Capítulo 15

Me hallo inmóvil en la acera, con la mirada perdida en la fachada verde de una casa, la cual posee una puerta de color caoba en el centro y esta a su vez tiene a cada lado un par de ventanas del mismo tono, cuyas cortinas blancas impiden ver más allá. Aún así, por la rendija que yace bajo la puerta escapa un pequeño rayo de luz amarillento que me indica que hay alguien en su interior. La casa posee un jardín delantero, en el que destacan flores purpúreas y rojas.

Finalmente me decido a deshacerme de los metros que me alejan de la entrada al hogar, de manera que me adentro en un camino formado por pequeñas piedrecitas que se encargan de hacer incómodo el caminar por esa zona. Aún así continúo avanzando sin detenerme hasta alcanzar la puerta de color caoba. Alzo una mano y cuando estoy a punto de llamar, me pongo a meditar si estoy haciendo lo correcto, si es el mejor momento.

Giro sobre mis talones y echo un vistazo al cielo, el cual posee un color añil que me transmite seguridad y confianza en mí misma. Es como si sus tonos me aportaran bienestar, como si me estuviesen diciendo a gritos que vale la pena intentarlo, que todo es sencillo, que somos los seres humanos quienes complicamos las cosas por diversos motivos. Y es ahí cuando me doy cuenta de cual es el paso que he de dar.

Doy suaves golpecitos con mis nudillos en la superficie de la puerta y esta se abre segundos después, dejando a la vista a una chica morena con reflejos rojos, quien lleva puesta una camiseta de mangas semi largas de color amarilla junto con unos vaqueros azulados. Al verme, sus ojos se iluminan y sus labios se entreabren ligeramente.

—Me comporté como una inmadura al ocultarte esa información. Creía que podía protegerte de la amenaza que recae sobre mis hombros pero me he dado cuenta de que no puedo, que cada uno es libre de elegir y que no me queda de otra que aceptar las decisiones. Estaba tan cegada queriendo mantenerte al margen de todo esto que no me di cuenta siquiera que mintiendo para protegerte corría el riesgo de hacerte daño. Lo que más lamento es que esto último ha sucedido y estoy muy arrepentida por lo que hice. Sé que cabe la posibilidad de que nuestra amistad sucumba pero aún así no podía resignarme sin haberlo intentado siquiera. Aceptaré tu decisión, sea cual sea.

Los ojos se Abby se inundan pero aún así no se desbordan. Mi mejor amiga cruza el umbral de la puerta y me abraza con todas sus fuerzas.

—Esto es lo que hacen las mejores amigas, discutir para luego volver a reconciliarse. Sólo que en este caso hay por medio un alocado mundo sobrenatural.

Sonrío ante su comentario y ella también lo hace.

—¿Puedo explicártelo todo?

—Adelante.

Se echa a un lado, cediéndome el paso hacia el interior de su casa. Una vez dentro me conduce hacia la cocina, lugar en el que tomamos asiento alrededor de una mesa blanca. Abby se hace con la cafetera y vierta parte del contenido en dos tazas de porcelana. Cuando termina, deposita cada una de ellas sobre un platito y me tiende uno de ellos.

—Soy todo oídos.

Me encojo de hombros y asiento.

—Hace relativamente poco me enteré de que pertenezco a una familia de cazadores y que esta posee una reliquia, el Collar de Auriel. Por esta misma razón, los miembros del círculo me están buscando, para acabar conmigo y hacerse con la herencia familiar. La explosión en mi casa no fue un accidente, Abby, al igual que tampoco lo fue el ataque del vampiro en la biblioteca.

—¿Intentas decirme que todo cuanto leímos en los libros que trajo Sam es real?

—Absolutamente todo. Inclusive las historias que te ha contado tu abuela y las que me contó a mí mi madre.

—Entonces, ¿existe realmente esa mujer?

—Su nombre es Anabelle y sí, existe. Además, hace poco me vi en la obligación de formar parte de un sangriento ritual que tenía como fin traerla de nuevo a la vida. Abby, ella está correteando por ahí como si nada, ¿sabes lo que significa eso? Puede volver a tomar el poder.

—Pero, ¿quién te obligó a hacerlo?

—Un vampiro. Verás, Sam y yo llegamos tarde un día a clase y nos castigaron ordenando la biblioteca, pues allí apareció un chupasangre que quería matarme y sin embargo hizo daño a Sam. Por suerte logramos librarnos de él pero tuvimos que huir, no podíamos correr el riesgo de quedarnos. Así que fuimos a Francia para hablar con Gideon Sallow acerca de las reliquias, y tras obtener la información que precisábamos, nos marchamos. Fue entonces cuando nos secuestró un clan vampírico durante días. Maltrataron a Sam y me encerraron. Por suerte, los cazadores nos localizaron y nos ayudaron a escapar de allí. Pensé que todo había acabado pero me equivoqué, Elián Vladimir vino a por mí y me utilizó como señuelo en el ritual.

—Ariana, ¿qué fue de Sam?

Las lágrimas escapan de mis ojos y se deslizan por mis mejillas. Mantengo la cabeza agachada con tal de ocultar mi llanto.

—Lo ha convertido en un vampiro y lo peor de todo es que no sé donde está. Se marchó tras intentar atacarme y desconozco su paradero.

—¡Oh, Dios mío!— exclama, tapándose la boca con ambas manos.

—¿Qué pasa?— pregunto con voz entrecortada.

—Sabía que tenía que tener algún significado...

—¿A qué te refieres?

—Creo que sé dónde está Sam.

—¿Dónde?

Aproxima la taza de porcelana a sus labios y bebe un sorbo. Más tarde la deposita sobre el pequeño platito y me mira.

—En la Necrópolis de Glasgow, junto a la catedral de San Mungo.

—Tenemos que ir a buscarle.

—Pero, Ariana, está sadiento de sangre, podría hacernos daño.

—Estamos hablando de Sam. No podemos abandonarle a su suerte. Él no lo habría hecho con nosotras. Si no quieres venir lo entenderé, así que espero que comprendas que yo quiera ir.

Abby asiente un par de veces y luego se pone en pie.

—Iré contigo.

—Pues pongámonos manos a la obra.

Abandonamos el hogar de Abby para incorporarnos a un jardín adornado con flores purpúreas y rojas. Una brisa fresca se cuela entre ellas, ondeando sus pétalos, en alguna ocasión arrancando alguno de ellos. Luego, esta misma ráfaga nos azota el rostro y como consecuencia la sangre huye de nuestras mejillas, tornándose así de un tono blanquecino. Nuestros cabellos ondean con el viento y llegan a alborotarse, cubriendo nuestros rostros con algunos mechones libres. Por suerte, en cuanto nos adentramos en el interior del coche de Abby esta incómoda sensación desaparece. La temperatura del interior del vehículo resulta ser tan agradable que en cuanto me acomodo en el respaldo del asiento se me entrecierran los ojos debido al sopor que me invade lentamente. Aún así lucho por mantener mis párpados bien abiertos, pendiente de cualquier tipo de incidente que pueda producirse en nuestro trayecto hacia la Necrópolis.

—¿Cómo sabías donde estaba?

Abby me mira una milésima de segundo y vuelve a centrar su atención en la carretera que tiene por delante.

—Tuve un sueño la noche anterior. Soñé que caminaba por un cementerio desierto en busca de alguien, quien resultó ser Sam. Parecía desorientado y sobre todo hambriento, pues no hacía otra cosa que palparse la garganta y mirar con deseo a los encargados de mantener el cementerio. Le seguí el rastro hacia una catacumba y antes de adentrarme en ella me di media vuelta y visualicé a lo lejos la Catedral de San Mungo.

—¿Qué viste cuando entraste en la catacumba?

—Nada, la oscuridad se había apoderado de ella. Aún así pude oír un sonido que identifiqué como el zarandeo de unas cadenas.

—¿Por qué iba a haber cadenas en un cementerio?

—Es lo que tenemos que averiguar.

—Sólo espero que Sam esté bien— añado, contemplando los árboles que pasan por mi lado a una gran velocidad—. Soy la principal culpable de que todo esto haya sucedido. Si no le hubiese hablado de este mundo sobrenatural no habría deseado seguir investigando y no se habría enfrentado a un vampiro.

—Tú no eres responsable de lo que le ha ocurrido. Lo que le pasó a Sam tuvo que ver con que estuvo en el lugar y el momento equivocados.

—Aún así no puedo evitar sentirme culpable. Además, fui lo suficientemente ingenua como para salvarle la vida al vampiro que le convirtió.

—Lo hiciste porque eres una buena persona, Ariana, no te atormentes con eso. Ese vampiro es un monstruo sin corazón, es incapaz de sentir amor.

Mi atención recae en el cielo cubierto de nubes que se tiñen de un tono grisáceo, amenazando con desprenderse del agua que contienen de un momento a otro. El cristal se empaña como consecuencia de la bajada de la temperatura, impidiéndome ver más allá de mi rostro.
Entonces caigo en la cuenta de que mis ojos poseen un brillo inusual y que alguna que otra lágrima acaba de escaparse de mis rabillos y se deslizan por mis mejillas.

Me siento culpable por todo cuanto está sucediendo a mi alrededor. Es como si tuviese la sensación de que el desastre viene cogido de mi mano y que a pesar de hacer lo imposible por soltarme de él, continúo encadenada a la destrucción. Resulta irónico pensar que puedo salvar el mundo y al mismo tiempo acabar con él. Solo es cuestión de las decisiones que tome y de las consecuencias que éstas traigan consigo.

Abby aparca el vehículo en el primer hueco libre que ve y abandona su coche justo después de que yo lo haga. Nos adentramos por un camino de tierra que conduce hacia una colina cubierta de un césped verde, sobre el que descansan cientos de lápidas en forma de cruz y figuras. Algunas de ellas poseen una corona de vistosas flores, mientras que otras están vacías y transmiten un sentimiento de abandono. A escasos metros se halla una catacumba que está separada de la de al lado por un par de zancadas. La fachada grisácea de estos edificios y la oscuridad que se aprecia gracias a que las puertas están abiertas no hace muy agradables estas estructuras, es más, hace estremecer y aporta miedo a aquel que las observa.

—¿Qué crees que estará haciendo aquí?

Abby, quien va unos metros más adelante, se detiene en seco al llegar junto a una tumba, en cuya lápida hay una calavera a modo de diseño. Al verla suelto un gritito y me llevo ambas manos a la boca con tal de evitar que escapa otro por entre mis labios.

—Acabamos de dar con la respuesta.

Cambio el rumbo de mi mirar hacia una lápida que hay dos filas hacia delante, donde se encuentra un chico de cabello moreno arrodillado junto a un profundo hoyo, sosteniendo entre sus brazos a un cadáver de una chica rubia que, a juzgar por su aspecto hace relativamente poco que acaba de fallecer. La cabeza de la joven está ladeada hacia el lado izquierdo, de manera que una parte de su cuello está a merced del vampiro, quien clava sus afilados dientes en la delicada y pálida piel del cadáver y bebe con fiereza la sangre de su organismo.

Suelto un grito y Sam alza la vista y ladea su cabeza en nuestra dirección. Una sustancia roja impregna sus labios y se desliza hacia su barbilla. Al vernos, se incorpora de inmediato, devolviendo el cadáver al hoyo y permanece inmóvil, mirándome con espanto.

Entonces, hago ademán de acudir en su búsqueda pero él sale corriendo en dirección a una de las catacumbas y se refugia en su interior. Tanto Abby como yo emprendemos una carrera hacia la estructura en la que se encuentra oculto y cuando nos hallamos dentro de ella descubrimos que hay una escalera que desciende hacia las profundidades. Tomo la iniciativa de bajar en primer lugar, de manera que mi mejor amiga me sigue pisándome los talones. Al llegar a la parte inferior, necesito hacer uso del teléfono móvil para iluminar el corredor en el que nos situamos, pues la oscuridad es total y debido a ella no se pueden distinguir los obstáculos.

—Por aquí— le indico a Abby en cuanto damos con una intersección, la cual contiene tres caminos distintos. Terminamos por decantarnos por el de la izquierda, pues este posee cierta iluminación proveniente del exterior.

Camino todo recto hasta dar con el final del pasillo, lugar en el que me oculto tras el muro y asomo la cabeza para comprobar que no hay peligro. Lo máximo que escucho es el sonido que hace mi acompañante al respirar, de manera que doy por hecho que no hay un peligro inmediato, así que retomamos nuestra marcha, incorporándonos a un nuevo corredor, más iluminado que el anterior. A lo largo de este hay sendas celdas, la mayoría de ellas abiertas, cuyos barrotes están oxidados por el paso del tiempo y desprenden un olor desagrable.
Estoy tan absorta contemplando el interior de las celdas que en el instante en el que escucho el sonido metálico de una puerta, me sobresalto.

Apresuro el ritmo con tal de hallar el lugar de procedencia de ese sonido. Abby también me imita, sólo que ella se detiene cada dos por tres para comprobar si hay peligro. Tras descartar varias celdas vacías doy con una de ellas que está cerrada. Me aproximo con cautela a esta y me sitúo al otro lado de los barrotes, manteniendo cierta distancia de seguridad.

El interior de esta celda está mucho mejor conservado que el de las que vi con anterioridad. En un extremo de la estancia hay una cama que aparenta ser incómoda para dormir, sobre la que hay sentado un chico de cabello moreno que tiene ambas manos en la cabeza.

—Sam...

El aludido se pone inmediatamente de pie y se aleja hacia la pared del fondo.

—No te acerques a mí, Ariana, no quiero hacerte daño.

—No vas a hacérmelo, confío en ti.

—El otro día estuve a punto de causártelo. Si no hubiese sido por la intervención de ese brujo lo habría hecho, créeme. Así que, por favor, márchate antes de que te haga daño.

Niego con la cabeza y me acerco a los barrotes.

—No pienso irme. He venido para ayudarte a controlar la sed.

—No necesito ayuda.

—Diciendo eso demuestras que la necesitas.

—Ariana, esto no se trata de un juego de niños. La sed no va a remitir por mucho que hagáis. Ahora forma parte de mí. Esta es mi naturaleza, ser un monstruo.

—Tú no eres un monstruo, Sam.

Aprieta la mandíbula y evita mirarme.

—Sí lo soy. He matado a personas inocentes, Ariana, he disfrutado viendo como el brillo de sus ojos se apagaba y su piel palidecía debido a la pérdida de sangre.

—Puedes aprender a alimentarte de animales, no tiene porqué ser de humanos.

—Vete, por favor.

—No pienso irme sin ti.

Con ayuda de mis manos me deshago de la cadena que sella la puerta de la selda y me adentro en el interior, aún sabiendo que corro peligro. Avanzo con paso ligero hacia el vampiro, quien se aleja de mí lo más rápido posible, colocándose en otra esquina de la celda. Emprendo una carrera hacia la puerta y me sitúo delante de ella, impidiéndole la salida a mi amigo.

—¿Has perdido la cabeza? ¡Sal de aquí!

—¡No quiero!— grito con todas mis fuerzas.

El vampiro me mira con incredulidad y luego toma asiento en la cama.

—¿Por qué haces todo esto?

—Porque soy la culpable de que te veas en esta situación.

—¿De qué estás hablando? No fuiste tú quien decidió armarse de valor para ir a salvar a su amiga, ni quien se hizo con un arco y disparó a un vampiro, aún sabiendo que su vida estaba en juego.

—Yo fui quien te dio a conocer este mundo.

—Y yo fui el que siguió investigando acerca de él.

—Sólo te pido que comprendas que no pueda irme sin más. Confío plenamente en que hallaré la forma de ayudarte pero necesito que confíes en mí.

—Nadie puede ayudarme, Ariana, estoy condenado para toda la eternidad.

Cruzo la estancia de dos zancadas y tomo asiento a su vera, me aferro a su mano con fuerza y mi acompañante baja la mirada a la unión de nuestras extremidades.

—Los amigos están ahí para salvarte cuando uno mismo no puede hacerlo. No hagas esto más difícil, por favor, me importas mucho.

El vampiro alza la mirada y me percato de que tiene los ojos inundados y la mandíbula apretada con tal de evitar que su llanto se desate.

Elevo una de mis manos y acaricio su mejilla.

—Todo va a salir bien.

El chico asiente una sola vez y a continuación me envuelve con sus brazos, depositando su cabeza en mi hombro para terminar derramando todas las lágrimas que conservaba con anterioridad. Su llanto es tan sofocado que decido acariciar su cabellera azabache para tranquilizarle.

—Lo siento mucho, Ariana— dice sollozando.

—Shh, todo está bien, no te preocupes.

Miro por encima del hombro de Sam y visualizo a Abby al otro lado de los barrotes, contemplando la escena con una sonrisa en los labios.

Me incorporo y le tiendo la mano al vampiro para que entrelace la suya con la mía. Avanzo hacia la salida de la celda, tirando de mi amigo, quien al salir se percata de la presencia de la chica morena y se limita a dedicarle una sonrisa cerrada seguida de un asentimiento. Retrocedemos nuestros pasos hasta acabar nuevamente en la entrada a la catacumba. Desde nuestra posición se visualiza una leve llovizna que humedece el césped y las lápidas. Sin pensárnoslo dos veces nos sumergimos bajo la lluvia y caminamos hacia el coche, sin prisas, únicamente saboreando la victoria.

—Jamás podré agraderos lo que estáis haciendo por mí.

—No necesitamos que nos lo agradezcas— le digo.

—Nuestra recompensa es tenerte nuevamente con nosotras.

Sam le dedica una sonrisa a Abby.

—El único problema ahora es mi familia. No sé si voy a poder contenerme.

—Sólo tienes que buscar un buen motivo para no hacerlo.

—¿Como cuál?

—Como el amor— concluyo.

Dejamos a Sam en su casa, confiando en que sepa contenerse con su familia, sobre las diez de la mañana.

—¿Crees que será lo suficientemente fuerte?

—Espero que sí— respondo—. Todo esto debe ser un mundo para él, entiendo que se encuentre desorientado y asustado, cualquiera lo estaría en su situación. Pero no podemos rendirnos, Abby, tenemos que ayudarle a salir adelante cueste lo que cueste.

—Lo conseguirá.

Asiento un par de veces.

—He pensado que podríamos empezar enseñándole a alimentarse de pequeños animalitos, así que tengo pensado proponerle ir mañana al bosque. Además, creo que sería conveniente enseñarle a defenderse ante cualquier amenaza y eso te incluye a ti. Quiero ayudaros a aprender a luchar contra el mal que os aceche. Ahora que Anabelle corretea por ahí no podemos permitirnos bajar la guardia, debemos estar preparados.

—Tienes razón. Nos vendrá bien aprender un par de clases de autodefensa.

—Genial.

Abby detiene su vehículo enfrente de mi casa.

—Gracias por traerme. Nos vemos mañana.

—Hasta entonces.

Cierro la puerta del coche tras bajarme de él y me despido de mi amiga con la mano. Luego emprendo una carrera en dirección a la entrada, cubriéndome la cabeza con ambos brazos en un intento de impedir que la lluvia humedezca mi cabello. Al situarme junto a la puerta llamo un par de veces y para mi sorpresa, quien aparece justo detrás de esta es Jonathan.

—¿Qué haces aquí?

Me indica que entre y cierra la puerta.

—He venido a hablar con tu padre acerca de un asunto.

—¿De qué se trata?

—Se están produciendo numerosos asaltos en los hospitales. La cantidad de robos que se han ocasionado han llamado la atención de los que trabajan allí.

—Pero, ¿qué es lo que buscan con tantas ansias?

Jonathan me mira y vacila antes de responder.

—Sangre.

—¿Intentas decirme que hay más vampiros en Glasgow además de Samuel?

—Si, estoy seguro.

—¿Tienes una idea de quiénes pueden ser?

Niega con la cabeza al mismo tiempo que se apoya en una pared que tiene justo detrás. Mantengo la cabeza agachada, con la mirada fija en el suelo, meditando las palabras de Jonathan.

—He pensado en ir esta noche al hospital para averiguarlo.

—Voy contigo.

—Está bien— alza una de sus manos y acaricia mi mejilla con delicadeza. Ante su gesto reacciono cerrando los ojos con tal de dejarme llevar por la muestra de cariño. Coloco mi mano sobre la suya—. ¿Te apetece ir a tomar un helado?

—¿Me estás pidiendo una cita?

Aproxima su rostro al mío, de forma que nuestros labios quedan separados por escasos centímetros.

—Eso parece.

—Acepto.

Rodeo su cuello con ambros brazos y termino por fundir mi boca con la suya. Jonathan me sujeta el torso con una mano mientras que con la otra sostiene mi nuca y ejerce presión sobre esta en un intento de acercar mi rostro más al suyo.

—Me muero de ganas de comerme un helado.

Sonrío en medio del beso y Jonathan no puede evitar besarme la sonrisa. Luego, se separa de mí y entrelaza su mano con la mía.

—Será mejor que le pongamos remedio.

Nada más salir al exterior nos envuelve una brisa fresca que hace ondear nuestros cabellos y palidecer nuestros rostros. Los rayos de sol se proyectan en nuestras personas y nos ciegan momentáneamente cuando estos se cruzan con nuestras pupilas. Sin embargo, la oscuridad desaparece y la realidad se impone. Nos encontramos a los pies de la carretera, junto a una moto negra, cuyos retrovisores centellean cuando la luz solar incide en los cristales.

Jonathan se hace con un casco y me lo coloca, abrochándolo bajo mi barbilla. Luego, mientras repite la misma acción consigo mismo, tomo la iniciativa de situarme en la parte trasera del asiento, dejando espacio delante para mi acompañante.

Jonathan se marcha hacia el mostrador, donde hay un refrigerador de cristal que deja a la vista los diferentes sabores de helados que ofrecen. Una señora mayor, de cabello rubio platino y ojos verdes le atiende en breve. Le hace entrega de dos tarrinas, una de ellas es un helado de Straciatella y el otro de Ferrero Rocher. Vuelve conmigo tras darle el correspondiente dinero a la señora, depositando las tarrinas sobre la superficie de la mesa.

—¡Qué buena pinta!— exclamo, atrayendo hacia mí la tarrina de Ferrero Rocher y hundiendo la cucharilla de plástico en el interior para hacerme con un poco del contenido. A continuación me la llevo a la boca y saboreo el helado.

—Te aseguro que el mío está más bueno.

—Lo dudo mucho.

Extraigo la cucharilla de mi tarrina y la llevo hacia la de mi acompañante, la paseo por la superficie del helado y consigo hacerme con un poco del contenido. Luego, me la llevo a los labios y lo degusto con lentitud.

—Lo siento pero sigo prefiriendo el mío.

—Eso es porque no lo has probado bien.

Jonathan se hace con un poco de helado gracias a la cucharilla y yo me limito a entreabrir los labios para cederle el paso. Entonces, mi acompañante me mancha la nariz de Stracciatela y empieza a reírse. Abro la boca, perpleja y le fulmino con la mirada al principio pero luego termino uniéndome a su risa.

—Ahora que lo pienso, aún no has probado mi helado.

Me dedica una sonrisa y se dispone a probarlo cuando impacto la tarrina contra su rostro, manchándole así la nariz y los labios. Sonríe ante mi atrevimiento y se dispone a atraparme cuando decido salir corriendo, poniéndoselo más difícil. A pesar de mis esfuerzos por dejarle atrás, Jonathan se adapta a mi ritmo, alcanzándome, y me rodea la cintura de tal forma que me hace girar en pleno vuelo. Cuando me deja en el suelo estoy enfrentada a él.

Alza una de sus manos y acaricia mi rostro, luego hace desaparecer el helado de mi cara con besos y yo le correspondo de la misma forma. La situación me resulta tan graciosa que no puedo dejar de reírme, a pesar de dolerme el estómago y tener las lágrimas saltadas.

—Me encanta verte sonreír.

Mis labios se expanden, dando lugar a una amplia sonrisa.

—Y a mí me gusta que tú seas el motivo de mi felicidad.

Deposita un beso casto en mis labios y a continuación me coge en brazos y camina conmigo por un sendero que conduce a un parque cercano. Me aferro con fuerza a su cuello y de vez en cuando me quedo encandilada observando las facciones de su rostro. En ocasiones, se da cuenta y una sonrisa se apodera de sus labios al mismo tiempo que nacen cerca de sus comisuras unos hoyuelos. Jonathan me suelta en el instante en el que nos hallamos rodeados de un inmenso jardín repleto de flores muy diversas, entre las que destacan las rosas. Admiro mi alrededor durante unos segundos, entreabriendo los labios inconscientemente. Cuando vuelvo en mí, me percato de que mi acompañante me tiende una rosa roja.

—Es muy bonita—confieso, acercando la rosa a mi nariz para poder apreciar el aroma que desprende.

—Tú eres hermosa.

Sonrío y aparto la mirada.

Me aproximo con paso lento a su persona y cuando me sitúo a escasos centímetros de su figura, acaricio su mejilla y le beso sin ningún pudor. Jonathan me rodea con sus fuertes brazos, haciéndome sentir protegida.

—¿Bailamos?

—No hay música— añado.

—En ese caso, piensa en alguna que te gustaría que sonase.

Jonathan desliza uno de sus brazos por mi cintura al mismo tiempo que deposito una de mis manos en su hombro. Luego, alzamos nuestras manos libres y las unimos. Comenzamos a desplazarnos por el jardín, en ocasiones trazando círculos a nuestros alrededor, pero siempre sosteniéndonos la mirada.
Mi acompañante me hace girar y cuando vuelve a atraerme, me encuentro mucho más próxima de sus labios de lo que estaba con anterioridad. Doy un paso hacia atrás y él uno hacia delante, de manera que volvemos a estar próximos. Jonathan me inclina ligeramente hacia atrás y debido a ello mi cabello se separa del suelo por escasos centímetros. Luego, tira con fuerza de mí, atrayéndome de nuevo hacia su persona. Entonces, apoyo mi cabeza en su hombro y capto el aroma a perfume que escapa de su cuello, el cual se cuela por mis fosas nasales y me hace enloquecer de lo bien que huele. Me sorprendo con los ojos cerrados, inhalando la dulce fragancia, cual adicta.

—Te quiero.

Alzo la cabeza y le miro encandilada.

—Y yo a ti— le respondo.

Jonathan se atreve a depositar un beso sobre mis labios y yo le correspondo. Continuamos bailando, absortos al mundo que nos rodea

Me dejo llevar por el momento mágico que se ha formado y juro que en ese instante de fondo suena la melodía de la canción Just one last dance.

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