Caso 33: El Heraldo de la Avaricia.
"—No lo entiendes mi lady. Mi corazón no envidia lo que vuestro esposo es, pues yo le he podido arrebatar todo lo que él más aprecia en su corazón. —Dijo el caballero mientras cortaba una rosa roja con espinas verdes, para su damisela, el caballero se pinchó con ella y un hilo de sangre brotó de su interior. Una mujer noble caminó hacia él, tomó con delicadeza el dedo de su caballero y lamió la sangre de este.
—Si no teméis que soy vuestra en cuerpo y alma...y solo vuestra, entonces ¿Qué es lo que agita vuestro corazón, mi noble caballero?
—Oh mi lady, yo...quiero más. Mucho más, no deseo el reino de vuestro esposo, yo podría conquistarlo cuando quiera, no deseo vuestra mano en matrimonio, pues yo tengo vuestro corazón, Sin embargo, yo lo quiero todo. Quiero un reino más grande que el de vuestro esposo, quiero una reina más hermosa que la de vuestro esposo, yo quiero Albión para mí. —Respondió el caballero"
Gabrielo jamás había estado en Londres antes. Sin embargo, el río Támesis le recordaba mucho al río Hudson en Nueva York, los dos estaban sucios y apestaban. Desde el barco de la Orden de los Caballeros de Santa Sofía. La gran rueda del Ojo de Londres y La Casa del Parlamento eran visibles. El barco atracó en uno de los amarraderos y dejó a Gabrielo y Aloette.
—¿Y ahora qué? —Preguntó Aloette.
—Ahora, buscamos la casa de seguridad de John. —Respondió Gabrielo Monteriggioni. El muchacho sacó entonces el teléfono y buscó la ubicación de la guarida, cuando apareció en la pantalla el mensaje de una llamada entrante. Era John, definitivamente.
Gabrielo entonces tomó la llamada.
—Al fin respondes. —Dijo John a través de la bocina. —Doy por hecho que disfrutaste tus vacaciones en Dinamarca.
—¿Cómo sabes eso? —Preguntó Gabrielo.
—Un informe de los Wolfenjaegers menciona a un individuo que se parece sospechosamente a ti. —Respondió John. —Supongo que ya estás en Inglaterra.
—Sí. ¿Por qué? —Preguntó Gabrielo.
—Adivina... —Respondió John en tono seco.
—¿De quién se trata, ahora? —Preguntó Gabrielo.
—En una pequeña ciudad a tres horas de Londres, el lugar se llama Norwich. Uno de nuestros espías encontró un símbolo muy interesante en una de las estatuas del castillo. Te mando las fotos. —Entonces el celular vibró, y apareció una foto, un símbolo estaba dibujado en una de las estatuas de un viejo caballero. —En lenguaje de los ángeles ese es el símbolo de Aza, que significa Avaricia.
—El Heraldo de la Avaricia. ¿John no es extraño que muchos de la mitad de los Heraldos se encuentren en Europa?
—No, no lo es para nada. —Respondió John. —El viejo mundo siempre ha sido un lugar idóneo para la corrupción del alma humana. Apresúrate Gabrielo, que se acaba el tiempo.
Gabrielo y Aloette se dirigieron entonces a la casa de seguridad en Londres, se trataba de un departamento en un complejo departamental en medio de Soho, el lugar parecía haber visto sus mejores días hacía mucho tiempo, las paredes yacían con la pintura cayéndose revelando la estructura de ladrillo rojo tras ella. El limo y el moho comenzaban a trepar por las paredes y las enredaderas secas de lo que alguna vez fue un jardín en la azotea del complejo lo hacían parecer lúgubre.
—Se ve algo...rústico. —Dijo Aloette.
—Sí, es por eso que es una buena ubicación. Nadie entraría husmeando a un lugar donde parece que solo viven drogadictos. —Respondió Gabrielo. El muchacho entonces activo la cámara de su celular, un rastro luminoso podía notarse en el piso que daba hacia los pisos superiores, cuando llegaron al cuarto piso, había una Puerta que marcaba el número 999. El primer 9 estaba hecho en metal y los otros dos nueves a ambos lados con un marcador indeleble negro. Gabrielo se acercó y notó un pequeño vidrio de una botella clavado en la puerta. El muchacho sabía que no podía tratarse de solo basura. El muchacho recargó su mano contra la superficie del vidrio. Y se escuchó un pequeño clic al otro lado de la puerta.
Tal como Gabrielo esperaba de John, aquel departamento era mucho más de lo que él esperaba, grandes pantallas de cristal negro se alzaban en una de las paredes níveas. Un sillón de color rojo en medio de la habitación, una cocina equipada y cava de vino. Más que una casa de seguridad, parecía más bien departamento de soltero.
"Al parecer John tiene algunos secretos que no quiere que nadie sepa" pensó Gabrielo.
Aloette se dejó caer sobre el sillón, el viaje en barco había sido largo. Y Aloette seguía siendo humana. Gabrielo entonces caminó a una habitación contigua y encendió la luz, las armas brillaron ante la nívea luz de las bombillas ahorradoras.
El muchacho se acercó a una caja de metal que tenía un moño rojo. Gabrielo la abrió esperando encontrar algún arma, sin embargo, encontró un pastillero. El muchacho sonrió y tomó una de las pastillas rojas en el interior, luego tomó los cartuchos y los llenó con balas, solo le quedaba una pistola, la glock que había sacado desde Nueva York.
—Wow, esta habitación es increíble. —Dijo Aloette. La chica entró a la armería y comenzó a observar con detenimiento los anaqueles. En ellos había cuchillos de caza, así como arrojadizos, pistolas, revólveres, había escopetas, metralletas y rifles. Había bombas y granadas de todo tipo y equipo de vigilancia. Los ojos de Aloette se detuvieron en una cámara. La chica se acercó y la tomó, parecía una cámara común y corriente. —No me gusta mucho esta marca, pienso que las cámaras de marcas japonesas son mejores.
—Eso es porque no es una cámara común y corriente. —Respondió Gabrielo. —El muchacho se acercó a ella. Y tomó la cámara de las manos de Aloette, había tres modos en la cámara, automática, manual y tesla. —Es una cámara de Tesla, permite sacar una fotografía del aura de las personas. —Respondió Gabrielo —Apunta y dispara a seres demoniacos para capturar parte de su esencia en ella.
—A ver. —Respondió Aloette y sacó una fotografía, en la pantalla al reverso, se notaba el aura cerúlea y llameante del cazador de demonios. —Wow... ¿Y para que necesitan esto los cazadores de demonios?
—Está cámara no fue hecha para cazar demonios, sino para sacar la imagen de los vampiros. Estas cámaras de Tesla fueron desarrolladas por la Orden de los Caballeros Labriegos.
—¿Otra orden al servicio del Vaticano?
—Así es. —Respondió Gabrielo. La chica entonces giró la cámara, tratando de entender que es lo que la hacía diferente.
—¿Cómo es que las personas no saben de qué todas esas historias de terror eran reales? —Preguntó Aloette.
—La Bula 99 es muy buena para cubrir sus pistas y la gente es ilusa por naturaleza. —Respondió Gabrielo.
—Pero la gente lo entendería, eventualmente. Ellos entenderían que existen los fantasmas, vampiros y los demonios, así como los demás monstruos. —Dijo Aloette.
—El mundo oculto es conocido por ser eso mismo, oculto. Cuando la gente creía en los monstruos, el caos reinaba, vecino contra vecino, hermano contra hermano. Esta separación es correcta, los humanos le temen aquello que no pueden controlar y hay muchas criaturas en el mundo oculto que escapan del entendimiento de las personas.
Gabrielo sacó su teléfono, y miró la hora, ya tenían que irse.
El muchacho entonces se acercó hacia las pistolas y tomó una glock, el cazador de demonios se la pasó a Aloette.
—Por tu seguridad. —Dijo Gabrielo. La chica tomó la glock en sus manos, se notaba que la chica nunca antes había tenido una pistola en sus manos porque le sorprendía lo pesada que era. —Quitas el seguro, barres hacia atrás el armazón y así se carga el arma. —Respondió Gabrielo.
—No estarás pensando que yo también pelee contra ese demonio. ¿Verdad? —Preguntó Aloette.
—No por supuesto que no. En cualquier escenario, un demonio es superior en todos los aspectos a un humano. —Respondió Gabrielo. —Sin embargo, el hecho de que hayas sobrevivido a una interacción demoniaca y luego presenciar esa descarga de magia Gaélica en el Bifrost, te hará un objetivo contra cualquiera en este plano astral o en el otro.
—Yo no quiero eso. —Respondió Aloette.
—Yo tampoco quiero eso. —Respondió Gabrielo. —Pero eso es lo que ocurre cuando los humanos entran en contacto con seres del mundo oculto. Es por eso que La Agencia Anti-Demonios Manhattan dejó de emplear humanos para el trabajo de campo.
Los dos dejaron el piso franco y se dirigieron a la estación de trenes. Gabrielo sintió una mirada fija en él, pero había mucha gente alrededor. Sin embargo, podía sentir una maliciosa mirada y una pisca de magia infernal en el ambiente, las pequeñas notas a azufre en el aire. Gabrielo y Aloette subieron al tren y este salió de la estación, Aloette se encontraba callada y muy pensativa.
—Una vez que termine con este heraldo, regresaremos a Manhattan. —Respondió Gabrielo.
—Claro, América. —Respondió Aloette. —¿Supongo que tengo que decirle adiós a esta vida? Mejor dicho, ¿Cuál vida me queda? —Dijo Aloette forzando una sonrisa.
—No lo sé. —Respondió Gabrielo. —Sin embargo, si acaso no logro salir de ahí, quiero que llames a este número. —Gabrielo entonces le pasó una tarjeta de presentación. La tarjeta leía "Manhattan Anti-Demon Agency: C.E.O. Ramsay George Hellgate" y luego el número "08-XX-XX-XX-XX Manhattan N.Y."
—Ellos te ayudarán. —Respondió Aloette.
Aloette no dijo nada, simplemente tomó la tarjeta y la guardó en el bolsillo de su chamarra. El tren continuó su marcha, pasando por el espeso bosque y las praderas. En el último trayecto llegaron a una ciudad pintoresca. Norwich era la ciudad más grande en el condado de Norfolk. en East-Anglia. El tren arribó a la estación y ambos descendieron del tren.
—No tendremos más problemas con órdenes rebeldes del Vaticano aquí también, ¿Verdad?
—No. —Respondió Gabrielo. —La Bula 99 no tiene presencia en el Reino Unido, excepto tal vez en Irlanda del Sur. Inglaterra es territorio de la Orden de los Caballeros de Santa Sofía. Y tenemos un pacto con ellos.
Al salir de la estación de trenes, tomaron un autobús que los dejó en el centro de la ciudad.
Mientras transitaban por el centro de la ciudad, sobre una colina se alzaba el Castillo de Norwich. Gabrielo trató de sentir algo, pero no podía sentir ninguna presencia demoniaca. Los dos descendieron frente al castillo. Aloette entonces sacó la cámara y tomó una fotografía de la fachada del castillo.
—Oh...¡Gabrielo mira esto! —Exclamó Aloette y luego le pasó a Gabrielo la cámara, en la pantalla se podía apreciar grandes hiedras espinosas con rosas que emanaban un fulgor rojo.
—Definitivamente hay algo aquí. —Respondió el muchacho. —Ambos entraron. Sin embargo, apenas entraron, una ola de un líquido verdoso apareció por el pasillo, golpeó a Gabrielo y a Aloette, así como a los otros visitantes. Era tanto el líquido que inundó rápidamente la habitación. El líquido era respirable. Y Así como subió se disipó. El cuerpo de Aloette estaba rodeado por un fulgor. Debía ser el efecto del aceite romano que había vaciado en ella en Saint Denis, y que, en consecuencia, la magia infernal no podría afectarle directamente.
—¿Dónde estamos? —Preguntó Aloette. Gabrielo miró a su alrededor, aquel lugar parecía más bien una cripta, una inmensa cripta de piedra. Arcos repletos de calaveras miraban desde sus cuencas oscuras apilados en las paredes. No hacía ni calor, ni frío en aquel lugar, estaba oscuro, pero aun así podía entrar suficiente luz desde un tragaluz ubicado en el centro de la cripta que caía directamente en un sarcófago de piedra esculpido con la forma de un hombre de otra era.
—Esta debe ser una esfera de realidad. —Respondió Gabrielo. —Algunos demonios de alto nivel son capaces de crear habitaciones en realidades alternas. Estamos en el interior de una, por esa razón es que no hay nadie más aquí.
Entonces se escuchó el sonido del metal contra la piedra.
—En 2000 años nadie había sido capaz de encontrarme, sinceramente esperaba que ya se hubiesen rendido. O carecían de la valentía suficiente de enfrentarse a mí, al "león". —Respondió una voz masculina que hacía eco en el interior de la cripta. Un hombre apareció de las sombras hacia la luz; de cabellera azabache y rizada. Ojos azules, barba tupida y bien recortada, pómulos altos, mentón fuerte y nariz bien construida. El hombre era alto y de buena complexión que vestía con una armadura completa.
—¿Quién sois vosotros? —Preguntó el hombre. —Usted, no es humano. — El hombre alzó su mano enguantada y apuntó con su índice a Gabrielo. —Y tú, moza, parece que has sido bendecida... ¿Aceite romano, tal vez? —Preguntó el hombre.
—Así es, ¿cómo lo sabes? —Preguntó Gabrielo.
—Cuando mi rey viajó a Roma, trajo consigo barriles de aceite romano, esperando poder acabar con las incursiones de los ogros y gigantes sobre su reino. —Respondió el hombre. Sin embargo, es inútil. Dios ya no vive aquí.
—¿Eres el Heraldo de la Avaricia? —Preguntó entonces Aloette.
—Así es elegido en persona por el mismísimo comandante infernal, ¡Mammon! —Anunció el hombre.
—Bien. —Respondió Gabrielo y luego el muchacho desenfundó su pistola y apuntó al hombre. —Entonces ya sabes para lo que he venido.
—Ha sido una inutilidad que la Ronda de los Caballeros te haya enviado a ti, a acabar conmigo. —Respondió el Heraldo de la Avaricia.
—¿La Ronda de los Caballeros? ¿De qué estás hablando? —Preguntó Gabrielo.
—No importa. —Respondió el Heraldo de la Avaricia. —De una o de otra forma, sus destinos terminan aquí. —Entonces el hombre rompió la tapa del sarcófago y liberó una inmensa espada de piedra. Rosas de brillantes comenzaron a brotar del mango de la espada y las enredaderas espinosas serpentearon por el mango de la espada, subieron por el brazo del Heraldo de la Avaricia y se clavaron en el cuello del hombre. La hoja fue entonces recubierta por un fulgor rojo escarlata.
Gabrielo entonces le dio una patada a Aloette y la tiró al suelo. En un abrir y cerrar de ojos Gabrielo apenas había desviado el golpe de la espada de piedra con el cañón de su pistola mientras el heraldo infernal miraba a Gabrielo.
—Fascinante, fuiste capaz de leer mi ataque y bloquearlo, jamás había visto a nadie más que mi rey, ser capaz de bloquearlo. —Respondió el Heraldo de la Avaricia.
—Mi turno...—Respondió Gabrielo y comenzó a disparar hacia El Heraldo, el hombre retrocedió con gran velocidad y bloqueó con su espada cada uno de los disparos del arma de Gabrielo.
—Esa magia que tienes, es fascinante. ¿Qué hechicero fue tu maestro?
Entonces, el heraldo volvió a lanzar un golpe con la espada de piedra, Gabrielo lo evadió haciéndose a un lado, pero el heraldo le dio una patada que lo arrojó con gran fuerza contra la pared, los cráneos que estaban apilados en la pared se rompieron. Gabrielo dio un parpadeo, entonces El Heraldo de la Avaricia apareció en un instante frente a Gabrielo y alzó su espada para enterrarla en el corazón de Gabrielo.
—Lancelot. —Respondió Gabrielo. En Heraldo de la Avaricia se confundió por un momento y desvió el ataque que se supone que iba a la cabeza de Gabrielo, la hoja se enterró en la piedra a escasos centímetros de la cara de Gabrielo. El cazador de demonios entonces le dio un puñetazo con fuerza en la cabeza y lo mandó volando contra el techo, el Heraldo de la Avaricia volvió a caer al suelo sobre su sarcófago.
—Hacía milenios que no escuchaba ese nombre...—Dijo el Heraldo de la Avaricia, mientras se levantaba y se retiraba el polvo de sus pantalones de lana.
—Eres el Caballero del Lago, Lancelot. —Respondió Gabrielo.
—¡No! ¡Vos no sois digno de pronunciar mi nombre! —Exclamó Lancelot. El Heraldo de la Avaricia entonces levantó su mano y la espada de piedra se zafó del muro y voló hacia la mano de Lancelot. Gabrielo entonces comenzó a disparar nuevamente. Lancelot volvió a bloquear los disparos con su espada.
"¡Tengo que terminar esto deprisa! Piensa Gabrielo. Lancelot del Lago, ¿Cómo es que murió Lancelot? ¡Claro! Murió de amor... ¡El corazón!"
Gabrielo entonces tomó una granada de sal y se la arrojó contra el demonio. Lancelot la golpeó con su espada y la sal le salpico quemándole el rostro. El Heraldo de la Avaricia comenzó a gritar de dolor. Entonces Gabrielo se arrojó contra Lancelot. Tenía que ir por su corazón. Tenía que arrancárselo del cuerpo, era la única forma de poder acabar con él. Gabrielo enterró su mano en el pecho de Lancelot, traspasó su armadura y por el otro lado tenía el corazón palpitante del Heraldo.
Lancelot lanzó un grito gutural y luego comenzó a reír. Los ojos del hombre cambiaron se volvieron rojo escarlata y sus corneas se deformaron hasta parecer las de una cabra.
—¡Brillante! —Exclamó Lancelot. —Pero al mismo tiempo totalmente inútil. —Gabrielo trató de estrujar el corazón del demonio con sus manos, pero el corazón no cedía. Era como si el muchacho tratara de estrujar con sus manos una esfera de acero puro.
—Yo soy Avaricia, lo único que puede acabar conmigo es la generosidad humana. Y tú cazador, no eres ni generoso, ni humano. Así que ¿quién podrías ser tú, cazador? ¿Alguien capaz de enfrentarse contra la maldad misma pero no en busca de la gloria ni por el honor?... ¿Qué es lo que te motiva entonces cazador?
Lancelot tomó a Gabrielo por las mejillas y lo obligó a mirarlo directamente a los ojos.
—¡Ah! ya veo. —Dijo el demonio. —Es lealtad lo que te motiva. Eres justo como yo, un caballero que le debe lealtad a su señor. —Entonces Lancelot se acercó al oído de Gabrielo. —Sabes cazador. en el nombre de la lealtad puedes hacer muchas cosas, pero nunca una genuina buena obra, es tu acción, pero las ordenes de tu señor.
Gabrielo entonces se alejó de Lancelot. El corazón del caballero volvió a su interior.
"No veo de otra..." Respondió Gabrielo. El heraldo tenía razón, el cazador de demonios había hecho un pacto de lealtad a la familia Hellgate cuando se unió a la Agencia Anti-Demonios Manhattan. Nada de lo que hiciera funcionaría con Lancelot. Era obvio, Gabrielo no estaba destinado a matarlo, a menos que...
El muchacho giró la cabeza hacia Aloette quien se encontraba mirando detrás de una columna lo que acontecía. "Tenía que hacerlo, al menos por ella" Ese sería un acto de generosidad. Su vida por la del Heraldo de la Avaricia. Gabrielo entonces tomó una profunda respiración...
"Está bien, no me arrepiento de nada" pensó El Cazador de Demonios.
—¡Gabri...! —Trató de pronunciar su propio nombre Gabrielo, entonces apareció una fractura en medio del aire, esta fractura comenzó a expandirse a gran velocidad y como un vidrio estrellado la esfera de realidad se rompió. Volvían a estar en el castillo de Norwich. Entonces tras Gabrielo y Lancelot aparecieron hombres trajeados de negro con máscaras de cabra.
—¡Lancelot del Lago, caballero de la Ronda! —Exclamó un hombre que tenía una de las máscaras, el hombre se retiró la máscara de cabra, un hombre de mediana edad, de cabello corto grisáceo, con un corte militar, sus ojos eran de un azul muy claro. Casi blanco. —¡Yo soy Terrance Washington Casterly del Templo de Baphomet, somos tus humildes sirvientes! —Exclamó el hombre y luego se arrodilló ante él y el resto de los hombres.
Gabrielo entonces miró hacia Lancelot...estaba casi seguro de lo que iba a hacer. El Heraldo de la Avaricia sonrió.
—¡Acaben con ellos! —Ordenó Lancelot.
Gabrielo entonces corrió hacia Aloette y la protegió con su cuerpo de la ráfaga de balas que los ocultistas disparaban de sus metralletas. Cuando la ráfaga de balas cesó Gabrielo levantó su arma, pero ya no quedaba nadie ahí. Solo él y Aloette.
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