Caso 47: El legado Monteriggioni.
Cecilia se encontraba recostada en el diván de mármol, sobre la piedra yacían mullidos y cómodos cojines escarlata. Colgados los muros de aquella habitación de paredes negras grandes espejos. Sobre la mesa se encontraba una caja de cristal con las esferas de Jung: Los recuerdos de su madre y de su padre que Cecilia había podido rescatar del inconsciente colectivo.
Cecilia se levantó de su cómodo asiento, ella no era de las que se quedaban lamentándose como Gabrielo o como Felicia, no, ella era una mujer de acciones.
Entonces chasqueó los dedos y apareció una puerta que conectaba aquella habitación con el mundo real. Cecilia había aprendido a realizar esferas de realidades que le permitían sacar un pequeño cuarto fuera de la Tierra. Le había tomado 40 años aprender a alcanzar el estado mental para poder realizarla y otros 20 años en materializar objetos dentro de su pequeña realidad.
El portal se abrió al otro lado, una habitación en un edificio departamental. No había nada ahí. El lugar estaba igual que cuando Cecilia lo rentó, La chica miró por la ventana. La torre Eiffel podía verse a lo lejos.
"La vista valía la pena la renta" Pensó la chica.
Cecilia entonces se miró al espejo, ese día se sentía particularmente deseosa de cambiar de estilo por lo que volvió a chasquear los dedos. Llamas azules consumieron rápidamente su vestido y apareció un traje ejecutivo. Pantalón, blusa y saco, así como unos zapatos de tacón corto. La chica materializó un par de anteojos sobre sus ojos azules y se recogió el cabello en una cola de caballo. Sintiéndose feliz con su nuevo look, salió del departamento.
Sin embargo, percibió una extraña vibra, cuando vio que su edificio departamental, estaba vacío. Usualmente Cecilia se confinaba a su pequeña realidad de bolsillo donde nada le molestaba.
Pero aun así era extraño que el complejo departamental pareciese abandonado. Cecilia salió a la calle y dio un par de pasos, notó que no había nadie, las calles estaban completamente desiertas.
"Algo va mal" Pensó Cecilia.
Entonces se encendieron los reflectores de los edificios aledaños y trataron de cegar a Cecilia, los vehículos acorazados aparecieron en la calle y le taparon todas las salidas a la chica. Una hilera de hombres que usaban mascaras sobre la cabeza, le apuntaron con sus metralletas. Los hombres gritaban ordenes de rendirse, pero Cecilia se sentía indignada que un puñado de humanos tratase de ir por ella. Primero había decidido ignorarlos y dejarlos vivir.
—¡Humanos al servicio del Vaticano, hoy me siento particularmente generosa, váyanse y les prometo que los dejaré vivir, atáquenme y les juro que los arrastraré y arrojaré personalmente a cada uno de ustedes a las llamas del infierno! —Respondió Cecilia. Sin embargo, los hombres se mantuvieron con las armas levantadas apuntando a la mujer.
—¡Al suelo! —Exclamaron los hombres. Cecilia sonrió y dio un paso más. Los hombres entonces dispararon una ráfaga de balas, las alas azules de Cecilia aparecieron y el grueso plumaje le protegió del impacto. Cecilia solo sentía como si le lanzaran pequeñas piedritas. Cecilia entonces tomó a uno de los hombres y lo arrojó hacia uno de los vehículos acorazados, el resto de los hombres trataron de someterla, pero no pudieron. En uno de los techos, un hombre con un rifle de francotirador lanzó un disparo, la bala logró perforar el plumaje de las alas de Cecilia y cruzó el hombro de la chica. La bala salió por el otro lado. Cecilia estaba impresionada.
—¡Se acabó humanos! —Exclamó Cecilia y la mujer lanzó llamaradas azules que consumieron a los agentes del Vaticano matando a todos los agentes. Luego Cecilia voló y aterrizo en el tejado donde estaba el francotirador. El hombre alzó su arma, pero Cecilia tomó el rifle por el cañón, al instante el rifle comenzó a incendiarse y el metal se tornó al rojo vivo, el francotirador se vio obligado a soltarlo. Luego Cecilia lo acabó rompiéndole el cuello de un movimiento rápido.
Inmediatamente descendió del cielo, el hombre de cabellera rubia y de alas doradas.
—John...—Dijo Cecilia en voz baja.
—Se terminó Cecilia, ríndete. —Respondió John.
—John, debí suponer que tú serías el único capaz de ponerme una trampa como estas. —Dijo Cecilia. —Pero deberías de haber sabido que no iba a funcionar.
—Tienes que venir conmigo Cecilia, tienes que entregarte.
—Entregarme, ¿A la Bula 99, yo? ¿Por qué delito? —Preguntó en tono burlón la mujer, John le apuntó con su dedo índice.
—Tú sabes por qué. Eres la Heraldo del Orgullo, te prometo misericordia. —Respondió John. —En honor a tu servicio como antiguo miembro de la Agencia Anti-Demonios Manhattan, serás tratada con dignidad.
—Pusieron a mi hermano en una celda por 15 años y ahora quieres meterme a la misma celda a mí.
—No te pondremos en prisión, me aseguraré de eso, pero no eres confiable Cecilia Monteriggioni, el apocalipsis tiene que ser frenado de una manera u otra. No podemos arriesgarnos. Te pondremos bajo observación, simplemente.
—¿Hasta qué? Hayan acabado con los otros heraldos infernales. ¿Y solo quede yo? Entonces que harán, ¿Me mataras John?, Serías capaz de matarme a mí, ¿La hermana de Gabrielo?
—Prefiero llevarme el odio de Gabrielo, que condenar a la humanidad a otra guerra celestial. —Respondió John, entonces el hombre desenfundó su espada, la hoja de la espada se encendió con llamas brillantes.
—Guarda tu espada John. —Respondió Cecilia. —No pelearé contigo, me gusta París como para verla reducida a cenizas. Además, estamos del mismo equipo.
—Se me hace difícil creerte cuando tú le diste a Alessa Crawley los medios para invocar el reloj del fin del mundo y la llevaste a atacar la Agencia Anti-Demonios Manhattan.
—Solo trataba de proteger a mi hermano. —Respondió Cecilia angustiada. —Además yo fui quien mató a Alessa Crawley, así que estamos a mano. Ustedes ganaron al final, ahora no hay nada que pueda hacer para evitar la muerte y destrucción que se desencadenará sobre el mundo y la muerte de todo lo que quiero y tengo, lo perderé.
—¿Por qué estás destinada a abrir las puertas del infierno? ¡Tú puedes cambiar las cosas Cecilia!
—John, me sorprende como es que a pesar de haber estado en la tierra durante 25,000 años eres tan iluso como para no darte cuenta de lo que está pasando a tu alrededor. —Respondió Cecilia. —Yo no soy la Heraldo del Orgullo. Gabrielo lo es. —Los ojos de Cecilia se aguaron, era muy difícil tener que confesarlo, pero John tenía que saberlo, si a partir de ahora alguien podía proteger a Gabrielo de su cruel destino, ese solo podía ser John.
—¡Que!, ¡No estoy para bromas Cecilia!
—Dime John, ¿Gabrielo, a quién se parece? Dime ¿A quién te recuerda mi hermano?
John negó con la cabeza. —No...no es posible.
—Tú le enseñaste a pelear, le enseñaste a cazar demonios, le diste las armas y ahora Gabrielo se ha vuelto muy poderoso. —Respondió Cecilia. —Sin darte cuenta, John, Lucifer eligió a lo más cercano que tenías a un hijo y lo hizo suyo. Gabrielo es el último heraldo, tú lo entrenaste para ser la vasija perfecta. Y él abrirá las puertas del infierno cuando el Pandemonio haya terminado.
—No...él no puede. —Dijo John mientras retrocedía atónito e incrédulo ante lo que Cecilia le decía.
—Mi madre lo sabía, sabía que Lucifer lo eligió desde que nació, por esa razón lo bautizó como Gabriel. Para que en el momento en que Gabrielo reconociera quien es...y reconociera su poder, se autodestruyera. ¡Tú lo has visto! ¡Lo viste cuando enloqueció e incendió la ciudad!
—Ciertamente tiene cierto parecido a Lucifer, pero él...Gabrielo jamás atacaría a un humano, su fe en la humanidad es inquebrantable. —Respondió John.
—Puedo ayudarte a eliminar a los demás heraldos infernales. —Respondió Cecilia. —Pero no puedo ir en contra de Gabrielo, y sé que tú tampoco John. Él ganó, Lucifer ganó, incluso antes de que pudieses evitar sus planes. ¿Serás capaz? ¿Serás capaz de ir contra Gabrielo?
John no dijo nada, se quedó inmóvil. Cecilia entonces desplegó sus alas azules y se dio media vuelta.
—Lancelot del Lago, Marylin Monroe y Huracán son los últimos tres heraldos. Lancelot y Marylin se encuentran en los Estados Unidos en este momento. Estoy segura que han de estar pensando en abrir las puertas lo más pronto posible. —Respondió Cecilia. La mujer entonces desplegó sus alas y ascendió en el cielo dejando a John, ahí solo.
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