Caso 6: El Libro de las Épocas.

Aquel cráneo parecía un trofeo muy macabro mirando desde el librero en la pared con sus cuencas oscuras. Esta era una oficina cuya única luz procedía de la puerta que daba a la terraza. Y en el exterior yacía...ella. Aquella mujer de cabello rubio platinado sentada sobre un camastro de madera, mirando los bosques en un ajustado vestido negro y grandes lentes de sol que obstruían su visión. Con las piernas cruzadas y labial intenso color rojo. En su mano derecha una copa de vino y la izquierda sobre una mesita de café, un libro con cubierta de cuero. Una mariposa de alas blanca revoloteó y se detuvo sobre su dedo índice. La mujer dejó su copa sobre la mesa y tomó con su otra mano tomó a la mariposa agarrándole por las alas. Después se llevó al pobre insecto a la boca y se la comió.

    —Con su permiso Maestra. —Dijo un hombre alto y de tez bronceada. Al marco de la puerta que vestía con un traje negro de tres piezas uno podía imaginar que se trataba de algún trabajador.

    —Ergul, ¿Qué es lo que quieres? —Preguntó la mujer sin tan siquiera mirar al hombre.

    —Tres brujas de nuestra hermandad fueron asesinadas. —Respondió el hombre.

    —¿La Orden de Santa Sofía? —Preguntó la mujer.

    —Estuvieron involucrados, pero no fueron los caballeros quienes acabaron con ellas... Parece que fueron los mismos dos que estuvieron involucrados en el accidente de Brooklyn.

    La mujer entonces sonrió maliciosamente. Tomó lentamente un largo sorbo de vino tinto y retuvo el líquido mientras lo degustaba, después lo tragó. Luego dejó la copa nuevamente sobre la mesita de café.

    —Hay que prepararnos Ergul, llama a todos, tenemos que prepararnos, La agencia Anti-Demonios Manhattan viene por el libro. —Dijo la mujer.

    —Como usted ordene Maestra Crawley. — Respondió Ergul dando una reverencia, después el hombre se dio media vuelta y dejó a la mujer para que siguiese disfrutando de la calma y la tranquilidad de las montañas.

    Gabrielo y Lira estaban observando los cuerpos de las brujas mitad aves y como eran puestas sobre una pira para ser cremadas. Gabrielo observó meticulosamente los cuerpos inertes, estaba tratando de encontrar algo peculiar en ellos. Ya era problemático que las brujas pudiesen manejar bestias infernales como si fuesen simples monturas. Entonces notó algo muy extraño en la nuca de una de las mujeres.

    El muchacho agarró a la mujer de su cabellera. Retiró los mechones de cabello hacia el frente de la cara, revelando su nuca con mayor exactitud. Una marca roja; dos puntas de flecha en direcciones opuestas unidas en el centro por una flor.

    —Este símbolo... ¿De qué es? —Preguntó Gabrielo.

    Aiden Muller se acercó a Gabrielo y observó.

    —Ese mi amigo católico, es nada menos que la marca de una de las 6 ordenes mágicas. Ese símbolo es la marca de nadie más que Alesa Crawley. —Respondió Aiden Muller.

    —Alesa Crawley...Los testigos de Crawley.

    —Sí. Tiene una mansión en el valle, pero sería un tonto aquel que fuese tras ella.

    —¿Por qué la Orden de Santa Sofía no ha acabado con ella? —Preguntó Gabrielo nuevamente.

    —La Orden ya no es lo que era. Se nos ha pedido que elijamos con extremo cuidado donde atacar. Como puedes ver, está guerra nos está diezmando, pareciese que cuando matamos una bruja surgen dos más.

    —Dolorous Ragnerssen no es el tipo de hombre que se ve fácilmente asustado por una bruja. –Respondió Gabrielo.

    —Tal vez porque no es una bruja. —Respondió Aiden. –No sé quien sea ella, pero no estoy tan loco como para averiguarlo, ni mucho menos ir a perder hombres como si nada. Pero en señal de buena fe por habernos ayudado con esas bestias, les dejaremos uno de nuestros autos todo terreno.

    Luego Aiden le arrojó las llaves a Lira, la chica las atrapó en medio del aire, Aiden y el resto de sus cazadores de brujas se subieron al segundo vehículo y se fueron. Gabrielo y Lira subieron al vehículo.

    —Wow, este vehículo tiene hasta su propia computadora satelital. —Respondió Lira. El auto de la agencia no es tan avanzado. Tenía un encanto de los autos clásicos de los 50s y había sido adaptado para las comodidades del siglo XXI, sin embargo, los vehículos de la Orden de los Caballeros de Santa Sofía tenían incluso puertos USB para conectar los teléfonos móviles.

    —Otra razón por la cual el Vaticano está molesto con los protestantes. Por su capacidad de generar dinero.

    —¿La Iglesia Católica no apoya a otras ordenes que no estén bajo su jurisdicción?

    —No cuando el mercado para la caza de monstruos es muy reducido, vampiros, demonios, hombres lobos, brujas y duendes. ¿Cuánta gente cree hoy en día en todos esos monstruos? La cacería de brujas es particularmente lucrativa para la Orden de Santa Sofía, ya que es la única que puede operar en América. —Respondió Gabrielo y luego encendió el vehículo. tecleó en la computadora del auto las coordenadas donde se supone que debería estar la cede de la secta.

    El vehículo comenzó a acelerar. Lira puso la radio para evitar el silencio incómodo, en la estación de radio local no había nada más que country, pero conforme se adentraban más en el valle, la estación se iba llenando de más estática hasta que finalmente no hubo nada más que ruido blanco. Lira entonces apagó la radio y se quedó mirando por la ventana.

    La noche llegó, le sorprendía a Gabrielo y a Lira que la carretera se hubiese quedado totalmente en la penumbra a pesar de que había decenas de postes de luz montados a ambos extremos de la carretera.

    —Esto es muy inusual. —Dijo Lira. —¿Habrá habido un apagón, ya sabes, debido al ataque del tren?

    —No lo creo. Ve allá adelante. —Dijo Gabrielo apuntando con su dedo una intensa luz de un edificio.

    —Sí lo veo.

    —Es allá justo a donde tenemos que ir, algo me dice que nos estaban esperando. —Respondió Gabrielo.

    —Definitivamente es una trampa y vamos directo a ella. —Replicó Lira.

    —Sí.

    Entonces cambiaron de dirección y tomaron un camino de tierra, hacia una arboleda alejándose de la autopista. Entonces frente a ellos tras una serie de arcos apareció la gigantesca mansión de estilo victoriana. De blancas paredes y grandes ventanales, cada uno de ellos con luz ambarina brillante. Gabrielo estacionó el auto en la entrada de la mansión.

    —Vamos pues. —Dijo Gabrielo. —Mantén tu arma contigo en todo momento, no sabemos qué clase de monstruos enfermizos y degenerados nos estén esperando en el interior. Luego los dos bajaron del vehículo. Lira desenfundó el máuser y le quitó el seguro. Gabrielo hizo lo mismo con su glock y luego fueron caminando al interior.

    El portón estaba sin seguro y cuando entraron se escuchó por los altavoces música de vals. Era una gran sala, en el fondo una gran escalera de piedra blanca pulida. Fuertes columnas talladas sostenían los pisos superiores y dos extensas mesas llenas de comida y bebida.

    —Esto no es lo que estaba esperando. —Dijo Lira.

    —No te distraigas todavía puede tratarse de una trampa.

    —¡Bienvenidos!, ¡Bienvenidos sean a mí humilde morada! —Se oyó la voz de una mujer. Entonces bajando por la escalinata apareció una mujer de hermosa cabellera rubia platinada con un intrincado peinado, de ojos azules y piel blanca que vestía un sugestivo vestido escarlata. —Yo soy Alesa Crawley, Gran Maestre de...

    —De la secta de Los Testigos de Crawley. —Respondió Gabrielo interrumpiendo a anfitriona. —Sabemos quién eres, nos topamos con el comité de bienvenida que nos enviaste en el tren.

    —Oh, puedo asegurarles que no ese comité era para ustedes, ha sido una gran coincidencia que vos se hayan topado con ellos. —Respondió la mujer. Alesa comenzó a caminar, el sonido del tacón contra el suelo hacía eco en la habitación a pesar de que la música de ambientación continuaba sonando. La mujer se dirigió hacia la mesa y tomó la champaña, la abrió. Después tomó un par de flautas y las llenó con la bebida burbujeante. Alesa se dirigió hacia Gabrielo y Lira y les ofreció las bebidas a los dos.

    Lira se vio tentada a tomar la copa y alzó el brazo, pero Gabrielo le tomó por el antebrazo antes de que pudiese alcanzar la copa.

    —¿Y el comité que organizaste en Brooklyn? ¿Tampoco era para nosotros? —Preguntó Gabrielo.

    La mujer sonrió maliciosamente.

    —Debo admitir, que me intrigaba un poco conocerlos a ambos después de haber asesinado al demonio que ayude a invocar en Brooklyn. Pero puedo asegurarles que no soy su enemiga. Después de todo, los demonios debemos mantenernos unidos, sobre todo con los sucesos que pronto acontecerán sobre la tierra. — Dijo la mujer y esta vez le ofreció la segunda copa a Gabrielo. El muchacho la miró con aquellos ojos sin vida desconfiado de su anfitriona. La mujer les miró directamente a los ojos. Dio una sonrisa y luego bebió un sorbo de la copa ofrecida, su labial quedó marcado en la boca de la flauta.

    —Tú mataste a los humanos en Nueva York...

    —No fui yo, solo les sugerí algunos hechizos, algunos rituales, pero yo no los obligué a llevarlos a cabo. Fueron ellos, quienes decidieron de corazón buscar respuestas a través de la magia.

    —Darles magia oscura y muy antigua a los humanos es como matarlos tú mismo. —Respondió Gabrielo. La mujer entonces dejó las copas de cristal sobre la mesa.

    —Esto es lo que has venido a buscar, no es así...—Dijo la mujer, entonces en sus manos una llama escarlata apareció y luego apareció el libro de cubiertas de cuero, escrito con extraños símbolos y un caligrama en forma de reloj de arena. —El Libro de las Épocas.

    —Necesito ese libro...—Dijo Gabrielo.

    —Tómalo pues. —Respondió Alesa. —Es tuyo. Yo ya no lo necesito.

    Gabrielo entonces estiró la mano y antes de que pudiera alcanzar el libro Alesa lo movió poniéndolo fuera del alcance del muchacho.

    —Únanse a nosotros. —dijo Alesa. –Con tu semilla y con tu vientre podrían traer al mundo poderosos entes. La guerra se aproxima al mundo y para sobrevivir necesitamos hombres y mujeres fuertes entre nuestras filas. Yo podría darte hijos fuertes y yo podría darle a tu compañera hijos fuertes. —Respondió Alesa.

    —¿No entiendo, a que se refiere con eso? —Preguntó Lira.

    —Alesa es hermafrodita. —Respondió Gabrielo. —Un demonio con ambos sexos, un demonio del circulo de la Envidia.

    —Mitad demonio...—Respondió Alesa.

   —Lamento informarle que tengo que declinar su generosa propuesta, puesto a que aún no ha sido juzgada por sus crímenes contra la humanidad. —Dijo Gabrielo y luego le apuntó a la mujer con el arma.

   —Esperaba que no llegáramos a esto... ¡Vale pues Cazador de Demonios, has tomado tu decisión! —Exclamó Alesa y luego chasqueó los dedos. De las sombras aparecieron hombres y mujeres cubiertos por túnicas rojas y osamentas de caballos, cabras y corderos. Los hombres y las mujeres llevaban cuchillos, hoces y toda clase de objetos punzocortantes en las manos.

    —Si queréis venir a por mí, primero deberás pasar por todos ellos. —Dijo Alesa. —¡Mátenlos!

    Los seguidores de Alesa comenzaron a caminar hacia Gabrielo y Lira.

    —¿Gabrielo que hacemos? —Preguntó Lira. —¿Los matamos?

    —Son humanos. Por lo tanto, tienen el regalo del libre albedrío. —Respondió Gabrielo. —Tirad las armas y salgan de aquí. Les prometo que no los perseguiré y no acabaré con ustedes. Pero de continuar no me contendré.

    Entonces uno de los hombres le arrojó una hoz que se enterró en la clavícula de Gabrielo. El muchacho la retiró de un movimiento.

    —Vale pues quedaron advertidos.—Dijo Gabrielo y tiró del gatillo. La bala impactó justo en medio de la frente del hombre que le atacó. El cazador comenzó a ejecutar al resto con disparos certeros. Dos hombres más trataron de ir contra Gabrielo. Pero el muchacho los arrojó como si fuesen muñecos de trapo. Una mujer agarró a Lira por el brazo derecho, pero ella se liberó con una maniobra y le disparó en el pecho. La mujer dio un grito y cayó muerta.

    Habrían muerto unos diez de ellos cuando Gabrielo vio una oportunidad y disparó hacia Alesa. Un hombre de tez morena se puso frente a ella e interceptó el disparo con su cuerpo.

    —¡Ergul! —Exclamó Alesa y la mujer tomó al hombre en sus brazos. los ojos de la mujer cambiaron de azules a un color rojo escarlata. Y un par de alas de murciélago color blanco aparecieron en la espalda de Alesa. La mujer dio un grito muy agudo que rompió todos los cristales en el salón. Entonces la mujer alzó el vuelo y atravesó por uno de los ventanales. Los hombres y las mujeres de la secta entonces comenzaron a huir. Dejando a los dos demonios ahí.

    —Bueno, hasta ahí llegó con lo de defender a los humanos. —Respondió Lira burlonamente mientras se limpiaba la sangre de la cara con las mangas de su chaqueta.

    —A veces para salvar humanos hay que matar a otros humanos. —Dijo Gabrielo. En medio de los cuerpos estaba el Libro de las Épocas. —Alesa debió de haberlo dejado caer cuando salió huyendo.

    Gabrielo se acercó al libro y lo levantó. Entonces como un tifón lo atacaron varias imágenes, vio a su madre, vio a sus hermanas, vio a sus amigos, vio dos bestias desgarrarse con las manos entre ellas. Vio entonces la inmensa cueva y la inmensa boca de un demonio con cara de bagre listo para devorarlo todo. El muchacho cayó desfallecido.

    —¡Gabrielo! —Lira tomó al muchacho antes de que se golpeara contra el suelo.

    Mientras tanto... sobrevolando el cielo nocturno. Alesa llevaba en los brazos a su seguidor.

    —Maestra, me duele mucho. —Dijo Ergul —¿Lo logramos?...

    —Sí mi dulce Ergul, lo hemos conseguido. Ahora que Los cazadores de Demonios tienen el libro, serán ellos quienes desencadenarán el Apocalipsis sobre la tierra.

    —¿Cómo lo sabe?

    —Oh mi dulce Ergul, El futuro ya está escrito y la tinta ya está seca. —Respondió Alesa. —Solo falta que los Monteriggioni cumplan con su papel en la obra...

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