Caso 36: Jonahel.
Adriana entró en la recamara de John y él, se encontraba sentado meditando en la terraza de su apartamento. Desde su ubicación podía verse la característica arquitectura solariega y neoclásica de la ciudad romana. En la distancia las campanas procedentes del Vaticano podían escucharse. John dio una leve respiración.
—Señor John. —Anunció Adriana tímidamente, John abrió los ojos y se levantó. El centinela caminó hacia Adriana.
—¿Qué ocurre? —Le preguntó John a su asistente.
—Encontramos otra de las marcas que nos pidió investigar. —Respondió Adriana. La mujer entonces mostró la carpeta de investigación que tenía consigo, en ella estaba una serie de fotografías que causaron el interés de John.
—Excelente. —John entonces miró una de las fotos. La marca en lo que parecía ser una roca tallada a la entrada de una cueva. La marca leía "Durm": La marca de la Pereza. John entonces sintió un vuelco en el estómago, en su mente se escuchó el choque de las espadas y los gritos desgarradores de la gran guerra.
—También hemos localizado a Gabrielo Monteriggioni en Londres, ¿Lo mando a llamar? —Le preguntó Adriana.
—No, yo me encargo de este. —Respondió John. — Gabrielo ya nos ha ayudado mucho, me parece sensato que regrese a América. Yo iré a encargarme de este heraldo. ¿Dónde se encuentra este lugar? —Le preguntó John.
—En el monte Kilimanjaro en Tanzania: África. —Respondió Adriana.
"Maldición..." Pensó John. —Prepárame un transporte y un grupo de agentes. —Respondió John.
—En seguida. —Respondió Adriana.
John no quería admitirlo, pero Adriana era una muy buena organizadora. El convento de las Hermanas de Santa Ana de la Perpetuidad, siempre seleccionaba a las mejores reclutas para encargarse de la organización interna de la Bula 99. Siempre elegidas en alguno de los siete caminos de las 7 virtudes. John siempre se había caracterizado por su diligencia y por eso cuando le asignaron a Adriana. Se adaptó con gran rapidez a John y su larga carga de trabajo por todo el mundo.
Cuando John tenía que salir en misiones que requerían su asistencia en el campo, usualmente era con amenazas Rango A o Rango S. Monstruos marinos de leyendas, dioses y antiguas deidades que se negaban a morir. Pero más que nada, demonios. Antes de Gabrielo y la Agencia Anti-Demonios Manhattan, era él quien que se encargaba de la cacería de demonios.
Por suerte, con el tiempo y gracias a malversaciones dentro de la Curia Papal, John podía hacer uso de un Jet ultrasónico privado, para el uso de la Bula 99.
Desde que llegó a la tierra, John había visto la constante lucha del ser humano por mejorarse hasta que finalmente lo superaron. Los humanos modernos serían considerados dioses para los humanos con los que John peleó lado a lado durante la primera guerra de la humanidad.
Sin duda el avión ultrasónico era una buena adquisición, John subió a la nave que despegó poco después. Mientras miraba por el ojo de buey, recordaba los días en los que El Paraíso era tangible, lugares como el Olimpo, Nirvana, incluso Valhalla, podían ser alcanzados por meros mortales...Pero eso había sido mucho tiempo atrás, antes del final de la era de los héroes.
Cuando inició la Era de los Hombres: la mayoría de los dioses no vivían más que en sus leyendas. Y aquello que hubiese impresionado a sus pueblos, habían pasado a ser solo mitos. John y los suyos debieron de haberse ido desde hace mucho, mucho tiempo. Y, aun así, continuaba con vida, o lo más parecido que era la vida para un ser celestial como él.
Arribaron poco después a una pista de aterrizaje en Tanzania, John descendió de la aeronave, en la pista de aterrizaje había miembros de la orden de los inquisidores.
El Inquisidor Macumbé se reunió con él.
—Santidad John. —Respondió Macumbé dando una ligera reverencia, su inglés era golpeado, él era alto, de tez oscura, de ojos marrones y cabello corto rizado con una espesa y bien recortada barba. En África solo se les permitía a dos órdenes operar; La división de Wolfenjeagers en Sudáfrica y la Hermandad de los inquisidores en Tanzania, el Congo y Mozambique. —Hablo por toda la hermandad de los Inquisidores de Tanzania cuando digo que nos alegra recibirlo. —El hombre le tendió la mano a John.
—Inquisidor Macumbé. He oído de las grandes proezas que ha hecho contra el aquelarre de Mamá Lamba.
—Es un honor para mí, recibir elogios de usted, su santidad. John: Máximo Centinela de la Cristiandad. —Respondió Macumbé. —Como verá aquí, las noticias tardan un tiempo en llegar. Estamos muy lejos de las líneas de comunicación establecidas. Por lo que actuamos con más autonomía de las órdenes dadas por el gran inquisidor en Roma.
—No estoy aquí para juzgar sus decisiones, tengo mucha experiencia con "Agencias rebeldes" Y la mayoría de las veces puedo constatar que el trabajo autónomo, es la mejor opción, cuando se trata de nuestra lucha contra las fuerzas de la oscuridad. —Respondió John.
Macumbé, asintió con la cabeza. John dio un rápido vistazo a sus hombres, sus uniformes estaban desgastados y sus armas ya muy usadas. Incluso los vehículos que les habían dado estaban en lamentables condiciones. John subió a uno de los jeeps, cuando arrancó el escape dio un estruendo y se puso en marcha.
"Cuando regrese, tendré que asegurarme que les den equipo nuevo" Pensó John.
Dentro de la Bula 99 existían opiniones diversas sobre cómo incorporar a las naciones africanas, dentro de la Bula. John había pedido que no se dejara de enviar ayuda a las ordenes en África ya que ellos estaban defendiendo el frente sur por varios siglos. Había monstruos primigenios que rondaban en la sabana, había civilizaciones no contactadas que alababan dioses monstruosos del cosmos. Y había grandes concentraciones de magia demoníaca por todo el continente. Era solo porque aquelarres de brujas, tenían nulo interés en el continente africano, que toda la zona no se había convertido en un semillero para brujas y hechiceros. La única que parecía tener la intención de restablecer un contacto con las tierras ancestrales, era el aquelarre de Mamá Lamba.
Los jeeps condujeron por la sabana, los animales corrían al momento de ver a los tres vehículos rugir por la sabana hacia las faldas del imponente monte Kilimanjaro. John sentía curiosidad, a pesar de que hacía un calor infernal, la cumbre del imponente monte yacía repleto de nieve. Cuando llegaron al punto máximo al que podían llegar los vehículos, los frenaron. John descendió del vehículo. Con él iba un largo maletín de metal. Uno de los hombres de Macumbé lo bajó de la cajuela y lo dejó caer al suelo.
—Cuidado con eso, un movimiento en falso y te incendiarías con un fuego que jamás se extingue. —Le advirtió John.
—Estamos listos. —Respondió Macumbé. En sus manos llevaba una metralleta. —¿Qué es a lo que nos enfrentamos? Su ayudante no proporcionó mucha información al respecto.
—Venimos por un heraldo infernal, un demonio de alto nivel y este es uno de los que luchó en la guerra contra Dios. —Respondió John.
Macumbé y el resto de sus inquisidores se sintieron muy emocionados. Entonces John tomó el maletín de metal y con su mano libre sacó un pedazo de papel y se lo dio al líder inquisidor.
—Lee lo que dice, memorízalo y cuando baje de la montaña, pregúntame que es lo que dice el papel, si no soy capaz de contestar, quiero que dispares contra mí o cualquiera que baje de esa montaña. No podemos permitir que lo que este ahí arriba salga de aquí. John no podía permitir que otro Saint Dennis ocurriese en las localidades cercanas.
John entonces subió la montaña hasta que llegó a la cueva. El frío refrescaba su cuerpo. El centinela entro en el interior de la cueva.
—¡Quien está ahí! —Exclamó entonces una voz, John sintió nostalgia al escuchar el lenguaje de los ángeles. Entonces pudo ver a una figura encapuchada, sentada sobre una cama de piedra. —¡Ah! Jonahel, siempre es un gusto volver a verte. Hermano. —Respondió la figura encapuchada.
—Rabiel. —Anunció John. —Ha pasado mucho tiempo.
—En realidad mucho tiempo, ¿Cuánto, unos 25,000 años? —Preguntó el Heraldo de la Pereza.
—Más o menos. —Respondió John. —Veo que decidiste ser el heraldo de Belfegor. ¿Por qué hermano?
—Después de nuestra derrota en la batalla del Monte Sinaí, supimos que nuestra rebelión, prácticamente había fallado. —Respondió Rabiel. —El infierno se veía como un lugar muy incómodo. Por lo que, cuando el comandante Belfegor buscó a un voluntario para ser su heraldo en la tierra, yo me ofrecí como voluntario sin dudarlo. —Respondió Rabiel. —Esperaba que, eventualmente, el resto de los heraldos abriéramos las puertas, como estábamos destinados. Hasta que nos empezaron a matar, ¿Fuiste tú, Jonahel quién mató al Minotauro de la Ira y al Jorobado de la Envidia?
—Yo no fui el brazo ejecutor, hermano. Pero no puedo negarte que fueron mis palabras las que llevaron a sus muertes. —Respondió John.
—De todos los ángeles de nuestro padre, tú eras quien más desaprobaba la rebelión, Tú; Jonahel el Vengador, quien mató a miles de sus hermanos rebeldes en el campo de batalla. Y, aun así, aun después de que ni Miguel ni Amenadiel te concedieron el rango de Arcángel, tú que viste como la bella Lilith y la inocente Eva eran corrompidas por el mundo, aún después de todo, decidiste seguir viendo por todos los humanos. ¿Por qué hermano?
—Ellos necesitaban esperanza. —Respondió John. —Y necesitaban a alguien que los protegiera contra las maquinaciones y las torturas de Lucifer y sus huestes. Me sorprende que no buscaras un cuerpo, una vasija en donde depositar tu poder.
—Muchos dan la pereza como el pecado más débil de todos. —Respondió Rabiel. —Incluso entre los mismos jerarcas infernales consideran a la pereza con debilidad. Pero la pereza representa la indulgencia y el hedonismo. Es decidir no hacer nada cuando quieras donde tú quieras. ¿Por qué razón debería darle a un simple humano toda esta libertad? Entonces el heraldo se levantó de su asiento, la túnica que lo cubría cayó al suelo. mostrando su cuerpo.
Un hombre delgado, muy delgado. Cada hueso podía apreciarse a través de una ligera capa de pellejo, su cabello era delgado y blanco, su piel era más blanca que la nieve. Milenios de no darle el sol lo había convertido en un albino. El Rabiel que Jonahel había conocido en el paraíso era un joven de cuerpo atlético, de rostro apuesto, de larga y sedosa cabellera castaña. Un joven que gustaba de tocar la lira y la trompeta, que le gustaba correr por el jardín del Edén y bañarse en las aguas de sus estanques cristalinos. El plumaje en las alas de Rabiel se había oscurecido, y sus plumas yacían quebradizas.
—Oh, hermano. ¿qué te ha pasado?... —Le dijo John, quien sentía pena por su hermano, pues su único pecado fue elegir el bando perdedor en la guerra.
—Usualmente duermo por unos 2000 a 3000 años. Nada cambia aquí adentro, por lo que, en mi mente, podría considerar que no ha pasado más que un par de meses desde la rebelión. Los gritos de nuestros hermanos y hermanas en el infierno me despertaron meses atrás. Cuando supe que el Pandemonio había iniciado.
—¿Entonces ya sabes por qué estoy aquí? —Preguntó John.
—Sí. —Respondió Rabiel. —Pero debes saber que, si me matas, todos allá abajo lo sabrán y los obligaras a acelerar las cosas. Acelerarás el fin del mundo.
—No si antes cerramos las seis puertas. —Respondió John. —Desde que llegué a la Tierra, he vivido entre los humanos preparándome para este momento, Rabiel. Esperando el momento para cerrar las seis puertas infernales.
—Jamás podrás cerrarlas, ¿Quién ha dicho que son seis? —Preguntó Rabiel.
—Había seis glifos infernales en la tapa del reloj del fin del mundo. —Respondió John. —¡Seis!
—Cada heraldo representa un pecado capital. —Respondió Rabiel. —¿Acaso son solo seis pecados capitales Jonahel?
—No es posible, Lucifer jamás tendría un heraldo, él es orgullo, él es soberbia. No dejaría que nadie lo representase a él en la tierra. —Respondió John.
—Que curioso. —Respondió Rabiel. —El Príncipe de las Tinieblas también es conocido como el príncipe de las mentiras, ¿Para quién crees que sea la mentira más grande, Jonahel?
—¿Crees que él no sabe lo que has hecho en estos 25,000 años? ¿Crees que no le importas tú, John, Centinela de la Bula 99 al servicio del Vaticano?, Durante todos estos milenios has planeado cada uno de tus movimientos sin saber que él siempre ha sido el arquitecto de todos tus planes. Desde el inicio.
—¿Cómo?
—La dulce ironía de las cosas. Todos los humanos nacen y crecen, desde el más inmaculado, hasta el más impío terminan en el mismo lugar, tienen la misma muerte y van al mismo lugar. haya sido la vida que hayan tomado. Y solo se dan cuenta en el momento exacto en el que mueren. La gran inutilidad de una gran revelación.
—Déjate de juegos, quien es el séptimo heraldo. —Gruñó John, entonces activó el maletín, una espada de plata yacía en el interior, John la sujetó del mango y la hoja se incendió con llamas brillantes. John entonces sujetó del cuello a Rabiel. —¡Quién es!
Entonces Rabiel expectoró sangre que manchó la mejilla de John. Un cristal azulado había atravesado el corazón de Rabiel.
"¡No!" Gritó John en su mente.
El ángel entonces dejó caer a Rabiel en el suelo. y el heraldo cayó de rodillas, se le hacía difícil respirar. John entonces subió la mirada. Ella apareció... Cecilia Monteriggioni, en su palma se materializó otro cristal.
—¡Qué has hecho! —Exclamó John.
—Te salvaba la vida, John. —Respondió Cecilia, la mujer entonces apuntó con un segundo cristal en su mano, hacia daga de plata curvada que estaba en el suelo cerca de los pies de Rabiel. —A propósito, mi hermano te manda saludos.
—Jonah...por...favor. —Dijo Rabiel, mientras los hilos de sangre escapaban por la comisura de sus labios. John miró a Rabiel una última vez y alzó su espada llameante, le dio un tajo con la espada llameante. Al instante Rabiel se convirtió en sal.
—Ciao John. —Respondió Cecilia y se dio media vuelta. John no podía dejarla ir, así como así.
—¿Cómo? ¿Por qué? —Preguntó John. Cecilia entonces apuntó a un espejo que se hallaba montado sobre los muros de roca.
—¿El por qué? ...Bueno, se explica solo. —Respondió Cecilia.
—¡No! Rabiel iba a contarme sobre el séptimo heraldo. —Respondió John.
—No hay séptimo heraldo John, ese demonio te estaba mintiendo. —Dijo Cecilia.
—Rabiel será un demonio y habrá tratado de traicionarme. Pero sus ojos no eran los ojos de un mentiroso. —Respondió John. —Lucifer tiene su propio heraldo. ¿Quién es?
—Lucifer es el orgullo encarnado. ¿Crees que tendría su propio heraldo?, ¿Crees que hay alguien capaz de convertirse en el heraldo del orgullo? Solo eran mentiras John. No lo pienses tanto.
"Él ha sido desde siempre el arquitecto de todos mis planes...desde el inicio" John recordó las palabras de Rabiel. "Desde el inicio..."
—Tú. —Dijo John. —Tú eres el heraldo infernal. Tú quien mataste a Alessa Crawley, la falsa heraldo. Tenías que ser tú, todo este tiempo, Cecilia. Hija de Xenovia...la nieta de Lucifer. ¡Tú eres quien abrirá las puertas del infierno!
Cecilia Monteriggioni comenzó a reír, como si le hubiesen contado el mejor chiste del mundo. Entonces John corrió hacia ella y la sujetó del cuello, inmediatamente la azotó contra el muro.
—Esto no es gracioso. —Respondió John.
—Oh John...claro que lo es. —Respondió Cecilia con una sonrisa burlona en los labios. —Si yo soy la Heraldo del Orgullo, entonces tú serías él único que no podría matarme en todo el mundo. ¿Lo entiendes? Eres un ángel, los ángeles carecen de humildad. No pueden perfeccionarse a sí mismos. No pueden ser mejores, ni peores, son como pequeños autómatas, soldados que solo hacen lo que se les ordena. —Respondió Cecilia.
Entonces la mujer tomó la mano de John y la alejó de su cuello, Era imposible, John debía ser el ser más fuerte en toda la tierra, pero Cecilia simplemente lo alejó de ella como si nada.
—Vuelve a tocarme John y será tu último acto en esta tierra. —Respondió Cecilia. Entonces la chica se dirigió nuevamente hacia el espejo.
—No te saldrás con la tuya, Cecilia. ¡Yo te detendré! ¡No dejaré que abras las puertas del Infierno! —Exclamó John.
Cecilia se detuvo frente al espejo, sin embargo, su reflejo no podía apreciarse en él. La chica giró la cabeza y miró a John.
—No está en tus manos decidir eso. —Respondió Cecilia y luego cruzó el espejo.
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