Capítulo 17

Ladeo la cabeza hacia la izquierda y descubro a un chico de cabellera rubia y enormes ojos azules que se pierden en el fondo de la carretera. Continúo examinando su persona y me percato de que lleva una camiseta blanca de mangas largas y unos vaqueros negros, cuya terminación está oculta por el principio de unas botas exactamente del mismo tono que sus pantalones. Sus manos se aferran con fuerza al volante, de forma que se puede apreciar en ellas unas marcadas venas. Con respecto a su expresión, ésta es seria, lo sé por su ceño fruncido y sus labios apretados. Aún así, a mis ojos sigue siendo increíble.

Dejo escapar una risita, la cual rápidamente reprimo mordiéndome el labio. El conductor del vehículo ladea la cabeza en mi dirección y me mira desconcertado.

-¿De qué te ríes?- me pregunta.

-De nada en concreto. Es sólo que estás muy guapo cuando conduces.

Una amplia sonrisa se apodera de sus labios.

-¿Sólo cuando conduzco?

-Siempre.

Sus ojos azules escrutan cada facción de mi rostro detenidamente y ello provoca que la sangre recurra a mis mejillas, tiñéndolas de un tono rojizo y ocasionando un leve ardor en ellas.

-Te agradezco que hayas tenido el detalle de acompañarme.

-No tienes que agradecerme nada. Sé lo importante que es esto para ti y quiero estar ahi, contigo, sin importar lo que pase. Siempre vas a poder contar conmigo.

Asiente y detiene el vehículo justo enfrente de una casa de fachada celeste y puertas y ventanas blancas. El tejado, compuesto por unas tejas que asemejan el tono de la nieve, posee una chimenea por la que escapa un espeso humo grisáceo que se desvace con la brisa fresca.

Tras recorrer un camino de piedras conseguimos situarnos junto a la entrada a la vivienda, la cual posee en un lado un timbre, sobre el que descansa una lámpara negra. Jonathan da un par de golpecitos con sus nudillos en la superficie de la puerta y permanece a la espera. Unos cinco segundos más tarde nos recibe una mujer de unos cuarenta años, con el pelo rubio recogido en un moño asegurado con un par de palitos marrones. Con respecto a su vestimenta, lleva un vestido azul de mangas semi largas que está cubierto en su mayoría por un delantal de cocina blanco. Poco a poco voy alzando la vista y termino por encontrarme con sus enormes ojos celestes.

-Jonathan.

Salva la distancia que le separa de su hijo y lo abraza con delicadeza, derramando alguna que otra lágrima de emoción sobre su hombro.

-Me alegro tanto de verte- confiesa entrecortamente. El chico asiente y le dedica una media sonrisa a cambio-. No nos han presentado- dice mirándome-. Soy Alice Waymoore.

La mujer deposita un beso en cada una de mis mejillas.

-Ariana Greenberg.

-Por favor, pasad- se hace a un lado, manteniendo la puerta abierta con tal de cedernos el paso hacia el interior de su casa. Seguimos a Alice hasta la cocina, donde se dedica a servir té en un par de tazas-. Hace un tiempo conocí a tu padre. Se llamaba Christopher, ¿cierto?

Asiento a modo de respuesta.

-¿Cómo le conoció?

-Como sabrás, somos una familia de cazadores. Aunque, mi marido y yo nunca nos hemos considerado como tal, por eso hace bastante decidimos mantenernos al margen de todo este asunto. Sin embargo, no podíamos simplemente hacernos a un lado, pues nuestro destino nos perseguía. Aún así continuamos huyendo hasta que nos alcanzó. Los miembros del círculo asaltaron nuestra casa, arrasando con todo, despojándonos de nuestros hogares- hace una pausa. Parece dolerle recordar el pasado-. En su propósito, se llevaron consigo la vida de mi marido Joseph- los ojos de la mujer se inundan a pesar de que hace todo lo posible por evitar emocionarse. Mantiene la cabeza agachada y simula sentir interés por el plato de magdalenas con pepitas de chocolate que sostiene entre ambas manos-. Christopher acudió en nuestra ayuda y nos acogió en el cuartel de cazadores hasta que estuvimos fuera de peligro.

-Lo siento mucho.

-Fue hace mucho tiempo, no te preocupes.

Dicen que el tiempo lo cura todo, sin embargo, no creo que esta afirmación sea cierta. El tiempo tan solo enmascara el dolor y nos hace más fuertes pero no nos sana. Hay heridas que no cicatrizan del todo por mucho tiempo que pase, siempre se mantienen latentes. Debemos aprender a convivir con ellas.

Alice deja el plato de magdalenas sobre la mesa y luego retrocede hasta una de las encimeras que tiene detrás y deja caer el peso de su cuerpo en una de ellas.

-No se puede vivir en una mentira por siempre- dice Alice.

-Las mentiras siempre acaban descubriéndose, ¿verdad, mamá? ¿O debería llamarte madre adoptiva?

-¿Lo sabes?- pregunta con un hilo de voz.

-He tenido que enterarme por otros medios, ya que la que creía que era mi familia no se ha atrevido a decirme la verdad.

-Jonathan, íbamos a contártelo pero las cosas se complicaron y...

-... y preferísteis mentirme eternamente, ¿no?

Alice cierra los ojos con fuerza y varias lágrimas escapan por estos y se deslizan como riachuelos por sus mejillas sonrojadas.

-¿Quiénes son mis verdaderos padres?

-No lo sé. Cuando fuimos al orfanato para adoptarte nos dijeron que tu madre te abandonó en la puerta de este a los pocos minutos de nacer y se dio a la fuga. Nadie sabe el porqué te dejó allí pero suponemos que debió ser porque se trataría de un embarazo no planificado y no tendría los recursos suficientes para hacerse cargo de ti.

Jonathan frunce el ceño y mira decepcionado la taza de té. A pesar de mantener su cabeza agachada atisbo como sus ojos se inundan progresivamente.

-Tu padre y yo te dimos la vida que te merecías, Jonathan, y aunque no lo creas, te hemos querido como si fueses nuestro hijo biológico. Eres muy importante para mí, por favor, no me odies por lo que hice- Alice hace ademán de poner la mano en el hombro de su hijo pero este se pone en pie bruscamente y se marcha sin decir una sola palabra.

La mujer mira afligida como su hijo se aleja sin poder hacer nada por cambiarlo. En el instante en el que Jonathan sale de su campo de visión, Alice se lleva una mano a la boca con tal de reprimir un sollozo que acaba de escapar de su garganta. Además, le da rienda suelta a su llanto, el cual me hace entremecer y sentirme apenada. Me incorporo de inmediato y me aproximo a la mujer con decisión. Envuelvo su torso con mis brazos y atraigo su cabeza a mi hombro ejerciendo una ligera presión en su nuca.

-Dale tiempo- le susurro-. Necesita aclarar sus ideas.

-No quiero perderle- dice entrecortamente a causa de la intensidad de su llanto.

-No lo va a hacer.

Tras propiciarle un par de palmaditas en su espalda me separo de ella y procedo a ayudarla a tomar asiento en una de las sillas que rodean la mesa.

-¿Quiere que le prepare una valeriana?

-Sí, por favor.

Me hago con un vaso de cristal del escurridor y vierto en él agua con ayuda de una jarra. Deposito esta última sobre un trapo rosa que hay sobre la encimera y procedo a obtener de uno de los muebles una caja en la que se puede leer Valeriana. Una vez la tengo entre mis manos la abro y extraigo de ella un sobre que posee una tira blanca con un pequeño papelito en el que se puede leer el contenido. Dejo la pequeña bolsita sobre la encimera y me dispongo a calentar a unos treinta segundos el vaso con agua, para luego echar en su interior el sobre.

-Aquí tiene- le tiendo la valeriana, la acoge entre sus manos y se le lleva a los labios para darle un sorbo.

-Se le ve feliz contigo- me encojo de hombros ante su confesión-. Hacía mucho que no le veía así de ilusionado.

-Nos compenetramos mutuamente.

-Me alegro mucho.

Le dedico una sonrisa a cambio.

-Voy a ir a ver como está Jonathan- anuncio, flexionando el brazo y señalando con mi dedo pulgar a mis espaldas.

-Sí, claro. Ve- hago ademán de salir por la puerta cuando escucho mi nombre escapar de sus finos y carmesís labios-. Gracias.

-De nada.

Abandono la estancia a una velocidad asombrosa y me incorporo a un pasillo iluminado por la luz solar que penetra a través de las ventanas que hay en la pared de la derecha. A partir de ellas se puede apreciar, además, parte del paisaje que se alza en el exterior, entre el que destacan varios árboles altos y robustos, carentes de hojas. Antes de llegar a la puerta cruzo la última ventana y al hacerlo siento como algo llama mi atención, de manera que retrocedo sobre mis pasos. A través del cristal visualizo unos escalones que hay para acceder a la entrada al hogar, donde se halla Jonathan sentado, con las manos entrelazadas y suspendidas al vacío, llorando como si se le fuese la vida en ello. Al verle en ese estado decido retomar mi marcha e ir en su búsqueda.

Salgo al exterior y cierro la puerta detrás de mí evitando hacer ruido. Luego, me encamino hacia la cima de los escalones, donde se encuentra sentado Jonathan y termino por tomar asiento a su vera, pasando mi brazo por encima de sus hombros.

-Sé que es difícil de asumir pero tienes que intentarlo.

Jonathan ríe sin ganas.

-Es fácil decirlo.

Frunzo el ceño ante su respuesta y me limito a admirar mis vans.

-Déjame ayudarte- le suplico.

-No puedes.

-Tal vez no pueda hacer desaparecer el dolor que sientes ni cambiar la realidad pero hay algo que puedo hacer y es armarte una sonrisa. Quizá no parezca mucho pero a fin de cuentas, ser feliz es una de las cosas más importantes de esta vida.

Los ojos de Jonathan se pierden en mis labios. Con ayuda del brazo que descansa sobre sus hombros acaricio su cabellera rubia y ejerzo una ligera presión en su nuca. Él se toma la libertad de acoger mi rostro entre sus manos y admirarlo como si de una maravilla se tratase.

-Confía en mí- susurro.

Jonathan aproxima su rostro al mío y termina por besarme. Su beso es la prueba de que la confianza que siente hacia mí no hace otra cosa que crecer y que se arriesgaría conmigo, a pesar de que esta se gana con mil actos y se pierde con tan solo uno.

-Haces que todo parezca fácil- dice.

Me encojo de hombros y sacudo la cabeza.

-Tengo una teoría acerca de ese punto.

-Me encantaría oírla.

Me incorporo y me enfrento a su persona, tendiéndole mi mano con tal de indicarle que la entrelace con la suya y me acompañe. Jonathan sonríe ampliamente y termina por encajar sus dedos en los huecos libres que existen entre los míos. Se pone en pie y desciende un peldaño de la escalera en un intento de rebajar la diferencia de altura. Tiro de él hasta llegar a los pies del camino de piedra. Me pasa el brazo por los hombros y yo tengo la sensación de estar en casa.

-Tengo la corazonada de que todos los problemas que se nos presentan son fáciles de resolver y que somos los humanos quienes los complicamos.

-A mí no me importaría complicarme la vida contigo.

Le propicio un codazo entre las costillas y sonrío.

-Ven aquí.

Me rodea la cintura con sus enormes y fuertes brazos y me levantan en peso. Termina por depositar mi cuerpo en uno de sus hombros, de manera que mi cabeza está suspendida en el vacío y la única cosa que alcanzo a ver, con dificultad pues mi cabello cubre temporalmente mi rostro, es su espalda cubierta por una fina tela blanca.

-¡Se me está subiendo la sangre a la cabeza!- confieso riéndome.

Jonathan me baja, de manera que vuelvo a tener de nuevo los pies en tierra. Sin embargo, mi libertad se ve truncada pues se aferra a mi rostro con una de sus manos y le regala alguna que otra caricia a mi mejilla. Con su mano libre coloca un mechón de mi cabello tras mi oreja, de forma que deja despejadas mis facciones.

-Te quiero- confiesa.

-Y yo a ti.

Salvo la distancia que nos separa y le beso con ternura.

Jonathan me acompaña hasta la puerta de casa y me despide con un beso. Entro en el hogar tras prometerle ir al cuartel de cazadores dentro de una hora y ver como se marcha en dirección al coche que le ha prestado Adrien. Tras cerrar detrás de mí emprendo una marcha hacia la escalera y cuando asciendo dos peldaños ladeo la cabeza hacia el salón, lugar en el que localizo a Christopher, sentado en uno de los sofás, mirando la televisión con nostalgia. Decido retroceder sobre mis pasos y acudir junto a mi progenitor.

Al adentrarme en el salón en penumbra visualizo una televisión en la que se está emitiendo un video de una niña de unos cinco años, de cabello y ojos castaños que corre por la orilla de una playa. Al parecer juega a huir de las olas cada vez que éstas se aproximan, y el cámara, su padre, graba ese momento con tal de inmortalizarlo. La pequeña sonríe ampliamente, demostrando que es la viva imagen de la felicidad. De repente aparece un rayo de luz amarilla que impide apreciar la escena, sin embargo, cuando este desaparece soy consciente de que la cámara enfoca a una mujer que se halla de pie junto a una sombrilla de diversos colores, sosteniendo una toalla celeste entre ambas manos, mirando encandilada a la niña, con una sonrisa en sus labios. Su cabello moreno ondea con la brisa cálida y por un instante imagino el olor a rosas que desprende.

Tomo asiento junto a mi padre y apoyo mi cabeza en su hombro al mismo tiempo que entrelazo mi brazo con el suyo. Christopher deposita su barbilla sobre mi mentón y da sendas palmaditas en el dorso de mi mano.

-Recuerdo aquel momento como si hubiese sucedido ayer- confiesa mi padre. Me aferro con más fuerza a su brazo con tal de hacerle sentir que estoy aquí.

-Resulta casi imposible asimilar que todo ha cambiado. Todo se ha desvanecido de la noche a la mañana sin previo aviso y no hemos podido hacer nada por evitarlo.

-La vida es así, impredecible- puntúa Christopher.

-Y la muerte, impaciente- confieso en un tono de voz apenas audible.

Mi padre deposita un beso en mi coronilla y yo a cambio decido pasar gran parte de la hora de la que dispongo para asearme viendo vídeos de mi niñez, rememorando una y otra vez aquellos tiempos en los que era feliz y no lo sabía.

Bajo los peldaños de la escalera una vez que me he aseado y he sustituído mi ropa por un vestido burdeos de mangas de entretiempo y cubierto mis piernas por unas medias negras. Sin embargo, hay algo que no ha cambiado y son mis inseparables vans negras que me acompañan allá donde voy. Desciendo el último peldaño y me pongo rumbo hacia la salida de la vivienda cuando me percato de que mi padre está apoyado sobre el marco de la puerta que conduce al salón. Poco a poco voy alzando la vista, realizando un detenido recorrido por sus prendas.

-Voy a salir- anuncio.

-Está bien. Ten cuidado.

-Llegaré tarde. No me esperes despierto.

Christopher asiente muy a su pesar y me acompaña hasta la puerta.

-Diviértete.

Me despido de él tras depositar un beso en su mejilla y procedo a encaminarme hacia el inicio de la carretera, lugar en el que se halla Jonathan apoyado junto a su moto negra, esperándome con una amplia sonrisa en los labios. Emprendo una carrera hacia él en cuanto me hallo a mitad de camino con tal de alcanzar cuanto antes su posición. Él da dos pasos hacia adelante con tal de recibirme como es debido. Finalmente, cuando nuestras personas están lo suficientemente cerca, Jonathan me toma por la nuca y me besa y yo, ante su gesto no puedo evitar esbozar una sonrisa.

-Hola- digo tras finalizar el beso, a escasos centímetros de sus labios.

-Hola.

Jonathan se separa de mí y se aferra a una de mis manos. Luego, me hace girar en un intento de observar detenidamente mi aspecto. Una mano se aferra a mi antebrazo y tira de él con fuerza hacia delante y yo me dejo llevar por el inesperado movimiento. Entonces, soy consciente de que he dejado de dar vueltas y de que mi rostro se separa del de Jonathan por tan solo unos centímetros. Alzo la vista y me topo con sus labios carnosos y carmesís. El chico que tengo justo delante le propicia sendas caricias a una de mis mejillas con ayuda del dorso de su mano y yo reacciono ante este gesto cerrando los ojos y esbozando una sonrisa.

-Estás preciosa- confiesa.

Nuestras miradas se entrelazan y siento como mi corazón da un vuelco y una corriente eléctrica recorre cada rincón de mi cuerpo.

-¿Nos vamos?

Asiento y me acomodo justo detrás de Jonathan. Mientras él se limita a ponerse el casco, yo me propongo hacer todo lo posible porque el vestido no se me levante en cuanto la velocidad se vea incrementada y el viento azote nuestros cuerpos. Luego, mientras él se encarga de ponerse los guantes en las manos, yo me dedico a colocarme el casco en la cabeza. Finalmente el motor se pone en marcha una vez nos hemos acomodado y se incorpora a la carretera con una velocidad moderada.
Pronto noto como el viento impacta contra las mangas de mi vestido y hace erizar mi piel al mismo tiempo que le transmite una sensación gélida. Además, se encarga de alborotar la manta de pelo que descansa sobre mi espalda. Mis manos no tardan en helarse y como consecuencia de ello no siento los dedos, así que introduzco mis manos en los bolsillos de la chaqueta de cuero de Jonathan, quien al percatarse de ello ladea la cabeza hacia un lado y me mira de soslayo. No puedo ver sus labios pero apuesto a que está sonriendo como si se le fuese la vida en ello.

Jonathan frena bruscamente y al hacerlo levanta una gran cantidad de barro que salpica a los árboles de los alrededores. Apaga el motor de la moto y se baja antes de que pueda hacerlo yo y se propone a quitarse el casco que lleva puesto. Yo, mientras tanto, me acomodo en el asiento y me coloco correctamente el vestido antes de bajar de la moto de un salto. Jonathan se acerca a mí y con delicadeza desabrocha la correa de mi casco y lo retira poco a poco, asegurándose de que no se lleva consigo parte de mi cabello.

-Tengo las manos congeladas- confieso.

Él rodea mis manos con las suyas y las alza hasta situarlas próximas a su boca. Entonces, entreabre los labios y el aire que con anterioridad vivió en sus pulmones escapa por ellos en forma de vapor de agua e incide directamente en éstas, haciéndolas entrar en calor en poco tiempo. Mientras él se encarga de llevar a cabo esta tarea me concedo la libertad de mirar encandilada los enormes ojos celestes de Jonathan, los cuales parecen ganar vivacidad con la luz blanca de la luna.

-¿Mejor?

Asiento y nos ponemos rumbo hacia el cuartel de cazadores, el cual se alza frente a nosotros. Tan solo nos separan de él unos metros que, a juzgar por la cantidad de obstáculos que encontramos por el camino, nos parece una eternidad. Aún así superamos todos ellos con éxito hasta llegar a un enorme charco de barro que nos impide continuar a no ser que lo crucemos. Me detengo a escasos centímetros y me dedico a observar la profundidad y la distancia que me separa del otro lado. Entonces, cuando me dispongo a jugármela a cara o cruz, Jonathan aparece por detrás de mí, me coge en brazos y cruza el charco, de manera que sus pies y la parte inferior de sus pantalones se humedecen y adoptan un color marrón. Una vez pasado el peligro me baja, volviendo así a tener los pies sobre tierra firme. Jonathan me adelanta, abre la puerta del cuartel y la mantiene abierta con tal de cederme el paso hacia el interior de la estructura.

A juzgar por el silencio que abunda y por la escasez de iluminación deduzco que no hay nadie nadie allí en estos precisos momentos, lo cual me llama la atención. Jonathan se sitúa a mi vera tras cerrar la puerta tras sí y me conduce hacia el final del pasillo.

-¿No hay nadie?

-No. Han ido a custodiar el hospital para asegurarse de que no se acercan vampiros sedientos de sangre con la intención de robar bolsas de plasma.

-¿Por qué no has ido?

Deslizo mis dedos por una mesa blanca en la que descansan una sucesión de ordenadores de último modelo.

-Me apetecía más estar contigo- ladeo la cabeza en su dirección y le miro con avidez-. Voy a ir a cambiarme de ropa.

Asiento y Jonathan vuelve a incorporarse en el pasillo por el que pasamos con anterioridad y se encierra en una de las habitaciones.

Aprovecho su ausencia para examinar detenidamente la habitación en la que hallo, descubriendo de nuevo la sucesión de ordenadores, las pantallas que indican con puntos verdes los faroles azules que hay colocados en el exterior, los muebles que como averigüé en su día, contienen diferentes tipos de armas. Además, desde mi posición puede apreciar una de las salas, pues esta tiene la puerta abierta y deja a la vista un suelo de gomaespuma y unas paredes cubiertas de espejos. A mi cabeza acuden los recuerdos vividos en esa estancia en compañía de Jonathan. Me acuerdo que intentaba enseñarme a defenderme como una cazadora y casi siempre conseguía vencerme. No sé exactamente porqué pero tengo la sensación de que ha pasado una eternidad desde entonces.

Camino hacia una puerta que está encajada y ejerciendo presión en ella consigo abrirla. Tras esta aparece una habitación, en cuyo centro hay un sofá de piel de color marrón que posee enfrente una pequeña mesa de madera en la que hay colocadas unas velas encendidas y una botella de champán. Gran parte de las paredes están cubiertas por estanterías repletas de libros que contienen velas aromáticas que desprenden un humo que con olor a vainilla.

Percibo como unos pasos se detienen justo detrás de mí.

-¿Qué es todo esto?

-La forma que tengo de demostrarte que te quiero.

Jonathan se aferra a mi mano y me conduce hacia el sofá, lugar en el que ma ayuda a sentarme. Luego, toma asiento a mi vera y se aferra a la botella de champán, se deshace del precinto que cubre la boca de la botella y tira de un pequeño gancho que hay. Entonces, el tapón sale disparado e impacta contra el techo antes de precipiartarse hacia el vacío. Río ante este hecho. Jonathan se hace con dos copas y vierte un poco del contenido en ellas.

-Brindemos.

Me hago con una de las copas que me ofrece.

-¿Qué hay que celebrar?

-El hecho de que nuestros caminos se hayan cruzado.

Alzamos nuestras copas y las unimos, ocasionando un tintineo. Nos llevamos las copas a los labios y bebemos un sorbo. Nuestras miradas se cruzan y nuestros ojos se encargan de decir a gritos el inmenso amor que sentimos el uno por el otro sin utilizar palabras. Bajamos lentamente nuestras copas y terminamos por depositarlas sobre la mesa de madera. Jonathan salva la distancia que nos separa y toma mi rostro entre sus manos y me besa. Enredo mis dedos en su cabellera rubia al mismo tiempo que ejerzo presión en ella para acercarle más a mí. Sin ser conscientes siquiera nos podemos en pie y nos desplazamos por la habitación, deslizándonos por las paredes al mismo tiempo que nos besamos, en un intento de dar con la salida. Al fin damos con ella y nos incorporamos a la sala más amplia del cuartel, en la que se hallan las mesas repletas de ordenadores, los armarios con las armas y las pantallas que reflejan sensores de movimiento. Esta vez cruzamos la estancia perpendicularmente, sin deternos hasta alcanzar el pasillo de los retratos, en el cual Jonathan vuelve a acorralarme en una pared y me besa con fiereza. Aprovecho esa ocasión para quitarle la camiseta que lleva puesta, dejando al descubierto así su torso trabajado. Deslizo mis manos a lo largo de él y siento la calidez que emana. Mi acompañante emprende de nuevo la marcha, sólo que esta vez volvemos a hacer una pausa al alcanzar el marco de la puerta de su habitación, lugar en el que vuelve a dejarme presa y me besa con una pasión aún mayor. Sus manos recorren mi espalda, regalándome sendas caricias y se detienen al dar con la cremallera. La baja con rapidez y me quita el vestido por la cabeza, dejando al descubierto mi ropa interior de encaje negra.
Jonathan me coge en brazos y cruza la estancia conmigo para terminar por recostarme sobre su cama de ropajes blancos. Se sitúa encima mía, acomodando cada uno de sus brazos a cada lado de mis hombros y acerca su rostro al mío para besarme. Me aferro con ambas manos a su rostro y le separo un poco de mí con tal de poder ver sus enormes ojos celestes una vez más. Luego, deslizo mi dedo pulgar por su labio inferior y le acerco nuevamente para depositar un beso sobre ellos. Jonathan entierra su cabeza en mi cuello para dotarlo de sendos besos que hacen arder y erizar mi piel.

El chico se desprende del resto de su ropa y vuelve a acudir a mí, regalándome una mirada sincera y una de sus mejores sonrisas. Extiende una de sus manos en dirección a mi cabello y lo acaricia en un intento de calmar mis miedos.

-Te quiero- susurra.

Sus ojos azules me hipnotizan y por un momento tengo la extraña sensación de estar viviendo en un mundo en el que solo existimos él y yo. Y juro que no me hace falta nada más. Todo cuanto he querido, quiero y querré será él.

-Y yo a ti.

Jonathan entrelaza su mano con la mía y las deja reposar sobre la almohada. En ese instante nos convertimos en un solo ser y le permitimos a nuestros sentimientos que ejerzan el control, mostrando así los deseos más puros de nuestra alma.

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