Capitulo 2



Salió de la ducha con la mente más clara y muchas lágrimas derramadas. Estuvo a punto de morir a manos de esa cosa, más lágrimas inundaron sus ojos y no lucho por contenerlas. En cuanto atravesó el umbral de su casa su madre la invadió de preguntas y Nina lo único que pudo hacer fue salir corriendo a su habitación. Unos golpecitos a la puerta la sacaron de sus cavilaciones, se limpió las lágrimas con el dorso de la mano y se apresuró a ponerse el pijama.

—Ya voy. – dijo mientras luchaba por ponerse la blusa de tirantes. – pase.

—Nina... ¿estuviste llorando? – su madre se retractó al último minuto de su elaborado discurso.

—No mamá, el agua de la ducha estaba muy caliente. – mintió con facilidad. – debo acabar unos ejercicios de cálculo...

— ¿Qué fue lo que te paso? – le pregunto su madre.

Suspiro, las madres siempre saben cuándo algo va mal. Sin embargo, ¿Qué podría decirle? Hoy estuve a punto de morir y un trio de chicos vestidos de negro con cuchillos brillantes me salvó de una muerte inminente. Claro, si alguno de sus padres les contaba eso, probablemente ahora se tomarían las recomendaciones de sus psiquiatras más en serio y la internarían en un centro de ayuda.

— ¿Has tomado los medicamentos? No me mientas Nina.

Odiaba esa sensación con todas su fuerzas luchaba contra eso. No necesita medicamentos porque no tiene ningún quiebre psicótico o está enloqueciendo, solo ve cosas que los demás no pueden. Odiaba mentir a sus padres, fingir para que no se preocuparan por la hija que se saltaba las citas de las terapias cada quince días y tiraba sus pastillas por el retrete.

—Mama, sabes que los odio. Pero lo hago, no quiero fallarles. – mintió de nuevo, demasiado convincente para su propio gusto. Quiso llorar de nuevo. – Ni quiero fallarme a mí misma. – su madre no oyó este último comentario.

—Te quiero, hija. – suspiro.

—Yo también mama, no sabes cuánto. – el sentimiento de amor hacia sus padres era lo único en lo que no mentía.


Jace no quedo nada contento con la huida de la extraña mundana que huyo de ellos hace unas horas, aunque Clary le insistió que no la buscara esta vez tuvo que negarse, la curiosidad pudo más con él. Y mantener a salvo a Clary fue un incentivo mayor. La habitación de la chica estaba en orden, bueno suficiente orden para una adolescente. Había una guitarra colgada de la pared y las paredes de color violeta resaltaban con frases escritas a mano. Tres estantes con libros reposaban en la pared, Jace pregunto distraídamente si había leído siquiera alguno, a simple vista la rubia parecía más ese tipo de chicas que salen de compras cada que pueden y escapan a medianoche a alguna fiesta. Y a la rubia no le falta dinero, la mansión donde vive es más que un hecho obvio.

— ¡No me alcanzaras! – la risa infantil del pequeño que entro en la habitación que él estaba acechando lo saco de su trance. - ¡Te voy a ganar!

El niño entro a la habitación como si nada, no podía verlo, Jace suspiro aliviado. El alivio se fue cuando la rubia entro a su habitación y lo vio en medio de esta.

—Ian, -- miro al pequeño con una sonrisa temblorosa. – Recordé que tengo una tarea pendiente...

—Dijiste que me enseñarías a tocar la guitarra. – se quejó el pequeño cruzándose de brazos y frunciendo el ceño, a Jace le causo gracia.

—Mañana, ahora vete. O mama se enterara que Missy te gusta. – el niño se sonrojo y salió corriendo de la habitación. - ¿Qué quieres?

—Esperaba algo así como: 'Gracias por salvarme la vida, eso te hace mejor de lo que eres' – fue el turno de JAce de cruzarse de brazos.

—Fui yo quien mato a esa cosa. – se estremeció. – Vete, es mi habitación. El allanamiento de propiedad es un delito penado, creo que incluso eso, en tu mundo no es bien visto. – argumento la chica observándolo de arriaba abajo.

— ¿En qué clase de mundo crees que vivo? – Jace no dudo ni por un instante, que la rubia parada frente a ella y con apariencia inofensiva, fuera la primera vez que veía algo parecido.

—Dímelo tú. – No se dejó amedrentar, quizás fuera una Cazadora de Sombras sin saberlo, como Clary. Suspiro y cerró los ojos como para concentrarse y cuando los volvió a abrir vio una fiera determinación en esas orbes azules. – No sé por qué esa cosa me perseguía, punto.

— ¿Cómo es que puedes vernos? – Jace se fue acercando cada vez más haciendo que Nina retrocediera.

—Te aseguro que eso jamás estuvo en mis planes. – la amargura en su voz era palpable. – Ya vete, no quiero que mi madre suba y me vea hablando a la nada.

—Esto no ha terminado, aun debes explicar muchas cosas.

Y con esas últimas palabras salió por la ventana, perdiéndose entre las sombras.


Se encontraba de nuevo en el Central Park, recostada contra un árbol y con los ojos cerrados, los audífonos en sus oídos eran un claro indicio de no querer ser molestada. Sebastián la escudriño de arriba abajo. El cabello rubio le caía hasta la cintura, la ropa que llevaba se adherían perfectamente a su cuerpo, los vaqueros ajustados dejaban ver unas piernas perfectamente torneadas, quizá hiciera ejercicio. El abrigo negro que descansaba en sus piernas lucia caro y extrañamente no concordaba nada con sus desgastados vans. La imagen de la rubia lo desconcertaba y calmaba de una manera inquietante.

Ayer, el demonio a quien mando hacer un simple encargo no regreso. Por un momento creyó que huyo con su encargo, pero le llego la voz de que unos Cazadores lo habían matado. Apretó los puños a sus costados clavándose las uñas en la piel, ya sabía quiénes eran. Y pagarían por enviarlo al infierno.

—Miren que tenemos aquí. – a pesar de que estaba a una buena distancia para que la mundana no notara su presencia, la runa trazada en su brazo le permitió el tono malicioso de la voz femenina y ver a la morena apuntando a la rubia. – No sabía que se permitían fenómenos en Central Park.

Si tan solo supieras... pensó Sebastian con sorna y una sonrisa de suficiencia en los labios. Aún las palabras maliciosas de aquella morena parecieron no amedrentar a la joven rubia que seguía con los ojos cerrados, ignorándolas.

— ¿Acaso no escuchaste? – le pregunto molesta. 

—Si te oí, pero no eres lo suficiente importante para prestarte atención. – Sebastian se sorprendió por las palabras de la rubia, sinceramente pensó que se echaría a llorar en un rincón. O saldría huyendo como la última vez. Aún así no abrió los ojos. – Vete Mila, no tengo ganas de oír tus burlas, en el instituto te desahogas de la mierda que es tu vida conmigo, regresa a casa para que puedas llorar en silencio por ser tan miserable.

— ¿Qué estás diciendo? Mi vida es perfecta, mejor que la tuya, eso es seguro. Por lo menos no soy una bruja. O tengo un quiebre psicótico.

Esta vez la rubia si abrió los ojos y la furia centellaba en ellos. Sebastian enarcó una ceja, sorprendido nuevamente por la actitud, que en apariencia mostraba ser frágil.

—Deberías tener cuidado con lo que dices si sabes lo que te conviene. – Sebastian noto como a la morena se le aceleraba la respiración por las palabras de la rubia.

—No me amenaces...

— ¿O qué? – la interrumpió la chica poniendo de pie. – Te diré algo, yo podre ser un fenómeno, pero tú... eres una zorra. Cuando quieren algo rápido y sin compromiso van contigo, y lo aceptas porque por lo menos un par de horas sientes que alguien te quiera. – la morena temblaba de rabia y algo más... ¿tristeza? - ¿Acaso no sabías que toda la escuela piensa eso de ti? ¿Tus amigas no te han dicho que los chicos alardean de lo "complaciente" que eres? – siguió aguijoneándola, la otra chica contenía las lágrimas. – Me has dicho que te doy asco, a mí me das lastima. Darme cuenta lo poco que te quieres y que cuando haces sentir mal a los demás es la única manera de sentirte bien. Destruiste mi vida, muchas felicidades; aun así, yo sé que cuando llego a casa mi familia está esperándome para comer y pasar un buen rato, mientras que tú estas sola.

La morena le lanzo un golpe pero la rubia fue más rápida y lo esquivo, y con una maniobra la tumbo boca abajo y se montó sobre ella.

—No te metas conmigo, Mila.

—Le diré a la policía que me atacaste.

—Hazlo, mi padre tiene caros abogados. – se levantó de encima de ella y cogió sus cosas. – Si me disculpas, mi hermano quiere que hoy le enseñe a tocar la guitarra. Hasta mañana. – cogió sus cosas y se fue sonriendo.

Sebastian no pudo evitar seguirla. No mentía cuando dijo que su padre tiene caros abogados. La chica vive en una mansión de dos plantas, reflejando el estilo contemporáneo que miles de dólares pueden gastar. Entrar a la residencia es muy sencillo cuando no puedes ser visto, e incluso, pensó Sebastian sería divertido que ser visible para un reto sencillo. Sus padres no estaban, solo estaba ella y su hermano menor, en una habitación violeta y con una guitarra en la cama.

Sus pensamientos volaron hasta Clarisa, su hermana menor. Aunque nunca la haya visto de esa manera, ni siquiera la conocía en persona, sino fue hasta hace relativamente poco tiempo. Y lo odiaba, eso es seguro. Mandarlo al infierno fue la muestra clara de que lo mucho que lo detestaba.

—Terminamos por hoy. – dijo la rubia colgando la guitarra en su lugar.

—Nina – llamo el hermano que respondía al nombre de Ian. - ¿Te puedo preguntar algo?

—Dispara.

— ¿Es cierto... que... ves cosas? – la expresión de la rubia no dijo nada, aunque supo que la pregunta de su hermano la molesto. – Mis papas no quieren que hable de esto, pero... te vi tirando unas pastillas al baño...

—Te voy un contar un secreto, Ian. – lo interrumpió. – No se lo puedes decir a nadie, ¿de acuerdo? – el niño asintió solemne. Respiro profundo y continuo. – No necesito esas pastillas que me viste tirando, porque nada de lo que los doctores dicen a nuestros padres es cierto. – lo dijo todo lentamente, observando la reacción de su hermano.

— ¿Si... los ves?

—Sí. Los veo. – le dijo su hermana con pesar. – No quiero, pero no puedo hacer nada.

— ¿Cómo Tinkerbell? – pregunto su hermano menor. Sebastian soltó un bufido, que conclusión más estúpida.

—Algo así. – su hermana torció el gesto. – No le digas a nadie, Ian. Recuerda que mi deber como hermana mayor es molestarte de por vida. – le recordó abrazándolo con suavidad.

—Te lo prometo, pero tú no le digas a mama que me gusta Missy.

—Lo prometo. – Nina rió, una sonrisa real. Libre de sarcasmo.

¿Un abrazo? ¿Qué se sentiría un abrazo de su hermana sin que esta quisiera clavarle un puñal en la espalda? Había sentido sus labios en una ocasión, pero no hubo ternura en ese gesto. Se alejó de la ventana con paso firme y sin mirar atrás.


La clase de Krav maga nunca había sido tan intensa, round tras round fue derribando a sus oponentes. Nina empezó con este deporte hace un año, cuando se dio cuenta que las burlas podrían traspasar las barreras físicas, ojala se hubiera acordado de sus clases hace unos días cuando esa cosa la ataco.

—Vienes con todo Sawyer. – alabo el entrenador.

—No he tenido días buenos. – le dio un sorbo a su botella con agua.

— ¿Te han estado molestando? – Nina odiaba que las personas se metieran en sus asuntos, pero era imposible enojarse con su entrenador. Nunca la miró raro cuando se enteró de los rumores o la trataba de manera diferente, desde el principio supo los motivos de unirse a alguna actividad era esto o bailar, fueron las palabras exactas de la rubia.

—Sí, algo así. – se encogió de hombros restándole importancia. – Nada nuevo, pareciera que ya no se le ocurren nuevas burlas, empiezan a aburrirme.

El entrenador la observo con una ceja enarcada y las comisuras de los labios elevadas levemente, sabían que la actitud de Nina Sawyer, esa forma de ver el lado bueno de las cosas y soltar comentarios mordaces es su forma habitual de defenderse, integrarse y no dejarse ver vulnerable.

—No puedo dejar que me afecten tanto. – su entrenador, el señor Wind era de las pocas personas que sentía, no la juzgaban y que realmente podía ver como es realmente. – Solo son palabras.

—A veces, las palabras pueden dañar más que un golpe, debes saberlo Sawyer.

—Sí, ya lo sé.


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