Capítulo 8, tercera parte
Alasdair reagrupó a sus combatientes en el centro del campo de batalla, e
intensificó la presión sobre el centro de la defensa de los Cazadores Negros.
Para ello, envió a sus mejores guerreros hacia el frente protegido por el grupo
de Lenila.
La Cazadora observó al grupo de Nocturnos más avezados en el combate. Un
licántropo de enormes proporciones los acompañaba. Alasdair tenía que estar
cerca.
─ ¡Mur! ¡Tommund! ─ llamó mientras escrutaba la oscuridad en busca del
antiguo Señor de lo Oscuro.
Los Nocturnos avanzaron con decisión e hicieron sudar sangre a los
Cazadores que se encontraban más adelantados. El desmesurado lobo,
brotando de entre los seres de oscuros ojos, comenzó a causar estragos
mediante sus poderosas garras y su férrea dentadura. Arrancó el escudo de
uno de los hombres y mordió su pecho partiéndole el esternón, seguidamente
lanzó su cuerpo sobre varios Cazadores que trataban de hacerle frente y saltó
sobre ellos segando su vida mientras trataban de incorporarse.
Entonces los Cazadores de Lenila irrumpieron en el desigual combate. Mur
lanzó un tajo con su ancha y curvada hoja, pero el Lobohombre lo esquivó y
la espada golpeó el suelo haciendo que el metal chispeara. El terrorífico
engendro trató de alcanzar al temerario Cazador, pero su garra se encontró
con las púas del escudo de este.
Mur volvía a cargar con todas sus fuerzas cuando encontró un inesperado
aliado. El Cazador Pardo lanzó una estocada desde un lateral armado con un
tridente, haciendo que el Lobohombre tuviera que apartarse y permitiendo
que Mur cortara la piel de su hombro. Los dos guerreros atacaron al unísono,
cada uno desde un flanco, obligando al Lobohombre a avanzar
hacia uno mientras tenía que mantenerse atento a los movimientos del otro.
A sus lados, Lenila y Tommund, acompañados por varias decenas de
Cazadores, evitaban que los Nocturnos pudieran acudir en ayuda del
licántropo.
Lenila fue atacada por un luchador alto y fuerte que portaba una
larga alabarda. Proporcionaba gran fuerza y recorrido al desplazamiento de su
peligrosa arma, e hizo que la Cazadora tuviera que aplicarse a fondo para esquivarla.
Se agachó para esquivar un tajo dirigido a su cuello y tuvo que saltar lateralmente
para evitar ser alcanzada por el movimiento de retorno del arma. Después
tuvo que ladear rápidamente su cuerpo, ante el corte vertical que le lanzó el
rapidísimo nocturno. La alabarda se clavó en el suelo, y Lenila hundió su
espada y su puñal en la tierra formando una estructura en aspa que inmovilizó
el arma. Después extrajo dos largos kris de acero bañados en plata y llegó
rápidamente ante su contrincante. Hendió su carne a la altura del abdomen y
amputó su mano derecha antes de girar sobre su cuerpo y clavarle la sinuosa
hoja en la nuca. Varios Nocturnos más le hicieron frente pero les era
imposible alcanzar a la extremadamente móvil figura, mientras que cada poco
tiempo uno de ellos caía debido a una certera incisión producida por una
estocada inverosímil.
Mientras, Tommund desplegó toda su fuerza bruta sobre el Nocturno de la
cota de fuego. El hacha de combate de la pálida criatura buscaba con avidez el
cuerpo del joven Cazador, pero este era demasiado rápido para sus
movimientos. Tommund cambió su espada por una pica de negra hoja que
extrajo del cuerpo de un compañero caído, y mantuvo la distancia frente al
experimentado luchador. Comenzó a girar la lanza, haciéndola oscilar y
acercándose lentamente al Nocturno, mientras que este trataba en vano de
detener al torbellino que se le venía encima mediante golpes de hacha. El
contrapeso de hierro que portaba el asta de la lanza en su parte posterior, pegó
con fuerza en el lateral de la cabeza del Nocturno. El golpe lo aturdió e hizo
que perdiera la fuerza en los brazos. Para cuando pudo darse cuenta, la negra
punta había atravesado su pecho.
Para entonces, Mur había conseguido alcanzar varias veces al inmenso
Lobohombre. La bestia había enloquecido, trataba de atrapar al Cazador
Pardo mientras Mur lo hería por la espalda, y lo mismo hacía El Pardo
cuando el Lobohombre intentaba desgarrar la carne de Mur.
El Cazador Pardo había clavado ya tres estrellas de puntas recubiertas de plata
en la espalda del monstruo, provocándole un escozor insoportable, y este se
lanzó directamente hacia él para envolverlo en un mortal abrazo. El tridente
que portaba El Pardo se hundió en un costado del licántropo, pero no pudo
evitar que este siguiera avanzando, empujándolo hacia el lugar ocupado por
los Nocturnos.
Mur lanzó su espada hacia la espalda del monstruo y lo alcanzó entre los
omóplatos. Después corrió a ayudar a su compañero, armado únicamente con
su escudo, y vio cómo el Lobohombre caía sobre el Cazador Pardo. Varios
Nocturnos trataron de llegar sobre los caídos pero el Cazador saltó por
encima de la masa peluda mientras extraía su hoja del cuerpo inerte. Hizo
frente a los seres de la noche golpeando duramente sus escudos y sus
amenazantes picas, aguantando la posición hasta que Lenila, acompañada por
Tommund y una docena más de Cazadores Negros, aseguró la posición.
Mur retrocedió y se arrodilló al lado del cadáver del Lobohombre. Debajo, un
brazo y una pierna cubiertos por cuero de color marrón oscuro trataban de
apartar al inmundo ser. La cara del Pardo asomó bajo la axila del licántropo.
─ ¿Es que no me vas a ayudar a salir de aquí? ¡Puaj, qué peste! ¡Me va a llenar
de pulgas!
Mur sonrió aliviado y, no sin gran esfuerzo, empujó hacia un lado el pesado
cuerpo del Lobohombre. Un largo puñal de plata había perforado su corazón.
El Cazador Pardo se puso de pie sacudiéndose el polvo y miró a Mur, quien
analizaba el cuerpo de su amigo.
─ ¡No me ha mordido, cabrón de mierda! ─ exclamó ofendido el Cazador
Pardo ─ ¡Hoy no cortarás mi cuello!
─ Qué pena ─ respondió Mur mientras acercaba una espada al Pardo y lo
invitaba a acudir de nuevo a la primera línea de combate.
Fue entonces cuando escucharon sonar el cuerno de la Guardia Roja. Habían
irrumpido entre los Nocturnos a base de fuerza y coraje y llamaban a sus
aliados.
─ ¡Alasdair! ─ gritó Lenila, y sus hombres la acompañaron a la carrera hacia el
lugar de donde provenían las llamadas de auxilio.
Varios Cabezas Calvas se les unieron, mientras trataban de aproximarse a la
posición donde el Señor de la Oscuridad se ensañaba con la Guardia Roja de
Ýgrail. Tras ver caer a varios de sus hombres, el fiero cazador se encaró con el
Antiguo, golpeando con saña su escudo. El Nocturno trataba de ensartar al
humano, pero este esquivaba las estocadas mediante rápidos giros.
Alasdair acometió de nuevo sobre Ýgrail, golpeando de frente con el escudo
para tratar de desestabilizarlo y buscando un hueco por donde herirlo. Ýgrail
opuso su propia defensa de madera y recibió el duro impacto. El brazo le
dolió como si hubiera parado una coz, y trató de defenderse lanzando un
mandoble lateral. El Nocturno desvió la trayectoria de la espada mediante su
escudo e impactó en la cara de Ýgrail con el pomo de su espada. El pómulo
abierto del Cazador salpicó su sangre sobre la cara del Nocturno.
─ Este es pues, el sabor de la sangre de los Wolfgger ─ siseó, y volvió a
atacar.
Ýgrail, ligeramente aturdido, esperó a que el antiguo ser adelantara su espada.
Giró y envió un tajo descendente en el que puso todo el peso de su cuerpo,
cortando el escudo del Nocturno hasta que la espada quedó a escasos
centímetros de su cuello. El Antiguo entrecerró sus negras cuencas y perfiló
una sonrisa que encerraba todo su mal. Después ladeó el escudo
desequilibrando al Cazador, y atravesó su vientre.
Ýgrail cayó de rodillas ante el Oscuro, cubriendo con las manos la terrible
herida para evitar que se le salieran los intestinos, y esperó a que este
terminara su trabajo. Entonces el grupo de Lenila irrumpió en la escena.
Tommund hizo frente a Alasdair, acompañado por dos Cabezas Calvas. El
Nocturno segó la vida de uno de ellos mediante un corte ascendente que se
llevó por delante sus yugulares y cortó de un tajo la pierna del otro. Tommund
salvó a duras penas su pellejo retrocediendo mientras paraba los certeros
golpes con el escudo y con la espada.
─ Aquí ─ una suave voz, cargada de una impresionante fuerza magnética,
sonó a las espaldas del Antiguo.
Alasdair se giró y la vio. Lenila posaba en una estética figura, ofreciendo el
lateral izquierdo de su cuerpo, el puñal protegiéndolo, y el brazo derecho
elevado dirigiendo hacia el Oscuro la esbelta espada. Era la viva imagen de
Elenthal, el Cazador al que se había enfrentado veinticinco años atrás y del
que no tuvo más remedio que huir. Observó a la Cazadora con el ceño
fruncido y la boca entreabierta, mostrando sus largos colmillos. Miró su cara,
la había visto antes en algún lado, e hizo un cálculo estimando su edad.
─ Tú…─ silbó su áspera voz ─ Tú estuviste allí…
Los dos guerreros se lanzaron el uno sobre el otro, tratando de alcanzar la
carne del rival. Intercambiaron rápidos mandobles y diestros intentos de
atravesar la anatomía del oponente, pero tanto la Cazadora como el Antiguo
Nocturno desplazaban sus cuerpos con plasticidad y elegante eficacia. Se
separaron varios pasos, haciendo que sus hojas se acariciaran y el metal
hablara, Alasdair cubriéndose con su escudo y Lenila lista para clavar su puñal
en el esbelto y pálido cuerpo. Giraron el uno sobre la otra mediante pasos
rápidos y livianos, y volvieron a hacer chocar sus armas a una velocidad
endiablada.
Alasdair envió una estocada recta hacia el hombro de Lenila. La Cazadora
Negra esquivó al límite la negra hoja e hizo descender su puñal hacia el brazo
extendido del Nocturno. Cuando se separaron, un corte superficial apareció
sobre el lateral del hombro de Lenila, y el antebrazo del Nocturno también
mostró el negro color de su sangre.
Alasdair sonrió mientras los dos volvían a caminar en círculo, mirándose sin
perder detalle alguno, buscando el punto débil de su contrincante. Se deshizo
de su maltrecho escudo y desenvainó un puñal de hoja estrecha. La esquiva
mujer era uno de los rivales más difíciles a los que se había enfrentado, pero
llevaba más de tres siglos matando Cazadores. Atacó de frente lanzando
estocadas tan fuertes y ágiles, que Lenila no tuvo más remedio que retroceder
mientras esquivaba las negras hojas o las paraba mediante sus armas. Después
dirigió un mandoble descendente con sus dos aceros, obligando Lenila a
utilizar también sus dos armas para evitar ser cortada. Entonces el alto
Nocturno pateó el pecho de la Cazadora y le hizo expulsar el aire que
contenían sus pulmones. Viendo cómo los pies de esta pisaban de modo
ligeramente desequilibrado para poder frenar y evitar la caída, acometió de
frente y creyó poder atravesar su estómago.
Lenila giró el cuerpo en el mismo momento en el que comenzó a sentir el
corte, logrando que el negro filo rasgara únicamente su uniforme de cuero y
su fina piel. El siguiente golpe vino casi al unísono, y le hizo perder la espada.
Alasdair reconoció el momento de debilidad de su hábil oponente, quien trató
de golpear su cara con la mano desnuda. El Nocturno interfirió la trayectoria
del puño mediante su afiladísimo puñal, atravesándolo por completo, cuando
algo que había quedado fuera de sus cálculos ocurrió.
Una nube de finísimo polvo plateado había estallado ante la cara del Señor de
la Oscuridad cuando el puñal alcanzó la mano de Lenila. Alasdair sintió cómo
la piel de su cara se abría, cuarteándose como la estéril tierra de los lagos
secados por el sol. Retrocedió tratando de aspirar una bocanada de aire libre
del letal elemento, pero este penetró en sus pulmones agarrándose al interior
de la garganta y la tráquea. Entonces vio la bolsa de cuero que colgaba de la
extremidad sangrante de la Cazadora, quien se había recompuesto y blandía su
espada con la mano izquierda.
Alasdair se defendió de las rápidas acometidas de Lenila, quien para sorpresa
del Nocturno manejaba el arma con la misma maestría que con su mano
diestra. Trató de contraatacar, pero le faltaba el aliento. El pecho le quemaba y
los ojos le habían comenzado a llorar debido al extremo escozor. Su vista
comenzaba a nublarse y trató de secarse con las mangas, haciendo que el
polvo acumulado en ellas multiplicara el dolor. Avanzó con decisión hacia la
borrosa figura que se plantaba frente a él y sintió el pinchazo. Lo habían
alcanzado. Giró rápidamente y lanzó una estocada al aire, todo estaba nublado
a su alrededor. Se llevó la mano a un costado y palpó el frío helador de la
sangre que salía a chorro de la herida. Después le fallaron las piernas y cayó de
rodillas. Trató de levantarse pero cayó de bruces cuando sus brazos ni siquiera
fueron capaces de soportar el peso del cuerpo. Escuchó el tremendo alarido
proferido por los integrantes de su hueste, y el ardor con que las gargantas de
los hombres resonaron para intensificar el ataque.
Una hora después, Ýgrail vio acercarse a varios Cazadores Negros. El Fragor
de la batalla había cesado, y sus compañeros se dedicaban a acabar con los
Nocturnos heridos que yacían por doquier. Se había cubierto la herida
mediante un fajín que realizó con una capa carmesí que le cedió uno de los
Guardias Rojos supervivientes, pero era consciente de que su alma viajaría al
otro mundo en cuestión de poco tiempo. Había vivido para ver vencer a los
hombres.
Mur se arrodilló a un lado del Cazador moribundo y asió fuertemente su
antebrazo. Lenila se sentó en el otro lado. La Cazadora acarició su pelo, y
puso en su mano la espada que había pertenecido al Señor de la Oscuridad.
─ No lo hubiéramos podido conseguir sin ti, Ýgrail.
El Cazador sonrió y mostró un gesto de dolor.
─ Quiero que mi cuerpo arda junto al resto de Cazadores, Lenila.
─ Será ungido y preparado con los máximos honores. Tu nombre será
recordado mientras exista Ciudad Oníria, y habrá devuelto el honor a tu
familia.
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