Caso 38: El Caballero de la Ambición.



Aquella era una pintura en sobre relieve impresionante; mitad estatua, mitad pintura. En ella se podía apreciar una escena de una batalla entre ángeles descendientes del Paraíso cayendo como una riada furiosa sobre el ejército rebelde de Lucifer. En medio de la pintura se podía apreciar al Arcángel Miguel con su espada de fuego celestial en una mano, subyugando a Lucifer durante su derrota. Aquel Lucifer tenía un ala de ángel y la otra de murciélago. Y por un momento Lancelot recordó las viejas guerras. Cuando el rey Arturo comandó su ejército contra el de su vástago Mordred, durante la rebelión de los caballeros. Lancelot no había participado en ella, pero había sufrido como el resto de sus hermanos cuando supo el cruel destino de su rey al final de la batalla y la sangre derramada de todos los caballeros que juraron defender Britania de las fuerzas del mal.

—Impresionante. —Dijo Lancelot.

—Su nombre es Gabrielo Monteriggioni. —Respondió Terrance Casterly el Gran Maestre del Templo de Baphomet. El hombre entró en su oficina del piso número 13 de un enorme edificio con paredes de cristal.

Para Lancelot era difícil creer que Londinum, la ciudad que no era más que una abandonada cuidad romana, hubiera crecido de tal manera que rivalizaba con la mismísima Albión. Y que Camelot no fuese más que una ciudad ficticia que vivía solo en las novelas caballerescas.

—¿Ese es el nombre de aquel cazador de demonios? —Preguntó Lancelot.

—Así es mi señor. —Respondió Terrance Casterly, el hombre caminó hacia Lancelot, el caballero le sacaba dos cabezas y media al hombre. Terrance le dejó en las manos del caballero un vaso de cristal con un líquido alcohólico en el interior, Lancelot supuso que tenía que ser alguna especie de vino. El hombre lo olfateó, le quemaba. Y recordó las bebidas que los sajones que Germania habían traído con ellos cuando iniciaron su conquista de Britania, aquellas fuertes bebidas.

—Es whisky. —Respondió Terrance Casterly. —Es escoces. Créame, le va a fascinar. —Dijo Terrance, Lancelot dio una ligera probada a la bebida y sonrió.

—¡Maravilloso elixir! —Exclamó Lancelot. —Lord Terrance, ¿Quién este Gabrielo Monteriggioni? Tiene un apellido muy extraño, tal vez latino, tal vez visigodo.

—Por supuesto mi señor sacrílego. Gabrielo Monteriggioni trabaja para La Agencia Anti-Demonios Manhattan en América. Una de las órdenes militares del Vaticano.

—¿La ciudad Romana? —Preguntó Lancelot.

—La misma.

—Cómo es que tienen tanto oro para pagarle a un cazador como él, cuando el rey Arturo fue a Roma, la iglesia estaba en completa quiebra y a merced de los barbaros de Atila. —Respondió el caballero y le dio otro sorbo al whisky.

—Muchas cosas pasaron después de la caída de imperio romano. —Respondió Lord Terrance. —Afortunadamente nuestros servicios de inteligencia lograron encontrarlo en El Aeropuerto Internacional JFK en la ciudad de Nueva York.

—Voy a pretender que entiendo la mitad de lo que me está diciendo Lord Terrance y me pondrá una evidencia fehaciente de que tienen al hombre. —Respondió Lancelot.

—Por supuesto, mi Señor Sacrílego. —Entonces el hombre tomó un cristal negro cuadrado y se lo pasó a Lancelot. El Señor Terrance tocó la superficie de cristal y luces crearon imágenes.

—¡Qué maravillosa magia es esta! —Exclamó Lancelot. Entonces el hombre tocó el cristal nuevamente y apareció una secuencia de imágenes donde el cazador de demonios cruzaba por los pasillos de lo que Lancelot podía pensar, era un palacio colosal con espadas gigantescas que podían surcar los cielos como si fueran aves. —Ni siquiera Morgana era capaz de esta clase de magia.

—Eso es porque no es magia, sino tecnología. —Respondió lord Terrance.

—Bien, búsqueme la forma viajar hacia aquella tierra llamada Nueva York. —Respondió el caballero.

—¿Puedo preguntar por qué?

—Por supuesto que puede hacerlo, soy un caballero de la mesa redonda de Arturo Pendragón, y su interferencia en mi enfrentamiento con ese cazador de demonios ha mancillado mi honor como caballero de la Ronda. Por lo que iré a Nueva York y ahora yo desafiaré a ese cazador de demonios.

—Mi señor, no sería más sensato mantenernos ocultos hasta que el Pandemonio haya terminado, entonces...

—¡No! —Exclamó Lancelot. —Sí el Señor Oscuro aparece sobre la tierra, será el fin de todo, antes de abrir las puertas del Infierno para él, quiero saber lo que se siente...

—¿Qué cosa?

—Conseguir Albión. —Respondió Lancelot. —Desde mis días de caballero no me había divertido tanto, quiero volver a sentirme así otra vez. Antes del final, quiero resolver todas mis ambiciones.

—Mi Señor Sacrílego. La Agencia Anti-Demonios Manhattan es una de las órdenes al servicio del Vaticano más fuertes. Con ellos está John en persona. El Centinela más poderoso con el que cuenta la Bula 99.

—No sé quién sea ese hombre, pero no iré solo. —Respondió Lancelot.

—El Templo de Baphomet tiene poder económico, pero se lo advierto, no somos una orden militar. —Respondió Lord Terrance.

—No se preocupe Lord Terrance, no espero que los humanos peleen una batalla que no pueden ganar. Este cazador de demonios: Gabrielo Monteriggioni, fue tras de mí, fue a buscarme con la intención de matarme. Pienso que también irá por el resto de los Heraldos Infernales, sentí como El Toro del Diablo de la Ira, El jorobado de la envidia y El Ángel caído de la Pereza se esfumaban. Tres de los siete ya han caído, no puedo permitir que el resto caiga también en el olvido.

—¿Siete?, El libro de las Épocas solo menciona seis. Son seis los comandantes infernales. —Dijo Lord Terrance, confundido.

—Son seis comandantes, pero falta el líder de todo el ejército infernal. —Respondió Lancelot, y dio un sorbo al whisky, luego apuntó con su mano hacia la representación de lucifer en la escultura.

—Las 13 Ordenes Mágicas hemos pasado siglos tratando de encontrar la ubicación de los heraldos infernales. Y hemos fallado, Brujas, vampiros, duendes, hombres y mujeres al servicio del Señor Oscuro han fallado a lo largo de los siglos.

—Lo sé, pero antes no tenían aun heraldo de su lado. Les revelaré la ubicación de los otros dos Heraldos Infernales, búscalos Lord Terrance y diles que Sir Lancelot del Lago, el caballero de la ambición. El Heraldo de la Avaricia convoca su presencia.

—¿Qué pasará con el último heraldo? —Preguntó Lord Terrance.

—¿Disculpe?

—Dijo que eran siete heraldos. Supongo que habla del Heraldo de la Gula y el Heraldo de la Lujuria, nos deja uno más, el Heraldo del Orgullo.

—El Señor Oscuro, jamás nos reveló a nosotros la identidad de su heraldo. Por lo que no podremos contar con él. —Respondió Lancelot. El caballero dio otro sorbo y miró hacia el frente.

Entonces recordó, en sus memorias los volvía a ver a todos: Sir, Gawain, Sir Tristan, Sir Morderd, Sir Gallahan, y el resto de los caballeros todos en una línea tras Arthur Pendragón, mientras el hombre miraba con un semblante digno hacía aquella enorme isla flotante en medio del valle. El hombre alzó su mano enguantada estirando la palma en dirección a la isla y el imponente castillo que se alzaba.

—Algún día, os prometo mis amigos, os prometo que cuando las guerras hayan acabado y Britannia conozca la paz, llegaremos a Albión. Os prometo que cenaremos en los salones de Oberón, el Rey de las Hadas, beberemos la ambrosía y alcanzaremos la inmortalidad. —Exclamó Arthur Pendragon, sus caballeros tras él, le vitorearon.

Excepto Lancelot, el joven caballero se mantuvo con un semblante taciturno, Arthur y sus caballeros entonces descendieron la colina, solo Lancelot se quedó ahí, el caballero dio un paso al frente, miró al suelo sobre la grama pisoteada donde el rey Arthur se había parado, Lancelot entonces dio un paso y se colocó sobre las pisadas de Arthur, sus pies eran más grandes. Entonces Lancelot estiró la mano hacia la isla flotante donde estaba el reino de Albión y estiró la mano con el guantelete, Si lo imaginaba, estaba tan cerca de tomar el reino, casi al alcance de su mano. Lancelot entonces cerró la mano en un puño. 

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