Caso 32: El camino a Valhalla.
—¡Ya vienen! —Había abierto abruptamente la puerta de la recamara de los niños, la madre de Gabrielo: Xenovia, quien lucía muy preocupada en ese momento. La primera en levantarse de su cama, había sido Cecilia. Después de todo, ella era la mayor de todos los niños Monteriggioni. Y en ese momento, ella era la única que entendía lo que estaba por acontecer.
Mamá entonces, me despertó a mí primero. Me sacudió gentilmente de los hombros hasta que desperté.
—¿Qué ocurre? —Le había preguntado.
—Gabriel escúchame con mucha atención, Cecilia, Felicia y tú se irán por un tiempo. —Respondió la madre de Gabrielo, sin embargo, en su tono, había un triste matiz, casi como si aquel momento, ella ya nos hubiese dado por muertos...
—¿A dónde iremos? —Le pregunté, todavía tallándome los ojos.
—Lejos, pero estarán a salvo. Cecilia ya tiene las indicaciones a donde tienen que llegar. —Respondió su madre. Luego abrazó fuertemente a Gabrielo, lo cual era inusual.
—¿Por qué tenemos que irnos? ¿Hicimos algo malo? —Pregunté curiosamente.
—No, no, no mi niño, claro que no, piensa que será como un juego. Cecilia los esconderá en esta ubicación y cuando el juego termine, iremos a buscarlos, piensen que armaremos dos equipos, nuestra familia contra la familia del abuelo.
—¿Del abuelo? —Pregunté con curiosidad, pues en aquel entonces yo no sabía quién era el abuelo, o tan siquiera que yo tenía uno.
—Mamá, ya estamos listas. —Respondió Cecilia. En sus manos llevaba a Felicia quien apenas estaba empezando a hablar y se la pasaba solamente mirando todo a su alrededor con esos enormes ojos azules.
—Bien, vengan aquí niños, denle a mamá un fuerte abrazo. —había dicho mi madre. Mientras nos abrazaba en un fuerte pero cariñoso abrazo, que se sentía yo más como un adiós, que un hasta pronto.
Esa fue la última vez que vi a mi madre, en ese momento no sabíamos quienes éramos, o que éramos, ¿Qué tanto podía saber un niño en ese entonces? Solo Cecilia era lo suficiente mayor para entender lo que pasaba.
Entonces Xenovia abrió la puerta trasera que daba al bosque, y les pidió a los niños que se fueran hacia el bosque, y en el marco de la puerta se quedó ella y su esposo; Cecilio Monteriggioni. Los dos se abrazaron una última vez y cerraron la puerta frente a ellos.
Gabrielo despertó, las lágrimas fluían del rabillo del ojo y caían por sus mejillas. El muchacho se talló los ojos y miró hacia la ventana de la cabaña. La nieve caía con fuerza, golpeando el cristal de la ventana. El cazador se levantó y caminó hacia el espejo. Tocó entonces la helada superficie reflejante, y por un momento lo pensó. Lo único que tenía que hacer era escribir un solo mensaje en el espejo, era lo único para que Cecilia lo encontrara.
Gabrielo movió ligeramente la mano hacia arriba dibujando con el aceite de los dedos una opaca línea...pero luego cerró su mano en un puño.
No, no podía molestarla, no podía decirle donde estaba o lo que estaba haciendo. Cecilia era como siempre una partidaria infernal, ella lo había dejado en claro. Y por eso, no podía confiar en ella, aunque fuese su propia hermana.
El muchacho escuchó un ligero gemido, en la cama contigua estaba Aloette. La chica dormía plácidamente y Gabrielo se acercó a ella para verla mejor. Aloette no era de mal ver cierto que sin toda la angustia dibujada en su rostro, descansando tranquilamente, había aguantado bien toda la parafernalia a la que había sido expuesta desde Saint Dennis.
Sin duda podría ser buena integrante para la Agencia Anti-Demonios Manhattan. Las palabras de John, entonces lo golpearon, a pesar que solo habían pasado un par de semanas desde que partió de Nueva York, Ya había pasado mucho tiempo desde la muerte de Karen...Gabrielo entonces con su dedo retiró un mechón de cabello que caía sobre el rostro de Aloette. Y entonces sintió un escalofrío.
"Sería muy sencillo ir por su corazón ahora, devorar su corazón y consumir su alma." Pensó Gabrielo.
La piel de Gabrielo se empalideció y sus pupilas se tiñeron de un negro profundo,
"Hazlo, hazlo ¡HAZLO!"
La mano de Gabrielo se alzó en el aire, el demonio comenzó a jadear, sería demasiado fácil, como pelar una naranja.
—¡No! —Dijo Gabrielo en un grito ahogado. El muchacho se alejó abruptamente de la chica durmiente. Metió rápidamente su mano en el bolsillo de su pantalón esperando encontrar su pastillero. Pero, luego recordó que ya no le quedaban pastillas que suprimieran su sangre demoniaca.
A diferencia de Cecilia o de Felicia, Gabrielo no tenía control de su sangre demoniaca, porque no era capaz de dominarla a través de su nombre. Un demonio solo podía ser controlado con su nombre. Y Gabrielo no podía pronunciar el mundo sin herirse a él mismo.
El cazador no podía permitir caer nuevamente, no podía hacerlo, entonces el muchacho corrió hacia el exterior de la cabaña. Un ventarrón entró de golpe al interior de la cabaña, despertando a Aloette.
Gabrielo corrió entre la nieve, tratando de alejarse lo más que podía del campamento de la Orden de Santa Sofía, mejor dicho, de cualquier humano en la cercanía. Entonces se aproximó al círculo de piedra y se dejó caer en el centro. Gabrielo se tropezó con una piedra y cayó en la nieve. Ya no se levantó, por lo que solo se acomodó en una posición fetal.
Algo en su interior peleaba por salir a la superficie, algo en su interior trataba de tomar control de él. Con cada demonio que mataba, su parte demoniaca adquiría más fuerza. Y los heraldos infernales que había acabado, le habían dado un gran poder a su sangre. Y a pesar de estar helando y acostado en una gruesa capa de nieve, La nieve a su alrededor comenzó a sisear mientras vapor a elevarse... en la nieve una figura se dibujó en la nieve. Un par de alas invisibles se marcaban en la nieve y el vapor contorneaba ligeramente la silueta de las mismas. Gabrielo comenzó a temblar, pero no de frío sino de ansiedad.
—¡Gabrielo! —Gritó Aloette, la chica salió del interior de la cabaña, ella estaba cubierta por la gruesa chaqueta que le habían dado, la mujer caminó con paso acelerado hacia Gabrielo.
—¡No te acerques! —Exclamó Gabrielo. Aloette se frenó en seco a escasos metros del cazador de demonios. —Por tu seguridad ¡Aléjate!
—¡No! —Gritó Aloette. —¡Tú me ayudaste y tú hiciste que perdiera todo! ¡Deberías ser el único hombre a quien debería odiar más que a nadie en este mundo, y al mismo tiempo eres la única persona en quien puedo confiar ahora! ¡Te guste o no, estamos juntos en esto! —Respondió Aloette.
—¡Que tonterías estás diciendo! ¡¿Acaso quieres morir?!
—Si mi destino es morir, entonces que así sea. —Respondió Aloette con un tono firme. La chica se acercó a Gabrielo, el cazador supo inmediatamente lo que Aloette, esperaba, ella quería terminar con todo. Justo ahí y ahora en las manos de Gabrielo. La chica se arrodilló junto a Gabrielo y le tomó por el brazo. Entonces Gabrielo se dio media vuelta y le sujetó por el cuello. Aloette lo miró asustada. Mientras el oxígeno escapaba, segundo a segundo que Gabrielo estrujaba su cuello.
Inmediatamente Gabrielo recordó...aquel era el mismo rostro de terror que tenía Karen antes de morir. Gabrielo la soltó inmediatamente, Aloette comenzó a toser con violencia mientras sus pulmones jalaban todo el aire posible a su interior nuevamente.
Gabrielo se levantó, terribles jaquecas se apoderaron de él. Entonces llamas azules comenzaron a brotar de sus manos, sin embargo, esta vez se estaba quemando con ellas. Gabrielo comenzó a dar gritos que hacían eco en la montaña. Violento, confundido y herido, el cazador de demonios comenzó a golpear con furia las enormes piedras en el círculo. Ekl estruendo del puño del cazador contra la piedra hacía eco, casi como si en vez de golpear una piedra, estuviese golpeando un tambor. El estruendo despertó a los otros.
Los caballeros de la orden de Santa Sofía salieron del interior de sus cabañas. Gabrielo entonces lanzó un último golpe con ira y al instante las runas en las rocas comenzaron a brillar con un fulgor azulado.
La Aurora Boreal a apreció entre los nubarrones de la tormenta y un rayo de siete colores cayó sobre el círculo.
—¡El Bifrost! —Exclamó Eric Declan mientras apuntaba con su dedo enguantado al círculo con monolitos de piedra que brillaban conteniendo el rayo de luz de siete colores.
—Imposible, el vínculo con la Tierra se había cortado milenios atrás. —Dijo Kaya, atónita.
Gabrielo podía sentir como su energía era drenada de su interior, como comenzaba a perder fuerza y como empezaba a perder la conciencia mientras horripilantes visiones se apoderaban de él. Pudo ver una cueva con símbolos infernales que brillaban con fulgor rojo en la oscuridad. Una puerta del infierno esperando a ser abierta. Y así como el Bifrost se abrió, se cerró inmediatamente y desapareció en el cielo junto a la aurora boreal dejando nuevamente a la ventisca fluir.
Los caballeros se acercaron a Gabrielo. Sin embargo, Aloette fue la primera en ayudarlo a levantarse.
—¡Que mierda fue eso! —Exclamó Declan mientras agarraba a Gabrielo por la solapa de su camisa de franela. —¡Qué fue lo que hiciste!
—No lo sé... —Respondió Gabrielo débilmente. El cazador de demonios comenzó a recuperar el control de sí mismo.
Entonces la tierra comenzó a temblar. Kaya se quedó en calma por un momento, tratando de entender que es lo que estaba pasando. Rápidamente se dio cuenta y en ese momento se el heló la sangre.
—¡Tenemos que salir de aquí! —Ordenó la mujer. De entre los arboles comenzaron a salir los trolls y comenzaron a correr hacia el círculo de piedras.
—No... ya es muy tarde. —Respondió Declan. —¡Caballeros de Santa Sofía tomen sus armas! —Gritó Declan.
Pero antes de que pudieran llegar a la armería, un troll de unos cuatro metros que blandía un tronco, golpeó el edificio y destrozó la pared lateral haciendo que el techo colapsara sobre las armas que yacían resguardadas en el interior.
Al ocurrir esto, los caballeros de la orden, dieron media vuelta y comenzaron a correr hacia los vehículos, tratando de evadir los golpes y pisadas de los trolls.
—¡Gabrielo tenemos que salir de aquí! —Gritó Aloette, agitando a Gabrielo.
El cazador de demonios se levantó. Entonces un troll que había aplastado a una mujer con su pie, giró la vista hacia Aloette y a Gabrielo. Uno de los ojos del troll estaba caído. El troll tomó a la mujer que había matado y le arrancó la cabeza y parte del torso con los dientes y tragó. Luego la bestia entonces arrojó el resto del cuerpo a la nieve, lanzó un grito gutural que atudió a sus víctimas, justo antes de comenzar a correr hacia Aloette y Gabrielo.
El cazador de demonios se libró del agarre de Aloette y se arrojó contra el troll. Pero estaba débil, El troll lo levantó del suelo y comenzó a estrujarlo, Gabrielo le soltó un puñetazo en la cara, pero no funcionó. El troll era imponente. Después de todo su piel era tan fuerte y dura como la piedra.
Entonces se escuchó un chillido agudo, una sierra circular unida con una cadena de metal desgarró parte de la cara del troll, derramando la sangre del colosal y humanoide bestia. El troll dejó caer a Gabrielo en la nieve.
—¡Wolfenjaeger, Aktion! —Exclamó entonces un hombre en chaqueta de cuero gruesa, en sus manos llevaba una desgarradora: un arma que semejaba a una ballesta pero que arrojaba una sierra circular contra sus enemigos. Al apretar un botón lateral, la cadena con la sierra circular, regresó al arma, lista para ser disparada nuevamente.
Entonces vehículos blindados aparecieron con grandes reflectores de luz parpadeante, los trolls comenzaron a correr despavoridos pensando que aquellas luces eran el fulgor del sol.
Los Wolfenjaegers de la Bula 99 habían llegado. Los caballeros de la Orden de Santa Sofía tuvieron que huir o de lo contrario, se exponían a ser eliminados por los Wolfenjaegers. Gabrielo subió a una de las camionetas junto con Aloette, Kaya y Declan. Y buscaron alejarse lo más posible de la escena de caza.
Al poco tiempo, amaneció y en los caminos de la carretera pudieron apreciarse las monstruosas estatuas, que eran los cadáveres petrificados de los trolls. Pues los rayos de luz UV los petrificaban,
Los Wolfenjaegers les habían dado caza a todos los trolls que habían encontrado, y decenas eran las estatuas que se alzaban a ambos extremos de la carretera.
—Eran más viejos que la cristiandad misma. —Respondió Kaya en voz baja. —Solo querían regresar a su mundo y los llevaron a una trampa. ¡Mierda!
—Regresaremos Kaya. No te preocupes. —Respondió Declan ,mientras retiraba la mano de la palanca de velocidades y la ponía sobre el hombro de Kaya.
—Son la última fuente de magia Gaélica que queda en el mundo. —Dijo Kaya. —Debí...debí ser mejor que esto.
—No es tu culpa. —Respondió Declan. —Es mi culpa por haberlos traído, debí de haberlos dejado allá en Bélgica.
Gabrielo sabía que hablaban de él, pero no podía decir absolutamente nada, él mismo sabía perfectamente, que había sido el verdadero culpable...Solo que ni Kaya ni Declan lo acusarían. Los caballeros de Santa Sofía llevaron a Gabrielo y a Aloette a un atracadero oculto donde había un barco de vapor.
Todos descendieron de la camioneta. En el timonel del buque ya había un hombre.
—Albert es el mejor capitán que cuenta con la Orden. —Respondió Kaya. —Se encargará de llevarlos a Inglaterra a salvo.
Gabrielo asintió con la cabeza. —Gracias, Kaya. —Respondió Gabrielo. Más la líder de los caballeros de Santa Sofía no dijo nada.
—Monteriggioni, antes de que se me olvide. —Dijo Declan y dio un paso al frente. El hombre metió su mano en su abrigo de piel y sacó el teléfono de Gabrielo. —Estuvo sonando todo el tiempo, supongo que es de tus jefes en América.
Gabrielo tomó el teléfono y lo guardo en su chamarra.
Ambos subieron al barco y este zarpó poco después. Gabrielo miró una última vez las montañas infestadas de trolls y luego miró hacia occidente, hacia el mar abierto.
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