Suspiró antes de mirarse en el espejo una última vez. Casi no se reconocía. La joven que le devolvía la mirada era alguien completamente diferente cuyos pensamientos no dejaban de torturarla. ¿Qué haría? Había muchas cosas que no podía decir y debía callar. Suspiró, estaba metida en un serio problema y nadie jamás podría saber lo que ocultaba.

Sostuvo con cuidado el corazón que colgaba de su cuello y se miró en el espejo. Sabía lo que tenía por delante. Un juicio completamente privado, para su suerte. No habría público, ningún curioso paseando por allí sin motivo alguno solo para disfrutar del espectáculo. Al menos le reconfortaba saber que Riley estaría allí, y también su líder. Aún le resultaba extraño que el maestre que la custodiaría sería su hermano, quien también la defendería e intentaría probar su completa inocencia del asesinato de su familia.

Levantó la vista al ver reflejada en el espejo la luz del pasillo y a Liam asomarse por la puerta. Aún en la oscuridad de la habitación lo miró a los ojos y suspiró al saber que el momento había llegado. Ahora solo le quedaba presentarse frente al juez y esperar lo mejor.

Se dio vuelta y se detuvo al reunirse con su hermano. Levantó la vista y lo miró con determinación a los ojos a pesar de ser consciente de que la decisión que había tomado no era la correcta.

—No podremos decir nada sobre Damon, no si no quieres levantar más sospechas sobre nosotros —dijo ella.

—Él intentó matarte —dijo Liam

—Pero también me salvó en una ocasión —dijo ella— Lo quieras o no, no podemos decir nada al respecto.

—¿Entonces con qué nos deja eso? —preguntó su hermano y ella suspiró.

—Supongo que con una buena historia para contar frente a una fogata.

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