Caso 37: Invierno en Manhattan.
El elevador continuaba subiendo, uno a uno los números de piso aparecían en la pantalla. Gabrielo desvió la mirada hacia al frente, se escuchó un tintineo de las bocinas y las puertas del elevador procedieron a abrirse. Ahí estaban todos, decorando el árbol de navidad de la Agencia, el cual brillaba con las esferas doradas y plateadas. El señor Mendeliev estaba en el comedor, el olor de las galletas de jengibre, el jamón con miel inundaba el ambiente, de los pasamanos colgaban guirnaldas doradas.
Una pequeña Felicia, corría con las guirnaldas, una en cada mano simulando que eran alas. Junto a ella estaba Hector; el hijo de Phil y los demás niños. Dan estaba "ayudando" a una de las chicas a colocar las esferas en el árbol mientras recargaba sus manos en la cintura baja de la chica. Mientras que ella subía por la escalera para colgar las esferas.
En la parte de arriba, Ramsay Leopold estaba con el puro en la boca, sujetándolo firmemente con los dientes, mientras en su mano tenía un disco de vinilo, el hombre lo puso en el tocadiscos y comenzó a escucharse por las bocinas las canciones de jazz navideño. En el fondo estaba Caleb Morgan; el agente era relativamente nuevo, antes de convertirse en cazador, había sido un convicto que había acabado en prisión después de ser atrapado en un robo al banco que salió mal. El joven tenía en sus manos una taza de cristal con Gluwein, Caleb bebió un sorbo y luego miró a Gabrielo y alzó la taza hacia él.
Gabrielo sonrió.
—Bueno, ahora sí es una fiesta navideña. —Respondió Karen. La chica se acercó a Gabrielo y le ofreció un vaso con Gleuwein. El cazador le dio un sorbo.
—Gracias. —Respondió Gabrielo. —Está helando allá afuera.
—Oye chico listo, mira arriba. —Le dijo Karen. Mientras apuntaba con su dedo enguantado hacia arriba. Ambos estaban bajo el muérdago. Entonces la chica rodeó los hombros de Gabrielo con sus brazos y se besaron tiernamente.
—¿Tú fuiste la de la idea? —Le preguntó Gabrielo a Karen. Karen sonrió y negó con la cabeza ligeramente.
—Fue Dan. —Respondió Karen.
—Por supuesto. Entonces supongo que a él debo agradecerle por este momento. —Respondió Gabrielo.
—Puedes agradecérselo más tarde. —Respondió Karen. Y los dos volvieron a compartir un beso. Al fondo de ellos estaban los ventanales, donde la nieve caía sobre la ciudad.
La campana del elevador tintineó y las puertas se abrieron lentamente. En el presente, el lugar se veía vacío. Sin nadie, incluso hacía un poco más de frío que el de costumbre. Gabrielo cruzó las puertas del elevador. Las cosas parecían las mismas de siempre, las mismas canciones de jazz se escuchaban por las bocinas y el techo parecía haber sido remodelado. Entonces escuchó voces que procedían de la biblioteca. Gabrielo cruzó el vestíbulo hacia la biblioteca. En el centro de la habitación se alzaba un árbol de navidad.
—¡Maldita sea Dan, te dije que estas no eran las esferas! —Exclamó Lira.
—Oye, se ve bien. —Respondió Dan. Entonces le vampiro subió la mirada hacia el marco de la puerta. Donde se encontraba Gabrielo. —¡Hey, miren quien llegó al fin! —Exclamó Dan. Lira alzó la mirada y sonrió, Carmine fue corriendo hacia Gabrielo y lo abrazó. Dan entonces quitó a la chica y abrazó a Gabrielo. —¡Oh, mi hermano de ultratumba, mi hermano del alma!
"Esta ebrio" pensó Gabrielo.
—¡Mira!, ¿Qué no te recuerda a esos tiempos cuando hacíamos esas locas fiestas en la agencia? —Preguntó Dan.
Gabrielo sonrió. —Gracias Dan. —Y luego miró a Ramsay.
—Gabrielo supongo que tu misión fue todo un éxito. —Dijo Ramsay. Gabrielo notó algo extraño a Ramsay, el hombre lucía más pálido que de costumbre y más delgado.
—Más o menos. —Respondió Gabrielo. —Hubo unas cuantas complicaciones en mi misión.
—Lo hemos notado. —Respondió Lira. Y luego la chica apuntó con su mano al reloj del fin de los tiempos. —La arena se ha estado desplazando más lentamente de lo usual. —Respondió Lira.
—Fantástico. —Respondió Gabrielo. El cazador entonces miró el árbol, las esferas, las luces, los listones y las guirnaldas no combinaban en absoluto, justo como todos trabajadores, en la agencia.
"Es perfecto," pensó Gabrielo.
—Te alegrará saber que nos encargamos de Alessa Crawley y el clan O'Duhir. —Respondió Ramsay. —Pero enserio Gabrielo, ser capturado por la Orden de Caballeros de Santa Sofía. Es algo patético si me lo preguntas. —Respondió Ramsay.
—Créeme Ramsay, no era mi intención ser capturado por ellos. —Respondió Gabrielo. —Lidié con los Heraldos de la Ira y de la Envidia. Quedan cuatro más.
—Sí, cuatro más y habremos detenido el reloj del fin del mundo. —Respondió Ramsay con un muy disimulado optimismo.
Entonces Gabrielo caminó hacia Lira, la chica alzó la mirada.
—¿Después de todo lo que ha sucedido no te arrepientes de haberte unido a la Agencia? —Preguntó Gabrielo.
—Es gracioso. A pesar de que debería, ya que prácticamente me forzaron a unirme a la caza de demonios. No me siento mal en absoluto. —Respondió Lira. —Finalmente puedo creer que mi vida tiene un sentido aquí con ustedes.
—Bien. —Respondió Gabrielo con una sonrisa. —Eso significa que ya eres una de nosotros, para nosotros, la Agencia Anti-Demonios, es más que solo un trabajo, es un hogar.
—Lo sé. —Respondió Lira. —Sinceramente me alegra que hayas regresado a casa, Gabrielo. —Entonces la chica abrazó a Gabrielo. El cazador también la abrazó.
—Bueno ninguna fiesta de navidad es una fiesta sin ¡Tragos! —Exclamó Dan y luego sacó por debajo de una mesa una caja de madera llena de botellas. —Vengan que tengo de todo, Whisky, Ron y Tequila...excepto para ti, Gabrielo. Sé que no te controlas con el tequila.
Gabrielo sonrió.
—Hoy es una noche especial. —Respondió Gabrielo.
—Okey, suficiente para mí. ¡Atrapa, mi querido bastardo! —Exclamó Dan y le arrojó a Gabrielo la botella de tequila. Gabrielo la abrió y bebió un sorbo.
"Era casi tan bueno como en los viejos tiempos." Pensó Gabrielo.
A la mañana siguiente. Gabrielo salió temprano de la agencia, tenía un mensaje en su espejo que leía que se reuniera en el Moonlight Diner. Sin duda debía ser el mensaje de Cecilia, o Zarasvati como ella ahora quería ser llamada y recibió otro en el teléfono, ese era de Felicia, en donde se leía como estaba molesta por tener que levantarse temprano para tomar un avión de LA a Nueva York. Y que Cecilia estaba insistiendo en reunirse en el restaurante ese.
La ciudad estaba cubierta por una ligera capa de nieve blanca, al final del día quedaría grisácea por la contaminación. Los ríos de personas en las calles de Manhattan estaban cubiertos con pesadas ropas, desde la punta de los pies hasta la coronilla de la cabeza. Al parecer sería un duro invierno. Gabrielo entró al Diner y pidió el Gabinete de siempre, pidió dos tazas de café. Para él y Zarasvati y una malteada de chocolate para Felicia. Gabrielo no podía evitar recordar, cada vez que iban al Moonlight Diner con el resto de los agentes a celebrar después de una misión exitosa. Y Felicia, siempre pedía una malteada. La primera en aparecer fue Zarasvati, quien descendió de los techos con espejos. Justo sobre su asiento en el lado opuesto del gabinete.
—Hermana...—Pronunció Gabrielo con el tono seco y monótono de siempre, simulando un saludo.
—Gabrielo. —Respondió Cecilia. La joven tomó entonces la taza con café y le dio un largo sorbo.
Se escuchó que alguien entraba por la puerta del Diner. Una joven mujer que vestía glamorosamente con grandes lentes de sol, abrigo de piel blanco niveo, tenía un sombrero tipo granadero sobre la cabeza para protegerse de frio, del mismo color que su abrigo. La chica caminó hacia el gabinete y se sentó al lado de Gabrielo.
—Te pedí una malteada. —Respondió Gabrielo.
—Oh... ¿gracias? Es solo que, ya no soy una niña. —Respondió Felicia. —Y las malteadas...pues ahora ya no...
—Sí no la quieres yo me la tomo. —Respondió Cecilia y estiró su mano hacia la malteada de Felicia.
—¡No!, no, está bien, es mi malteada yo me la tomo.
—Sí, eso pensé. —Respondió Cecilia. Felicia comenzó a beber de la pajilla reciclable la bebida. Mientras ella observaba a sus dos hermanos.
—¿Qué? —Preguntó Cecilia a Felicia.
—Nada, es solo...qué hacía muchos años que no estábamos los tres en el mismo lugar. —Respondió Felicia tímidamente. —¡Oh! ¡Es como nuestra propia reunión navideña! —Exclamó Felicia con animosidad.
—Pero por supuesto que no. —Respondió Cecilia, me niego a celebrar el falso nacimiento de un falso dios cristiano.
Tanto Gabrielo como Felicia sonrieron ante la incomodidad.
—Los he llamado porque necesitamos decidir qué es lo que vamos a hacer en los siguientes meses. El Pandemonio está a punto de terminar y necesitamos prepararnos para la llegada del Señor Oscuro. Ahora he estado hablando con algunas brujas, que predicen donde será la puerta por la que cruzará...esperaba que los tres nos reuniéramos para darle una bienvenida. Después de todo él es nuestro abuelo. —Respondió Cecilia. Sin embargo, había una mueca de desagrado en las caras de sus dos hermanos. —¿Qué?
—Fueron legiones de demonios enviados por Lucifer quienes mataron a mamá y papá. —Respondió Gabrielo.
—Sí lo sé. Pero si yo puedo poner eso de lado, tú también puedes, Gabrielo. Después de todo la sangre es más espesa que el agua. La familia va primero. —Dijo Cecilia y dio un sorbo de café.
—¿Cómo puedes simplemente perdonar lo que nos hicieron? Mamá y Papá ambos...su único pecado fue amarse.
—Te equivocas Gabrielo, yo jamás podré perdonar lo que nuestro abuelo hizo. Pero esto es sobre nuestra supervivencia, Somos los hijos de Xenovia, somos su legado, y mientras estemos vivos y juntos como hermanos, podremos sobrevivir a lo que vendrá. Solo si le juramos lealtad.
—Reconozco que Felicia es mi hermana, y Cecilia es mi hermana, pero Zarasvati no... ¿Después de todo no fuiste tú quien le ayudó a Alessa Crawley a convocar el reloj del fin del mundo? —Preguntó Gabrielo, Cecilia se recargó sobre el respaldo de su asiento, aquellos ojos inquisidores de Gabrielo la atravesaban. —Nos traicionaste, traicionaste a Dan, a Ramsay, y a mí. ¿y todo por qué? —La mano de Gabrielo se cerró en un puño, la ira comenzaba a apoderarse de él.
Entonces Felicia colocó su mano sobre el puño de Gabrielo.
—Cecilia fue quien mató a Alessa Crawley. —Respondió la hermana menor de Gabrielo. —Ella me salvó la vida a mí y a todos en la agencia.
—Entiendo que no me quieras creer, Gabrielo, pero todo esto lo hago por nosotros. Siempre he visto por nosotros tres, por ti y por Felicia. Los tres siempre hemos sido una familia. Espero que algún día puedas entenderlo. —Respondió Cecilia.
—Hay una forma de evitar el fin del mundo. —Respondió Gabrielo.
—Esto va estar bueno. —Respondió Cecilia con una sonrisa en los labios y un tono burlón. —¿Cómo? —Preguntó Cecilia.
—Acabamos con los seis heraldos infernales. —Respondió Gabrielo. —John dijo...
—¿John, dijo? ¿Esa es tu fuente?, ¿Un ángel en auto-exilio por 25,000 años, que nunca antes ha puesto un pie en el infierno y tomas su opinión sobre la de tu hermana que ha navegado entre los mundos? —Preguntó Cecilia, indignada. —Los heraldos infernales, Gabrielo, no son como los demonios que has cazado. Estos son verdaderos comandantes infernales que pelearon en la primera guerra de la humanidad. Demonios que no fueron arrastrados al infierno después de que Lucifer perdió.
—Lo sé, ya me enfrenté a tres de ellos. —Respondió Gabrielo. Y dio un sorbo de café.
—¡Que hiciste qué! —Exclamó Cecilia.
—El Heraldo de la Ira y de la Envidia están muertos, pero escapó el Heraldo de la Avaricia. —Respondió Gabrielo. —John en este momento ha de estarle rastreando y cuando lo encuentre...
—¡Que estupidez has hecho Gabrielo! —Exclamó Cecilia, todos en el Diner voltearon por un momento hacia la mesa de los tres Monteriggioni, Cecilia entonces bajó el tono de su voz. —Ahora él lo sabe, nuestro abuelo sabe que has tomado tu decisión. Y estás en su contra, ¡mierda! Por eso te había pedido que no siguieras a esos humanos, te has condenado Gabrielo, te has condenado. ¡Por qué!
—La Tierra es nuestro hogar Cecilia, y los humanos...serán egoístas, serán ambiciosos y se dejarán corromper constantemente, pero igual tienen otra faceta, son capaces de amar, de aprender de sus errores y buscan constantemente la redención. Yo he decidido pelear por los humanos, porque creo en ellos, estoy seguro que eso es lo que hubiera querido que mamá hiciera.
—¿Esto es por tu pacto con los Hellgate?, ¡Por qué si es así, ese Ramsay me va a escuchar!
—No tiene nada que ver con Ramsay. —Respondió Gabrielo. —Ni con la Agencia, ni la Bula 99. Yo, en serio creo en ellos.
—Yo, yo ya no puedo. —Gruñó Cecilia, la chica entonces dio un sorbo de café, y trató de relajarse para no perder el control frente a todos en el resturante, y hacer una escena. —Felicia por favor has entrar en razón a tu hermano.
Sin embargo, Felicia se quedó callada por un momento y bajó la mirada.
—Ahm...a decir verdad, estoy de acuerdo con Gabrielo. Es gracias a los humanos que compran mis álbumes, y cada vez que salgo a escena puedo sentirlo, su genuino amor por mí.
—Si tanto deseas ser adorada como una deidad, una vez que nuestro abuelo llegue entonces...
—No es lo mismo. —Respondió Felicia. —No quiero ser amada por obligación. Los humanos me aman por quien soy. Porque ellos eligieron amarme, por decisión propia y la verdad es que yo también amo a mis fans. Pienso que nosotros tres...no se, tal vez podamos impedir el fin. Yo no seré tan inteligente como tú, Cecilia, o tan fuerte como Gabrielo. Pero, juntos...juntos no hay nada que nos pueda frenar. —Respondió Felicia la chica tomó entonces las manos de sus dos hermanos y las juntó con la suya.
Gabrielo y Cecilia intercambiaron una mirada.
—Ella es nuestra hermana pequeña...Y nunca pudimos decirle que no, a ella. —Respondió Gabrielo con una sonrisa.
Cecilia se puso furiosa, su cara se tornó roja, pero en vez de gritar o de atacar a Gabrielo o a Felicia, simplemente dio una larga respiración. Hasta que regresó a su color pálido tuberculoso normal.
—Bueno, ahora que metiste la pata hasta el fondo Gabrielo y no hay manera de sacarla, no sería lo mismo reinar en ese nuevo mundo, sin ustedes dos. —Respondió Cecilia. —¡Oh Gabrielo! algún día harás que me maten. —La hermana de Gabrielo sonrió.
—Gracias, Zarasvati. —Dijo Gabrielo finalmente reconociendo a su hermana bajo su nombre invernal.
—Cecilia. —Respondió la hermana de Gabrielo. —Si vamos a renegar a nuestro abuelo e iremos en contra de nuestra herencia infernal, más vale renegar de ese nombre que elegí, también. —Respondió Cecilia.
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