Capítulo 2

Ciudad Oníria. Elenthal, Gran Maestre de la hermandad de los Cazadores Negros, fue convocado a una reunión privada con La Voz de Oníria, el máximo estamento senatorial.

Dos miembros de la Guardia Roja escoltaban a la máxima autoridad de los Cazadores hacia una estancia privada situada en el interior del palacio senatorial. De noche. Ninguno de los dos hechos era común.

Durante el ascenso hacia la parte más alta de la ciudad, los pocos ciudadanos que caminaban por las calles a esas horas observaban con una mezcla de respeto, admiración y temor al hombre que caminaba entre los dos guardias. Aventajaba en más de un palmo al más alto de ellos. Su largo cabello, recogido en una coleta que colgaba de la nuca, coleccionaba el número de canas que se podrían esperar en un hombre llegado a la cincuentena, algo que no casaba con su porte atlético y ligereza de movimientos. Vestía el oscuro uniforme de cuero característico de su hermandad, un conjunto de prendas de cuero realizadas a medida por los mejores curtidores y sastres de la ciudad, lo suficientemente usado como para que se adaptara perfectamente a su cuerpo, y debidamente engrasado para que mantuviera su elasticidad e impermeabilidad al agua.

La Voz de Oníria, un anciano lujosamente ataviado, esperaba sentado ante una mesa en la que había varios planos y documentos de índole administrativa. Dos miembros de la Asamblea de Ancianos lo acompañaban, y varios guardas más custodiaban la puerta.

La estancia estaba iluminada únicamente por los candelabros que circundaban la larga mesa y los que se posaban sobre ella, por lo que los laterales y el fondo se mantenían en la penumbra.

- Sed bienvenido, Maestre Elenthal - Carraspeó la voz del más anciano.

- Suponemos que es usted consciente de la razón por la que ha sido convocado con tanta celeridad - Continuó La Voz.

- Puedo hacerme una idea- Respondió la profunda voz de Elenthal. Ya había sido informado de los últimos acontecimientos que concernían a la eliminación de Nocturnos.

- ¿Y bien? - preguntó el tercero de los ancianos con tono inquisitivo.

- Mis Cazadores, afortunadamente,  han vuelto a cumplir con lo que se espera de ellos, senador Wolfgger -respondió con seguridad el Maestre.

La Voz se alzó lentamente de su silla y señaló el lugar del mapa donde figuraba el santuario de Sangalar.

- Lo que se espera de ellos es que cumplan las órdenes de sus superiores, Maestre Elenthal, no que cometan cierta clase de...inoportunas acciones que nos ponen a todos en peligro. ¡Su hermandad ha perdido a demasiados hombres!

La cara del viejo había comenzado a enrojecer, y tuvo que beber del cáliz de oro macizo que tenía delante para aclarar la voz y poder seguir con su monserga.

- ¡A los perdidos en Sangalar, hay que sumar a otros doce Cazadores caídos en sendas acciones al Norte de Puerto Ámbar, de donde debían haberse retirado y esperar a los refuerzos de la ciudad!

El Gran Maestre los miró con el semblante serio. Se encontraba profundamente entristecido por las pérdidas sufridas, conocía personalmente a cada uno de sus hombres, pero también sabía que todos ellos eran perfectamente conscientes de lo que significaba servir en la hermandad. Habló con serenidad, pero con una dureza a la que los Ancianos, habituados a que sus súbditos les lamieran los pies como si fueran perros, no estaban acostumbrados. Él no era un perro, era el Gran Maestre de los Cazadores Negros, garante del prestigio, el orgullo y el juramento de sacrificio que significaba pertenecer a ellos.

- Precisamente era seguir las órdenes de su superior, lo que hacían los grupos de caza. Mis órdenes. Nunca dije que se retiraran, jamás un Maestre ha ordenado algo semejante cuando son inocentes los que van a caer en manos de los Nocturnos.

- ¡Ýgrail portaba órdenes específicas dictadas por la Asamblea! - rugió la voz del senador Wolfgger. - ¡Matasteis a un Antiguo! ¡Correrán ríos de sangre por ello!

Entonces se dio cuenta. El olor. Dulzón y empalagoso, contaminaba el ambiente de modo sutil. Es por ello que había tardado en reconocerlo, pero invadía la estancia igual que hace la hiedra sobre los viejos muros de los monasterios en las montañas. Almizcle y esencia de iris, principalmente. Solo un olfato agudizado por la necesidad y la experiencia hubiera sido capaz de localizarlo, el olfato de un experimentado alquimista, o el de un gran Cazador, y él había sido el mejor.

Ahora lo entendía todo.

En un esfuerzo titánico, su semblante no varió ni un ápice y siguió exponiendo su parecer con el mismo tono de voz, seguro, imperturbable, desafiante.

- Los Cazadores Negros somos independientes de cualquier tipo de gobierno que rija esta ciudad, cumplimos nuestras leyes a rajatabla, así fue escrito hace más de mil años y ese es el acuerdo que se suscribe cada vez que la forma de gobernar cambia. Hemos actuado por igual en los tiempos de los tiranos, en los tiempos de los Oligarcas y en los de la República.

Después miró directamente a los ojos enrojecidos por la cólera de La Voz.

- En Sangalar, casi un centenar de jóvenes fueron salvados de caer en manos de los sucios chupasangres - Hizo resaltar estas últimas palabras - Murieron más de cien Nocturnos, evitamos que convirtieran al menos a cien humanos, y mis hombres mataron a Maarwarth. ¿Alguno de vosotros se da cuenta de lo que eso implica? Era uno de los más antiguos, durante más de quinientos años se dedicó a sangrarnos, a convertir a niños y jóvenes en seres abominables que sorberían hasta la última gota de sangre de sus propios padres. Hemos acabado con un líder frío, despiadado, e inteligente.

Miró de modo desafiante y despectivo a cada uno de los Ancianos, tratando de que aquel aroma penetrante, pegajoso, oculto y tan presente a la vez, que apelmazaba el aire que entraba en sus pulmones, no hiciera estallar su ira. De todos modos, lo que dijera les sería indiferente. Los malditos viejos hediondos ya habían tomado una decisión.

-  ¿Cuántos hombres creéis que son capaces de acabar con un ser tan poderoso como Maarwarth? Las gestas de Rolfe ya son cantadas en tabernas, mercados y plazas. Cuentan cómo atravesó la garganta del despreciable puerco con una punta de plata, narran la dolorosa muerte que le infligió. Sangalar será recordado por las siguientes cien generaciones de humanos y de Nocturnos, en el caso de estos últimos como una terrible derrota. Vendrán a vengarse, sí. Dadme a más hombres para que los entrene, y escondeos vosotros detrás de los muros de la ciudad, incluso bajo las faldas de vuestras concubinas si queréis. Los Cazadores Negros estaremos ahí fuera para teñir el suelo con su negra sangre.

Los Ancianos permanecieron en silencio, con la ira grabada en sus miradas, hasta que La Voz realizó su última pregunta.

- No disponemos de más hombres que desperdiciar. ¿Retirará a los Cazadores hasta los límites de la frontera Norte?

- No.

- Piense en las consecuencias de sus actos, Maestre Elenthal, podría ser condenado por traición...-expuso el Anciano en tono amenazante, entrecerrando ligeramente los ojos.

Elenthal, consciente de que su sentencia estaba ya decidida, respondió mirándole a los ojos.

- Entonces me acojo al derecho a un juicio público.

La Voz de Oníria respiró profundamente. No era esa la respuesta que deseaba oír. Un juicio público, en un caso así, no era favorable a los intereses del senado. Los Cazadores Negros eran admirados y respetados por el pueblo. Esto caldearía sus ánimos, ya de por sí revueltos.

- Confinadlo en sus aposentos. Llevadle lo que necesite. No deberá abandonarlos hasta nueva orden -  Sentenció el Anciano.

Dos miembros de la Guardia Roja acompañaron al Gran Maestre Elenthal al exterior de la sala.

Los tres Ancianos miraron hacia un lado. Un individuo alto, esbelto, de rasgos marcados y profundos ojos, reposaba sentado en un cómodo tresillo. Había escuchado atentamente la conversación, manteniendo un silencio sepulcral. Se puso de pie y caminó hacia el centro iluminado por la tenue luz de las velas. Dirigió a los ancianos su gélida mirada y asintió.

Durante la mañana, Elenthal se dedicó a las actividades habituales. Se ejercitó en la secretaría bajo la atenta mirada de dos Guardias Rojos totalmente equipados con su uniforme de guerra, donde permanecería confinado hasta el anochecer, ya que era lo suficientemente amplia como para realizar ejercicios de combate con espada.

Después leyó los informes que habían llegado durante la noche. No había habido ataques de Nocturnos desde Sangalar. Redactó las órdenes que los mensajeros deberían hacer llegar a los grupos de caza diseminados por todo lo largo de la frontera con las grises tierras del Norte, pero esta vez no incluyó localizaciones a las que los cazadores debieran acudir. No era un hecho extraño. Lo hacía habitualmente cuando no había sido localizado movimiento alguno por parte de los seres de la noche.

Un tercer hombre, probablemente un escribano del senado, era el encargado de revisar el trabajo de escritura de cada una de las misivas. Las leía minuciosamente, e incluso las observaba a trasluz y las pasaba sobre la llama de una vela en busca de posibles mensajes ocultos.

Cuando Elenthal terminó de escribir en los pergaminos caminó hacia los amplios ventanales donde, plantadas en macetas de arcilla labrada, el Maestre coleccionaba decenas de plantas de diversos tipos y colores. Las regó y luego las podó minuciosamente mediante unas minúsculas tijeras, cortó delicadamente algunas flores y hojas y se acercó hacia un lado de la habitación, donde centenares de pequeños frascos de vidrio se encontraban perfectamente ordenados en varias estanterías dotadas de puertas acristaladas. Cogió varios de ellos, algunos más pequeños que otros, algunos hechos de vidrio transparente y algunos otros de cristal oscurecido, y los puso sobre una mesa en la que se mostraban diferentes útiles de alquimia.

Preparó varios tipos de perfumes y, al observar el interés que el escribano ponía en sus quehaceres, habló con él y constató su gusto por la botánica y la medicina. Incluso formuló un agua aromática mediante una base da lavanda para la esposa del hombre, a quien no guardaba ninguna clase de rencor.

- Gracias -dijo el administrativo, bajando la vista con el ánimo de ocultar su vergüenza por el trato que los Ancianos le habían obligado a dar a un hombre al que admiraba profundamente-. Yo no sé cómo decirle...en otras circunstancias, poder ocupar mi tiempo con usted en estas estancias hubiera sido un auténtico placer, sin duda un regalo.

- Haga como si fuera así, no albergo ninguna clase de aversión hacia usted -respondió Elenthal con tono afable - Considere este perfume como un regalo de la Asamblea de Ancianos, ayúdeme en la elaboración de los siguientes y quizá algún día pueda prepararlos en su casa. Le dejaré llevarse tantos aceites esenciales como desee.

Mientras el escribano practicaba colocando hojas de flores entre dos lienzos engrasados, Elenthal preparó tres frascos de la fragancia que le había provocado pesadillas durante la noche. Sobre una base alcohólica de almizcle y mirra, añadió varias gotas de esencia de iris. Después, sin que el despistado escribano se diera cuenta, se produjo un pequeño corte en la yema del dedo meñique y añadió el último ingrediente, una gota de sangre fresca.

Wíglaf, secretario personal de los últimos tres Maestres, entró en la estancia hacia el mediodía. El encorvado Cazador se acercó con el semblante serio hacia Elenthal, no podía ocultar su profunda preocupación por los acontecimientos.

Elenthal lo recibió del mismo modo que cualquier otro día y su secretario, para el que nunca había guardado secretos y al que le unían una profunda amistad y complicidad, comprendió el mensaje subliminal. Nadie debía sospechar nada. La razón le iba a ser revelada en breves instantes.

- La Guardia Roja, más de doscientos y armados hasta los dientes, ha rodeado esta mañana al Vigía - expuso Wíglaf refiriéndose a la inmensa torre circular, la mayor de las que formaban parte del muro exterior de la ciudad, y que había servido de sede para los Cazadores Negros en los últimos quinientos años - Solo encontraron a este viejo, Elenthal. El resto abandonó la torre en cuanto supimos de tu detención.

Y después añadió con sorna:

- Doscientos. ¡No creía que, a mi edad, aún causara tanto pavor entre ellos!

Elenthal guió a Wíglaf hacia la mesa de escritura, seguidos por el escribano, quien volvió a un estado de tensión cuando se acercaron a  los pergaminos que debían ser llevados a las partidas de caza.

Mientras enrollaba y precintaba cada pergamino mediante un sello de cera negra, el Maestre mencionaba el nombre de los capitanes a los que cada documento debía ser llevado.

Pronunció el nombre de Lenila al final, y reconoció un leve espasmo en la musculatura facial del escribano. Después cogió cuatro de los frascos de perfume, entre los que se encontraba el que había prometido al enviado senatorial, y los acercó a Wíglaf.

- Oh, disculpe...- sonó la dubitativa voz del escribano.

Elenthal, fingiendo haber sufrido un despiste, tomó el frasco deseado por el administrativo y se lo entregó mientras añadía buscando su complicidad:

- Vaya, soy yo el que le pido disculpas, tome su fragancia, ¡casi le dejo sin el regalo de la Asamblea!

Sin dejar de mostrar una apacible sonrisa, entregó los restantes a Wíglaf.

- Entonces, estos deben ser el regalo que me hace la Asamblea a mí, viejo amigo - dijo el anciano mostrando una sonrisa melancólica, mirando hacia Elenthal y el escribano - Espero que aún conserve parte del vigor que tuve en la juventud y me sirvan para conquistar a alguna bella dama.

Wíglaf había comprendido. Tres frascos, uno para cada mensajero, pero los tres para la misma persona, aquella a la que iba dirigida la última de las misivas de las que el Gran Maestre le había hecho entrega, Lenila.

Debían asegurarse de que al menos le llegara uno de ellos, y Wíglaf pensó en los tres jinetes más veloces, tres Cazadores cuya identidad era únicamente conocida por unos pocos. Lo más probable era que no encontraran obstáculos en su misión, ya que los Ancianos ordenarían a varios sicarios que siguiesen a los mensajeros e informaran del paradero de algunos de los Cazadores, pero toda precaución era poca. Existían las caídas, las enfermedades, los salteadores de caminos...

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