Capítulo 19
—Deja de estar tan preocupado —dijo ella.
—No estoy preocupado —dijo Damon y Lizz resopló.
—Has estado callado hasta ahora. ¿Crees que no lo he notado? Quizás no te conozco pero sé que algo te preocupa —dijo Lizz—. Si esto te ayuda de algo un cazador deja su huella en cada trabajo que hace. Si realmente crees que un cazador estuvo aquí déjame ver qué huella dejó y te diré quién es.
—Estoy pensando que en realidad fue una manipulación de parte de todos para que aceptara que te inviten —dijo él—. A veces creo que si ellos se unen contra mí son más peligrosos que cualquier otra cosa.
—¿Ellos? —Preguntó Lizz y Damon suspiró.
—Ya comprenderás —dijo él.
Cuando las puertas del ascensor se abrieron Lizz ya esperaba encontrarse con otro pasillo de departamentos pero lo que en realidad encontró fue una hogareña recepción. Ella salió sin comprender dónde se encontraba realmente. Había diferentes abrigos colgados de ganchos en la pared del ascensor. Los muros laterales contenían cientos de cuadros con fotografías colgados, cada una era de un niño diferente. Al fondo había unas puertas dobles y luego una puerta en cada lateral.
Ella se acercó y observó las fotografías. Estuvo segura de reconocer a Brad unos cuantos años atrás en una y siguió observándolas. Cada una era de un chico diferente y parecía de un año diferente. Llegó a encontrar fotografías de principio del siglo pasado o más antiguas.
—¿Quienes son? —Preguntó ella.
—Personas que pasaron por lo mismo que tú pero a más joven edad —dijo Damon a su lado.
Ella se detuvo y observó una antigua fotografía de un niño. Calculó que debía tratarse de mitad del siglo XIX o por aquel tiempo. Él era un niño de una importante familia a juzgar por su buena vestimenta. Tenía los ojos oscuros al igual que su cabello y sonreía ligeramente a la cámara. No más que un niño pensó ella.
—¿En qué se parecen a mí? —Preguntó Lizz.
Escuchó una puerta abrirse y se dio vuelta. Una mujer regordeta que ya debía de haber pasado sus sesenta años salió y se detuvo al verlos. Ella rió avergonzada por haber interrumpido algo y puso sus pequeños y redondos anteojos de nuevo en su lugar pero estos no tardaron en deslizarse otra vez por su nariz.
—Isabelle me advirtió que vendrías con compañía —dijo ella, su voz era suave y amable.
—No he tenido otra opción —dijo Damon y le sonrió—. Buenos días Sally.
—La comida estará servida en un rato, pueden comer algo mientras tanto si tienen hambre —dijo ella—. Damon, los niños están abriendo sus regalos. Estaban preocupados por ti. ¿Puede ser que haya escuchado que hubo una fuerte pelea entre tú y ella anoche?
—No tienes nada que temer Sally, ella no volverá a pisar este edificio por el momento —dijo Damon y levantó ambas manos.
—Es bueno escuchar eso, veamos cuánto dura —dijo Sally.
—Yo también deseo ver a dónde me lleva esto —dijo él.
Ella les dedicó otra de sus amables sonrisas antes de desaparecer dentro de lo que parecía ser la cocina. Damon se dirigió a la puerta por la que Sally había venido y Lizz lo siguió en silencio. Ella se quedó en blanco ante lo que vio luego de entrar.
Había una gran sala de estar que se extendía delante de ella. Estaba elegantemente decorada llena de diferentes lugares donde sentarse. Tenía desde una pared repleta de libros hasta un televisor con varias consolas de video al otro lado. Había un árbol navideño en el medio lleno de regalos pero lo que a ella más le impacto fue ver tantos chicos juntos.
Reconoció a Mia junto con otros dos chicos que le resultaron familiares hurgando en la pila de paquetes. Se fijó en que Isabelle discutía a un lado con una chica exactamente igual a ella. Brad y Veronica también estaban presentes cumpliendo un rol de mayores responsables y ella pudo contar en total quince chicos.
—Tendrás que explicarme a dónde me metiste —dijo Lizz.
—Quizás más tarde —dijo él y silbó para captar la atención de todos—. ¿Abriendo los regalos sin mí? Eso no habla muy bien de sus modales.
Todos lo miraron durante un segundo y luego se abalanzaron sobre él como si hubieran temido no volver a verlo. Lizz permaneció a un lado y observó la escena en silencio. Solo entonces comprendió que aquel era su hogar y su familia y que él hubiera preferido no pertenecer a la Sociedad ya que ninguno de esos chicos lo hacía. ¿Y cómo no desearlo? Viendo una escena así a ella le era simple comprender sus razones.
Mia se acercó y le sonrió antes de tomar su mano y guiarla hasta el medio de la habitación. Enseguida cientos de curiosos ojos estuvieron a su alrededor y la observaron de los pies a la cabeza. Escuchó cientos de preguntas y especulaciones respecto a quién era y luego como la incertidumbre se embargaba de todos al ver la marca en su mano.
—Ella es buena, no hay nada que temer. Es segura y confiable —dijo Brad para calmar el disturbio que había armado la marca en su mano.
—¿Y qué si nos delata? —dijo una muchacha exactamente igual a Isabelle y frunció el ceño—. Me niego a pasar bajo la tenencia de la Sociedad.
Enseguida aquella simple frase armó un revuelo entre todos los presentes que temieron y se preocuparon al respecto.
—Nadie pasará a estar bajo la tenencia de la Sociedad. Anabelle, no es necesario que armes esta escena —dijo Damon—. Estás tratando con una mercenaria.
—Prefiero el término caza recompensas si no te molestas —dijo Lizz tranquilamente y lo miró molesta. Después miró a Anabelle—. Soy del tipo de personas que solamente se preocupa por sus propios asuntos y mi relación con la Sociedad no es del todo estrecha, al menos no con la Sede de New York.
—¿Cómo sé que puedo confiar en ti? —dijo ella con escepticismo.
—Porque la conoces desde hace años —dijo Brad y Mia sofocó un pequeño grito de ilusión.
—¿Yo puedo decirlo? ¿Puedo decirlo? —Preguntó Mia impaciente y Brad asintió en su dirección—. Ella es la bandida Aine.
Un silencio que duró unos minutos siguió a aquellas palabras y luego Lizz se vio nuevamente atacada por cientos de preguntas. Se sintió totalmente fuera de lugar mientras seguía intentado comprender cómo había terminado en una situación así. Al parecer ella era toda una celebridad y nunca lo había sabido. Respondió todo lo que le preguntaron, aclaró que lo escrito en los libros no era exactamente lo que había pasado pero contenían la esencia de las historias y luego contó algunas de sus aventuras.
Ellos parecían totalmente entusiasmados de tenerle y hasta una niña de siete años llamada Josefine se acercó y le pidió que le firmara un libro. Supo luego que todos tenían algo en común. A pesar de parecer extremadamente felices con su vida todos ellos compartían el mismo trágico pasado y habían perdido a sus familias por culpa de los monarquistas. Sally los acogía y cuidaba de ellos. Mantenían una vida normal y vivían a salvo allí.
A la hora del almuerzo no fue diferente. Las preguntas no cesaron ni siquiera cuando Sally quiso poner el orden mientras servía la comida. Increíblemente, Lizz se sentía acogida en aquella gran familia. Le recordaba a sus noches en el Otro Mundo por más que aquello era una mesa y no personas sentadas alrededor de una fogata comiendo lo cazado durante el día. Ella miró el plato delante. Juntó las manos, bajó la cabeza, cerró los ojos y empezó a susurrar.
—¿Qué está hablando? —Preguntó Mia.
—Irlandés —dijo Damon.
—Creí que se hablaba inglés en Irlanda —dijo Mia.
—Se habla pero también el irlandés —dijo Damon y Lizz se detuvo y abrió los ojos.
—¿Lo entiendes? —Preguntó mirándolo de soslayo.
—Un poco —dijo él.
Ella lo miró un segundo más de lo necesario y luego volvió a cerrar los ojos y continuó con lo suyo.
—¿Y qué está diciendo? —Preguntó Mia.
—Pide perdón al animal que tuvo que morir para alimentarla y le agradece —dijo él.
—Comprendo —dijo Mia y esperó hasta que Lizz terminara—. ¿Eres religiosa?
—No soy religiosa, respeto mucho la vida —dijo ella.
—¿Por qué? —Preguntó Mia.
—Porque la vida me respeta a mí e hizo una excepción conmigo —Respondió Lizz.
—¿Cómo es eso? —Continuó ella.
—Mia —dijo Damon pero ella la ignoró.
—No, está bien. ¿Por qué ocultarlo? —dijo Lizz y suspiró antes de mirar a la niña—. Yo debería estar muerta a estas alturas por la condición que tengo pero aquí estoy.
Mia palideció y no dijo nada más. Entonces las preguntas respecto a su condición surgieron y ella respondió a todo con tranquilidad. Se sorprendió al ver el desconcierto en el rostro de todos cuando anunció que debía irse porque no tenía más tiempo. Para su incredulidad ellos se lamentaban por su partida. Intentaron convencerla para que se quedara más tiempo lo que tomó totalmente por sorpresa a Lizz. Había niños cuyos nombres ella no conocía y sin embargo la estaban agarrando de la manga de su abrigo y le pedían que se quedase un poco más o les contara otra historia.
Lizz perdió la cuenta del número de veces que se disculpó por no poder quedarse más tiempo. Si había alguien por quien ella tenía realmente compasión eran los niños y realmente se lamentaba de no poder cumplir con sus deseos pero tampoco podía simplemente olvidarse de Liam.
Se despidió de ellos sin querer hacerlo realmente y obteniendo que al menos le dijeran veinte veces que debía volver otra vez. Siguió a Damon nuevamente por el pasillo de recepción luego de despedirse también de Sally. Se detuvo tan solo un segundo para observar todos los cuadros teniendo fotografías de niños y se preguntó durante cuánto tiempo se habían escondido en la clandestinidad para no pasar a servirle a la Sociedad.
—¿No piensas quedarte? —Preguntó una vez que estuvo con Damon en el ascensor.
—¿Y quedarme solo con quince pequeños monstruos que me atacarán con mil preguntas respecto a ti? —Preguntó Damon—. Al menos merezco una hora de respiro antes de que se abalancen sobre mí, literalmente.
—Son buenos —dijo Lizz.
—Son como pequeños monstruos y es aún peor cuando se organizan. Se portaron bien porque estabas tú —dijo él.
—Es probable que exageres —dijo ella.
—Es probable que no —dijo él—. ¿A dónde te diriges?
—Me encontraré con Liam en el departamento de Jess —dijo ella.
—Te pagaré un taxi —dijo Damon—. Es lo mínimo que puedo hacer si anoche te ocupaste de mí.
Ella permaneció en silencio y lo esperó unos pocos minutos en la puerta del edificio mientras él hablaba con el portero. Lizz respiró profundamente, el aire fresco de la nevaba la tranquilizaba de un modo increíble. Agudizó el oído al escuchar que Damon le preguntaba sobre lo que había sucedido.
—Un ave se estrelló contra las puertas y salí a ver cómo estaba. La estupidez de esos plumíferos me sorprende más cada día. Entiendo que sean muros de cristal pero al menos tendrían que ver el reflejo de la nieve —dijo él.
—¿No notaste nada más? —Preguntó Damon.
—Nada en absoluto y revisé todo el lugar. Nadie entró aquí sin que yo lo supiera —dijo Walter—. Creo que Isabelle te engañó.
—Sí, es lo más probable. Cuando ellos se organizan siempre se salen con la suya y si ellos querían conocer a la persona que andaba metiendo a escondidas ya lo consiguieron también —dijo Damon—. Tan solo... no vuelvas a dejar tu puesto y estate alerta por esta semana.
—Siempre lo estoy —dijo y lo llamó cuando él se alejó—. Damon —Él se dio vuelta para verlo, Walter parecía desconcertado—. ¿Sabes qué fue realmente extraño? Era un halcón el ave, uno que nunca antes había visto. Estoy casi seguro.
—¿Qué hacía un halcón aquí? —Preguntó Damon y Walter se hundió de hombros—. Llama a control animal.
Walter asintió.
Lizz se pasó una mano con un movimiento fugaz por el cabello y miró para otro lado cuando Damon se acercó nuevamente a ella. Fingió indiferencia o que simplemente no había escuchado lo que ambos hombres habían hablado. Suspiró antes de meter sus manos en los bolsillos de su abrigo.
—Me conviene cruzar el parque y tomar algún transporte en la quinta. Costará menos y además necesito un poco de aire libre luego de haber estado dentro durante horas —dijo ella.
—¿Si te digo que hay un halcón en la zona tú qué piensas? —Preguntó él y Lizz suspiró.
—Que alguien se alejó bastante de su hogar —Respondió.
Ambos cruzaron la calle y luego se adentraron en el parque. Lizz sonrió al sentir la nieve bajo sus pies o caer sobre su cabeza. El invierno podía llegar a ser cruel y helado pero para ella la nieve era una de las cosas más hermosa que existía. Le resultaba extraña y admirable la idea de miles de copos de nieve y sin embargo ninguno era idéntico a otro. Ella sonrió y pateó la nieve acumulada en el suelo cuando Damon se le adelantó de modo que le dio. Él se dio vuelta y la miró.
—Eres peor que un niño —dijo.
Ella lo ignoró y continuó con su camino. Se detuvo totalmente al sentir una bola de nieve estrellarse contra su espalda y se dio vuelta. Miró molesta a Damon mientras él le devolvía una sonrisa.
—Te la debía —dijo él.
—No me hagas humillarte en una guerra de bolas de nieve —dijo ella.
—¿Humillarme? Eso es ridículo —dijo él y Lizz sonrió al aceptar el desafío.
Damon volvió a lanzarle una bola de nieve y ella se la devolvió. Lizz corrió para huir de los ataques de él. Llegó a perder la noción del tiempo y olvidarse totalmente de Liam mientras se divertía o reía. La nieve caía lentamente y había suficiente acumulada en el suelo como para crear una gruesa capa bajo sus pies. El tiempo se le hizo inmensurable mientras devolvía ataques o corría para evitar otros. En aquel momento a ella se le hacía demasiado fácil olvidarse de todo y de todos.
Solamente se detuvieron e hicieron las pases cuando llegaron al lago. Luego ambos continuaron caminando por la orilla de este mientras se quitaban los restos de nieve que les había quedado en la ropa. Damon la tomó totalmente con la guardia baja cuando le quitó la nieve del cabello con una mano y Lizz le mostró una ligera sonrisa a cambio.
—Tu hermano me odia. ¿No es así? —Preguntó él.
—No escuches a Liam, él simplemente es muy sobre protector —dijo Lizz.
—Pero cuida de ti y eso es lo que importa —dijo Damon y ella suspiró.
—A veces creo que solo sigue adelante porque yo no le mostré cuánto me afectó todo lo sucedido. Si lo hubiera hecho él posiblemente no hubiera podido. Me mantuve fuerte porque sabía que de lo contrario Liam no podría —dijo ella—. Conozco a mi hermano y sé que él puede aparentar exactamente todo lo contrario de lo que es.
—Liam tiene suerte de tenerte —dijo él.
Lizz lo miró una vez y nuevamente sus sentimientos hicieron acto de presencia al verlo sonreír. Ella suspiró y se alejó. Se sentó en la nieve junto al lago esperando que el frío aire la ayudara a recuperar el control. Damon se sentó a su lado y ambos permanecieron en silencio creyendo lo mismo. Luego de unos minutos él tomó una pequeña caja azul con un moño plateado y se la entregó.
—Ellos insistieron, creen que todos merecen un regalo en Navidad. Mia no dejó de insistir desde que te conoció pero no lo abras ahora —dijo él.
—Gracias —Susurró ella.
Tomo la pequeña caja y la observó durante unos segundos antes de guardarla en su abrigo. Ella miró el lago congelado durante unos segundos sin saber qué pensar. Vaciló durante mucho tiempo pero al final se decidió a hablar.
—Se supone que un cazador no debe tener sentimientos, estos pueden afectarte al momento de actuar y costarte caro. Ya una vez casi pierdo la vida por ellos —dijo Lizz.
—Supuse que sería algo similar. Por eso ustedes fingen desinterés por cualquier cosa que implique sentimientos —dijo Damon y ella suspiró.
—Un cazador debe ser frío y objetivo, no se puede permitir ningún tipo de sentimientos. Hasta la amistad es peligrosa. No debería decirte esto pero no me importa —dijo Lizz—. Y lo cierto es que un hombre casi me costó la vida ya. Él... no fue muy bueno conmigo.
—¿Otro cazador? —Preguntó él y ella desvió la vista—. No has contado esa historia.
—No es una que me guste recordar —dijo ella.
—Sabes que yo jamás dejaría que algo malo te sucediera mientras pueda evitarlo —dijo Damon.
—Es que no es solo eso. Hay muchas otras cosas que tú no sabes y no puedo decirte —dijo Lizz y tiró de su cabello con desesperación. Gimió apenas cuando Damon tomó sus manos y la giró para que lo mirase—. No puedo.
—No me importa. Hay muchas cosas que tú tampoco sabes de mí —dijo él.
Ella lo miró durante unos segundos y entonces supo que ya nada más importaba realmente. Se inclinó sobre él sin pensarlo. El corazón le dio un vuelco al sentir los labios de Damon sobre los suyos. Durante un momento se olvidó hasta de respirar sintiendo aquel placer que jamás antes había experimentado. Disfrutó de aquel beso y simplemente se dejó llevar por aquellos sentimientos que había intentado en vano reprimir.
No pensó en las consecuencias ni en los problemas que aquello podría traerle, no pensó en nada más que darle rienda suelta a su corazón al menos por aquel momento. Aquello se sentía demasiado bien, mejor de lo que jamás hubiera esperado. Los labios de él eran cálidos y seguros y le devolvían el beso con el mismo deseo causando que su corazón perdiera su habitual y estable ritmo que había conseguido luego de años de entrenamiento.
Damon acarició con una mano su rostro, su tacto ardía contra su piel. Había pasado años de entrenamiento para aprender a controlar su cuerpo perfectamente, para que este no la delatara o traicionara durante una cacería o en los momentos más difíciles, aún en las peores situaciones su corazón ni siquiera se aceleraba. Y sin embargo, en aquel momento, parecía como si todos esos años se hubieran esfumado.
Tan solo recuperó la respiración y la consciencia cuando él se alejó unos centímetros. Se preguntó por su voluntad o por lo que le estaba sucediendo. Se sentía como una presa que había sido totalmente sorprendida y a la que no le quedaba alternativa alguna más que entregarse.
—Si alguien sabe de esto me matarán —dijo ella y él tomó su mano para luego besarla suavemente en los nudillos.
—No se lo diré a nadie. Tienes mi palabra —dijo Damon.
Lizz apoyó su cabeza sobre el hombro de él y perdió su vista en el lago congelado. Mil recuerdos le vinieron a la mente. Pensó en su juramento al momento de hacerse cazadora, pensó en sus propias palabras hacía unos días cuando había conocido la verdad sobre Gael y su separación de la familia, pensó en años de palabras en vano.
No dijo nada pero sintió a la perfección y más que cualquier otra cosa cuando Damon deslizó un brazo alrededor de su cintura. Ella contuvo un suspiro al sentir que el tacto era más que placentero y cálido y se acurrucó más contra él. Le era totalmente incomprensible lo que sentía, lo que experimentaba por primera vez.
—Extraño mi casa —Susurró ella luego de unos minutos—. No se lo he admitido a nadie hasta el momento pero lo hago. No es lo mismo mirar el lago a mirar el Liffey y realmente extraño mi casa.
—Cierra los ojos e imagina que estás ahí, es lo que yo hago —dijo Damon.
—Sería difícil —dijo ella y lo miró—. Tú no estarías ahí. Si me hubiera quedado me seguiría cortando. Si me hubiera quedado seguiría manteniéndome alejada de mi hermano. Si me hubiera quedado hubiera cometido varios errores. Me salvaste de mi misma. No acostumbro hacer esto pero gracias.
Él no respondió. Suspiró y permaneció en silencio unos segundos mirándola, simplemente mirándola. Lizz le sostuvo la mirada. Se preguntó qué estaría pensado él, qué estaría viendo en sus ojos azules.
Damon le levantó apenas el rostro. Segundos después se inclinó y la besó otra vez y ella no necesitó nada más para comprenderlo. Él la había ayudado porque había visto que necesitaba ayuda por más que se lo negara hasta a ella misma y él había sabido escuchar y comprender su dolor. Y ella le devolvió el beso sin vacilar, le gustaba la sensación que aquello le provocaba.
Instintivamente se acercó más a él, no lograba comprender del todo por qué simplemente había perdido control o consciencia al respecto. Deslizó sus manos por su rostro y enredó sus dedos en su cabello que le resultaba grueso y agradable al tacto, era como si simplemente la invitara a enterrar sus dedos allí. Sentía a la perfección las manos de él deslizándose por su espalda, provocándole una pequeña corriente eléctrica por donde pasasen. A pesar de la tela, la simple presión era suficiente. Y quizás por primera vez en años, Lizz no tenía control sobre algo que había sabido controlar desde sus primeros meses como cazadora: su respiración o los latidos de su corazón.
Ella siempre había sabido controlar a la perfección su respiración o los latidos de su corazón para ser totalmente sigilosa y silenciosa y que ni el mejor de los depredadores pudiera oírla. Y sin embargo, ahora, parecían ser no más que años de entrenamientos tirados a la basura. Ella prácticamente no recordaba la última vez que su respiración había sido tan agitada. O al menos aquello le parecía a ella ahora, agitada, porque para cualquier otro no lo hubiera sido realmente.
—Me encantaría seguir robándote tiempo de este modo pero temo que el niño bonito armará otro de sus escándalos si no apareces pronto —dijo Damon sonriendo contra sus labios. Solo entonces ella reaccionó.
—Liam —dijo y se puso en pie de un salto—. Quedé con él a las cuatro. Estoy tarde. Me matará.
Damon rió, una risa franca y encantadora que ella nunca antes le había escuchado, antes de ponerse en pie también.
—No te matará pero será mejor que vayas antes de que empiece a creer que algo terrible te ha pasado —dijo él y pasó una mano por su espalda—. Vamos, te pagaré un taxi. Estarás con él en cinco minutos.
******
Lizz no necesitó una llave para entrar al departamento de Jess, la puerta estaba abierta y ella entró prácticamente a escondidas sabiendo que estaba tarde. ¿Qué excusa le inventaría a Liam? Porque sabía que la verdad no era una opción. Ella simplemente no le podía decir que había llegado tarde por haber estado besándose con Damon. Prefería no imaginar cómo reaccionaría Liam si lo supiera.
Se detuvo un momento al recordar que todavía cargaba su regalo y sacó la pequeña caja de su bolsillo. Tiró del lazo plateado para abrirla y miró el contenido. Levantó la delicada cadenilla plateada sujetando un corazón. La observó en silencio sin saber qué pensar, qué creer al respecto. Sonrió apenas sin poder evitarlo y la guardó rápidamente al escuchar a Liam.
Se deslizó en silencio hasta la puerta de la cocina donde él ya estaba preparando la cena. Era impresionante lo rápido que anochecía en New York en aquella época. Lizz supo que su hermano notó su presencia, él siempre lo hacía por más silenciosa que ella fuera. Sus hombros se tensaban tan solo un segundo al sentirla y luego se relajaban, aquello era lo que ella había descubierto con el tiempo.
—Llegas tarde —dijo mientras continuaba cortando verduras.
—Salí a hacer unas compras —dijo ella y dejó una bolsa de papel sobre la encimera—. Es Navidad, hay cosas que no podemos dejar de lado a pesar de los últimos acontecimientos.
—¿Qué trajiste? ¿Postre de caramelo? —Preguntó él y ella sonrió.
—Algo mejor que eso —dijo y sacó una botella de vidrio de la bolsa, Liam abrió los ojos desmesuradamente—. Es vino. La misma cosecha con la que papá nos hacía brindar cada año. Me tomó tiempo pero finalmente encontré un clurichaun en un bar irlandés en la cuarenta y cinco y Park. Le dejé un pedido. Tuve que salir a buscarlo, por eso llegué tarde.
Aquello no había sido del todo mentira. Ella había hecho aquello, tan solo había cambiado el final. Había preferido no decir que habían dejado la botella aquella mañana en la recepción del edificio y usar el hecho de tener que ir a buscarla como excusa. Liam pareció no notar el engaño, él estaba realmente sorprendido por lo que ella había conseguido.
—¿No te pidió identificación? —Preguntó—. Al parecer aquí no le pueden vender alcohol a menores de veintiún.
—Liam, es un clurichaun. ¿Crees que respetaría esa ley? ¿Frente a otra irlandesa? —dijo ella.
—No, supongo que no —dijo él y le sonrió tristemente—. Es nuestra primera Navidad solos.
—No, no es así —dijo Lizz y se acercó hasta tocarle el corazón—. Ellos están todavía, aquí. No nos abandonaron, no estamos solos. Podremos superarlo. Ya verás. Nos sentaremos y brindaremos con este vino y comeremos. Tú por suerte heredaste la buena cocina de mamá —Ella sonrió—. Estaremos bien.
Lizz notó que los ojos de su hermano brillaban más de lo que debían y lo abrazó. Él la abrazó al instante y Lizz lo sintió sollozar por más que Liam seguramente debía creer que él debía ser el fuerte y asumir el control de la vida de ambos, que debía reemplazar el lugar que sus padres habían dejado.
—Todo estará bien. No es que no tengamos nada. Tenemos casa y dinero suficiente para los próximos años. Y sí, nuestra convivencia será diferente y tendremos que ocuparnos de más cosas pero estaremos bien —dijo ella y suspiró—. Liam, tú siempre puedes con todo, tú eres esa persona que siempre está seguro a pesar de que la situación sea desesperante y todo se desmorone. Por eso te admiro, porque a ti la situación nunca te supera. Nos las arreglaremos bien mientras nos mantengamos juntos. Además, tenemos que demostrarles a ellos que podemos hacerlo, que no dejaron a dos niños que no saben qué hacer.
Ella le sonrió a su hermano cuando él finalmente la soltó y él le devolvió la sonrisa. Se alejó y tomó dos copas para poder servir el vino. Sabía que Jess no volvería, ella les había dejado el departamento solamente a ellos dos por esa noche. Sirvió el vino en ambas copas. Aspiró profundamente su embriagador aroma, no había mejor vino que el hecho por clurichauns. Le alcanzó su copa a Liam y luego levantó la suya.
—Por los hermanos Dunne, seguimos vivos después de diecisiete años a pesar de todos los problemas y las peleas —dijo ella.
—Y por otros diecisiete años más —dijo él y ambos sonrieron antes de brindar.
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