con algo desesperadamente. Finalmente, ese algo resulta ser alguien. Soy yo. Le doy la espalda y finjo prestar atención a la conversación que entablan mis compañeros, con tal de evitar el contacto visual con él.

-Es mono, ¿verdad?-me susurra Abby.

-A mi no me da buenas vibraciones.

-A mi me parece un tío muy superficial- aporta Samuel.

Tanto Abby como yo enarcamos ambas cejas.

-¿Qué?

-Veo que estás al tanto de nuestras conversaciones.

-Oh, vamos, Abby. He creído conveniente dar mi opinión.

-Así que superficial, ¿eh?-le pregunto-. Dime que no soy la única a la que ese chico le da mala espina.

-A mi me da la impresión de que esconde algo-dice Sam.

-Sí, una bomba atómica en el sótano de su casa-ironiza Abby y a continuación pone los ojos en blanco.

La profesora coloca en cada una de las mesas un matraz de erlenmeyer, un vaso de precipitado, un par de espátulas y un frasco lavador. Luego, extrae de un armario unos botes que poseen una etiqueta blanca, en la que se puede leer lo que contiene.

-Pasaré este bote y tendréis que tomar de él la cantidad exacta, es decir, siguiendo la información que escribiré en la pizarra.

Le cede el bote a la mesa en la que se encuentra Ashley, tan radiante como siempre, exhibiendo su perfecta sonrisa. Ella y sus compañeros esperan a que la profesora anote las cantidades en la superficie verde para poder comenzar.

-Un miembro del grupo puede ir a llenar de agua el frasco lavador.

Echo un vistazo a los integrantes de mi grupo y me doy cuenta de que ninguno de ellos parece dispuesto a ir a llenarlo, así que decido tomar la iniciativa.

-Iré yo.

-Si quieres puedo hacerlo yo, no me supone ninguna molestia-informa el chico con gafas de pasta negra.

-No te preocupes. Además, estoy deseando estirar las piernas.

-En ese caso deberías ir tú-frunce el ceño al mismo tiempo que mantiene gacha la cabeza. Al fin la alza y me regala una de sus sonrisas-. Yo me encargaré del resto-le da un golpe con el brazo al matraz y este impacta contra la mesa y rueda por ella.

-Joder, tío-se queja Daniel, quien acaba de echarse sobre la mesa para hacerse con el objeto de vidrio antes de que se precipite al vacío.

-Lo tengo todo controlado, no te preocupes.

-Sí, ya se ve-añade Abby.

Me pongo en pie y me alejo de la mesa, dejando atrás a mis compañeros debatiendo sobre si Sam es el más apto para realizar el experimento. Yo, al menos, le veo capaz de hacerlo sin ningún problema. Aunque, al parecer, el resto no está tan seguro de ello. No les culpo. En cierto modo, Samuel lleva un tiempo muy nervioso. Quizá aún siga investigando sobre los sucesos sobrenaturales ocurridos en Glasgow.

Me sitúo frente al lavabo, desenrosco el tapón de la botella y coloco a esta última bajo el grifo. Lo abro y un chorro de agua fría cae sobre el interior del envase de plástico. Estoy tan absorta realizando la tarea que me he propuesto llevar a cabo que ni siquiera soy consciente de que hay alguien situado a mi derecha hasta que me giro. Un chico fornido, de cabellera rubia y enormes ojos celestes está a mi vera, sujetando entre ambas manos un frasco lavador.

Cuando me propongo hacerme con la piseta, él deja la suya sobre la encimera y apoya ambas manos en el borde del fregadero. Ante este inesperado acto, se me resbala de las manos el frasco lavador antes de ponerle el tapón y se vuelca todo el contenido.

-Hola-dice.

Guardo silencio.

Su presencia me incomoda y me hace rememorar una y otra vez aquella fatídica noche en el bosque, cuando asesinó a una persona ante mí. Lo más sensato es mantener las distancias con él, pues no sé cuales son sus intenciones. No estoy segura de si pretende ayudarme como aparenta o simplemente enmascarar la verdad para engatuzarme.

-No hemos empezado con buen pie-confiesa al fin, cuando comprende que no va a recibir un saludo por mi parte-. Quiero explicarte que fue lo que viste aquella noche.

-¿Explicarme cómo asesinaste a un hombre?-el tono con el que se lo digo parece hacer mella en su estado anímico pero aún así no me arrepiento-.¿Qué es lo que quieres?

-Quiero quitarte la venda de los ojos y mostrarte cómo es el mundo realmente.

-No sé a qué te refieres.

Hago ademán de marcharme pero entonces Jonathan se aferra a mi antebrazo, impidiendo seguir con mi camino.

-Déjame explicártelo- me suplica.

-No. Aléjate de mí.

El chico me suelta y se apoya contra el lavabo, resignado. Yo, aprovecho para darle la espalda y retomar mi marcha. En cuanto me encuentro a mitad del trayecto vuelvo a oír su voz y me detengo.

-Te equivocas.

Ignoro su advertencia y continúo avanzando en dirección a la mesa. En el momento en el que me sitúo a la vera de esta se escucha una fuerte explosión y el aula se llena de humo. Busco con la mirada el lugar de procedencia de ese sonido y me percato de que este se ha originado en mi mesa. Allí descubro a Sam con un espátula en una mano y el bote en la otra, con las gafas mal colocadas y la cara chamuscada.

-Creo que me he pasado con las cantidades- confiesa Sam.

-¿Tú crees?-le pregunta Abby, cuyo pelo está alborotado y su nariz manchada de un polvo negro.

El aludido se encoge de hombros.

-Joder, la camiseta era nueva-se queja Daniel, quien se limpia la prenda en cuestión con un papel humedecido, en un intento de hacer desaparecer la enorme mancha que hay en su camiseta.

-Vosotros tres, estáis castigados a la salida.

-Imposible, tengo cosas que hacer.

La profesora fulmina con la mirada a Samuel.

-Cosas que pueden esperar.

-A las tres menos cuarto en la biblioteca.

Tal y como dijo la señora Binns, cuando suena el timbre que anuncia el fin de las clases por hoy, nos dirigimos a la biblioteca, esquivando a la gran multitud de alumnos que se nos echan encima. No es tarea fácil abrirse paso entre ellos y mucho menos avanzar en sentido contrario a la marcha de los estudiantes. Pero aún así ahí estamos, caminando por un corredor abarrotado, pidiendo permiso para pasar.

-Al menos vamos a poder entreternos con los libros.

-Debes estar de coña, Sam-dice Daniel.

-Oh, vamos, no puede ser tan malo. Nos hará copiar un par de veces "debo cuidar el material y seguir las instrucciones del profesor correspondiente".

Al entrar en la biblioteca nos recibe la profesora con un carrito repleto de libros de todo tipo de géneros. La señora Binss nos observa a través de los cristales aumentados y luego nos indica que nos aproximemos.

-¿Adónde vas, querido?-le pregunta a Samuel, quien se dirige a una mesa que hay junto a un enorme ventanal.

-A tomar asiento.

-Oh, no, no es necesario. Os voy a encomendar una tarea mucho mejor y espero que la realicéis como es debido.

-¿De qué se trata?-me atrevo a cuestionar.

-Debéis colocar estos libros en las estanterías y aseguraros que el resto están en su sitio. Cuando acabéis, cerrad la puerta, por favor.

La profesora se despide mostrándonos una sonrisa malévola y se marcha de la estancia, dejándonos rodeados de cientos de estanterías y libros. Cuando cierra la puerta, Daniel suelta la mochila en una silla y vuelve con nosotros.

-Sí, si que lo es-dice Sam, sustituyendo su afirmación anterior por esta.

Daniel se aferra al carrito y lo conduce hacia uno de los pasillos.

-Pongámonos manos a la obra, hay mucho que hacer.

-Dan tiene razón-coincide Abby.

-Creo que deberíamos dividirnos por secciones-añado.

-Buena idea. Daniel y Abby pueden encargarse de los libros juveniles y de romance. Ariana y yo ordenaremos los históricos y los de ficción.

-Genial-dice Abby y se pierde tras el chico del carrito

-No sé porqué se lo toman tan mal-confiesa Sam en cuanto nos adentramos en uno de los pasillos.

-No te preocupes, Sam, un error lo puede cometer cualquiera.

-Pues díselo a ellos que no dejan de aniquilarme con la mirada.

Sonrío ante su comentario.

Tomo un libro de una mesa y lo coloco en un hueco vacío de la estantería. Sam se entretiene poniendo en la posición correcta los ejemplares que están torcidos. Me agacho y recojo del suelo un libro que está abierto por la mitad y le echo un vistazo a la página.

Desde el inicio de los tiempos las familias de cazadores se han dedicado en cuerpo y alma a combatir sin descanso a los nocturnos, seres pertenecientes al círculo, quienes están dispuestos a remover tierra y mar con tal de encontrar las tres reliquias. Según la información obtenida de un estudio que realizó el brujo Gideon Sallow, estas le aportan a su poseedor un poder distinto y deben evitar caer en manos equivocadas. Además, hizo hincapié en que no debemos regalar nuestra confianza sin estar seguros, pues podría volver a repetirse la misma historia que antaño.

Dejo el libro en la estantería y al hacerlo me doy media vuelta, descubriendo a Samuel sentado en una de las mesas, leyendo un ejemplar, cuya pasta es morada. Abandono mi posición para aproximarme a la suya y terminar por sentarme a su vera.

-¿Qué lees?

-Un libro acerca de mitos y leyendas. Oye, sé que dijiste que deberíamos olvidarnos de todo este rollo sobrenatural pero es importante que leas esto.

Me tiende el libro y lo tomo entre ambas manos. Deslizo mi dedo índice a lo largo de la página, en un intento de alisarla.

Hasta ahora se pensaba que existían tres reliquias místicas pero, un comentario que hizo una bruja anciana, Àmelie Delacour, dejaba entrever que cabe la posibilidad de que haya una cuarta reliquia que, según dio a entender, podía no tratarse de un objeto físico como dedujeron algunos sino de un aspecto emocional. Algunos científicos afirman que si fuera cierta la afirmación de esa mujer, esta última reliquia sería la más poderosa de todos los tiempos.

-Una cuarta reliquia-susurro.

-Así es. Estoy seguro de que si los seres sobrenaturales supieran acerca de esta información, se matarían los unos a los otros con tal de tenerla en su poder.

Samuel arranca la página del libro y se la guarda en el bolsillo trasero de sus vaqueros.

-¡Sam! Se pueden dar cuenta.

-Créeme, no lo harán. La sociedad de hoy día no se molesta en coger un libro. Lo máximo que leen son los mensajes de WhatsApp.

Desde mi posición veo a Abby que está admirando la cantidad de libros que hay en el carrito con expresión de abatimiento. Me pongo en pie y camino hacia ella con paso decidido. Me basta dar tres zancadas para colocarme a su vera.

-Voy a matar a Sam en cuanto acabe de ordenar todo esto.

-Está bastante arrepentido- añado, perdiendo mi mirada en un estante repleto de libros.

-Ya. Bueno.

-Abby hay algo que quiero contarte.

Enarca una ceja a modo de pregunta.

-Creo que ese chico, Jonathan, me está siguiendo.

-¿Por qué haría eso?

-¿Recuerdas el primer día de clase? Me pareció verlo entre la multitud pero en cuanto viniste tú, desapareció. Le volví a ver en el bosque minutos antes de que se produjera la explosión. Y ahora resulta que compartimos clase.

-Vale, estoy empezando a tener miedo. Pero, hay una cosa que no entiendo, ¿qué hacías en el bosque?

-Abby, creo que alguien se está empeñando en hacer desaparecer a mi familia.

-Ariana, esto debes ir a denunciarlo a comisaria. Podrías estar corriendo un grave peligro ahora mismo.

Cierro los ojos con fuerza en un intento de hacer desaparecer los recuerdos relacionados con esos asesinos.

-Estoy muy confusa. No comprendo qué es lo que está sucediendo a mi alrededor. Es como si tuviera la sensación de estar viviendo en una mentira.

Abby me rodea con sus brazos y me acaricia el cabello de arriba a abajo. Su gesto logra calmar mis nervios temporalmente. Me aferro con ambas manos a cada uno de sus hombros y derramo alguna que otra lágrima.

Subo por las escaleras previas al pasillo que conduce a la habitación que tenemos reservada en el hostal. No me encuentro acompañada, ya que hoy he salido una hora antes porque la profesora de literatura ha faltado. Además, mi padre está trabajando y no puede hacerme compañía en este preciso momento. De todos modos, no me importa estar un rato a solas, así tengo tiempo para pensar en mí y en las cosas que pasan por mi cabeza. Hay muchos asuntos que tengo que resolver y no tengo ni idea de por donde empezar. Es como si se tratase de un rompecabezas, al cual le faltan una serie de piezas fundamentales para recomponerlo.

Hay tres cosas que sé:

La primera de ellas es que Jonathan Waymoore parece estar esperando a que suceda algo que, en cierto modo, guarda relación conmigo.

En segundo lugar, unos asesinos intentan acabar con mi familia por alguna razón que desconozco.

Por último, mi padre me oculta una verdad que no sé cuán grande puede ser y de qué forma va a transformar mi vida.

Abro la puerta de la habitación y en cuanto me adentro en el interior y cierro detrás de mí, un hombre me tapa la boca y me inmoviliza con su brazo. Intento forcejar con tal de liberarme pero la fuerza con la que me sujeta aumenta y mis músculos abandonan. Entonces, recurro a emitir algún sonido similar a un grito con tal de llamar la atención de algún huésped. Sin embargo, en mi garganta vuelve a aparecer ese característico nudo que me impide hacer uso de mi voz.

Mi mundo se derrumba nuevamente como antaño y siento una gran impotencia apoderarse de mí. Deseo hacer tantas cosas y me fastidia tanto no poder llevarlas a cabo por los múltiples obstáculos que se me presentan. Estoy acabada, no hay escapatoria. Pero, entonces, sucede que en medio de todo este caos recuerdo que llevo un spray de pimienta en un bolsillo de la mochila, de manera que elevo las manos disimuladamente y abro poco a poco la cremallera, meto mi dedo índice y corazón en el pequeño compartimento y extraigo un botecito de forma cilíndrica. Aprovecho que afloja sus músculos para escapar de sus garras y rociarle los ojos con la pimienta. El hombre se lleva ambas manos a sus párpados.

-Desearás no haberlo hecho en cuanto te encuentre.

En ese instante, se produce una explosión que provoca que en la pared del extremo de la izquierda se abra una gran abertura. La figura de un hombre aparece a través de ella unos segundos más tarde y viene acompañada por una nube de polvo. La neblina desaparece y entonces reconozco a la persona que se encuentra allí de pie. Es mi padre. Lleva una pistola en ristre y unas cajitas de balas en el bolsillo de su pantalón.

-¡Al suelo, Ariana!-me ordena.

Me tiro al parqué de la habitación y me cubro la cabeza con ambos brazos. Escucho un disparo y seguido de este otro y un ruido sordo a mis espaldas. La puerta vuelve a abrirse y por ella entra otro hombre, al cual Christopher derriba de tres tiros. Las balas fallidas caen al suelo y ruedan hacia mi dirección, algunas de ellas chocan con el dorso de mi mano.

Mi padre me tiende una mano y se la acepto de inmediato.

-Tenemos que irnos.

Antes de marcharme, echo un vistazo atrás y descubro a un par de cuerpos esparcidos por el suelo, rodeados de un abundante charco de un color rojo oscuro.

-Vamos a saltar, ¿me oyes? Ahí abajo hay un contenedor lleno de bolsas de basura. Nos amortiguarán la caída.

Cierro los ojos y me llevo una mano a la frente.

-Ariana, sé que tienes miedo pero debes confiar en mí-me tiende su mano y la entrelaza con la mía.

A continuación nos situamos al borde de la plataforma y nos lanzamos al mismo tiempo. Durante la caída siento una sensación de hormigueo que se apodera de mi estómago, provocada porque mis órganos se suspenden en el vacío unos segundos. Impacto contra las bolsas de basura y, aunque siento un dolor temporal en todo el cuerpo, no me fracturo nada

-Debemos darnos prisa.

Nos subimos en el Todo Terreno y Christopher enciende el motor y se incorpora a la carretera realizando un giro de 180º en los aparcamientos. En cuanto tiene la ocasión, pisa el acelerador todo lo que puede y el coche se desplaza por el asfalto a gran velocidad.

-¿Adónde vamos?-le pregunto al borde de la histeria.

-A la casa que heredé de tu abuelo. Está a las afueras de la ciudad, en un pequeño campo. Estaremos seguros allí. Buster solía adelantarse a los acontecimientos, así que no me extrañaría nada que su hogar estuviera dotado de todo tipo de trampas.

-¿Vamos a vivir allí ahora?

-De momento, sí.

Asiento y me dedico a mirar a través de la ventana.

El resto del trayecto no intercambiamos ni una sola palabra pero estoy completamente segura de que ambos mantenemos una conversación con nuestro subconsciente. Christopher aparca el coche dentro del garaje y entra el primero en el interior de la vivienda. Yo le sigo pisándole los talones, fijándome en cada paso que da. Extrae una bala de plata de la caja y la desliza por el suelo en dirección a unos sofás naranjas que hay enfrente de una chimenea. De repente, salen disparadas unas flechas provenientes de huecos ocultos tras unos cuadros y cruzan la estancia horizontalmente a gran velocidad, destruyendo todo a su paso.

-No está mal-confiesa al fin-. ¿Quieres algo de beber?

-Una valeriana estaría bien.

-Entonces, que sean dos.

Christopher se marcha hacia la cocina y yo aprovecho su ausencia para tomar asiento en uno de los sofás y me dedico a contemplar el hueco de la chimenea, con ambas manos entrelazadas y colocadas sobre mi regazo

Las ideas se agrupan en mi cabeza y piden a gritos una solución. El problema es que no la tengo y no sé cómo hacer frente a esta situación. Confío en dar con las respuestas que preciso antes de que las cosas empeoren. Aunque, bajo mi punto de vista, no creo que cuente con mucho tiempo antes de que se dé este caso. Aún así, un rayo de esperanza vive en mi interior y solo espero que no se apague cuando todo cuanto me rodea sea arrasado.

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