Caso 26: La Bula 99
Las congestionadas calles de Roma eran un martirio sobre todo para un alguien como él. John, miró en su reloj, ya iba tarde. Pero la avenida Via della Conciliazione, aquella que iba en dirección a la Plaza de San Pedro en El Vaticano, aquella mañana se hallaba congestionada con autos. Y por un breve momento, John se sintió nuevamente en Nueva York. Sabía que llegaría tarde. Sabía que las cosas no marchaban bien, o de lo contrario la Bula 99, no hubiera pedido su presencia en La Basílica de San Pedro. Y mientras el conductor designado por el Vaticano, transportaba a John. John bebía lentamente el café espresso, mientras leía las noticias del periódico.
Adriana estaba esperándolo a fuera de la explanada. La joven novicia, miraba con ansiedad el smartwatch en su muñeca. El auto de John se estacionó enfrente de la plaza de San Pedro y John dio un largo sorbo al amargo café, Dejó sobre la bandeja la taza y el periódico y luego descendió del vehículo. La joven Adriana rápidamente fue al encuentro con John.
—Su santidad. —Saludó Adriana con premura y nerviosismo, dando una leve reverencia ante John.
—Adriana, ¿Cómo están todos?
—No muy bien. —Respondió Adriana.
—¿Y el Papa?
—Cómo podía esperarse de alguien como él, no está apuntando dedos, pero si tuviese que decidir aun culpable, ese sería...
—Sí, sí. Lo pillo. Mea Culpa, Mea Máxima Culpa. —Respondió John en un tono conciliador. Los dos entraron a la Basílica de San Pedro, a pesar de las enormes filas de turistas esperando entrar, John y Adriana simplemente le mostraron sus credenciales de trabajadores a la guardia papal, y al instante entraron. Alrededor de ellos había varios grupos de turistas reunidos visitando el punto máximo de la cristiandad. Y tomando fotos a las estatuas y a la máxima obra, la Capilla Sixtina.
Ambos llegaron ante la estatua de La Piedad de Miguel Ángel. Adriana giró rapidamente la cabeza, asegurándose que los turistas ya hubiesen dejado aquella ala del edificio. Y luego John pronunció las palabras.
—"En Nombre de Dios, ábrase esta puerta."—El latín de John se había estado oxidando con el pasar de los siglos, después de todo ya no quedaban cesares que lo estuviesen persiguiendo, ni existían misas celebradas en latín, es más ya había pasado demasiado tiempo desde la última vez que alguien en Roma hubiese continuado hablando latín después de que los godos saquearon la ciudad.
La pared de mármol tras la estatua se abrió lentamente y los dos pasaron a través de ella. Al otro lado había un ascensor. En el panel de control había 12 pisos hacia abajo. Adriana presionó el botón que tenía un 7 en él y ambos descendieron. Cuando las puertas se volvieron a abrir se alzaba ante ellos un gran salón con columnas de mármol turquesa. Estatuas de hombres y mujeres famosas adornaban como titanes dormidos las paredes de ambos lados. La Primera de ellas, una estatua de un hombre en túnica franciscana con una larga barba y donde en su base leía: San Patricio, Orden de Limerick. La segunda estatua de un hombre con una larga gabardina y un sombrero de cazador con una ballesta en sus manos de piedra. La cual leía: Leonel Van Helsing, Orden de Los Caballeros Labriegos. La tercera de un hombre que alzaba una antorcha y un libro de mármol. Bernardo Rategno da-Colmo: Orden de los Inquisidores. La cuarta estatua era la de un cazador con un cuchillo en la mano: Jacob Grimm aus Wolfenjagerverein. Y la quinta estatua era la más peculiar, pues se trataba de una pequeña niña con un halo sobre su cabeza: Aquella en estatua se leía: Sofía Erkenwalt: la mártir del Este.
John y Adriana se dirigieron hacia la sala de reuniones, donde los representantes de más alto rango de la Bula 99 se discutían constantemente para decidir que acción tomar, aunque para John, cada vez eran más las discusiones y menos los resultados que la Bula 99 arrojaba. Se escuchó entonces el choque del tacón de una bota contra el piso, que hacía eco, una joven mujer de envidiable figura se acercó presurosa hacia John, Xandrine Minolta.
—¡John! —Exclamó la joven mujer. Sus rizos castaños enmarcaban perfectamente su rostro acorazonado, sus ojos azules estaban llenos de ira, su nariz pequeña y bien constituida resoplaba. Xandrine tomó a John por la corbata e hizo a John rebajarse hasta el nivel de ella, para verla directamente a los ojos.
—¡254!, ¡254! —Dijo en voz muy alta, Xandrine.
—¿254, qué? —Preguntó John.
—254, son el número de hombres que perdí en tu misión de Saint Dennis. —Respondió Xandrine. —El paladín Sturges no está contento. Exige una explicación, quiere saber porque carajos mandaste a hombres cuyo entrenamiento está basado en la caza de vampiros. ¡Vampiros!, ¡No demonios!, ¡No posesos!, a lidiar con la contención de la ciudad. Los poseídos son mucho más difíciles de matar y contener que los ghouls.
—Para empezar, ésta es la casa de dios y no puedes maldecir aquí. —Dijo John, tratando de relajar el ambiente. —En segundo lugar, yo no envié a nadie a encargarse de la contención en Saint Dennis, yo le sugerí fuertemente a la Bula que no entrara en combate. No me culpes por las decisiones del Camarlengo Campiani. El hombre actuó por su propia cuenta.
—Tal vez para ti no sea gran cosa. Pero cuando pierdo hombres, pierdo a mis hermanos en armas, a mis amigos, a mis familiares. —Respondió Xandrine golpeando con su dedo indice el pecho de John. —Mira John, no sé qué es lo que tú y tu agencia en América, estén haciendo. Pero aquí, tenemos un problema. Sabes muy bien que los caballeros labriegos son aquellos que la tienen más difícil conteniendo cada vez a una mayor comunidad vampírica. Y sobre todo sabes lo problemática que es la maldita vampiresa: Della Bellancourt. Cada hombre que perdemos en el frente, es un duro golpe para nuestra organización.
—Menos gente cree en la iglesia, eso significa menos dinero y eso significa menos agentes. —Respondió John, mientras tomó levemente a Xandrine por la muñeca y delicadamente, hizo descender su dedo inquisidor. —No es mi culpa que la iglesia católica se haya corrompido, yo jamás dije que los sacerdotes debían ser célibes, o tampoco dije que debían yacer con niños, yo nunca les dije que asesinaran en nombre de Dios, ni mucho menos que ésta es la verdadera rama del cristianismo. Todo lo que aquí han hecho, ha sido por culpa de su misma corrupción humana.
—¡Merda, John!, ¿Crees que nada de esto es tu culpa? ¡Oh! El poderoso John, Centinela de la Bula 99, asesino de demonios. Brazo armado de la cristiandad, defensor de la humanidad. ¿Crees que solo porque no eres humano, todas tus decisiones están exentas de consecuencias?—Le recriminó Xandrine, y John sabía que ella estaba en todo lo correcto de acusarle. Sin embargo, ese día tenía cosas más importantes que tratar con Xandrine Minolta, Centinela de la Bula 99.
—Hey, tú tampoco estás limpia del todo. Enviaste a tu propio hermano como un agente doble al corazón de la familia Van Dassel. A tratar con los mismos vampiros que secuestran humanos para sus granjas de sangre.
—Prefiero verlo sirviendo a los Caballeros Labriegos desde el interior de una de las siete familias vampíricas, que verme obligada a cazarlo como perro, porque fue convertido en uno de esas "bestias". —Respondió Xandrine, enfadada por aquello que John le había dicho.
—Cómo digas Xandrine, pero si me disculpas, tengo una reunión con el Camarlengo en este momento. —Respondió John. Adriana y él dejaron a Xandrine ahí en medio del pasillo, mientras que la centinela alzaba el brazo en un ademán despectivo.
Ambos entraron en la puerta contigua.
Todo el interior estaba en completa oscuridad. Dos luces brillantes de halógeno azul, formaban una cruz. John sabía muy bien el tipo de hombre que era El Camarlengo Campiani, sin duda uno de los hombres más poderosos del mundo. Tal vez con una influencia mucho mayor que el mismísimo Papá.
—John... —Dijo una voz chillona masculina en el interior de la cámara. —Has causado un gran alboroto esta vez. —Respondió el Camarlengo. Entonces un as de luz dorada descendió del techo e iluminó el rostro del hombre. Campiani era todo lo que se podría esperar de un cardenal de descendencia italiana. De tez clara, rostro alargado, de ojos marrones, nariz aguileña, pero tenía una débil barbilla y pómulos casi invisibles, el hombre tenía tupidas cejas pero era calvo. Un hombre de mediana edad, delgado con hambre de intriga y amor por las maquinaciones.
John ya había tratado con él antes. Por lo estrecho de la espalda de Campiani y lo encorvado de su postura, John sabía que el camarlengo, no había sido un buen deportista, o alguien que tuviese interés en actividades físicas. Campiani era un hombre que era triste, con un ego muy inflado, por supuesto que vestía con las mejores prendas, con un traje finamente confeccionado para su delgado cuerpo. Campiani no era del agrado de John, pero con la elección de cada nuevo Papa, un nuevo cardenal era elegido para representar a la su Santidad como máximo magistrado en la Bula 99.
—¿Podemos encender las luces? —Preguntó John.
—¿Por qué?, ¿No te gusta este efecto dramático?, Pienso que así es como se ha de sentir John.
—¿Qué cosa?
—Ver a Dios en persona. —Respondió Campiani. —Al principio no había nada y después...¡Puf! Apareció él y la existencia comenzó.
—Si tú lo dices. —Respondió John. Sin darle mucha importancia al comentario del camarlengo. Entonces se escuchó como el interruptor de la energía eléctrica era activada y al instante las luces iluminaron toda la cámara. Aunque en el centro estaba el escritorio de Campiani, había palcos de mármol y gradas, uno para cada representante máximo de las ordenes que conformaban la Bula 99. Sin embargo, ésta vez, estaban vacías.
—John, supongo que vienes en representación de Ramsay Hellgate. —Dijo Campiani en tono burlón mientras mostraba sus dientes ante John, casi como si el hombre estuviese tratando de dar una dentada, como los perros que suelen mostrar los colmillos. —Es a él a quien mandé a llamar. Es a él a quien tengo que castigar por lo que su "perro de ataque" ha hecho...
—Camarlengo, sinceramente la actuación de la Agencia Anti-Demonios Manhattan siempre ha sido un poco extraña con el resto de las ordenes de la Bula 99.
—Lo sé, son protestantes. —Respondió Campiani con una mueca de desagrado en el rostro. —Sin embargo, las reglas son las reglas, el contrato que Sir. Reginald Hellgate firmó, es explicito en ese sentido, abrir la Agencia Anti-Demonios en Manhattan para operar en América y solamente en América. Sabemos que El perro de guerra de su agencia, Gabrielo Monteriggioni; fue visto en la ciudad de Itálica en España y nuevamente en Saint Dennis.
Entonces John dio una pausada respiración y con una cálida sonrisa en los labios comenzó a hablar con esa seguridad que lo caracterizaba. Después de todo como Xandrine había dicho, John no era un humano después de todo.
—Gabrielo Monteriggioni, tiene una sangre especial que lo hace inmune a la posesión demoniaca. Para los fines de la Bula 99, no era mejor mandar a alguien como Gabrielo y evitar la pérdida de más agentes. Sin duda la Centinela Minolta, estará de acuerdo que en estos tiempos de precariedad y donde cada vez es menor el presupuesto asignado a la Bula 99. Lo mejor es evitar la muerte innecesaria de más agentes de campo.
—¿Acaso te refieres a los 256 caballeros labriegos, o te refieres a los 721 inquisidores que perdieron la vida en la contención de esos poseídos en Saint Dennis? —Le preguntó desafiente el camarlengo a John, y John por otra parte, no dijo nada. Campiani tenía razón, la misión en Saint Dennis había salido mal y...con muchas bajas civiles. —Mira John, sabemos que Gabrielo Monteriggioni ha servido bien a la Bula 99. No nos queremos deshacer de él, solo queremos preguntarle la razón por la cual está en Europa y por supuesto, regresarlo a América, su hogar. Y él único que puede ayudarnos a "convencerlo" de presentarse en la Santa Sede, eres tú.
—Camarlengo, me pide que busqué a Gabrielo y lo "convenza" a un interrogatorio en El Vaticano. Mismo lugar donde lo mantuvieron encerrado y lo torturaron por 15 años. Sinceramente la razón por la cual Gabrielo está aquí en Europa, es para cazar ciertos demonios.
—¿Demonios que tú no puedes cazar? —Preguntó nuevamente el camarlengo. Sin duda, el hombre sabía como meterse dentro de la piel de John. Pero no le daría John la satisfacción de sacarle de sus casillas.
—Hay investigaciones que ligan a estos demonios con las 13 ordenes mágicas que componen el Malus Maleficarum. Una de estas, fue la de la mestiza Alessa Crawley. Si la investigación de Gabrielo inició en América y para resolverla, termina aquí en Europa, por lo tanto, él no ha violado ninguna regla.
Entonces Campiani recargó sus brazos en su escritorio y se inclinó hacia John.
—Eres listo John, muy listo y eres el mejor agente que tenemos. Pero en estos 10,000 años nos has permitido aprender de ti. Nos has permitido entender como piensas y te hemos alcanzado poco a poco. Así que ten cuidado con lo que haces. No llegué a ser el nuevo magistrado de la Bula 99, solo para que tú lo arruines.
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