Caso 43: En el nombre del silencio.
Gabrielo yacía sentado en su cama, frente a él estaban las estatuillas que Cecilia había esculpido cuando era niña. El cazador no sabía qué hacer, toda su vida se había convertido en una mentira. El Vaticano había tenido razón sobre él, era un peligro para la humanidad y no importaba cuantos demonios hubiese asesinado. Él seguía siendo lo mismo, un peligro para todos, e incluso si al final lograba acabar con el resto de los heraldos, si lograba acabar con todos los demonios sobre la tierra, él sería el único que quedaría en pie.
Y con cada demonio que mataba, más fuerte se convertía, y con más fuerza, sus circuitos de magia infernal se fortalecían. Lo peor es que, desde que Cecilia le había confesado a Gabrielo su papel como Heraldo del Orgullo, Gabrielo había tenido sueños extraños, podía ver a la Agencia en llamas y a sus amigos muertos, a sus hermanas muertas, y sobre la pila de escombros, se encontraba él, erguido y orgulloso.
Gabrielo se levantó de golpe y salió de su habitación, la ansiedad era demasiada para él, se sentía atrapado en medio de esas cuatro paredes. El muchacho entonces irrumpió en la oficina de Ramsay, el hombre estaba sentado frente a su computadora portátil. El hombre se veía pálido y ojeroso, cada vez más delgado.
—Gabrielo, ¿Qué puedo hacer por ti? —Preguntó Ramsay. El hombre alzó la mirada de su ordenador, sin dejar de teclear.
—Necesito salir. —Respondió Gabrielo.
—Adelante, la ciudad es tuya, creo que la casa de opera está presentando a Wagner. —Respondió Ramsay.
—No. —Respondió Gabrielo. —Necesito salir, en una misión. —El tono de voz de Gabrielo era agresivo, nervioso y Ramsay no podía determinar por qué.
—Bueno, llegó un caso sobre un hombre cuya cara fue devorada en un casino de Atlantic City. Puedes ir con Lira.
—¡No! —Gruñó Gabrielo. —No estoy con ganas de... fraternizar con Lira. Algo en solitario, cualquier cosa.
—Bueno, no es en solitario. —Respondió Ramsay. —Esta mañana llegó un reporte, hay un problema en una reservación nativa a las afueras de Tesuque Nuevo México, al parecer algunos niños de la tribu Sisika han desparecido.
—Sí, está bien. —Respondió Gabrielo. Ramsay le pasó la carpeta con la información del caso a Gabrielo. El muchacho la tomó y salió de la oficina de Ramsay.
—¡Hey Chaval! —Exclamó Dan en el vestíbulo de la Agencia, Dan había levantado su mano esperando que Gabrielo chocara los cinco con él. Sin embargo, Gabrielo se siguió de largo, El cazador de demonios llegó al ascensor y se dio media vuelta.
—¿Qué pasa con él? —Fue lo último que Dan dijo antes de que las puertas del elevador se cerrasen. Gabrielo descendió a la armería.
Era increíble como después de haber visto la armería de John en su departamento de Londres, la de la Agencia Anti-Demonios era muy pequeña, pero hacía sentido, los 700 agentes que solían ser parte de la agencia habían muerto, de que serviría tener armas ahí solo almacenando el polvo y disparando recuerdos dolorosos. Sobre la mesa de trabajo se destilaba en uno de los matraces, la sangre del vial que Gabrielo había conseguido después de asesinar al Kampus. En un pequeño refrigerador, había más muestras de sangre, casi todas ellas de Gabrielo.
Durante años la Agencia había utilizado sus muestras de sangre para la creación de munición especializada para la cacería de demonios. Gabrielo tomó la munición y la guardó en los bolsillos de su gabardina, tomó las granadas de sal y algunos cuchillos arrojadizos de plata templados en su sangre, lo que los hacía resplandecer con un brillo rojo en pequeñas líneas escarlata, que corrían por la hoja. El cazador tomó un taxi que lo dejó en el aeropuerto. De ahí se dirigió hacia el hangar que la Agencia Anti-Demonios Manhattan rentaba. Ramsay había comprado un jet y un helicóptero. Aunque rara vez los usaba. Ya que cada año que pasaba, la Bula 99 disminuía el presupuesto que le asignaban a la Agencia. Y solo podían operar en Estados Unidos.
Los guardias de seguridad del aeropuerto no decían absolutamente nada, solo observaban como un hombre armado ascendía a uno de los aviones. El alcalde de la ciudad sabía perfectamente sobre la agencia, desde el 54, y probablemente el presidente también lo supiera. La Bula 99 tenía conexiones con algunos jefes de estado por todo el mundo. Y un pacto con ellos para no revelar información comprometedora para ambas partes, solo que Gabrielo habría preferido no tomar parte en esa discusión, sin duda lo atraparían y tratarían de disecarlo en alguna instalación secreta del gobierno.
El avión alzó vuelo, en un par de horas descendió en Nuevo Mexico. Desde el momento que Gabrielo salió del aeropuerto pudo sentir un cambio en el ambiente. El paraje desértico le hacía sentir una calma. "Si lo peor pasara, podría recluirme aquí en el desierto" pensó el cazador de demonios.
Un hombre de largo cabello azabache, delgado de tez cobriza alzaba un letrero que leía Gabrielo Monteriggioni. El muchacho caminó hacia él.
—Yo soy Gabrielo Monteriggioni. ¿Quién eres tú?
—Mi nombre es Paytha de la reservación Sisika. —Dijo el hombre. —Gracias por venir. No los sacerdotes que trajimos para santificar la reserva no funcionaron y nos canalizaron con ustedes.
—No se preocupe. —Respondió Gabrielo. —¿Qué es lo que ha ocurrido?
—Wendigos. —Respondió el hombre. —Creemos que se trata de wendigos.
Los dos subieron a la camioneta pick-up, del miembro de la tribu. Paytha condujo hacia la reserva.
—Comenzó semanas atrás. —Dijo Paytha. —Al principio solo merodeaban en los alrededores de la reserva, matando a cualquier vaca u oveja que se saliera del corral en las noches, pero luego comenzaron a volverse más agresivos y entonces comenzaron a atacar a nuestro pueblo, atacar a los hombres y las mujeres fuera de sus hogares y a secuestrar a los niños. Nuestra chamana, Mildred murió una semana atrás, desde entonces, los ataques han sido feroces. Ninguno de nosotros sabe que es lo que quieren o porqué nos atacan.
A unos kilómetros saliendo de la carretera que se dirigía hacia Albuquerque, se desvió la camioneta del hombre y se internó entre las montañas desérticas. Un paraje merodeado por monstruos de gila, serpientes de cascabel y buitres. Un tótem viejo se alzaba a la entrada de la reservación, estaba erosionado por el viento, el sol y la arena. Las imágenes de los animales se estaban perdiendo por completo.
Gabrielo descendió de la camioneta.
—Venga, lo llevaré con el jefe de la tribu. —Respondió Paytha. Gabrielo miró alrededor, la comunidad lo veía desconfiado era un extraño después de todo. El cazador no les prestó mucha atención, puesto que entre humanos siempre había sido un extraño. Pero podía sentir el miedo en los corazones de los nativos, amenazados por aquella bestia.
Gabrielo sintió una extraña vibra en el ambiente, algo no iba bien. Y entonces lo vio, en la casa más grande de todas, un hombre de cabello largo canoso, con un sombrero tejano muy característico por la pluma de águila. El hombre quemaba hojas de salvia por todo el lugar mientras pronunciaba un cántico. Gabrielo sintió la irritación en los ojos y la nariz.
—Jefe Brett. —Anució Paytha dando haciendo un gesto circular con la mano. —Gabrielo Monteriggioni, de la Agencia Anti-Demonios Manhattan.
—Sí, había oído hablar de usted. —La voz del hombre era grave. El jefe se dio la media vuelta ese tenía que ser el rostro de un hombre cansado, de cara cuadrada y nariz aguileña, de ojos grandes y agradecidos con la vida. —Es un placer Señor Monteriggioni, yo soy Brett Jones. Jefe de esta comunidad.
—El placer es mío. —Respondió Gabrielo. El muchacho se tapó la nariz y entrecerró los ojos.
—¿Qué ocurre, se siente mal? —Preguntó el jefe Brett.
—Un poco, la salvia me irrita los ojos y nariz. —Respondió Gabrielo.
—Ya veo. —Entonces el hombre apagó las hojas de salvia para que dejaran de humear. —Supongo que Paytha le habrá puesto al tanto de nuestra situación.
—Lo ha hecho. —Respondió Gabrielo.
—Amor. ¿Por qué razón dejaron de quemar la salvia? —Preguntó entonces una mujer. En el marco de la puerta estaba aquella mujer de belleza extraña, tez cobriza rostro acorazonado y profundos ojos verdes, una mujer de buen ver. Gabrielo se le quedó viendo extrañado, tras la mujer había una niña pequeña. La niña salió de la casa y fue hacia el jefe de la aldea, el hombre la cargó en sus brazos.
—Señor Monteriggioni, mi esposa Sofía Castillo Benavides y mi hija Frida. —Respondió el jefe de la reserva.
La mujer entonces descendió del pórtico de su casa, y caminó hacia Gabrielo, la mujer le tendió la mano, Gabrielo le saludó, sintió que la sangre se helaba a su alrededor.
—Encantada. —Dijo la mujer con un tono de desconfianza.
—Por favor pase. —Dijo el jefe Brett. —Ha de estar sediento, mi esposa hace la mejor limonada de toda la costa oeste. —Respondió el hombre.
—Me gustaría mucho. —Respondió Gabrielo, el muchacho sintió como la niña se quedó viendo hacia el muchacho con esos profundos ojos verdes. Gabrielo se sentó en uno de los sillones al igual que el jefe, su esposa apareció con una jarra de limonada helada que le sirvió a Gabrielo en un vaso. Gabrielo la miró y bebió un sorbo. El muchacho dio una leve sonrisa y la mujer giñó el ojo.
La niña entonces dejó a su padre solo. Y subió corriendo las escaleras hacia el segundo piso. La mujer sirvió a su esposo y luego salió por una de las puertas dejando a los dos hombres solos.
—Es una mujer increíble no lo cree, no podía creer mi suerte cuando aceptó casarse conmigo. Pero no lo aburro con esta pequeña charla. Señor Monteriggioni, ¿Cuáles son sus pensamientos con respecto a la aldea? —Preguntó el hombre. —Gabrielo dio un segundo sorbo a la limonada y luego habló con el jefe de la reserva.
—Sentí algo aquí, sí, definitivamente hay algo. Los wendigos como lo tengo entendido son espíritus de la tierra, quienes buscan el balance de todas las cosas, ellos no son del tipo de espíritus vengativos que actuarían simplemente porqué sí. Si los están atacando es porque están tratando de restablecer el balance perdido en su territorio.
—¿Qué balance pudo perderse? —Preguntó el jefe de la aldea.
—No lo sé, los wendigos no son demonios, los ataques de los que tenemos registro...no revelan mucho, se tal vez ¿han perforado en el desierto para sacar petróleo? —Preguntó Gabrielo.
—No. —Respondió el jefe.
—¿Han masacrado animales inocentes, que no merecieran la muerte, o quemado algún bosque o envenenado algún cuerpo de agua? —Preguntó Gabrielo nuevamente.
—Bueno, nuestra comunidad vive de la ganadería, pero no habían actuado con anterioridad. ¿Acaso eso podría ser?
—No. —Respondió el cazador de demonios. —los animales de ganado son criados específicamente para ser consumidos. Eso no enfadaría a los wendigos. Entonces los rayos de sol comenzaron a molestar a Gabrielo el sol se estaba ocultando tras las montañas del desierto. Y los perros comenzaron a aullar.
—Bueno, sea como sea. Parece que lo averiguaremos pronto. —Respondió Gabrielo. —El muchacho se levantó del sofá y salió por la puerta, todos los miembros de la tribu comenzaron a resguardarse en sus casas. Gabrielo se sentó en el pórtico y esperó. Entonces sintió que alguien lo vigilaba.
—Sé que estás ahí. —Respondió Gabrielo, entonces escuchó unos pequeños pasos que se ocultaban tras la mesa que tenían en el pórtico. —Las niñas pequeñas no deberían estar afuera, cuando se mete el sol. —Respondió Gabrielo.
Gabrielo giró la cabeza, la niña estaba escondida debajo de la mesa, sus ojos verdes brillaban bajo la penumbra. La niña entonces salió de su escondite y fue hacia él, la niña se sentó al lado del cazador de demonios. Ella no dijo nada solo se quedó viendo.
—No hablas mucho ¿verdad? —Preguntó Gabrielo. La niña simplemente lo observó. Gabrielo sonrió. —Yo lo prefiero así, también soy de los que no hablan mucho. —Entonces Gabrielo sacó los cargadores de munición y los colocó en el interior del arma. La niña lanzó una pequeña exclamación. Gabrielo estaba extrañado...—¿Cuántos años tienes pequeña?
La niña miró a Gabrielo y levantó su mano derecha con toda la mano expandida.
—¿Cinco años? —Preguntó Gabrielo.
La niña asintió con la cabeza.
"Tal vez sea muda"
—¿Puedes hablar? —Preguntó Gabrielo. La niña negó con la cabeza, pero la niña lo tomó del brazo. Entonces la niña le apuntó al cazador con su dedo índice y luego hizo una cara triste, repitió la misma acción tres veces hasta que Gabrielo entendió.
—¿Qué si yo estoy triste? —Preguntó Gabrielo. La niña asintió con la cabeza, Gabrielo sonrió. —Sí, un poco. ¿Puedes guardar un secreto?
La niña entonces asintió con la cabeza nuevamente.
—Tengo miedo. —Respondió Gabrielo. Entonces la niña alzó sus manos a ambos lados de la cabeza y lanzó gruñidos. —No, no de los wendigos. —La niña entonces dejó de hacer los gestos. —Tengo miedo de mí mismo. Toda mi vida me he dedicado a matar demonios, a proteger la humanidad. Siempre creyendo que ese era mi papel por cumplir, pero ahora...tengo miedo. ¿Qué tal si lo que dijo mi hermana es cierto? ¿Qué tal si es verdad y soy el Heraldo del Orgullo? Y si depende de mí abrir las puertas del infierno. —Entonces la niña abrazó a Gabrielo y acarició su cabeza como si se tratara de un perro.
—Es extraño ¿no es así? Lo que esa niña puede hacernos sentir a pesar de que no puede hablar, expresar mucho con tan poco. —Respondió la madre de la niña. Sofía salió por la puerta, y se sentó al lado del cazador de demonios. —Cuando salí de México, lo último que pensaba era en ser madre. —Respondió Sofía. —En gran parte por el mal trabajo que hicieron mis padres conmigo. Terribles.
La mujer era hermosa, de verdad. Podría haber hecho otras cosas, podría haber sido una actriz, una modelo, Gabrielo le intrigaba la razón por la que habría elegido quedarse en una reserva como la esposa del jefe.
—¿Por qué Tesuque? ¿Por qué Nuevo México? —Le preguntó Gabrielo. —No me lo tome a mal, el jefe de la tribu, Brett parece ser un buen hombre, pero yo pensaría que usted querría ir hacia California, tal vez Los Angeles.
En el rostro de la mujer entonces se dibujó una pequeña sonrisa. —Esa era la intención. Desde que estaba en la escuela siempre quise ser una actriz de telenovelas. Pero en Ciudad de México, mi piel era del color incorrecto.
—Oh...
—Sí, existe un gran racismo, la mayoría no lo ve. —Respondió Sofía. —De cualquier forma, para callarlos a todos decidí apuntar hacia las estrellas y todas las estrellas van a Los Ángeles. Sabía que tenía que intentar mi suerte, sin embargo, hubo una redada mientras cruzábamos por el desierto. Muchos de mis compañeros de viaje fueron tomados por la policía migratoria. Yo hui, corrí lo más que pude y me perdí en el desierto. Brett y algunos hombres de la tribu me encontraron y me trajeron a la reserva.
Entonces se escuchó un rugido en el desierto, Gabrielo se levantó inmediatamente. La esposa del jefe de la tribu salió por la puerta.
—¡Frida, ven aquí! —Exclamó la mujer y levantó a la niña del suelo.
—Cierren la puerta y resguárdense bien. —Respondió Gabrielo. El muchacho entonces jaló hacia atrás el armazón de la pistola, estaba carga y lista. Una densa niebla comenzó a circular hacia la reserva y Gabrielo comenzó a internarse en ella.
Un par de ojos ambarinos se podían apreciar entre la niebla. Primero parecía una manada de lobos, pero entonces estos comenzaron a levantarse sobre sus patas. Los wendigos caminaron hacia Gabrielo. seres humanoides de largas extremidades con largas garras afiladas en las manos y los pies. Albinos y lampiños, con la boca llena de afilados dientes.
Entonces Gabrielo alzó la pistola hacia los wendigos, estos seres no parecieron sentir miedo por ella, ese fue su primer error, entonces Gabrielo con la otra mano lanzó una granada de sal al aire y luego le disparó haciéndola explotar, los wendigos comenzaron a gritar de dolor, serían ocho o nueve de ellos. Gabrielo no podía contarlos bien pues se desplazaban con gran velocidad. Corrieron hacia Gabrielo, el cazador les disparó, logró derribar a uno, pero el resto de ellos se abalanzaron sobre él. Gabrielo entonces se quitó el abrigo para poder zafarse de ellos y le dio una patada a uno de los monstruos. El wendigo se estrelló contra la pared de ladrillo de una de las casas, los wendigos lanzaron rugidos, actuaban como lobos, tratando de rodear a Gabrielo por todas direcciones para, luego, lanzarse contra él. Gabrielo entonces alzó nuevamente su pistola y volvió a disparar, las balas eran inefectivas.
"Pero por supuesto que lo son, no son demonios"
Entonces uno de los wendigos le tomó por el brazo que sujetaba el arma y lo estampó contra la pared. El wendigo lanzó un rugido hacia la cara de Gabrielo.
Y luego trató de morderlo, Gabrielo sacó de su cinturón un cuchillo arrojadizo de plata y se lo enterró en uno de los costados, el wendigo soltó a Gabrielo y gimió de dolor, el muchacho dio un salto y cayó sobre el tejado de la casa. Los wendigos entonces observaron a al cazador, pero entonces uno de los wendigos miró hacia la casa del jefe. En la ventana estaba Frida, viendo la pelea.
—Oh no. —Respondió Gabrielo. El wendigo que vio a la niña lanzó un rugido, el resto de los wendigos rugieron con él y luego se fueron corriendo en dirección a la casa del jefe de la aldea, la madre apareció en la ventana y quitó a su hija. Gabrielo entonces comenzó a dispararles a los wendigos tratando de llamar su atención, estos lo ignoraban, iban por la niña.
"¡que carajos quieren con esa niña!" Pensó Gabrielo.
Gabrielo logró detener a uno en la puerta, pateándolo con fuerza antes de que pudiese romper la cerradura y entrar a la casa, pero entonces se dio cuenta que los wendigos no tenían ninguna intención de entrar por la puerta y en cambio comenzaron a escalar por las paredes hacia el segundo piso. Uno de ellos rompió la ventana, y corrió hacia Sofía, quien tenía a Frida en los brazos. Gabrielo dio un salto y apareció detrás del wendigo, el, muchacho entonces se aferró a la criatura y comenzó a apuñalarla una y otra vez con los cuchillos arrojadizos. Entonces uno de los wendigos golpeó una lámpara de pie y la bombilla se quebró en el suelo alfombrado, una chispa prendió fuego a la moqueta. Los wendigos comenzaron a gruñir y gritar de miedo.
"¡Hijo de puta, eso es!" Pensó Gabrielo el muchacho entonces arrojó a uno de los wendigos hacia las pequeñas llamas, apenas el monstruo tocó las llamas, este se incendió como yerba seca. La criatura comenzó a gemir de dolor. El wendigo cayó al suelo muerto. Un segundo wendigo fue hacia Sofía y la niña. Frida estaba llena de miedo comenzó a llorar, El wendigo estuvo a punto de dar el funesto golpe, pero entonces los ojos de la niña cambiaron de color, de ser verdes a ambarinos. Un agudo chillido aturdió a los wendigos que emanaba del interior de la niña.
Los monstruos espantados y aturdidos salieron por la ventana y se fueron corriendo de la aldea. Los rociadores se activaron y comenzaron a apagar el fuego en la alfombra. Después de que los wendigos desaparecieron, los ojos de Frida volvieron a tornarse verdes. La niña quedó desfallecida por el cansancio. Entre las cenizas que había sido el cuerpo del wendigo había una pluma de halcón.
Gabrielo se acercó y tomó la pluma del suelo. Luego fue hacia Sofía.
—Hay más de lo que no me está diciendo ¿verdad? —Preguntó Gabrielo.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top