Tercera Parte: Los monarquistas

Era una mañana realmente lluviosa en Dublín. El día resultaba ser triste y gris. Él se detuvo frente a la Sede de la Sociedad sin nada más que su chaqueta y sus lentes oscuros. Entró sabiendo que no pertenecía a ese mundo a pesar de que su mano dijera todo lo contrario. Caminó por los pasillos sintiéndose un extraño. Algunos jóvenes lo miraban con desconfianza y él no los culpó por eso. Sintió lástima por ellos, por vivir tan pacíficamente en aquella ciudad sin ser conscientes de los monarquista que aterrorizaban New York.

Fue el llanto de un niño el que lo trajo de nuevo a la realidad y cuando miró delante suyo vio a un hombre sentado y sosteniendo un bebé en sus brazos. Una mujer estaba sentada a su lado y se puso en pie apenas lo vio. Él la observó durante unos segundos sin palabras. Su cabello se había soltado de su moño, su rostro estaba totalmente demacrado por el estrés y la desesperación, los oscuros arcos bajo sus ojos demostraban que había pasado días sin dormir. Su estado era tan deplorable como el de su esposo y ella lo abrazó fuertemente mientras intentaba controlar sus lágrimas.

—Gracias por venir. Sé que no debí llamarte, que esto es peligroso pero ya no sabía qué hacer o a quién recurrir. Estoy realmente desesperada —dijo—. Ella se desestabilizó por cuarta vez esta semana y no quiero perderla.

—Saoirse, ya cálmate —susurró él y con cuidado le acarició el cabello—. Ya estoy aquí.

—No quiero perderla, de verdad que no quiero pero los médicos dijeron que no estaban seguros de si sobreviviría esta semana —dijo ella—. Eres el único que se me ocurre capaz de salvarla. Por favor haz algo, no quiero perder a mi hija. ¡Estoy realmente desesperada! Daría mi vida con tal de que ella viviese.

Todos los que pasaban miraban atónitos y confundidos la extraña escena del joven intentado consolar a la mujer pero ella no dejaba de llorar ante su temor. Él la abrazó fuertemente y la besó en la frente antes de decirle que haría cualquier cosa con tal de ayudarla.

El hombre sosteniendo el niño entre brazos se puso en pie y se acercó hasta ellos. El joven soltó a la mujer y ambos se miraron durante unos segundos. El hombre le mostró una amigable sonrisa que él le devolvió al instante y luego se fijó en el niño.

—Lamento no tener tiempo para los saludos correspondientes pero ya conoces mi trabajo, no hay tiempo que perder —dijo él.

El hombre asintió al comprenderlo y el joven partió cuanto antes. Ella nuevamente se sentó y llevó ambas manos a su rostro para que nadie la viera mientras lloraba con desesperación. Él se sentó a su lado y pasó un brazo por su espalda. Saoirse se apoyó contra su hombro y lloró.

—No tienes que llorar, seguramente logrará salvarla —dijo él.

—¿Y si no lo logra? —preguntó ella con desesperación—. ¿Y si tengo que asistir al entierro de nuestra hija? ¡Ella ni siquiera tiene un mes de vida! No la quiero perder.

—Yo tampoco pero no hay nada en este momento que nosotros podamos hacer —dijo él y suspiró—. Escribe sobre ella así no tendrás modo de perderla. Nadie podrá arrebatártela.

—¿Por qué a nosotros? —preguntó Saoirse—. Otros padres estarían encantados de tener un hijo sobresaliente y no le darían importancia a la muerte de un segundo a cambio de la gloria para el primero. ¡Pero yo los amo a ambos! No podré vivir si la pierdo.

El niño en los brazos del hombre nuevamente comenzó a llorar y él lo calmó meciéndolo suavemente y acariciando su cabello con cuidado. Le sonrió al bebé para calmarlo pero el niño sabía que algo andaba mal. Su madre lloraba con desesperación y su padre, por más que tratara de mostrarse controlado, también estaba desesperado.

—No escuches lo que tu mamá dice, tu hermana estará bien —susurró el hombre.

—Siempre que le sucede algo él llora y llora —dijo ella mirando al vacío, las lágrimas se habían detenido—. Por eso sé cuando ella se desestabiliza, él me avisa. Me gustaría poder estar allí con ella, sostener su pequeña mano.

—Él también quiere —dijo el hombre mirando al niño—. No le gusta estar separado de su hermana.

—Daría cualquier cosa con tal de que ella estuviera bien. No me importaría dar mi vida por la suya —murmuró ella y se apoyó contra el hombro de su esposo.

Poco a poco se fue quedando dormida mientras esperaba. Porque no había más que eso para hacer, esperar. Ella no podía hacer nada y él tampoco, solo podían ser pacientes y esperar lo mejor porque lo contrario les partiría el corazón. Él se quedó despierto calmando siempre al niño que no le gustaba estar lejos de su hermana y observando a su esposa dormir por primera vez en días.

Cuando el joven volvió a aparecer en el pasillo ella se despertó como si lo hubiera sentido y se puso en pie de un salto esperando lo peor. Él estaba despeinado y parecía realmente exhausto pero sonreía y su rostro no presagiaba ningún mal. Las lágrimas de temor pasaron a ser de felicidad cuando ella supo lo que aquello significaba pero aún así continuaba en shock.

—Tu hija vivirá —dijo él—. Tendrás que cuidar mucho su salud pero estará bien. Me quedaré unos días más para controlarla.

—¿Cómo te lo agradezco? —preguntó ella aún sin poder creerlo—. Tendría que darte mi vida porque es aquello lo que acabas de salvar.

—Me conformo con un lugar donde pasar la noche —dijo el joven—. No tenía planeado esto de quedarme y lo cierto es que no tengo dinero encima.

—¡Quédate con la casa si quieres! —exclamó ella y lo abrazó fuertemente—. No sé cómo agradecerte, juro que no lo sé. Si conociera la solución para tu problema juro que te la daría.

—No tiene que importarte eso ahora —dijo él y suspiró—. Sabes que es peligroso que esté aquí. Apenas esté seguro de que ella estará bien no volveré, no puedo volver. Y tú no puedes volver a verme, sabes que no puedes.

Ella asintió muy a su pesar y lo abrazó muy fuertemente. Quiso recordar para siempre cómo se sentía abrazarlo, cómo era estar en su compañía. No quiso olvidarse nunca más de su aspecto, de su aroma, de su modo de ser.

Lo soltó apenas escuchó que era llamada y corrió en dirección a la enfermera. El joven suspiró antes de volverse frente al hombre que ahora estaba de pie. Sonrió al ver al niño en sus brazos y acercó una mano hasta tocarle con delicadeza el cabello.

—Es hermoso —dijo—. Tiene los mismos ojos que su madre y no dudo en que será igual de sobre protector que el padre.

—Eso espero porque tendrá que cuidar muy bien de su hermana —dijo el hombre y le sonrió—. Es bueno verte de nuevo.

—Lo mismo digo Brian —respondió el joven—. La última vez que te vi eras un joven al que le quedaban grandes los zapatos que había hecho un leprechaun. Ahora eres un hombre, un padre. Eres afortunado. Cuida mucho de la mujer que tienes a tu lado y de tus dos hijos.

—Sabes que siempre serás bienvenido en esta familia —dijo él y el joven sonrió tristemente.

—Pero no lo aceptaré. No los pondré en riesgo, no a ustedes —dijo—. ¿Crees que no me gustaría mudarme aquí junto a ustedes y ver a sus hijos crecer? Lo deseo, me encantaría. Pero no lo haré. Ustedes merecen una vida tranquila y alejada de todo lo que yo represento.

Pero a pesar de lo dicho el joven se quedó unos días más con la pareja. Convivió con ellos y miró con adoración desde el exterior la vida que la familia llevaba. Y por más que lo hicieran sentir que pertenecía él sonreía tristemente y se repetía una y otra vez que no tenía un lugar allí. Solamente se quedó por la niña, para asegurar que ella no volviera a desestabilizarse y su vida no volviera a correr peligro. Pronto descubrió que ella se hería y se cortaba muy fácilmente y cada vez que sucedió aquello se ocupó de ella.

Él se despertó sobresaltado, se había quedado dormido sobre la mecedora y ahora la niña estaba en el suelo. Ella gimió al pasar una página de un libro y cortarse su diminuta mano. Él se puso en pie y la levantó. Con dulzura la arrulló y tomó su pequeña mano herida.

—Tienes que explicarme cómo haces para cortarte de ese modo con papel porque no lo entiendo —dijo y sonrió al ver cómo lo miraba.

Él borró la herida en la mano de ella y luego lamió su pulgar manchado con sangre. La niña ladeó un poco la cabeza al verlo y él le sonrió nuevamente antes de llevarse un dedo a los labios.

—Será nuestro pequeño secreto, no puedes decirle a nadie —dijo y ella estiró sus diminutas manos hasta tocar la marca que él tenía en su mano izquierda—. ¿Esto? Tú también tienes una —Dijo él y con delicadeza tomó su mano para mostrarle la pequeña cruz—. Significa que eres de los buenos. Y eres muy fuerte. En todo este tiempo que te has cortado nunca has llorado. Al único que escucho llorar es a tu hermano pero tú nunca lo has hecho hasta el momento. Creo que él será uno de esos niños bonitos y educados que se preocupan por combinar correctamente la ropa.

La niña rió al escucharlo y él sonrió más mientras la miraba.

—Veo que estás de acuerdo conmigo. De hecho, conozco la historia de un niño bonito, Alexis Romanov —dijo él—. Probablemente tu hermano también crezca creyéndose de la realeza, sé que tus padres lo tratarán como tal. A ti también, te tratarán como una hermosa princesa. Y lo cierto es que es verdad, eres muy hermosa. Cuídate de los chicos en el futuro, algunos realmente no te merecerán.

—Si es que el celoso del padre deja que se le acerquen.

Él se sobresaltó y se dio vuelta para mirar a la pareja en el umbral de la puerta. Se sintió avergonzado durante unos segundos porque lo habían descubierto. Saoirse le sonreía con aquella sonrisa suya de finos labios rojos.

—¿Qué sucede? ¿No te gusta que te encuentren teniendo conversaciones con una niña? —preguntó—. Tendrás que esperar si quieres que te responda.

—Cariño... —murmuró Brian con un recordatorio oculto y el joven supo a qué se refería.

—Tienes razón, lo lamento —dijo Saoirse—. Será mejor que me vaya a dormir, la reunión de la Sociedad esta noche me dejó agotada.

Ella se retiró luego de despedirse como correspondía. El joven suspiró y volvió a mirar a la niña entre sus brazos sabiendo que pronto la tendría que abandonar. Extrañaría hablarle, que ella sonriera y riera al escuchar su voz, que sus diminutas manos tomaran las suyas. La extrañaría a ella, no podía evitar admitir que se había encariñado demasiado con la niña en los últimos días.

Brian entró en la habitación y se detuvo cerca de él.

—Ella realmente te quiere —Dijo él—. Eres el primero al que le sonrió, que la escuchó reír. Se comporta de un modo especial cuando estás tú.

—Eso supongo —dijo el joven y sonrió cuando ella tomó su cabello y tiró de él—. Eres un poco hiperactiva durante las noches. ¿Te lo han dicho? Tu hermano duerme hace horas y tú andas despierta jugando con mi cabello. ¿Qué sucede? ¿Quieres una historia para dormir?

—Temo que ahora no duerme a menos que le cuenten una historia —dijo Brian—. La has malcriado.

—Solo un poco —dijo él mirando a la niña—. ¿Qué quieres? ¿Aventura? ¿Misterio? ¿Un cuento de hadas? Conozco muchas historias de princesas casi tan hermosas como tú pero aún no conozco la historia de un príncipe azul que te merezca. Tendrás que esperar para eso, quizás tu madre logre imaginar uno para ti. Claro, tendrá que tener la aprobación de tu padre. ¿Verdad Brian?

—Sí —respondió y entonces lo miró tristemente a los ojos, el joven se detuvo.

—¿Qué sucede? —preguntó preocupado.

—Lo lamento pero cuando te vayas no podrás volver a verla nunca más —dijo Brian y él lo miró con dolor y tristeza—. No voy a permitir que lo hagas. Te has encariñado demasiado con ella, más de lo que hubiera deseado. A Saoirse no le importa pero a mí sí. No voy a permitir que mi hija esté con alguien como tú. No eres seguro para ella. No tienes control sobre ti mismo.

—¿Y si lo consigo? —preguntó el joven—. ¿Y si supero mi condición? Puedo hacerlo. Puedo decir que no. Puedo abandonar esta vida.

—No eres bueno para ella —repitió Brian con pesar.

El joven dejó de mirarlo y se fijó en la pequeña niña entre sus brazos. La abrazó con cuidado y delicadeza contra él. La sostuvo durante un largo rato sintiendo los latidos de su pequeño corazón y luchando contra todos los pensamientos que se abarrotaban en su mente.

—Puedo hacerlo. Puedo superarlo por ti —susurró—. Te lo prometo. Puedo dejar este mal hábito, puedo limpiar mi sangre. No soy un príncipe azul en este momento pero puedo mejorar. Te lo demostraré. Puedo hacerlo.

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