Capítulo 5, primera parte
VI.
Maarwarth, apostado tras el mástil de proa de un veloz navío de exploración y captura de hombres fugados, examinaba un pergamino en el que se mostraba un detallado mapa de la región.
─ Alcanzaron el cauce del río poco después del amanecer, mi señor ─ informó uno de sus capitanes.
─ El tipo de embarcación que tripulan ─ respondió el propio Maarwarth mientras seguía con el dedo el recorrido que el río describía hacia el sur ─ les habrá permitido como mucho llegar a los meandros de Feey'd. Ahí la corriente es muy lenta, y el discurrir del río es tan sinuoso que se avanza una distancia mucho mayor yendo a pie. Los Cazadores Negros tratarán de alcanzar los Picos Grises para intentar llegar a sus tierras, y se encuentran tan solo a cinco jornadas de conseguirlo. Hay que evitar que lleguen a las montañas, la búsqueda se complicaría mucho en ese abrupto terreno.
─ Hemos enviado palomas a la guarnición de Feey'd. Cerrarán todo paso que pudieran utilizar para acceder a los valles del sur, y varias partidas de tus humanos los estarán buscando en estos mismos momentos. No podrán llegar muy lejos.
─ ¿Habéis avisado a Alasdair?
─ Por supuesto, señor. En cuanto tu hermano disponga a sus hombres a lo largo de la llanura que precede a la cordillera, el paso hacia ella será totalmente imposible.
Maarwarth volvió a mostrar su malévola sonrisa.
─ Haz que releven a los remeros, estamos perdiendo velocidad punta.
Después el imponente Nocturno, vestido con su armadura de guerra, masculló unas palabras para sí mismo.
─Esta vez terminaré el trabajo, Ódeon...
Los Cazadores Negros y los soldados de Dorent dejaron atrás a la mayoría de los esclavos, que no pudieron seguir su ritmo. Esperarles significaba morir demasiado pronto. Solamente Quinn y una decena de ellos eran capaces de continuar con la frenética marcha.
Los últimos a los que dejaron, sentados sobre una roca desde la que se divisaba un paisaje de una belleza incomparable, formado por profundos y verdes valles rodeados de montañas escarpadas que rasgaban las grises nubes, abrazaron a sus compañeros y los colmaron de besos. Por último, quisieron acercarse a Ódeon y mostrar su agradecimiento por haber podido recibir, de la mano de los hombres a los que capitaneaba, el maravilloso regalo con el que ni siquiera se habían atrevido a soñar hasta unos meses atrás, la oportunidad de ser dueños de sus destinos, de dormir sin temor aún sabiéndose ante las puertas de un camino que conducía irremediablemente a la muerte. Por primera vez en mucho tiempo, unos esclavos podían escoger el modo en que preferían recorrer el último sendero.
Los que continuaron con la huida transitaban a través de un tupido bosque, mientras observaban el titileo de cientos de antorchas a lo largo de los meandros del río, abajo en el valle.
─ ¿Crees que habrán localizado ya las embarcaciones? ─ preguntó Cádlaw en uno de los instantes que los hombres tomaron para descansar.
─ Es lo más probable ─ respondió Ódeon mientras trataba de recobrar el aliento.
Los fugados estaban delgados, y su fuerza distaba mucho de igualar a la que ostentaron al inicio de la terrible desventura, dos primaveras atrás.
─ Si tienen a tantos siervos humanos buscándonos, no quiero ni pensar en la cantidad de Nocturnos que habrá ahí debajo intentado localizar nuestra pista.
El Cazador asintió con la cabeza, y lo miró mostrando una extraña sonrisa.
─ Habrá más en las llanuras que nos separan de la Cordillera Gris. Y acudirán en masa cuando seamos localizados.
Cádlaw se ajustó los pantalones, preparándose para iniciar de nuevo la marcha. Después miró al Cazador, quien incluso tan delgado como estaba tenía un porte orgulloso e intimidante, y rió irónicamente.
─ Parece que eso te alegra.
─ No sabes cuánto. Y cuantos más vengan aquí, mejor.
Durante parte del día descansaron en una oquedad que afortunadamente no se encontraba ocupada por Nocturnos, y salieron hacia media tarde.Tomaron dirección este, alejándose de la ruta que teóricamente les llevaría directamente hacia las montañas, lo que hizo que no fueran localizados por las numerosas partidas de caza que trataban de seguirles el rastro.
Al tercer día, cuando la cincuentena de hombres atravesaba un bosque repleto de enormes cedros, fueron atacados. Diez arqueros salieron de la nada lanzando flechas con certera precisión, y los dardos encontraron su objetivo en al menos siete ocasiones.
En cuanto los hombres dirigidos por Ódeon se ocultaron tras los árboles, más de tres docenas de siervos con la cabeza crestada corrieron hacia ellos armados con sus picas y sus espadas.
El experimentado Cazador indicó a los hombres que formaran tres grupos, y cargó hacia el frente acompañado por sus veintiséis Cazadores. El resto de los soldados, en dos grupos de doce, atacaron por los costados.
Aunque la forma física de los siervos era superior a la de sus oponentes,la experiencia en combate de estos últimos inclinó la balanza a su favor. Los Cazadores Negros estaban entrenados para enfrentarse a enemigos diestros en el uso de las armas, y acabaron de modo sangrientamente eficaz con el enemigo.
El propio Ódeon entró entre ellos como un auténtico huracán, destripando y atravesando con su espada a cuatro de los desdichados que cargaron de modo ciertamente anárquico y desordenado. A su lado, la línea perfectamente estructurada de Cazadores no dio opción alguna de victoria a los atacantes, arrollándolos a su paso mientras los soldados que cargaron por los costados terminaban de desconcertarlos.
Todo parecía haber terminado cuando un soldado cayó con una flecha atravesándole la garganta. Aún había arqueros ocultos tras los árboles, que cubrían su retirada disparando a los fugitivos.
─ ¡Mierda!─ exclamó Cádlaw ─ ¡Los puercos informarán a los chupasangres!
─ Tenemos que intentar ganar el mayor tiempo posible ─ respondió Ódeon con voz queda, antes de reiniciar la apresurada marcha, mientras recogía los cueros llenos de agua que yacían al lado de los cadáveres de sus perseguidores.
Durante el resto del día, recorrieron los bosques que ascendían hacia un largo cresterío rodeado por acantilados, mientras escuchaban las tubas de guerra que los perseguidores, cada vez más cerca de darles caza, hacían sonar de modo incesante desde la parte inferior de las tupidas laderas. Era evidente que los siervos que habían escapado de la lucha en el bosque habían informado a sus compañeros.
Cuando llegaron a la cima de una escarpada cresta rocosa, confirmaron su desesperada situación. En ambos lados se podía ver a varios centenares de humanos ascendiendo hacia su posición, aunque la ventaja de la que disponían los fugitivos era aún grande. Cuando avanzaron hasta poder ver la llanura por la que podrían seguir huyendo, observaron con frustración que se encontraba ocupada por más perseguidores. Los tenían prácticamente rodeados.
Cádlaw avanzó hacia la cabeza de la formación, y se sentó sobre una gran roca para tomar descanso.
─ ¿Cómo seremos recordados, Ódeon? ─ preguntó el Sileno ─. Creo que yo seré aquel que partió a conquistar el norte, y condujo a la muerte a diez mil hombres.
─ Es posible. Pero dime, ¿cuál es el concepto que tienes de ti mismo?¿Estás orgulloso de tu comportamiento?
Cádlaw miró hacia el frente por donde ascendían sus perseguidores, y se encogió de hombros.
─ Llevé a los míos a la victoria en multitud de ocasiones, y mi actuación en las conversaciones de paz que restituyeron la unidad del reino fue decisiva. Fui un fiel esposo y un padre cariñoso. Muchos me odiaron, pero también hice grandes amigos. Supongo que el balance es bastante bueno.
─ Entonces,¿qué diablos importa lo que piense de ti el resto del mundo?
El mancillado General sonrió, y tendió su mano al Cazador para que le ayudara a erguirse.
─ Es el fin ─ dijo Cádlaw, y respiró profundamente para recobrar el aliento.
─ Pues busquemos un lugar donde presentar batalla esta noche.
─ Es demasiado pronto, Ódeon, tan solo habremos dado cuatro días y tres noches a Wíglaf.
─ Son los mejores de entre nosotros. Lo conseguirán.
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