Capítulo 25 (Parte 1)

Se deslizó en completo silencio por el tejado y entonces saltó. Sus manos se aferraron fuertemente al borde del techo del otro edificio y contuvo una maldición al sentir el dolor en sus brazos. Respiró profundo para calmar su pulso y su respiración tanto como fuera posible. No podía delatarse del primer instante.

Se apresuró a abrir la ventana debajo de ella con un pie y saltar dentro. Aterrizó sin hacer ruido alguno. Sonrió ante la perfección del silencio y del acto y ante lo cómodos que eran sus zapatos. Ya había estado anteriormente en aquella casa. Se había ocupado de que las bisagras no la delataran y que la ventana estuviera abierta para ella. Se desató el cabello.

Avanzó con cuidado por el desierto pasillo. Sabía cómo caminar y dónde pisar para que la madera no crujiera bajo su ligero peso. En el fondo podía oír voces y risas infantiles pero ella solo estaba allí por una. Estaban en la planta principal, era evidente. Se detuvo y se sostuvo contra el muro para no quedar expuesta cuando el pasillo pasó a ser balcón. Con precaución para no ser descubierta observó desde allí la escena.

Contó trece niños y hasta cinco monarquistas. Reconoció a Elizabeth al instante, parada en medio de su propio circo con su rubia cabellera y su costoso y preciado abrigo. Ella disfrutaba de aquello, de tener el completo control sobre ellos y ver cómo los niños se divertían jugando inocentemente en el gran salón. También reconoció al único niño fuera de lugar en aquella escena ya que era el único que no participaba en el juego, que parecía ser consciente de lo que era realmente la situación.

Marcus.

Lizz se sostuvo totalmente contra la pared y cerró los ojos. Levantó una mano y con la punta de sus dedos acarició las plumas de sus flechas. Tomó su arco, una flecha, y en silencio la tensó sobre la cuerda. La colocó en su perfecto lugar, lista para ser liberada y se concentró. Nuevamente se asomó al borde del muro, apuntó y disparó.

Elizabeth se movió un paso a la izquierda, tan rápido que Lizz no lo hubiera notado de no ser porque la flecha se incrustó exactamente a su lado y ella era consciente de haberle disparado al corazón. Apretó los dientes al ver que había fallado pero tampoco había creído que sería tan fácil. Elizabeth la miró con diversión y ella le sostuvo la mirada seriamente sin estar mirándola realmente a los ojos para no caer en su encanto.

Salió de su escondite y se expuso totalmente para demostrarle que no le temía. Elizabeth levantó una mano para detener a sus subordinados cuando estos se posicionaron para atacarla. Ella sonrió de un modo cruel y oscuro antes de fijarse nuevamente en Lizz.

—Es un placer que hayas venido. Durante un momento llegué a temer que no lo harías y entonces no hubiera sido divertido —Dijo ella—. Lamento no haberte conocido antes o hablado sobre mi prometido. Debieron haberte dicho que a él no le interesaban las niñas y que ya estaba tomado. Ahora baja a jugar. Vamos, será divertido. No seas tímida.

—¿Tímida? Aquello no es específicamente lo que me considera tu querido ex novio —Dijo Lizz y le sonrió con suficiencia ante la reacción de ella—. Oh, lo lamento, creí que ya lo habías superado. ¿Acaso fue él quién te dejó? Cuánto prestigio pierde una cazadora cuando es el hombre quien la deja. ¿Por qué fue Elizabeth? Tu propio dependiente te dejó, qué mal debe ser visto eso entre los tuyos.

Lizz rió y Elizabeth apretó los dientes con furia. Ella chasqueó los dedos y entonces un monarquista se adelantó para tomar a Marcus por los hombros. Al instante Lizz se calló y miró molesta a Elizabeth, siempre consciente de no prestarle atención a sus ojos. Ella le sonrió con maldad, sus labios eran tan rojos como la misma sangre.

—Ambas sabemos por lo que estás aquí. Si realmente lo quieres tendrás que bajar —Dijo ella.

—Me gustan las alturas —Dijo Lizz sencillamente.

—Entonces haz como quieras —Dijo Elizabeth—. Bastian, deshazte del niño.

Marcus gimió al ver la malvada sonrisa en el rostro del hombre y sentir sus dedos clavarse en su piel pero antes de que pudiera hacerle algo el monarquista estaba gimiendo en el suelo. Él miró sorprendido la flecha en el pecho del hombre y luego levantó la vista para ver a Lizz quien aún sostenía su arco. Elizabeth sonrió complacida y aplaudió como si realmente estuviera disfrutando del espectáculo.

—¡Bravo! Aquel tiro fue simplemente magnífico. Veo que lo que he escuchado sobre tu puntería no ha sido del todo mentira —Dijo ella—. Pobre Bastian. Tan lento, tan tonto, nada más que otro desechable principiante. ¿Sabes por qué le acaba de suceder esto? Porque cree ser superior a todos por lo que es y lo es. Pero no todo en esta vida está asegurado o es confiable. ¿Verdad? Me recuerdas a mí a tu edad. Joven y con todo un futuro por delante. Pero la vida puede acabar tan rápido como se te es dada. La noche de tu gran hazaña puede transformarse en la noche de tu muerte.

—Lamento interrumpir tu poético discurso pero es de mañana —Dijo Lizz—. No quiero hablar Elizabeth. Quiero a mi primo porque tú no tienes ningún derecho a retenerlo.

—¿Sabes una cosa? No me gusta ese nombre. Tú no tienes ningún derecho a robarme aquel nombre —Dijo ella—. ¿Entonces por qué he de darte al niño si tú no me devuelves mi nombre?

—Porque sino juro que te mataré. Odio que me traten de niña —Dijo ella y Elizabeth rió.

—Es increíble. Eres tal como Damon me dijo que eras y tan fácil de manipular como él aseguró —Dijo—. Tuvimos una pequeña discusión la última vez que lo vi. Él aseguró que notarías que la carta había sido alterada y vendrías por tu cuenta, que eras tan tonta como para no decirle nada a nadie más y arriesgarte. Yo dije que le dirías a alguien pero por lo que veo él tenía razón, hizo bien su trabajo contigo.

Lizz no permitió que aquello le afectara. No había tiempo para sentimientos en aquella ocasión, no había oportunidad para ningún fallo. Años de entrenamiento para que nada personal le afectara al momento de actuar no habían sido en vano. Elizabeth rió ligeramente.

—¿Ya te ha dicho? ¿De las otras? Verás, al parecer soy demasiado para él por lo que a veces se busca otras a las que pueda manipular y controlar totalmente. Tiene cierta debilidad por las niñas inocentes, aquellas que se ilusionan completamente ante el primer amor. Lo hace para molestarme porque no le gusta que yo tenga el control total de nuestra relación —Dijo ella—. Entonces simplemente elige una niña y se ocupa de seducirla para pasar un buen rato. Es inteligente y rápido y tiene una malicia sin igual, eso es lo que me encanta de él. Con tan solo una conversación ya sabe qué hacer o qué decir para conseguir lo que quiera de su inocente víctima y tú eres una más de ellas. Morirás al igual que las demás porque él es solo mío aunque debo admitir que tiene un excelente gusto en cuanto a sangre.

—Es curioso. ¿Sabes? —Dijo Lizz tranquilamente y Elizabeth la miró incrédula al ver que no era la reacción que esperaba—. Dices que él hace aquello porque le resultas demasiado. ¿No te has puesto a pensar que quizás es al contrario? Elizabeth, aquel no es el problema, el problema es que no eres suficiente para él y por eso eres una cornuda —Dijo y le sonrió ante su furia—. Lamento tener que decírtelo yo. Tú no le resultas suficiente. ¿No has notado lo apasionado que es? El modo en que sus expertas y mágicas manos se deslizan por tu piel sabiendo dónde tocarte, el modo en que sus labios pronuncian tu nombre, el modo en que vuelve completamente excitante un simple hecho como puede ser besar tu mano.

El odio y la furia que invadieron el rostro de Elizabeth transformaron totalmente su expresión en una que hubiera aterrado al mejor de los guerreros pero Lizz simplemente sonrió y continuó hablando como si se tratara de una charla entre amigas.

—Debo admitir que es un excelente amante, apasionado como ningún otro. Es increíble cómo te puede hacer llegar a sentir. Ahora entiendo por qué te esfuerzas tanto por retenerlo a tu lado y no permitir que nadie más se le acerque. Teniendo un hombre así entiendo que temas perderlo. Es por eso que lo hiciste tu dependiente —Dijo ella—. Porque eres insegura y cobarde y sabías que lo perderías apenas él notara que tú no eras suficiente mujer para su persona.

—Él me ama y tú no eres nada. Sino no hubiera propuesto este mismo plan, sino no habría hecho todo esto para que terminarás aquí. Es su regalo. Brindaremos en año nuevo con tu sangre. Él sabe que siempre desee brindar con sangre de un cazador irlandés, aún mejor que sea una mujer. Un año consiguió toda una botella de sangre de un príncipe. ¿Puedes creerlo? —Dijo Elizabeth—. Él aceptó enamorarte para entregarte. Por alguna razón la sangre es más deliciosa cuando la persona está enamorada. Tenía pensado en un principio darle aquel trabajo a Julian de traerte ante mí cuando supe de tu presencia pero entonces él se presentó y aceptó hacerlo. Una tarea sencilla. Cortejar a una niña, enamorar un inexperto corazón.

—Qué feo debe ser tú —Interrumpió Lizz con desagrado y Elizabeth la miró perpleja—. Realmente. Tu propio prometido te engaña y busca amantes bajo tus propias narices. Y además tú le crees cuando dice que lo hace por ti. Créeme, soy yo quien lo ha escuchado en los últimos días decir cuan poco te soporta y que en ningún momento deseó estar comprometido contigo. Él no te ama, tú te aprovechas del control que tienes al haberlo hecho tu dependiente.

—Eres una prostituta —Dijo Elizabeth y Lizz rió.

—¿Aquel es el mejor insulto que tienes? ¡Cornuda! ¡Tu propio hombre te engaña y no te das cuenta! Tienes razón Elizabeth, quizás él solo me haya utilizado y engañado por mi sangre. Pero dime. ¿Alguna vez se ha ofrecido a comprarte algo? ¿Alguna vez te ha hecho un regalo? —Preguntó y le enseñó la fina cadenilla con el corazón que adornaba su cuello—. Una mentira, pero un lindo detalle igual. ¿Alguna vez ha hecho algo así por ti? ¿Alguna vez has disfrutado de compartir realmente un momento con él? Puede ser tonto, y un engaño, pero se siente una paz increíble al estar comiendo cerezas con él en su cocina. ¿Alguna vez te ha contado una historia? A mí me ha contado varias. ¿Alguna vez te ha limpiado las lágrimas, te ha preguntado cómo te sentías? No más que otra mentira pero aún así es algo. Y tú Elizabeth, vales menos para él que un engaño. Porque después de todo, no te dedica ni el más mínimo detalle que le dedica a sus engaños. No debe ser lindo saber que trata mejor a las mujeres que engaña.

—Te arrepentirás del día en que creíste ser mejor que yo —Dijo ella.

Lo próximo que Lizz sintió fue que algo la golpeaba fuertemente de costado y antes de que pudiera hacer algo estaba rodando escaleras abajo. Gimió ligeramente cuando estuvo sobre suelo firme. Intentó levantarse pero su cuerpo estaba muy dolorido y golpeado y apenas si pudo sostenerse sobre sus manos. Su labio estaba sangrando. Su arco estaba a dos metros de ella.

Un monarquista la tomó por su cabello y sostuvo su cabeza en alto. Sujetó un pequeño recipiente debajo de su mandíbula de modo que su sangre cayera dentro. Ella intentó resistirse pero le fue en vano. No pudo hacer nada más que observar mientras pensaba un modo de salvar la situación.

Los niños la miraban con miedo mientras se mantenían alejados lo máximo posible y los monarquistas hacían de guardias a su alrededor. Marcus intentó acercarse pero se detuvo en cuanto Elizabeth estuvo a su lado y le sonrió de aquel modo cruel. Lizz apretó los dientes y la miró furiosa cuando ella puso una mano sobre el hombro del chico pero este se negó a mirarla a los ojos.

—Marcus, no es necesario que seas tan educado, puedes mirarme a los ojos —Dijo ella con una dulce voz pero él se negó—. La hemos pasado muy bien todo este tiempo que hemos estado juntos. No quiero que te vayas y mucho menos con una malvada como es ella. No dejaré que te lleve.

—La única malvada eres tú. ¡Perra! —Dijo él y ella negó con la cabeza.

—Ese no es vocabulario para un niño —Dijo Elizabeth.

—No soy un niño —Dijo él.

—Entonces, ya que no eres un niño, comencemos a tratarte como el hombre que eres —Dijo Elizabeth y sonrió con maldad antes de agacharse a su altura—. Marcus. ¿Alguna vez te ha gustado alguna niña? Tienes suerte, eres un jovencito lindo y educado. Y eres muy maduro para tu edad. Cualquier jovencita mataría por alguien como tú. ¿Te han dicho ya que tienes una boca preciosa? Supongo que ya es tiempo de que dejes de ser un niño. ¿Me quieres Marcus? ¿Me darías un beso?

—¡No dejes que te bese! —Gritó Lizz.

Elizabeth miró sobre su hombro al monarquista que la estaba reteniendo y este al instante la golpeó. Lizz gimió de dolor antes de ver cómo la sangre seguía derramándose de sus propios labios. Sabía que todos los demás presentes la estaban mirando con tentación, ella misma sentía la mirada de todos clavada en su sangre y sabía que si aún no se habían abalanzado sobre ella era porque le temían a Elizabeth y esta la consideraba su propiedad. Y aún así, a pesar de estar rodeada de monarquistas a quienes se les hacía agua la boca por su sangre, de estar herida y retenida, de estar claramente en desventaja ella se preocupaba por Marcus.

—No la escuches Marcus. Será tan solo un pequeño y sencillo beso —Dijo Elizabeth.

Él intentó resistirse pero le fue en vano. Ella tomó su rostro con una mano, hundió fuertemente sus dedos en su mandíbula y lo forzó a quedarse quieto. Se inclinó y entonces levemente apoyó sus labios sobre los de él. Lizz miró con horror aquella escena porque sabía lo que aquello significaba. Intentó liberarse pero lo único que consiguió fue otro doloroso golpe que la hizo sangrar más. En medio del silencio absoluto, Marcus se rió y se alejó de Elizabeth.

—Melanie besa mejor que tú —Dijo él y le sonrió—. Y por cierto, gracias a ti perdí una cita con Bells. Te lo dije, no soy un niño.

—No, eres un maldito desgraciado —Dijo Elizabeth furiosa y lo tiró al suelo con fuerza—. Y ya que no me eres necesario ni útil, terminemos contigo también al igual que con ella. Disfrutaré tomando tu sangre. Sigue siendo limpia, sigue siendo pura, sigue siendo virgen.

Lizz pensó rápido al ver la situación. Tan solo tenía una oportunidad, un solo segundo para desviar la atención de Marcus y centrarla en ella y no podía fallar. Reaccionó enseguida al saber lo que tenía que hacer y rió. Su risa fue suave, un poco deformada a causa de su boca herida que no dejaba de sangrar pero bastó para que Elizabeth se diera vuelta y la mirara furiosa.

—Tengo una duda. Una pregunta más bien —Dijo ella sonriendo con diversión—. ¿Acaso la sangre virgen sabe mejor que otra? ¿Es mucha la diferencia?

—Por alguna razón me gustan los niños. Y por alguna razón mi amado siempre elige jóvenes inocentes —Dijo Elizabeth y Lizz rió nuevamente.

—Entonces lamento decírtelo pero al parecer la calidad de mi sangre ha bajado. Creo que tu querido prometido te ha arruinado la bebida. No creí que te importaría Elizabeth, es tan difícil decirle que no a él. Adoro sobre todo el modo en que repitió mi nombre, una y otra vez. La calidez de su cuerpo, la suavidad de su piel, las sensaciones que me provocó son algo que jamás olvidaré. Aún tengo guardada la sensación de sus labios contra mi piel, de sus manos recorriendo mi cuerpo —Dijo Lizz y le sonrió nuevamente—. Lo siento. Mi sangre ya no es virgen. Al menos no desde anoche. Eso debes agradecérselo a tu prometido.

Durante una milésima de segundo estuvo libre. Fue tan solo un latido de corazón el que sintió que era totalmente libre y entonces lo próximo que sintió fue su cabeza golpear fuertemente contra el suelo y vio más sangre correr. Apretó los dientes para soportar el dolor. Elizabeth la sujetaba fuertemente por sus hombros y sus afiladas uñas traspasaban sus prendas y se clavaban en su piel haciendo que sangrara.

Luego de los ojos, las manos eran la parte más letal de un monarquista. Eran capaces de arrancar un corazón con ellas o cortar cualquier cosa con sus uñas. Y ella sentía a la perfección cómo aquellos filosos dedos se incrustaban dentro de su carne mientras la retenía contra el suelo. Cerró los ojos, se negaba a mirarla porque entonces vería los ojos de ella.

—Mírame a los ojos. Atrévete ya que eres tan valiente —Dijo Elizabeth completamente furiosa—. Te mataré, lenta y dolorosamente para que al menos antes de morir hayas aprendido tu lección.

—¿Qué? ¿Que soy más atractiva que tú? No han dejado de repetírmelo y al parecer él está de acuerdo —Dijo Lizz y Elizabeth la golpeó nuevamente contra el suelo—. ¿Terminó contigo por mí?

—¿Realmente creíste aquella escena de la pelea pequeña zorra? —Preguntó Elizabeth y rió con maldad—. No fue más que una actuación, no más que otro engaño al igual que el corte en su cuello. ¿Creíste que yo sería capaz de matarlo? ¿Creíste que ese tonto corte basta para matar a alguien como él? Eres una pequeña tonta. Hablaste de más, le contaste sobre las propiedades de un agua y él supo que la llevabas contigo. Ahora ya no tienes tu preciosa agua de la vida, la has perdido. ¿Cómo harás para salir de esta? Si él se acostó contigo fue simplemente porque eres una pequeña zorra irlandesa.

—Pero por una noche me prefirió a mí sobre ti. Me buscó a mí en vez de a ti —Dijo Lizz.

Elizabeth volvió a golpearla contra el suelo y entonces ella la golpeó en el rostro. Los tres anillos de madera cortaron la piel de Elizabeth y ella gritó antes de llevarse ambas manos al rostro. Lizz sintió la sangre de ella golpearle en la mejilla y abrió los ojos para ver que le había causado tres cortes sobre la mejilla derecha que pasaban peligrosamente cerca de su ojo y llegaban casi hasta el nacimiento de su cabello.

Intentó deslizarse fuera del agarre de Elizabeth pero ella lo notó al instante y la miró con odio ante lo que había hecho. Lizz se quedó sin aire ante el fuerte golpe que sintió. Bajó la vista y vio sorprendida como los largos y delgados dedos de Elizabeth se incrustaban hasta su segunda falange en su cintura. Ella le sonreía con verdadera maldad y Lizz sintió aquel frío dolor más que cualquier cosa. Sus ojos le ardieron y lágrimas de dolor se derramaron por su rostro. No pudo emitir sonido alguno, no había esperado aquello.

Durante un momento no supo qué hacer, por un minuto la incertidumbre la invadió y la inmovilizó totalmente al ser consciente de lo que aquello significaba. No podía dejar de mirar su cintura, los dedos de Elizabeth aún dentro de su cuerpo, su ropa teñirse más y más de rojo. Y pensó que esta vez no había solución posible, no podía hacer trampa. No tenía agua del Lago Hin ni nada que pudiera ayudarla en aquel momento y no resistiría tanto tiempo como para que alguien la atendiera.

Miró a Marcus más atrás, él estaba completamente pálido y la observaba con horror. Ella era Lizz Dunne, no podía haber fallado, no podía haberse dejado vencer. Había vencido a la propia muerte durante toda su infancia, había tenido que luchar por llegar con vida a esa edad.

—Eres una jodida perra —Dijo.

Reaccionó antes de que Elizabeth pudiera hacerlo. La golpeó nuevamente y luego dobló ambas piernas para patearla en el pecho. Sofocó un gemido al sentir como la mano de ella salía de su carne pero al menos ya estaba libre. Se puso en pie y tomó su arco del suelo. Corrió tan rápido como pudo, tomó a Marcus por su mano y tiró de él.

Elizabeth levantó una mano y los demás monarquistas se quedaron en su lugar en vez de intervenir. Ambos doblaron en un pasillo y Lizz sujetó al chico contra una pared. Él respiraba agitadamente mientras intentaba calmarse. Ella sostuvo una mano contra su herida y se retorció de dolor. Sabía que no llegarían lejos, no con ella dejando aquel rastro de sangre y tampoco tendría tiempo para escapar. Si aún no los habían atrapado era porque Elizabeth se divertía jugando con ellos.

—Si quieres salir de aquí tienes que hacer todo lo que yo te diga —Susurró.

—Hay una salida cerca. Si sigues este corredor llegas a la cocina y esta tiene una salida a la parte trasera del edificio. Lo he visto. Estás herida —Dijo él preocupado mirando su sangre y ella sonrió ligeramente a pesar del dolor.

—Eso no importa. Saldrás de aquí y Niall se ocupará de ti. Te encontrarás con mi hermano, se llama Liam. Si lo ves por favor no le dejes preocuparse. Aún no se me han acabado todos mis trucos —Dijo ella—. ¿Cómo rompemos el hechizo que tienes encima?

—¿Cómo lo sabes? —Preguntó sorprendido pero Lizz solo sonrió—. Tengo una marca detrás de mi oreja. Clávame esta aguja aquí. Intenta no fallar.

Él le entregó un alfiler de gancho abierto y le enseñó su marca. Lizz lo tomó y actuó sin vacilar, sin perder un segundo. Clavó el alfiler exactamente en la marca que él tenía detrás de su oreja. Marcus cerró fuertemente los ojos y contuvo una maldición. La próxima vez que ella lo vio él ya no era un niño, era un adolescente de quince años. Su rubio y rizado cabello caía sobre sus brillosos ojos azules, iguales a los de ella.

Lizz miró al aprendiz pero dejó el asunto de lado apenas sintió que Elizabeth se acercaba y sacó una estaca de su cazadora. Reaccionó al instante apenas ella estuvo cerca y lo próximo que supo fue que la monarquista estaba frente a ella sin poder haberle hecho daño y su estaca se incrustaba en el mismo lugar que ella la había herido anteriormente. Los labios de Elizabeth se abrieron en una expresión de asombro y Lizz le sonrió maliciosamente antes de retorcer la estaca en su cintura.

—Hubiera sido muy evidente intentar con el corazón. ¿Verdad? —Dijo ella.

Empujó a Elizabeth para alejarla y entonces sacó las tres esferas. Las activó y las lanzó al medio del salón lleno de monarquistas y donde Elizabeth estaba aún con la estaca en su cintura. Agarró a Marcus por su abrigo y se apresuró a correr mientras maldecía una y otra vez por el poco tiempo. Escuchó el estallido y la nube de serrín no tardó en alcanzarlos.

Ella se ahogó y luchó por continuar corriendo a pesar de sus dificultades respiratorias. Maldijo su estado, maldijo ser portadora de la mala suerte y que su cuerpo fuera tan débil. Los ojos le escocieron pero continuó corriendo. Muy en el fondo podía ver la luz. Sostuvo una mano contra su herida, sentía el dolor más que cualquier otra cosa y dudaba de cuánto tiempo más resistiría.

Pasaron por una abandonada cocina que se encontraba en un estado deplorable. La vieja puerta estaba abierta y sentir el aire fresco del exterior fue realmente un suspiro para ella. Parpadeó repetidas veces mientras observaba el exterior. Estaban en la parte trasera del edificio y la calle a la que esta daba no era la correcta. Giró en redondo y miró a su alrededor la valla que los separaba del callejón.

—Tienes que saltar —Dijo.

Marcus la miró sin palabras pero ella no le dio tiempo de hablar. Tiró de él hasta la valla y lo instó a subir. Lo hubiera ayudado si el dolor que le provocaba su herida se lo hubiese permitido. Él saltó y sus manos se aferraron del borde de la valla. Maldijo mientras hacía fuerza para subirse y luego saltó del otro lado.

Ella saltó y sus manos se aferraron al borde. Intentó impulsarse con sus pies pero entonces un ruido captó su atención y ella vio a Julian apenas estuvo al alcance de su vista. Supo que no llegaría, que sería imposible. Miró a Marcus que ya se encontraba del otro lado y negó con la cabeza cuando él le instó para que se apurara.

—Corre. Encontrarás en la calle un auto azul con un hombrecillo vestido de rojo al volante. Vete de aquí. Huye y no mires atrás —Dijo ella—. Y cuida a Liam y no lo dejes hacer ninguna estupidez.

Marcus la miró con temor pero algo la tomó por su tobillo y tiró de ella. Al instante sus manos se soltaron y ella cayó al suelo. Intentó alcanzar su arco pero este voló lejos de su mano sin que Julian tuviera realmente la necesidad de tocarla. La tumbó en el suelo sin hacerle daño y estuvo sobre ella enseguida. Lizz se debatió por liberarse pero le fue completamente imposible.

—No quiero hacerte daño, no planeo hacerlo. Confía en mí, por favor —Dijo él.

Julian levantó una mano y se mordió la muñeca para abrirse una herida. Lizz miró su sangre con horror al saber lo que planeaba hacerle y se desesperó por liberarse. Ya casi no tenía fuerzas. La herida que tenía estaba consumiendo lentamente su vida y la inconsciencia amenazaba con vencerla en cualquier segundo. Quizás si hubiera estado en un mejor estado hubiera tenido alguna oportunidad. Quizás si no hubiera estado herida hubiera podido hacer algo.

Cerró los ojos y se resignó al saber que su final estaba sellado. Moriría a causa de la herida a menos que Julian cumpliera su terrible cometido. Se retorció en un último intento por salvarse pero no consiguió nada y por primera vez desde que podía recordarlo vaciló al sentir cómo Julian se inclinaba sobre ella con la sangre corriendo por su muñeca.

Abrió totalmente los ojos al sentir un graznido y vio completamente sorprendida a un halcón echarse encima de Julian. Él gritó mientras el ave atacaba su rostro en busca de sus ojos y se echó hacía atrás dejándola completamente libre. Ella giró apenas la cabeza y vio que el ave había dejado caer a su lado un pequeño frasco conteniendo un líquido transparente.

Sonrió antes de estirar un brazo con mucho esfuerzo y tomarlo. Se desesperó por abrirlo y tragar parte del agua antes de verter todo lo que quedaba sobre la herida que tenía en su cintura. Se puso en pie con mucha dificultad y corrió para alejarse del lugar. Tomó su arco y vio adelante, en la calle, el auto negro que la esperaba con la puerta abierta.

Trastabilló hacia él mientras luchaba con la inconsciencia, no se dejaría caer en aquel momento. Se aferró a todas sus fuerzas para lograr alcanzarlo y en un último intento saltó dentro. Casi al instante cayó en la inconsciencia al no poder resistir más. Su cuerpo cayó inerte sobre los asientos y su cabeza estuvo sobre las piernas de alguien. La puerta del vehículo se cerró y una mano le acarició suavemente el cabello antes de que este se pusiera en marcha.

—Bastante lejos de casa. ¿Verdad?

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