Capítulo 1

El despertador suena a las ocho menos cuarto de la mañana como de costumbre. Estiro uno de mis brazos y con un manotazo apago la alarma. Me acomodo de nuevo con la esperanza de poder dormir unos segundos de más. Sin embargo, los primeros rayos de sol se cuelan por los cristales de mi ventana e inciden en mi cabello castaño. A medida que la estrella alcanza una mayor altitud, logra cubrir mi rostro. Abro los ojos y siento un agudo dolor de cabeza al ser partícipe de los destellos de luz solar. Me siento en el borde de la cama y permanezco inmóvil, con la mirada perdida en algún punto del suelo. Finalmente, me decido a ponerme en pie y me acerco a la ventana de mi habitación y observo lo lejana que se me antoja la ciudad. Nunca he entendido porqué vivimos en pleno bosque. Al igual que tampoco comprendo el porqué tenemos que vivir en una casa tan grande siendo tres personas.

Una vez en el servicio me sitúo frente al espejo, y tras contemplarme unos segundos, procedo a cepillarme los dientes. Más tarde me peino.

Llevo puesta una camiseta de mangas cortas morada y un vaquero grisáceo.

Bajo las escaleras, recorro un extenso pasillo con poca luz y termino por desembocar en una cocina de muebles grises que contrastan con el blanco de las paredes y el negro del suelo. Hay un par de ventanas que permiten que la cocina esté bien iluminada gran parte del día. En un extremo hay una mesa sobre la que hay un jarrón de flores. Pero mi atención recae en la persona que está de pie junto a una encimera, bebiéndose una taza de café al mismo tiempo que lee el periódico. Me hago con un croisan y me lo llevo a la boca al mismo tiempo que emprendo una marcha hacia mi progenitor.

-‒Buenos días, Ariana.

-‒Buenos días, papá. ¿Hay alguna noticia interesante?

-‒No. Casi todas están relacionadas con los partidos políticos y las victorias de los equipos de fútbol-‒dobla el periódico y lo deja sobre la encimera-‒. Hoy es tu primer día de clase, ¿no estás emocionada?

-‒Me entusiasma bastante la idea de volver a levantarme temprano y tener que estudiar-‒ironizo.

-‒No puede ser tan malo. Además, harás amigos nuevos.

Le dedico una sonrisa y a continuación me termino el croisan.

Una mujer de cabello moreno entra en la cocina con una regadera verde entre ambas manos.

-‒No estarás intentando ponerla nerviosa su primer día de clase, ¿no, Christopher?

-‒Por supuesto que no. Estaba animándola.

-‒Cielo-‒mi madre toma mi rostro entre sus manos-‒. No debes estar nerviosa, todos hemos pasado por lo mismo. Además, estoy completamente segura de que lo vas a hacer muy bien.

-‒Tienes razón, es una tontería ponerme así. He hecho esto muchas veces, no sé porqué estoy tan nerviosa.

-‒Ten en cuenta que no siempre se cursa segundo de bachillerato-‒dice mi padre-‒. Mira qué hora es. Será mejor que nos pongamos en marcha si queremos llegar a tiempo. Nos vemos luego, Alyssa-‒ deposita un beso casto en los labios de mi madre.

Salimos al exterior y una brisa fresca y con aroma a tierra mojada nos invade. Caminamos por un sendero de piedra que desemboca en la carretera, lugar en el que está aparcado el Todo Terreno negro de mi padre. Christopher ocupa el lugar del conductor y yo el del acompañante. Mientras él se dedica a poner en funcionamiento el motor, yo me entretengo poniéndome el cinturón y mandando un mensaje a mi mejor amiga Abby.

-‒¿Ella también va al mismo instituto?

-‒¿Qué?

-‒¿Vais Abby y tú al mismo centro?

-‒Sí. Nos hemos vuelto inseparables desde tercero de primaria.

-‒Me alegra saber que conoces a alguien allí.Así no se te hará tan cuesta arriba el instituto.

-‒Tengo suerte de poder contar con su compañía, ella es...-‒entonces un pájaro sale de la nada e impacta contra el cristal frontal. Mi padre frena inmediatamente y deja el coche junto al arcén-‒. ¿Qué ha sido eso? ¡Oh, Dios mío! ¡Hemos atropellado a alguien!

-‒No hemos atropellado a nadie, Ariana. Era solo... -‒frunce el ceño y fija su mirar en el volante-‒un pájaro.

-‒Qué raro, ¿verdad?

-‒Sí. Bueno, es hora de que entres si no quieres perderte la primera clase.

Le doy un beso en la mejilla y procedo a bajarme del coche.

Me acomodo el asa de la mochila en el hombro y echo a andar por el aparcamiento que hay enfrente del instituto, donde los estudiantes mayores de edad dejan sus respectivos vehículos. A juzgar por la cantidad que hay, apuesto a que son bastantes.

Nada más adentrarme por la puerta visualizo un extenso corredor abarratorado de estudiantes que charlan animadamente y dejan parte de sus libros en sus taquillas. El ambiente está cargado como consecuencia de la gran cantidad de seres humanos que ocupan el pasillo y este hecho resulta incómodo, puesto que son días calurosos y se antoja mantener las distancias. Además, abrirse paso entre la multitud supone todo un desafío.

El timbre suena y una ola de estudiantes se me echa encima y reacciono quedándome completamente inmóvil, en un intento de pasar desapercibida. Entonces, alzo la vista y la fijo en el fondo del pasillo, salteando cientos de cabezas. En la terminación del corredor, junto a una taquilla de color azul, hay un chico con una capucha negra, que tiene los brazos entrecruzados. Nuestras miradas se cruzan y mantenemos el contacto visual por unos segundos que se me antojan eternos. De repente, una mano se aferra a mi antebrazo. Me sobresalto y ladeo inmediatamente la cabeza en dicha dirección para dar con la persona que solicita mi atención. Es una chica un poco más baja que yo, con el cabello moreno y dotado de unos reflejos rojos.

-‒Ariana, hey, ¿estás ahí?

-‒Sí. Perdón, estaba pensando en mis cosas.

Vuelvo a mirar hacia el lugar exacto en el que estaba ese misterioso chico pero para mi sorpresa él ya no se halla allí. Su persona ha sido sustituída por un vacío permanente.

-‒Oye, ¿estás bien?

-‒Sí. Es sólo que creía haber visto... ¿sabes? No importa.

Nos adentramos en un aula con espacio suficiente para unas treinta personas. Los pupitres están colocados de tal forma que dan lugar a tres filas. En la parte delantera de la clase hay una pizarra de superficie verde. Abby toma asiento justo delante mía, junto a la ventana.

-‒Buenos días-‒dice el profesor, quien tras dejar su maletín sobre la mesa se sitúa enfrente de la pizarra y empieza a escribir con una tiza-‒. Frederick Anderson. Ese es mi nombre. Si os resulta más cómodo podéis llamarme Fred. Voy a apuntar un par de cosas en la pizarra, conviene que toméis nota.

Saco de la mochila un cuaderno rosa y lo abro por la primera página. En el extremo superior izquierdo escribo la fecha a la que estamos y un par de renglones más abajo el título del tema; Mitos y leyendas de Glasgow.

-‒Como sabéis, esta ciudad es muy rica en leyendas. He traído un periódico que recoge varios casos relacionados con lo sobrenatural. Ariana, ¿puedes leerlo?

Asiento y recibo el trozo de papel doblado que me tiende.

-‒Ve a la página 12.

Hago lo que me pide. Se trata de una noticia que va acompañada por una serie de fotos, todas en blanco y negro.

-‒Lee el título.

-‒El vampiro con dientes de hierro.

-‒Ahora la noticia.

-‒En 1954 en Glasgow, un grupo de alumnos de una escuela local aseguraron haber visto un vampiro con dientes de hierro. Según ellos, la criatura había estrangulado y devorado a dos niños pequeños.

-‒Pero profesor, ¿usted cree que los vampiros existen?-‒le pregunta Cormac Smith.

-‒El hecho de que no haya pruebas suficientes para demostrarlo no quiere decir que no exista, señor Smith.

-‒Pongámonos en que sí existen. En ese caso, cabe la posibilidad de que la población sobrenatural encerrase en sí a licántropos, hadas, duendes, brujas. Además, los asesinatos que se han producido podrían haber sido obra de algunos de ellos, lo cual afirmaría que la prensa nos miente.

-‒Muy buena observación. Tiene toda la razón. Sin embargo, no podemos negar lo evidente, ¿no cree? La noticia que acaba de leer la compañera refleja que puede que exista un submundo integrado por todos esos seres.

-‒Profesor, la noticia podría haber sido alterada. Además, los testigos afirman haberlo visto con sus propios ojos y estos nos engañan con frecuencia.

-‒¿Qué me dice de los cuerpos inertes que fueron hallados después del avistamiento?

El chico guarda silencio.

-‒No hay duda de que no hay pruebas suficientes, así que no debemos dar nada por hecho.

Abby se gira hacia mi mesa.

-‒Mi abuela me contó que hubo una vez en la que el tiempo se vio alterado y que en el cielo apareció una marca que tardó varios minutos en borrarse. Además, me dijo que aquel día murieron muchas personas.

-‒Señorita, Adams, ¿le importaría contarnos esa anécdota?

Abby me da la espalda y se queda muda.

-‒Mi abuela me la contó-‒dice al fin-‒. Me dijo que esta ciudad vivió un suceso paranormal hace muchos años. Al parecer, el tiempo cambió y en el cielo apareció una marca roja que tardó varios minutos en desaparecer. Además, se produjeron numerosas muertes ese día.

-‒Fantástico. Abby, ¿podrías describir la marca?

-‒Sí. Era roja y simbolizaba una vara con dos serpientes enredadas a lo largo de ella, enfrentadas entre sí. En la parte superior había dos enormes alas desplegadas.

-‒Excelente. Chicos, quiero que me traigas para mañana una redacción sobre una leyenda.

El timbre vuelve a hacer uso de presencia. Los alumnos se ponen en pie y van saliendo poco a poco. Me incorporo y me acerco a la mesa del profesor para devolverle el periódico que me dejó con anterioridad. Abby me espera junto a la puerta.

-‒Muchas gracias, Ariana.

Salgo del aula y me incorporo a la marcha de mi mejor amiga. Torcemos hacia la derecha al llegar al final del pasillo y recorremos gran parte de este hasta dar con un nuevo aula. Nos adentramos en ella y tomamos asiento en una mesa cuadrada de grandes dimensiones junto con otras tres personas. Comac Smith saca una libreta y comienza a tomar los apuntes de la pizarra.

-‒Abby, ¿la anécdota que te contó tu abuela es real?

-‒A veces pienso que sí, por los argumentos. Pero, luego me digo a mi misma que es imposible que exista una población sobrenatural. Es de locos.

-‒Sí. Es de locos-‒coincido.

Lo cierto es que la breve historia que ha contado Abby en clase no me sale de la cabeza. ¿Qué motivo tendría su abuela para darla a conocer? ¿Acaso pretende evitar algo? Y lo más importante, ¿existen de verdad seres sobrenaturales?

-‒Ese tío, Frederick, está chiflado-‒añade Cormac.

-‒No sé yo, Cormac, daba verdadero miedo mientras lo contaba-‒aporta Samuel Dornan.

-‒Vamos, Samuel, no me digas que te crees lo que dice ese tío.

-‒No he dicho eso. Es sólo que coincido con él cuando dice que el hecho de que no sepamos acerca de algo no quiere decir que no exista.

-‒Oye, Abby, ¿por qué crees que te contó eso tu abuela?-‒le pregunta Daniel Hamilton.

-‒No tengo ni idea. Últimamente no hace más que decir que tenemos que evitar que la historia vuelva a repetirse.

-‒Qué cosa más rara-‒afirma Cormac.

La profesora se sitúa justo detrás de este último y le invita a mirar a través del microscopio.

-‒Hoy vamos a analizar una colonia de bacterias.

-‒Qué divertido-‒ironiza Cormac por lo bajo.

La dos horas siguientes se me pasan volando. Probablemente esto se deba a que he estado disfrutando al mismo tiempo que aprendiendo. Ojalá todas las clases fuesen así.

Abby y yo salimos del aula y nos encaminamos hacia la cafetería. Detrás nuestra se sitúan Cormac, Daniel y Samuel, quienes continúan quejándose del profesor.

-‒No ha estado mal para ser el primer día-‒confiesa Abby cuando nos sentamos.

-‒¿Has pensado de que vas a hacer la redacción?

-‒Puede que le diga a mi abuela que me cuente otra de sus anécdotas. ¿Y tú?

-‒Aún no lo sé. Supongo que echaré mano de internet.

Me llevo el sándwich a la boca y le doy un bocado.

-‒¿Nos hemos perdido algo?-‒Cormac echa a un lado la mochila de Abby y toma asiento justo enfrente de ella.

-‒¿Os importa que nos sentemos?-‒pregunta Samuel, quien parece ser más reservado.

-‒En absoluto-‒respondo.

El chico moreno con gafas se sienta a mi lado y me dedica una sonrisa.

-‒Lo siento-‒susurra Daniel, quien toma asiento junto a Abby.

-‒He pensado que voy a hacer la redacción sobre cómo descubrí que mi vecino era un vampiro-‒bromea Cormac.

-‒Eres imbécil-‒confiesa Abby.

-‒Mientras se lo argumentes...-‒coincide Daniel.

-‒No va a picar. No tiene la edad mental de un niño de dos años-‒le lleva la contraria Samuel-‒. Deberíais hacer como yo, buscar información en internet o en algún libro de la biblioteca.

-‒¿Sabes? Creo que mejor iré al bosque y daré una vuelta por allí. Hasta puede que me lleve una cámara de fotos-‒aporta Cormac.

-‒Te verían como un aperitivo-‒digo.

-‒¿Cormac como aperitivo? Debes estar de coña.

Cormac golpea con su puño el hombro de Daniel.

-‒Si queréis podemos quedar en la biblioteca-‒propone Samuel.

-‒Yo tenía pensado ir a casa de Ariana para hacer la redacción pero, si quieres, puedes venirte.

-‒Vale.

A la salida del instituto me espera mi padre con su Todo Terreno. Antes de subirme a él le doy un fuerte abrazo a Abby y le aseguro que nos mantendremos en contacto esta tarde. Me acomodo en el asiento y dejo la mochila a mis pies. Mi padre me da un beso en la mejilla y yo le regalo una tímida sonrisa.

-‒¿Qué tal el día?

-‒Ha estado bien.

-‒Dime que no se debe a un chico-‒dice Christopher.

-‒No, nada de eso. Las clases han resultado ser más interesantes de lo que esperaba y además, he hecho amigos nuevos.

-‒Esa es mi chica.

-‒Hoy he invitado a unos amigos a venir a casa para hacer un trabajo.

-‒¿De qué es el trabajo?

-‒Es acerca de una leyenda. Voy a buscar en internet, a ver si encuentro algo que tenga que ver con esta ciudad.

Christopher aparca el coche justo en el mismo sitio que de costumbre y se ofrece a llevarme la mochila.

-‒Tu madre ha hecho enchilada de pollo.

-‒Hmm. Una de mis comidas favoritas.

-‒La primera es la pizza.

-‒Cómo me conoces-‒le digo.

Al entrar mi madre me recibe con un abrazo y me conduce a la cocina.

-‒Debes reponer fuerzas después de un día tan productivo-‒admite.

Me siento y Alyssa me pone un plato por delante con abundante cantidad de comida. Me hago con un tenedor y un cuchillo y comienzo a devorarlo.

-‒Mañana oficialmente tendrás dieciocho años-‒anuncia mi padre.

-‒Es increíble cómo has crecido.

-‒Mamá, no soy tan mayor.

-‒Lo sé, cielo. Pero no me puedes negar que cada día estás más hermosa.

-‒Creo que he dejado de formar parte de la conversación-‒confiesa Christopher-‒. Estaré en el salón arreglando el papeleo.

En cuanto mi padre se marcha, mi madre toma asiento enfrente mía, flexionando ambos brazos y apoyando su mentón en sus manos.

-‒¿Has conocido a algún chico?

-‒Ninguno que me interese. Mamá, ¿sabes, por casualidad, alguna leyenda?

-‒¿Es para el instituto?-‒asiento como respuesta a su pregunta-‒. Cuenta la leyenda que una vez existió una mujer que quería concentrar en su persona todos los poderes. Su propósito le llevó a contactar con diversos seres sobrenaturales para dar con la información que precisaba. Pronto se cansó de los resultados negativos que estaba obteniendo de su búsqueda y pensó en abandonar cuando descubrió cierta información valiosa en uno de los libros de su biblioteca. Había dado con el quid de la cuestión; Las reliquias, objetos capaces de hacer poderosa a la persona que las posea. Desde entonces, sus esfuerzos se centraron en encontrarlas, aunque ello significara mancharse las manos de sangre.

-‒¿Se convirtió en la persona más poderosa?

-‒Ariana, sólo es una leyenda.

-‒Claro.

Frunzo el ceño y muevo la cabeza para deshacerme de esa idea.

-‒Esta tarde voy a ir con tu padre a hacer unos recados. ¿Te importaría no salir de casa?

-‒No tenía pensado hacerlo.

A medida que avanza la tarde, el sol va cayendo poco a poco, dejando a su paso un cielo anaranjado y con alguna que otra nube suspendida en él. En el horizonte se aprecia como se produce cierta unión entre la ciudad y el manto teñido de naranja. Es como si fuese un enlace entre la vida terrenal y el más allá. Incluso me atrevo a decir que el misterioso rayo verde hace referencia a que un alma regresa para disfrutar de la compañía de los mundanos.

A través de la ventana de mi habitación observo las copas de los árboles. Poco a poco voy bajando la vista para terminar por fijarla en la entrada al bosque, donde me percato de que está nuevamente el chico con capucha que vi hoy en el instituto. De repente, se da media vuelta y emprende una carrera en dirección al corazón de la arboleda.

Apoyo la palma de mi mano en el cristal y entonces suena el timbre de la puerta.

Bajo los peldaños de la escalera de dos en dos y me sitúo a la vera de la entrada. Me aferro al picaporte y miro por la mirilla antes de abrir. Dos personas se encuentran al otro lado, una de ellas es una chica de cabello moreno con reflejos rojos mientras que la otra es un chico con gafas. Abro la puerta, me hago a un lado y la mantengo abierta con tal de cederles el paso.

-‒Hola-‒les saludo-‒. He pensado que podríamos ponernos en el salón-‒elevo el pulgar y señalo detrás de mí-‒. Hay una mesa más grande.

-‒Bien-‒dice Samuel.

-‒Mi abuela se ha empeñado en darme un libro sobre leyendas de Banshees.

-‒¿Banshees?-‒le pregunto.

-‒Sí. Son unas mujeres que mediante sus gritos anuncian la muerte de un pariente.

-‒Pero, ¿por qué crees que te lo ha dado?

-‒Supongo que porque le pedí ayuda con la redacción.

Saco un folio del archivador y escribo en él mi nombre y la fecha. Sam, que está sentado justo enfrente de Abby, se dedica a apilar una serie de libros. Mi mejor amiga le mira boquiabierta y con ambas cejas enarcadas.

-‒He pensado que podría servirnos de ayuda-‒se excusa.

-‒Sam, una cosa es traer un libro y otra muy distinta traerse la biblioteca entera.

-‒Cuánta más fuentes, mejor-‒añado.

Samuel me dedica una amplia sonrisa y procede a abrir un libro y echarle una ojeada.

-‒Mi madre me ha contado una leyenda acerca de una mujer que ansiaba tener poder.

-‒No sé cómo lo hacen pero consiguen que esas historietas parezcan reales-‒dice Abby.

-‒¡Eh, chicas, creo que he encontrado algo!-‒nos tiende el libro para que le echemos un vistazo. Abby se aproxima más a mí para poder tener una mayor panorámica de este.

A juzgar por el tono del papel del libro apuesto a que debe ser antiguo. Además, tiene un olor fuerte y las letras han perdido el color. Se presenta ante mis ojos un fragmento que tiene como título "El submundo se revela contra el poder"

La represión a la que se veían sometidas las masas unida al descontento con las medidas que estaban tomando los dirigentes propiciaron el levantamiento de los seres del submundo que unieron sus fuerzas para deponer del poder al gobernante de entonces. Todo intento fue fallido y provocó que los diferentes seres del submundo se enfrentaran entre ellos mismos. La batalla más importante fue la del Ocaso, donde confrontaron los clanes vampíricos y las manadas de licántropos. Los conflictos continúan actualmente, aunque se dan con una menor frecuencia.

Otro hecho de vital importancia a destacar es el encarcelamiento y posterior asesinato de gran parte de las Banshees, mujeres que tenían el poder de anunciar la muerte de los parientes mediante sus desvastadores gritos. Estas suponían un impedimento para llevar a cabo los planes del régimen, pues intentaban convencer a la población de las tropelías que se estaban cometiendo. Además, los dirigentes pretendían dar una buena imagen del régimen, lo que suponía que se debían ocultar las muertes diarias. Las pocas Banshees que sobrevivieron se exiliaron a los países vecinos. Algunas incluso regresaron a sus hogares un tiempo después, cuando todo parecía que había acabado.

-‒No sé si debería leer el libro de mi abuela después de esto.

-‒Claro que debes hacerlo, Abby. Tal vez tu abuela quiere decirte algo a través de él.

-‒Ariana tiene razón. Debes leerlo y quizá pedirle explicaciones a tu abuela. Todo esto es muy raro, ¿no creéis? Primero el profesor nos habla de unas leyendas sobre vampiros, después está la anécdota de aquel día misterioso y ahora tenemos ese extraño libro sobre Banshees y esta información acerca de unos sucesos que supuestamente ocurrieron en el pasado.

-‒Tal vez se trate de una historia de ficción-‒sugiero.

-‒Puede que tengas razón y estemos llevando esto muy lejos...

Me hago con un bolígrafo de tinta negra y empiezo a redactar mi redacción. El tema sobre el que escribo guarda relación con la Batalla del Ocaso. Transcurre una media hora sin que se vuelva a producir ningún tipo de incidente pero tras esta Sam vuelve a manifestar su entusiasmo por haber dado con algún dato importante.

-‒Creo que deberíais leer esto. Hace referencia a una historia sucedida en 1954.

Esta vez, tanto Abby como yo nos situamos detrás de Samuel y desde ahí observamos el fragmento que hay escrito sobre una hoja amarillenta.

Su mayor deseo era ser la mujer más poderosa de todos los tiempos. Su propósito le llevó a contactar con diversos seres sobrenaturales, entre los que destacaban vampiros, brujos e incluso licántropos. Sin embargo, la respuesta a la pregunta que se formulaba constantemente (¿Cómo puedo ser la mujer más poderosa que ha existido jamás?) no la halló hasta unos meses más tarde, cuando se encontraba leyendo un libro de su biblioteca personal. Toda la información que precisaba se resumía en dos palabras; Las reliquias.

Constaba de tres objetos que tenían poderes místicos según afirmaban las familias que poseían alguno de ellos en su poder. Como regía la tradicción, estas debían pasar de generación en generación y debían ser conservadas de tal forma que se mantuviera en condiciones óptimas para cuando llegase el momento de cedérsela a el miembro que alcansace la mayoría de edad.

-‒¿Cuáles se suponen que son las reliquias?-‒pregunta Abby.

-‒Falta una página. Al parecer, fue arrancada por alguna razón-‒anuncia Sam-‒. Lo que me intriga es que no dicen nada acerca de si esa mujer consiguó obtenerlas. Al menos, deberían aportar cierta información sobre la protagonista o sobre las características de esas reliquias.

-‒ Le hice la misma pregunta a mi madre.

-‒¿Y qué te respondió?-‒me preguntó esperanzado.

Elevo la vista y cruzo una mirada con Abby antes de responder.

-‒Sólo es una leyenda.

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