Capítulo 16
Cuando el reloj digital del coche marca las doce de la noche, tanto Jonathan como yo abandonamos el vehículo y nos encaminamos con paso decidido a la entrada al hospital. A medida que avanzamos se percibe un sonido metálico que hace referencia al impacto de la espada contra la hebilla del cinturón. A pesar de este no hay otro sonido perceptible. Traspasamos la entrada y nos sumergimos en un pasillo de paredes blancas, algunas de ellas poseen un cartel que indican cual es el comportamiento que debemos tener en el centro hospitalario por respeto a los pacientes. En otros casos se trata de indicaciones de las que puedes valerte para dar con una determinada consulta. Nuestro objetivo es llegar al laboratorio en el que guardan las reservas de sangre, con tal de comprobar la cantidad de bolsas de plasma que faltan y descubrir a los atracadores.
Subimos a la segunda planta gracias a las escaleras y cuando nos hallamos en la cima de esta comprobamos si hay alguien en las proximidades. Al ser la respuesta negativa, decidimos adentrarnos en el pasillo torciendo a la izquierda y continuando todo recto.
-Debe estar por aquí- anuncia Jonathan.
En efecto, a escasos metros se alza una puerta marrón que posee un cartelito en el que se puede leer "laboratorio". Nos situamos frente a esta y miramos de un lado a otro antes de tomar una decisión. Nuevamente descubrimos que estamos solos en el pasillo, así que Jonathan toma la iniciativa de aferrarse al picaporte, el cual tiene una ranura para introducir una llave y tira de él con fuerza. No sucede nada. La puerta sigue intacta. Vuelve a intentar abrirla pero el resultado sigue siendo el mismo que con anterioridad.
-Está cerrada, vamos a tener que ir a buscar al encargado.
Asiento y cuando hago ademán de dar media vuelta para conducirme hacia las escaleras, escucho unas voces continuadas de unos pasos que me confirman que alguien se acerca a nuestra posición. Jonathan se aferra a mi antebrazo y tira de mí hacia el interior de un cuarto de limpieza que hay justo enfrente del laboratorio. Al cerrar la puerta detrás de sí nos sumimos en una completa oscuridad, la cual nos impide distinguir cuanto nos rodea. Aunque, apuesto a que por el olor debe haber varios productos de limpieza.
Mi acompañante se queda quieto y me pide que hago exactamente lo mismo con tal de evitar llamar la atención de los nuevos visitantes. Agudizo el oído y descubro que los pasos se sienten muy próximos de nuestra posición.
-Ya sabes lo que tenemos que hacer, Will- dice una voz masculina-. Entramos, cogemos lo que buscamos y nos marchamos. Nada de espectáculos de última hora.
-Entendido.
-Estoy seguro de que Kai nos recompensará como es debido por esto.
Will ríe malévoladamente.
-Adoro volver a los viejos tiempos.
-Coincido contigo, Peter.
Percibo el sonido de una puerta abrirse y como los pasos de los visitantes se alejan hacia el interior de otra estancia. Al parecer basta con menos de sesenta segundos para que vuelvan a incorporarse al pasillo pero, esta vez, cargados con bolsas y bolsas de plasma. Nuevamente cierran la puerta del laboratorio, haciendo uso de la llave.
Mi corazón se dispara en el instante en el que soy consciente de que los pasos de los acechantes acaban de detenerse a escasos centímetros de la puerta. Con ayuda de mis manos me tapo la boca con tal de evitar delatarme con la respiración.
-¿Oyes eso?- le pregunta Will.
El vampiro guarda silencio, imagino que para agudizar el oído.
-Es un corazón acelerado- continúa.
-Qué novedad- dice Peter-. Es bastante normal captar los sonidos de un corazón. Por si no te has dado cuenta los pasillos están repletos de habitaciones que contienen pacientes y enfermeros que se encargan de atenderlos.
-Tienes razón, será la sed.
-Pues contrólala o nos condenarás a la muerte. Vayámonos, tenemos asuntos importantes de los que ocuparnos.
Ambos vampiros se marchan a gran velocidad, dejando tras sí una leve ráfaga de viento que hace ondear los carteles que yacen en las paredes. Cuando creemos que estamos fuera de peligro, nos incorporamos al pasillo, extremando las medidas de seguridad.
-¿Sabes quiénes son?
Niega con la cabeza.
-Creo que tenemos que hacer frente a una nueva amenaza.
-¿Qué vamos a hacer ahora?
-Nombraron a un tal Kai, tal vez podamos averiguar algo de él en la documentación sanitaria.
Jonathan echa a andar hacia el final del pasillo y yo le sigo pisándole los talones. Se detiene junto a una puerta marrón y antes de abrirla mira de un lado a otro para comprobar si hay alguien mirando. Finalmente entra y sostiene la puerta para cederme el paso.
Las paredes son azules y están en su mayoría cubiertas por una sucesión de archivadores de oficina. Las lozas del suelo son blancas y hacen juego con las cortinas. En el centro de la estancia yace un escritorio grisáceo que posee un ordenador, una impresora, un lapicero y una grapadora roja. Frente a este se halla un par de sillas que parecen ser cómodas.
-Encárgate de ese montón, yo lo haré de este.
Me aproximo a un archivador, lo abro y aparece ante mí cientos de carpetas amarillas con el correspondiente nombre del paciente en la portada. Descarto varios nombres con ayuda de mis dedos hasta dar con una ficha en la que pone mi nombre. Me hago con ella y le echo un vistazo por encima. En un extremo de la hoja hay una foto mía actual y junto a ésta un texto que recoje todos los análisis, vacunas y enfermedades que he tenido a lo largo de estos años. Incluso aporta información de la fecha y lugar de nacimiento, además de nombrar a mis progenitores. En la parte de abajo aparecen dos fotografías, una de mi padre y otra de mi madre. Deslizo mis dedos sobre esta última en un vano intento de conseguir que sienta mi caricia.
Dejo caer mi cuerpo sobre una de las sillas que hay frente al escritorio, aún sosteniendo mi ficha entre ambas manos y observando la fotografía de Alyssa. Cambio el rumbo de mi mirar hacia mi acompañante y descubro que se halla de pie junto a un archivador, leyendo con expresión afligida la información que contiene la ficha que tiene entre ambas manos.
-¿Has encontrado algo?
Aprieta la mandíbula y cuando alza la mirada descubro que sus ojos poseen un brillo inusual. Me incorporo inmediatamente, cruzo la estancia con dos zancadas y me sitúo a su vera. Elevo mis manos y tomo su rostro entre mis manos. En ese instante cierra la ficha que estaba leyendo y la deja en su respectivo sitio. Luego, me mira.
-Tengo que irme.
Me da la espalda y abandona la habitación en la que nos encontramos con paso ligero. Permanezco inmóvil en mi sitio, intentando digerir la información que acaba de darme. Finalmente decido emprender una carrera hacia su persona con tal de no perderle la pista. Bajo las escaleras lo más veloz que puedo, pero aún así me sigue sacando cierta distancia. Al situarme a los pies de esta decido emplear las fuerzas que me quedan en alcanzarle, aunque acabe agotada cuando lo haga. Sin más dilación apresuro mi paso al mismo tiempo que intento normalizar mi respiración. Salgo al exterior y cuando lo hago soy consciente de la penumbra que invade todo cuanto me rodea. La luz blanca de la luna se deposita en la dorada cabellera de Jonathan, dotándola de una mayor belleza.
Al pasar por su lado me aferro de su antebrazo, obligándole a girarse.
-¿Qué ha pasado?
-No eres la única que ha vivido toda su vida en una mentira.
-¿A qué te refieres?
-He descubierto gracias a la documentación sanitaria que soy adoptado.
A pesar de tener la mandíbula apretada con tal de impedir la manifestación de su llanto, sus ojos se desbordan y las lágrimas recorren con rapidez sus mejillas. Verle en ese estado tan lamentable me rompe el corazón en mil pedazos.
-¡Oh, Dios mío!- exclamo ante la intensidad de su llanto. Me apresuro a abrazarle con todas mis fuerzas, depositando mi cabeza en su pecho izquierdo, lugar en el que descansa su corazón-. Todo va a salir bien. Estoy aquí contigo.
Jonathan aumenta la fuerza con la que me abraza y al hacerlo me aproxima a su torso cálido. Elevo una de mis manos y la coloco tras su nuca y ejerzo un poco de presión en ella con tal de lograr que deposite su cabeza en mi hombro, ofreciéndole así un buen lugar en el que depositar sus lágrimas. Además, enredo mis dedos en su cabellera dorada y los deslizo por ella en un intento de ayudarle a recuperar la calma perdida.
-Eres lo único real y maravilloso que hay en mi vida- dice sollozando-. No te vayas, por favor.
Me separo un poco de su persona en un intento de encontrarme con su mirada. Sus ojos celestes no poseen ese brillo característico que de costumbre sino que aparentan estar apagados, hecho que me entristece bastante. Tomo su rostro entre mis manos con delicadeza y le obligo a sostenerme la mirada por unos segundos.
-No pienso ir a ningún lado.
Sus ojos se pierden en los míos y por un momento atisbo una tímida sonrisa en sus labios. A continuación salvo las distancias que nos separan y deposito un beso casto en su boca.
-Ven- le tiendo mi mano a mi acompañante con tal de que la entrelace con la suya-. Demos un paseo.
Se aferra a mi mano y se sitúa a mi vera. Alzo la vista y le miro en un intento de darle a entender que todo está bien y emprendo una marcha hacia la parte trasera del hospital, lugar en el que comienza un bosque en el que abundan árboles de hojas verdes y troncos gruesos. Guío a mi acompañante por un sendero de tierra que apenas es visible debido a la oscuridad. A medida que avanzamos siento como la luz blanca de la luna nos persigue en un intento de continuar iluminándonos. Finalmente me detengo en un área cubierta de flores purpúreas que recibe el impacto de luz blanca directamente, pues las copas de los árboles que la rodean dejan al descubierto gran parte del cielo nocturno. Me acuesto boca arriba sobre el terreno e invito a Jonathan a hacer exactamente lo mismo que yo. Cuando lo hace, entrelazo tímidamente mi mano a la suya y me tomo la libertad de admirar la unión de ellas.
-Cuando era pequeña solía hacer acampadas en el bosque con mis padres- argumento-. Recuerdo que cuando era de noche me fascinaba acostarme boca arriba en el suelo y observar el firmamento.
Siento la mirada de Jonathan clavada en mi persona.
-¿Por qué lo dejaste de hacer?
-Porque todos a mi alrededor parecían estar ocupados con asuntos más importantes- frunzo el ceño y me muerdo ligeramente el labio inferior-. Sé que resulta absurdo pero quería compartir este momento contigo.
-Es increíble.
Salvo la distancia que nos separa y termino por depositar un beso en sus labios. Luego, vuelvo a retomar mi posición anterior y contemplo el cielo nocturno, sobre el que descansa una luna menguante y un puñado de estrellas que le hacen compañía. En ese instante una estrella fugaz cruza el firmamento y no puedo evitar aferrarme con fuerza a la mano de Jonathan. Sin ser consciente siquiera acabo de pedir un deseo; estar con él.
Los primeros rayos de sol se cuelan a través de la ventana e inciden directamente sobre mis párpados, obligándome a despertarme de mi sueño. Pestañeo un par de veces con tal de apreciar con una mayor nitidez todo cuanto me rodea. Lo primero que veo es una pared de color rosa que hace juego con los muebles blancos.
Tomo asiento en el borde de la cama, me tomo la libertad de desperezarme y bostezar. Luego, planto mis pies en el suelo y en cuanto lo hago siento una sensación gélida apoderarse de ellas. Aún así emprendo una marcha hacia el servicio, portando sobre un hombro una camiseta blanca de mangas cortas, una chaqueta y unos pantalones negros de chándal, y en las manos unos deportes blancos. Al adentrarme en la habitación contigua, lo primero que hago es dejar la ropa sobre una pequeña mesita, lo segundo enfrentarme al lavabo y humedecer mi rostro con ayuda de mis manos. Aprovecho que estoy frente al espejo para cepillarme el pelo hasta dejarlo electrizado.
Salgo del servicio vestida de pies a cabeza y me pongo rumbo hacia la cima de las escaleras. A medida que voy descendiendo los peldaños que la componen voy descubriendo una parte nueva de la planta de abajo. Finalmente alcanzo el pie de la escalera y cuando hago ademán de girar hacia la derecha para ponerme rumbo hacia la cocina me topo con la persona de Sam a escasos centímetros de mí. Me sobresalto ante la inesperada aparición e inconscientemente me palpo el pecho izquierdo con tal de comprobar que mi corazón continúa latiendo.
-¿Qué haces aquí?
-No tenía adónde ir- justifica.
Mantiene la cabeza agachada tras confesarlo, probablemente porque está avergonzando y no quiere que lo descubra. Así que me limito a aferrarme a su mano y tirar de él hacia la cocina, lugar en el que le suelto y me dirijo hacia el frigorífico para hacerme con un envase de leche.
-¿Qué ha pasado?-le pregunto al mismo tiempo que me hago con un cuenco naranja de uno de los muebles y lo deposito sobre la encimera.
-Esta mañana he estado a punto de perder el control con mi madre. Deseaba perforar su cuello con mis afilados colmillos y beber su sangre hasta no dejar tan siquiera una gota.
Entreabro los labios, sorprendida por su confesión y a continuación le doy la espalda para hacerme con un paquete de cereales que hay en un mueble superior.
-Quería matar a la mujer que me dio la vida, Ariana.
Dejo la caja de cereales sobre la encimera y me dispongo a dejar caer el peso de mi cuerpo en la que tengo justo detrás, apoyando mis manos sobre ella.
-La sed de sangre que sientes te invita a tener ese tipo de impulsos. Sé que no quieres hacer daño a tu madre, Sam, por esa misma razón quiero enseñarte a controlar la sed.
-No lo entiendes, Ariana.
-Pues explícamelo- le suplico.
Samuel se aproxima a una de las ventanas de la cocina y corre la cortina con tal de evitar que los rayos de sol que penetran a través de los cristales provoque quemaduras en su resistente y cetrina piel. Luego, se aproxima a mi vera con una rapidez sobrehumana y se entretiene jugueteando con una manzana roja que acaba de arrebatar del frutero.
-No quiero que me ayudes.
-Dame una buena razón para no hacerlo- le pido.
-¡No quiero hacerte daño!- dice, elevando el tono de voz.
Su confesión me dejá sin aliento.
-No es tu decisión- respondo tras haberme recuperado del impacto que tuvieron sus palabras en mí.
-Lo sé. Pero puedo darte motivos para hacerte cambiar de opinión.
-No vas a conseguir hacerme cambiar de parecer. La decisión ya está tomada. Si ayudarte va a suponer hacer frente a un peligro constante, lo afrontaré, porque me importas.
Sam deja caer el peso de su cuerpo sobre una pared cercana a mi posición y en el instante en el que su espalda toca la rígida superficie se derrumba por completo. Su rostro se ensombrece y deja ver una expresión afligida. Sus ojos han perdido todo indicio de brillo y se muestran apagados, como si hubiesen perdido toda esencia de alegría. Lo único que les embellece son las lágrimas que escapan por ellos, las cuales centellean con la fulminante luz blanca de la lámpara del techo. Sus labios finos y carmesís están apretados y debido a esto las gotas con sabor a mar que descienden por sus mejillas no logran vivir más allá de su boca.
-Tengo mucho miedo, Ariana.
Abandono mi posición y me propongo salvar la distancia que separa nuestros cuerpos. Cuando consigo hallarme a su vera, me acerco lentamente hacia su persona, midiendo cada paso que doy con tal de evitar sobresaltarle. Finalmente, termino por envolverle con mis brazos y atraerle a mí ejerciendo una ligera presión en la parte superior de su espalda. El chico, en un principio, no reacciona ante mi gesto, pues teme que la proximidad a mi persona pueda despertar su instinto que carece de humanidad. Sin embargo, se atreve a rodearme con sus brazos transcurridos escasos segundos, a pesar de seguir sintiendo el miedo correr por sus venas a gran velocidad.
-Lo sé- susurro cerca de su cuello-. Es normal que tengas miedo dadas las circunstancias. Cualquiera en su sano juicio lo tendría.
-Yo no quería esto- dice sollozando con una mayor intensidad. Ante su reacción decido aumentar la fuerza con la que le abrazo en un intento de hacerle sentir que puede contar conmigo.
-Shh... todo va a salir bien, te lo prometo.
Tras quince minutos caminando por el bosque bajo los débiles rayos solares logramos alcanzar nuestro destino; el corazón de la arboleda. Acordamos quedar a esta hora por la sencilla razón de que Sam, al ser un vampiro, no puede salir durante el día, así que optamos por esperar a que el sol se preparase para ocultarse para llevar a cabo nuestro cometido. Cesamos nuestra marcha y lo primero que hacemos es asegurarnos de que no hay nadie en las proximidades. Sam se encarga de vigilar la zona este, mientras que Abby la oeste. Yo, en cambio, me dedico a preparar las diversas armas que voy a entregarles a mis amigos con tal de enseñarles a defenderse. Por ser la primera vez me decido por escoger un par de navajas de hoja afilada.
-¿Y bien?- les pregunto en cuanto vuelven conmigo.
-Nada- responde Abby.
-¿Sam?
-Salvo algún que otro ciervo, nada.
Asiento ante su respuesta y procedo a hacerle entrega de un arma a cada uno de ellos. Sam, al recibirla, se queda estupefacto observándola, mientras que Abby se limita a empuñarla como es debido. Le doy la espalda a mis acompañantes y echo a andar en dirección a un árbol que se halla separado por unos metros del que se sitúa tras el vampiro. Me detengo y giro sobre mis talones con tal de volver a enfrentarme a la mirada de mis amigos.
-Sam, tú primero, ven hacia mí.
El chico intercambia una mirada con la joven que tiene al lado antes de emprender una carrera hacia mi dirección, valiéndose de sus habilidades vampíricas para llevarlo a cabo. Cuando está a punto de alcanzarme, me agacho y extiendo una pierna, la cual coloco justo detrás suya, de manera que cuando da un paso hacia atrás tropieza con ella y pierde el equilibrio. Aprovecho ese instante para ponerme en pie, aferrarme a su cuello con fuerza y tirarle sobre el terreno, colocándome encima suya con tal de inmovilizarle. En ese instante saco de uno de los bolsillos de mi pantalón una estaca, con la que amenazo el pecho del vampiro.
-Demasiado previsible.
-Volveré a intentarlo- dice.
Asiento y permanezco a la espera de que vuelva a retomar su posición inicial. Cuando la alcanza, adopta una pose defensiva con tal de estar preparado ante cualquier tipo de amenaza. El chico vuelve a emplear sus dotes sobrenaturales para recorrer la distancia que nos separa. Esta vez se vale del tronco de un árbol para dar una vuelta en el aire, lo cual me despista por unos segundos, debido a su estrategia y sobre todo a su velocidad. Antes de que pueda darme cuenta se halla detrás de mí, inmovilizando mi torso con uno de sus brazos. Sam inclina mi cabeza hacia un lado y recoje mi pelo con tal de descubrir mi cuello. Acerca lentamente sus colmillos afilados a esta área y simula que va a morderme. Entonces, le doy un fuerte codazo entre las costillas, lo cual hace que afloje la fuerza que emplea para sujetarme. Aprovecho para darme media vuelta. Al ver que está encorvado, palpándose la área dolorida, me aferro a su cuello y lo empotro con fiereza contra el tronco grueso de un árbol. A continuación, le inmovilizo con un brazo y amenazo su cuello con una flecha de madera que acabo de obtener del interior de la chaqueta que llevo puesta.
-No ha estado mal- confieso.
-Aprendo rápido.
Una sonrisa se apodera de sus labios y al ser partícipe de ella siento una gran satisfacción, pues sé que es la primera que veo en mucho tiempo. Así que me tomo la libertad de permanecer inmóvil, observándola como si de un tesoro se tratase. A decir verdad, su sonrisa no es la misma de antes, pues unos enormes colmillos asoman a través de su labio superior y casi llegan a rozar el inferior. Aún asi, sigue cautivando con ella a pesar de todo.
Aparto el brazo de su pecho, de manera que le libero. Sam apoya la cabeza en el tronco del árbol que tiene detrás y se dedica a contemplar encandilado el cielo cubierto de estrellas. Yo, en mi afán de imitar, decido seguir su mirada y termino por depositarla en una estrella que adopta un tono rojizo que se abre paso en el firmamento. Sonrío al verla, pues recuerdo que cada noche me hace compañía.
-Abby, es tu turno.
La chica entreabre los labios y por ellos escapa un largo suspiro. Empuña la navaja como es debido y antes de decidirse a ir hacia mí le dedica una última mirada al arma que yace encerrada en una de sus manos. Emprende una carrera en mi dirección, con la navaja en ristre y cuando se encuentra a escasos centímetros de mí hace ademán de cortarme con ella pero impido que esto suceda retrocediendo un paso y conteniendo la respiración. La chica vuelve a intentarlo. Me aferro con fuerza a su muñeca y la tuerzo ligeramente. La hago girar, de forma que me da la espalda e inmovilizo su cuerpo con mi brazo derecho al mismo tiempo que flexiono el suyo y aproximo la hoja afilada de la navaja a su cuello.
-Prueba de nuevo.
La libero de mis brazos y le permito que ocupe su posición original. Como anteriormente, se vale de una carrera para salvar la distancia que nos separa y cuando se encuentra lo suficientemente cerca de mí decido atacarla con mi espada, golpe que ella evita agachándose. Aprovecho que está cerca del suelo para amenazarla con la hoja afilada con tal de conseguir que termine por recostarse sobre la tierra húmeda. Mi víctima cede poco a poco hasta que termina echada boca arriba en el suelo, mirándome con miedo. Entonces, le da una patada a la espada, ocasionando que esta escape de mi mano sin ningún pudor y se deje caer al vacío. Indefensa, retrocedo un par de pasos hasta quedar con la espalda apoyada en el tronco de un árbol. Abby se incorpora y cuando creo que va a marcharse, se gira y sin previo aviso lanza la navaja que le dejé con anterioridad, la cual cruza horizontalmente la distancia que nos separa y termina por clavarse junto a mi oreja, ocasionando un pequeño corte en ella.
Me separo del árbol y palpo la herida que me ha hecho, de la que brotan pequeñas gotas teñidas de un rojo oscuro.
-Lo siento- confiesa al percatarse del incidente-. No era mi intención hacerte un corte. Ha sido muy irresponsable por mi parte haberlo hecho. ¿En qué demonios estaba pensando? Podría haberte matado.
-No te preocupes, estoy bien.
Abby salva la distancia que nos separa y me envuelve con sus brazos durante lo que se me antoja una eternidad.
-Tenemos que ocuparnos de un asunto bastante importante- anuncia Sam.
-¿Y bien?- le pregunta Abby.
-Estoy hambriento y no es buena señal.
-En ese caso conviene que busquemos una solución cuanto antes- añado.
Emprendemos una marcha hacia el este con tal de dar con algún tipo de animal al que Sam pueda hincarle el diente. A medida que avanzamos me percato de el sonido que emiten los pájaros al emprender el vuelo o el crujir de las hojas bajo las suelas de nuestros zapatos. Lo cierto es que me sorprendo dándome media vuelta cada vez que percibo un sonido siniestro. Apuesto a que incluso me he vuelto una paranoica con este tema, aunque no me sorprende, vivir en un peligro constante tiene sus consecuencias.
Cesamos nuestra caminata junto a unos matorrales que son tan robustos y altos que cubren gran parte de nuestros cuerpos. Asomamos la cabeza por encima de estos y descubrimos a un ciervo que bebe tranquilidamente de un riachuelo iluminado por la luz blanca de la luna. Sam da un paso hacia atrás y provoca que las hojas crujan bajo sus pies y debido a ello el animal alza la vista y mira directamente hacia nuestro encondite. En ese instante veo por primera vez el miedo reflejado en sus enormes ojos castaños y siento un sentimiento de compasión hacia él.
-Sólo tienes que sorprenderle, inmovilizar su cuerpo y beber su sangre- digo en un tono de voz apenas audible.
Asiente ante mi comentario y se dispone a desplazarse sin hacer el menor ruido hacia el animal con tal de asaltarlo. Avanza con sigilo por el terreno, contemplando con deseo al inocente ciervo que bebe del reciachuelo. Se detiene junto a un árbol y se toma la libertad de mirar en nuestra dirección antes de llevar a cabo su propósito. En el momento en el que nuestras miradas se cruzan, le indico con un asentimiento que continúe con su labor y él me devuelve el gesto. Sin previo aviso se lanza contra el animal, inmovilizando su cuerpo con sus enormes y fuertes brazos. Se acerca al cuello del ciervo y hunde sus colmillos afilados sin ningún pudor. Bebe con fiereza, haciendo alguna que otra pausa para lamer sus labios cubiertos de sangre. La cabeza del animal se inclina hacia la derecha, de manera que en su campo de visión entramos nosotras. Cuando sus ojos están perdiendo su brillo, Sam decide armarse de valor y separarse del animal, de manera que este se incorpora en cuanto se libera de los brazos del vampiro y echa a correr en otra dirección. Mi amigo se pone en pie y entreabre los labios, dejando a la vista sus afilados colmillos.
Salgo de detrás del matorral y salvo la distancia que nos separa.
-Le he hecho daño.
-Sobrevivirá. Es fuerte- envuelvo con mis brazos al chico que se halla a mi vera. Mi acompañante no me abraza, pues está paralizado por el miedo-. ¿Cómo te encuentras?
-Físicamente, más vivo que nunca. Emocionalmente, destrozado.
-¿Crees que podrás adaptarte a este estillo de vida?
-Puedo intentarlo- dice transcurridos unos segundos.
Asiento ante su respuesta y procedo a limpiar la sangre de sus labios con un pañuelo que obtengo de uno de los bolsillos de la chaqueta que llevo puesta. Mientras llevo a cabo mi cometido, los ojos de Sam se encargan de hacer una detenida examinación de cada facción de mi rostro. Debo admitir que su observación me llega a incomodar pero aún así no se lo recrimino ni pongo remedio. Simplemente me limito a continuar eliminando la sangre de su boca, haciendo caso omiso a su penetrante mirada.
-Ya está.
Hago ademán de bajar la mano cuando el vampiro se apodera de ella, moderando la fuerza con tal de evitar hacerme daño. Alzo la vista y le miro sorprendida por su inesperado gesto.
-Gracias- me dice.
Frunzo el ceño y asiento una sola vez.
-No hay de qué- añado segundos más tarde.
Me libera de su mano y aprovecho esa ocasión para guardar el pañuelo en mi bolsillo y darme media vuelta con tal de localizar a Abby. La hallo tras el matorral, inmóvil, observando el lugar en el que estuvo con anterioridad el ciervo suplicando por su vida. La escena presenciada debe haber tenido un fuerte impacto en ella, teniendo en cuenta que es la primera vez que es partícipe de esta. No me extrañaría nada saber que se está apoderando de su interior un sentimiento de miedo hacia el chico que con anterioridad fue su amigo.
Abandono mi posición y me aproximo a la suya con tal de pasarle un brazo por encima de sus hombros en un intento de aportarle seguridad.
-Lamento que hayas tenido que ver esto- susurro.
-Pues yo no. Ahora esto forma parte de mi mundo, tengo que adaptarme.
Cambio el rumbo de mi mirar hacia el chico moreno que yace de pie junto al riachuelo, observando su reflejo distorsionado en el agua que tiene a sus pies.
-Vamos a hacer que salga de esta. Sé que no va a ser fácil y que probablemente tengamos que hacer frente a muchas amenazas pero estoy segura de que va a valer la pena- digo con firmeza.
-Sí, la valdrá- coincide.
El resto de la noche la pasamos sentados en una piedra lo suficientemente grande para permitir que podamos tomar asiento en ella los tres. Esta se encuentra separada por unos metros de los pies de un enorme lago de agua cristalina rodeado por montañas. Puede decirse que está situada a cierta altura, de manera que desde nuestra posición podemos apreciar la naturaleza que se abre paso a nuestro alrededor y los animales que se acercan a la orilla para beber. El cielo adopta un tono purpúreo que a medida que va transcurriendo el tiempo va desapareciendo, del mismo modo que lo hacen las estrellas que lo han adornado durante toda la noche.
-¿Creéis que habrá algo coherente en este mundo?- pregunta Sam.
-Definitivamente no- añado esbozando una sonrisa.
-Y yo que creía que estaba cuerda.
Nos reímos al unísono del comentario que ha hecho Abby. Mientras río miro detenidamente a mis acompañantes y me percato de la felicidad reflejada en sus rostros y juro que en ese momento me doy cuenta de que es todo cuanto necesito, ver como la alegría vive en ellos.
Pasouno de mis brazos por encima de los hombros de Sam y luego repito la misma acción con el otro, pero esta vez depositándolo sobre los de Abby. Ejerzo presión en ellos, de manera que ambos se aproximan a mi persona, salvando los centímetros que nos separan.
En la lejanía, donde se unen el cielo y las montañas, comienza a hacer uso de presencia una luz amarilla que poco a poco va ascendiendo, cubriendo todo cuanto halla a su paso. En ese instante me percato de que el cielo acaba de tornarse de un tono añil como consecuencia de la llegada del sol. A medida que avanza, va colando sus rayos a través de los huecos libres que descubre entre la naturaleza y estos continúan su viaje, cruzando perpendicularmente el lago al mismo tiempo que provocan que sus aguas centelleen con la luz que les fulmina, para terminar por iluminar nuestros rostros.
-Echo de menos los días.
Miro a Sam y me aferro a su mano con fuerza.
-Encontraremos una solución, te lo prometo.
Asiente y se pone en pie, liberándose de mi mano. Luego, permanece inmóvil observando como el sol va ganando cielo a medida que transcurren los segundos. En el instante en el que nuestra estrella está a punto de aparecer tras la montaña, se marcha a gran velocidad, dejándonos atrás contemplando la llegada de un nuevo día.
-¿Cómo crees que se siente?- me pregunta Abby.
-Desorientado y asustado. No debe ser fácil abandonar tu vida anterior para hacerte a una nueva que, en su contra, trae consigo una constante sed de sangre.
-Entonces, ¿crees posible que consiga adaptarse?
Cambio el rumbo de mi mirada hacia el espléndido sol que acaba de asomar por la cima de una montaña, el cual no tarda en bañar mi rostro con su intensa luz amarilla.
-Si, lo creo.
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