Capítulo 6

—¡Tengo hambre! —Exclamó ella—. ¡Ustedes me quieren matar de hambre! ¡Son las nueve de la noche! ¿Dónde está mi comida? Moriré si alguien no me da rápido algo de comer.

Lizz se aferró con ambas manos a los barrotes de la puerta y se agitó dentro de su celda. Liam probablemente hubiera armado más escándalo con aquella acción, ella no. Él era mucho más fuerte y hubiera sido capaz de hacer temblar los barrotes. Pero en aquel momento, Lizz no parecía más que una chica malcriada mientras se comportaba de aquel modo y no dejaba de reclamar comida.

Por más que la estrategia de Damon para demostrar su inocencia había sido perfecta aquello no había bastado para que los miembros de la Sede se olvidaran tan fácilmente de ella y los problemas que había causado. La prisión había sido el castigo acordado hasta que el caso se cerrara finalmente. Ella no había pasado desde que estaba allí ni una sola noche sin escapar y no parecía que aquella vez sería una excepción ya que mientras Lizz siguiera considerándose inocente no aceptaría ningún castigo que le impusiesen.

El viejo hombre que la vigilaba se puso en pie y se detuvo frente a la pequeña puerta de reja que era el único acceso a la diminuta celda en la que Lizz estaba encerrada.

—¡Quiero comida! —Dijo ella.

—Tendrás que esperar —Dijo él.

—Seguiré gritando hasta que me traigan algo de comer —Dijo ella—. ¡Si no como moriré! Ustedes no tratan mucho con cazadores. ¿No es así? ¿Tienes idea de cada cuanto tiempo tengo que comer para mantenerme en este estado? No quiero saber lo que dirá tu superior si digo que no han respetado mis horarios de comida. ¡Necesito comer algo ya!

La simple mención de su superior bastó para que el hombre temiera por su puesto y se rindiera frente a ella.

—Espera aquí —Dijo él.

El viejo hombre se dio vuelta y caminó hasta donde era la única salida de aquella improvisada comisaría. Lizz sonrió ante su triunfo. Ella sabía que él no encontraría a nadie a quien pedirle que le trajera comida. Ella sabía que él miraría su reloj entonces y entraría en razón. Sabía que él tendría que abandonar su puesto para ir por su propia cuenta a buscarle comida y sabía exactamente cuánto tardaría. Y casi para completar la línea de sus pensamientos, el sonido de la puerta al cerrarse tras el hombre retumbó en toda la habitación.

Instantáneamente abandonó aquella imagen de quejosa chica y puso sus manos a la obra. ¿Cuándo dejarían de subestimarla? Irónicamente la molestaba que no la considerasen una amenaza y no se esforzaran más por controlarla. Sacó de su bota un extraño objeto de metal del largo de su mano. Era como si alguien le hubiera dado una forma extraña y retorcida a una barra de metal pero era lo suficientemente delgada como para introducirse sin problema alguno en la cerradura. Lizz respiró profundamente y comenzó a mover el objeto con precisión dentro de la cerradura.

—Vamos, es como cualquier otra cerradura —Dijo ella y entonces hizo una mueca—. O como la cerradura de la prisión milenaria.

El clic de la cerradura al ceder fue armonioso para sus oídos y ella rápidamente se ocupó de guardar aquel objeto dentro de su bota. Salió tan sigilosa como un gato y se acercó hasta el escritorio del guardia. Tomó su aljaba que nuevamente le habían quitado aquella vez antes de volver a encerrarla luego de haber escapado. Sonrió al sentir aquel peso tan familiar sobre ella y salir por la puerta como si realmente no estuviera escapando.

Tal cómo sabía, los pasillos estaban totalmente desiertos. Su líder siempre le había dicho: Aprovéchate de las habitudes, sobre todo cuando de comer se trata. Y cuando ella había preguntado con su mejor fingida indiferencia a qué hora se servía normalmente la cena no había sido por nada. Al parecer las personas que aún permanecían en la Sede a aquellas horas no se perdían la cena por nada del mundo. Su jefe tenía razón, nadie que hubiera pasado su día encerrado en una oficina era capaz de perderse la cena.

Salir al exterior fue sencillo ya que Lizz ya lo tenía todo preparado. La salida en forma de T estaba formada por el hall principal y luego un pasillo lleno de ascensores. Ella tomó una de las borlas que adornaban el pasillo en aquella época navideña y la lanzó por el hall principal. Aprovechó el momento en que el guardia de la entrada estaba distraído al ver a la borla rodar fuera entre sus pies para cruzar el hall y ocultarse en el otro pasillo. Al guardia no le fue difícil tomar la borla y saber de qué dirección había venido. Cuando el guardia entró y fue hacia el otro pasillo para saber qué había sucedido Lizz aprovechó y corrió tan rápido como pudo y sin hacer ruido alguno con su paso ligero hasta la salida.

Una vez fuera ella simplemente sonrió y se perdió entre las personas de Manhattan.

Le resultaba divertido ver a los buses detenerse teniendo arriba de cada vetana una palabra que indicaba una profesión cotidiana, o que en broma decía "Vampiro", "Fantasma", "Hombre Lobo" u otra cosa que se le hubiera imaginado a la gente común. Se preguntó cuántos de los que estaban sentados bajo aquellos carteles eran realmente humanos y cuántas criaturas se sentaban intencionalmente para reírse de la ironía.

Ella se subió al bus correspondiente y marcó su tarjeta. Tomó asiento junto a la ventana como le gustaba y observó desde allí la ciudad totalmente iluminada. En los pocos días había aprendido a amar New York, ahora entendía a la perfección qué le había visto su madre a aquella ciudad. Era hermosa a pesar de que representara un mundo totalmente contrario al que Lizz estaba acostumbrada. Las intensas luces, el fuerte ruido, la increíble multitud, todo ya le era familiar ahora.

Nadie prestó especial atención en ella o en la aljaba colgada en su espalda. Las pocas criaturas que había arriba del bus la miraron con recelo pero no hicieron nada. Y a ella tampoco le importó que la miraran. Estaba segura de que las criaturas no se atreverían a atacarla en aquel lugar y si ese no era el caso ella era perfectamente capaz de huir sin inconveniente alguno.

El bus la dejó en el lugar indicado y ella se detuvo frente al Empire State. Miró totalmente sin palabras la gigantesca construcción. El edificio resultaba ser imponente y arrasaba con cualquier cosa a su alrededor. Ella nunca se hubiera imaginado algo tan bello, o tan alto. Las luces lo iluminaban de modo que lo hacían parecer aún más alto y Lizz se quedó durante unos segundos más observando.

Sacó del bolsillo de su chaqueta, la misma que hacía días que tenía, las indicaciones que Niall le había dejado a escondidas aquella misma mañana. Ella aún continuaba sin encontrarles lógica o sentido a aquellas indicaciones y continuaba sin comprenderlas. Soltó un suspiro esperando que su confianza en el pequeño hombrecillo no le trajera problemas y entró.

La enorme entrada la maravilló totalmente. Las paredes y los pisos brillaban completamente y el techo parecía estar demasiado alto como para que alguna vez fuera posible tocarlo. Dos pinos de navidad que llegaban casi hasta el techo junto con una placa gigante con una imagen del edificio adornaban el final del corredor. Ella miró las vidrieras a su alrededor mostrándole el edificio construido con diferentes materiales. Los niños tenían sus rostros pegados contra la vidriera que mostraba un Empire State de caramelo.

Entonces se detuvo y miró la primera indicación de Niall:

Encontrar a Pedro

Nada de aquello parecía posible. ¿Cómo saber realmente quién era Pedro? Pero, como ella había aprendido con los años, a veces la solución más sencilla era la indicada. Si la indicación era simple entonces la solución también.

Siguió entre cordones de terciopelo rojos a un grupo de turistas que subían al Empire State. Un hombre con un hermoso uniforme de botones estaba al final indicando en diferentes idiomas y con las manos que por favor subieran las escaleras y siguieran las indicaciones en el piso superior. Al final de las escaleras mecánicas había un hombre portando el mismo uniforme que indicaba que fueran por la derecha.

Ella se detuvo frente al hombre de oscura piel y entonces vio su nombre. Él parecía ser originario de México y nada excepto su rostro estaba al descubierto. Pero Lizz no pudo hacer deducción alguna, ella desconocía totalmente qué clase de criaturas podría existir en América del norte.

—Pedro —Dijo ella y el hombre la miró.

—¿Qué se le ofrece señorita? —Preguntó él.

Ella suspiró y sacó una de sus flechas rotas. Pedro miró para ambos lados para asegurarse que nadie estuviera viendo antes de decir, muy por lo bajo:

—Sígame.

Ella obedeció al instante. Miró impresionada como todas las personas tenían que hacer una fila y pasar por un escáner y detector de metales. Ella no tuvo que hacer aquello, siguió a Pedro quien saludaba amablemente a sus compañeros y estos no decían nada al verla. Vio la fila para comprar la entrada al Empire State pero tampoco le fue necesario. Pedro la llevó por varios corredores hasta que se detuvo frente a un ascensor y lo llamó. Este llegó en cuestión de segundos y las puertas dobles se abrieron.

—Si alguien pregunta usted no me ha visto —Dijo Pedro.

Ella no supo qué responder pero el tiempo tampoco se lo permitió. Las puertas del ascensor se cerraron al instante dejándola sola. Nuevamente tomó las indicaciones de Niall. Había encontrado a Pedro, estaba subiendo en el ascensor, pero Lizz aún no comprendía aquella parte de "Piso 81.5".

Los oídos se le taparon ante la gran velocidad a la que subía el ascensor y ella los cubrió con ambas manos. Había odiado aquella experiencia en el avión y ahora volvía a odiarla. Miró asombrada como el ascensor marcaba cada diez pisos que subía y lo que le debería de haber tomado minutos le tomó segundos.

El elevador la dejó en el piso 80 y ella se vio obligada a bajar. Había otro ascensor con sus puertas abiertas del otro lado del pasillo y supo que debía tomarlo también ya que no había nada más. Se arriesgó y entró al segundo ascensor, ante cualquier caso ella confiaba en que podría defenderse. Pero más que nada, confiaba en Niall y sabía que el leprechaun no podía estarla llevando hacia una trampa mortal. Las puertas se cerraron y una voz en seis idiomas diferentes le dijo que no tocara ningún botón.

El ascensor aquella vez fue más lento. Tuvieron que pasar varios segundos para que el indicador mostrara el número 81 y asombrosamente y contra cualquier lógica el ascensor se detuvo en algo que el indicador marcaba como 81.5.

Las puerta se abrieron y Lizz salió. Un largo pasillo con repisas industriales que llegaban hasta el techo repletas de todo tipo de objetos la recibió. Al fondo una pequeña mesa de madera con una titileante luz colgando sobre ella la esperaba. Lizz caminó en la oscuridad hasta la única fuente de luz y entonces se detuvo al ver a la conocida criatura allí sentada.

Parecía un niño y un hombre a la vez. Su piel era perfecta y de un rosa bebé, sus orejas terminaban en punta. Su cabello era rojizo. Parecía extremadamente pequeño y delicado, como Lizz. Él levantó la vista y la miró con su inocente rostro durante unos segundos. Luego tocó una pequeña campana que había a su lado.

Había dos puertas detrás de la mesa, una de ella se abrió y un hombre salió. Lizz jamás hubiera podido describir a aquel hombre a otra persona. Tenía unos lentes y un cabello tan oscuros como el alquitrán. Era robusto y vestía traje. Parecía el tipo de hombre que estaba a cargo de cualquier tipo de acto ilegal. Resopló, había tratado con peores.

—Espero que no vengas aquí a causar problemas manomarcada —Dijo él.

—Al contrario —Dijo Lizz y dejó su aljaba sobre la mesa.

El joven rápidamente se ocupó de vaciar su contenido y dejar sobre la mesa tanto las flechas rotas como el arco sin cuerda. Él miró extrañado el arco doblado sobre si mismo y casi se sobresaltó cuando tocó el arco y este se desdobló tomando su forma original. El hombre se acercó aún más y tomó una de las flechas rotas entre sus manos. La hizo girar mientras la observaba con interés.

—Plumas azules, nunca había visto algo similar —Dijo él.

—Me gusta que sepan que fui yo —Dijo ella y lo miró—. No tengo miedo de que lo sepan.

—Joven irlandesa, o tu ego es demasiado grande —Dijo el hombre y le sonrió—. o por esta actitud te ganaste tu fama. Valiente es el que no teme hacerse cargo de sus actos. Nunca antes había pensado en flechas con plumas azules, son hermosas. Azul eléctrico, el azul de la tormenta.

—Lástima que alguien esté aprovechando aquella cualidad única de mis flechas para inculparme —Dijo Lizz y suspiró con pesadumbre—. Necesito que arregles mis armas.

—Estas flechas, querida, son para vida salvaje —Dijo el hombre agitándola delante de ella—. Esto es una ciudad.

—Entonces hazme unas flechas nuevas y arregla mi arco —Dijo Lizz—. Pagaré bien por tus servicios.

—Lamento decirte que no hay modo que puedas pagarme con algo que tú tengas —Dijo él.

—¿Realmente? —Preguntó Lizz.

Ella lanzó sobre la mesa un pequeño saco de tela. El hombre cortó el saco con la afilada punta de la flecha rota y entonces un montón de monedas negras se desparramaron sobre la mesa. Aún a través de sus lentes oscuros Lizz pudo ver como los ojos del hombre se abrían totalmente al igual que su boca. El chico en la mesa también se quedó totalmente impresionado mientras la sonrisa de ella solo se ensanchaba.

—Oro negro —Dijo el hombre y la miró—. Pero aquello es imposible.

—Nada es imposible para una Black Knight —Dijo ella—. ¿Entonces? ¿Estás dispuesto a prestarme tus servicios o no?

—Thomas, comienza ya mismo con el trabajo. La señorita necesita un nuevo juego de flechas y repara ese arco —Ordenó el hombre—. ¿Señorita, sería tan amable de acompañarme? Hay algo que quiero intentar con usted.

Ella asintió y siguió al hombre a través de la otra puerta disponible. Se encontró en una extensa habitación totalmente equipada como una sala de entrenamiento. No le fue difícil deducir que allí se debían de probar las armas para conseguir su mayor efectividad. Una pared estaba totalmente llena de armas mientras que su contraria estaba repleta de todo tipo de placas de diferentes materiales y tiro al blanco.

El hombre se acercó hasta la pared llena de armas y se detuvo un momento a analizar los diferentes arcos.

—¿Qué tipo de arco usa usted? —Preguntó él.

—Mi arco está hecho a mi medida, no hay otro igual en el mundo —Dijo ella.

—Probemos con este —Dijo el hombre.

Él tomó de la pared un arco delgado y negro. Se lo entregó a Lizz y ella lo examinó durante un momento. El balance estaba bien hecho pero no era perfecto, la precisión a distancia parecía ideal pero ella dudaba que fuera lo mismo para objetivos cercanos. La cuerda estaba perfectamente tensada causando fuerza y velocidad pero Lizz sabía que no resistiría mucho. El arco de ella era una obra maestra, era único e inigualable. Aquel, por otro lado, era un arco más con sus pros y contras. Sin embargo, el estilo renacentista que guardaba le gustó a ella.

—Podré arreglármelas con este —Dijo.

—Estas son las flechas que hacen juego —Dijo el hombre entregándole una aljaba.

Lizz observó las flechas y reprimió una mueca. Le resultaban demasiado gruesas y dudaba de la precisión o fuerza que pudieran causar. Parecía un arma para hacer daño en bruto y posiblemente nada más, nada comparado con su hermoso arco y sus únicas flechas.

—¿Qué quieres que haga con esto? —Preguntó ella.

—Deseo evaluarla —Dijo el hombre y señaló uno de los tiro al blanco—. Quiero que dispare desde esta distancia tres flechas.

Ella se paró frente al tiro al blanco y lo observó. La distancia no debía ser mayor a quince metros. Levantó el arco, colocó con precisión la flecha en su lugar y apuntó. Centró su atención únicamente en su objetivo y, con gracia y habilidad, disparó. La flecha voló de un modo hermoso hasta incrustarse en el centro y Lizz sonrió, había olvidado qué bien se sentía hacer aquello.

—Impresionante —Dijo el hombre sin terminar de creerlo—. Realmente impresionante. Nunca antes alguien había logrado aquello al primer intento —Señaló el tiro al blanco de al lado—. Tire otra vez, por favor.

Ella obedeció al instante y al igual que la primera vez la flecha se incrustó con gracia y elegancia en el centro exacto. El hombre simplemente quedó más impresionado.

—Es increíble —Dijo él—. Las flechas que le he dado son...

—Pésimas —Dijo Lizz—. Y la cuerda del arco es demasiado frágil. Cualquier principiante no sería capaz ni de disparar correctamente. Dime que tienes algo mejor que esto.

—Tengo... una reliquia —Dijo el hombre con cuidado—. Tiene un siglo y medio. Le perteneció a la última cazadora que oficialmente hubo en esta ciudad.

—¿Tanto tiempo ha pasado desde el último cazador? —Preguntó ella.

—Esta ciudad está dominada por seres a quienes no le gustan los cazadores —Dijo él—. Los cazadores, por instinto, no soportan durante mucho tiempo este tipo de ciudades. Este es un mundo totalmente contrario al que ellos aman.

—Lo sé —Dijo ella.

—Estoy en esta ciudad desde sus principios. He visto ir y venir pocos cazadores. La dueña de este arco fue la última cazadora que hubo, murió hace bastante —Dijo él—. Desde entonces no ha habido cazadores por aquí, o en cualquier caso no han durado mucho tiempo. No más de unos escasos días.

—Eso es porque nunca antes se han encontrado con una cazadora irlandesa —Dijo ella sonriendo con diversión—. Ahora pásame ese arco del que tanto hablas. Veamos si mi antecesora tenía buen gusto.

El hombre en ningún momento se había detenido a pensar que ella podía ser una cazadora. Él solo había visto a una joven extranjera con un arco que reparar. En ningún momento la idea siquiera de que fuera una cazadora había aparecido en su cabeza. Una pequeña esperanza se fue abriendo camino dentro de él y se apresuró a tomar el arco y entregárselo.

Lizz no pudo evitar notar que el arco había sido hecho para una persona más alta que ella y las flechas para alguien con dedos mucho más largos que los suyos. Aún así, no hizo queja alguna y rápidamente se ocupó de apuntar con el arco y sostener una flecha. El primer tiró fue exacto. Ella volvió a cargar el arco y disparó. El segundo tiro fue perfecto. El tercer tiro fue hermoso.

—Por más que el estilo gótico no me gusta no puedo evitar admitir que es un buen arco —Dijo ella—. ¿Cómo murió ella?

—Un monarquista —Dijo él—. Uno muy poderoso.

—¿Y realmente no pudo con él? —Dijo ella y disparó otra vez dejando más que impresionado al hombre.

—No —Dijo él—. Pero señorita...

—Lizz —Dijo ella y nuevamente disparó.

—Lizz, debo darle un consejo. No disguste al pasado si no quiere sufrir las consecuencias en el presente —Dijo él—. Hay muchos misterios entorno a la historia de la última cazadora.

—Posiblemente pero no me interesa —Dijo ella—. Lo único que quiero son mis armas en perfecto estado y volver a mi ciudad.

—¿Entonces qué hace aquí? —Preguntó él.

—Problemas con la ley —Dijo ella—. Al parecer no me puedo ir hasta no solucionar aquellos problemas. ¿Cuándo estarán listas mis cosas?

—Cuanto antes —Dijo él—. Tan solo hay que reponerle la cuerda al arco y hacer un nuevo juego de flechas.

—Con plumas azules —Dijo ella.

—Con plumas azules —Acordó él—. ¿Quién hizo sus armas?

—Un Wicca —Dijo ella y sonrió—. Uno de los mejores Wiccas del mundo. La cuerda estaba hecha de crin de unicornio.

—No tenemos aquel tipo de materiales por aquí pero le puedo asegurar que su arco estará en perfectas condiciones por la mañana —Dijo él—. Le pondremos la mejor cuerda que tengamos, de una calidad superior a cualquier otra, y sus flechas serán ideales para ciudad. Ahora, si no le importa, desearía hacer otras pruebas con usted. ¿Le molesta quedarse con aquel arco o...?

—Este arco está bien —Dijo ella.

Había muchas cosas que Lizz hubiera podido hacer aquella noche, que ya había hecho las veces anteriores al escapar de su castigo. Hacía bastante tiempo que ella no dormía correctamente y sin embargo seguía tan alerta y atenta como siempre. Todo este tiempo, toda aquella frustración por la situación, por estar lejos de su hogar, por estar separada de sus camaradas, por ser acusada de homicidio, porque Liam ahora también dudara de su inocencia, pareció desvanecerse. Ella solamente había necesitado tirar todo este tiempo y ahora lo estaba haciendo por más que aquel arco no fuera el suyo. Cada flecha que disparaba era como una preocupación menos, un peso menos sobre su espalda.

El hombre le pidió que disparara a todo tipo de blancos, desde diminutos hasta en movimiento. Ella no falló en ningún tiro, le dio a todos los objetivos con gran precisión y habilidad. El hombre quedó aún más sorprendido, hacía demasiado tiempo que no veía a alguien con una habilidad similar y nuevamente comenzó a sentir esperanzas. Fue casi por la medianoche que ella dio por terminada la sesión argumentando que tenía que hacer otras cosas aquella noche.

—Señorita, no puede salir sin armas en esta oscura noche —Dijo él.

—No pienso salir con este arco —Dijo ella—. Es demasiado grande para mi gusto.

—Lo que sucede es que su anterior dueña tenía unos años más que usted y era más alta —Dijo él—. Necesitará un arco nuevo hasta que esté el suyo y también flechas. Tres tipos de flechas al menos.

Ella dejó las armas en su lugar y siguió al hombre nuevamente a la habitación principal. Miró cuando pasó a su lado a Thomas con el arco y las flechas sobre la mesa trabajar. Hubiera deseado quedarse a su lado, observar detenidamente cómo él hacía su trabajo pero había decidido hacer otra cosa aquella noche y por más que lo deseara no podía dejarlo de lado.

El hombre se detuvo y cogió de uno de los estantes un pequeño arco negro y una aljaba llena de flechas. Lizz tomó lo que el hombre le entregaba y lo examinó durante unos momentos. El arco le resultaba más pequeño que el suyo pero notó que aquello era para cargarlo con gran facilidad y comodidad en su espalda. Las flechas eran quizás demasiado ligeras pero ella confió en que serían ideales para aquel tipo de arco. Colgó el arco de su espalda y el hombre le indicó las flechas que contenía la aljaba.

—Madera, plata y hierro —Dijo él—. Las necesita a todas. Cualquier cosa se arrastra por aquellas calles oscuras. Es una cazadora, si se sabe que está aquí su cabeza ya tiene precio.

—¿Y tú? —Preguntó ella—. ¿De quién es tu lealtad?

—Del oro negro, imposible de conseguir en esta ciudad —Dijo él y ella le sonrió.

—Más te vale. Si soy otro de tus negocios ilegales será mejor que huyas. Ya has visto que mi puntería es excelente, no quisiera tener que practicar contigo como blanco —Dijo ella.

El hombre no dijo nada pero asintió sin dudarlo. Lizz sabía que a veces, el miedo resultaba mejor que la amabilidad.

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Liam pestañó nuevamente y luchó por permanecer despierto. La oficina vacía de Richard resultaba un excelente lugar para dormir por aquellas horas, sobre todo cuando estaba dominada por la oscuridad y él ocupaba aquella cómoda silla en el escritorio. Llevaba noches sin dormir correctamente y sus pequeñas siestas siempre se veían interrumpidas.

Parte del castigo de Lizz, ahora más piadoso que no estaba del todo confirmado que ella hubiera sido la asesina, consistía en que ella debía pasar un tiempo encarcelada. Liam se estaba ocupando de solucionar el problema lo antes posible. ¿Pero cómo solucionarlo rápidamente cuando su hermana huía todas las noches sin ningún inconveniente de su encierro? Les llevaba horas a él y a los otros miembros volver a encontrarla y prácticamente arrastrarla de vuelta a la Sede.

Al menos podía estar seguro de una cosa: Damon no había vuelto a aparecer y Lizz parecía haberse olvidado completamente del sanador. Pero mientras ella continuara escapando de su castigo él no podría estar realmente tranquilo. Luego de lo que había sucedido la primera vez él simplemente no podía imaginarse a su hermana sola en aquella ciudad. Y, lamentablemente, su hermana no dejaba de escapar. Liam conocía la facilidad con la que ella era capaz de escabullirse y huir de su casa, pero tampoco había imaginado que tendría la misma habilidad para una celda y trataba de creer que había descubierto aquella habilidad en aquel lugar.

Un hombre entró rápidamente en la habitación y Liam se puso en pie con frustración aceptando que aquella sería otra noche sin dormir correctamente.

—Ahora os ayudo a buscarla —Dijo.

Él no necesitaba que le dijesen que su hermana había escapado otra vez, ni que aquella sería otra noche sin dormir correctamente, ni que pasarían horas hasta que encontrara a Lizz nuevamente. Dejó de lado la esperanza de poder descansar al menos por una noche.

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