Caso 40: La Trinidad Infernal
Las piernas del caballero todavía temblaban, se había pasado gran parte del viaje asustado, una plataforma era lo único que lo protegía de caer a 10,000 metros de altura. Lancelot había visto hombres caer de las almenas en Camelot y morir instantáneamente al chocar contra el suelo. El caballero esperaría no tener que volver a presenciar una experiencia como esa otra vez.
A insistencia de Lord Casterly, Lancelot dejó de usar su armadura y comenzó a utilizar ese traje que le habían confeccionado. Lancelot se sentía desnudo entre el mar de personas a su alrededor, debía de haber más personas en aquel "Aeropuerto" que en mismísima Camelot, pero por otro lado, Lancelot había permanecido en el exilio por muchos años.
—¿Y ahora qué? —Preguntó Lord Terrance.
—Ahora vamos por ellos. —Respondió Lancelot. Las calles de Nueva York le parecían imposibles, edificios más altos que montañas se erigían casi tocando el cielo y ríos de luces y gritos chirriantes de sus carrozas automáticas. Ni siquiera en los más locos sueños de Lancelot, Albión se parecía a Nueva York.
Los dos hombres subieron a una limosina propiedad del Templo de Baphomet, la sucursal americana, la cual los llevó hacia Central Park, cuando descendieron, caminaron hacia el anfiteatro. Lancelot podía encontrar calma caminando entre aquel diminuto bosque. Y cuando se sentaron en los asientos, se dieron cuenta que estaban interpretando una obra de teatro en medio del parque. La obra se trataba sobre dos romanos que se enamoraban y que como amantes de un amor prohibido estaban destinados a la muerte. Lancelot sintió un revuelco en el corazón.
—No lo entiendo. —Respondió Lancelot.
—¿Qué cosa? —Le preguntó Lord Casterly.
—¿Si este Romeo amaba tanto a Julieta, por qué no pasó a todos por la espada en su camino hacia el corazón de Julieta? —Preguntó Lancelot.
—Lo hermoso de esta obra, es como un amor imposible los llevó a los dos a la muerte. —Respondió Lord Casterly.
—He estado muerto, Lord Terrance, y puedo decirle con toda seguridad que no existe belleza en la muerte. —Respondió Lancelot. —No se puede amar en la muerte, solo en vida.
—Bueno es una obra de teatro...no tiene importancia, mi Señor Sacrílego. —Respondió Terrance Casterly.
Cuando la obra terminó y la gente se alejó y los dos quedaron solos. Lancelot subió hacia el escenario y caminó por la tarima mientras esperaba.
Entonces se escuchó el golpeteó del tacón contra el camino. —Pudiste haberme mandado un mensaje, en vez de mandar a un par de hombres por mí. —Respondió la mujer. Aquella mujer vestía con un abrigo de terciopelo negro y falda negra. Con lentes de sol en su cara acorazonada y con un gran sombrero de sol sobre la cabeza, caminaba con confianza, como si todo en el mundo le perteneciese a ella.
—Norma... —Respondió Lancelot.
—Más te vale que haya viajado por una buena razón. Lancelot, El invierno Neoyorkino es crudo. —Respondió la mujer, se quitó los lentes y el sombrero, los rizos dorados cayeron del interior del sombreo enmarcando perfectamente el rostro de la mujer.
—Lo es Norma, es muy importante. —Respondió Lancelot.
—¿Ella quien es? —Le preguntó Lord Terrance.
—Lord Terrance, le presento a Norma Baker, la Heraldo de la Lujuria.
—Ya nadie me dice así. —Respondió la mujer. Entonces caminó hacia la Lord Terrance y le extendió la mano para saludar el hombre. —Marilyn Monroe.
—¡Marilyn! —Exclamó Lord Terrance, boquiabierto.
—Parece que tenemos un admirador. —Sonrió coquetamente la actriz.
—Por supuesto, hace sentido que el icono sexual más grande de América sea un heraldo. ¿Cómo no nos dimos cuenta?
—Tranquilo corazón, tampoco yo quería ser encontrada. —Respondió Marilyn y acarició la mejilla de Terrance Casterly, luego la mujer caminó hacia Lancelot.
Entonces un viento golpeó por detrás a los tres, y sobre una de las tarimas apareció un hombre, alto de tez cobriza y largo cabello trenzado con perforaciones sobre las orejas y la nariz, El hombre descendió por la escalinata vistiendo un extraño atuendo, una capa de plumas de aves y un taparrabo. Sin embargo, no se trataba de un hombre normal pues sus ojos eran ojos de serpiente.
—Wow, ese atuendo no deja nada a la imaginación ¿verdad? —Dijo Marilyn sonriendo seductora y tontamente, mientras se mordía una de sus uñas.
—Lord Terrance, le presento a Huracán; El Dios Maya de las tormentas y el Heraldo Infernal de la Gula. —Dijo Lancelot.
El heraldo de la gula pasó de largo a Lord Terrance. El mortal jamás había visto a una deidad antes. Y Lancelot lo entendía, la mayoría de los dioses habían muerto hacía varios milenios, por lo que ver a uno caminando entre los hombres, era algo inexplicable.
—Lancelot, Marilyn. ¿Por qué estoy aquí? —Preguntó Huracán. Entonces Marilyn volteó a mirar a Lancelot.
—Todos hemos sentido que ha habido un desbalance en la tierra. El Toro del Diablo, Quasimodo y Rabiel se han desvanecido de la existencia. Eso es porque los humanos nos están cazando. Quieren evitar el apocalipsis, eliminándonos a todos nosotros. —Respondió Lancelot.
Huracán comenzó a reír con fuerza.
—Ningún humano es capaz de matar a un demonio, son seres inferiores. Siempre lo han sido y siempre lo serán.
—Eso es lo que pensé yo, hasta que este cazador de demonios vino tras de mí. —Respondió Lancelot. —Al parecer este cazador de demonios es uno de los nuestros.
—¿Un demonio? —Preguntó Huracán.
—A Rabiel no lo mató un demonio. —Respondió Marilyn Monroe. —A Rabiel lo mató un ángel.
—Sí Dios en El Paraíso tiene pensado inmiscuirse para evitar el Apocalipsis...No nos queda de otra más que acelerar el Pandemonio. —Respondió Lancelot. —Los tres juntos podemos abrir las puertas del infierno aquí y ahora y dejar que las hordas del averno marchen.
—El señor Oscuro te asesinaría si hicieras eso. —Respondió Marilyn. —Todo debe ir a su tiempo.
—Bueno, entonces pueden ayudarme a acabar con este cazador de demonios. Su nombre es Gabrielo Monteriggioni y se encuentra aquí en Nueva York. —Respondió el caballero. —Podemos matarlo, él es quien se atrevió a alzarse contra nosotros, los Heraldos Infernales.
—Así que la verdadera razón por la que nos trajiste hasta aquí, es solo para una patética venganza. —Respondió Huracán.
—No estás entendiendo. —Respondió Lancelot. —Imagina como El Señor Oscuro nos recompensará si nos deshacemos de aquel que piensa que podrá evitar el Apocalipsis. Además, es por nuestra supervivencia. Juntos tenemos la oportunidad de sobrevivir a cualquier intento de asesinato. Pero solos...bueno, ¿Por qué creen que ninguno de los otros heraldos se encuentra aquí con nosotros?
—No es mal plan, Huracán. —Respondió Marilyn.
—Yo soy Huracán, el dios de las tormentas. ¿Por qué razón debería preocuparme por un simple demonio?
—Porque ya no eres más un dios. —Respondió Lancelot. —Fuiste sometido por El Señor Oscuro quien es un ser celestial, un ángel rebelde, algo poco más que un semidiós.
—¡Cuidado ahí, Lancelot del Lago, Caballero de la Ambición! —Exclamó Huracán. Los cielos comenzaron a oscurecerse con nubarrones de tormenta y el viento comenzó a aumentar. —Yo no me sometí ante nadie, no me sometí ante Lucifer Estrella del Alba. ¡Jamás!
—¡Y aun así lo hiciste! —Exclamó Lancelot.
—¡Eres un...! —Entonces Huracán corrió hacia Lancelot y lo estampó contra el muro del anfiteatro, este se agrietó mientras el dios maya cerraba su mano alrededor del cuello de Lancelot. —¡Tal vez no tengas que preocuparte por el cazador de demonios nunca más! ¡Porqué seré yo quien te extermine!
Lancelot comenzó a reír.
—Eres un heraldo, nuestro poder es el mismo, quieras o no. —Respondió el caballero, Entonces en sus manos se manifestó su espada y con ella trató de apuñalar a Huracán, Huracán se alejó y alzó su mano, una lanza de jade con punta de obsidiana se materializó en ella.
Los dos entonces chocaron sus armas en medio del aire, los relámpagos comenzaron a caer alrededor de ellos. —¡Basta! —Gritó entonces Marilyn, Y grandes cristales rosados se materializaron en sus manos. Con ellos empujó a ambos heraldos obligándolos a controlarse. —¡Somos del mismo bando! —Exclamó Marilyn. —Y no se ustedes, pero yo quiero vivir.
—Este humano se atrevió a insultarme. —Respondió Huracán.
—¡Sí! ¡Y qué! —Gruñó Marilyn. —Si tanto quieren matarse entre ustedes, adelante háganlo, pero una vez que El Señor Oscuro haya arribado a la tierra con el ejército de los condenados. No antes. De lo contrario le estarían facilitando el trabajo para los cazadores de demonios.
—No me importa en absoluto lo que ustedes dos hagan. —Respondió Huracán. —Pero yo me voy de aquí. Entonces Huracán descendió del escenario y caminó hacia las gradas, un trueno cayó sobre él y desapareció.
—Parece que nada más seremos nosotros dos entonces. —Dijo Lancelot.
—Sí. —Respondió Marilyn.
—Lord Terrance. —Dijo Lancelot al hombre que se encontraba debajo de los asientos cubriéndose como un perro asustado. —Ya puede salir de su escondite y ayudarnos con nuestro plan.
—¡Oh, por supuesto! —Respondió Terrance Casterly levantándose rápidamente del suelo. —Que quede claro, no me escondía por miedo. Sino porqué cómo él único humano aquí, yo sí puedo resultar muy herido.
"Pero claro que sí" Pensó Lancelot, el caballero sabía que Terrance era un hombre cobarde y los hombres cobardes podían ser peligrosos. Eso lo había aprendido Lancelot por las malas una vez y no podía dejar que las cosas empeoraran.
—Lo usted diga Lord Casterly. —Respondió el caballero.
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