Capítulo I
El Gran Maestre Árnor llegó a la Torre de Fuego junto a una columna de cincuenta jinetes ataviados con un ceñido y oscuro uniforme. Las sólidas puertas de madera se abrieron antes incluso de que los caballos hubieran de detenerse ante ellas. No hacía falta preguntar quiénes eran. Totalmente vestidos de cuero negro y dos efigies bordadas en hilo de plata en sus hombros, representando el hueso del cráneo de un Nocturno con la boca abierta y mostrando sus largos colmillos, atravesado desde la base hasta la bóveda por una pica.
Los Cazadores Negros entraron en la plaza formando en dos líneas, con su Maestre al frente. Allí, Árnor descabalgó su montura y se la cedió al mozo de cuadras para que lo instalara en las abarrotadas caballerizas.
El chico miró con una mezcla de miedo y curiosidad al hombre de pelo corto y cano, quien extraía dos monedas de plata de una bolsa negra de fieltro, y las dejaba en su temblorosa mano. Una profunda cicatriz, de aspecto parecido al que dejaría el zarpazo de un oso, rasgaba el lado izquierdo de su cara, en la que un parche negro cubría el espacio donde debería haber un ojo.
El palafrenero lo siguió con la mirada, mientras Árnor caminaba hacia la escalinata que llegaba hasta una de las torres que flanqueaban la plaza de armas. Escuchó el sonido irregular de su paso, creado por la diferencia entre la pisada de una bota de cuero y la de la peculiar prótesis que sustituía a su pierna derecha. Estaba realizada en madera oscurecida, cubierta por sugerentes grabados que mostraban las expresiones agonizantes de varios Nocturnos. Su parte baja tomaba la forma de una poderosa pica, que clavaba su extremo en la cabeza de uno de los detestables seres.
El hecho de que, aunque profundamente dañada, el Gran Maestre conservara la articulación de la rodilla, hacía que la cojera no fuera inhabilitante. El Lobohombre se había llevado por delante la pierna de Árnor, pero los afilados dientes que, apuntando hacia el exterior del cuerpo, ornamentaban el uniforme del Maestre a la altura del pecho y los hombros, atestiguaban que la pérdida del monstruoso Licántropo había sido bastante mayor.
─ Tiene un fiero aspecto, ¿eh?
Un joven Cazador, que no tendría más de veinte o veintidós primaveras, se detuvo al lado del mozo y le sonrió de modo amigable. Este le devolvió la sonrisa, el acontecimiento haría las delicias de sus amigos durante la cena.
─ ¡Wíglaf! ─ la atronadora voz de Ódeon, segundo del Gran Maestre, sonó desde la entrada a las caballerizas ─ ¡Vamos, muchacho, no te duermas!
El atlético Cazador Negro guiñó un ojo al jovenzuelo y se alejó mediante seguros pasos.
Durante la noche, varias de las personalidades más importantes pertenecientes a los ejércitos de las Ciudades Estado que formaban el reino, se reunieron en el Gran Salón de la Torre Norte, la más alta de las que circundaban la plaza.
Prácticamente toda la Fortaleza se había unido en la celebración que debía dar inicio a la gran gesta de la conquista del norte. La comida y el vino se servían en ingentes cantidades en cada uno de los inmensos barracones que se esparcían ordenadamente en el interior del recinto amurallado, y los cánticos de los miles de soldados que esperaban con ansia el inicio de la marcha hacia las Tierras Grises se hacían oír a varias leguas de distancia.
En el interior del Gran Salón, una larga mesa de madera había sido asignada a cada una de las Ciudades Estado que conformaban el reino. Los Cazadores Negros ocupaban su propio espacio en un lateral, y la mesa presidencial se ubicaba sobre el estrado de madera situado en el fondo de la inmensa estancia.
El bullicio en la sala cobraba la misma intensidad que en el resto de la fortaleza, y cesó únicamente cuando el joven General Cádlaw, quien provenía de la ciudad de Silenia, levantándose del lugar de honor que ocupaba en el centro del estrado, se acercó hacia el borde.
─ ¡Veo ante mí a los representantes de las doce más importantes ciudades que componen el gran Reino de Dorent! ─ habló mientras alzaba su copa llena de vino hacia los asistentes, haciendo que este se derramara a sus pies ─ ¡Mesenios, Umbrios, Murios, Lesos, Portenses, Silenos...todos unidos bajo una misma bandera!
El Gran Salón respondió al unísono mediante un espontáneo brindis al célebre Sileno, cuya fama como estratega e implacable guerrero había cruzado las fronteras del océano, y su nombre era respetado incluso en las lejanas tierras de allende del mar.
─ ¡Hoy comienza un nuevo tiempo para los hombres, un tiempo en el que la amenaza de la oscuridad quedará relegada al mundo del recuerdo! ¡Nuestro Reino será ampliado hacia el norte, fundaremos nuevas y prósperas ciudades, abriremos nuevas rutas comerciales!
Después Cádlaw dio paso mediante una señal a varios grupos de juglares, que se internaron entre las mesas y llenaron de música el aire que ocupaban ya los enardecidos vítores de los presentes.
En la mesa ocupada por los Cazadores Negros, Árnor se irguió y pidió a Ódeon que lo acompañara. El Gran Maestre había preferido cenar junto a sus hombres que en la mesa situada en el estrado, donde según sus propias palabras, se situarían los "pavos reales" y se dedicarían unas horas a la adulación y al peloteo.
─ Desde luego, no tiene precio como presentador de un circo ─ dijo Ódeon sobre el General Cádlaw en voz baja y con cierto aire de desprecio, provocando una leve sonrisa en la cara de Árnor.
─Hay que reconocer que no le falta carisma. Lástima que vaya acompañado de la prepotencia que ciega a los hombres ante la opinión de los demás, como creo que comprobaremos dentro de un rato.
Los dos Cazadores salieron de la sala a través de una portezuela lateral, y se unieron a un grupo selecto de personajes que debían tratar de atar los últimos flecos de aquel complejo proyecto. Caminaron hasta llegar a una estancia de dimensiones muchísimo menores que el Gran Salón, y en la que también había una cantidad de vino inmensamente inferior.
Los máximos representantes del ejército de cada una de las ciudades se sentaron en torno a una mesa de piedra negra y porosa, y esperaron a que Árnor y Ódeon, los últimos en llegar, tomaran asiento.
─ Bienvenidos, señores ─ dijo el joven capitán que se encontraba al mando de la Torre de Fuego ─ Aquí encontrarán la tranquilidad que necesitan, y no duden en pedir cualquier cosa que quieran para beber o comer. Los sirvientes lo traerán enseguida.
Cádlaw, quien gozaba extremadamente de lograr el protagonismo en cualquiera de los eventos en los que se encontrara, saludó a cada uno de los presentes y agradeció tanto su presencia como el número de hombres y armas que habían aportado al ejército. Le hubiera gustado comandar a las tropas él mismo, pero no había tenido más remedio que compartir el honor con Gladius, general de las tropas de Puerto Ámbar. Al fin y al cabo, era esta la ciudad que más soldados había puesto a disposición del reino, un total de mil quinientos.
El perfil de Gladius, el veterano Portense, era absolutamente opuesto al del Sileno. Se trataba de un hombre serio, callado y conservador, tanto en su pensamiento como en lo que se refería a sus ideas sobre cómo afrontar una guerra. El resto de ciudades había considerado acertado equilibrar la dirección del ejército mediante la templanza del uno y el arrojo del otro.
─ ¡Diez mil hombres en total, perfectamente adiestrados y armados! ¡El más poderoso ejército que ha conocido el Reino de Dorent! ─ exclamó con orgullo el propio Cádlaw ─ El grueso de nuestras tropas se encuentra acampado a una jornada y media al sur del Páramo Ardiente. Si ninguno de los presentes tiene inconvenientes, partiremos en cinco días.
Gleven, el alto Mesenio que dirigiría a ochocientos hombres, se sirvió una copa de vino y tomó la palabra.
─ ¿Cuál es la ruta que seguiremos para atravesar la Cordillera Gris? Si recuerdo bien, ningún hombre ha pisado jamás las tierras que se extienden al norte de la misma.
─ Los Cazadores Negros recomiendan seguir el valle del río Éxes, es suficientemente amplio como para avanzar a través de él durante al menos un par de jornadas ─ añadió Silas, el joven general Murio.
─ ¿Y después? ─ dijo uno de los Umbrios.
El propio Gleven respondió elevando los hombros:
─ Nadie que se haya aventurado más allá ha vuelto para contarlo.
Cádlaw apoyó sobre la mesa la copa de la que había estado bebiendo, con la suficiente fuerza como para llamar la atención de los reunidos.
─ Disculpen, caballeros, que no haya podido contarles antes los últimos sucesos ─ el vanidoso Sileno mostró una sonrisa y una pose de total autocomplacencia ─ Hace algo más de quince días, quinientos de mis hombres atravesaron el valle del Éxes, ascendieron a lo alto del circo y caminaron durante varias jornadas, estableciendo un puesto avanzado donde las montañas comienzan a perder altura. Nos esperan, y os prometo que lo que han encontrado os sorprenderá.
Después Cádlaw se levantó y desenrolló un mapa que colgaba de la pared.
─ Una vez hayamos cruzado las montañas marcharemos paralelamente a ellas, y seremos abastecidos desde el sur a través de los valles que se abren desde la cordillera hacia nuestras tierras, mientras limpiamos el terreno y establecemos más puestos avanzados. Ese será el inicio de la conquista del norte, acabaremos con los ataques de los Nocturnos a las regiones fronterizas durante la primera campaña. El general Gladius ya ha mostrado su aprobación a este plan. ¿Qué opináis los demás?
La mayoría de los presentes asintieron entre murmullos de aprobación, mientras estudiaban el mapa. El general Gladius, conocedor de la estrategia, quiso saber la opinión de los que habían de cumplir con el papel principal en la exploración de los terrenos por los que tendría que discurrir el ejército.
─ ¿Y usted, Maestre Árnor, cree que es viable?
Antes de que el curtido Cazador comenzara siquiera a hablar, la risa forzada de Cádlaw se hizo oír desde donde se encontraba de pie.
─ Lo es, Gladius, claro que es viable, es el mejor de los modos ─ inquirió el Sileno.
Árnor lo miró con el semblante serio.
─ Si no te importa, Cádlaw, seré yo mismo el que muestre mi parecer al respecto.
El general Sileno respondió mediante airados gestos, utilizando el lenguaje corporal y la ensayada retórica de modo casi teatral, como acostumbraba a hacer para conseguir que una mayoría de apoyos cayeran de su lado, exactamente como Árnor había previsto que iba a ocurrir.
─ Conozco sus reticencias a este proyecto, Maestre Árnor, quizá sea demasiado grande para algún tipo de mentalidades.
Árnor sonrió. La pulla, viniendo de quien venía, quedó lejos de herirlo lo más mínimo. Al contrario, pidió a Cádlaw que continuara a través de un gesto de su mano, y este siguió haciendo aquello que tanto le gustaba, conducir a las personas a que cayeran encandiladas por sus demagógicos modos, disfrazados de elocuentes palabras.
─ Nunca nadie ha dirigido una fuerza tan colosal contra nuestro enemigo, ya que nunca se habían dado las condiciones. Escuchadme, por favor, y no tengáis miedo de opinar en contra si es preciso. De aquí tenemos que salir unidos, y convencidos de que nos dirigimos irremediablemente hacia un cambio de era. ¿Por qué nunca hemos sido atacados por un grupo de más de doscientos o trescientos Nocturnos?
Miró a los presentes y, ante la falta de respuestas, continuó.
─ Yo os responderé. Porque su modo de vida, basado en la rapiña y en campañas de saqueo, no permite el mantenimiento de grandes poblaciones. No pueden vivir en grandes grupos, probablemente solo se unan para atacarnos, y la única razón por la que han sobrevivido hasta ahora es que nunca nos hemos unido para exterminarlos.
Se acercó a la mesa y la golpeó con su puño, simulando un gesto de feroz enfado y determinación.
─ Los sacaremos de sus madrigueras y los cazaremos como a conejos.
Después de haber conseguido caldear los ánimos de los que lo escuchaban atentamente, algo a lo que el vino consumido en las horas anteriores ayudó considerablemente, se volvió a dirigir a Árnor, creyendo que quizá también este fuera vulnerable al veneno de sus palabras.
─ ¿Por qué no nos acompañan todos sus hombres, Gran Maestre? ¡Su presencia sería altamente celebrada por el ejército, su trabajo de exploración sería más rápido y eficaz! ¿O es que el Lobohombre dañó tanto su vista como para no dejarle ver que no hay otro destino que la victoria?
El mordaz comentario hizo que el silencio se adueñara de la habitación. Los hombres miraron a Árnor con expectación, temían a la respuesta del Gran Maestre, pero el semblante de este no cambió ni un ápice.
─ La experiencia, estimado joven ─ respondió Árnor con voz queda y sin apartar la mirada de los ojos del arrogante Sileno ─ aporta enseñanzas que deben hacer a un hombre comportarse con precaución. Hace dos siglos, Ciudad Oníria envió un ejército de tres mil hombres a la conquista de Puerto Ámbar. Era un ejército invencible, la victoria estaba asegurada. Si quieres puedes preguntar al general Gladius el modo vergonzante en el que sus antepasados infligieron una severa derrota a los supuestos conquistadores. Hace menos de ciento cincuenta años, una armada invencible partió de poniente a conquistar Dorent. Su plan era someternos antes de que llegara incluso la siguiente primavera. Como sabrás, una gran tormenta barrió la mayoría de sus barcos, y los pocos que quedaron fueron atrapados y traídos a nuestros puertos, con lo que pasaron a engrosar nuestra flota. No dudo de que tu estrategia pueda ser correcta, ni de que sea posible establecer una línea de ataque al otro lado de la Cordillera Gris, pero la historia aconseja escuchar siempre a la diosa de la prudencia.
Árnor sonrió con malicia y preguntó:
─ ¿Quieres que siga exponiendo algunos de los casos más recientes de victorias seguras que acabaron en derrota, o en empate para los más afortunados?
Cádlaw contraatacó como si no se hubiera dado por aludido.
─ ¿Qué es lo que le da miedo, Gran Maestre? ¿Que tras la conquista del norte, la existencia de la hermandad de los Cazadores Negros pierda el sentido de su existencia?
─ Te aseguro, hijo, que no hay nada en este mundo que me alegraría más que poder deshacer la hermandad a la que dirijo. Poder licenciar a mis hombres y enviarlos de vuelta con sus familias, a arar sus campos, cuidar de sus hijos, hacer que se dedicaran a la fabricación de enseres de cualquier tipo, y a hacer el amor cada noche con sus mujeres. Sería cumplir con el más grande de mis sueños. Esas son las escenas que me gustaría captar con el único ojo que me queda. Desgraciadamente mi otro ojo, al que has hecho alusión hace unos instantes, es el que antes de convertirse en una sanguinolenta masa que colgaba de su cuenca registró la imagen que describe la realidad de nuestra frontera norte. Lo último que vio fue al Lobohombre que también has mencionado, vomitando la negra sangre que hice brotar de sus entrañas. Después Ódeon, mi fiel amigo aquí presente, amputó con su hacha la pierna que había sido mordida por el apestoso puerco, evitándome la deshonra de convertirme yo mismo en un asqueroso y peludo Ser de la Noche.
Cádlaw lo miraba sin expresión alguna en el rostro, las crudas imágenes descritas por Árnor hicieron que las ansias de enzarzarse en una guerra dialéctica desaparecieran, y permaneció expectante.
─ Eres un hombre decidido y valeroso, Cádlaw, unas cualidades muy apreciables en cualquiera que tuviera que dirigir un proyecto como este ─ continuó el Gran Maestre ─ Tu plan es bueno, aunque siento no poder compartir tu entusiasmo. Cincuenta de mis mejores Cazadores Negros te acompañarán, dirigidos por el propio Ódeon, pero el resto se quedará en la retaguardia. Si tu plan fracasa seremos el muro con el que, al igual que ha ocurrido en los últimos siglos, los Nocturnos chocarán si intentan franquear la frontera.
Árnor se levantó, se despidió de los asistentes a la reunión, y fue acompañado por Ódeon al exterior de la Torre Norte. Atravesaron la abarrotada plaza y ascendieron a lo alto de la muralla externa. Allí, los dos Cazadores permanecieron conversando durante varias horas, mientras observaban la oscura sombra que, a la luz de la luna, la Cordillera Gris creaba en el horizonte.
─ Espero equivocarme, Ódeon. Ojalá dentro de un tiempo tenga que tender la mano a ese impertinente y mostrarle mis más sentidas disculpas, pero no lo termino de ver claro.
─ Comparto tu opinión, viejo amigo, pero es algo que tenemos que hacer. Es una oportunidad única de explorar el norte, y quizá acabemos con muchísimos de Ellos.
─ Lo sé. Intenta volver de una pieza, y tráeme de vuelta a cuantos puedas.
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