Capítulo 3
Despertó el sábado con una sensación de mareo que terminó por ignorar tras unos ejercicios de respiración; era normal que se sintiera letárgico por las mañanas, pues su presión arterial estaba baja. Se estiró con pereza y se sentó.
—¿Y ahora qué?
La semana había desfilado ante sus ojos con un examen tras otro, por lo que no había tenido tiempo de planificar nada o de preocuparse siquiera por ello. De pronto, se dio cuenta de que no tenía la más mínima idea de lo que se hacía en una cita. Había oído una que otra historia, pero sabía por los embellecimientos que usaban sus narradores que estaban exageradas y que no eran de fiar.
Instantes después, estaba tocando la puerta de la habitación de Emmerich con golpes sonoros. Pasó casi un minuto antes de que diera señales de vida y dos más antes de que se dignara a abrir.
—¡Sarket! —refunfuñó su primo con cara de pocos amigos—. ¡Son las nueve de la mañana!
—Necesito ayuda con algo.
Emmerich se estrujó la cara con fuerza para despertarse. No sirvió de nada, pues apenas transcurrieron unos momentos antes de que recostara la cabeza contra el marco de la puerta. Sin embargo, cuando Sarket le dijo adónde iba a llevar a la chica, se echó a reír.
—Espera… —dijo entre carcajadas— Espera aquí.
Acto seguido, abrió la puerta de la habitación de su hermano gemelo, Diatrev. Se dijeron algo y hubo risas estridentes. Sarket decidió que algo andaba mal con el mundo si no era socialmente aceptable semejante nimiedad, así que se tragó su rabia contra sus primos y su nerviosismo, y se apresuró a arreglarse. Se dio una ducha, se puso algo decente y, de camino a la casa de Selene, se detuvo frente al tarantín de una anciana para comprar un ramo de flores. Saltó del automóvil tan pronto como aparcó. Justo antes de tocar la puerta, ella abrió de golpe.
—Vaya, no pensé que fueras a venir —confesó con una expresión de sorpresa.
Eso lo dejó en blanco por un par de segundos, pues llegó a pensar que tal vez había dicho que ya debería estar muerto para sacudírselo de encima, pero decidió que era demasiada coincidencia y logró esbozar una sonrisa nerviosa al tiempo que le ofrecía las flores.
—¿Por qué no habría de venir?
—No todos los días alguien te dice que deberías estar muerto. —Selene aceptó el presente, aunque no parecía saber con exactitud qué representaba o qué hacer con él—. ¿Correcto?
—No es la primera vez que me lo dicen, aunque admito que me gustaría saber cómo lo supiste.
Selene permaneció en silencio por un momento muy breve antes de asentir. Abrió un poco más la puerta, lo cual le dejó entrever el vestíbulo. Ēnor estaba ahí.
—Ēnor, Sarket me va a mostrar el museo de arte de Steinburg. Volveré antes de la cena.
Sarket aguzó el oído, complacido al constatar que entendía a Selene a la perfección, pero frunció el entrecejo tan pronto como oyó la réplica de Ēnor.
—Entendido… Ejercer precauciones. Larga vida al… oso rosa.
Seguía sin entenderla. ¿Por qué usaba un dialecto diferente cuando Selene se conformaba con el común? ¿Por qué usaba palabras oscuras? Tal vez no estaban relacionadas como él pensaba y eran de dos partes diferentes de Accadia, de modo que aun hablando en dialectos diferentes podían entenderse entre ellas. O quizá simplemente intentaba evitar que Sarket entendiera lo que decía, solo porque era divertido.
Selene cerró la puerta tras de sí y dejó que Sarket la guiara. Dansk, el distrito principal de Steinburg, estaba algo lejos, y su magnificencia contrastaba con la simplicidad de Anden. El Panteón, el Palacio Legislativo, la Alta Corte de Justicia y un buen puñado de ministerios habían sido construidos allí. A la luz del sol de media mañana, los monumentos exhibían su belleza en altivo silencio: esculturas pálidas emergían de paredes blancas, columnas labradas soportaban los techos altos, estatuas de oro observaban con la paciencia de todo lo que aguarda y perdura, con el estoicismo de lo eterno.
Selene miraba a su alrededor, prestando particular atención a los ostentosos detalles arquitectónicos que eran nuevos para ella. Su interés los hizo pasear sin rumbo por unos minutos, pero el calor parecía agobiarla, por lo que Sarket decidió llevarla al museo de arte, donde estaría más cómoda.
—Creo que he visto esta pintura antes —dijo Selene, señalando con un movimiento de su cabeza un óleo cuyas pinceladas formaban la figura de un hombre alado al borde de un precipicio.
—¿Esa? Es bastante famosa. ¿Sabes de qué trata?
—De un dios que retó a un hombre a volar. El hombre aceptó y confeccionó unas alas con las plumas de innumerables cisnes. —Sonrió a medias—. Logró volar. Hacia abajo.
Sarket emitió una carcajada tan sonora que hasta a él le pareció inapropiado. Era una historia más bien trágica, pues la razón por la que el hombre había aceptado el reto era para recuperar a su amante raptada.
—Tienes un sentido del humor sorprendentemente macabro.
—¿Yo? En absoluto. Fue el artista quien lo pensó. —Señaló la descripción de la obra, cuya primera línea rezaba El vuelo de Aren—. ¿Por qué no la tituló La caída de Aren? ¿No crees que él también lo encontraba gracioso, y por eso le dio ese nombre?
«Y aparte de tener un sentido del humor macabro, tu modo de razonar es bastante extraño», pensó, pero no se atrevió a abrir la boca. No obstante, por alguna razón se preguntó qué diría cuando viera otra de las obras más importantes, un óleo que capturaba el clímax de una batalla épica: el barón de Rais, ataviado con su brillante armadura roja y aferrado a su espada, segaba la vida del duque de Laner al tiempo que este le arrebataba la suya con su lanza de fuego. ¿Qué pensaría cuando leyera que la obra se titulaba El barón de Rais penetrado por la lanza del duque de Laner?
No obstante, Selene ni siquiera reparó en la imagen y Sarket concluyó que tal vez él también tenía un sentido del humor raro.
—Selene —la llamó pasado un momento—, ¿puedo hacerte una pregunta?
Selene se limitó a seguir admirando las obras sin dar señales de haberlo oído. Él se dedicó a observarla. Le pareció notar que, cuando una pintura en particular le llamaba la atención, se fijaba en ella de la misma forma en que lo había mirado a él el otro día, de una manera tan cautivadora como aterradora. Estaba viendo otra cosa, pero no sabía qué.
—Aquí no —dijo al fin, de súbito desinteresada en el resto de la exhibición—. ¿Tienes hambre?
Sarket entendió por su tono que buscaba más una confirmación que cualquier otra cosa, por lo que se puso a pensar en sus opciones. Como Dansk era el distrito principal, había restaurantes finos que se dedicaban a servir a los hombres de Estado, pero ellos no estaban vestidos de forma apropiada y tendrían que esperar demasiado, algo que Selene no parecía estar dispuesta a hacer. «Algo casual sería mejor».
—Conozco un buen sitio. Su café es excelente y venden los mejores sándwiches que he probado en mi vida.
—¿«Sándwiches»? —repitió con su acento, que arrastraba un poco las eses—. ¿Qué son estos «sándwiches» de los que hablas?
—Es comida de reyes —se apresuró a contestar con una media sonrisa y la llevó afuera, donde el sol apenas había comenzado a descender.
Tomaron una calle que discurría junto a un estrecho canal, hablando mientras andaban. Sarket, quien caminaba cercano al agua, estaba tan concentrado en la conversación que no miraba hacia delante. Su pie se estrelló contra un pequeño noray. Perdió el equilibrio y su cuerpo se precipitó de espaldas hacia el agua. Le dio tiempo de pensar: «¡mierda!» y de fruncir los ojos antes de caer al canal.
Pero el contacto con el agua nunca llegó. Se encontró observando el lento paseo de las nubes en lo alto y el vuelo de las aves. Él no se movía. Estaba flotando.
Selene apareció en su visión.
—¿Te encuentras bien? —preguntó con naturalidad, como si ver a un chico flotando fuera cosa de todos los días. Sarket asintió con la expresión crispada—. Espera, ya te saco.
Su cuerpo se elevó en un santiamén y se encontró con los pies en el suelo, seco y sin una idea de lo que había ocurrido. Al ver la expresión de Selene, supo que había sido ella.
—¡¿Cómo hiciste eso?! —Sarket retrocedió de un salto; por suerte, no volvió a caer.
—Magia, naturalmente —dijo con simpleza, como si aquello lo explicara todo. Al ver que la expresión de Sarket no cambiaba, ladeó la cabeza y esbozó una sonrisa—. ¿Qué ocurre? ¿No le tienes miedo a alguien que te dice que deberías estar muerto y sí a alguien que te hace flotar?
—No tengo miedo. Solo estoy analizando el peligro —dijo sin quitarle la mirada de encima. Intentó sonreír—. Si hago algo que te moleste, ¿me lanzarías al canal?
Selene asintió con una risita.
—Dejaré que te mojes y te sacaré después.
Sarket se percató de que un hombre los observaba boquiabierto desde una góndola. Cuando Selene miró en su dirección, este reaccionó y decidió que tenía algo más importante que hacer que buscar turistas ahí. Soltó las amarras y se alejó por el canal.
—Deberías tener cuidado. La mayoría de la gente aquí no aprecia la magia.
—Ah, sí. Ēnor me lo advirtió. Intento ser precavida, pero es difícil deshacerse de los viejos hábitos. De cualquier modo, tengo una licencia. —Extrajo una tarjeta laminada de su bolso—. Mira.
Sarket aceptó el documento para examinarlo, curioso. La tarjeta en sí parecía una identificación cualquiera, con la salvedad de que contaba con una banda magnética y era más gruesa. La información estaba organizada a la izquierda y a la derecha estaba la típica fotografía poco favorable. Las fotos oficiales tenían la capacidad de desmejorar la apariencia de hasta los más agraciados.
Ministerio de Autodefensa:
Oficina de Registro para los Usuarios de Hechicería
Nombre: Selene d’ Valeais.
Nivel: Primera clase.
Lugar de Nacimiento: Valeais, Sacro Imperio de Accadia
Fecha de Nacimiento: 01/08/1895
Fecha de Emisión: 04/05/1916
Fecha de Expiración: 04/05/1919
—¡¿Tienes 21 años?!
—Sí, ¿por qué?
—Que te ves más joven —susurró. Aparentaba dieciséis a lo sumo—. ¿Fue así como supiste lo de mi condición?
Miró en derredor para asegurarse de que no hubiera nadie y susurró:
—Eso es algo más complejo... A veces siento cosas. Unas veces sé lo que siento y otras no. Cuando hueles chocolate, reconoces su aroma porque lo has olido antes, pero en ocasiones captas otra cosa, algo que nunca has olido, y no sabes lo que es. Algo así.
—¿Un sexto sentido?
—Sí, eso. —Asintió despacio—. Supongo que lo podrías llamar así… ¿Continuamos?
Sarket quiso presionarla para que hablara más al respecto. No obstante, entendió que no se sentía cómoda con ello y calló por cortesía. Por su parte, él no tenía ningún problema con los magos. Si bien nunca había tenido contacto directo con la magia, habilidades como las de Selene no le resultaban ajenas. Su madre no había sido ninguna hechicera, pero sus ojos estaban encantados: podía ver las auras de los seres vivos en forma de diferentes colores y resplandores. Alden había heredado dicha habilidad y en su agencia era común que contratasen magos para ayudar en ciertos casos. Sarket se había acostumbrado a ciertas rarezas.
—Sí, vamos. Creo que te gustará el lugar.
***
Selene quedó encantada con la «comida de reyes». De hecho, la alabó como el mejor invento del ser humano después del chocolate, cosa que hizo que Sarket riera de buen grado.
Pasaron el resto del día paseando y conversando. Sarket descubrió que Selene era una mujer atenta que prefería escuchar a hablar, mas cuando expresaba sus opiniones lo hacía con elocuencia y acompañaba sus palabras con gestos decididos. Aunque su seriedad al decir ciertas cosas hacía que fuera difícil saber si le estaba gastando una broma, tenía una mirada honesta que desvelaba cualquier mala impresión.
Sin embargo, no logró que hablara de ella ni de su lugar de procedencia. Lo único que consiguió fue que dijera que venía «de muy arriba», y no sabía si eso quería decir que venía de un área muy septentrional o si había vivido en una montaña aislada. Se inclinaba por la segunda opción, dadas ciertas excentricidades suyas que le hacían pensar que no había tenido mucho contacto con el mundo exterior a pesar de entender sus charlas de física.
Cuando se hicieron las cinco, ella dijo que debía volver.
—Una pregunta, ¿qué puedes hacer con magia? — le preguntó tan pronto como se bajaron del automóvil y estuvo seguro de que el chófer no oiría nada.
—Demasiadas cosas para enumerarlas en un día. Sé más específico.
—¿Puedes volar?
—¿Para qué querría volar? —inquirió, como si aquello fuera absurdo.
—¿Puedes? —insistió él, y su expresión de extrañeza pasó a ser una de suficiencia.
—Por supuesto que puedo.
—¿Qué tan alto?
—Nunca lo he intentado. —Ladeó la cabeza mientras lo consideraba—. Pero supongo que unos miles de metros de altitud. Cuando el oxígeno fuera insuficiente, tendría que descender o transmutar algo en oxígeno. La temperatura es otro factor. Sería más eficiente usar uno de esos aeroplanos que tanto te gustan.
—¿Y qué tal mejorar un aeroplano para que vuele más alto y más rápido?
—Sí. Dependiendo de lo que hicieras, sería refuerzo o transmutación. —Se llevó un dedo a la barbilla—. Si tanta curiosidad tienes, ¿por qué no me dejas enseñarte un par de trucos?
Sus ojos se iluminaron cuando escuchó la pregunta.
—¿En serio? No soy ningún mago.
—En teoría, cualquiera puede hacer magia con la ayuda de un amplificador… Oh, un amplificador es un objeto que se usa para guardar energía mágica para su uso posterior.
—Entonces, ¿con un amplificador, gente normal como yo sería capaz hacer magia?
—Existen otros factores que habría que tener en cuenta, pero… —Lo miró de arriba abajo—. Sí, tú pareces tener dicha capacidad.
Sintió que le subía la adrenalina ante la perspectiva de probar algo nuevo y desconocido. Cuando llegaron a su casa, la siguió hasta la entrada. Ella se giró con brusquedad.
—Hoy no. No tengo amplificadores. Tendré que fabricar uno. Podrías venir el próximo sábado por la mañana. Probablemente tenga uno listo para entonces.
No halló palabras adecuadas para expresar su emoción. Solo pudo darle las gracias e inclinar la cabeza una y otra vez hasta que ella le pidió que parase, y se despidieron con un simple «nos vemos el sábado».
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