Capitulo 6

La tal Nina tiene buen apetito. Lo primero que hizo cuando terminaron esa extraña conversación fue saquear su cocina. Comió tres sándwich como si fuera la mejor comida gourmet. Sebastian la observo, odiando admitir que la mundana le entretenía sin tener que causarle un daño, todavía.

— ¿Qué? Tengo hambre, ya me dio el bajón de adrenalina. – se explicó encogiéndose de hombros. – lo mejor que puedo hacer en mi posición es esto, y claro algunas ideas sobre el paradero de mi hermano no me vendrían mal.

—No soy ningún brujo, mundana. – le respondió esto con evidente exasperación. – Jure que te ayudaría a encontrarlo, no jure cuanto podríamos tardar.

—No me llames mundana. – replico Nina casi de inmediato. – Esa palabra se oye fea, además no aplica en mí. Puedo verte claramente, para mi desgracia.

—Verme es un regalo del Cielo. – se burló Sebastian a sabiendas que todo eso era una vil mentira. – Deberías estar agradecida.

—Si, como sea. – la rubia rodó los ojos. - ¿Cuándo empezaremos a buscar a mi hermano? Mi cabeza no estará fría por mucho tiempo. Puedo ser una bomba nuclear cuando me lo propongo.

—No me cabe duda. – aseguro Sebastian observándola con los brazos cruzados. – Mañana empezamos, tengo asuntos que entender. No salgas. – le advirtió antes de salir de la cocina.


Nina no se sorprendió cuando Sebastian dejo su apartamento, incluso sintió un alivio abrumador. No han pasado ni veinticuatro horas y la vida de su hermano aun pende de un hilo, tendría que confiar en el juramento del arrogante Cazador de Sombras si quería tener oportunidad de rescatar a Ian. No tenía nada que hacer más que esperar y no es conocida por ser una persona paciente, se movió sin saber muy bien a donde. Tendría que estar familiarizada con el apartamento, inspeccionar las salidas por si lo requería, aunque esperaba que no se diera el caso.

El apartamento, a pesar de ser impersonal y rebosante del estilo gótico, incluso en pintura y estatuillas, era grande. Ya había revisado tres habitaciones vacías, a excepción de las camas cubiertas con sábanas blancas, no había otro mueble en ellas. Al final del pasillo había dos puertas de madera, le pareció extraño que ese elemento tan rustico estuviera ahí.

Desde pequeña Nina fue una niña curiosa, sus padres más de una vez la mantenían a raya por sus comentarios sobre los seres que veía entre los árboles o debajo de su cama restándole importancia; era propio tener esa imaginación cuando se tiene cinco años. Cuando cumplió ocho y empezó a hablar sola, fue el momento en que sus padres realmente pasaron a estado de alerta, se asustaron aún más cuando Nina decía cosas que para su edad no debería tener conocimiento. Es imposible olvidar los días en que la llevaban de especialista a especialista para que a todos les dijera exactamente lo mismo: veía cosas que los demás no, y cuando se dio cuenta que eso no era normal, empezó a mentir. Hace diez años de eso, no lo olvidaría nunca. Más ahora que sus padres la querían enviar a un psiquiátrico. Nunca le creyeron, eso lo sabía cuándo veía el miedo reflejado en sus rostros después de la consulta con cada uno de los doctores a donde la enviaban.

Desde entonces fingía ser ciega ante todo aquello que los otros no veían. Trato de pasar desapercibida en las clases del instituto, entro a varios deportes para gastar su tiempo, entre ellos la esgrima y tiro con arco, durante las sesiones con su psiquiatra le seguía la corriente a todo lo que decía, incluso sobre los medicamentos que tomaba muy de vez en cuando, usualmente cuando sus padres no la veían los tiraba. Ahora con dieciocho años, faltaba a sus citas y tiraba los medicamentos, no estaba loca, aunque quisiera que se lo creyera. Sus clases de krav maga empezaron hace un año cuando la apuñalaron por la espalda y todos se enteraron de su secreto. Necesitaba sacar la furia con algo y el combate cuerpo a cuerpo era mejor que nada.

Sus libros y la música siempre la acompañaban a donde fuera, aprendió a tocar la guitarra para relajarse de todo en lo que su vida se había convertido. Y cantar, nadie sabe lo bien que lo hace, seguirá así. Le gusta leer y olvidarse de su vida por ese mínimo de tiempo, abstraerse en las palabras y los personajes. Nunca le ha gustado ser la damisela en apuros, aunque a veces, admitía muy a regañadientes que le gustaría que alguien la salvara.

Cuando inspecciono la sala de armas sonrió de oreja, ya sabía lo que haría.

Aun no se creía que fue eso que hizo que ayudara a una mundana, cierto el libro. Necesitaba ese maldito libro para abrir cierto portal sellado hace más de trescientos años, y la rubiecita que resultó ser más inteligente de lo que le gustaría admitir; lo acorralo. El secuestro de su hermano pareciera no importarle y luego recordó que el trato fue precisamente por él. En ningún momento le pregunto la utilidad del libro que ella tenía en su poder, ni siquiera le dijo como es que lo tiene, aunque ya se hacía una idea de cómo lo consiguió. Lo peor en si no era que ella lo tuviera, sino que ahora hay otras criaturas detrás de ella, no tan peligrosas como el, en definitiva, pero si letales. Esos demonios que entraron a su casa y se llevaron a su hermano, no son de los suyos. Los reconocerían, alguien más sabe de la existencia del libro, algo bastante peligroso dado la posición de Sebastian. Creen que aún sigue en el infierno y así debe permanecer. Sobre todo para su adorada hermana y el niño ángel. Ellos serán los primeros en pedir clemencia. Ahora lo importante es encontrar a la rubia que dejo en su apartamento, que al parecer huyo, como se había esperado. Quiso romper algo por ser tan estúpido para dejarla sola.

Un gruñido al final del pasillo lo alejo momentáneamente de su ataque de ira. Lo único que le faltaría seria que un asqueroso submundo se atreviera a pisar sus dominios. Se recargo en el marco de la puerta sonriendo por el espectáculo. Su invitada de honor encontró su sala de armas, le estaba dando uso. Uno que no se imaginó que dominara de manera decente. Complemento su sala de armas con un equipo de última generación, a veces tenía esa intensa necesidad de acabar con algo y fue justamente la opción que eligió. Pudo apreciar la forma en que sus movimientos, aunque elegantes les faltaba esa soltura que tanto se requería en batalla. Enarco una ceja sin obviar su sorpresa cuando un holograma la sorprendió estando de espaldas, con un ágil movimiento se lo quitó de encima usando su peso contra él.

—Vaya –, aplaudió Sebastian. – empezaba a preocuparme de que huyeras, mírate estas en mi sala de entrenamiento, a la cual tienes prohibido entrar.

— ¿Desde cuándo? – pregunto ella con el ceño fruncido.

—Desde ahora, sal de aquí antes de que te cortes un dedo. – entro y señalo las armas en una pared.

—Siempre quise aprender a lanzar cuchillos, podrías...

—No, sal de aquí. – la cortó antes de que terminara su petición.

—En los libros siempre que la protagonista dice eso, el protagonista se ofrece educadamente a enseñarle. No quiere que muera durante la batalla por salvar el mundo o la misión suicida en la que están atorados.

—No es un libro, mundana. Regresa a la realidad.

—No me llames mundana, soy una simple mortal, lo sé. Y tú también. Pero tengo nombre, y no es muy difícil de pronunciar. – protesto sin amedrentarse. – Y ni creas que se me ha pasado.

— ¿Qué no se te ha pasado? – le pregunto Sebastian mirándola directamente, se removió un poco incomoda que no pudo evitar esbozar una sonrisa. — ¿Te pongo incomoda? – le preguntó dando un paso más cerca de ella.

—Sí, pero no por la razones que crees. – dijo con suavidad sin desviar la mirada, lo lógico hubiera sido que se alejara de él, pero como hasta ahora, Sebastian supo que las sorpresas no terminarían. — ¿Cuál es tu nombre? – pregunto nuevamente.

— ¿Acaso eres sorda? – se burló con ímpetu.

—Me respondiste que te llaman Sebastian, no que Sebastian fuera tu nombre. – le respondió ignorando la burla.

Por primera vez Jonathan se quedó sin palabras. No se esperó en ningún momento que esas palabras salieran de la boca de la rubia. Adopto el nombre de Sebastian, porque siempre lo recordarían con ese nombre. Ese es el nombre que aun causaba escalofríos entre los subterráneos y los Cazadores de Sombras. Jonathan quedo muerto y enterrado en el infierno, como les gustaría a muchos.

— ¿Ahora eres mudo? – fue el turno de la mundana para burlarse. – De acuerdo, cuando quieras decirme la verdad... da lo mismo, tú sabrás.

Iba caminando hasta la puerta con paso decidido. Resultaría bastante fácil contarle la verdad, pensó Sebastian.

—Mi nombre es Jonathan Christopher. – le dijo dándole la espalda. Sin comprender la razón por la cual le contó su verdadero nombre.

—Bueno, Jonathan. – pronuncio la rubia, Sebastian no se volvió, reprimió un escalofrió cuando su nombre salió de los labios de la mundana. – Caigo de cansancio, sino fuera así me encantaría sonsacarte la historia de porque el cambio de nombre, pero será para otro día.

Jonathan sonrió sin decirle nada mientras oía sus pasos alejándose.

Nina dejo caer la mochila al suelo con sus pertenencias. Casi no se llevó nada de su habitación, más que su IPod, algunas prendas de ropa y ese libro que tantos problemas le ha causado. Por su culpa su hermano fue secuestrado y ahora tenía que unir fuerzas con un mentiroso. Desde un principio supo que Sebastian le mentía, odiaba a las personas mentirosas; irónicas dado que ella era el pecado de la mentira personificado, pero aun así había algo en el que no le quedaba del todo claro. Parecía ser un buen Cazador de sombras, ágil y astuto, eso no lo ponía en duda. Lo que si ponía en tela de juicio eran sus motivos. ¿Para que querría el libro? Nina tenía serias dudas que fuera para obrar el bien, llámenla paranoica pero no le da buena espina. Él tenía razón en preguntarle si la incomodaba, y la verdad es que si lo hace. Es atractivo, por supuesto es imposible de negarlo. Esos ojos negros hacían que fácilmente se perdiera en ellos, eso es lo que más llamaba la atención. Claro, obviando el hecho de que debajo del traje negro posiblemente encontraría un cuerpo perfectamente esculpido. Sacudió la cabeza apartando esas ideas de su mente, no podía pensar en el de esa manera. No se fiaba de él, su instinto le decía que no lo hiciera, sin embargo si quería recuperar a Ian tendría que callar su instinto y evitar echarse a correr.

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Bueno, espero que les guste y dejen sus comentarios :)  

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