Capítulo tres. Tercera parte.
Cuando Cádlaw, junto a sus quinientos Silenos, llegó al encuentro de lo que quedaba de su ejército, como le había gustado llamarlo, encontró a filas de soldados desnudándose por turnos ante los Cazadores Negros. Esta vez apenas hubo reticencias, los hombres estaban demasiado aterrados como para no querer tomar las medidas que fueran necesarias. Únicamente tres hombres fueron aislados debido a las heridas por mordedura que presentaban, y los Cazadores acabaron con ellos sin causarles sufrimiento. Dos más escaparon, aunque nadie los persiguió.
Se decidió parar durante un corto período de tiempo, el justamente necesario para decidir hacia dónde marchar.
─ No podemos retroceder ─ expuso Silas ─. Nos siguen, y son miles. La noche caería sobre nosotros cuando tratáramos de atravesar el extenso valle donde se ocultan. Se nos echarían encima por todos los flancos.
Cádlaw, visiblemente afectado, habló sin tratar de imponer su opinión ante la de los demás.
─ Si seguimos adelante, nos introduciremos de lleno en los valles y llanos más poblados por sus esclavos, por llamarlos de alguna manera.
─ Es precisamente hacia donde nos empujan ─ Ódeon tomó la palabra ─. Si permanecemos en este valle, moriremos esta noche, pero tampoco podemos salir a las llanuras. Enfrentarnos a ellos en campo abierto sería una auténtica estupidez. Hay que esquivarlos como sea.
─ Solamente nos quedan las montañas ─ habló Gleven ─. Hemos de avanzar paralelamente a la Cordillera Gris y no perder jamás la jornada de ventaja que les llevamos. Tienen seres humanos que vigilan nuestra posición durante el día pero nunca nos han atacado, así que no deben ser demasiados, pero alertan a sus amos de la dirección que seguimos.
─ Marcharemos hacia el Este, si os parece bien ─ propuso Cádlaw ─. Cuando localicemos un valle lo suficientemente llano y desprovisto de árboles, y que se dirija hacia el sur, podríamos tratar de llegar a las montañas antes de que oscurezca. Los asquerosos de las tubas nocturnas seguirán persiguiéndonos, y aquellos que con toda seguridad permanecen aún al pie de la cordillera nos atacarán durante la noche, pero si conseguimos sobrevivir hasta el amanecer estaremos prácticamente salvados, después escaparemos hacia nuestras tierras.
Wíglaf, quien se encontraba cerca del grupo de hombres que debatía el modo de proceder, chasqueó la lengua. Los hombres lo miraron, esperando a escuchar su opinión.
─ Dediqué gran parte de mi infancia y adolescencia a la caza de venados y caballos salvajes, e incluso al exterminio de lobos ─ dijo el joven Cazador de modo respetuoso ─. Cuando salíamos a una batida, establecíamos varias líneas de hombres para que, una vez las presas rebasaran las primeras, quedaran atrapadas entre estas y las que formábamos más adelante. Eso es lo que están haciendo con nosotros ahora, darnos caza, y saben que nuestra única escapatoria está al sur. Probablemente haya más de ellos arriba en las montañas que abajo en los valles. Una vez comencemos el ascenso, nos atacarán desde lo alto, empujándonos sobre las fuerzas que tendrán apostadas debajo y los que vienen persiguiéndonos.
─ Así que no hay escapatoria ─ dijo Silas con una media sonrisa en la boca.
─ Romper sus líneas en las montañas. Atacarles de frente. Solo así las presas pueden escapar ─ respondió Wíglaf ─. Si no lo hacen más a menudo es porque su temor se lo impide. Si Gladius hubiera tomado esa decisión la mañana siguiente al ataque de los chupasangres, probablemente se hubieran salvado muchos. El temor a una más que posible derrota lo cegó.
Cádlaw se acercó al Cazador y le ayudó a levantarse.
─ Eres un insensato, y morirás joven, pero ni siquiera los dioses podrían contradecirte hoy. Partamos cuanto antes.
Durante tres días caminaron, y durante tres noches escucharon acercarse al ejército que seguía sus pasos con determinación, hasta que llegaron a un extenso valle ocupado por poco más que rocas, polvo y arbustos desperdigados. Desde la pequeña cima en la que se encontraban, Cádlaw y Ódeon vieron una yerma llanura hasta donde las nubes de polvo que el viento elevaba, y la curvatura que presentaba la propia cuenca, permitieron a su visión.
─ Anochecerá en pocas horas, Ódeon. Deberíamos avanzar algo más y descansar cerca de la entrada al valle. Al amanecer correremos como lobos esteparios, ascenderemos cuanto podamos, y nos haremos fuertes en algún lugar suficientemente apropiado. Si resistimos su ataque, correremos hacia nuestra salvación.
El Cazador se limitó a sonreír. Era consciente de que el Sileno sabía tan bien como él que probablemente no pasarían de esa noche. Solamente tenía clara una cosa, venderían muy cara su sangre.
Durante esa noche, las tubas de los Nocturnos se acercaron más que cualquier otra, pero los rayos del sol esparcieron su luz mucho antes de que los alcanzaran.
Los restos del ejército humano avanzaron tan rápido como pudieron hacia los altos picos que los separaban de las tierras de sus semejantes, empujados por la esperanza y la determinación. El suelo, duro y prácticamente llano, casi totalmente desprovisto de vegetación, facilitó considerablemente su avance, aunque el fuerte viento que soplaba arremolinado, levantando densas nubes de polvo y entorpeciendo su visión, los sumía en la mayor de las incertidumbres. Tampoco es que importara excesivamente. Casi carecían de víveres, no podían seguir buscando eternamente el lugar más adecuado, y su moral era aún lo suficientemente alta. Era el momento propicio.
Dada su envidiable condición física, los Cazadores Negros se adelantaban cada poco tiempo, trataban de explorar el alrededor, y esperaban al resto de los hombres. Wíglaf y Benner siguieron adelante, y fueron los primeros en verlo a lo lejos. Se encontraba al fondo de la vega, a muy poca distancia del inicio del ascenso a la Cordillera Gris. Habían estado muy cerca de conseguirlo.
El muro de piedra, que ocupaba todo el ancho del valle, ascendía hacia el cielo más de ochenta codos. En lo alto del mismo, casi dos centenares de esclavos humanos armados con arcos esperaban la llegada del enemigo.
Infranqueable.
Los Cazadores informaron a los comandantes de las diferentes facciones del mermado ejército de Dorent. Después ocuparon una de las laderas del valle, lejos de las flechas de los arqueros del muro.
Los hombres dedicaron el resto de la tarde a descansar, beber agua y comer lo poco que les quedaba, y a afilar sus armas. Era absurdo seguir huyendo, los lados del valle consistían en paredes casi verticales, subir a la cima supondría un esfuerzo titánico, y probablemente los bosques estuvieran atestados de Seres de la Oscuridad para cuando coronaran la cima. La noche vendría en pocas horas. Había llegado la hora de enfrentarse a Ellos, y harían sudar negra sangre a los Nocturnos y sus temibles Lobohombres antes de caer.
Poco antes de que el astro rey bañara con su roja luz los picos de las montañas más altas, los cuernos de guerra de los Seres de la Oscuridad se hicieron oír tanto desde el inicio de la estéril cuenca como de las inmediaciones de la muralla que la cerraba. Llegarían en pocas horas, y los humanos comenzaron a tomar posiciones.
Los Cazadores Negros se establecieron en el extremo derecho de la formación, al lado de Mesenios y Murios. Los Silenos y los Portenses se apostaron en el centro. La parte izquierda fue ocupada por una mezcla heterogénea de contendientes del resto de ciudades.
─ Ódeon ─ llamó Wíglaf a su compañero, señalando al norte con su cabeza, desde donde una horda de más de cuatro mil Nocturnos se dirigía hacia ellos.
─ Los veo. Probablemente venga una cantidad parecida desde la muralla que localizaste junto a Benner.
Casi como si hubiera escuchado las palabras del Cazador, la hueste que había partido desde el sur hizo aparición, y las dos facciones se unieron. El ejército Oscuro formó ante los humanos, entre los que las circunstancias habían seleccionado a los mejores. Serían un hueso muy duro de roer.
Cuando los Nocturnos hicieron callar a las tubas, solo el viento quebró el glacial silencio que reinaba en el campo de batalla.
─ ¡Vuestros antepasados os miran desde ahí arriba, hombres de Dorent! ─ rugió Cádlaw tras avanzar unos pasos y girarse hacia sus soldados, alzando su espada al cielo ─ ¡Haced que se sientan orgullosos! ¡Derramad la sucia sangre de esos perros y pisotead sus cuerpos!
El ejército respondió con una breve aclamación, y los hombres comenzaron a golpear sus escudos con las espadas. Entonces las tubas del Ejército de lo Oscuro volvieron a sonar, y casi centenar y medio de negras sombras comenzaron a ascender a toda velocidad a través de la pendiente que los separaba de los hombres.
─ Envían en primer lugar a los Lobohombres, tal como hicieron cuando nos atacaron en el campamento ─ dijo Silas a Ódeon, que formaba justo a su lado.
Cada uno de los Cazadores Negros acostumbraba a viajar con varias armas. Entre ellas siempre había un arco y un carcaj lleno de flechas de punta de plata. El catastrófico viaje al norte no había sido una excepción, y las saetas habían sido repartidas entre los más de seiscientos guerreros que portaban un arco aquella noche.
Wíglaf esperaba a hacer sonar el cuerno de guerra, justo cuando Ódeon diera la orden de descarga. La tensión aumentaba a medida que las veloces criaturas se acercaban, pero la orden de esperar era estricta.
─ ¡Esperad, esperad, esperad...! ─ rugía Ódeon, apuntando al vacío con su arco.
Cuando los Licántropos estuvieron a una distancia tan corta que a cada hombre solo le daría tiempo de lanzar tres flechas, se produjo la orden de disparo. Wíglaf hizo sonar al cuerno y centenares de saetas de plateado arpón volaron en línea recta hacia los espantosos seres, punzando su carne y provocándoles tal tormento que la mayoría comenzó a revolcarse por el suelo mientras trataba de extraer el doloroso aguijón.
El cuerno de los Cazadores volvió a sonar y los humanos se lanzaron al ataque entre rugidos de rabia y determinación, con sus espadas desenvainadas y las picas apuntando al frente. Los pocos Lobohombres que no fueron alcanzados por las flechas corrieron hacia el enardecido enemigo, siendo arrollados por la masa enfurecida que les pasó por encima mientras clavaba en sus cuerpos todo tipo de hojas afiladas y puntiagudas. Unos pasos más adelante, los humanos cayeron sobre los Lobohombres que se retorcían de dolor debido a la plata que quemaba su carne, y se ensañaron con sus cuerpos cubiertos de denso pelo.
Ódeon saltó sobre un gigantesco ser que trataba de incorporarse tras haber conseguido extraer la punta que atravesaba su abdomen. Giró su gran hacha en el aire y partió el cráneo del engendro de un solo golpe. Después se irguió y atacó a otro al que dos de sus hombres mantenían a raya a base de golpes de espada y escudo. El poderoso Cazador entró por en medio de sus compañeros y con su escudo golpeó la cara del licántropo, quien perdió ligeramente el equilibrio y fue ensartado por la lanza de Wíglaf.
─ ¡Wíglaf, derecha! ─ gritó Ódeon nada más ver caer al monstruo.
El joven Cazador se giró y lanzó su pica hacia una veloz sombra que trataba de atacarles desde un costado. El proyectil se hundió en el pecho de la otra de las aberraciones y lo hizo caer de bruces. Benner lo remató golpeando con la espada su cabeza contra el suelo.
Wíglaf desenfundó su hoja de acero templado al ver que uno más de los temibles oponentes se dirigía hacia ellos, pero Híglac, uno de los Cazadores que permanecía tras él armado con un arco, perforó el ojo de la bestia mediante una punta de plata y le quitó la vida.
En todo el frente del ejército de los humanos, los Lobohombres que se consumían por el dolor infligido por la plata incrustada en su carne fueron perforados y cortados. El propio Cádlaw hundió su espada en la garganta de uno que se irguió y quiso abalanzarse sobre los soldados que tenía casi encima. Muchos guerreros habían avanzado armados con sus arcos, y desde la segunda línea de combate seguían disparando contra los monstruos.
Sin apenas dilación, llegaron los Nocturnos que cargaban detrás de la avanzadilla de Lobohombres. El choque fue brutal, ya que los Seres de la Noche no esperaban encontrarse con una línea de defensa tan estable tras el ataque de los Licántropos. Decenas cayeron en ambos bandos, cuando por fin se vieron las caras. Cádlaw detuvo con el escudo una ancha hoja curva que se dirigía a su cabeza, introdujo su afilado acero bajo la defensa del chupasangres y hendió su carne en la ingle. Confirmó con satisfacción que también el repulsivo ser tenía arteria femoral, al observar el chorro de negra sangre que salió a presión.
Un grupo de Nocturnos, perteneciente a un clan guerrero del oeste, arremetió contra Gleven y sus Mesenios. Uno de sus cabecillas, de largo cabello oscuro, alto y fuerte, abatió a dos hombres mediante un gigantesco kris de hoja sinuosa. Vestía una coraza negra decorada con llamas que parecían ascender desde el abdomen hacia los hombros y la garganta, y emitió un agudo silbido que fue respondido de igual modo por sus acólitos. Un robusto guerrero Mesenio trató de golpearlo mediante el pomo de su espada, pero el Oscuro asió su mano, le retorció el brazo mediante un rápido giro y se lo cortó a la altura del hombro.
Gleven se arrojó hacia el Nocturno armado con un escudo ligero que tenía forma de hoja de castaño y una extraña alabarda dotada de varias puntas y cuchillas. El Nocturno esquivó las rápidas acometidas y se adelantó varios pasos para buscar el combate cercano, en el que su kris era más adecuado. Dirigió varios mandobles contra el alto Mesenio, pero este los detuvo mediante el asta de fresno endurecido al fuego. Con un rápido movimiento, Gleven hizo que su arma se dividiera en dos, mostrando cortantes filos en ambas porciones. Su ataque fue tan rápido que el Ser de la Noche no pudo evitar sentir con asombro cómo una de las armas del humano atravesaba su garganta y salía por la boca. Después Gleven empujó al Nocturno hacia un lado y otro de sus hombres le clavó un puñal en la espalda.
Los humanos luchaban con arrojo y valor, el lado derecho y el centro aguantaban el empuje con pundonor, pero el enemigo se acumulaba en número suficiente como para comenzar a hacerles retroceder en el lado izquierdo. A ello se sumó la ofensiva de un segundo grupo de Nocturnos, enviado por el grupo que había partido desde el muro del fondo del valle, y este flanco colapsó.
Los Portenses y los Silenos del centro de la formación trataron de estabilizar la defensa en aquel lado, pero el empuje del enemigo era demasiado intenso. Poco a poco, estaban siendo rodeados. Cádlaw, consciente de la situación, hizo que algunos de sus hombres reforzaran el flanco izquierdo, pero ya era demasiado tarde. La desigualdad numérica era tanta que la defensa comenzó a hacer aguas en varios puntos.
Entonces un enorme Nocturno irrumpió en el centro de la contienda acompañado por más de una docena de gigantescos Lobohombres y dos centenares de guerreros prácticamente acorazados. Los Portenses que habían luchado en el campamento lo reconocieron, ataviado con la ornamentada coraza y el casco surcado por una cresta de afiladas púas. Sus guerreros iban cubiertos por placas de metal oscurecido, y penetraron con letal brutalidad las líneas de los hombres.
Uno de los imponentes seres localizó a Cádlaw, quien mantenía su posición acompañado por los más duros de entre sus luchadores. Señaló su posición y siseó el nombre del más fuerte entre los Nocturnos.
─ ¡Maarwarth!
El pálido coloso cargó hacia la posición de Cádlaw, apartando a cuantos humanos se interponían en su camino mediante una gran maza de combate. Partió el escudo de un avezado Sileno y con su siguiente golpe le hizo estallar el cráneo. Pateó a otro en el pecho haciéndole caer de espaldas y después ensartó a un Mesenio en la enorme púa que salía del centro de su escudo rectangular. Rugió con fuerza y sus Nocturnos entraron entre los Silenos y los Mesenios, despedazando a cuantos encontraban.
Cádlaw lo vio todo, y se arrojó con furia hacia el musculado ser. Ninguno de los poderosos guerreros acorazados trató de detenerlo, y Maarwarth lo esperó con una expresión de satisfacción. Cádlaw saltó con la espada en alto y percutió con todas sus fuerzas sobre el escudo del engendro, quien apenas vaciló, y envió un duro golpe al rostro del Sileno con su enorme maza. Cádlaw se agachó, esquivando la mortal acometida, pero recibió un sólido impacto propinado por el escudo del Nocturno. Después el Sileno consiguió esquivar a duras penas la púa del gran escudo, y trató de clavar la punta de su hoja por un resquicio existente en la defensa de su oponente. Maarwarth lo vio, detuvo la estocada y fracturó el brazo de Cádlaw mediante un fuerte golpe. Varios hombres cubrieron al bravo general, pero los guerreros de Maarwarth cayeron sobre ellos como si de un festín de cuervos se tratara.
En el lado derecho, el único que se mantenía firme, los pocos Murios que permanecían aún de pie se unieron a los Cazadores Negros, y retrocedieron hacia una pequeña elevación del terreno mientras se defendían de los centenares de Nocturnos que los rodeaban. Maarwarth destrozó la defensa Muria y se plantó ante los hombres de Ódeon.
Varios Nocturnos cubiertos de metal atacaron el flanco protegido por Benner y Timor, un enorme Cazador de Umbria armado con una gran hacha que manejaba con suma rapidez y habilidad. Benner se deshizo de su escudo y extrajo un puñal de hoja larga y estrecha, esperó a que Timor destripara a dos Nocturnos mediante sus poderosos golpes y entró entre el enemigo girando y moviéndose rápida y elegantemente. Encontró un punto desprotegido en el cuello de un Oscuro y le seccionó la tráquea y la yugular, después se agachó y cortó los tendones de detrás de la rodilla de otro, dejándolo a merced de Wíglaf, quien había saltado ya tras su amigo.
Timor envió un golpe lateral contra otro de los guerreros de Maarwarth. Este interpuso su escudo en la trayectoria del acero, pero no pudo evitar que el hacha lo cortara y continuara avanzando hasta clavarse en su hígado, atravesando el riñón y alojándose entre las vértebras lumbares. Cuatro Nocturnos arremetieron juntos contra el titánico Cazador, pero tuvieron la mala suerte de toparse con Wíglaf. Este recogió una pica del suelo y la lanzó con precisión, atravesando el hombro de un enemigo. Después desenvainó dos espadas cortas y se encaró al siguiente par de oponentes a través de movimientos que realizaba con velocidad endiablada. Las espadas entraron entre sus defensas y perforaron las corazas que protegían su pecho. El último de los Oscuros creyó poder liquidar al Cazador, ya que se había posicionado en su espalda, pero una flecha entró por su nuca y salió por la nariz. Híglac, delgado y fibroso, y sin duda el mejor de los tiradores de entre los luchadores de Ódeon, permanecía aún armado con su arco y disponía de una docena de flechas. Se posicionó en el centro del círculo que el centenar de hombres que se mantenía en pie había formado sobre el montículo, y las disparó con diabólica puntería.
Mientras, Maarwarth había localizado la posición de Ódeon y acudió a enfrentarse con él. El imponente Cazador reconoció al que tantos hombres habían descrito con el pavor dibujado en sus caras, y se preparó para el duelo.
Maarwarth tomó velocidad y trató de desestabilizar a Ódeon mediante un certero y rocoso golpe, pero Ódeon recibió el impacto con su denso escudo y percutió en la mandíbula del Nocturno con el pomo de su hacha. El Oscuro retrocedió un paso, con el labio roto y el pómulo abierto, y vio que el Cazador se lanzaba hacia él con la expresión de un loco embravecido. Tuvo que esforzarse enormemente para poder detener los golpes de hacha que parecían llover desde cualquier lado y se vio obligado a zafarse del Cazador empujándolo como si se tratara de un combate de lucha libre.
Después fue el propio Maarwarth quien envió varios golpes a Ódeon, quebrando el metal que cubría el escudo de este. Intentó alcanzar las piernas del Cazador, aunque este lo esquivó y casi consiguió alcanzar la cabeza del siniestro ser. Las púas del casco de Maarwarth salieron despedidas entre luminosas chispas cuando el Cazador desplazó su hacha lateralmente y lo alcanzó, pero el Nocturno consiguió agacharse lo justo para evitar su muerte.
En esos momentos, solamente Silas, unos veinte de sus Murios, y treinta Cazadores Negros se mantenían en pie, y Ódeon tuvo que retroceder para no romper la formación de defensa y no quedar él mismo aislado de sus hombres.
Entonces los Nocturnos detuvieron su ataque y retrocedieron unos codos. Los poco más de cincuenta hombres que resistían en lo alto del montículo tuvieron el tiempo justo de ver que la cantidad de Oscuros que los rodeaba era ingente. Los Lobohombres hicieron aparición de nuevo, señal inequívoca de que el resto del ejército había caído.
─ ¡Sois patéticos! ─ rugió la voz de Ódeon, y se comenzaron a escuchar carcajadas entre sus hombres ─ ¡Esta ha sido la noche más divertida de mi vida! ¿No queréis un poquito más? ¡Venid, perros, venid a catar sangre humana y seguid probando el sabor del acero!
Maarwarth dio la orden de ataque y Lobohombres y Nocturnos se abalanzaron sobre ellos. Los humanos se prepararon para una muerte segura.
A falta de pocos codos para el choque, los Seres de lo Oscuro se deshicieron de sus armas y saltaron en masa sobre los humanos con las manos desnudas. Un Lobohombre de dimensiones desproporcionadas cayó sobre Wíglaf, cuando las espadas de este estuvieron clavadas en los cuerpos de varios Nocturnos. El Cazador cayó de espaldas y el peso del monstruo casi cortó su respiración. Cuando abrió los ojos, las fauces del Licántropo se abrían a menos de medio palmo de su cara.
─ ¡Qué asco! ─ gritó el temerario Cazador Negro ─ ¡Deberías mascar hojas de menta, grandísimo hijo de puta!
Maarwarth se encontraba de pie ante Ódeon, quien yacía en el suelo agarrado por cinco Seres de la Oscuridad. El comandante del Ejército de la Oscuridad acercó una espada a la garganta del Cazador, lo miró desde lo más profundo de los agujeros negros que tenía por ojos, y le dijo de modo que los humanos pudieron comprender perfectamente:
─ Me vais a hacer ganar mucho oro.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top