Capítulo 1
Dos hombres que jugaban el rol de guardias la sostenían por los brazos y la obligaban a caminar a pesar de ya tener sus manos esposadas en su espalda. Ella mantenía su vista clavada en el suelo y su atención perdida en sus tristes pensamientos viendo las luces demasiado artificiales reflejarse en el suelo a cada metro. Sonrió con pesimismo, al menos ya no estaría encerrada en aquella vacía habitación mientras esperaba su juicio.
Entró con la frente en alto al salón prometiéndose que ni por un segundo dejaría de hacer valer su nombre. Hubiera esperado otra cosa de un juicio, quizás un arreglado salón ambientado como si fuera un verdadero juzgado con un hombre elegante de perfecto traje haciendo de juez. Después de todo, ella había asistido a los juicios que había presidido su padre desde que tenía memoria. Pero esta vez no hubo arreglados salones ni elegantes hombres, ni siquiera silla en la cual sentarse. No había nada más que un pequeño patio y varias personas que la miraban desde balcones.
Levantó la vista, parpadeando ante la incomodidad de la luz artificial. No podía distinguir el rostro de los otros miembros entre las penumbras, apenas si podía ver cómo ellos la miraban con hostilidad. Resopló esperando quitarse un corto mechón del rostro con aquel acto y miró con furia a quienes la observaban. Guardó su dignidad y su orgullo, se negaba a mostrarse débil.
—¿Cómo se declara la acusada? —preguntó un hombre.
—Inocente —dijo ella tan firmemente como le fue posible.
—Las pruebas demuestran todo lo contrario niña —dijo otro hombre y ella apretó los dientes por cómo la llamó—. Se te encontró junto al cuerpo y la sangre de la victima aún sigue en tus ropas por si no te has dado cuenta. La flecha que la mató es tuya y tus huellas están impregnadas en ella.
—Identifícate —ordenó una mujer.
Ella no respondió al instante. Se limitó a mirarlos sin molestarse en ocultar el desprecio que sentía. Era como si la sangre no continuara en su ropa, como si no sintiera aún el peso de aquella flecha traidora en sus manos, como si no la hubieran arrestado por homicidio la noche anterior.
—¡Identifícate! —repitió el hombre a cargo.
—Dunne, Lizz Dunne, cazadora irlandesa por si no lo han notado todavía —dijo ella y aquel comentario disgustó a la mayoría de los presentes—. Diecisiete años y tres meses.
—Detente —dijo un joven levantando una mano y con los ojos cerrados—. Ya la he captado —continuó él, un identificador reconoció ella al instante—. Es una cazadora de alto nivel. Su sangre es totalmente irlandesa. Es hija de Brian y Saoirse Dunne. Aquel no es su verdadero nombre, su verdadero nombre es...
—Atrévete a mencionarlo y te cortaré la lengua tan rápido que ni lo sentirás —dijo ella y el muchacho se calló al escucharla—. Odio mi verdadero nombre —murmuró por lo bajo.
—Amenaza se sumará a tu lista de acusaciones —dijo una mujer.
—¿Lista de acusaciones? Ya lo he dicho, soy inocente —dijo Lizz.
—Tu afirmación sería tomada en cuenta si no hubieras matado a nuestra única detectora —dijo el hombre a cargo—. Qué conveniente. ¿No crees? Hay otros crímenes recientes en tu historial y la única persona capaz de saber si mientes o no al declararte inocente está muerta gracias a una flecha tuya y que fue disparada por ti.
—¡Aquello no es cierto! —exclamó ella—. ¡Yo no disparé esa maldita flecha! ¿Cuántas veces debo repetirlo? Soy inocente.
—Eres culpable ya que no hay absolutamente nada que demuestre lo contrario. Entréguenla a los monarquistas, ellos se entretendrán mucho con ella. Sangre irlandesa. ¿No es así? Les gustará algo exótico —dijo el hombre.
—¿Qué? —exclamó ella—. ¡No pueden hacerme esto! ¡Va contra la ley!
—¿Y tú cómo sabes eso? —preguntó una mujer sonriéndole con maldad.
—Mi padre presidía todos y cada uno de los juicios en Irlanda. Conozco la ley y este juicio está fuera de ella. Este juicio no fue correctamente desarrollado y el castigo por homicidio no es aquel —dijo con convicción.
—Quizás no en Dublín pero esto es New York y la ley aquí no es la misma que en Irlanda —dijo el hombre seriamente—. Prepárenla y entréguenla a los monarquistas, no quiero volverla a ver. ¡No quiero que regresen hasta no traerme su cuerpo totalmente vacío!
Ella apretó los dientes y miró con odio al hombre a través de las sombras. Intentó resistirse pero fue en vano. Los dos hombres la sujetaron y la arrastraron fuera del salón contra cualquier voluntad suya. Maldijo internamente a aquellos miembros, maldijo su situación actual y maldijo a Liam por haberse separado de ella y dejar que aquello ocurriera.
La arrastraron nuevamente por el mismo aburrido y angosto pasillo. Los dos guardias sonreían y parecían regocijarse de la situación. No debía ser más que un entretenimiento aquello para ambos, algo con que divertirse para distraerse de su monótona vida. Lizz gruñó sabiendo que ella con sus pocos años había hecho más de lo que seguramente habían hecho ellos dos en toda su vida. Ella sabía que ellos dos no resistirían en ningún tipo de combate y no eran más que dos tontos.
—Tranquila, será rápido —dijo uno con tono burlón—. Simplemente te ataremos y te dejaremos en su territorio.
—Los monarquistas acabarán contigo antes de que puedas decir algo —dijo el segundo.
—Dicen que mueres en estado de éxtasis —dijo el primero.
—No correrá esa suerte. Serán muchos. La abrirán de los pies a la cabeza para poder todos a la vez —dijo el segundo con maldad—. Morirás descuartizada.
—Entonces sí puedes inquietarte —dijo el primero e hizo un sonido de disfrute—. Sangre irlandesa, les gustará a los monarquistas.
—Sangre de cazadora irlandesa. Aquello es realmente un platillo exótico. No es algo que se encuentre todos los días aquí —dijo el segundo.
Ella puso los ojos en blanco, claramente ellos eran dos idiotas. La ley de la Sociedad debería ser igual en todas partes pero su padre siempre le había dicho que todas partes no eran iguales y por eso la ley debía ser diferente para cada una. Durante un momento Lizz se preguntó qué hubiera pasado si su padre hubiera presidido el juicio, si él al menos hubiera estado allí para defenderla. Él le hubiera creído, hubiera confiado en ella.
Ambos se detuvieron frente a una puerta y la obligaron a entrar al pequeño almacén. Ella vio por el rabillo del ojo cómo las llaves de sus esposas colgaban de la cintura del segundo guardia y fingió tropezarse al entrar. El hombre ni siquiera notó cómo ella le robaba limpiamente las llaves cuando cayó sobre él y la sostuvo. Lizz rápidamente se ocupó de no mostrar lo que había tomado y siguió oponiendo resistencia aún cuando ambos hombres la obligaron a arrodillarse en el suelo.
El primero de ellos se acercó hasta una de las estanterías, horribles e industriales tablas de metal sostenidas por construcciones del mismo material, y tomó un sable. Lo empuñó al instante y apuntó con su filo hacia Lizz. Un sable Yan Ling Dao reconoció ella al instante por más que ellos dos seguramente no sabían diferenciar un estoque de un sable.
—Quieta o te mato —dijo él y ella puso los ojos en blanco.
—Dame a mí, déjame intentar —dijo el segundo hombre.
Ella intentó no perder la paciencia al ver que dos idiotas que se comportaban peor que niños eran sus guardias. Hubiera esperado algo mejor. Tantos años haciendo su reputación para que pusieran a dos imbéciles a vigilarla. Era ridículo, ni siquiera sabían empuñar bien un sable. Ella los ignoró mientras se ocupaba de manejar las llaves y tratar de liberarse. Era ideal que ellos se distrajeran tan tontamente y no notaran lo que hacía.
—Probemos con esto —dijo el primero y entonces tomó un arco. El arco de Lizz.
—¡Suéltalo ya mismo! —dijo ella pero el hombre solo sonrió.
—¿Qué es eso? —Preguntó el segundo hombre.
—Creo que es de ella. Tenía este arco cuando la arrestaron o eso oí —respondió el primero—. ¿Quién diablos usa esta inutilidad?
—¿A quién piensas herir con estas flechitas? —dijo el segundo mirando su aljaba y su contenido—. Parecen el tipo de juguete que le compraría a mi hija si tuviera una. Esto no debe siquiera lastimar.
Una vez, durante una fogata, sus camaradas cazadores habían contado historias sobre estadounidenses para burlarse de ellos. En aquel momento ella pensó que realmente no podía ser posible que existieran personajes tan tontos pero ahora se estaba replantando aquel punto seriamente. Su sangre hervía de solo ver cómo ellos dos jugaban con sus pertenencias más preciadas.
—¡Cuidado, te puedo matar! —dijo el primero sosteniendo una flecha ridículamente mal en el arco y apuntando al segundo.
—¡Qué miedo! —exclamó el segundo.
—Suelten eso ya mismo —dijo ella ya perdiendo la paciencia pero ambos hombres continuaron.
—Parecen ramitas de árbol —dijo el segundo examinando las flechas—. Creo que podría romperlas fácilmente.
—¿Te has detenido a mirar esto? No creo que ni puedas disparar correctamente —dijo el primero sosteniendo aún el arco.
—Escúchenme bien, aún no han acabado con todo mi autocontrol. Suelten aquello ya mismo si no quieren que los lastime —dijo ella.
—Estoy temblando de miedo —dijo el primero con burla—. ¿La has oído? Nos advierte que nos lastimará.
—Deberíamos llamar refuerzos. Nosotros dos no podremos con ella y sus juguetes —dijo el segundo.
—¿Estás hablando en serio? Esto es ridículo —dijo el primero y entonces rompió la cuerda del arco al jugar con él. Lizz gimió.
—¿Tienes idea de cuánto me costó esa cuerda? Fue hecha por uno de los mejores Wicca de Irlanda. ¡Estuve semanas cazando animales mágicos para conseguirla! Estaba hecha a partir de crin de unicornio. ¿Te haces una idea de lo difícil que es encontrar uno y mucho más cazarlo? —dijo ella aún incrédula y entonces perdió cualquier autocontrol que hubiera tenido—. ¿Cómo demonios has podido romperla?
—Pues al parecer no era tan buena si se rompió —dijo él.
—¡O tú eres un idiota que no sabe tratarla como se merece! —exclamó ella.
—¿Crees que sus flechas sean igual de resistentes? —preguntó el segundo e hizo fuerza hasta que escuchó el chasquito de la flecha—. Vaya, sí lo son.
—Pásame una —dijo el primero.
Ella miró con horror cómo tonto y más tonto partían cada una de sus flechas. El chasquido de ellas al romperse, sus inaudibles gritos de agonía, no eran más que una puñalada para Lizz. Deseó con todas sus fuerzas tener a ambos entre sus manos y partirlos del mismo modo, oír sus huesos crujir y romperse bajo su presión. Las flechas que ella mismo se había ocupado de crear ahora mismo estaban siendo asesinadas frente a sus ojos.
Se apresuró cuanto pudo a manipular la llave e intentar liberarse, necesitaba salvar sus cosas de aquel cruel destino. Trató de concentrarse y actuar rápido, que sus manos tan hábiles para apuntar y dar en el blanco pudieran ocuparse de liberarla. Respiró profundamente y cerró los ojos. Y entonces escuchó un chasquido y supo que no fue el de otra flecha sino que el de sus esposas al ceder.
Se puso de pie de un ágil salto. Ambos guardias palidecieron al verla y solo entonces mostraron lo realmente cobardes que eran. Durante un segundo realmente consideró matarlos por lo que habían hecho pero descartó aquella idea tan rápido como apareció. Los dos hombres se rieron de ella cuado se les acercó sin ningún arma y Lizz les sonrió con diversión antes de golpearlos a ambos en el medio de la garganta. Los hombres se quedaron sin aire y no pudieron gritar. Estaban desorientados y ella los golpeó en el pecho de una patada para tirarlos de lado. Ambos se golpearon la cabeza contra los estantes y cayeron al suelo con un ruido sordo.
Se acercó hasta donde descansaban su arco y sus flechas rotas y sintió prácticamente su alma romperse en dos. Los recogió con dolor. Presionó el pequeño botón que activaba el mecanismo del arco y lo hacía doblarse en dos hasta quedar del largo de una flecha y guardarse fácilmente en su aljaba. Lizz guardó flechas y arco a pesar de su estado y se colgó la aljaba de su espalda.
Se puso en pie nuevamente y se acercó hasta los dos estúpidos. Los miró con odio y despreció y luego pateó al que tenía más cerca. Se agachó junto a ellos y les sonrió antes de llevarse un dedo a los labios por más que ambos estaban casi inconscientes. Debieron haber sabido que se necesitaría más que dos guardias para controlarla. Deseó poder hacerles sufrir más por lo que habían hecho pero su instinto le dijo que no disponía de mucho tiempo.
Lizz se tranquilizó, su instinto pocas veces le fallaba en situaciones de este estilo.
Salió del improvisado almacén. Caminó por los pasillos agradeciendo que estos se encontraran desiertos. Al parecer era una hora muy temprana o los miembros se encontraban ocupados en otra cosa como regocijarse luego de su juicio. Ella los odió. En Irlanda no hubiera sucedido aquello, en Irlanda no la hubieran arrestado por supuesto homicidio, en Irlanda no se hubieran atrevido a dudar de una cazadora y mucho menos de una Dunne.
Saltó sobre un guardia cuando este la vio y de un rápido y limpio movimiento le torció el cuello y lo dejó inconsciente. Lo depositó con cuidado en el suelo y se vio obligada a repetir nuevamente aquello con un segundo guardia cuando este apareció.
Encontró un ascensor a mitad de pasillo y rápidamente se metió dentro. Se quedó perpleja al no saber donde estaba, no saber si debía bajar o subir para encontrar la salida. El ascensor no mostraba ningún piso y los únicos botones dentro no tenían escrito ningún número o nada que pudiera darle la más mínima pista respecto a dónde ir. ¿Y ahora qué haría?
La estructura cobró vida repentinamente y ella sintió cómo comenzaba a descender. Miró para todos lados sabiendo que si la encontraban ya no tendría escapatoria. Piensa rápido, piensa rápido, piensa rápido... Entonces su vista se centró en un punto en el techo y ella supo lo que tenía que hacer. Juró sobre la pareja de idiotas por haber roto sus armas, hubiera sido más sencillo sino. Se quitó su aljaba y la lanzó con fuerza hacía el techo. La placa que cubría la salida se movió al instante. Lizz atrapó su aljaba antes de que cayera al suelo. Sacó su arco, lo desplegó y se estiró cuanto pudo para lograr correr completamente la placa usando su arco como extensión de su brazo. Sonrió triunfal al lograrlo y volvió a guardar lo que quedaba de su arco.
Saltó sobre una pared y se impulsó con sus pies para saltar más alto. Sus manos se aferraron fuertemente al borde del hueco que había dejado en el techo. Utilizó todas sus fuerzas para levantarse a pesar del dolor que le causaba en ambas manos. Lo logró sin mucha dificultad entre maldiciones a su situación y al filoso borde que por poco casi le cortaba las manos.
El ascensor siguió descendiendo cuando ella estuvo sobre él y se apresuró a poner la placa nuevamente en su lugar una vez se detuvo. Tan solo dejó una pequeña parte sin cubrir, más pequeña que un centímetro de ancho, solo para poder observar.
Tres jóvenes entraron en el ascensor sin sospechar nada y Lizz se preguntó si en aquella ciudad la edad importaría tan poco como en la suya. Las puertas se cerraron nuevamente y una joven de cabello extremadamente negro y grandes ojos marrones se acercó y presionó un botón. Seguramente tendría dieciocho años. Ella era alta y estilizada, tenía un cuerpo perfecto y la tez oliva. Nada comparado a Lizz.
Ella era pequeña y delgada, de proporciones delicadas. Su cuerpo parecía más el de una muñequita que otra cosa. Sus ojos eran azules y brillosos. Su cabello era extremadamente fino y oscuro como el chocolate, le caía más allá de sus hombros. Su padre siempre la había llamado duendecillo, cariñosamente. Aún para ser una cazadora Lizz sabía que su cuerpo no estaba bien. Ningún miembro de la Sociedad sería tan delgado o parecería tan frágil. Se sentía como una figurita de cristal entre soldados de madera. Y los demás no dudaban en tratarla como una niña por eso, algo que la enfurecía terriblemente.
El ascensor comenzó a ascender mientras ella maldecía a todos los que la subestimaban por su aspecto y condición. Liam no era así, Liam no había corrido su misma suerte. Él era fuerte y tenía buen físico. Era el tipo de joven por el que cualquier chica se desesperaba por encontrar. Su piel era pálida pero a diferencia de Lizz que simplemente la hacía parecer más frágil a él lo hacía parecer más guapo. Su cabello era fino y corto, y siempre estaba alborotado, pero era sedoso al tacto. Guardaba un gran parecido con ella. Sus ojos, su cabello, su sonrisa... Pero dónde Lizz no parecía más que una ficha fuera de lugar él encajaba perfectamente y no solo aquello, sino que sobresalía.
—Muero por un frappuccino, necesito un Starbucks ya —dijo la joven—. Es por esto que odio los sábados.
—No hubieras salido de fiesta ayer —dijo el más joven de los tres—. En serio Jess. ¿Para qué lo haces si sabes que luego tienes que levantarte temprano?
—Cállate Tonny. A diferencia de ti no soy una antisocial y si tengo que levantarme temprano es gracias a la maldita Sociedad que no puede estar una hora sin que se me necesite —dijo ella.
Lizz observó a los dos jóvenes que acompañaban a la tal Jess. El más pequeño de ellos no debía tener más de quince años, probablemente menos. Su cabello era oscuro y rizado, un par de gafas descansaban sobre su enorme nariz. Tonny a simple vista no era bien parecido aunque quizás con un poco de arreglo y mejores ropas hubiera podido conseguir al menos una chica. Pero se trataba de un simple humano, no un miembro de la Sociedad, algo que a ella le resultaba completamente fuera de lugar.
Totalmente contrario a él Jason tenía un aspecto genial. Era alto y bronceado. Su espeso cabello dorado parecía el de un león y su perfecta sonrisa de dientes blancos hubiera conseguido más de un corazón. Para ser un estratagema estaba en perfecta forma. Quizás aquí los estratagemasno se quedaban detrás del tablero, como solía decirse, y jugaban también.
—Debe estar de mal humor porque la habrán atacado ayer —le dijo Jason a Tonny—. Déjalo. Un miembro de la Sociedad no pasa muy desapercibido a veces.
Lizz levantó su mano derecha y miró a través de la oscuridad la pequeña marca de nacimiento en el dorso de su mano, entre el pulgar y el índice. Nada más que una cruz. Aquella marca que la identificaba desde su nacimiento como miembro de la Sociedad. Todos tenían la marca y siempre en algún lugar de las manos.
—¡No me atacaron! —protestó Jess—. Además, mi persona no es asunto de vuestros chismes. Si quieres hablar de algo puede ser del misterioso asesinato de Gael.
—Escuché que detuvieron al culpable —dijo Tonny—. Lo procesaban hoy.
—¿Alguien sabe cómo murió? —preguntó Jess.
—Una flecha directo a la garganta, murió al instante —dijo Tonny—. Tiene que haber sido un arquero muy hábil para hacer un trabajo así.
—¿No lo llamaron para que la salvara? —preguntó Jason y Jess suspiró antes de negar con la cabeza.
—Ya estaba muerta cuando la encontraron. No habría habido modo de salvarla. Ni cien sanadores hubieran podido salvarla. Fue una muerte demasiado perfecta y limpia, quien haya disparado la flecha es realmente muy hábil —dijo ella.
—Jess, no hay cien sanadores —dijo Tonny.
—Ya lo sé, ya lo sé, no me vengas con tu maldita lógica —dijo ella.
—Pero al menos un sanador tenemos —dijo Jason.
—Sí, pero sabes que no nos ayuda por gusto —dijo Jess.
—Yo creo que podrías preguntarle a Mad qué pasará con todo este asunto del asesinato —dijo Tonny.
—La loca Mad con suerte dirá algo coherente—Dijo Jess—. ¿O no recuerdas su última predicción? Al parecer un miembro de la Sociedad estaría condenado a causa de otro. Realmente ridículo. ¿No crees?
—Si realmente fue un miembro quien mató a Gael entonces no es tan ridículo ya que es un miembro de la Sociedad —dijo Tonny—. Habría que investigar esto más a fondo.
—Hagan lo que quieran, yo necesito mi frappuccino para que mi mente funcione bien —dijo Jess—. Es de vital importancia que encuentre un Starbucks.
El ascensor se detuvo y las puertas se abrieron. Los tres jóvenes continuaron hablando entre ellos al momento de salir. Lizz escuchó los ruidos del exterior y vio la luz natural llegar débilmente hasta el suelo del ascensor. Contó lentamente, imaginando a la perfección en su mente cómo los tres jóvenes se alejaban. Una vez estuvo segura que no la verían se apresuró a meterse nuevamente dentro del ascensor. Aterrizó hábilmente de cuclillas y se apresuró a salir antes de que las puertas se cerrasen.
Corrió hacia donde provenían los ruidos de la calle y entonces salió. Se encontró en medio de un alborotado New York apenas despertándose, saliendo de la Sede local oculta tras la fachada de un edificio en reparaciones. Miró para todos lados sin saber qué hacer.
Oficialmente, estaba sola y perdida en una ciudad que nunca había conocido.
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Liam continuó luchando por no quebrar su voluntad mientras la hermosa chica continuaba sobre él jugando con sus manos bajo su ropa. No me dejaré seducir, no me dejaré seducir. Tengo que encontrar a Lizz, le prometí que estaría con ella apenas fuera posible.
Aún así, él no había tenido alternativa para cumplir con aquella promesa. Se había separado de ella en el aeropuerto John F. Kennedy luego de que los detuvieran en migraciones al ver la marca en la primera falange del índice derecho de él. Lizz tenía razón, debió de haber ocultado su marca para que no los reconocieran y los detuvieran al instante. Había sido su error y los habían detenido a ambos. Ella había quedado libre pero él había tenido que quedarse a declarar y hacer un largo trámite. Al menos Liam podía estar tranquilo, Lizz seguramente debía de estar en casa de tía Gael ocupándose de sus asuntos.
Sin embargo, aquello ya no tenía sentido. Había pasado horas en el aeropuerto siendo interrogado como si de un criminal se tratase solo para luego salir y encontrar a un hombre de traje sosteniendo un cartel con su nombre quien lo guió hasta aquella limousine negra y adentro encontró a aquella muchacha de belleza indescriptible. Y ella no había perdido tiempo y mucho menos al estar a solas con él.
Ella continuó desabrochando los botones de su camisa uno a uno, sonriendo con lujuria por cada parte de piel que dejaba al descubierto o cada parte de su cuerpo que descubría. Liam luchó por recuperar su control pero sabía que era en vano, aquella era una batalla casi perdida y los ojos de la joven lo habían hipnotizado totalmente.
Ella jugó con el cinturón de su pantalón y deslizó sus sedosas manos por su piel. Liam gimió al sentir aquel tacto divino y ella sonrió más ampliamente. Continuó deslizando sus manos por la cintura de él, presionando estratégicamente puntos de su piel con sus dedos. Se lamió los labios al presionar con sus finos dedos tres pequeños lunares que él tenía en su cintura justo en el límite con su pantalón.
Ella sonrió cuanto pudo y su hermoso rostro se vio deformado con aquella cruel sonrisa. Sus ojos mostraron un brillo tan rojo como la sangre y entonces sus colmillos, apenas más grandes que los de un humano pero si tan filosos como una espada, quedaron perfectamente a la vista. Una persona normal no lo hubiera notado nunca pero Liam estaba acostumbrado a aquello desde que tenía memoria y no le fue difícil reaccionar.
Puso una mano sobre la empuñadura del sable que colgaba de su cintura. Le sonrió triunfal a la muchacha delante de él. Una vampira primeriza, una principiante que no sabía con quien se había metido. No necesitó ni desenvainar el arma por completo ni utilizar su filo. Golpeó a la joven con la empuñadura y ella al instante cayó hacia atrás. Él se aproximó al borde del asiento mirando cómo la muchacha se retorcía por el daño recibido. Sonrió. No había pasado cinco noches fuera de casa o hecho el extenso camino de la iluminación para que su sable fuera uno más.
Se acercó a la puerta y se percató con horror que la limousine seguía andando y a gran velocidad. Necesitaba escapar cuanto antes, en aquel momento y estando en territorio enemigo él se encontraba en desventaja. La muchacha ya se estaba reincorporando, mirándolo con odio, y él sabía que si lo atacaba sería su fin. Pensó rápido. ¿Qué era lo peor que podía sucederle? Ante situaciones desesperadas medidas desesperadas.
Abrió la portezuela y cerró fuertemente los ojos antes de saltar fuera. Se cubrió el rostro antes de sentir el fuerte impacto contra la calle. Rodó para evitar que un automóvil amarillo lo atropellara. Un taxi reconoció a pesar de que no estaba acostumbrado a su aspecto en aquella ciudad. Se puso en pie con dificultad y sofocó un grito de dolor proveniente de su hombro. Giró el rostro solo para ver que se había dislocado. En cierto modo no le sorprendió. Lizz sabía sobre aquel tipo de acciones, él no.
Entre autos y con un hombro dislocado corrió para salir de la calle sabiendo que su victimaria no se daría por vencida tan fácilmente. De hecho, tendría suerte si conseguía escapar sin que lo persiguieran. ¿Y entonces a dónde iría? Necesitaba encontrar a Lizz pero no lograba recordar la dirección de Gael. Se odió por haberse separado de ella, por haberla dejado sola en aquella ciudad. Luego de lo que ambos habían vivido él temía el estado en el que ella pudiera encontrarse.
Corrió en dirección opuesta al tránsito mirando para ambos lados tratando de ver un cartel que le indicara dónde estaba. Sonrió al ver marcado en una esquina Fifth Avenue y continuó corriendo sabiendo, luego de pasar horas en el avión leyendo una guía de Manhattan que había comprado apresuradamente en el aeropuerto de Dublín, que varias iglesias se encontraban por aquella zona. Si encontraba una iglesia estaría a salvo. Tan solo era cuestión de eso, de que encontrara suelo bendito y entonces estaría a salvo hasta el amanecer.
Pero también debía encontrar a Lizz y ocuparse de su hombro malherido. En aquel estado, y con aquella joven seguramente persiguiéndolo, él no podía permitirse estar expuesto. Además, Lizz debía de estar a salvo. Él mismo la había visto detener un taxi y subirse. Confiaba en que ella estaría bien a diferencia de él. Pero también sabía que no le gustaba que ella estuviera sola y lejos de él.
Se detuvo a mitad de la acera pudiendo divisar la aguja de una iglesia. Necesitaba reunirse con Lizz pero si su victimaria había decidido seguirlo él no podía arriesgarse a estar expuesto en plena noche y con un hombro dislocado. No tenía muchas opciones y si tomaba la equivocada podía costarle la vida pero él simplemente no podía dejarla sola. El tiempo se le agotaba, tampoco podía quedarse quieto en un mismo lugar.
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